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La Lengua de los Pájaros

Cuando literatura y esoterismo se encuentran.

Richard Khaitzine
--Éditions Dervy, Paris, 1996--

“A la Dama tan dulce de los Amantes de la Naturaleza, que tiene por nombres:
Laura, Beatriz, Mirella, María, Ana, Helena, Esclarmonde, Clémence, Venus, Isis,
Marianne, Reina de Saba, Flora y Rosa.”
R.K.

“Así, la Rosa crece, decrece, pero florece siempre. Es sólo una cuestión de tiempo.
La Rosa es el truco que sabe disimularse y aguardar su tiempo.”
“La Caballería Amorosa”, de Pierre Dujols.

Prefacio.
El Filósofo y la Rosa.
.....es a ella a quien Dante, en su Divina Comedia, llama Rosa Cándida; es a ella a
quien le es dedicada un libro de Jean de Meung y Guillaume de Lorris: “Le Roman de la
Rose”.

La Rosa Mística de las letanías cristianas designa a la Virgen que viene a subplantar
a los dioses y diosas del “paganismo” sin que hasta ahora el sentido del símbolo sea
alterado. Tradicionalmente este simbolismo floral sirve para designar aquella
manifestación, surgida de las aguas primordiales, sobre las cuales se eleva y se expande.

El místico Angelus Silesius hace de la rosa la imagen del alma, la de Cristo mismo,
de la cual el alma recibe la impresión. Los Alquimistas, en sus textos, adoptarán esta
correspondencia. Ellos asocian el Cristo, aquél que dice “he venido a poner fuego en las
cosas”, con el Azufre (el alma). El Azufre es liberado a través del “baño mercurial”, así
como el Cristo nace de una Virgen (mineral) fecundada por la operación del Espíritu Santo.

Los viejos Maestros no se privarán de jugar con las palabras asimilando por
homofonía el Azufre y los “sufrimientos” de la Pasión, los cuales evocan “el pasaje” en el
crisol. Por extensión, y porque ella simboiza la regeneración, la resurrección y la
inmortalidad, la Rosa devino el emblema de la Piedra Filosofal y del Adeptado (aquél que
realiza la Gran Obra).
La roseta de las catedrales góticas marca el pasaje del simbolismo de la rosa hacia
aquél de la rueda, vale decir un agente que parece desarrollar su acción según un modo

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circular, cuyo objetivo es la conversión de todo el edificio molecular: este agente es
bautizado, en los escritos herméticos, “fuego de rueda”.

Ya en la antigüedad, la Rosa sugería los misterios de la iniciación. Así es como los


griegos pretendían que Palas Atenea (los alquimistas se decían los “Caballeros de Palas”),
nació en Rodas, la Isla de Las Rosas. Los rosales eran consagrados a Palas y Afrodita. La
rosa, en su origen, se asociaba también al espino, que porta una flor blanca.

(...)

En cuanto a Dante, pertenecía a una sociedad que llevaba el nombre de Fede Santa,
en la cual los miembros se designaban a sí mismos bajo la apelación de Fieles de Amor. La
Fede Santa luchaba contra la teocracia encarnada por la Iglesia Católica. Sus fines pasaban
por el establecimiento de un gobierno mundial, la abolición de la nobleza y la herencia de
bienes. Es a este programa que Dante hace referencia en un texto redactado en la jerga de la
secta:
En el oro de la rosa eterna que florece,
luego se marchita y se lamenta,
reside la alabanza perfumada al Sol
que siempre aquí hiberna.

Ella desearía hablar aunque permanece en silencio.


Vean cuán numerosa es
la asamblea de los Mantos Blancos.

Bien parece que el último verso hace alusión a los Templarios, los cuales, según
ciertos autores, estaban ligados a la Fede Santa. Otros pretenden, igualmente, que Dante
habría asistido a la ejecución del Gran Maestro de la Orden del Templo, Jaques de Molay.
Un detalle parece confirmar estos rumores. Existe en el Museo de Viena una
medalla de Dante que lleva la inscripción siguiente:
“Fidei Sancta Kadosh, Imperialis Principatus,
Frater Templarius”
lo que se traduce por: “Kadosh de la Fede Santa, Príncipe del Santo Imperio,
Hermano Templario”.
Esta inscripción es asombrosa ya que Dante no fue Príncipe del Santo Imperio. Por
el contrario, existe, dentro de la francmasonería del rito escocés, un alto grado de este
nombre. El término Kadosh (“santo”, en hebreo) es un grado que se dice de la “venganza
templaria”.

(...)

Esta asociación entre la Rosa y la Cruz se remonta a un período anterior. En efecto,


un sello conservado en Paris en los archivos nacionales, muestra al Conde de Toulouse,
Raymond VII, que fue el alma de la resistencia a la cruzada contra Occitania. Dicho sello
ofrece la particularidad de mostrar, a un lado y a otro del semblante del Conde, por un lado

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una rosa que es igualmente un Sol, y al otro una Luna creciente. En materia simbólica y
heráldica esto configura un “rebus”, asociando la Occitania y la rosa+cruz.
En efecto, los símbolos asociados del Sol (O) y de la Luna (C) conforman la palabra
OC, que reenvía a la OCcitania. Pero como el Sol simboliza aquí una Rosa, el emblema
representado se lee: “Rosa Creciente”, formulación que alude al siguiente juego de
palabras: “La Rosa crece” (“la rose croite”), evocando la rosa+cruz (“la rose-croix”).

Tales juegos de lenguaje eran corrientes en el pasado. Fueron largamente utilizados


por los trobadores que, a través del pretexto de composiciones poéticas y cortesanas,
vehiculizaban una operación de otra naturaleza. Esta voluntad de enmascarar sus escritos
pasa al vocabulario corriente a través del intermediario de una expresión latina: “sub-rosa”
(bajo la rosa). Esta expresión parece encontrar su origen en el hecho de que los miembros
de las sociedades secretas se reunían en habitaciones donde el plafón era decorado con un
rosetón.

Es evidente que estas diversas agrupaciones no cultivaban el secreto por placer.


Extayeron sus lecciones de la historia y sabían que un mínimo de discerción era
indispensable para su seguridad. Consecuentemente multiplicaron los juegos de lenguaje,
esforzándose en encriptar sus obras y esto, en todos los dominios del arte. Los sistemas de
codificación que emplearon fueron bautizados con diferentes nombres, el más original de
ellos fue el de Lengua de los Pájaros.

(...)

Cuando el alquimista contemporáneo conocido bajo el pseudónimo Fulcanelli,


decide publicar El Misterio de las Catedrales (1926), se cuidó de subrayar que los textos
herméticos se deben leer respecto a la Lengua de los Pájaros, en la cual “las reglas han sido
expuestas muy claramente por un erudito del s.XIX, Grasset d’Orcet”.
Este subrayado no es inocente, e implicó el despliegue de un vasto plan de ensamble
cuidadosamente elaborado que se traduce en los hechos por la publicación de una multitud
de obras, en apariencia anodinas, que pueden leerse en diferentes niveles. Un análisis atento
de dichos textos indica que nos encontramos en presencia, si no de una escuela literaria, al
menos de escritores con motivaciones comunes.
En efecto, el fenómeno no es nuevo.
En el pasado, Dante, Francesco Colonna, Francois Rabelais, Francois Villon,
Savignien Cyrano de Bergerac, Johnatan Swift, Cervantes, Shakespeare, Francis Bacon y
tantos otros, sin omitir los autores de la antigüedad.
El siglo XIX no ignorará esta tradición y numerosos escritores fueron dignos
seguidores de sus predecesores. Al caprichoso y erudito Gérard de Nerval, le sucedieron
Georges Sand, Jules Verne, el asombroso y desconocido Raymond Roussel, Henry
Gauthier-Villars, Alfred Jarry, Maurice Leblanc y Gaston Leroux.

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