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LA ERA DE LA REVOLUCIÓN, 1789 – 1848

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Según el autor, el estallido de la revolución se lleva a cabo un día determinado entre los años 1780
a 1790, esto según lo confirman los estudios estadísticos que demuestran un despegue económico
incomparable en relación a otra época pasada. Supuso la mayor transformación de la historia
humana desde los remotos tiempos en que los hombres inventaron la agricultura y la metalurgia, la
escritura, la ciudad y el Estado.
La gran revolución de 1789 – 1848, fue el triunfo no de la “industria” como tal, sino de la industria
“capitalista”; no de la libertad e igualdad en general, sino de la “clase media” o sociedad
“burguesa” y liberal; no de la “economía moderna”, sino de las economías y estados en una región
geográfica en particular del mundo (parte de Europa y algunas regiones de Norteamérica), cuyo
centro fueron los estados rivales de Gran Bretaña y Francia.
Sería un error establecer una fecha para su inicio y termino, considerando que fue un proceso
revolucionario que forma parte de un todo. Lo que sí es correcto afirmar, es que la revolución se
desarrolla o más bien comienza su despegue a partir de la década de 1780. El proceso general de
la revolución se podría afirmar que concluye con la construcción del ferrocarril y con la creación de
una fuerte industria pesada en Inglaterra en la década de 1840; pero la revolución en sí, es decir el
Take-off, puede datarse entre los años 1780 y 1800, fecha en que se desarrolló simultáneamente la
Rev. Francesa. Dicho ESTALLIDO (o el despegue Take – Off, como lo denominan algunos
economistas) implico para aquella época el quiebre de una sociedad preindustrial.
GRAN BRETAÑA fue el espacio físico donde dicha revolución tuvo su despegue, esto porque ésta
potencia, a diferencia de otras con quienes competía, se encontraba aventajada gracias a su
superioridad científica y técnica. Dicha tecnificación fue implementada y llevada a práctica en los
campos de tierras agrícolas con el fin de aumentar la producción y la productividad para alimentar a
una población no – agraria en rápido y creciente aumento; además para incrementar los excedentes
que permitirían posibles exportaciones.
La economía de Gran Bretaña permitía que dicha revolución se mantuviera gracias a dos elementos
sumamente importante: la industria algodonera y la expansión colonial. Sin ambas, la economía
inglesa no hubiera dado tales frutos y mucho menos haber permitido el despegue hacia una
economía capitalista.

EL ALGODÓN. Cabe hacer notar que la industria algodonera estuvo fuertemente interrelacionada
con el comercio de esclavos, que servían como mano de obra eficaz para el trabajo de extracción
de algodón en los campos de américa y que proporcionaban el algodón suficiente para la industria
británica.
La mecanización del tejido de algodón fue creciendo por todas partes, lo que ocasiono que los
tejedores manuales fueran muriendo lentamente puesto que la industria ya no los necesitaba para
nada. Fue tal la importancia del algodón que las palabras “industria” y “fabrica” eran aplicables
casi exclusivamente a las manufacturas de algodón en el Reino Unido.
Entendiendo lo anterior, es necesario mencionar que la demanda derivada del algodón contribuyo
en gran parte al progreso económico de Gran Bretaña hasta 1830.
PRIMEROS LEVANTAMIENTOS SOCIALES
En la década de 1830 – 1840, la revolución industrial trajo consigo su primera crisis en Gran Bretaña,
caracterizada por una marcada lentitud en el crecimiento y por la disminución de la renta nacional.
Esta situación ocasionaría notorias consecuencias sociales: la transición a una nueva economía creo
miseria y descontento social, lo cual se traduciría en una revolución social compuesta principalmente
por los pobres de las zonas urbanas e industriales dando origen a las revoluciones de 1848.
No solo fueron los pobres quienes protagonizaban los levantamientos, también este descontento
incluía a pequeños negociantes y burgueses, granjeros y trabajadores sencillos; quienes incluso
optaban por destrozar las maquinarias culpándolas y asiéndolas responsables de sus dificultades.
La explotación del trabajo que mantenía las rentas del obrero a un nivel de subsistencia, permitía a
los ricos acumular los beneficios que financiaba la industrialización y aumentar sus comodidades,
suscitando así el antagonismo del proletariado. Todo iba bien para los ricos, que podían encontrar
cuanto crédito necesitaran para superar la rígida deflación y la vuelta a la ortodoxia monetaria de la
economía después de las guerras napoleónicas; en cambio, el hombre medio era quien sufría y
quien en todas partes y en todas las épocas del siglo XIX solicitaba, sin obtenerlos, un fácil crédito y
una flexibilidad financiera.
Los obreros y pequeños burgueses descontentos se encontraban al borde del abismo y por ello
mostraban el mismo descontento, que les uniría en los movimientos de masas del “radicalismo”, la
“democracia” o el “republicanismo”, entre los cuales el radical inglés, el republicano francés y el
demócrata jacksoniano norteamericano serían los más formidables entre 1815 y 1848.
Sin embargo la situación, general en toda la industria británica, no era del todo pesimista. Por ello se
debía realizar una reducción directa de jornaleros, una sustitución de los caros obreros expertos por
los más baratos, y por la competencia de la máquina. Así pues, la industria se veía obligada a
mecanizarse (lo cual reduciría los costos al reducir el número de obreros, a racionalizarse y a
aumentar su producción y sus ventas

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