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El amor es la vanguardia

Por Francisco Erasmo López Ortega

La historia de la literatura, la historia de la poesía, no es más que la historia de la forma en


que los hombres y las mujeres han amado. Esta frase no es una simple trampa ni posee
dulzuras de más. El día de hoy, quienes estudiamos la literatura sabemos que no sólo las
letras han acompañado al hombre en el amor, sino que, lo han invitado a darle forma al
amor que prodiga.

Animo iocandí, no cabe duda que la literatura siempre fue un juego, quien la leía y
quien la leerá siempre podrá notar que sin ella el acto de amor se disgrega a un cúmulo
simple de pulsiones e instintos básicos.

Es para todos muy clara la división que los griegos hicieron en la poesía, y el
maravilloso resultado que vemos reflejado en su mayúscula épica, centrada en las más
preclaras historias de amor. Aquiles, el dios y héroe aqueo, se enfada y abandona a sus
compañeros de batalla ante la ira que le provoca el asesinato de Patroclo, su amante,
muerto. El amor perfecto, el amor entre personas, ciudadanos era esencialmente entre
hombres y la mujer era el artefacto de la reproducción. El acto amoroso de la cultura
clásica se transparenta en el acto de amor que Aquiles emprende poco después para
vengar al amante, y que le costaría la vida.

Otro juego se da en la Edad Media, cuando, al observarse, hombres y mujeres


disfrutaban de las delicias de la concupiscencia y sobre todo del adulterio. En las
leyendas mejor conocidas y reconstruidas, como lo fueron Tristán e Isolda se ve reflejado
el ámbito de las formas amorosas, en el interior de los desprecios. No era necesariamente
ese desamor, sino el hecho de que el amor fuera ajeno el mejor de los impulsos; explicar
la crisis del matrimonio, en la necesidad de formar alianzas sociales y dejar el empeño del
amor a las escapadas detrás de los bosques no fue más que el principio del amor
moderno.

Desilusionarse del amor es un grave error de la cultura; sin embargo, las formas
de amar cambian. La misma poesía nos ofrece posibilidades. Aunque el verdadero marco
común de los que no lleva aquí, es el amor, la pregunta de ¿Cómo amamos ahora? Nos
lleva a pensar en qué es lo que preferimos al momento de hablar nuestro amor. Sin
embargo, el amor, en un periodo es el objetivo de este escrito: el siglo XX. Si bien, este
siglo tiene diversas manifestaciones estéticas en el sentido literario, hay una etapa que,
aunque no lo parezca, se encargó del amor de una manera especial.

Hablaremos de la literatura de vanguardia, misma que arrancó en la década de los


años veinte y que se fue afianzando en el periodo entreguerras. Aquel periodo, donde se
rompió con lo humano, con las emociones que destruían lo poco de emociones que los
europeos pudieron conservar, fue sin duda, el periodo de innovación. Los poetas de este
periodo no tuvieron más que construir una forma más de amor y ésta se vio reflejada en la
poesía. A continuación daré una breve muestra de algunas obras literarias de la
vanguardia, que nos desnudan cómo comenzó a amar el hombre moderno.
Pensemos en la literatura de vanguardia: la plus- poesía y la minus-poesía. Es
decir, sucesivamente, la prosa y la poesía versificada. Sé cree, desde hace mucho, que la
literatura no es más que verso libre, fluyendo por largos renglones sin sentido, a lo que
atajaron los críticos en enunciar entre el ritmo semántico y el ritmo tradicional; sin
embargo, este no es el caso de este texto, si lo es enunciar una serie de autores que han
hecho poesía amorosa, unos conocidos y otros no tanto.

Quiero pensar en alguien cuya obra no quedó exenta de amor a pesar de su clara
tendencia teórica, el semiólogo francés Roland Barthes realizó a la par de algunas de sus
obras sobre análisis del significado más importante una collage orgánico: Fragmentos de
un discurso amoroso, en la que nos va mostrando las relaciones principales de la cultura
literaria en la cultura europea. Ahora bien, yo quisiera comenzar con el hito del cono sur:
con ese autor, fundador mítico de la literatura porteña del siglo XX comienzo mis
fragmentos del discurso amoroso vanguardista; y hablo de Borges, y de Macedonio, sin
dejar el lugar a uno o a otro, porque no se puede hablar de las letras de América entera,
sin siquiera mencionar su omnipresencia.

De Macedonio Fernández debemos leer ese amor verdadero el de Bellamuerte,


Elena de Obieta quien muere dejando sólo a Macedonio, haciendo de su errante vida un
nuevo caos en el que sólo se le extrañaba a ella. A Elena cada uno de nosotros la
extrañamos, porque Elena murió y todos deseamos que sea eterna, nada más por no ver
esa figura quijotesca deabular en las quintas y en los cuartos de hotel, sin nada más que
una valija, una bufanda roída plumas y papeles en todos lados tirados. A Elena se le dice
a la cara:
Elena bellamuerte de su susto curar con pronta vuelta».
¡Si he visto cómo echaste
No eres, Muerte, quien la caída de tu vuelo, tan fío,
por nombre de misterio a posarse al corazón de la amorosa!
pueda a mi mente hacer pálida
cual a los cuerpos haces. ¡Si he visto Y cuál lo alzaste al pronto.
posar en ti sin sombra el mirar de una niña! de tanta dulzura en cortesía
porque amor la regía,
De aquella que te llamó a su partida porque amor defendía
y partiendo sin ti, contigo me dejó de muerte allí.
sin temer por mí. Quiso decirme ¡Oh! Elena, ¡oh! niña
la que por ahínco de amor se hizo engañosa: por haber más amor ida,
«Mírala bien a la llamada y dejada; la Muerte. mi primer conocerte fue tardío
Obra de ella no llevo en mí alguna y como sólo de todo amor se aman
ni enójela, quienes jugaron antes de amar
su cetro en mí no ha usado, y antes de hora de amor se miraron niños
su paso no me sigue, —Y esto sabías: este grave saber
ni llevó su palor ni de sus ropas hilos tu ardiente alma guardaba;
sino luz de mi primer día, grave pensar de amor todo conoce—
y las alzadas vestes así en ternísimo
que madre midió en primavera invento de pasión quisiste esta partida[…]
y en estío ya son cortas;
ni asido a mí llevo dolor Oh niña del Despertar Mañana
pues ¡mírame! que antes es gozo de niña ‘que en luz de su primer día se hizo oculta
que al seguro y ternura con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte
de mirada de madre juega en enamorada diligencia
y por extremar juego y de amor certeza de servir al sacro fingimiento
—ved que así hago contigo, y lo digo a tus lágrimas del más Hondo capricho en levísimo juego,
a su ojos se oculta. de último humano querer de la ya hoy no humana.
Segura Muerte es Beldad
pero muerte entusiasta, de alma a todo amor alzada.
partir sin muerte en luz de un primer día ¿Cuándo será que a todo amor alzado
es Divinidad servido su vivir,
Grave y gracioso artificio copa de muerte a su vivir servida,
de muerte sonreída. prueba otra vez, la eterna vez del alma,
¡Oh cuál juego de niña el mirar de quien hoy sólo el ser de la Espera tiene
lograste Elena, niña vencedora! cual sólo el ser de un Esperado tengo?
Arriba de Dios fingidora
en hora ultima de mujer.
Mi ser perdido en cortesía
de gallardía tanta,

Elena Bellamuerte resucita en el poema y se torna en un personaje de narrativa, uno que


nunca muere. El poema busca, a partir de su existencia como obra literaria, en el plano de
la ficción, o en la construcción poética, el regreso a la vida después de la muerte,
trascender la mortalidad: no cabe duda que más allá de la materilización de una obra, la
idea de pervivir por siempre a través de la literatura es justamente una sombra sobre las
dudas de la vida más allá de la muerte. Esto, hace de este texto un poema vanguardista,
uno cuya temática trasciende a simple forma de la poesía amorosa.
Borges, en cambio, vino a revolucionar todo aquello que tocaba como un Rey
Midas de las letras. A pesar de su incursión como poeta del ultraísmo, será en su poesía
posterior donde mostró que en la poesía también caben las cuestiones reflexivas:
Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.


Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.

Trescientas o mil y una noches, las reminiscencias poéticas se fundamentan en el mito,


en la presencia constante de Las mil y una noches en la obra de Borges. Que éste, el
racionalizador de todo, muestre la vena más profunda de su arte, quien no escribía una
línea sin la espada desenvainada, muestra en este poema todo el amor, todas las
percepciones que un poeta le puede a una obra de arte, resulta una excepción a todas las
vanguardias.

Ya entrado el siglo XX otras vanguardias vinieron a dar con la poesía amorosa un impulso
inusitado e increíble. Para seguir sobre Argentina, charlemos sobre un poeta que ha sido
incluido en una cinta amorosa del mismo país: El lado oscuro del corazón. Este escritor es
simplemente excepcional, sin embargo, en esta idea de la minus poesía, de la poesía
hecha prosa, escuchemos un poema que más pareciera hecho en octosílabos
medievales:
No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de
lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy
perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto
soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan
seducirme!

En la obra totalmente vanguardista Espantapájaros, Oliverio Girondo, retoma la


locura de su cenáculo, parecido a los ejercicios que la vanguardia francesa transforma en
obras como la de André Bretón El amor loco, Girondo tiene un gesto amoroso único, un
poema en prosa o un relato poetizado. El poema nos hace pensar cómo, el amar no deja
de poseer tantas formas como la misma literatura.
Quiero hacer un alto en este dominio de lo argentino y retomar un poco a España,
recordando con aprecio a quien seguramente es el mejor poeta en lengua española:
Federico García Lorca. En su afán vanguardista, García Lorca, retoma la hermosa cultura
de la media luna y el mestizaje tan de ellos, tan de nosotros, en la pasión sin control y el
erotismo de la sangre que se mezcla:
Gacela del amor imprevisto

Nadie comprendía el perfume


de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían


en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada


era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,


tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

Amar tanto y de esa forma no sólo es un claro indicio de la poética vanguardista sino más
claramente de nuestro carácter iberoamericano. La recuperación de ese espíritu árabe, de
lo español y de las imágenes más cercanas a las comparaciones primigenias de la
poesía, son sin duda formas no retomadas hasta este momento. Quiero quizá cerrar
yendo un poco más arriba en el cono sur para retomar a un autor quien, poco a poco se
ha ido popularizando cada vez más, sobre todo si lo pensamos in situ en la vanguardia de
la América Latina. Un verdadero revolucionario que a fuerza de manifiestos fue dándole
cada vez mejor forma a su idea más destacada del amor en su poesía en verso libre (y en
su estado primigenio del verso en ritmo semántico):

Altazor Canto II
Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña
Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma
Que un faro en la neblina buscando a quién salvar
Eres más hermosa que la golondrina atravesada por el viento
Eres el ruido del mar en verano
Eres el ruido de una calle populosa llena de admiración

Mi gloria está en tus ojos


Vestida del lujo de tus ojos y de su brillo interno
Estoy sentado en el rincón más sensible de tu mirada
Bajo el silencio estático de inmóviles pestañas
Viene saliendo un augurio del fondo de tus ojos
Y un viento de océano ondula tus pupilas

Nada se compara a esa leyenda de semillas que deja tu presencia


A esa voz que busca un astro muerto que volver a la vida
Tu voz hace un imperio en el espacio
Y esa mano que se levanta en ti como si fuera a colgar soles en en el aire
Y ese mirar que escribe mundos en el infinito
Y esa cabeza que se dobla para escuchar un murmullo en la eternidad
Y ese pie que es la fiesta de los caminos encadenados.
Y esos párpados donde vienen a vararse las centellas del éter
Y ese beso que hincha la proa de tus labios
Y esa sonrisa como un estandarte al frente de tu vida
Y ese secreto que dirige las mareas de tu pecho
Dormido a la sombra de tus senos

Si tú murieras
Las estrellas a pesar de su lámpara encendida
Perderían el camino
¿Qué sería del universo?

Vicente Huidobro pareciera que hace nacer el verso libre, que hace surgir todo género de
versos desde una voz poética oral en la profundidad de sus mitos, por ejemplo el de la
creación de todo, de una dios mujer. Cuando planteamos esta forma de arte, de crear un
mundo, cuyo principal manifiesto es justo el de la creación: Si tú murieras
/Las estrellas a pesar de su lámpara encendida//Perderían el camino/¿Qué sería del
universo?
Voy a cerrar como empecé, con argentinos: no en vano, sino por su claro sentido
de la oralidad poética heredado de la escuela de la vanguardia, y que mejor que alguien
cuya vena no es la versificación, sino más bien hace fluir un sentido poético que ha sido
más bien popular, Julio Cortázar es famoso por su actividad en la creación de narrativa,
particularmente de su novela Rayuela, obra cuyo discurso amoroso fluye con todo
sentido, retomemos el capítulo 7:

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano,
como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y
recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la
cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano
por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que
sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos
cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los
cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos
donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan
hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si
tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos
mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del
aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te
siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Quise acabar, no sin antes comentar, cómo, desde la poesía romántica, aquella que nos
dictaba amar con todo, no es más que extensión de una poesía amorosa permanente.
Impresiona la exigencia del amor en la poesía, de tal forma que abarca a las otras formas
de literatura. Amar no deja de ser más que las formas de historia del hombre, de su
cultura y de sus letras: es una forma de ontología de las emociones, el tema repetido en
mil formas, la lluvia cayendo bajo el paraguas de la poesía que se extiende en ríos y ríos
de amorosas palabras.

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