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En las siguientes páginas se encuentra una posible solución, una teoría que suma la teoría
de Darwin con los descubrimientos de Mendel: la teoría sintética de la evolución. Es una
síntesis de las ideas evolucionistas que se habían dado hasta ese momento y que contaban
con consenso científico: el cambio no direccional, de origen ambiental y de carácter gradual.
Aquí Arsuaga hace una aportación propia que ayuda a comprender la noción de esta
evolución: “en mi opinión el neodarwinismo no es favorable a la noción de progreso
biológico o perfeccionamiento evolutivo” (Arsuaga, 2001: 136). Esto descarta el finalismo, es
decir, no hay un objetivo a alcanzar. Como dice más adelante (Arsuaga, 2001: 147), “la
noción de progreso como una cualidad inherente al proceso evolutivo, y la visión del hombre
como una culminación de esa tendencia genética hacia el aumento de la complejidad y
hacia la perfección han sido y son temas siempre presentes en los debates evolutivos”. Es
decir, el ser humano no es, necesariamente, más complejo que todas las demás especies
que se dieron hace millones de años. Sencillamente, el rastro genético que se ha dejado
para llegar hasta nuestros días no tiene porqué ser un avance lineal y nosotros, humanos,
no somos la cúspide de la evolución. Es más, como vemos en los ejemplos de fracasos
evolutivos aportados, tanto el bivalvo como el gran cérvido, habían llegado a un nivel de
complejidad mayor que sus antecesores: el bivalvo se adaptaba con mayor facilidad a los
cambios del suelo marino, mientras la cornamenta del megaloceros giganteus era más
compleja y cumplía con mayor éxito la función reproductiva al atraer con más facilidad a las
hembras en su ritual de cortejo.
Los siguientes apartados del libro se centran en explicar la transmisión genética, en iluminar
el desarrollo de los primeros homínidos y la separación respecto a los primates, y a realizar
el catálogo de las primeras especies consideradas antecesoras del actual hombre
anatómico moderno (homo sapiens sapiens). Así se puede apreciar en el apartado titulado
El origen de los homínidos. En este, expone que el primer homínido es el llamado
Ardipithecus ramidus, con 4,4 millones de años de antigüedad. Aunque el hecho de ser
bípedos se ha considerado como un requisito entre homínidos, lo cierto es que no está
confirmado que esta especie lo fuera. Otros factores vinculados al homínido son: el cerebro
expandido, mano con gran capacidad para la manipulación de objetos pequeños, la
reducción del canino, la infancia prolongada, el lenguaje y la tecnología (Arsuaga, 2001:
279). El autor añadiría otras como la biología social, la conducta sexual, la manera como
alumbramos a las crías, y las etapas de adolescencia y menopausia. La categorización del
Ardipithecus ramidus como homínido no deja de ser llamativa debido a que la única
característica que cumple, como los demás homínidos, es la reducción del canino que se
explica como un cambio de función en el mismo. El propio autor señala esta especie como
polémica en cuanto a su clasificación, pero añade que, una especie 200.000 años posterior,
el australopithecus anamensis no deja lugar a dudas. Así como la primera especie se
asemeja más en morfología al chimpancé y es el canino el que nos hace separarlo de los
simios, la segunda especie se ha considerado durante mucho tiempo como la pionera en los
homínidos. Llama la atención que, como asegura el autor, la primera sea una especie
precursora de la segunda (Arsuaga, 2001: 281).
Arsuaga, Juan Luis. El enigma de la esfinge. Areté (Plaza & Janés), Barcelona, 2001.