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La historia de la humanidad se ha caracterizado siempre a nivel nacional por una gran

rivalidad y un incierto número de guerras y de malas relaciones sociales que por costumbre,
terminaban siempre con un alto grado de violencia.
Partiendo de la violencia como la norma habitual del juego internacional, surgen las reglas
del juego, pactadas por ambas partes de modo que el enfrentamiento pudiera parecer de
alguna manera un acto civilizado. Hoy en día las guerras siguen pareciendo juegos de mesa
a los que juegan los dirigentes o altos cargos.

El dato más antiguo del establecimiento de leyes internacionales, lo encontramos por el año
3200 antes de Cristo, donde las ciudades caldeas de Lagas y Umma fijaron las fronteras de
sus respectivas naciones tras la finalización de la guerra. También destacan los acuerdos
entre los egipcios y los hititas en acuerdos de reparticiones de tierras.

El Derecho internacional en la antigüedad no existía, ya que tampoco existía el concepto de


comunidad internacional

Un tratado antiguo que podemos encontrar sobre las relaciones internacionales o el Derecho
Internacional, lo encontramos en el tratado "Eannatum" entre Lagas y Umma que hemos
citado anteriormente.

Eannatum era el rey de Mesopotamia y encargó la redacción del tratado para lograr la
inviolabilidad de las fronteras. Este tipo de tratados eran escritos sobre tablas de yeso y por
tal circunstancia han llegado de forma intacta a nuestros tiempos.
Unos cien años antes de Cristo, aparece otro tratado, el llamado código "Manu" en la India,
donde también se tratan reglas relacionadas con el combate, como por ejemplo la
prohibición de atacar a un enemigo si este duerme, o la de no atacar si el enemigo pierde su
escudo o sale corriendo.
EL DERECHO INTERNACIONAL EN LA ANTIGÜEDAD GRECORROMANA
Una barrera psicológica separaba a los griegos de los que no lo eran (“bárbaros”), Se creían
superiores, pero en la práctica no estorbó las relaciones en pie de igualdad con el Imperio
persa, Cartago o Roma.
La Polis era independiente y a partir del del siglo IX a.C., surgió un Derecho internacional
panhelénico, fundado sobre prácticas, tradiciones y convenios que suavizaron las durezas y
violencias primitivas, encauzando, los conflictos entre ciudades. Instituciones como la
hospitalidad preludian algunas modalidades más regulares en la protección de los
extranjeros. Éstos fueron sometidos a la jurisdicción especial del magistrado encargado de
la administración de la guerra, y sus intereses fueron puestos bajo la protección de un
ciudadano influyente de la ciudad de residencia que designaba la ciudad de origen.
Las relaciones diplomáticas eran frecuentes entre las ciudades. Un fenómeno propio del
Derecho internacional helénico fue el de las ligas de ciudades. Las alianzas políticas
presentan estructuras diversas.
El derecho de guerra fue muy duro. Todo estaba permitido contra el enemigo. La paz iba
asociada a un pacto previo. Con el tiempo se establecieron normas destinadas a disciplinar
la guerra y ésta se fue humanizando. Esta evolución favoreció la conclusión de tratados de
arbitraje, pero en este momento, las ciudades griegas comenzaron a perder su
independencia.
En lo que concierne a la doctrina, la contribución del pensamiento griego clásico al ámbito
de la vida internacional no es comparable con su aportación a la filosofía del Derecho
Entre los abundantes tratados de la época helenística cabe mencionar aquellos que fueron
concluidos entre Roma y Cartago, que establecen, por ejemplo, zonas de influencia y de
monopolio marítimo, o límites de expansión territorial. Este mundo internacional fue de
corta duración, víctima de la expansión de Roma. Es en esta época cuando la filosofía
estoica, permitió establecer un conjunto de principios válidos para todos los hombres.
Según los estoicos, el Logos rige la vida del cosmos. Así llegaron a la idea de una ciudad
común a los hombres y a los dioses en cuyo interior desaparecen los vínculos de los
individuos con sus comunidades históricas. Esta concepción ejercerá una gran influencia
sobre el pensamiento internacional y el pacifismo de los siglos posteriores.
La contribución de Roma al desarrollo histórico del Derecho internacional se realizó
principalmente por medio de instituciones de su derecho interno. Desde los tiempos más
remotos existía en Roma un colegio de sacerdotes, los fetiales, cuyo concurso era necesario
para comenzar una guerra, concluir la paz o reclamar la reparación de una injuria inferida a
Roma. Así nació el jus fetiale, de carácter sagrado. Si el comienzo y fin de la guerra estaban
regulados, la forma de conducirla no lo estaba.
La creación del jus gentium tuvo una mayor importancia que la del Derecho fecial. El jus
gentium vino a rellenar el vacío jurídico existente frente al extranjero, ya que a éste no le
era aplicable el jus civile. El jus gentium, aun siendo parte del Derecho interno romano,
estuvo en el origen del derecho de gentes moderno, llamado más tarde Derecho
internacional.
El Imperio romano reemplazaba el mundo internacional existente alrededor del
Mediterráneo por una civitas maxima, que parecía realizar el sueño estoico de una
humanidad unificada bajo el gobierno de un sabio coronado. Ello suponía la desaparición
de un Derecho “internacional” en el interior del mundo romano. Relaciones internacionales,
tanto comerciales como belicosas, no subsistieron más que en las relaciones con los pueblos
o los imperios circundantes. El mundo no-romano es considerado como distinto de Roma
desde el punto de vista jurídico.
El pensamiento de Roma contribuyó a la reflexión sobre la vida internacional con Cicerón,
influido por la filosofía estoica, en su teoría de la ley natural.
EL DERECHO INTERNACIONAL EN EL OCCIDENTE CRISTIANO MEDIEVAL
El Derecho canónico llegó a ser, en tanto que Derecho supranacional uno de los elementos
esenciales de unidad del Occidente cristiano. La Respublica christiana era un cuerpo social
jerarquizado y no constituía una unidad cerrada sobre sí misma. En su seno se desarrolló un
derecho de gentes de fundamento religioso. Entre los rasgos de este derecho de gentes ha de
mencionarse el esfuerzo de la Iglesia para atenuar y refrenar las luchas entre las vigorosas
estirpes que ostentaban los nuevos poderes feudales .
Otro rasgo importante es el recurso frecuente al arbitraje, debiendo el árbitro atenerse a
Derecho. El Papa asumía atribuciones jurídico-internacionales, como el reconocimiento de
nuevos príncipes, el registro de los tratados, etc. En materia de derecho de los tratados éstos
se refuerzan por juramentos, pero también con prendas o rehenes.
Las relaciones entre la Cristiandad y el Islam durante la Edad Media se extendieron al
comercio, como lo demuestran los numerosos tratados concluidos por las repúblicas
marítimas italianas y los reinos de Sicilia y de Aragón con los potentados de Levante y del
norte de África. De estas relaciones y de las costumbres marítimas, recibió el Derecho
mercantil un gran impulso.
Tanto en el oeste como en el norte de Europa se desarrolló un Derecho marítimo de raíz
predominantemente germánica. En este mismo espacio geográfico, un papel destacado es el
que le corresponde a la Hansa germánica, asociación de ciudades que se extiende a lo largo
de las costas del mar del Norte y del Báltico y penetra hasta el interior. La Hansa no se
constituyó formalmente hasta mediados del siglo XIV y obtuvo su organización definitiva
tras la guerra victoriosa emprendida contra ésta, y el Tratado de Stralsund, que le reconocía
privilegios considerables. La Hansa no disponía de una constitución federal propiamente
dicha; el número de ciudades miembros varió según las épocas y éstas conservaban sus
instituciones y su gobierno particular. Su único órgano de gobierno era una dieta que se
reunía con irregularidad. En tiempos de su apogeo, ejerció una influencia política
considerable. Ha contribuido en gran medida al desarrollo del Derecho marítimo y
mercantil internacional.
El cristianismo ha ejercido un impacto esencial en el desarrollo de un pensamiento más
profundo de las relaciones entre los pueblos. La incorporación a la doctrina cristiana de la
idea estoica del Derecho natural por San Pablo tuvo una influencia decisiva sobre el
pensamiento jurídico posterior.
Debemos a San Agustín la primera síntesis de estos nuevos temas relativos al Derecho de
Gentes, pero la mayor relevancia en su pensamiento para la historia del Derecho
internacional reside en su doctrina de la guerra justa, según la cual la guerra sólo se justifica
si tiene como fin restablecer la paz.
Poco después, San Isidoro de Sevilla legó a la posteridad en sus Etimologías una definición
notablemente moderna del Derecho de gentes, diferenciado del Derecho natural y del jus
civile. S. Isidoro es la otra gran fuente de la doctrina medieval de la guerra justa.
Entre los canonistas es preciso mencionar a Graciano y San Raimundo de Peñafort. En
cuanto a los teólogos, la palma le corresponde a Santo Tomás de Aquino, que se ocupó de
esta materia en la Suma Teológica y contribuyó a convertir a la guerra en tema de escuela.
BIZANCIO Y EL DERECHO INTERNACIONAL
Un rasgo peculiar del Derecho internacional bizantino fue la importancia concedida a la
diplomacia. El Derecho de los tratados conoció un desarrollo hecho a la medida de los
nuevos medios de negociación y de relaciones exteriores de Bizancio. Éstas fueron
particularmente intensas en el terreno comercial.
Por lo que concierne al Derecho de guerra no se advierte en Bizancio una doctrina de la
“guerra justa” comparable a la que se desarrolló en la Cristiandad occidental, sino que fue
duro y cruel. El espíritu de Bizancio no murió con la caída final de Constantinopla ante los
turcos otomanos en 1453.
La coexistencia secular de la Cristiandad y del Islam en la España medieval, así como su
“alejamiento” del Imperio e incluso del Papado, dieron lugar a una especie de ósmosis entre
las dos culturas, y en el Derecho de gentes, a una amplia relativización de las distinciones
doctrinales.
LOS FUNDADORES DE LA CIENCIA DEL DERECHO INTERNACIONAL
El desarrollo alcanzado en la Baja Edad Media cristiana por las doctrinas de los romanistas,
canonistas y teólogos acerca del jus gentium, el bellum justum y el jus humanae societatis,
nos parece idóneo para considerar más relativa la atribución de un papel fundacional a los
clásicos españoles del Derecho de gentes. Conviene rehuir posturas tajantes para afirmar la
importancia histórica que les corresponde, y hablar de los “fundadores” de esta disciplina
en los siglos XVI y XVII.
Por lo que concierne a España, la reflexión teológica y jurídica amplió su perspectiva,
desembocando en una teoría de la comunidad internacional y de su orden jurídico, referido
tanto a la paz como a la guerra.
Los “clásicos españoles de Derecho de gentes” sometieron los problemas de la sociedad
internacional a un riguroso análisis. La mayoría pertenecía a diversas órdenes religiosas.
Pueden clasificarse según tres corrientes principales. Dos están asociadas respectivamente a
la Orden dominica, donde destacan Francisco de Vitoria y Domingo Soto, y a la Compañía
de Jesús, cuyos máximos representantes fueron Luis de Molina y Francisco Suárez. En
ellos predomina el punto de vista de la teología moral y el Derecho natural. La tercera
corriente está representada por los juristas, eclesiásticos o seglares, entre los que hay que
señalar a Fernando Vázquez de Menchaca.
 Vitoria.- Puso de relieve que la comunidad internacional está basada en el Derecho
natural, al igual que el Estado. La legitimidad del poder es independiente de un título
religioso. La Iglesia, por el contrario, es de Derecho divino positivo. El poder eclesiástico,
en menos del Papa, se ejerce única y directamente sobre los bautizados. La comunidad
internacional resulta de la sociabilidad inherente a la naturaleza humana, que se extiende
al conjunto del género humano, que Vitoria denomina el orbis. Sobre esta concepción,
subraya el carácter de persona moral del orbis, que en cierta manera forma un solo cuerpo
político. Existe, entre todos los pueblos un derecho natural de sociedad y de
comunicación, al que no pueden sustraerse sin un motivo válido.
La comunidad internacional es así el resultado de la sociabilidad natural del hombre, de
alcance universal. Su vínculo es el Derecho de gentes, que Vitoria concibe en un doble
sentido: de un lado, como derecho universal del género humano, en la tradición romana; de
otro, como un derecho de los pueblos en cuanto tales en sus relaciones recíprocas. Vitoria
aportó una primera definición del derecho de gentes como “Derecho entre las gentes”, en
definitiva, como derecho internacional.
Vitoria dedujo de la naturaleza de la comunidad internacional su primacía sobre las
comunidades políticas particulares. Para él el Derecho de gentes forma parte del Derecho
natural; pero la voluntad humana da lugar a un Derecho de gentes positivo, teniendo
el orbis la potestad de dictar “leyes justas y que convienen a todos”.
En lo que concierne al Derecho de la guerra, retoma la doctrina cristiana tradicional de la
guerra justa y la desarrolla. Mantiene sus tres condiciones clásicas: causa justa suficiente,
autoridad legítima y recta intención.
Su teología le permite “secularizar” la comunidad internacional al situar, en lugar de la
Cristiandad de fundamento religioso, el orbis religiosamente neutral. Tras Vitoria, la
escolástica española de la época, no hizo sino trasladar al terreno del Derecho de gentes la
distinción -que ya estableciera Santo Tomás de Aquino- entre los ámbitos de lo natural y de
lo sobrenatural.
 Suárez.- Su aportación a la doctrina del Derecho de gentes se dirige en primer lugar
a la noción de comunidad internacional. Al igual que en Vitoria, existe en Suárez una
subordinación del bien común nacional al universal.
Dio un paso decisivo en la elaboración del concepto moderno de Derecho de gentes, gracias
a una distinción que marca un verdadero giro en la materia. Existe, afirma, un doble
Derecho de gentes: primero, “el Derecho que todos los pueblos y todas las naciones deben
mantener entre ellos”; en segundo lugar, “el Derecho que cada ciudad o reino observa en su
interior”; es el primero el que, hablando con propiedad, constituye el Derecho de gentes.
Con Gentili encontramos de nuevo los elementos de una doctrina del Derecho de gentes
que sobrepasa los límites del Derecho de la guerra. Escribió un De jure belli, pero este
tratado fue precedido por un tratado sobre el Derecho de embajada.
Una consulta del gobierno inglés con ocasión de un caso célebre que ponía en cuestión la
inmunidad del embajador de España, acusado de haber tomado parte en una conspiración
contra la reina para elevar al trono a María Estuardo, da origen a su monografía sobre las
embajadas. La correspondiente el Derecho de la guerra era el desarrollo de uno de los
discursos a los que estaban obligados los profesores con ocasión de la presentación anual de
las pruebas del doctorado.
Algunos han visto en él al precursor de una consideración histórica del Derecho de gentes,
aunque la mayor parte de sus referencias corresponden a la Antigüedad clásica. Su concepto
de jus gentium, que identifica con el Derecho natural o -lo que puede sorprender- con una
parte del “Derecho divino”, no es claro, y parece concebirlo como el Derecho universal
tradicional.
Con relación al derecho diplomático, Gentili es partidario de la inmunidad de los
embajadores, aunque la delimita. Resalta el carácter público de la guerra, y señala que la
justicia no modifica los derechos de los beligerantes. La guerra deberá realizarse con
humanidad.
Consagra el tercer libro de su De jure belli a los tratados de paz. En principio, éstos
vinculan a los sucesores y los pueblos de las partes contratantes, y el hecho de haberlos
suscrito con el apremio de una derrota, no autoriza a denunciarlos. Todos contienen la
cláusula tácita de ser obligatorios en tanto que las condiciones permanezcan inalteradas.
Aplica a los terceros Estados la doctrina de la guerra justa, obligándoles a ayudar al Estado
que hubiera sido objeto de una agresión. Por otro lado, preconiza el arbitraje internacional.
Grocio, conocido como el “prodigio de Holanda”, tiene el mérito de haber sido el primero
en ofrecer una exposición de conjunto del Derecho de gentes: De jure belli ac pacis, que es
su principal obra. Fue precedida por un tratado sobre el Derecho de presa (De jure predae),
que no vio la luz hasta el siglo XIX, excepto el capítulo relativo a la libertad de los mares
(Mare liberum).
El Derecho natural es, para Grocio, lo que la recta razón muestra como conforme a la
naturaleza social del hombre, un conjunto de principios absolutos que el propio Dios no
podría alterar. Al conocimiento a priori del Derecho natural por el razonamiento añade un
conocimiento a posteriori mediante la opinión común de los pueblos civilizados.
Al igual que Vitoria, es un teórico del Derecho de gentes. No mantiene tan claramente
como Vitoria y Suárez la distinción entre el Derecho de gentes como jus inter gentes y
el jus gentium tradicional. Destaca plenamente una distinción ya establecida por los
clásicos españoles: la del Derecho de gentes natural (el propio Derecho natural en tanto que
se aplica a las sociedades políticas) y el Derecho de gentes voluntario o positivo (“aquél
que recibe su fuerza obligatoria de la voluntad de todas las gentes o de muchas de ellas”).
Un principio esncial del Derecho de gentes voluntario es la fidelidad a los compromisos
aceptados (pacta sunt servanda).
Un aspecto importante de la doctrina grociana del Derecho de gentes es la defensa del
principio de la libertad de los mares, surgida de la conquista de espacios oceánicos por el
hombre. Como Vitoria, Grocio afirma un Derecho natural de comunicación y de sociedad a
escala humana. El océano no podía ser reivindicado en exclusiva por un Estado, siendo de
uso común. La alta mar no es susceptible de ser ocupada.
El Mare liberum suscitó réplicas, proviniendo las más célebres de Serafim de Freitas y de
John Selden.
A los iusinternacionalistas propiamente dichos, vinieron a añadirse, autores diversos que
elaboraron proyectos llamados de “paz perpetua” y de organización internacional.
Propugnan una solución federal o confederal al problema de la paz, tanto en el ámbito
europeo como en un plano universal.
En esta época, dos aportaciones retienen nuestra atención: la de Emeric Crucé y la de
Maximiliano de Béthune.
LA DOCTRINA EN EL SIGLO XIX
El desarrollo de las instituciones internacionales a lo largo del siglo XIX y hasta la Primera
Guerra Mundial explica el florecimiento de la Doctrina, cada vez más autónoma y
profesionalizada, en el ámbito de las ciencias jurídicas. La preponderancia del positivismo
jurídico a partir de los años 30 suprimirá entre sus defensores el vínculo que le unía al
Derecho natural. Sin embargo, la tradición iusnaturalista o consideración filosófica del
Derecho internacional no cesó por ello y continuó ejerciendo una gran influencia. En este
punto hay que mencionar a Hegel, que fue el impulso más destacado. Considera al Derecho
internacional como un “Derecho estatal externo”. Siendo el Estado la más elevada
encarnación del Espíritu objetivo, no puede someterse más que a su propia voluntad en
tanto que ésta se coordina con la de los demás Estados. De ahí resulta un Derecho
internacional frágil.
Los autores que se proclaman seguidores de Hegel, entre los que destacan Adolf Lasson,
John Austin, James Lorimer y Taparelli, negaron la naturaleza jurídica del Derecho
internacional.
El abandono del latín por parte de los juristas, da lugar a una creciente diversificación
nacional y lingüística de la doctrina del Derecho internacional.
DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Más que las grandes guerras precedentes, la de 1914 a 1918 desbarató las previsiones de los
que la desencadenaron. El Imperio de los zares sucumbió ante el impacto de la Revolución
de Octubre, que ponía en tela de juicio el orden económico y social en su conjunto. La
aparición de un sistema comunista en el inmenso espacio imperial ruso será uno de los
hechos más preñados en consecuencias también en Derecho internacional. La Conferencia
de la Paz de París (1919-1920) elaboró los tratados que pusieron fin a la guerra. El primero
y más importante fue el de Versalles.
Así como en Viena el principio de legitimidad fue limitado en su aplicación por las
exigencias del equilibrio, en París el principio de las nacionalidades conoció alteraciones
por razones políticas. En todo caso, los nuevos Estados, o aquellos cuyo territorio se había
acrecentado, incluían minorías. La preocupación por la protección de estas minorías es uno
de los rasgos del Derecho internacional de Versalles. Sin embargo, la protección de
minorías fue a menudo fuente de tensiones, en particular, en los casos de minorías con
apoyo de un Estado vecino, y ello tanto más cuanto que éste fuese poderoso. El papel
desempeñado por las cuestiones de minorías en la génesis de las dos guerras mundiales
logró que, tras la segunda, se pusiera el acento en la protección de los derechos humanos.
La Sociedad de Naciones perdió su razón de ser al desencadenarse la Segunda Guerra
Mundial.
La primera posguerra vio el principio de lo que en adelante se denominará la
descolonización. Comenzó en el seno del Imperio británico con la creación de los
dominios, que a partir del tratado que reconocía a Irlanda como Estado libre, se llamaría
la Commonwealth.
En la Europa clásica coincide un gran número de naciones que compiten entre sí sobre los
terrenos colindantes. Estas competiciones se limitaban mediante ciertas reglas, que
seguramente derivaron en lo que hoy en día conocemos como el derecho Internacional
moderno.

Destacamos el famoso tratado de Westfalia de 1648, donde la mayor parte de estas naciones
ponían termino a la guerra de los 30 años. Este fue quizá el antecedente y el punto de inicio
hacia el nuevo Derecho Internacional, atribuyendo a cada nación su propia soberanía y
declarándose jurídicamente iguales.

Pero en tema de guerras, siempre se demuestra que las reglas están para romperlas. Fue la
primera Guerra Mundial la que mostró las deficiencias de este derecho internacional y la
facilidad con la que un país podía violar los derechos de los demás países.
Se demuestra que las reglas están constituidas para los momentos de paz, y tras la
finalización de esta guerra se intenta reordenar el derecho internacional estableciendo
sistemas de seguridad para evitar este tipo de violaciones en un futuro.

La creación de la sociedad de las Naciones y de una corte de justicia Internacional no


consiguió frenar la aparición de la segunda guerra mundial.
OBJETIVO GENERAL.

 Comprender el desarrollo y evolución del Derecho Internacional, con la finalidad de


explicar la necesidad de éste en el pasado y más aún en nuestros días.
INTRODUCCIÓN.

La historia del Derecho Internacional es tan plural en su naturaleza como antigua en su


origen. La realidad es que, en este campo, aparecen normalmente mezclados tres planos
distintos: el de la historia de las relaciones internacionales, el de las instituciones
internacionales y el de la doctrina iusinternacional.

Aunque en la Antigüedad no existía el Derecho Internacional como lo conocemos hoy en


día, por la sencilla razón de que no existía una Comunidad Internacional ya que no había
una comunidad organizada, podemos decir que el derecho internacional inicio
prácticamente desde cuando aparecen las primeras relaciones entre los
grupos sociales primitivos. Desde entonces surge un derecho, todo lo rudimentario que se
quiera, pero no deja de ser un derecho.

Las relaciones internacionales comienzan con la aparición de las diferentes civilizaciones y


las luchas de los pueblos entre sí, para ir centrándose en torno a las relaciones de
los Estados Europeos, que dominan el mundo durante largos años, y terminar con unas
relaciones a escala universal no sin que el protagonismo real pertenezca sólo a ciertas
potencias. Estas relaciones son el entramado del cuál nace el Derecho Internacional,
mediante la aparición de una serie de instituciones internacionales que han ido tejiendo el
complejo sistema actual.

El actual sistema de 'Derecho internacional público,' puede definirse como el conjunto


de normas jurídicas y principios que las jerarquizan y coordinan coherentemente;
destinadas a regular las relaciones externas entre, sujetos soberanos, los Estados, y otros
sujetos a los cuales también se les confiere calidad de sujetos de derecho internacional; con
el propósito de armonizar sus relaciones, construyendo un ideal de justicia mutuamente
acordado por ellos, en un marco de certeza y seguridad que permita realizarla.

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