Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Aprovecho tal discusión para colgar esta entrevista realizada al crítico francés Paul
Ardenne que estuvo hace poco tiempo por Lima, invitado a participar en el I Coloquio
Internacional de la Imagen Contemporánea (si son francoparlantes pueden acceder
desde aquí a su conferencia). La entrevista ha sido tomada del buen blog La cinefilia no
es patriota, y fue realizada por Luis Pácora y Mario Castro, y transcrita y traducida por
Carlos Zevallos.
........
Pues, a que una imagen nunca es “el mundo”, sino apenas una “imagen del mundo”.
Suena tautológico, por supuesto, es un lugar común; pero existe la necesidad de
remarcarlo, hoy, cuando se ha olvidado, en cierto modo, que una imagen no es más que
una aproximación muy condicionada a la realidad, nada más que una elección, o una
forma de ver, entre muchas otras formas de ver. Toda imagen, por definición, será
siempre una mentira y un simulacro; toda imagen se comunicará con otras imágenes, tan
o más mentirosas que ella. Ahora bien, si construimos nuestra representación del
mundo, a partir de una cierta “imagen del mundo”, entonces tenemos ante nosotros un
asunto complejo. Últimamente me ha interesado la imagen documental —más aún, el
próximo año, en Francia, publicaré un libro al respecto—; y lo que me ha llamado la
atención es una suerte prestigio de que goza la imagen documental con relación a su
supuesta capacidad infalible para mostrar la verdad tal cual es. Claramente, un prestigio
de esta índole carece de sostén alguno. Por el simple hecho de ser una imagen, lo
documental constituirá siempre una ficcionalización, una teatralización y una puesta en
escena.
Otro ejemplo, éste, más cercano a ustedes. Hace un par de días —estuve por allí,
dictando una charla—, un profesor de la Universidad Católica me regaló un libro bastante
grueso; no lo tengo conmigo, lástima, se los hubiera mostrado; ese libro compila la
producción de los talleres de fotografía de la Universidad Católica, en algo así como una
década de trabajo. Pues bien, discúlpenme, no quiero ser agresivo ni maleducado, pero
ese libro me pareció espantoso. Los alumnos, los participantes de esos talleres, habían
recibido la tarea de fotografiar “a la gente del Perú”, habían viajado a los Andes. Yo no
vi más que fotografía argéntea, en blanco y negro. ¿Y por qué no en color?, me
pregunté, de inmediato… Todos los alumnos habían utilizado filtros, en el momento de
las tomas, y todas las imágenes habían sido retocadas, siempre, en el positivado, con la
finalidad “estética” de ennegrecer el cielo y de resaltar las nubes; y, como por obra y
gracia de la casualidad, la gente se mostraba en grupo —y, por lo tanto, la idea de
comunidad quedaba exaltada—; y la gente del Ande siempre eran mostrados muy
pulcramente, muy limpios (sic). En resumen, un cliché del pueblo unido, comunitario en
su miseria. En ese libro de la Universidad Católica, yo solo vi la realidad andina
manipulada en nombre de convicciones socialistas o guevaristas.
La fotografía no es más que un encuadre y no tiene nada que ver con la verdad. Si
capturásemos la entrada de este hotel, por ejemplo, el espectador no sabría qué hay al
costado, ni qué hay arriba (tal vez ni siquiera se percatase de que estamos en un hotel).
Acaso una imagen móvil se acerque más a la veracidad —vale decir, a la imitación de la
realidad—, porque la cámara puede desplazarse, y el sonido puede ser agregado; pero,
como fuera, en cualquier imagen siempre faltarán el olor, la temperatura. Que un
creador de imágenes, a inicios del siglo XXI, continúe empeñado en reproducir la
realidad, por favor, eso carece de sentido. Acabo de ver la exposición “Mirafoto”; me
pareció muy mala, malísima. No les estoy diciendo que, en Europa, las cosas sean
mejores: la semana pasada vi Paris-Photo, y me pareció igual de mala, la misma farsa.
La crisis no es Mirafoto, la crisis no es el “mes de la fotografía en París”; la crisis es la
fotografía en sí misma, que se siga diciendo que una imagen puede hablar por el mundo,
cuando, por definición, se haya impedida de hacerlo. Salvo que sea utilizada como una
mera herramienta, además, bastante limitada, a la manera de un pincel —salvo que
tenga una finalidad artística—, la fotografía no tiene razón de existir. Una imagen
artística no me incomoda, no me ofende; nunca una fotografía artística ha intentado
“ser” la realidad, sino una alegoría. La crisis, pues, yace en el mito de la fotografía
como documental. Ese mito estuvo vivo y tuvo vigencia, en la época de Robert Capa,
pero, incluso entonces, se recibían las imágenes como visiones parciales del mundo,
visiones particulares, rápidas, fugitivas y falsas. Sí, en efecto, ha habido un mito de la
fotografía. Pero, ahora, ni siquiera queda eso; ahora, sólo hay festivales, muchos
festivales, que no sirven para nada y que deberían ser suprimidos.
El medio que llamamos “fotografía” pertenece al pasado, si aún existe algo así como “la
fotografía”, se debe a que ciertas instituciones se benefician, viven de ello. En Francia,
las “casas de la fotografía” abundan: basta darse un paseíto por una ciudad más o menos
grande y te topas con alguna de esas instituciones. Yo las aceptaría, si exhibiesen
fotografía del siglo XIX o de principios del XX. Pero, ¿en estos días? ¿Una “casa de la
fotografía”? Es dramático, la gente todavía piensa en términos de categorías: lo
multimedia, lo posmoderno, se percibe como una amenaza. ¿Qué tiene de malo que un
escultor bosqueje sus obras en una PC, que las esculpa con ayuda de un programa
informático? Se deberían organizar festivales de la “imagen”, como una idea global; es
preferible hablar del género “imágenes”, antes que del género “fotográfico”, antes que
del género “videográfico”. Hoy, las cámaras fotográficas vienen equipadas, también,
para grabar imágenes en movimiento: la noción de fotografía se confunde con la de
cinematografía y con la del vídeo. Interesante, ¿no? Lo lógico sería una “casa de la
imagen”, y de la imagen en todas sus manifestaciones.
Algunos fotógrafos, sin embargo, aún deben de impactarlo; algunas imágenes aún
deben de producirle reacciones personales y complejas.
De los actuales, ninguno, nadie, absolutamente ninguno… Los últimos fotógrafos que me
interesaron fueron los franceses conceptuales de los años sesenta, setenta, ochenta,
como Victor Burgin, John Baldessari; ellos produjeron imágenes que, desde el interior
mismo, te advertían: “hey, ¡atención!, ¡esto es una farsa!, ¡lo que estás viendo es
falso!”; y, además, uno podía percatarse de por qué era una farsa. Usar un medio para
criticarlo. Eso estuvo interesante. Pero, bueno, ese trabajo ya fue completado, ¿no?, ya
no vamos a decir: “¡hey!, la fotografía es falsa, ¡atención!”. Porque esa crítica ya se
hizo.
Como una mera práctica mercantil, altamente especializada, nada más. Si eres fotógrafo
profesional, tu campo de acción estará perfectamente delimitado y no te será permitido
salir de él: si eres un paparazzi, seguirás a Victoria Beckham; si eres fotógrafo de
guerra, irás y regresarás con imágenes que causen mucha impresión (en la medida de lo
posible, imágenes con scoop); si eres fotógrafo de la pobreza, viajarás por el mundo
entero y tratarás de hacerme cosquillas en la conciencia; y si eres fotógrafo de modas,
tratarás de hacer tus imágenes un poquito distintas, atractivas, un tanto “novedosas”,
porque miles de personas hacen lo mismo que tú y tienes que cuidar tu clientela… Tras
la época crítica, hemos entrado a una época en la cual es imposible que se produzcan
experiencias reales con las imágenes. Yo la llamo “era de la fotografía especializada”.
Una mera ilustración del mundo, tal es el rol de la fotografía actual, nada más.
¿Cómo la va a perder? ¡Nunca tuvo! Más aún: haber creído que tenía algo así como “un
alma”, ese fue el problema. Hubiera sido preferible promover la idea, desarrollar la
consciencia, de que no era más que un utensilio. De la misma manera en que, para
clavar un clavo, se utilizaba un martillo, de la misma manera, si se quería conservar una
imagen, se utilizaba una cámara. Punto. Y si el clavo estaba bien clavado, se decía que
el obrero había sido hábil. Algo parecido se hubiera debido afirmar, siempre, de quien,
valiéndose de una cámara, capturaba con precisión un instante. La fotografía nunca
debió ser vista como algo místico o encarnado. ¿A quien se le ha ocurrido alguna vez que
un martillo tiene un alma? El alma, en todo caso, es la persona que martilla, el individuo
o la subjetividad que toma una foto.
Hace un año, yo publiqué un libro acerca de todas las formas de estética extrema —en la
televisión, en los reportajes de guerra, en el porno—, en fin, un libro muy duro y
violento [i]. Allí, entre otros casos, me ocupé de Oliverio Toscani, un fotógrafo que ha
cultivado el escándalo y que se ha hecho, cómo no, famoso. Toscani ha expuesto afiches
de índole sexual en las paredes de las ciudades europeas, primeros planos de penes. ¿Y
cuál es el pensamiento que debe asaltar, de todas maneras, al transeúnte que se topa
con un pene en una esquina? Pues, el mensaje resulta claro: “¡Oh, en qué gran libertad
vivimos!” Y no, la reflexión tendría que ser distinta, más suspicaz: si las imágenes de
Toscani se ven por todos partes, y los ciudadanos de una ciudad equis las han aceptado,
entonces hay que desconfiar, porque ya se ha modelado un consenso. Yo me pregunto,
yo les pregunto… ¿y si los carteles mostrasen a un sujeto, en cuclillas, feliz mientras
caga? ¿Los habitantes de ese burgo equis lo aplaudirían y lo celebrarían como una
muestra de libertad y de tolerancia? Habría una recepción muy distinta, ¿no? La
verdadera cultura, para mí, siempre ha estado del lado de la prohibición, nunca del
consenso.