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El de 1988 fue, sin duda, un año que los sindonófilos no olvidarán fácilmente. En
enero, más convencidos que nunca de la autenticidad de su reliquia, y con el padre Ri-
naldi, S. D. B., despendolado, reclamaban para la sábana la prueba del radiocarbono.
Estaban tan seguros de que esta prueba decisiva confirmaría que la reliquia era contem-
poránea de Cristo que no les importaba manifestar su disposición a acatar deportiva-
mente un posible resultado adverso.
Una fecha que indique el siglo XIV [...] induciría a la reflexión al conjunto de quienes, a
una con este autor, defienden la autenticidad del sudario. (Wilson, Evidence, p. 136.)
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Toda la operación del corte y clasificación de las muestras fue supervisada por el
profesor Tite, director del British Museum de Londres. A continuación, los representan-
tes de los laboratorios regresaron a sus destinos con la preciosa carga en la maleta.
¡Qué larga la espera de la comunidad sindonológica! ¡Cuántas noches en vela!
¡Cuántas profundas cavilaciones en el silencio unánime de las yertas madrugadas!
Pasaron seis meses, que se hicieron eternos, antes de aquel fatídico 31 de octubre en
que el cardenal Ba llestrero anunció oficialmente los resultados del análisis: los tres la-
boratorios coincidían en que la Sábana Santa había sido fabricada en el siglo xin o en el
xiv.
Según el informe conjunto de los laboratorios, firmado por veintiún investigadores,
la Sábana Santa sólo tenía unos 750 años para Oxford; unos 646 para Tucson y unos
675 para Zurich; es decir, una media de 690 años. Esto quiere decir que el lino de la
Sábana Santa fue cosechado entre 1260 y 1390. Según esas fechas, cuando la reliquia
apareció en la colegiata de Lirey estaba recién fabricada. En cuanto a las otras muestras
objeto de análisis, el lienzo egipcio del siglo i y el francés del siglo xii, los laboratorios
habían acertado plenamente al atribuirles la antigüedad correcta.
La datación por radiocarbono fue un jarro de agua fría sobre las caldeadas cervices
de los sindonólogos. Dolor, estupor... porque su querida ciencia les fallaba por vez pri-
mera, después de un siglo triunfal en que parecía dar la razón y demostrar para los in-
crédulos que Cristo había resucitado y que el cristianismo era la verdadera religión de la
humanidad. La ciencia, en su prueba más definitiva, desacreditaba la reliquia.
No sólo fue la tristeza por el fracaso, sino la humillación del ridículo porque a la
vista de los resultados todas las lucubraciones anteriores de la sindonología, todos esos
estudios detalladísimos desarrollados a lo largo de tantos años de congresos e investiga-
ciones se volvían contra ella. E incluso, puestos en lo peor, servían para cimentar una
sospecha terrible: que después de todo la sábana hubiese envuelto el cadáver de un cru-
cificado, pero de un crucificado del siglo xiv, lo que implica que los falsificadores pu-
dieron crucificar a un hombre para fabricar su reliquia.
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CAPÍTULO 23 SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA
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Tercera: El análisis por radiocarbono es seguro, pero en el caso de la. Sábana Santa
los laboratorios incurrieron en muchos errores y ello determinó un resultado equivoca-
do.
Cuarta: El análisis por radiocarbono es seguro y los laboratorios analizaron la Sá-
bana Santa correctamente. No obstante, debido a la accidentada biografía de la reliquia,
a su recalentamiento en el famoso incendio que puso al rojo el cofre de plata, el conte-
nido de radiocarbono de su tejido se alteró y ello determinó que los análisis de los tres
prestigiosos laboratorios rejuvenecieran la reliquia en catorce siglos. Los últimos libros
y las últimas conferencias sindonológicas incorporan el detallado relato de la estratage-
ma de la que se valió un prestigioso científico ruso para obligar a los laboratorios impli-
cados a confirmar la veracidad de esta teoría. Veámoslo en el texto de Marvizón:
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primer argumento y el cuarto son incompatibles).
Efectivamente, existe el riesgo de que la contaminación de las muestras con mate-
riales más recientes altere un análisis de radiocarbono, pero no rellenaría satisfactoria-
mente el abismo cronológico que media entre el siglo i y el xiv. De hecho, el físico y
sindonólogo Riggi di Numana reconoció, apesadumbrado, que la datación de los labora-
torios era «terrible, pero enteramente verdadera y objetiva» (Igartua, p. 27) y que la con-
taminación del lienzo no era explicación suficiente para remontarlo al siglo i.
Quinto argumento, y sin duda el más razonable de todos: No ha fallado el radiocar-
bono ni han fallado las personas implicadas en el análisis de la sábana: los resultados
adversos han sido solamente un aviso de Dios. Dios mismo ha alterado el análisis para
castigar nuestra presunción. Los partidarios de esta teoría aducen en su apoyo el texto
bíblico del Deuteronomio, 6, 16: «No pondrás a prueba al Señor, tu Dios.» Es lo que
sugieren, entre otros, Ian Wilson (p. 255) y el prestigioso periodista católico Vittorio
Messori: «Dios ha podido permitir que las máquinas se equivoquen» y cita a la Biblia:
«De Él salía una fuerza que sanaba a todos» (Le. 6, 19). «¿Ha sido esa misma fuerza la
que, de algún modo, ha trastornado la tela cegando a nuestras máquinas?» (p. 199). Y
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prueba en favor de esa tesis. Yo mismo quise evitar la palabra falso, pero temo que la referen-
cia al Sudario con ese término haya tenido su origen en los numerosos artículos periodísticos
escritos a raíz. de las entrevistas que yo concedí. Tengo sólo que pedirle que me excuse una
vez, más por todos los problemas que esos artículos han producido a usted y a los demás de
Turín.
De la carta se desprende que el profesor Tite se limita a declarar que los expertos en
radiocarbono nunca habían osado afirmar que la reliquia fuera falsa (lo que habría im-
plicado una valoración moral del objeto), sino que se habían mantenido en el plano de
estricta neutralidad científica, declarando la fecha probable en que fue fabricada la sá-
bana para que cada cual deduzca lo que quiera: la sábana se fabricó en el siglo xiv. Cris-
to murió (y resuc itó, claro) en el siglo i; ahora usted decide si esta pieza de tela pudo
servirle o no de mortaja.
Quizá la lógica estricta dicte otra cosa, pero los sindonólogos, añadiendo una medi-
da de fe al razonamiento, siguen más convencidos que nunca de que la sábana es la
mortaja de Jesús y presentan a sus crédulas bases la carta de Tite como prueba de la
retractación de los científicos. Marvizón interpreta que Tite «reconoce sus dudas sobre
la datación llevada a cabo por los laboratorios» (Marvizón, p. 100). Otro sindonólogo
español de primera línea, Juan Alarcón, asegura que en su carta «el director del Museo
Británico realizaba unas sensacionales declaraciones que podrían haber llevado a una
revisión total de la investigación» (Alarcón, p. 179). Para el inefable padre Loring, S. J.,
lo que el profesor Tite ha hecho ha sido «pedir perdón» (vídeo, 1993).
Entristece constatar que en esta lucha desigual entre la fe y la razón los generales
(la autoridad eclesiástica, el cardenal Ballestrero y el Vaticano) no han sabido estar a la
altura de sus huestes. Mientras los sindonólogos siguen defendiendo con uñas y dientes
la imposible trinchera, ellos, que nunca se acercaron a la línea de fuego y, todo lo más,
se limitaron a utilizarlos para sus fines propagandísticos (especialmente en el Tercer
Mundo), han dado por falsa la reliquia y ahora la rebajan inapelablemente a la categoría
de «icono», sin meterse en más dibujos. Es decir, para la Iglesia oficial se trata de una
imagen más de las muchas que reciben culto en las Iglesias de la cristiandad. Una ima-
gen manufacta, obra de artista por el procedimiento que fuera. Nada más.
Esta tibieza vaticana ha suscitado recelos no sólo entre los sindonólogos ortodoxos
sino incluso entre los heterodoxos. Holger Kersten y Elmar R. Gruber, seguidores de
Hans Naber, el sindonólogo hereje, han metido baza en el penoso asunto con un libro
(The Jesús Conspiracy) en el que intentan demostrar que el Vaticano se había concha-
bado con los laboratorios del radiocarbono para falsificar los resultados y probar que la
sábana es falsa. De este modo pensaban evitar la ruina de su milenario negocio eclesial,
que sin duda perdería todo el crédito si se divulgaba entre la clientela la terrible verdad:
que después de todo no se produjo Resurrección alguna porque Cristo estaba vivo cua n-
do lo sepultaron.
Lo grave y sorprendente del caso es que tamaña herejía sindonológica esté ganando
adeptos incluso entre sindonólogos de prestigio. Por ejemplo, Rodney Hoare, el presi-
dente de los sindonólogos ingleses, se nos ha descolgado recientemente con un libro
(The Turin Shroud is Genuine, Souvenir Press, Londres, 1994) en el que se pasa con
armas y bagajes a los que pregonan que Cristo no murió en la cruz. Sostiene Hoare que
Cristo entró en coma y sus ejecutores lo dieron por muerto, pero
los testimonios escritos de su Resurrección muestran que se recobró del coma [...] Las
pruebas contenidas en la sábana acaban con la Resurrección. No obstante, la certeza de que
la Resurrección no fue sobrenatural, que un cuerpo físico se recobró de un coma profundo,
implica que lo que ocurrió finalmente con ese cuerpo queda abierto a la pura especulación [...]
el cuerpo debió finalmente morir [...] su tarea en la tierra estaba cumplida y pudo no atreverse
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a aparecer nuevamente en público. Quizá, a poco de dejar a sus discípulos murió en alguna
parte de Palestina y sus huesos pueden yacer allí todavía. (Hoare, pp. 167-169.)
Es decir, que murió como todo el mundo y no ascendió a los cielos. Si san Pablo
levantara la cabeza segurame nte desaprobaría el rumbo que está tomando el presidente
de los sindonólogos ingleses. Tampoco le harían gracia, seguramente, las teorías que
difunden algunos sindonólogos (y ufólogos) españoles. Antonio Ribera (en el número
196 de Karma.7) nos sorprende con la noticia de que el cuerpo de la Sábana Santa per-
tenecía a un mutante del tipo «Ummowoa, un ser altamente evolucionado perteneciente
a una nueva especie» superior al Homo sapiens La noticia venía de la mano de los um-
mitas, un grupo de ufólogos y parapsicólogos que están en contacto con el planeta Um-
mo. Por otra parte, ya hemos visto que J. J. Benítez insiste en que los ángeles, la estrella
de Belén y la Resurrección fueron, en realidad, ovnis y extraterrestres.
No sé qué pensará el Altísimo de todo esto. Desde acá abajo da la impresión de que
la tropa se le está subiendo a las barbas, pero desde su inaccesible perspectiva es posible
que todo el asunto de la Sábana Santa carezca de importancia. Él sabrá, dado que sus
designios son inescrutables.
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