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Para comprender la modernidad en su complejidad hay diversas vías, mismas que revelan
lo extenso e incluso laberíntico que llega a ser el mapa de lo moderno. No todas las visiones
que la abordan llegan al mismo punto, algo que, en cierto modo, es sintomático de la propia
del conocimiento. A pesar de las diferencias, siempre hay puntos en común que se pueden
noción de modernidad en el siglo XIX y todo lo que ésta acarrea, surge, siempre ineludible,
sujeto que corre “a través del gran desierto de hombres” buscando algo y que describió de
forma puntual en El pintor de la vida moderna (1868). Pero ¿en busca de qué va ese
hombre1 que menciona?, eso es algo que el mismo poeta francés se cuestionó en un
vertiginoso en la vida humana, donde ya se hacía evidente la coloratura que había impreso
a la vida humana el triunfo del progreso civilizatorio sobre la pasividad del campo y la
naturaleza.
otra mitad es lo eterno y lo inmutable” (p. 92). Así, la definió Baudelaire. El poeta francés
logró penetrar en la lógica del ritmo vertiginoso de su tiempo y capturó en una imagen el
la que el hombre moderno hace frente a su tiempo. Para Michel Foucault, Baudelaire
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Era la modernidad lo que busca el hombre que se abría paso por la multitud. El mismo hombre constituido
y atravesado por la dinámica moderna intentaba aprehender aquello que lo dotaba de identidad y lo hacía ser
un caminante en un mar de personas e inquirirse por su estatus y por aquello que lo hacía ser un hombre
moderno. Pero a diferencia del flâneur, que también transitaba por las calles adornadas con las vitrinas de los
comercios, su búsqueda iba más allá “del placer fugitivo de la circunstancia” (Baudelaire. 1995, p. 91) que
ofrecían los pasajes: esos mundos pequeños que mencionaba Walter Benjamin (1972, p. 51) y que eran
evidencia de la aparición del mundo industrial.
posicionamiento particular del hombre ante su actualidad. Pero esto no significa que el
presente, más bien, esa actitud o modo de estar en su tiempo implicaba “una voluntad de
volver heroico el presente” (Foucault. 1994, p. 9). Cabe matizar que esa exaltación del
Así, la actitud moderna establece un vínculo diferente del hombre consigo mismo. Esto es
titulado a modo de pregunta “¿Qué es la Ilustración?”4. Tanto Kant como Baudelaire son
(Foucault. 1994, p. 11). En este sentido para el filósofo francés, la modernidad podría
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Habría que apuntar aquí que esa premodernidad remite al periodo anterior a la Ilustración.
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La actitud del flâneur tenía como finalidad la distracción y la salida del aburrimiento que bien ofrecían las
calles transformadas por la actividad comercial. Pasear por las vitrinas de los establecimientos y posar la
mirada en las mercancías, seguir caminado a la siguiente vitrina para ver las nuevas que sustituirán de
inmediato a las anteriores en la percepción, era el remedio contra el ennui. Lo que motivaba al flâneur era la
sorpresa de lo fugaz, algo que originaba la sumisión a lo instantáneo, una nueva forma de enajenación que
producía otra manera de percibir el tiempo y que se mostraba como la vía para salir de la alienación de la
producción, pero que sólo abría una dimensión más de la alienación del sistema moderno capitalista en
función de la circulación de la mercancía y de la fetichización de los objetos. Sin embargo, el hombre al que
hace referencia Baudelaire, lo que buscaba era la modernidad y lo hacía extrayendo para la historia lo poético
que hay en lo fugaz, es decir, su objetivo se basaba en “obtener lo eterno de lo transitorio” (Baudelaire, 1995,
p. 91).
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Para Foucault, este texto muestra el deseo de Kant por dar una explicación sobre la motivación que originaba
su empresa filosófica, aunque esto era algo que otros filósofos ya habían realizado, lo que distinguía a Kant
del resto era la voluntad de pensar su obra respecto a un tiempo determinado de la historia que originaba y
determinaba su pensar.
explicarse, más que como un periodo histórico, como un ethos5 que se manifiesta en el
interés por responder a las preguntas que indagan sobre lo que determina al hombre en su
tiempo y le permite establecer una relación con él mismo. En la modernidad hay una
vivencia del tiempo específica en la que se verifica lo fugaz y lo inmutable por parte de un
determinan, al mismo tiempo que él los determina y transforma. Todo esto sucede en una
dimensión donde nuevas palabras6 surgen para crear grietas en el mundo anterior y sentar
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La modernidad como un ethos y no exclusivamente como una temporalidad histórica específica es la postura
foucaultiana para comprender el fundamento de lo moderno, misma con la que parece coincidir, hasta cierto
punto, Marshall Berman (2010) cuando señala que existe una “experiencia vital” compartida por todos los
que estamos inmersos en la modernidad; sólo que el pensador estadounidense, a diferencia de Foucault, no
apunta a una voluntad de autoderterminación por parte del hombre moderno como característica de ese
ethos moderno, sino a una experiencia compartida en la que se verifica la dinámica moderna que se manifiesta
como una “vorágine” llena de contradicciones en su interior. Es por esto que ser modernos significa para
Marshall Berman estar en un entorno: “que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento,
transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos,
todo lo que sabemos, todo lo que somos” (2010, p. 2). Si para Baudelaire la modernidad se podía hallar en la
ardua labor de capturar lo poético del instante para asir su otra parte: lo eterno, es decir, en el hallazgo del
punto de su contradicción constitutiva, para Berman la modernidad se experimenta de una forma más directa
y menos compleja que es el simple vivir en las paradojas y contradicciones de la modernidad. Ser modernos
para él se simplifica en habitar la modernidad que atraviesa todos los aspectos de la experiencia humana, y
que determina al sujeto, pero sin que por ello resulte necesario que éste se pregunte por eso que lo
determina.
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La modernidad ha establecido un lenguaje propio que se despliega para abarcar el mundo y naturalizar sus
características. Como señala Eric Hobsbawm: “Las palabras son testigos que a menudo hablan más alto que
los documentos” (2015, p. 9) y, siguiendo esa idea, apunta que palabras como industria, fábrica, clase media,
clase trabajadora, capitalismo y socialismo remiten inmediatamente al despliegue de la modernidad en
Europa y a los objetos y conceptos que surgieron en su progresivo nacimiento. Esas palabras, a las que se
pueden agregar muchas más como razón, racionalidad, autonomía, libertad, progreso, instrumentalidad,
naturaleza, civilización, cultura, dominio, mercado, etc., arman inmediatamente un panorama que no es nada
desconocido, puesto que forman el vocabulario con el que el hombre actual sigue dando orden y
entendimiento a su realidad. Bien se podría agregar a la idea de Hosbsbawm que las palabras, además de ser
testigos de un tiempo, son también protagonistas, ya que establecen el vínculo entre el hombre y su mundo,
pero también es posible decir que lo atan y lo hacen caminar a través de él de una forma particular. Cuando
estas palabras fueron apareciendo en el universo humano, el mundo se reconfiguró y el hombre se vio inmerso
en un nuevo ethos: en una nueva morada que pedía un comportamiento determinado para vivir en ella y que
lo hacía tener una “experiencia vital” renovada y compartida con los demás.
las bases de uno nuevo fundado en la escisión entre “las visiones del mundo unificadas de
sentido Marshall Berman la divide en tres momentos y, pese a las diversas posturas que
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Así como Foucault señala que la pregunta lanzada por Kant sobre qué es la ilustración no ha podido ser
respondida a cabalidad, lo mismo sucede con la noción misma de modernidad. La definición siempre varía de
acuerdo a la perspectiva y a la situación contextual e, incluso habría que agregar que a la ubicación dentro del
sistema mundo de quién se pregunta por ella, es decir, no es lo mismo pensar la modernidad y la experiencia
que ésta ofrece al hombre desde los espacios hegemónicos de la cultura y la modernidad ilustrada, o desde
los márgenes de ella. Esto quiere decir que la modernidad, a pesar de que ofrece una “experiencia vital”
compartida como señala Marshall Berman, no siempre es homogénea, lisa y simétrica. Algo que se abordará
posteriormente
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Sobra decir que toda periodización es relativa y, así como Berman propone esta división temporal, se pueden
traer aquí otras que dependen, específicamente, de la dimensión de la modernidad a la cual se esté haciendo
referencia. Así, se puede hablar del inicio de la filosofía moderna, del comienzo de la estética moderna, de la
construcción de la economía capitalista en la modernidad, de la expansión y colonización de los países
modernos, etc., cada uno de estos elementos ayuda a fijar fechas de inicio de la modernidad, pero de entrada
hay que comprender que no hay uno absoluto. En forma general la clasificación en tres momentos como lo
hace Berman coincide con lo que varios autores más señalan. Sin embargo, hay algunos como Habermas que
remontan el inicio de la modernidad o, al menos, el nacimiento de la noción de lo moderno como una apertura
que diferencia el presente del pasado, hasta el siglo V; pero también hay quienes como Theodor Adorno y
Max Horkheimer ven rasgos precisos de la modernidad en la antigua Grecia, específicamente, en la figura de
Odiseo esbozada por Homero. Por otro lado, habría que mencionar que para los integrantes del grupo
Modernidad/Colonialidad (entre los que figuran Enrique Dussel, Aníbal Quijano, Walter Mignolo, entre otros.)
la modernidad surge en 1492, puesto que el elemento colonial es fundamental para comprender el despliegue
de la modernización capitalista y la situación de América Latina respecto al sistema-mundo.
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La división que hace Berman queda representada de esta forma: “En la primera fase, que se extiende más o
menos desde comienzos del silgo XVI hasta finales de XVIII, las personas comienzan a experimentar la vida
moderna; apenas si saben con qué han tropezado. Buscan desesperadamente, pero a medio a ciegas un
vocabulario adecuado […] Nuestra segunda fase comienza con la gran ola revolucionaria de la década de 1790.
Con la Revolución francesa y sus repercusiones, surge abrupta y especularmente el gran público moderno.
Este público comparte la sensación de estar viviendo una época revolucionaria, una época que genera
insurrecciones explosivas en todas las dimensiones de la vida personal, social y política. […] En el siglo XX,
nuestra fase tercera y final, el proceso de modernización se expande para abarcar prácticamente todo el
mundo y la cultura del modernismo en el mundo del desarrollo consigue triunfos espectaculares en el arte y
el pensamiento”. (2010, p. 3)
Por otro lado, Habermas precisa que la modernidad de cierta forma está presente
de una nueva época, modificando su relación con la antigüedad” (2004, p. 54). Si bien
parece irrefutable que la noción de modernidad acarrea una necesaria distinción del pasado
con el presente, hay que matizar que esa conciencia, que ha podido estar en diferentes
que politiza e ideologiza el tiempo, que con todas sus connotaciones filosóficas y políticas
que provocaba lo novedoso, eran evidencia de algo más profundo: que el hombre había
entrado e interiorizado la lógica de la modernidad y que, además, la recibía como una buena
noticia, ya que anunciaba el nacimiento de un mundo nuevo y una época nueva en la que
el temor del hombre ante lo inconmensurable del universo se disipaba, y donde esa
convirtió en el elemento que tomaba el pulso a las sociedades10 en su afán por ser
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Una sociedad podía consolidar una nación moderna únicamente si lograba la implementación del progreso.
Como señala Alain Touraine: “la idea de progreso ha querido imponer la identidad de crecimiento económico
y de desarrollo nacional. El progreso es la formación de una nación entendida como forma concreta de la
modernidad económica y social” (2012, p. 66). Todo esto conllevó a las naciones nacientes en la modernidad
a establecer una economía del tiempo que posibilitara un avance continuo y cada vez más acelerado en sus
procesos modernizadores, que se volvieron sinónimo de bienestar. En este sentido, todo problema social se
remitió a la incapacidad de las sociedades de instituir la lógica racional modernizadora en la resolución de sus
problemáticas. Y una de las maneras eficaces para revertir los contratiempos, algunas veces causados por las
modernas, es decir, en su voluntad por alcanzar las promesas de bienestar y abundancia.
Para ello era preciso entender la temporalidad como un flujo lineal de acontecimientos y
una historia y una manera concreta de contarla. La historia, es la historia del progreso
humano y sus triunfos sobre la naturaleza que antes era indómita, postura que refleja el
historicismo hegeliano criticado por Marx. Pero la relación entre sujeto e historia es de
mutua construcción. Para que la historia se estructurara sobre la noción de tiempo que
prevaleció en la modernidad, tuvieron que haber tomado lugar varios sucesos, y una de
ellos fue el nacimiento del sujeto moderno que, al igual que la noción de tiempo moderno,
permitiera de forma directa y sin ninguna intervención externa conocer la naturaleza del
mundo.
formas en que las sociedades se organizaban políticamente, que impedían establecerse en la modernidad, fue
la revolución. Ésta permitía deshacerse de las ataduras que inmovilizaban y asentaban a una sociedad en un
tiempo fijo, al mismo tiempo que desataba el impulso modernizador, dinamizando el flujo del progreso y, con
esto, abriendo el paso a la civilización.
Descartes11 puso en el panorama uno de los elementos centrales del sujeto
lado, su investigación sobre el cuerpo humano, esa máquina que describe en su Tratado del
hombre, y por otro su voluntad por definir la misma existencia del hombre, resultaron
pudo separarse del mundo para establecer la distancia epistemológica necesaria para
armónica; su identidad estaba centrada y regulada por la razón que disipaba cualquier
turbulencia interna y externa a él, es decir, si el hombre se dejaba guiar por la razón
universal y por los imperativos categóricos que recaían en él, cualquier contradicción dentro
o fuera podía ser esclarecida y, por consiguiente, nada más allá de la razón podía afectarlo.
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Como señala Touraine: “El pensamiento que domina la modernidad naciente no es el que reduce la
experiencia humana a la acción instrumental; tampoco es el pensamiento que sólo recurre a la tolerancia y
hasta el escepticismo, a la manera de Montaigne, para combinar razón y religión. Es el pensamiento de
Descartes, no porque sea el heraldo del racionalismo, sino porque hace andar a la modernidad sobre sus dos
pies” (2012, p.48). Lo que apunta Touraine en este párrafo, además de la importancia de Descartes, es que la
racionalidad ha sufrido transformaciones que hicieron que lo fundamentos de la modernidad también se
vieran trastocados. La modernidad nunca ha sido la misma, a pesar de que se muestre desde su lado positivo
como única y universal. En este sentido, el sujeto moderno tampoco ha sido el mismo, puesto que la
experiencia de la modernidad es diversa e incide en los individuos de varias maneras.
Nuestra conclusión es la siguiente: no hay modernidad sin racionalización,
pero tampoco sin la formación de un sujeto-en-el-mundo que se sintiera
responsable de sí mismo y de la sociedad. No confundamos la modernidad
con el modo puramente capitalista de modernización. (2012, p. 203)
Para que este nuevo sujeto-en-el-mundo naciera, tuvieron que desplegarse una variedad
subjetividad para así sentirse, percibirse y pensarse él mismo de manera diferente y habitar
el nuevo mundo moderno que se estaba alzando. La modernidad, como señala Touriene,
no hay que confundirla12 con su lado quizá más visible desde hace dos siglos: el modo
económica capitalista tomó mayor fuerza como modelo para acceder a las promesas de
Este mundo moderno capitalista asimiló bastante bien la lógica del tiempo
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Esta es una postura que Jürgen Habermas también hace notar cuando analiza la pregunta de Max Weber
sobre el porqué fuera de Europa la racionalidad de la modernidad no llevó por los mismos cauces. Para Weber,
como explica Habermas, la racionalidad producida en la modernidad penetró en la acción económica y en la
vida administrativa de las sociedades, además de haberse establecido en la esfera cultural.
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Como Habermas señala: “El concepto de modernización se refiere a una gavilla de procesos acumulativos
que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de recursos, al desarrollo de
fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la implementación de poderes políticos
centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de los derechos de participación política,
de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de valores y normas” (1993, p.12).
capitalismo que de acuerdo a Jügen Kocka (2015) había mostrado sus primeras
burguesa que, como señaló Marx en el Manifiesto del partido comunista14, no sirvió para
que las relaciones sociales se veían trastocadas a la par que lo hacían instrumentos de
Todo se esfuma, nada permanece, sólo el espíritu de cambio y renovación. Esta imagen
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Marx señalaba que: “La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal,
no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones
de opresión, las viejas formas de lucha por otras” (2016, p.22).
doble cara de la modernidad. El poeta francés lo que estaba describiendo en su momento
La actitud moderna, su discurso, así como su despliegue por el mundo, fueron pilares para
asimilaban a todos los hombres mediante una apuesta universal. En el proceso gradual en
el que se dio forma a la modernidad que ahora se conoce, varios elementos se fueron
imbricando, algunos de ellos fueron proyectos que buscaban darle otro rumbo a la
modernidad sin mucha fortuna, pero que, a pesar de ello, quedaron como actitudes o
panacea siempre buscada por el hombre. Sin embargo, en el interior de las mismas
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Como señala Michel Löwy: “La oposición romántica a la modernidad capitalista-industrial está lejos de
cuestionar siempre el sistema en su conjunto: […] reacciona a un cierto número de características de esa
modernidad que le parecen insoportables”. (2008, p. 40)
crearon “experiencias vitales” disímiles. En respuesta a esa otra parte de la modernidad,
que generaba siempre un excedente que había que ocultar, surgieron respuestas y
modernizadores que, más bien, eran tomados como peligros. En este sentido Marshall
Sin duda esta afirmación de Berman está producida desde una exaltación al impulso
que comprenden el mundo desde racionalidades distintas, pero que están inmersas en el
disfrazado de universalidad, como bien diera a entender Octavio Paz (1974). La modernidad
la
entiende ahora, en Origen de la desigualdad entre los hombres (1755) subrayó la necesidad
otras17.
Rousseau y el movimiento romántico son sólo algunos ejemplos que muestran cómo
la propia modernidad desde sus primeros momentos fue blanco de reflexión y crítica; sin
embargo, no han sido los únicos. Dentro de lo que se ha considerado como crítica a la
modernidad, Marx, Nietzsche y Freud tiene un lugar especial. No es casual que la crítica
siglo XIX, ya que fue en este periodo que se tornaron más concretos y sustanciales los frutos
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Esta crítica de Rousseau ya había sido expresada en la modernidad renacentista por Montaigne en su ensayo
De la desigualdad que existe entre nosotros, que sin duda inspiró el texto mencionado del primero y que
señalaba el aprecio que se tenía a unos hombres sobre otros. Ese aprecio radicaba en los rasgos superficiales
como la vestimenta o el estatus social al que pertenecían, pero si Montaigne los veía como características
superficiales e insuficientes para discriminar a los hombres, sí mostraban ya el antagonismo de clases que
Marx consideraba existente en la época premoderna y burguesa. De la misma forma, Montaigne, en De los
caníbales, vierte una crítica a las formas demasiado centradas en las visiones particulares para discriminar al
otro, remarcando la actitud europea de ver como bárbaro todo lo ajeno.
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Lo civilizado llevaba a pensar irremediablemente en lo incivilizado o bárbaro, creando así una distancia,
primeramente, entre los hombres mismos que eran sujetos a esa clasificación, y después entre las sociedades.
Esto tenía como consecuencia la discriminación de hombres y sociedades que, aunque existieran en la misma
temporalidad, eran fijados en momentos diferentes respecto a ella. De esta manera había hombres y
sociedades que parecían haberse quedado en un tiempo primitivo y salvaje, alejado de las bonanzas de la
modernidad civilizada. Se deducía que, si la finalidad era llegar a un estado pleno de civilización, entonces, las
sociedades que aún no habían ingresado a este paradigma eran primitivas y, por tanto, estaban atrasados y
por debajo de las que sí.
de la Revolución francesa, como catalizador ideológico que propició el cambio de
negativo. Entre más se imponía la vida moderna, más exhibía sus debilidades. En cuanto
más relucía su fuerza liberadora, más se mostraba como una “jaula de hierro” de la que el
dinamizadores de ésta. En este sentido, y como señalaría Paul Ricoeur (2009), la obra de
mundo, tomando de forma dudosa las verdades ya construidas. Así Marx mostró que el
sujeto autónomo de la modernidad en realidad existía de una forma alienada a los procesos
de producción capitalistas, bajo un discurso ideológico que lo hacía aceptar el mundo que
antagonismo entre las clases sociales y en el incremento de la desigualdad entre ellas, algo
acuñada por la modernidad ilustrada. La modernidad burguesa, que había logrado el mayor
desarrollo de las fuerzas de producción mediante el sometimiento de la naturaleza, de
renovador, pero a la vez destructivo, se pronunciaba como una contradicción que reflejaba
estado “de barbarie momentánea”, donde ese sujeto liberado por la razón con su poder de
autogobernarse quedaba reducido a ser “un apéndice de la máquina” (Marx. 2016, p, 28).
individual y lo social, misma que establecía valores antagónicos como lo privado y lo público.
y de construirse él mismo, algo que sólo podía suceder en una realidad en la que los factores
sociales e históricos no son vistos como determinantes de la constitución del sujeto mismo.
Sin embargo, en contra de esta idea de libertad plena del hombre autoconsciente de sí, se
volcaron las reflexiones de Nietzsche y Freud; el primero arremetiendo contra los valores
la opacidad y debilidad en la que la moral cristiana había hecho caer al hombre. Asimismo,
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Como Marx señalaba: “Las relaciones burguesas de producción y de cambio de relaciones burguesas de
propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y
de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado
con sus conjuros.” (2016, p.27)
su búsqueda nostálgica por cierto origen perdido en el que el hombre podría despertar del
hecho caer, lo llevó a cuestionar19 los fundamentos que dotaban de valor a lo bueno en
detrimento de lo que se consideraba como malo y a proponer que esos valores que
establecían la moral se daban como naturales y que esto cerraba la posibilidad de pensar
que lo bueno pudiera encerrar también lo malo, es decir, que en la raíz de la afirmación se
encontrara su negación.
cuestionamientos que vierte aquí, y que bien los pudo haber firmado Jacques Derrida
posteriormente, trastocan la comodidad del sujeto ilustrado que se guía por la racionalidad
y la moral. La búsqueda por aquello que dota de valor a las cosas, lo llevó inexorablemente
a dudar y sospechar de los fundamentos de la vida del sujeto moderno y a crear la necesidad
de hacer una revisión genealógica que diera cuenta de ello, misma que posteriormente sería
arqueología en Foucault.
Por su lado, Freud, con una veta venida del romanticismo, señaló de forma
contundente la fragilidad de la razón del hombre. Ésta, como conciencia transparente que
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Como se preguntó Nietzsche en La genealogía de la moral: “¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario?
¿Qué ocurriría si en el “bueno” también hubiese un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una
seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro?
¿Viviese quizá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero también con un estilo inferior, de modo más
bajo?... ¿De tal manera que justamente la moral fuese culpable de que jamás se alcanzasen una potencialidad
y una magnificencia sumas, en sí posibles, del tipo de hombre? ¿De tal manera que justamente la moral fuese
el peligro de los peligros?” (2013, p. 33)
le posibilitaba al hombre ser dueño de sí mismo, aparecía ahora como un aspecto más de
su vida psíquica, y no como la única y central. El hombre racional que durante la modernidad
había apelado a la reducción y control de sus pasiones, de repente se veía confrontado con
todos sus deseos irracionales. El sujeto moderno que había construido la ilusión de una
racional y soberano se veía amenazado por eso que pensó había logrado dominar, pero que
ahora retornaba agresivamente para destronarlo. Ese yo unificado y liso no era más que
una enorme reducción, producida en la modernidad, de la vida interior del hombre, que al
un humor que hacía pensar en la decadencia, en una crisis del sistema reflejada en un
Spengler, que sostenía la idea de “la extinción de la cultura occidental” (1993, p.26). Aquí
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Stuart Hall, al hablar de la importancia de Freud apunta que: “Teoriza que nuestras identidades, nuestra
sexualidad y la estructura de nuestros deseos están formadas sobre la base de los procesos psíquicos y
simbólicos del inconsciente, que funcionan según una ‘lógica’ muy distinta de aquella de la Razón, y causa
estragos al concepto del sujeto de conocimiento y del sujeto racional de identidad fija y unificada, el sujeto
del postulado cartesiano, ‘Pienso, luego existo’. Este aspecto del trabajo de Freud ha tenido, asimismo, un
profundo impacto en el pensamiento moderno durante las últimas tres décadas. Por ejemplo, pensadores
psicoanalíticos como Jacques Lacan, interpretaron que Freud sostenía que la imagen del yo como ‘entero’ y
unificado es algo que el infante aprende de manera gradual, parcial y con gran dificultad.” (2014, p. 412)
origen de la cultura occidental, más allá de que ésta en sus propósitos expansionistas
bienestar y la resolución de los conflictos por medio de la razón universal, se instaló por
completo en Europa y, desde ella misma, se originó una crítica empeñada en analizar a
través de una revisión histórica los fundamentos mismos de las promesas modernas. En
Theodor Adorno, Leo Löwenthal, Herbert Marcuse, Walter Benjamin, entre otros, tuvo
como objetivo, según Horkheimer: “La apelación a un mundo completamente otro, distinto
a éste, tenía primeramente un ímpetu filosófico social” (1989, p.10). La búsqueda de otro
posibilidades, y para ello es necesario un trabajo profundo de análisis de las fallas que han
planteamientos. Ese trabajo fue realizado por los integrantes de la Escuela de Frankfurt, no
para decir cómo debía ser el fututo, sino para señalar cómo no debía serlo, como en algún
de Frankfurt fue marcadamente diferente a sus predecesores, más si son comparados con
desde las instituciones hegemónicas que siempre coadyuvan a conservar el status quo, sino
de las marginales, como ocurrió en este caso con los intelectuales de Frankfurt. Desde ese
espacio incómodo, pero necesario para la reflexión, la Teoría crítica surgió como objeción a
los desvíos de la modernidad que había pasado de ser una fuerza liberadora del hombre a
ofrecer las herramientas para su destrucción. Para ellos, la racionalidad, que había tenido
en sus orígenes una finalidad positiva, había sido pervertida y convertida en mera
modernidad, haciendo que sus promesas se vieran aún más lejanas. Walter Benjamin en
sus Tesis sobre la historia señala que el progreso excluye de su historia a aquellos sobre los
que la máquina civilizatoria ha pasado: “Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta
nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por
encima de aquellos que hoy yacen en el suelo” (2008, p.42). El progreso industrial a través
de la razón instrumental es para Benjamin un vendaval que impide voltear atrás y ver las
ruinas que deja a su paso, tal como lo expresara en su famosa tesis IX cuando habla del
ángel de la historia:
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Como Horkheimer y Adorono señalaron: “La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en
continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos
en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El
programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la
imaginación mediante la ciencia” (1998, p. 59). El sujeto moderno ilustrado terminó experimentando la
contradicción de su triunfo, fundada en una actitud patriarcal que se verificaba en la voluntad de poder y
dominio sobre la naturaleza, misma que radicaba en el interior del deseo de saber. Esta doble cara de la razón
ilustrada resultó catastrófica cuando la dinámica moderna capitalista experimentó la necesidad de una mayor
acumulación de capital en un menor tiempo y el bienestar social se redujo al consumo, ya que esto provocó
que el impulso moderno ilustrado se decantara hacia el lado del poder y la barbarie. Esto tuvo como sello el
sometimiento de triunfo de la razón al triunfo del progreso industrial capitalista. La voluntad de poder del
saber ilustrado tenía para Adorno y Horkheimer la finalidad no sólo de dominar a la naturaleza, sino también
a los hombres. Y en ese deseo de dominio, la prometida liberación de la modernidad ilustrada quedó
suprimida junto con la autoconciencia del hombre.
El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus
alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo
arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas,
mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es
lo que nosotros llamamos progreso (p.44)
A todas estas críticas a la modernidad que han sido señaladas de manera muy general se
de enunciación desde el que se originan, ya sea desde el centro o los márgenes, ya desde la
a veces como una violencia hacia aspectos concretos de ella, pero siempre desde una