Sie sind auf Seite 1von 3

Luego de estudiar los inicios de la psicología experimental, continuada en el conductismo por el marco

positivista subyacente, para pasar a la reconstrucción histórica de la psicología cognitiva, y en ella, la llamada
revolución cognitiva, la materia presenta diversos modelos de psicología cultural. Por un lado, nos encontramos
con la psicología socio-histórica de Vygotsky, que estableció una metodología ya no asociacionista ni elementalista,
propia del empirismo más bien químico, positivista, fundamento tanto en el conductismo y la psicología cognitiva,
sino una unidad de análisis más holista, dinámica, dialéctica. Si se piensa en la importancia característica de éste
término en el materialismo histórico, se entiende su herencia en la teoría de Vygotsky, en la medida en que esta
corriente histórico-filosófica creada por Marx y Engels concibe la ontogénesis como producto de la relación dinámica
dada entre las intervenciones técnicas en la naturaleza, y las consecuencias transformadoras que acarrean dicho
proceso técnico en el sujeto que transforma su realidad. Es decir, emerge la idea de que transformar el afuera implica,
al mismo tiempo, una transformación del adentro. Pero toda constitución de un adentro, se sirve, se fundamenta, en
prácticas que vienen, en principio, de afuera, de un marco social micro, es decir, relaciones cara a cara, y un
marco macro, un contexto cultural que maneja representaciones sociales de diversa índole, que estructuran la
realidad. Esto lleva a pensar en un proceso de conformación del psiquismo que no se reduce enteramente ni a la
individualidad, ni al marco social, y que está mediado por la utilización, con otros, de instrumentos. Por eso Pozo
retoma este planteo para preguntarse por las formas de constitución de la psiquis en el mundo actual, cuando los
“órganos artificiales”, término retomado de Vygotsky, como le llama a los medios de representación externos, son
tan diferentes a los que estudiaban los psicólogos rusos, y en vez de escritura imprenta y aritmética, hoy cabe pensar
en el uso digital de la información. Pero entonces, aunque es el marco social primero, fundante, el individuo y sus
procesos no se ven como una copia exacta de lo que está afuera, sino que el individuo está en constante reinvención
de lo recibido. Reinvención en el sentido de que la interiorización de las prácticas heredadas y enseñadas a través
de la cultura y sus actores sociales, implica una transformación individual de lo recibido y aprendido, por ende, crean
un nuevo espacio interior. Pues las prácticas que están mediadas por el lenguaje, siempre son transformadas por el
sujeto, y esta transformación, a su vez lo transforma. Es decir, hay una fusión entre los sujetos que se relacionan a
través del lenguaje. Gadamer habla de una fusión de horizontes. Sino hablaríamos de un sujeto muy similar al
empirista clásico, de tabula rasa, con las implicancias de que aprender sería, en último término, un recipiente que
se llena desde afuera, como una especie de suelo en donde se dejan huellas externas, cuyos trazos, cuando se van
desvaneciendo, no sería otra cosa que el olvido.
La teoría de Vygotsky es claro mucho más amplia, y uno de sus objetos de estudio, el que guía al menos
Pensamiento y Lenguaje, es justamente el cruce entre ambos procesos, que da con el denominado pensamiento
verbal, o habla interior. En relación a esta capacidad humana, se destaca la teoría de J. Bruner en su énfasis en la
capacidad narrativa humana, una forma de pensamiento, como forma de estructurar la realidad, que posibilita otros
mundos y otras experiencias, respecto a un pensamiento de tipo más analítico y científico. La cuestión es que, por
lo tanto, siguiendo con la línea de una psicología cultural, la capacidad de narrar, tanto en su ejecución como en
su invención o surgimiento filogenético, se trata de un artificio humano, siguiendo el planteo de Pozo, quien lo
retoma de Donald. Pero así entonces, en determinados contextos, se nos enseña, y luego se nos habilita a narrar a
los otros, pero también se aprende, a muy pronta edad, a narrar “para adentro”, capacidad que pone en juego la
memoria, la imaginación, el lenguaje y el pensamiento, todos procesos entendidos de un modo muy diferente a los
que podría concebir la psicología cognitiva clásica. En relación a la memoria, cabe recordar los trabajos de Bartlett,
para quien no se puede desligar el significado de lo recordado, primero, porque lo aprendido o llevado en la memoria,
siempre está allí por su funcionalidad por cierto pragmatismo, es decir, por constituir cierta mediación simbólica útil
y eficiente entre el sujeto y la cultura. Y segundo, porque lo evocado por la memoria es siempre transformado en
cada evocación, es decir, muta el significado.
En tal respecto, Bruner en Actos de significado, cuyo subtítulo es, justamente, más allá de la revolución
cognitiva, explica que si bien esta corriente, a mediados del siglo pasado, acertadamente volvía a descubrir la
importancia de los procesos, estructuras y contenidos mentales, todo ello se cristalizó en un concepto de mente que
poco tenía que ver con la de producción y re-producción de significados, sino que todo se reducía al procesamiento
de información. Se trataba de una escuela muy influenciada por los cambios culturales de la época que ponían en
la computación todo el peso de lo nuevo y de lo hasta salvífico. Pero claro, todos los componentes afectivos, por la
condición encarnada del ser humano, hasta los problemas metafísicos, carecían de interés, o en todo caso, todo
debía y podía ser explicado a través de estructuras sub-conscientes, dando como resultado que para muchos de los
psicólogos de esta escuela, la conciencia, con su faceta de inventiva, unicidad, agentividad, no era más que un
epifenómeno. Esto Bruner lo resume muy bien al decir que la conciencia era, para estos psicólogos, como
equivalente a la libertad para los deterministas. U otra forma de entender el rechazo a la conciencia se centra en que
todo lo que desde una teoría de la mente popular se podría concebir, es decir, la teoría implícita de por qué actuamos
los seres humanos, las razones que subyacen a los actos, y lo que decimos que son las razones de tal actuar,
tendrían para la psicología cognitiva un carácter ilusorio, aunque práctico, transitorio. Casi como cuando Hume decía
que la idea de Yo era inexistente, pero necesaria para la vida cotidiana y común, para darle un orden.
La cuestión es que un problema como el de identidad no puede ser abordado con las herramientas de la
psicología cognitiva. Por eso Bruner propone la narratividad como metáfora del conjunto de procesos de pensamiento
que llevamos a cabo cuando reconstruimos una posible respuesta al quien se es, y por ende, al lugar que ocupamos
en las relaciones con los demás. Bruner explica que ya Aristóteles le daba una importancia crucial a la narración, a
la construcción de tramas, de marcos más o menos estables, pero que sirven de sostén o incluso de purificación de
los afectos y lo problemas morales e intencionales que de otro modo, cuesta entender cómo podrían ser elaborados,
o incorporados a un mundo de sentido. Justamente, para Bruner, la necesidad de las narraciones aparece cuando
las creencias, normas o valores de un individuo o grupo se ponen en entredicho, y por ende, se construyen relatos
que buscan cierta semejanza con la vida, que buscan no convencer de una verdad, sino transmitir una enseñanza,
una experiencia, con una fuerte carga emotiva. Tres rasgos son distintivos de los relatos, según Bruner: primero, la
secuencialidad, para poder captar con un sentido histórico y temporalmente humano el curso de los
acontecimientos; segundo, la canonicidad, es decir, la comprensión del canon, de lo establecido como normal, para
entender la desviación, lo extraordinario que propone el relato, el problema a menudo moral que presenta; y por
último, el perspectivismo, marcado por el hecho de que es un narrador particular, con su perspectiva de mundo,
que interpreta los hechos, les da sentido a los mismos en base a su entendimiento parcial del mundo exterior.
Finalmente, se podría mencionar que Pozo, al retomar el planteo filogenético de Donald, quien explica que la mente
de tipo teórica, que equivaldría al conocimiento por el rasgo de conciencia de las representaciones, y por ende, de
la posibilidad de diálogo y crítica de las mismas, es posterior a la narrativa y mítica. Pero Riviere y Nuñez realizan el
mismo planteo, el de la anterioridad del pensamiento narrativo, pero en la ontogénesis, al afirmar que los niños
primero tienen una inteligencia social, interpersonal, mental, y luego llegan a una comprensión de los problemas más
bien teóricos que tienen como marca la descontextualización. Justamente, es en el estadio posterior al del habla
egocéntrica, en el que el niño todavía no puede comprender la relación entre el yo y los otros, la fase del desarrollo
en el que el niño comienza a recrear situaciones, a menudo, sosteniendo diálogos imaginarios con otros, y por ende,
es aquí que se podría decir que comienza el mentalismo necesario para la vida en sociedad.

Das könnte Ihnen auch gefallen