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Patricia Funes

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Pensar la Nación, algunas sugerencias
“El olvido, incluso el crear histórico, son un factor
esencial en la creación de una nación, y de aquí
que el progreso de los estudios históricos sea
2
frecuentemente un peligro para la nacionalidad”
Erlist Renon 3

Desde la disciplina histórica uno corre el riesgo y la seducción de caer en una suerte de “metahistoria”,
intento de desandar y deconstruir analíticamente el camino que -con pericia- llevó a algunos cultores de la
historia a cristalizar en un momento dado una interpretación del pasado de modo tal que, a partir de ese
momento, cualquier otra interpretación pase a ser un peligro. Sin embargo, no va a ser ese nuestro objetivo.
Partamos de la base de la existencia inobjetable de las naciones, las nacionalidades y los
nacionalismos. Comencemos con la pregunta pueril, ingenua: ¿Qué es una Nación? ¿Es lo mismo Nación y
Patria? ¿Cuál es la relación entre Estado y Nación? ¿Hay Estados sin Nación? ¿Y Naciones sin Estado?
Probablemente cada una de estas preguntas individualmente formuladas sean insuficientes para enfocar el
problema. Son, sin embargo, algunos de los imprescindibles interrogantes para pensar, no ya respuestas
acabadas, sino preguntas cada vez más precisas para abordar el problema.
Y la cuestión no es ociosa porque los actuales conflictos nacionales en el mundo invitan a una
nueva reflexión sobre ese no tan viejo problema. Como dice Hobsbawn, si después de la hecatombe
nuclear llegara a la Tierra un historiador intergaláctico y tratara de explicar cuáles fueron las causas de los
conflictos que terminaron con la Humanidad, después de un escrupuloso relevamiento de archivos y
fuentes (no destruidos por la bomba de neutrones) llegaría a la conclusión que los últimos dos siglos de la
historia del planeta son incomprensibles si no entiende un poco el término “nación”.
Todos nos sabemos sujetos pertenecientes a una nación, pertenencia que sella solidaridades,
lealtades, identidades, sutilísimos guiños comunes, objetivados en una bandera, un himno, un pasaporte,
etc. Sin embargo, si hiciéramos el ejercicio de preguntar qué es la nación para cada uno de nosotros,
probable mente las respuestas serían múltiples y, en muchos casos, contradictorias entre sí.
Pertenencia, identificación y voluntad suelen ser con frecuencia atributos inherentes a la idea de
nación. Sin embargo cuál es la cualidad de esos atributos que diferencian la pertenencia a la nación de otras
pertenencia y solidaridades, también voluntarias y autodefinibles. Y, aún más importante, qué es lo que
hace que esa pertenencia aparezca “por encima” de otras a la clase social, a una etnia, a una religión, a una
asociación profesional, aun cuadro de fútbol … la lista completa sería larga y controvertida. Y aquí la
enumeración es, ex profeso- de distinto carácter, para poner de manifiesto algunos ribetes del problema.
Vamos a tomar a modo de provocación la más sospechosa y “superficial” de esas preferencias que
hemos enumerado: la del cuadro de fútbol. Y a partir de acá la advertencia imprescindible: lo que sigue es
un ejercicio lógico … y por el absurdo.
Una de las características de los nacionalismos europeos a partir de la Primera Guerra Mundial es el
de ser un fenómeno de masas o, por lo menos, el intentar llegar a serlo. Para lograrlo en sociedades
modernas y complejas, echó mano a nuevas formas de expresión y propaganda. Uno de esos recursos
fueron los de medios de comunicación de masas (la prensa, pero aún más la radio y posteriormente, el
cine). Otro fue el deporte. Nuevamente siguiendo a Hobsbawm: “(…) el deporte tendió un puente sobre el
abismo que separaba el mundo privado del público, (…). Entre las dos guerras (…) el deporte
internacional se convirtió en una expresión de lucha nacional, y los deportistas que representaban a su
nación o estado, en expresiones primarias de sus comunidades imaginadas”2 Y, refiriéndose al fútbol: “La
comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas
cuyo nombre conocemos”. 3

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Este escrito quiere inaugurar una nueva forma de interlocución con los alumnos desde el equipo docente. Lo que
sigue no es, en términos estrictos, un artículo, una presentación, una introducción, tampoco es un “A modo de ….”.
Es voluntaria la elección de cierto lenguaje coloquial ya que la intención que persigue es la de desplegar algunos
problemas para su discusión en las clases “prácticas” y “teóricas”. Este texto inicial es, fundamentalmente, un
instrumento de trabajo, uno de los tantos itinerarios posibles para recorrer los artículos que hemos seleccionado.
Es sincero aclarar que gran parte de los núcleos temáticos que he elegido para introducir el problema son tributarios
de las discusiones realizadas en el seminario interno del equipo docente coordinado por Waldo Ansaldi que en el año
1992 trató el tema “Etnia, Clase y Nación en América Latina”. A lo largo del mismo contamos con la presencia del
Lic. Luis García Fanlo, auxiliar docente de la materia Análisis de la Sociedad Argentina, quien enriqueció nuestras
disertaciones con su investigación sobre el problema nacional y étnico en la actual Rusia.
Finalmente, la selección de los trabajos fue realizada conjuntamente por Waldo Ansaldi y por quien escribe.
2
HOBSBAWM, E., Naciones y Nacionalismos desde 1780; Crítica Barcelona 1991. Cap. 5, ps.151-152
3
Ibídem, p.153
Fundamentada la relación entre deporte y nacionalismo, enunciemos el ejemplo: situémonos por un
instante en nuestra realidad cotidiana y pensemos en los emblemáticos Boca y River. La pertenencia a
estos equipos es fuerte y las pasiones que mueven fervorosas, para una gran cantidad de argentinos.
Supongamos que juega River contra el cuadro X de Brasil. En el mismo campeonato juega Boca
(y probablemente su clasificación dependa del resultado adverso del equipo “millonario”). ¿Por quién
hincha “la mitad más uno”? Casi obvio: por el cuadro X de Brasil. ¿Quiere decir esto que, en esa situación,
la pertenencia o la lealtad al equipo es más fuerte que a la nación?
Otro ejemplo en la misma dirección pero en sentido contrario.
Es notable cómo ha quedado cristalizado en el recuerdo popular el gol de Maradona frente a la
selección inglesa, en el año 1986. Es cierto que la jugada fue de una pericia poco frecuente pero ¿por qué
ha quedado en la memoria esa jugada? Si bien en estrictos términos futbolísticos, el gol fue “de antología”,
también es cierto que lo fue tanto como otros que un jugador como Maradona realizó en otras
oportunidades. Probablemente (“a modo de hipótesis” hubiera escrito si no fuera un mero ejercicio por el
absurdo) haya otras razones:
1) El equipo, en este caso, era la “selección nacional”. Los colores de la camiseta son los de la bandera
argentina (aún cuando en ese partido la camiseta fuera azul).
2) El equipo contrario era la selección inglesa.
3) La Guerra de Malvinas estaba cerca y se repensaba en ese proceso de transición a la democracia.
No es disparatado pensar, entonces, que a diferencia del caso anterior, ese gol sintetizó un
conjunto de cuestiones no estrictamente futbolísticas que le imprimieron un sello particular. Aquí la
pertenencia nacional (y ni vamos a entrar en el profundísimo significado que tienen las guerras en el
proceso de constitución, autote-terminación y cohesión de las naciones) es no solo más fuerte sino que le
imprime una pasión más a la ya pasional adhesión que el fútbol concita.
Todo este ejemplo, que ya puede ser tildado de caprichoso (en realidad lo es), no pretende más que
sugerir una de las tantas formas de pensar los problemas, sobre todo aquellos que parecen obvios. Porque
acerca del concepto de nación vale la frase agustiniana sobre el tiempo: “Si no me lo preguntan, lo sé; si me
lo preguntan, lo ignoro”. Además, es probable que el continente nación sea una de las pertenencias más
inclusivas y demandantes (“un hombre sin nación es como un hombre sin sombra”, puede leerse por ahí),
pero habría que poder explicar por qué y bajo qué condiciones.
Tan es así que hoy nos parece que la existencia de naciones y nacionalidades es un fenómeno
natural y que esa existencia es desde los orígenes de los tiempos. Sin embargo, las naciones son formas de
organización social relativamente nuevas, en términos históricos y, además, distan de ser espontáneas: hay
mucho de ingeniería social en la construcción de naciones. El “despertar de las naciones” europeo es un
fenómeno de la modernidad, como tal se ha asociado al Estado. Existe consenso en considerar que la
conformación de las naciones requiere como prerrequisito umbrales importantes de centralización política;
sin embargo son muchas las interpretaciones en las que se enfatiza la precedencia de la nación respecto del
Estado, en el caso europeo. En sociedades modernas, de un creciente nivel de complejidad, en las que la
división social del trabajo se acentúa y la población es móvil, la pertenencia a la nación es un modo de
galvanizar adhesiones en el momento que los mecanismos tradicionales de dominación se resquebrajan.
Expresiones que encontrarán en los trabajos que siguen tales como “etnicidad ficticia”, “patriotismo de
Estado”, y otras intentan dar cuenta de este fenómeno constitutivo de la nación desde el Estado, en casos,
con el Estado. Al punto tal que, para Gellner, por ejemplo son los nacionalismos los que crean la nación y
no a la inversa. Justamente el mismo autor llama nacionalismo a aquella ideología que, sobre todo, rechaza
la congruencia entre nación y estado. Este principio (una nación/un estado). “wilsoniano-leninista”
(constructor del mapa nacional de la primera posguerra) también reconoce un contexto histórico. No era
así, por ejemplo, para el pensamiento liberal del Siglo XIX para el cual un criterio imprescindible era el de
la viabilidad económica. Además los nacionalismos del s.XIX tendieron a unir lo disperso, hoy, por
ejemplo, los nacionalismos parecen ir en dirección contraria.
Otra dimensión del problema, que aislamos en términos analíticos pero que es inescindible en el
proceso histórico, es la relación del proceso constitutivo de las naciones, el desarrollo de la economía
capitalista y la sociedad de clases. La existencia de un mercado interno articulado, ya no “mera comunidad
territorializada”, parece como un elemento constitutivo de la mayor relevancia. De allí que la extensión de
las relaciones sociales capitalistas también operen históricamente en el proceso de formación de las
naciones. La existencia de una “clase nacional” que unifique y generalice sus intereses particulares es -en el
plano social- el correlato de lo anterior. En el caso europeo aparece claramente la burguesía en este papel
rector del proceso nacionalitario (sobre este punto son interesantes las reflexiones de Bloom sobre la
interpretación marxiana del problema y -en otro canal interpretativo pero también desde el marxismo- la
interpretación de Wallerstein), sin embargo, la lectura de Samin Amin (refiriéndose a la nación árabe)
contradice es interpretación postulando la existencia de la nación en formaciones sociales no capitalistas y,
por ende, de clases que, no siendo la burguesía tienen la capacidad para centralizar el excedente, lo cual le
permite esa función rectora.
Esto último nos introduce en otro problema nacional: la historización del problema nacional. La
conformación de las naciones ha sido un proceso desplegado en un tiempo dilatado, tiempo histórico que
marca diferentes contextos sociopolíticos y distintas fases del desarrollo de la economía capitalista.
Simplificando la cuestión y siguiendo a Edelberto Torres Rivas 4, el esfuerzo de hacer coincidir las
fronteras nacionales con los límites políticos de la nación en el ámbito europeo duró siglos, aún cuando se
haya consolidado en el siglo XIX. “La segunda ola de mundialización del estado nacional corresponde al
período de independencia de las colonias luso-españolas en este continente, (…). La última ola de
mundialización (…) se produce a raíz de una nueva descomposición del orden colonial en la posguerra: ella
plantea de manera nueva el problema de la idea nacional para numerosas sociedades asiáticas y africanas” 5.
Estos cuatro escenarios geográficos y estos tres (o cuatro) momentos temporales imprimen un carácter
específico y nuevos elementos para pensar el problema nacional, sobre todo en sociedades poscoloniales,
en las que habría que diferenciar el proceso latinoamericano, del asiático o el africano habida cuenta el
carácter que asumió la dominación imperialista en cada uno de ellos. Es decir, el proceso histórico de
descomposición del orden colonial es obviamente diferente en América Latina, Asia y África. Más al
margen de esas diferencias y especificidades hay un aspecto común: es el binomio imperialismo/nación el
que define las fronteras del segundo término, como imagen de identidad-alteridad frente a lo externo. Esta
cuestión tiene correlatos políticos visibles en sociedades dependientes: la contradicción oligarquía-pueblo
suele ser la fórmula política clásica de los movimientos autodenominados nacional-populares.
Finalmente en este catálogo de cuestiones que presentamos para la reflexión del problema,
queremos referirnos a un punto relevante, sobre todo en la actualidad. Se refiere a los componentes de raza
y lengua como inherentes a lo conformación de las naciones. Y estas cuestiones distan de ser baladíes o
exclusivamente teóricas ya que, en la práctica, el criterio de definición de lo que es una nación se erige en
principio de hegemonía política y, en última instancia, de inclusión-exclusión hacia “adentro” y de
convivencia o beligerancia hacia “afuera”. En este fin de siglo los movimientos nacionalistas se caracterizan
por ser divisivos, y reclaman su autodeterminación esgrimiendo razones de orden étnico, lingüístico y, en
menor medida, religiosos, criterios que tienden más a ser excluyentes que englobantes. Recordemos que la
raza (etnia) o la lengua y, aún la religión, fueron criterios irrelevantes en el momento de recortar los
contornos de las naciones en la Europa Moderna, antes bien el énfasis estaba puesto en el concepto de
ciudadanía o “pueblo soberano”, es decir, en un elemento inclusivo o, mejor, virtual y potencialmente
inclusivo. Raza, etnia y lengua son criterios negativos, más frecuentemente aplicables para definir al “otro”
que al “nosotros”.
No profundizaremos aquí esta cuestión ya que los textos que incorporamos en esta selección tratan
el problema en varias ocasiones y desde diversas perspectivas. Sí quisiera señalar dos cuestiones:
- La operación desde el poder de generalizar los rasgos de comunidad étnica o lingüística como discurso
legitimador, fácilmente captable y comprensible aparece en el momento en que el nacionalismo surge como
ideología política en sociedades masificadas.
- Ambos criterios son también un constructor social, algo “ficto”, que nada tiene que ver con el carácter
que le adjudica el mito nacionalista. No existen ni existieron Estados Nacionales, étnico y/o
lingüísticamente homogéneos.
Respecto de la comunidad lingüística no habría que pasar por alto que la “lengua oficial-nacional”
dista de ser lo que los nacionalistas sostienen, a saber: la lengua popular, vernácula, canal de expresión
natural de lo más genuino de la nacionalidad. Históricamente las lenguas oficiales fueron producto de
estilizaciones cuando no de construcciones de un lenguaje escrito y literario, monopolio de las élites
ilustradas que tomaron giros o modismos de la lengua popular. La lengua se extiende y “nacionaliza”,
precisamente para alcanzar la homogeneización de poblaciones en las que originalmente convivían distintas
lenguas y dialectos. La escuela en particular y la exoeducación, en general, permitió esa tarea de difusión.
Por otra parte, el problema racial (o “étnico”, y va entre comillas no porque sea lo mismo sino
porque, en oportunidades, la palabra es una manera elegante de maquillar esa palabra incómoda desde el
punto de vista ideológico) fue reducido a una versión darwinista y biologista que, en sus últimas
consecuencias, conlleva una interpretación valorativa en términos de superioridades e inferioridades
congénitas y hereditarias y, por ende, inmodificables voluntaria o históricamente.
Y para terminar con este banco de problemas (sin pretender agotarlos) me gustaría dejar planteado,
ex-profeso con pocas palabras, otra entrada para actualizar la nación: la relación Nación-Participación,
Nación-Democracia, Nación-Derechos Humanos. Estos criterios son afines (o deberían serlo) a la idea
nacional que, en síntesis, podría pautarse como un “nosotros en la diversidad”, aquello del “arco de
solidaridades”, que tantas veces hemos leído. Definir identidad a partir de esas relaciones supone
asociaciones, pertenencias, apropiaciones, que probablemente se acerquen a lo más genuino que, en
esencia, define a la nación: la autodeterminación que -bien entendida- es un producto social e histórico y,
como tal, dinámico y modificable. Debería ser factible pensar la Nación no como una esencia cristalizada e
inmutable, sino como una construcción colectiva hacia el futuro.------

4
TORRES RIVAS Edelberto, “La nación, problemas teóricos y políticos” en LECHNER Norbert (comp..) “Estado
y política en América Latina”, Siglo XXI, México 1º ed. 1981
5
Ibídem; pp.91-92

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