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Animo iocandí, no cabe duda que la literatura siempre fue un juego, quien la leía y
quien la leerá siempre podrá notar que sin ella el acto de amor se disgrega a un cúmulo
simple de pulsiones e instintos básicos.
Es para todos muy clara la división que los griegos hicieron en la poesía, y el
maravilloso resultado que vemos reflejado en su mayúscula épica, centrada en las más
preclaras historias de amor. Aquiles, el dios y héroe aqueo, se enfada y abandona a sus
compañeros de batalla ante la ira que le provoca el asesinato de Patroclo, su amante,
muerto. El amor perfecto, el amor entre personas, ciudadanos era esencialmente entre
hombres y la mujer era el artefacto de la reproducción. El acto amoroso de la cultura
clásica se transparenta en el acto de amor que Aquiles emprende poco después para
vengar al amante, y que le costaría la vida.
Desilusionarse del amor es un grave error de la cultura; sin embargo, las formas
de amar cambian. La misma poesía nos ofrece posibilidades. Aunque el verdadero marco
común de los que no lleva aquí, es el amor, la pregunta de ¿Cómo amamos ahora? Nos
lleva a pensar en qué es lo que preferimos al momento de hablar nuestro amor. Sin
embargo, el amor, en un periodo es el objetivo de este escrito: el siglo XX. Si bien, este
siglo tiene diversas manifestaciones estéticas en el sentido literario, hay una etapa que,
aunque no lo parezca, se encargó del amor de una manera especial.
Quiero pensar en alguien cuya obra no quedó exenta de amor a pesar de su clara
tendencia teórica, el semiólogo francés Roland Barthes realizó a la par de algunas de sus
obras sobre análisis del significado más importante una collage orgánico: Fragmentos de
un discurso amoroso, en la que nos va mostrando las relaciones principales de la cultura
literaria en la cultura europea. Ahora bien, yo quisiera comenzar con el hito del cono sur:
con ese autor, fundador mítico de la literatura porteña del siglo XX comienzo mis
fragmentos del discurso amoroso vanguardista; y hablo de Borges, y de Macedonio, sin
dejar el lugar a uno o a otro, porque no se puede hablar de las letras de América entera,
sin siquiera mencionar su omnipresencia.
Ya entrado el siglo XX otras vanguardias vinieron a dar con la poesía amorosa un impulso
inusitado e increíble. Para seguir sobre Argentina, charlemos sobre un poeta que ha sido
incluido en una cinta amorosa del mismo país: El lado oscuro del corazón. Este escritor es
simplemente excepcional, sin embargo, en esta idea de la minus poesía, de la poesía
hecha prosa, escuchemos un poema que más pareciera hecho en octosílabos
medievales:
No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de
lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy
perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto
soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan
seducirme!
Amar tanto y de esa forma no sólo es un claro indicio de la poética vanguardista sino más
claramente de nuestro carácter iberoamericano. La recuperación de ese espíritu árabe, de
lo español y de las imágenes más cercanas a las comparaciones primigenias de la
poesía, son sin duda formas no retomadas hasta este momento. Quiero quizá cerrar
yendo un poco más arriba en el cono sur para retomar a un autor quien, poco a poco se
ha ido popularizando cada vez más, sobre todo si lo pensamos in situ en la vanguardia de
la América Latina. Un verdadero revolucionario que a fuerza de manifiestos fue dándole
cada vez mejor forma a su idea más destacada del amor en su poesía en verso libre (y en
su estado primigenio del verso en ritmo semántico):
Altazor Canto II
Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña
Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma
Que un faro en la neblina buscando a quién salvar
Eres más hermosa que la golondrina atravesada por el viento
Eres el ruido del mar en verano
Eres el ruido de una calle populosa llena de admiración
Si tú murieras
Las estrellas a pesar de su lámpara encendida
Perderían el camino
¿Qué sería del universo?
Vicente Huidobro pareciera que hace nacer el verso libre, que hace surgir todo género de
versos desde una voz poética oral en la profundidad de sus mitos, por ejemplo el de la
creación de todo, de una dios mujer. Cuando planteamos esta forma de arte, de crear un
mundo, cuyo principal manifiesto es justo el de la creación: Si tú murieras
/Las estrellas a pesar de su lámpara encendida//Perderían el camino/¿Qué sería del
universo?
Voy a cerrar como empecé, con argentinos: no en vano, sino por su claro sentido
de la oralidad poética heredado de la escuela de la vanguardia, y que mejor que alguien
cuya vena no es la versificación, sino más bien hace fluir un sentido poético que ha sido
más bien popular, Julio Cortázar es famoso por su actividad en la creación de narrativa,
particularmente de su novela Rayuela, obra cuyo discurso amoroso fluye con todo
sentido, retomemos el capítulo 7:
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano,
como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y
recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la
cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano
por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que
sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos
cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los
cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos
donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan
hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si
tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos
mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del
aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te
siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Quise acabar, no sin antes comentar, cómo, desde la poesía romántica, aquella que nos
dictaba amar con todo, no es más que extensión de una poesía amorosa permanente.
Impresiona la exigencia del amor en la poesía, de tal forma que abarca a las otras formas
de literatura. Amar no deja de ser más que las formas de historia del hombre, de su
cultura y de sus letras: es una forma de ontología de las emociones, el tema repetido en
mil formas, la lluvia cayendo bajo el paraguas de la poesía que se extiende en ríos y ríos
de amorosas palabras.