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UNIVERSIDAD AUTONOMA LATINOAMERICANA

Modulo

Sistemas Procesales en Latinoamérica

Presenta

Kassandra Jhailu Zuleta Hoyos

Docente

Fernando León Tamayo

Noviembre 2018
Ha fracasado el Sistema Penal Colombiano?

I. Introducción.

La problemática de nuestro sistema penal, así como el tema carcelario, no parecen


ser temas de interés dentro de las discusiones actuales que se toman nuestro país.
Constantemente se habla de la problemática del hacinamiento carcelario, pero sin
que haya una discusión de fondo, así mismo los ciudadanos pedimos penas más
duras para quienes delinquen, lo que implica recluir a los delincuentes en las
cárceles que no existen, un verdadero problema, una encrucijada.

Sin dudad cuando abordamos el tema carcelario en nuestro país es evidente el


colapso, según cifras del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en nuestro
país hay 115.792 personas privadas de libertad (cifras oficiales con corte al 28 de
febrero de 2018), las tasas de hacinamiento superan el 365 por ciento en algunos
centros de detención, la calidad de atención primaria y el acceso a servicios
especializados de salud es deficiente, falta espacio de esparcimiento y
resocialización y finalmente la infraestructura es obsoleta por falta de
mantenimiento.

Muchos se preguntaran si existe alguna relación entre esta problemática carcelaria


y nuestro sistema penal, y la respuesta es sí. Nuestro sistema penal actual es un
sistema ineficaz, impune y falto de garantías en cuanto a la promoción y protección
de los derechos fundamentales, carencias que han llevado al agravamiento del
sistema carcelario y penitenciario en nuestro país.

De acurdo a lo anterior este texto va encaminado a exponer como el sistema penal


nuestro ha evolucionado, como se ha aplicado a nuestra realidad junto a una política
criminal fallida, y como estos factores han influido en la problemática carcelaria que
se vive actualmente.
II. Naturaleza del Sistema Penal en nuestro País.

Primero que todo es necesario hablar de la adopción de un sistema penal acusatorio


en nuestro ordenamiento jurídico penal. Dicha transformación se da tras una
discusión estatal y académica de la época del 91, ya que se hacía necesario pasar
de un sistema inquisitivo a uno acusatorio, porque dicho sistema había fracasado
puesto que se había convertido en un sistema lleno de ineficiencia, impunidad y falto
de garantías en derechos fundamentales.

La idea de optar por un sistema penal acusatorio, se soportaba en varios principios1,


así:

1) Independencia de la Fiscalía General de la Nación respecto de la Rama


Ejecutiva.

2) Monopolio de las funciones de investigación y acusación en cabeza del Fiscal


General de la Nación y sus agentes.
3) Establecimiento de un procedimiento único para la investigación y
juzgamiento de delitos.

4) Igualdad de condiciones entre el ente acusador y la defensa durante todas


las etapas del proceso.

Finalmente estas propuestas se fraguaron en la Ley 600 de 2000, en la que


prevalecía un sistema inquisitivo, plagado de concentración de poder, e ineficaz en
el tiempo.

Ante este fracaso se abre paso a la Ley 906 de 2004, el actual Código de
Procedimiento Penal (L. 906/04, CPP), la cual se creó con dos características
principales:

1
ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE. Proyecto de acto reformatorio de la Constitución N° 11. “Propuesta de Estructura del Sistema
Acusatorio”. Hernando Londoño Jiménez. Gaceta constitucional N°10.
La separación de funciones de investigación y juzgamiento y el
fortalecimiento de la función investigativa de la Fiscalía General de La
Nación. Al reformar los artículos 250 y 251 de la Constitución Política
se buscó despojar de gran parte de las funciones judiciales que
ostentaba la Fiscalía, en aras de preservar los derechos
fundamentales del sindicado y mejorar la función investigativa y
acusatoria (USAID, 2018, pág. 21)

Luego de una claro fracaso del sistema anterior y que además buscaba recoger y
aplicar un sistema penal acusatorio (SPA).

Según la según la Corporación Excelencia a la Justicia (CEJ), este nuevo sistema


nación con unos objetivos específicos que abordaré rápidamente:

1) Hacer más eficiente el sistema penal: Lo que buscaba el estado con este
objetivo era que se diera mayor respuesta a la criminalidad, reducir la
impunidad, escogiendo los caso de mayor interés para la sociedad y optando
por una justicia premial. Al respecto, (Bayona, Gomez, Mejia, & Ospina,
2016) afirman que:

La eficacia no puede ser entendida como producción masiva de


condenas privativas de la libertad en establecimientos penitenciarios,
sino más bien, como la realización de la Constitución. La eficacia del
sistema de administración de justicia penal debe estar sujeta a
prácticas jurídicas que encuentren un punto medio entre la protección
de la seguridad y, al mismo tiempo, el respeto por las garantías
procesales y los derechos fundamentales. Para realizar este ideal es
necesario que la lucha contra la delincuencia y la realización de la
seguridad, no se arraiguen en respuestas netamente retribucionistas.

2) Perseguir prioritariamente y sancionar la criminalidad grave y


organizada: Este objetivo se encaminaba a escoger y perseguir los casos
de mayor impacto social y a adoptar medidas ejemplarizantes.
3) Hacer más garantista el sistema penal.

4) Garantizar la idónea atención a víctimas: Permitir la participación de las


victimas dentro del proceso penal.

5) Fortalecer la justicia restaurativa: Este objetivo propendía por la


restauración integral a las víctimas.

6) Mejorar la confianza de la ciudadanía en la justicia penal: Una justicia


más ágil y rápida, más justa y, por tanto, con mayor aceptación en una
sociedad.

7) Mejorar la calidad de las decisiones judiciales.

Sin dudad estos objetivos trazados han fallado, hoy estamos frente a un sistema
penal menos eficiente, menos garantista, menos restaurativo, y con el mayor índice
de desconfianza por parte de la ciudadana en la justicia penal. Se podría concluir
tajantemente que el sistema ha fallado.

López Molina, Ricardo, afirma que denominar a este sistema como penal acusatorio
es un error, pues pierde de vista que la forma de procesamiento es tan solo una
parte de todo el sistema penal. Lo que nos permite avisar que desde la base el
sistema fue mal concebido y que por lo tanto no iba a tener la robustez necesaria
para afrontar la problemática penal de nuestro país, ni iba a poder cumplir los
objetivos que se habían propuesto en su creación.

El autor manifiesta además que cuando el aparato de fuentes del ordenamiento


jurídico penal funciona sin tener claro’ que existe un sistema al que nutre con
elemento, y que además hay un desprecio por lo valores constitucionales se
produce un desbalance que afecta las cualidades básicas del ordenamiento jurídico,
omitiendo las características propias de un buen ordenamiento la unidad, la plenitud
y la coherencia, según el autor.

Pero qué significado tienen cada una de estas características en nuestro


ordenamiento jurídico?. El autor López Molina, Ricardo nos hace una pequeña
descripción de cada característica:

1) Con unidad se refiere a la Constitución de 1991 como norma de normas y al


bloque de constitucionalidad.
2) La plenitud hace referencia a que el ordenamiento jurídico debe ser un todo
integro, es decir que las conductas estén consagradas en el ordenamiento
como prohibidas, ordenadas o permitidas.
3) Y la coherencia significa que el ordenamiento jurídico debe contener un único
tratamiento para una misma situación.

Lo omisión de estas características ha originado un desorden normativo e


institucional han hecho que la situación jurídica de nuestro país este al borde del
colapso, y con tal situación se ha generado la problemática penitenciaria y carcelaria
antes mencionada.

La problemática carcelaria responde principalmente a problemas en el diseño de la


política criminal, al déficit financiero y a la inoperatividad de las actividades de
resocialización, todas ellas características adoptadas en el sistema penal
acusatorio.

III. Abordaje a nuestra política criminal y la política carcelaria.

Pero antes resulta de abordar la situación política carcelaria, es importante hacer


una breve referencia a nuestra política criminal y posteriormente nuestro sistema
penitenciario, de acuerdo a las siguientes consideraciones:

Nuestra política criminal ha sido catalogada como incoherente, coyuntural, reactiva


y episódica; adjetivos a los que se agrega el hecho de ser con frecuencia
instrumentalizada por intereses populistas y políticos.
En nuestro país, sin duda alguna contamos con una política criminal errada que, no
aplica la prevención de la criminalidad pues la intimidación es su mejor arma,
infringiendo miedo a través de la norma penal en todos los individuos de la sociedad.
Esta instrumentalización de la política criminal en nuestro país se ve reflejada en la
creación de más conductas punibles y en el aumento de las penas como
instrumento intimidante y por ende disuasivo, verbigracia, la cadena perpetua
actualmente sobre la mesa.

Otro ejemplo claro de cómo se maneja la política criminal en nuestro país, se refleja
en los 30 cambios que ha tenido el Código Penal vigente, Ley 599 de 2000,
aumentando las condenas, lo que ha repercutido en el endurecimiento del sistema.
Esas reformas se han llevado a cabo sin que medien estudios sobre su impacto y
viabilidad, y están fundamentadas esencialmente en demandas de seguridad
ciudadana y en la percepción de impunidad por parte de la sociedad. (Vera, 2014,
págs. 307-370).

Igualmente, la función de la política criminal frente al derecho sustancial penal


consiste en determinar qué bienes jurídicos precisan de protección penal, o
qué otros medios menos gravosos, distintos de la persecución penal y del
encarcelamiento, pueden ser suficientes y eficaces para la protección de los
bienes jurídicos fundamentales y la seguridad pública. (Vera, 2014, págs.
307-370)

Finalmente, a fin de adentrarnos en la problemática de la política penitenciaria, es


importante resaltar que aunque esta aparece aislada de la política criminal, hace
parte de ella, conservando una relación de causa y efecto. Puesto que si una política
criminal como ya la conocemos en nuestro medio, es decir falta de planeación,
visión, organización, y programas para la resocialización o reinserción social, la
consecuencia será reincidencia, lo cual representa una de las causas de la
sobrepoblación carcelaria y penitenciaria en nuestro país.
En nuestro país el sistema penitenciario junto con la pena privativa de la libertad
nace en 1837 en el gobierno de José Ignacio de Márquez, momento en el que se
expide el primer Código Penal. La idea de la pena privativa de la libertad en ese
momento era la de colaborar con el proceso de formación del Estado-nación de ese
momento ser el elemento sancionatorio y de disciplina.

Posteriormente en el periodo del General Reyes se crearon las primeras colonias


penales y militares a través del decreto legislativo No. 9 del 21 de enero de 1905.
Luego con la ley 35 de 1914 se nacionalizó la casa de presidio y reclusión para las
penas impuestas por el poder judicial, y además se creó la Dirección General de
Prisioneros.

En el año de 1938 los establecimientos de reclusión en Colombia tenían una


población conformada por 8.686 internos. Esta población aumento anualmente en
una cifra promedio de mil internos. En 1946 la población disminuyó en 2765 internos
como consecuencia del proceso de des judicialización, pero en los siguientes años
continuó aumentando, debido al alto índice de violencia que se vivió durante esta
época, hasta llegar a la cifra de 37.770 internos. (Barragán C, 2010). Las cifras han
seguido en aumento de manera exponencial hasta convertirse en hacinamientos
carcelarios en todo el país.

Según la (CICR) hablar de hacinamiento en los establecimientos penitenciarios, o


de la alarmante ausencia de infraestructura apropiada para cumplir con los fines
resocializadores de la pena no es algo nuevo en Colombia. No es noticia. La propia
Corte Constitucional ha declarado en tres oportunidades la existencia de un estado
de cosas inconstitucional en las cárceles del país por los problemas de
hacinamiento, específicamente en la Sentencia T-153 de 1998, donde la Corte dio
su primera voz de alarma sobre el sistema penitenciario y carcelario, y expresó:

“Las cárceles colombianas se caracterizan por el hacinamiento, las graves


deficiencias en materia de servicios públicos y asistenciales, el imperio de la
violencia, la extorsión y la corrupción, y la carencia de oportunidades y
medios para la resocialización de los reclusos. Esta situación se ajusta
plenamente a la definición del estado de cosas inconstitucional. Y de allí se
deduce una flagrante violación de un abanico de derechos fundamentales de
los internos en los centros penitenciarios colombianos, tales como la
dignidad, la vida e integridad personal, los derechos a la familia, a la salud,
al trabajo y a la presunción de inocencia, etc. Durante muchos años, la
sociedad y el Estado se han cruzado de brazos frente a esta situación,
observando con indiferencia la tragedia diaria de las cárceles, a pesar de que
ella representaba día a día la transgresión de la Constitución y de las leyes.
Las circunstancias en las que transcurre la vida en las cárceles exigen una
pronta solución. En realidad, el problema carcelario representa no sólo un
delicado asunto de orden público, como se percibe actualmente, sino una
situación de extrema gravedad social que no puede dejarse desatendida.
Pero el remedio de los males que azotan al sistema penitenciario no está
únicamente en las manos del INPEC o del Ministerio de Justicia. Por eso, la
Corte tiene que pasar a requerir a distintas ramas y órganos del Poder
Público para que tomen las medidas adecuadas en dirección a la solución de
este problema.”

En la Sentencia T-388 de 2013, la Corte dio un salto notorio al indicar que el


hacinamiento no era el único problema que debía resolverse y calificó la política
criminal colombiana como reactiva, incoherente, ineficaz, volátil, desarticulada, sin
intenciones de resocializar a los convictos y, por lo tanto, una política criminal que
carece del necesario enfoque preventivo.

Bajo estas circunstancias, la política criminal en si misma viene a ser un factor clave
para entender la situación carcelaria del país.

Las situaciones que influyen en esta problemática son muchos y van más allá del
hacinamiento, por ejemplo el número insuficiente de personal penitenciario, así
como una política criminal muy dura con las mujeres. Al respecto la (CICR) expuso
que “La sobreutilización de la cárcel como solución a todo problema social sin
evidencia de que la privación de la libertad sea por sí sola una medida disuasiva
frente a la criminalidad contribuye a crear una grave situación humanitaria que hoy
supone una bomba de tiempo. El rediseño de la política criminal debería dar
prioridad a la prevención y a la reinserción, no a la detención como única medida
para hacer frente a la inseguridad” ((CICR), 2018).

Dentro del sinnúmero de causas que dan origen a este estado inconstitucional de
cosas, determinado por la Corte, vale también traer a colación el sinnúmero de
normas sustantivas que se emiten con el fin de subir las penas, quizás para quedar
bien con la sociedad, que las clama ante la impunidad rampante de la justicia actual,
dejando vacíos normativos que en nada ayudan a solucionar el problema jurídicos
y de política criminal actual (Bayona, Gomez, Mejia, & Ospina, 2016).

Sin duda el mayor problema carcelario actual radica en la violación de derechos


fundamentales de los presos, tales como el derecho a la salud, dignidad humana,
al trabajo, a la intimidad, integridad personal, prohibición de someter a las personas
a torturas, tratos crueles e inhumanos, etc. Tales vulneraciones se manifiestan de
distintas formas, que comienzan por la falta de un lugar amplio y digno para los
presos, sumado a la pésima alimentación, abusos por parte de los guardias y
algunos empleados de los centros penitenciarios, y de los presos mismos que
conforman las grandes masas, y que en ocasiones se convierten en los mandatarios
de dichos centros remplazando el poder del estado dentro de dichos centros, y por
supuesto la violencia que genera la falta de tolerancia presentada por las mismas
condiciones infrahumanas como conviven los reos (Mavorga, 2015).

Es evidente que la situación actual hace imperiosa una reforma que solucione el
hacinamiento que hoy padece el sistema carcelario en Colombia

IV. A modo de conclusión.

Como conclusiones de loa acercamientos y manifestaciones hechas, podemos


manifestar lo siguientes:

Inicialmente, estamos frente a un sistema penal que no es claro, pues se pasó de


un sistema inquisitivo, con la Ley 600 de 2000, en la que prevalecía un sistema
inquisitivo, plagado de concentración de poder, e ineficaz en el tiempo, y que
seguidamente se creó un aparente Sistema Penal Acusatorio, que no lo es, ya que
se trata un sistema procesal.
Tal situación nos lleva a concluir que era predecible que el nuevo sistema adoptado
mediante la Ley 906 de 2004, el actual Código de Procedimiento Penal, no
solucionaría los problemas del sistema anterior por la falta de planeación,
investigación y desarrollo de la realidad de nuestro país.

De acuerdo con el autor López Molina, Ricardo, podemos concluir que las
características que debe tener un ordenamiento jurídico, como son, la unidad, la
plenitud y la coherencia no se ven representados en nuestro ordenamiento, y que
por lo tanto el nuestro sería un ordenamiento débil, que posiblemente fracasara,
como se está evidenciando actualmente.

Igualmente podemos concluir en lo concerniente a nuestra política criminal, que ha


sido catalogada, con justificación como una política criminal incoherente, coyuntural,
reactiva y episódica; y que además obedece a intereses populistas y políticos, una
situación bastante evidente en nuestro país. Como consecuencia de lo anterior
podemos concluir que efectivamente contamos con una política criminal equivoca,
que al optar por la intimidación y la aplicación de penas en su máxima expresión,
desconoce los derechos fundamentales y en nada ayuda a la prevención en la
comisión delictual, por el contrario, coadyuva con la reincidencia delictual.

Continuando con nuestra política criminal, si bien es cierto que el Estado tiene la
función de resguardar la seguridad de todos, esta no es una obligación que
necesariamente funcione creando nuevas normas penales, ni con la inclusión de
nuevas figuras delictivas cada vez que hay un comportamiento nuevo que no está
regulado en la norma penal, y menos con el aumento de las penas. Es una
estrategia sin dudad errada establecer como primordial la sanción penal, dejando
por completo en el olvido la prevención, las medidas pedagógicas, las penas
alternativas y las sanciones administrativas, culturales o morales, que incluso
podrían resultar más eficaces en la lucha contra la delincuencia.

Podemos concluir además que nuestro sistema penal sumado a un mala política
criminal han causado una grave problemática carcelaria, con la consecuencia de
hacinamiento que se vive y aumenta cada día, lo que trae consigo otros problemas
como, la mala prestación en los servicios de salud, mala alimentación, inseguridad,
violencia, corrupción, ingobernabilidad de los establecimientos de reclusión,
escasez de actividades encaminadas a la resocialización del condenado, como el
trabajo remunerado, estudio y recreación, entre otras.

Y finalmente, si fallo nuestro sistema penal acusatorio y procesal, y junto a ellos


nuestra política criminal. Necesitan una reforma estructural urgente.
BILBIOGRAFIA

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https://www.icrc.org/es/document/carceles-en-colombia-una-situacion-insostenible

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7f07-45c7-b298-
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[http://www.politicacriminal.cl/Vol_06/n_12/Vol6N12A3.pdf]

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Muñetones Rozo, I. (2016). Gómez, J. (2015). Los fundamentos del sistema adversarial de
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CALLE CALDERÓN, Armando Luis. Acerca de la Reforma Procesal Penal. Una primera aproximación..
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acceso: 22 nov. 2018

Diana Maite Bayona Aristizabal, Alejandro Gómez Jaramillo, Mateo Mejía Gallego, Víctor Hugo
Ospina Vargas,
DIAGNÓSTICO DEL SISTEMA PENAL ACUSATORIO EN COLOMBIA,Acta Sociológica, Volume 72, 2017,
Pages 71-94, ISSN 0186-6028, Disponible en: <https://doi.org/10.1016/j.acso.2016.11.002>.

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