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Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo

PRÓLOGO 9

INTRODUCCIÓN 13

1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

La Democracia Directa 17

La representatividad democrática 20

2. LA DEMOCRACIA POPULAR

El experimento cubano 23

Utopía y realidad 27

3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

Evolución histórica 33

La participación como manifestación parlamentaria


37

4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Antecedentes y enfoques 41

La democracia cibernética 45

Participación consensual 47

Participación popular 51

5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

Equilibrio legislativo 57

Características de este nuevo sistema bicameral 60


iii

Cuadro esquemático 63

El esquema gestor 64

Equilibrio de poderes 72

El gobierno como gestión administrativa 73

La limitación del poder 75

El sistema electoral 77

6. LA LUCHA POR EL PODER

El poder como autoridad 81

El poder como fuerza 84

La concordia en el ejercicio del poder 88

Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder 90

8. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Planteamiento 95

Transición 98

Gobierno provisional 101

9. REQUISITO FUNDAMENTAL 105

BIBLIOGRAFÍA 111
Reconocimiento

Mi padre Gerardo, con su ejemplo, fue la brújula que me


señaló la senda de la tolerancia, la concordia y la paz.
Mi esposa Raquel es el estímulo imprescindible
que me impulsa a empresas difíciles
y su crítica objetiva y certera
es el acicate que me obliga a superarme en todos
mis esfuerzos.
Ambos han dejado su huella en esta obra.
Mis amigos entrañables,
Nelson Amaro, Carlos Galán y Alberto Müller,
con sus observaciones y sugerencias
han tendido puentes
hacia la meta que esta obra propone.

G.E. Martínez-Solanas
i

PRÓLOGO Y PERSPECTIVA

a obra de Gerardo Martínez Solanas presenta una agenda

L para el siglo XXI. Constituye un aporte para varias


generaciones futuras. Anticipo que será material de lectura
para los jóvenes durante muchos años. Es un aporte universal
a la tensión existente entre la delegación del poder por los
ciudadanos y el ejercicio directo de ese poder dentro de la teoría de
la democracia.
Salvar la brecha entre gobernantes y gobernados requiere
imaginación. Existe insatisfacción respecto a las formas en que las
estructuras políticas se conforman respecto a las características y
proyecciones de los ciudadanos, llamados a canalizar sus intereses
y aspiraciones a través de ellas.
La propuesta de cómo lograr una democracia participativa, elaborada por Gerardo Martínez
Solanas, se orienta en esa dirección. La participación directa ciudadana es complementaria de la
representativa. Esta obra se sitúa en las coordenadas conceptuales que permitirían, más allá de los
partidos políticos e ideologías, reclamar un espacio natural para el ejercicio de los derechos y
deberes ciudadanos. Para los científicos sociales constituirá una fuente de conocimientos respecto
al ajuste de afiliaciones ciudadanas que necesariamente deben ceder su paso a metas comunes sin
renunciar a objetivos particulares.
La sociedad siempre es perfectible, pero ello sería imposible sin una participación
10

democrática. Esta a su vez entraría en un proceso que permitiría su mejoramiento continuo. En este
libro se hace honor a la dignidad humana. Aquella cuyo cumplimiento debe constituir “la primera ley
de la república”, como expresó José Martí.
Para las reflexiones eternas, las que velan por nuestra naturaleza humana y nuestro fin
último, esta obra evocará el problema del orden social a la luz de los valores permanentes que
deben orientar las instituciones culturales, políticas, económicas y sociales. Estos valores pueden
resumirse en la consecución de la paz, la libertad, la justicia y la solidaridad. Tales orientaciones
éticas deben encarnarse en la naturaleza humana.
Aquí hay un llamado a la práctica, al hombre concreto y real. No se trata de crear “hombres
nuevos”, idealizando quimeras y oponiendo esquemas abstractos que al final le ponen al hombre
concreto camisas de fuerza y fomentan exterminaciones masivas. Regímenes como el de Pol Pot
en Cambodia; la eliminación de los kulaks en la ex Unión Soviética; y la Rumania de finales de los
80, además de la represión y el “paredón” para ahogar la disidencia en Cuba, ofrecen trágicos
ejemplos ilustrativos. ¡Cómo cuesta poner la dignidad humana en el centro de la acción ciudadana,
tanto desde el punto de vista de los gobernantes como de los gobernados!
Por supuesto que la mayor responsabilidad recae sobre aquellos que han recibido el
mandato delegado a través de la democracia representativa. Frecuentemente, el resultado es el
ejercicio del poder sin nexos con quienes hicieron la elección. Son los políticos que aparecen frente
a sus conciudadanos cada 4 años. Son las políticas que carecen de una autoridad para su
implementación y se quedan en declaraciones líricas, frente a las cuales el ciudadano común
apenas tiene la capacidad de votar con arrepentimiento en la próxima elección o, sencillamente, la
de abstenerse para hacer patente su protesta o decepción.
Sin embargo, la responsabilidad va más allá de los gobernantes. Los gobernados son
también llamados a coparticipar en esa gestión ciudadana, desde las etapas de identificación de
problemas hasta la priorización, formulación de políticas, medidas y acciones, la asignación de
recursos, el seguimiento y la evaluación retroalimentadora de este proceso.
Existen fuerzas para “privatizar” al ciudadano, vedando su dimensión pública, cerrando sus
canales de participación u obligando a su protesta fuera de los canales establecidos. La forma
externa de esta conducta es la violencia frente al orden social. La corrupción generalizada; las
protestas callejeras con manifestaciones vandálicas; el narcotráfico; la delincuencia común
organizada en secuestros y linchamientos; son expresiones de rebeldía de los gobernados que
hacen difícil la labor pública.
Estos temas están en el corazón de los problemas que enfrentan hoy los países de América
Latina. La transición por la que Cuba está pasando trae también estas preocupaciones a los
interesados y a quienes toman decisiones en ese sentido. Se trata del fortalecimiento de la sociedad
civil y el aumento de la capacidad de gobernabilidad de nuestros ciudadanos.
Desde esta perspectiva, tanto para científicos sociales como para pensadores políticos o
para políticos prácticos, la obra de Gerardo Martínez Solanas representa un aporte o un punto de
partida para tomar el rumbo correcto o para enmendar los cursos de acción. La pieza fundamental
para lograr este resultado es basar las formas políticas en la dignidad humana. Esta obra coloca los
cimientos para hacerlo posible.
Esta es la senda para nuestra redención ciudadana.

Dr. Nelson Amaro


Decano de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad del Valle de Guatemala

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Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo

INTRODUCCIÓN

E
sta obra tiene el propósito de desencadenar una profunda transformación en las perspectivas del individuo y
del ciudadano como entidad política en el proceso de gobernar una nación. Digo transformación y evito a
propósito la palabra revolución por dos motivos fundamentales. Primero, porque este último término implica
una transición violenta; segundo, porque la revolución destruye para construir. Podríamos, sin embargo,
hablar de una transformación revolucionaria en el sentido de que sería profunda y amplia, con repercusiones
definidas en todos los aspectos de la vida nacional. Pero es básicamente una transformación porque se basa en
un proceso evolutivo por cauces estrictamente democráticos.
Lo que propongo es un movimiento popular y cívico en el que se involucren partidos políticos, organizaciones
sectoriales, sindicatos, asociaciones culturales, colegios profesionales, instituciones educacionales y entidades
empresariales, pero en el que se dé primacía a la participación del ciudadano en las decisiones que se tomen y los
programas políticos que se realicen a todos los niveles de la vida nacional. Por supuesto que no es una idea
enteramente original, pero su aplicación en un contexto contemporáneo y la propuesta que esta obra contiene sobre una
posible forma de estructurarla y un mecanismo para desarrollarla sí considero que abre una nueva perspectiva práctica que
la separa de las utopías y le da un carácter de proyecto sociopolítico realizable.
Una parte de esta obra enfoca expresamente el caso cubano y ofrece soluciones concretas para una
transformación a partir del experimento comunista en Cuba, porque allí se dan condiciones propicias para partir
prácticamente de un punto cero y hacerlo sin condiciones previas ni intereses creados. Si algo ha logrado magistralmente
el régimen de Castro, como corolario de su revolución, es la movilización extensa y continua de las masas. Ha eliminado
todos los partidos políticos y todas las estructuras de la democracia representativa. Ha organizado al pueblo en
estructuras a nivel local, provincial y nacional.
No obstante, esta obra plantea una transformación porque falta en todo eso algo fundamental. Falta reconocerle
al pueblo el pleno derecho a tomar sus propias decisiones y a organizarse de la manera que mejor le parezca para crear un
mecanismo propio que mueva las instituciones y los organismos de la vida nacional. No hacen falta caudillos para esto;
sólo dirigentes que encaucen la energía popular con pleno respeto a sus manifestaciones y una clara voluntad de
acatamiento de las decisiones democráticas, para propiciar así una nueva era de colaboración, tolerancia y paz.
Me refiero aquí a un sistema de participación democrática. Este no es un proyecto que sólo pueda aplicarse en
países que hayan atravesado un proceso revolucionario radical, como sucede en Cuba. Por el contrario. Debiera ser más
fácil de aplicar en los países donde la democracia representativa permite el debate político nacional y el desarrollo de
ideas que pueden someterse a la voluntad del pueblo a través de las urnas.
Pero no es así en muchos casos porque en la mayoría de estos países se plantea uno de los dos problemas básicos
que son el mayor obstáculo para poner en práctica este sistema. Uno, el más importante, es la seudodemocracia. Se trata
de sistemas políticos viciados, dominados por los intereses creados y las oligarquías. Estas élites seudodemocráticas
controlan ampliamente los medios de comunicación y tienen tal poder financiero que sus fuerzas combinadas ahogan todo
intento de desarrollar la justicia social y de darle acceso al pueblo a las decisiones públicas. El otro, es la
superdemocracia. La llamo así porque se ha manifestado en determinados países que cuentan con un grado superior de
desarrollo económico. Se trata de sistemas políticos representativos que han logrado un equilibrio de poderes adecuado
en esos países ricos, donde se goza de un alto nivel de vida con oportunidades para la mayoría de los ciudadanos, un grado

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razonable de estabilidad y un acceso muy limitado –aunque tangible– a los procesos y mecanismos de la democracia. Por
lo tanto, es difícil que en esos países quieran arriesgar lo que han conseguido para experimentar una teoría que aún no ha
sido probada.
La realidad que nos enseña la historia, sin embargo, nos demuestra que quienes intentamos sembrar los gérmenes
de una idea frecuentemente nos equivocamos al escoger aquel terreno que creemos fértil. Marx y los precursores
socialistas de lo que después se denominó “comunismo”, estaban convencidos de que sus ideas debían germinar en
Alemania y otros países altamente industrializados donde el obrero se veía sometido a los excesos del capitalismo, pero,
en ningún caso, en países de base agrícola y feudal como eran Rusia y China. No obstante, mi elección de Cuba como
terreno fértil para experimentar un planteamiento nuevo y más extenso de la democracia se apoya en que ese país está
abocado ya a un proceso de transformación profunda. Lo que le falta es el medio idóneo para ponerla en marcha. Me
propongo proporcionárselo con esta obra. Y hacer esta alternativa viable para otros países que deseen librarse de las
limitaciones y deficiencias de la democracia representativa y de la seudodemocracia.
Quiero hacer hincapié en que no he usado tampoco la palabra ideología. Esta obra intenta ser neutral en el campo
ideológico. Pretende ser un tratado en defensa de la democracia pura. Estimo que para defender la democracia no puedo
optar por una posición de favoritismo hacia ideología alguna. La democracia no es una ideología. Es un proyecto, un
mecanismo, una estructura política que es vehículo y no fin en sí misma.
La democracia que se concibe en este libro es un medio dinámico de desarrollar las ideologías, exponerlas y
someterlas al debate nacional, para que en un auténtico entorno de libertades públicas y justicia social sean los ciudadanos
mismos quienes escojan la ideología sociopolítica que ha de gobernarlos o el arcoiris de ideas e iniciativas que recoja los
intereses de todos en una síntesis parlamentaria y ejecutiva.

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1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

Quienes buscan establecer sistemas de gobierno basados en la regimentación de


todos sus componentes humanos por un puñado de dirigentes, los llaman un nuevo
orden. Pero esto ni es nuevo ni es orden.1
Franklyn D. Roosevelt

La Democracia Directa

ampoco es nueva la democracia ni pretende representar un sistema de orden regimentado. Es un concepto muy

T antiguo y también muy incomprendido. Y su principal aspiración al orden descansa en el respeto recíproco de las
opiniones de los demás.
La historia nos habla por primera vez de democracia al estudiar la sociedad ateniense de la Grecia
clásica. Por eso esta palabra descansa en dos raíces griegas (dmo y krto) que quieren decir literalmente "gobierno
del pueblo". En Atenas se practicó por primera vez en forma institucionalizada la "democracia participativa". Los
historiadores la han llamado "democracia directa". Sin ahondar en sus aspectos filosóficos y jurídicos podemos
describirla como un sistema de gobierno con la participación directa de todos los ciudadanos.
El ciudadano gozaba de plenas libertades y de igualdad ante la ley, que no distinguía entre nobles y plebeyos, y
que concedía a todos el derecho de tomar la palabra en la Asamblea, ejercer de jueces y ser candidatos a las magistraturas,
entre otras cosas. Fue un ejemplo luminoso para la posteridad, pero no una panacea. Había esclavos y muchos otros 2 que
no eran ciudadanos en la Grecia clásica. Tampoco la mujer gozaba de los derechos ciudadanos de los hombres. En el caso
de Atenas, ciudad de unos 480,000 habitantes, apenas uno entre cada catorce habitantes contaba con plenos derechos
ciudadanos. Por ende, quienes gobernaban formaban parte de una élite masculina de la ciudad.
La historia nos vuelve a hablar de democracia en el siglo XVII, cuando nos describe los intentos precursores
británicos y suizos. El partido de los Whigs vio en la revolución de 1688 y su Declaración de Derechos la reivindicación
de su ideología política, que se concebía dentro de un contrato social entre la Corona británica y el pueblo. También en las
crónicas de las colonias de Nueva Inglaterra vemos que las poblaciones desarrollaron un curioso sistema de democracia

1
Este pensamiento del Presidente Roosevelt figura prominentemente en el monumento inaugurado
en abril de 1997 en el FDR Memorial Park, de Washington, D.C. Dice así: “They who seek to
establish systems of government based on the regimentation of all human beings by a handful of
individual rulers, call this a new order. It is not new and it is not order.”
2
Los metecos o residentes, quienes gozaban de protección y ciertos privilegios de posesión de
bienes y participación en la industria y el comercio, pero no del derecho de desempeñar funciones
oficiales o de tomar parte de los destinos de la República. Sin embargo, debían contribuir con sus
impuestos y su sangre a la defensa de la ciudad que los acogía. El lector puede acudir a dos libros
sumamente esclarecedores sobre la sociedad y la democracia griegas: Atenas, una democracia
(Robert Cohen), Aymá SA Editora, Barcelona, 1961; y Los Griegos (H.D.F. Kitto), Editorial
Universitaria de Buenos Aires, 1962.

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directa, donde la gente se reunía ocasionalmente en Asamblea para resolver por consenso los problemas de la comunidad.
Pero los intentos modernos de democracia no cristalizaron hasta el siglo XVIII, con el triunfo de la Revolución
Norteamericana en 1776 y de la Revolución Francesa en 1789.

Estos fueron los cimientos de un nuevo concepto de democracia: la democracia representativa. Quienes
concibieron este sistema de gobierno lo hicieron guiados por dos premisas básicas. Una, pragmática: la democracia
directa era impracticable en vastos países salpicados por decenas o cientos de ciudades; y otra, elitista: el pueblo
ordinario no tenía preparación política o ideológica que justificara poner en sus manos las riendas de la nación.
Se trataba, pues, más de un concepto republicano que demócrata, y en esto los revolucionarios de entonces
tomaron más de los romanos que de los griegos. Así se viene a definir la República como un gobierno representativo que
deriva su poder del pueblo mediante un mandato ejercido por sus representantes debidamente electos. El problema
estructural básico desde entonces consiste en cómo puede el pueblo manifestar este poder. Surgen múltiples
constituciones en todo el mundo tratando de concretar este poder o, al menos, de hacerlo más justo y equitativo mediante
un sistema de equilibrio de poderes que garantice los derechos del individuo y de la comunidad respectivamente.
Para complicar aún más las cosas, las dos revoluciones trascendentales del siglo XVIII parten de premisas muy
distintas. La norteamericana hace mucho énfasis en las libertades, en cuya defensa justifica resultados deplorables en
términos de justicia social, porque si bien apunta a un sistema que fomente las oportunidades individuales para alcanzar
una calidad de vida que le proporcione felicidad y bienestar al individuo, no reconoce la responsabilidad del Estado de
intervenir con el propósito de mantener un mayor equilibrio social y económico. Por su parte, la francesa enfoca
primordialmente el concepto de equidad, aun a costa de la libertad personal. De este concepto, proclamado por la
Revolución Francesa, deriva la ideología socialista en sus diversas manifestaciones, incluido el comunismo. Pero también
la democracia cristiana, que enfoca en todas sus facetas la cuestión básica de la justicia social.
La Revolución Norteamericana abre el paso a dos amplias corrientes de opinión, liberal y conservadora, para las
cuales la preocupación principal reside en cómo calibrar las libertades del pueblo para promover el ambiente de
oportunidades que propugna y hasta qué grado es permisible la intervención del Estado en cuestiones que afecten la
iniciativa individual.

La representatividad democrática

Las soluciones han sido múltiples también, pero han descansado invariablemente en el grado de
representatividad que tuviera el pueblo en determinado sistema de gobierno y en las garantías constitucionales que se
idearan para proteger al individuo, a las minorías y a las instituciones representativas.
En términos generales tales soluciones pueden clasificarse en tres sistemas ampliamente reconocidos:
presidencialista, semi-parlamentario y parlamentario. La Constitución de 1940 implantó en Cuba un sistema de cariz
semi-parlamentario donde coexistían un Presidente y un Primer Ministro (Premier) y donde el Congreso podía interpelar a
los ministros y provocar crisis totales o parciales del Gabinete. Pero el poder presidencial seguía siendo el factor
determinante y ejecutor en la conducción política de la nación. Los Estados Unidos tienen un sistema presidencialista
típico, que cuenta con un Poder Ejecutivo independiente del Legislativo, aunque la mayoría de las decisiones ejecutivas
están sujetas a una revisión por parte del Congreso. Gran Bretaña, Canadá y la India mantienen sistemas parlamentarios
bien definidos en los cuales la acción ejecutiva emana directamente de la actividad legislativa.
Entre todos estos ensayos de democracia ha quedado demostrado que la república parlamentaria es la que
permite un mayor grado de participación a sus ciudadanos. Estos medios de participación son muy variados, pero casi
siempre indirectos en cualquier sistema democrático actualmente en práctica. Empero, su análisis corresponde a un
tratado de ciencias políticas y no a este estudio.3 El hecho concreto es que en todos ellos el poder se distribuye en forma

3
Dos obras relativamente breves pueden satisfacer a cualquier lector sobre este tema:
Democracies: Patterns of Majoritarian and Consensus Government in Twenty-One Countries

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desproporcionada. La debilidad de los ciudadanos que tratan de ejercer el poder democrático que supuestamente les
corresponde deja abiertas muchas avenidas a la dictadura y a la corrupción. El recurso de las urnas es un ejercicio muy
dilatado en el tiempo que confunde a los ciudadanos con la promoción frecuente de falsas esperanzas y promesas y con el
enfoque simplista de los problemas nacionales, provinciales o locales en campañas electorales demagógicas. Sufren estas
democracias del mal endémico de la mala representación.
Las estructuras representativas de Gobierno se forjaron bajo las premisas de que el pueblo elegiría a sus
representantes para que éstos ejecutaran el mandato popular de gobierno y de que los partidos políticos canalizarían sus
programas por los medios legislativos del sistema y en consulta con el pueblo, utilizando a los representantes electos para
darles ejecución.
Como ya he señalado, el problema consiste en el grado de representatividad que tiene el pueblo con estos
sistemas de gobierno y en el grado de participación que cada uno de esos sistemas le permite. El profundo desencanto
con estos sistemas de gobierno provocó en su oportunidad el nacimiento y el auge del Comunismo internacional como una
alternativa participativa. Es bien sabido que ese desencanto consiste en que los pueblos se han visto relegados en esas
democracias al papel de espectadores, en el mejor de los casos, o de simples peones de la maquinaria política en gobiernos
dictatoriales, autocráticos u oligárquicos, en el peor de los casos.

(Arend Lijphart), Yale University Press, 1984; y, Democracy (Jack Lively), St. Martin’s Press, 1975.
He consultado también la excelente obra de David Held para esta y otras partes de mi trabajo (véase
en la Bibliografía).

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2. LA DEMOCRACIA POPULAR

“Las Asambleas del Poder Popular, constituidas en las demarcaciones


político-administrativas en que se divide el territorio nacional, son los órganos
superiores locales del poder del Estado y, en consecuencia, están investidas de la
más alta autoridad para el ejercicio de las funciones estatales en sus
demarcaciones respectivas...”.4

El experimento cubano

a culminación del pensamiento político contemporáneo en Cuba se produce con el proceso constitucional de 1940

L y sus orígenes pueden buscarse en las ideas precursoras de sus próceres y en una historia constitucional que se abre
con conciencia clara de cubanía cuando Joaquín Infante redactó su Proyecto de Constitución para la Isla de Cuba,
en 1812. Siguieron esbozos de Varela y Zequeira, que apuntaban a la autonomía, y otros textos constitucionales
redactados en medio del fragor de las luchas por la independencia, en los que priman, sin embargo, el concepto civilista y
los derechos políticos individuales. En nuestro siglo, una Asamblea Constituyente redacta la Constitución de 1901, con la
que se establece la República, que sirve de base durante los primeros 38 años de república a una incipiente democracia
representativa y a varios otros textos constitucionales y reformas.
Todo este conjunto de ideas de los Siglos XIX y XX dio lugar en 1940 a una avanzadísima Constitución 5 en la
que se plasmaron conquistas laborales, sociales y políticas que apuntaban a un elaborado sistema de justicia social y a un
equilibrado proceso democrático. Esta Constitución fue la cristalización de un amplio proceso de participación
pluripartidista y largas negociaciones entre todos los sectores del país, que se prolongaron desde 1938 hasta 1940. Todo
ello desembocó en una Asamblea Constituyente que sesionó durante dos meses y medio con la participación de 81
delegados procedentes de 9 partidos políticos. Sólo quedaron excluidos 2 partidos políticos que no alcanzaron el factor
electoral. En el ambiente constitucional heredado de este proceso se desarrolló en Cuba el experimento democrático del
período comprendido entre 1940 y 1952.
No corresponde a este trabajo hacer loas a las conquistas realizadas durante ese período ni tampoco criticar las
deficiencias y errores del proceso democrático que comprendió. Pero es pertinente señalar algunos hechos.
Un hecho concreto es que el proceso evolutivo de la democracia cubana y sus instituciones fue interrumpido por
el golpe de Estado de 1952.
Otro hecho concreto es que el proceso revolucionario surgido en oposición a este acto de fuerza tenía una amplia
base ideológica que se sustentaba en la propia Constitución de 1940. Las fuerzas revolucionarias en la segunda mitad del
decenio de 1950 en Cuba abrigaban muchas tendencias, pero su premisa básica y unitaria era el restablecimiento de esa
Constitución y la reconstrucción democrática de la República dentro del sistema de justicia social que en ella se
planteaba. Por supuesto que la Constitución de 1940 no era una simple bandera en la lucha para restaurar la
democracia sino que era identificada por los idealistas revolucionarios como el instrumento jurídico idóneo
para impulsar una transformación socioeconómica profunda en la nueva República por la cual luchaban.
Un tercer hecho concreto es que muchas de las premisas ideológicas elaboradas en esa Constitución no

4
Constitución de la República de Cuba, Artículo 103; Editora Política, La Habana, 1992.
5 5
Debe reconocerse la influencia del socialismo en esa época. Todavía existía una idea
romántica respecto a los movimientos surgidos de la Tercera Internacional Socialista, es decir, del
Comunismo Internacional. Estos movimientos fueron muy influyentes en sindicatos y
organizaciones obreras y eran vistos como promotores de los derechos de los trabajadores. En la
Constitución de 1940 se dejó sentir esta influencia, pese a que el partido comunista de entonces –la
Unión Revolucionaria Comunista– sólo logro 6 escaños en la Asamblea.

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habían encontrado eco legislativo en leyes que promovieran la transformación prevista por sus redactores.
Muchos soñaban con el derrocamiento del dictador Batista para instaurar una República depurada de la
corrupción y las deficiencias del proceso democrático truncado en 1952, en la cual se pudieran sembrar las
ideas constitucionales que habían quedado ahogadas por 12 años previos de politiquería y siete años más de
dictadura.
El cuarto hecho concreto es que el proceso revolucionario derivó hacia una dictadura totalitaria,
desvirtuando en la ejecución de las premisas políticas impulsadas por Castro los conceptos básicos de
democracia participativa que emanaban de la Constitución de 1940 y de su proyección socialista -o más
exactamente, socialdemócrata- enmarcados en un sistema bien definido de libre empresa. La revolución
entronizada por Fidel Castro, en un proceso que concentró en sus manos todo el poder político y militar,
justificó sus excesos en contra de la democracia y de los derechos individuales con la promesa de conquistas
sociales que requerían la imposición férrea de medidas en defensa de "los intereses del pueblo".
El problema básico de semejante concepto es que los intereses de todos dependían enteramente de las
decisiones tomadas por un puñado de dirigentes con poderes omnímodos. El régimen actual se ha mantenido
así durante casi 40 años sin permitir grado alguno de oposición, enarbolando los banderines de las "conquistas"
y del "pueblo soberano" que aduce defender como pretexto de su inamovilidad. Eso estaría muy bien si no
fuera un pretexto para perpetuar la dictadura o si los derroteros seguidos por la “revolución”6 fuesen producto
de decisiones emanadas del pueblo mediante un proceso participativo o, al menos, representativo. Pero ni el
pueblo cubano puede manifestarse independientemente en actitud opositora ni tiene defensa institucional
alguna frente a las decisiones dictatoriales, porque le falta un Poder Legislativo y un Poder Judicial fuertes y
organizaciones sectoriales sólidas e independientes.
El planteamiento de estas cuestiones se ha realizado a profundidad durante muchos años y la
alternativa política que se ofrece como salida a la dictadura y como renuncia al totalitarismo ha ido
evolucionando hacia una estructura jurídica seria en la que se reconoce la necesidad de un nuevo planteamiento
constitucional y de un proceso de transición previo que conduzca a él. En Cuba, pese a que las iniciativas de
todo tipo sólo parten de centros muy limitados de poder, se reconoció también esta necesidad y, en
consecuencia, se desarrolló un proceso constitucional que ha derivado ya en la redacción de sendas
constituciones que han intentado institucionalizar la “revolución” y darle legitimidad al régimen actual.
Juan Bautista Alberdi, el preclaro prócer argentino que vivió en una época de caudillismo y
revoluciones, ya vio en éstas, y en la guerra en particular, una antítesis de la sociedad civilizada. Era un hombre
del orden y de la paz que aborrecía la violencia como medio para hacer prevalecer la razón. Hizo notar que la
libertad no brota de un sablazo sino que es el parto lento de la civilización. Argentina recién se libraba de la
férrea dictadura de Rosas, con capa de populista, y necesitaba restaurar un clima de concordia, orden y paz.
Durante su largo exilio, Alberdi escribió en Chile, en 1852, las “Bases y puntos de partida para la
organización política argentina”, que inspiraron la carta Constitucional de 1853, modelada a su vez en la
Constitución de los Estados Unidos, pero con una matizada influencia de las doctrinas de la Revolución
Francesa.
En esa oportunidad en la Argentina, como hoy en Cuba bajo la égida de Castro, Rosas se perpetuó en el
poder con un considerable apoyo popular, al tiempo que huía del país casi la mitad de la población que no le era
afecta y a la que no le era permitido oponérsele. Fue un dictador que logró tan apasionado seguimiento en

6
Uso comillas aquí porque en el léxico del régimen que impera actualmente en Cuba se utiliza esta
palabra como un eufemismo del gobierno totalitario o de la supuesta dictadura del proletariado. La
Revolución cubana es un proceso comprendido entre 1959 y 1962, un período de cuatro años en
que se desarrolló y finalmente se consolidó un cambio radical en las estructuras sociales, políticas y
económicas. Seguir llamando “Revolución” al régimen institucionalizado como producto de ella
parece ser más bien un recurso propagandístico. No utilizaré las comillas cuando me refiera a ese
período en particular.

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amplios sectores de la población que aún hoy, pese al juicio de la historia, se manifiestan a diario muchas
opiniones en su defensa.
Terminada la dictadura, Alberdi vio la oportunidad de fomentar en la Argentina un compromiso
político de concordia entre todas las facciones para proceder a una reestructuración institucional que diese a la
nación un orden social estable. A este orden, evidentemente, no podía ni puede llegarse a través del caos
revolucionario o el cisma que produce una contienda armada, sino mediante un compromiso forjado en la
transacción, la reconciliación y, en definitiva, la democracia.

Utopía y realidad

El Comunismo marxista le prometió al pueblo un poder de decisión política por medios económicos:
el poder a través del control de los medios de producción. La versión leninista posterior que se enseñoreó del
llamado “bloque socialista” durante la mayor parte del siglo XX radicalizó ese concepto con la tesis de la
“dictadura del proletariado”, y para llegar a las utopías que planteaba insistió en que se requería un período de
centralismo férreo que llevara a todo el pueblo de la nación a condiciones óptimas de igualdad y productividad
y diera por terminada la lucha de clases. El sacrificio transitorio de las libertades y los derechos humanos
quedaba justificado por la meta del poder popular que se iría estructurando durante el proceso hasta cristalizar
con características soberanas. Esta tesis popularizó la trágica frase: “el fin justifica a los medios”.
El objetivo final de semejante perspectiva histórica es llegar a una situación política y social en la que
el pueblo sea soberano. Pero este es también, ni más ni menos, el objetivo primordial de toda democracia. Sin
embargo, la historia trágica del Comunismo y su desenlace actual han demostrado que el sistema
representativo, con todos sus defectos, ha resultado hasta ahora más eficaz para promover las libertades, la
equidad y el bien común. El Comunismo, el Fascismo y los totalitarismos de todas clases son sistemas que
embocan a los pueblos en el callejón sin salida de la opresión y el autoritarismo. El propio representante ante
las Naciones Unidas de la antigua Unión Soviética, Sr. Akaev, reconoció el 22 de octubre de 1991, durante el
debate general que se celebraba en la Asamblea General, que:
“No me corresponde a mí, al viajar fuera de mi patria, anatematizar el comunismo con
rostro soviético. Todos nosotros fuimos rehenes de esa ideología inhumana y su sistema
antihumano. Todos nosotros, de una u otra manera, debemos compartir la culpa por
nuestro pasado.”
Mikhail Gorbachev, el antiguo líder máximo de la Unión Soviética no se queda atrás en el análisis que
hace en sus Memorias. Refiriéndose al derrumbe de un sistema con el cual colaboró durante toda su vida,
señala que:
“La crisis del movimiento comunista y su derrumbe eran fundamentalmente inevitables,
debido a que la crisis fue provocada por la propia debilidad interna de la ideología
comunista, que, al ponerse en práctica, derivó en el establecimiento de una sociedad
totalitaria. Semejante modelo tenía que derrumbarse tarde o temprano.” 7
Sin embargo, cabe reconocer que, en teoría, el sistema Comunista nos dio una respuesta que apenas se
habían atrevido a esbozar los sistemas representativos: el Poder Popular. Se habló de Asambleas Populares.

7
Erinnerungen (Mikhail Gorbachev); Siedler, Berlin, 1995. Se le achaca al ex Premier soviético el
derrumbe de ese sistema por haber tratado de desmantelar el sistema comunista. Empero, la
realidad es muy otra. Gorbachev nunca renunció a la ideología básica del marxismo-leninismo.
Intentó sencillamente realizar con un proceso de apertura el proyecto básico de tal ideología, es
decir, alcanzar el objetivo primordial de la intervención popular en las decisiones públicas. Intentó
renunciar al totalitarismo para implantar una verdadera “dictadura del proletariado”.

19
20

Se dijo que estas Asambleas Populares serían el asiento del gobierno en esas democracias populares. En Cuba,
ese concepto fue institucionalizado por la Constitución Socialista que entró en vigor en 1976. Posteriormente,
la Constitución de 1992 reafirma el Poder Popular y establece claramente en el Artículo 3 que:
“... la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado. Ese poder
es ejercido directamente o por medio de las Asambleas del Poder Popular y demás órganos
del Estado que de ellas se derivan”,
lo que es corroborado en el Artículo 69, que reitera:
“La Asamblea Nacional del Poder Popular es el órgano supremo del poder del
Estado. Representa y expresa la voluntad soberana de todo el pueblo.”
Y este poder, por supuesto, dimana de los Organos Locales del Poder Popular. La propia Constitución de 1992
abunda en artículos que codifican dicho poder y sus atribuciones. El Artículo 103, un fragmento del cual
encabeza este Capítulo, le atribuye potestades de la “más alta autoridad”.
El panorama constitucional actual, así esbozado, representa una verdadera innovación que apunta
hacia la democracia participativa. Pero en Cuba conocen bien lo que es ese Poder Popular. Lejos de tomar
decisiones y elaborar programas, sus Asambleas –que se reúnen brevemente un par de veces al año– bien
pronto se han convertido en organismos de ejecución de las órdenes que parten de la jerarquía del Partido
único y de los programas que elabora en su seno la cúpula del poder.

Su magra autoridad se ha reducido a la tímida discusión de cuestiones administrativas y burocráticas, y


de problemas locales como el abastecimiento o los medios de cumplir metas de producción. Sus debates no se
apartan de las directrices y los lineamientos oficiales. A nivel nacional votan de consenso en línea con las
directivas del Partido único. La Constitución de 1992 sirve de base para echar por tierra la capacidad efectiva
de decisión de ese Poder Popular en sus Artículos 14, 68 d) y e), 97 y 98.8
La “economía socialista” que señala la Constitución de 1992 implica un sistema de planificación
centralizada, y el Consejo Ejecutivo, dirigido por el Presidente del Estado (Fidel Castro), puede tomar

8
Constitución de la República de Cuba; Editora Política, La Habana, 1992:
Articulo 14.- En la Republica de Cuba rige el sistema de economia basado en la propiedad
socialista
Articulo 68.-
d) las disposiciones de los organos estatales superiores son obligatorias para los inferiores;
e) los organos estatales inferiores responden ante los superiores y les rinden cuenta de su gestion;
Articulo 97.- El Presidente, el Primer Vicepresidente, los Vicepresidentes y otros miembros del
Consejo de Ministros que determine el Presidente, integran su Comite Ejecutivo.
El Comite Ejecutivo puede decidir sobre las cuestiones atribuidas al Consejo de Ministros,
durante los periodos que median entre una y otra de sus reuniones.
Articulo 98.- Son atribuciones del Consejo de Ministros:
l) revocar las decisiones de las Administraciones subordinadas a las Asambleas Provinciales o
Municipales del Poder Popular, adoptadas en funcion de las facultades delegadas por los
organismos de la Administracion Central del Estado, cuando contravengan las normas superiores
que les sean de obligatorio cumplimiento;
m) revocar las disposiciones de los Jefes de organismos de la Administracion Central del Estado,
cuando contravengan las normas superiores que les sean de obligatorio cumplimiento;

20
21

decisiones que resulten obligatorias para los órganos del Poder Popular y tiene atribuciones para abrogar y
revocar los intentos de legislación que se produzcan en éstos, que de hecho se convierten así en órganos
subordinados.9 En otras palabras, en el caso de Cuba el Poder Popular, a través de esas Asambleas Populares,
no ha pasado de ser un instrumento dúctil en manos de Fidel Castro, máximo líder de la “Revolución”.
Pero no podemos ignorar que esas estructuras han sido creadas y que existen. Surgieron las Asambleas
a nivel local, provincial y nacional; se institucionalizó, en una palabra, el hermoso concepto de la soberanía del
pueblo en estas Asambleas del Poder Popular. El concepto ha cobrado forma, aunque le falte poder. Se le ha
dado así una esperanza al pueblo de autogobernarse, de decidir su destino, enseñándole las estrellas de la
democracia verdadera desde ese oscuro callejón del régimen totalitario.

9
El Dr. Nelson Amaro, decano de la Universidad del Valle de Guatemala (UVG), de origen cubano,
presentó en la Sexta Reunión Anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana
(Miami, agosto 8-10 de 1996), un ensayo titulado “Decentralization, local government and citizen
participation in Cuba”, publicado por la facultad de Ciencias Sociales de la UVG, que analiza a
profundidad estas estructuras de gobierno en Cuba en relación con el Poder Popular y las
Asambleas.

21
22

22
23

3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

El proyecto fundamental de la democracia participativa es un mecanismo


mediante el cual el pueblo, con su propia participación, pueda manifestarse por
igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se hace hincapié
de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus opiniones y su
amplia manifestación a través de un mecanismo participativo institucionalizado.

Evolución histórica

omo ya señalé anteriormente al referirme al ideal democrático, el concepto moderno de democracia

C representativa toma más de la república romana que de la democracia griega. Incluso la idea de un parlamento,
es decir de un foro de debates, cristaliza por primera vez en la historia con la creación del Senado romano. Del
Senado surgen los pretores y los cónsules que gobiernan el país con el imperium o mandato otorgado por esa
institución legislativa.
En su expansión, la república romana se convierte en imperio y los cónsules en procónsules y, finalmente, en
emperadores o césares. El poder del Emperador surge, pues, del Senado, que es quien lo otorga, y con aquel mecanismo
político de la antigüedad se instituye entonces un precario equilibrio de poderes entre la rama legislativa y la ejecutiva que
ha sido el mayor dolor de cabeza de la democracia representativa a través de toda su historia. No podemos perder de vista
tampoco que así como la democracia directa de la Grecia clásica no iba mucho más allá de un mecanismo de gobierno en
manos de una reducida élite masculina, el concepto de la república romana, asentado en la gestión legislativa del Senado,
tampoco pasaba de ser un sistema oligárquico y elitista.
Lamentablemente, lejos de evolucionar estos sistemas a un medio más amplio de participación popular, el
predominio gradual del poder ejecutivo de los procónsules, y ulteriormente del Emperador, derivó en el absolutismo de
las postrimerías del Imperio Romano y en la aristocracia absolutista en toda la época posterior de la Edad Media. Sin
embargo, hay intentos precursores en el siglo X en Islandia (con la efímera creación del Althing o “Asamblea de Hombres
Libres”), en el siglo XI en Cataluña (con la promulgación de los primeros Usatges),10 y en los siglos XII y XIII en
Inglaterra.11 El republicanismo tuvo también su renacimiento a fines del siglo XI en la península italiana con la

10
Los Usatges de Barcelona fueron promulgados como resultado de la labor legislativa y judicial
auspiciada por Ramón Berenguer I. Cristalizaron en lo que parece ser el primer código
jurídico–constitucional de la historia, en la época de Ramón Berenguer IV, en el primer tercio del
siglo XII.
11
Esos “parlamentos” fueron creados durante el reinado Eduardo I y sus primeros estatutos fueron
redactados en 1278. La separación de poderes comenzó a tomar forma con las reuniones por
separado de los “lords”, es decir, de los nobles y el clero, y de los “commons”, es decir, de los
caballeros y los jefes de las localidades. Ricardo II creó posteriormente el Consejo del Rey, que
corresponde al actual gabinete, pero la separación de poderes no quedaría bien definida hasta
1422, durante el reinado de Enrique V, cuando se estableció la costumbre de referir al Parlamento
los proyectos de ley. La palabra parliament en Inglaterra no fue usada, sin embargo, hasta el siglo
XV. Tiene un origen franco-catalán, del francés parlement y del catalán parlament, ambos vocablos
de semejante pronunciación.

23
24

elección de cónsules o administradores encargados de intervenir en cuestiones judiciales independientemente del poder
pontificio o imperial. A finales del siglo XII este sistema consular había sido reemplazado ya por una forma de gobierno
compuesto por consejos dirigidos por funcionarios conocidos como podestá. La ciudadanía de Florencia, Padua, Pisa,
Milán y Siena estaba fragmentada en contradas, o distritos electorales, donde se elegía entre la élite masculina de la
ciudad a los electores del Gran Consejo quienes, a su vez, elegían mediante un elaborado sistema al Jefe de gobierno o
podestá.
Empero, un parlamento como tal, en su concepción moderna de poder legislativo autónomo, y con él, el
resurgimiento de la democracia con su nueva faz representativa, no hace su aparición hasta el siglo XVII como resultado
de las revoluciones liberal-burguesas en Inglaterra (1641-1688) y en los Países Bajos (1654). En esos primeros
parlamentos, los debates sobre leyes o peticiones se realizaban en ausencia del monarca: los nobles y la alta jerarquía
eclesiástica se reunían en una cámara del palacio y los caballeros y burgueses se reunían en otra. Esta separación de
recintos fue el origen de las dos cámaras del Parlamento que en la época contemporánea es identificado como sistema
bicameral.
Sin embargo, todo esto no cristaliza en un sistema claro de separación de poderes hasta que se redacta en los
Estados Unidos la primera carta constitucional escrita que regula la forma de gobierno de un país. La Constitución de los
Estados Unidos de América, firmada el 17 de septiembre de 1787, y ampliada con sus primeras 12 enmiendas, más
conocidas como La Carta de Derechos (“The Bill of Rights”)12, entró en vigor el 4 de marzo de 1789. En ella se proclama
el principio de la soberanía nacional, expresado directamente en la Cámara de Representantes, elegidos por sufragio
universal, e indirectamente en el Senado, que originalmente se concibió como un cuerpo de representantes elegidos por
los parlamentos de cada Estado y que, por lo tanto, habrían de representar a los Estados de la federación y no al pueblo.
Todo esto precede al estallido de la Revolución Francesa, que si bien arrastra consigo una clara influencia de los
acontecimientos que la precedieron en América, adquiere un carácter singular al anteponer el concepto de equidad a toda
su ideología. Este concepto de equidad da primacía al contrato social, una tesis tomada de las ideas elaboradas por J.J.
Rousseau en los años que precedieron a tan trascendental acontecimiento histórico.
Al estudiar a Rousseau nos percatamos de que podemos encontrar el origen de sus ideas –otra vez– en la Grecia
clásica y en el Derecho Romano. En su Política, Aristóteles considera al hombre como “un animal político”, quien en su
manifestación a través del Estado puede obtener el bien supremo para la sociedad, y reconoce el derecho de las masas a
elegir sus propios dirigentes y a pedirles cuentas por sus actos. El Derecho Romano, por su parte, ya reconoce que el
pueblo confiere el poder al dirigente y pone en sus manos toda autoridad.
Rousseau, como Hobbes antes que él, interpreta la existencia del Estado como la consecuencia natural de un
contrato social entre los individuos que componen la comunidad y la nación. En tanto que aquél consideraba el contrato
social como un fruto racional del propio egoísmo humano, Rousseau lo juzga como una garantía de los derechos naturales
de los individuos. Aquí ya se habla de derechos individuales y no de derechos del ciudadano. Por eso, el Estado
democrático es la manifestación de la voluntad de todos en un ambiente de “equidad, libertad y fraternidad”, tres valores
fundamentales que, como objetivos del Estado democrático, fueron tomados como divisa de la Revolución Francesa.
Rousseau se propuso esbozar un sistema político que eliminara las desigualdades y la subordinación de unos
hombres a otros. Estaba convencido de que se podía lograr ésto si los seres humanos participaban todos en la elaboración
y el desarrollo de las normas sociales y políticas que, a su vez, debían acatar en el contexto de la comunidad o de la
nación. Deja de resolver, sin embargo, el problema del gobierno de las mayorías –como ya señalé anteriormente–, donde
una consulta electoral resulta en la imposición de los elegidos de la mayoría y de sus opiniones, y no da cabida alguna a
manifestaciones minoritarias.

12
La Carta de Derechos norteamericana, insertada en la Constitución de los Estados Unidos, fue el
documento precursor de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano –el legado más
excelso de la Revolución Francesa–, la cual sienta a su vez las bases para los instrumentos
modernos de derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas.

24
25

La participación como manifestación parlamentaria

Este es el proyecto fundamental de la democracia participativa, un mecanismo mediante el cual el pueblo, con
su propia participación, se manifiesta por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se realiza así el
summum de la equidad como sistema aplicado. ¿De qué otra manera podría el individuo luchar con mayor eficiencia y
efectividad que con la gestión individual en pro de la realización de sus anhelos de equidad, en un ambiente público de
Asamblea donde la comunidad se esfuerce en llegar a decisiones y resoluciones mediante la avenencia, la transacción y el
compromiso o, en última instancia, el voto? Sin negar que todo sistema democrático eventualmente ha de descansar en
decisiones mayoritarias, se hace hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus opiniones y su
amplia manifestación a través de un mecanismo participativo institucionalizado.
En gran medida, ese es precisamente el propósito del régimen parlamentario en su función de representatividad
idónea de todos los sectores, tendencias e ideologías de la nación. El sistema parlamentario puro asume las funciones del
Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, como sucede en Gran Bretaña y en muchos países de la Mancomunidad Británica
y de la Unión Europea, entre otros. También hay sistemas parlamentarios, como el de Suiza, en los que el Poder Ejecutivo
surge de elecciones dentro de la legislatura pero actúa después independientemente de ésta durante el período presidencial
(colegiado) que determina la Constitución.
Empero, todos los sistemas políticos existentes o que han existido desde comienzos de la Edad Moderna con la
etiqueta de democracia, se apartan de la ideología original de participación al estructurar una estricta representatividad,
en el mejor de los casos, o limitar al ciudadano a una simple consulta electoral esporádica en la que apenas pueden señalar
su mera preferencia política o ideológica.
Por todas las razones expuestas hasta aquí, cualquier proyecto participativo tiene que contar con una
manifestación parlamentaria. No obstante, si me aparto del concepto estricto de gobierno parlamentario en el esbozo del
diagrama13 es sencillamente porque tal sistema no es un mecanismo participativo. Se trata, eso sí, de un mecanismo
altamente representativo y eficiente con cabida a una manifestación limitada de los partidos políticos minoritarios y con
un accionar que permite también la manifestación de diversas tendencias políticas, sociales o económicas, pero no la
intervención ni mucho menos la participación del individuo o de las instituciones de la comunidad.
Al asumir ambos poderes –legislativo y ejecutivo–, el sistema parlamentario no puede abrirse a la participación
y pretender al mismo tiempo funcionar con eficiencia para desarrollar programas políticos, proyectos económicos y obra
social de forma estructurada y coherente. Para eso se requiere un Poder Ejecutivo autónomo con la dinámica y la filosofía
política necesarias que sirvan de motor en la vía del desarrollo y el progreso del país.
Huelga decir que un sistema presidencialista se aparta aún más de la idea participativa y se acerca
peligrosamente al caudillismo o, incluso, a la dictadura. Es a su vez más propenso a la corrupción. En los Estados Unidos
funciona –hasta ahora– haciendo malabarismos con frecuencia frustrantes e ineficaces en un elaborado sistema de
separación de poderes. Pero este es otro tema muy extenso que no corresponde a esta obra.
Los sistemas semi-parlamentarios se prestan mucho más para estructurar la democracia participativa tal y como
la concebimos en esta obra. La Constitución de 1940 instituyó en Cuba un gobierno semi-parlamentario y la Constitución
de 1961 en el Uruguay dio un paso más hacia la participación popular con un sistema que denominaron “parlamentarismo
racionalizado”, que incluía un Poder Ejecutivo colegiado. Ambos tuvieron corta vida. Con mayor éxito de permanencia
existe un sistema semi-parlamentario en Suiza de tipo colegiado y cantonal.14 Todos ellos se han acercado bastante más
al ideal participativo que los sistemas parlamentarios tradicionales, pero no lo suficiente.

13
Véase el Capítulo 5.
14
El sistema colegiado permite participación tanto a las minorías como a las mayorías en el Poder
Ejecutivo.

25
26

13
Por eso, si bien en el diagrama voy a esbozar la estructura participativa básica que propongo dentro de un
concepto semi-parlamentario, la propuesta incluye dos diferencias esenciales que llevan este proyecto a dar un paso de
avance decisivo en la senda de la participación.
Abundaré más sobre esto al final del Capítulo 4.

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27

4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

La democracia participativa es un medio político que exige una capacidad


de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar decisiones.

Antecedentes y enfoques

E l concepto moderno de democracia participativa no es una idea nueva. Ya puede estudiarse su esbozo en
obras de Maritain, quien señalaba con mucho tino que la verdadera democracia no ha cristalizado aún en la
sociedad moderna.
Su posición ideológica hace una distinción entre el individualismo –al estilo de Rousseau– y la dignidad de la
persona humana. Como individuo, el ser humano no es más que un fragmento de la sociedad, pero como persona investida
de su dignidad y derechos es depositario de sus intereses y aspiraciones de la sociedad en pleno.
Esta idea fue recogida formalmente por la Democracia Cristiana internacional y, con Maritain como inspirador,
se ha ido desarrollando en los movimientos demócrata cristianos del mundo un nuevo enfoque de la democracia.
Ya en 1972 Rafael Caldera publicó en Dimensiones un célebre esbozo de este concepto de democracia. Lo
resumió así:
"No puede haber verdadera democracia si la persona humana no es respetada, porque ella
es el ingrediente indispensable del pueblo, considerado, no como simple masa, cantidad a
la cual se atribuyen determinadas prerrogativas, sino como sujeto consciente y
responsable de sus actos y decisiones."
En ese mismo ensayo concluye diciendo:
"La idea misma de la dignidad de la persona humana conduce a la necesidad del
diálogo y consideración permanente entre gobierno y pueblo; si el gobierno es la
representación del pueblo, debe interpretar su voluntad ... sin ese diálogo constante el
funcionamiento de la entidad democrática en realidad no existe."
Poco después, en 1977, el COPEI organizó en Caracas un interesante Seminario bajo el tema “Hacia
una Democracia Participativa”, y el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) publicó ese
mismo año su Cuaderno Nº2, titulado “La Democracia Participativa”, en el que figura la ponencia presentada
por el Dr. Enrique Pérez Olivares a ese Seminario. En su ponencia, el Dr. Pérez Olivares resume
magistralmente su posición como sigue:
“El proceso tiene de común ... un esfuerzo para que el poder no se gestione sólo en
nombre del pueblo o aun para el pueblo, sino que se actúe con el pueblo, insertándolo tan
profundamente en el sistema, que el gobernante más que representante del pueblo sea su
exponente”.
De aquí se deriva que uno de los principios básicos que sustentan los conceptos democráticos de la
Democracia Cristiana internacional, en general, y del Partido Demócrata Cristiano de Cuba, en particular, es el
derecho a la participación directa del ciudadano en las decisiones y los procesos políticos del país. En sus

27
28

documentos se habla siempre de un sistema pluralista y participativo.


El "Manifiesto Político Internacional", suscrito por la Internacional Demócrata Cristiana (IDC) y
publicado por la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) en su Separata de Informe ODCA
Nº44, es explícito al señalar que se trata de:
"la participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las
organizaciones populares y otras asociaciones a todos los niveles de decisión política,
económica y social".
El "Manifiesto político de los demócratacristianos a los países de América Latina" es otro hito
destacado en esta senda. Fue dado a la publicidad en la Separata de Informe ODCA Nº93. En este Manifiesto
se proclama lo siguiente:
"Estamos convencidos de que una auténtica sociedad comunitaria no se realiza sin
democracia y que una verdadera democracia no se realiza si no se orienta hacia una
sociedad comunitaria. En efecto, sólo la experiencia de la vida democrática crea las
mejores condiciones para alcanzar un consenso en el respeto del pluralismo y promover
los derechos políticos, culturales y socioeconómicos del hombre.
El funcionamiento eficaz de la democracia exige: participación de todos, en
particular a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones populares y
otras asociaciones intermedias, a todos los niveles de decisión política, económica y
social; sufragio universal, libre y secreto; pluralismo político; parlamento; separación y
colaboración de los poderes del Estado; libertad de información y libre acceso a ella;
superación de las discriminaciones políticas y las injusticias sociales."
En otra importante corriente de opinión, aunque sin referirse concretamente a la democracia
participativa, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, auspiciada por las Naciones Unidas, le da sin
embargo un espaldarazo internacional cuando señala que:
“La democracia se basa en la voluntad del pueblo, libremente expresada, para determinar
su propio régimen político, económico, social y cultural, y en su plena participación en
todos los aspectos de la vida. En este contexto, la promoción y protección de los derechos
humanos y de las libertades fundamentales en los planos nacional e internacional deben
ser universales y llevarse a cabo de modo incondicional.”15
El problema básico del concepto de democracia participativa es la disyuntiva de cómo reconciliarlo
con el gobierno de la mayoría. Sir Arthur Lewis, laureado con el Premio Nobel, señaló en un libro publicado
en Londres en 196516 que todos aquellos afectados por una decisión deben tener la oportunidad de participar en
el proceso de tomar esa decisión, ya sea en forma directa o mediante representantes electos.
Diversos países han tratado de corregir mediante el uso frecuente del plebiscito esa desviación nociva
del proyecto democrático que puede propiciar la democracia representativa, es decir, la "dictadura de las
mayorías". Suiza es el ejemplo extremo de utilización de este instrumento, donde se realizaron 102 consultas
populares mediante plebiscito en sólo 17 años (1963-1980), y se han seguido realizando con extraordinaria
frecuencia desde entonces. Pero también ha sido y es utilizado ampliamente en Australia, Nueva Zelandia,
Bélgica, Dinamarca, Gran Bretaña y otros países, incluidos los Estados Unidos. Fue utilizado por cada uno de
los países que forman hoy la Unión Europea para decidir si ingresaban o no en el Mercado Común de entonces.
Los suizos lo ejercieron en 1995 con un no rotundo en contra de los intereses de su propio gobierno, que había
15
Declaración y Programa de Acción de Viena, párr. 8. Conferencia Mundial de Derechos
Humanos, celebrada en Viena, Austria, en junio de 1993. Documento DPI/1394/Rev.1/HR, pág. 33.
Naciones Unidas, New York, NY, 1995.
16
Politics in West Africa (W. Arthur Lewis), págs.64-65; George Allen & Unwin, Londres, 1965.

28
29

anunciado pocos meses antes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas su inminente ingreso en la
Unión Europea.17
El plebiscito es un mecanismo que permite al pueblo opinar sobre un tema, una política, un programa o
un proyecto de ley determinados. Esto permite a las minorías movilizar al pueblo en respaldo de una idea o un
proyecto que las beneficie o que responda a sus aspiraciones y le da una oportunidad a los sectores de
convencer al pueblo y obtener su aprobación respecto a un proyecto de ley que impulse sus intereses.
Pero dista en realidad de ser un medio idóneo o siquiera práctico de participación democrática en las
decisiones nacionales, provinciales o locales. Además, tiende a ser poco popular, porque la concurrencia a
estos medios de consulta es más baja que a los comicios para elegir candidatos para el gobierno. En el caso
suizo en particular, la participación popular en esos plebiscitos ha promediado apenas un 45% desde 1960. En
los Estados Unidos, donde se utiliza extensamente a nivel local o municipal, y pese a que coincide casi siempre
con los comicios, la participación es todavía menor.
Cabe notar que un conjunto de organizaciones de la disidencia interna de Cuba, solicitaron en julio de
1997 –ajustándose a la Constitución vigente– que el régimen convoque a un plebiscito que consulte al pueblo
cubano sobre el sistema de gobierno de su preferencia. Insisto en que es un medio deficiente de consulta
popular porque sólo puede opinarse con un sí o con un no, y porque la consulta puede estar formulada en forma
ambigua, equívoca o incompleta. Sin embargo, dentro de un sistema democrático con instituciones fuertes el
plebiscito puede ser un instrumento muy útil en casos de pugnas políticas entre los poderes del Estado y cuando
un sector determinado quiera someter a la decisión del pueblo cualquier instrumento o ley que esté bloqueado
por los poderes del Estado.

La democracia cibernética

Otra solución, que atraviesa en la actualidad por un período experimental bastante indefinido, es la
que aprovecha los adelantos modernos de la informática y las comunicaciones. Se ensaya el televoting, es
decir, el voto por teléfono o por computadora, así como también una suerte de electronic town meetings, que
permite a los usuarios a través del Internet discutir en vivo temas políticos con sus representantes o quienes
aspiran a representarlos, y también con otros ciudadanos igualmente interesados, en un intento de interacción
democrática. Ambos sistemas se utilizan en los Estados Unidos cada vez con mayor frecuencia, pero su
utilidad actual se circunscribe al sondeo de opinión.
Sin embargo, su notable potencial como elemento de democracia directa ya ha comenzado a dejarse
sentir. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la fallida campaña de reelección nada menos que del Speaker de la
Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Tom Foley, quien perdió su intento en noviembre de 1994
por una diferencia de apenas 4,000 votos. Los analistas estiman que la campaña desarrollada en su contra por
Richard Hartman, un ingeniero de computadoras de Spokane, Washington, quien utilizó extensamente el
Internet para recabar fondos y plantear su posición, fue el factor determinante en una derrota donde unos pocos
votos contaban.
Durante su campaña presidencial en 1992, Ross Perot se refirió a menudo a su idea de un “electronic
town hall” –es decir, a una Asamblea municipal electrónica– donde cada ciudadano pudiese votar desde sus
computadoras sobre cuestiones planteadas en la palestra política. Llevó más lejos su idea a la campaña de 1996
cuando el recién creado Partido Reformista promovió la idea abriendo canales cibernéticos a sus partidarios
para que escogieran por ese medio electrónico al candidato presidencial del partido.
En Norteamérica temen que esta tendencia produzca una indeseable fragmentación de la opinión
pública y, por ende, el caos político potencial a que me referiré en el Capítulo 5.

17
En Suiza se han realizado alrededor de la mitad de los plebiscitos nacionales del mundo moderno.

29
30

Robert J. Samuelson, columnista de la revista Newsweek, enfocó este peligro, señalando que debido a
que el Internet facilita más que nunca a la gente con intereses semejantes el establecimiento de vínculos,
independientemente del lugar donde se encuentren, puede acelerarse la tendencia descentralizadora. Teme que
los Estados Unidos se conviertan en una nación compuesta por grupos de influencia que promuevan estrechos
objetivos políticos y sociales, provocando así una peligrosa desintegración del país.18
Es evidente que este medio puede ser un gran factor de desorganización. Pero tampoco hay que perder
de vista que el acceso al Internet y la posesión de computadoras están limitados a los segmentos más
acomodados de la población. Los países más pobres apenas contarían con una elite capaz de manifestarse e
interactuar por este medio. Aun en los países más ricos, como en los EE.UU., el acceso a estos medios seguirá
limitado a una minoría de la población durante muchos años más.
No por eso vamos a volver las espaldas al progreso ni dejar de comprender que muchas de las
funciones que proponemos en este estudio se verían altamente facilitadas con la utilización de este medio de
comunicaciones tan propicio.
No dudo que el avance tecnológico tan extraordinario que experimentamos hoy día resolverá tarde o
temprano sus problema inherentes para integrar el Internet a las funciones e instituciones de la democracia
participativa.

Participación consensual

Volviendo al tema central de este capítulo, vemos que el comunismo, por su parte, se proponía un
sistema de participación dentro de “organizaciones de masas”, en una especie de democracia consensual o por
aclamación. Mao Tsetung resumió claramente esta idea, señalando que consiste en:
“Unir a todas las clases y capas sociales oprimidas –obreros, campesinos,
soldados, intelectuales y hombres de negocios–, todas las organizaciones populares,
partidos democráticos, minorías nacionales, chinos de ultramar y demás patriotas; formar
un frente único nacional ...” 19
Por otra parte, para Ortega y Gasset, que evidentemente nada tenía de comunista, “es evidente que una
sociedad existe gracias al consenso, a la coincidencia de sus miembros en ciertas opiniones últimas”.20 Es en
esta otra vertiente –que también proclama en boca del propio Ortega y Gasset la necesidad del “consenso o
unanimidad”– que la Falange española esbozó un sistema "vertical" de participación a través de los sindicatos,
una idea que probablemente busque sus orígenes a finales de la Edad Media en el experimento de participación
gremial en el gobierno que tuvo lugar en las ciudades italianas. En la Argentina, dentro de parámetros
semejantes, Juan Domingo Perón expresó en su Doctrina que:
“Podrían multiplicarse los argumentos para demostrar que cada día es más
indispensable la cooperación de la comunidad para mantener el equilibrio de los intereses
individuales y sociales y para obtener el reconocimiento y respeto de los derechos
inherentes a la personalidad humana.”21

18
Para mayor información sobre este tema puede consultarse The Good Life and Its Discontents
(Robert J. Samuelson), Times Books, 1996.
19
Manifiesto Político del Ejército Popular de Liberación de China (Mao Tsetung), Octubre 1947.
20
Del Imperio Romano: “Los Estratos de la Discordia” (José Ortega y Gasset), La Nación, Buenos
Aires, 1940.
21
Doctrina Peronista (Juan Domingo Perón), pág.56; Buenos Aires, 1948.

30
31

Puede observarse así que tanto el fascismo como el comunismo tenían en su ideología bases loables
que incluían la participación popular. Empero, derivaron en la práctica en férreos sistemas dictatoriales. La
manifestación popular en ambos casos quedaba ahogada por el poder de un Estado centralizado que toma todas
las decisiones. Esos sistemas han funcionado con un propósito claro de eliminar la oposición organizada y no
de proporcionarle al pueblo un vehículo para considerar sus propuestas.
Resumiendo: el concepto de democracia participativa no tiene nada que ver con el mecanismo que
permite gobernar mediante decisiones mayoritarias, ni con los mecanismos que agrupan al pueblo en sectores
con capacidad de manifestarse dentro de su contexto limitado, ni con procesos de votación como es el
plebiscito donde se permite a los electores de un país, una provincia o un municipio contestar con un sí o un
no a determinada propuesta, ni, mucho menos, con la movilización masiva de ciudadanos que respondan al
líder carismático con estruendosa aclamación. La democracia participativa es un medio político
radicalmente distinto que exige una capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar
decisiones.
El actual régimen cubano siguió los lineamientos del comunismo internacional durante más de 30 años
(hasta el derrumbe del sistema soviético) con la creación de estructuras centralizadas bajo el poder omnímodo
del Partido Comunista. Pero el problema que allí se plantea es más grave por cuanto Fidel Castro no es sólo el
Presidente de Cuba sino también el Máximo Líder de la Revolución y su Comandante en Jefe, y es calificado
por quienes lo sustentan en el poder como el fundador de la nueva sociedad y su brazo armado, el pensador, el
guerrero, el jefe de la economía, la cultura y la sociedad cubanas, y el padre y árbitro político, entre muchos
otros atributos. En ese país, como ha sucedido en otros a ambos extremos del espectro político, toda autoridad
procede del líder y no puede ser ejercida por otros sino por delegación expresa de él.
Prueba fehaciente de ello es que durante el proceso gestor del IV Congreso del Partido Comunista en
Cuba, en el que se elaboró la Constitución Socialista de 1992, dos de las tres condiciones previas al debate se
referían a esto precisamente. Es decir, que no entraban en tela de juicio:
a) el liderazgo y la permanencia de Fidel Castro en su carácter de líder máximo de la
“revolución”, con todos sus poderes habituales;
b) la condición del Partido Comunista de Cuba como partido único de la “revolución”
marxista-leninista; y
c) que había que mantener la economía de planificación centralizada y la propiedad estatal de los
recursos como sistema de desarrollo económico, producción y distribución de bienes.
Así se produjo, ni más ni menos, la imposición forzosa y recalcitrante de un sistema que se encontraba ya
sumido en el descrédito mundial y contemplaba el derrumbe de todas sus instituciones internacionales.
En Cuba el pueblo había participado en forma directa a un nivel local –presuntamente gestor– en los
debates iniciales sobre los temas que, según estimaban, debieran considerarse en el Congreso y sobre el
enfoque que habría que dar a la nueva Constitución. Pero este experimento gestor, que había despertado tanto
interés, incluso en el exterior, y tantas esperanzas de apertura política y evolución democrática, fue
quebrantado por tales condiciones, causando un enorme desencanto entre la ciudadanía que aspiraba a ser parte
activa en el proceso.22de Miami, 1992.
El V Congreso del PCC, que en el momento de escribir estas líneas planea realizarse entre el 8 y el 10
de octubre de 1997, va por derroteros semejantes y, en algunos aspectos, más estrictos e inflexibles. Aprendida
la lección del IV Congreso, el PCC no tiene empacho en señalar que:
“Hubo militantes que perdieron la perspectiva y cuadros que mantuvieron una actitud

22
Para una equilibrada, detallada y sagaz descripción de este proceso, véase: Cuba: Crisis y
Transición (Pedro Ramón López-Oliver), Capítulo II; Research Institute for Cuban Studies,
Universidad

31
32

rutinaria y de subestimación de las realidades”.23


Pero esa disensión nunca salió a la luz pública y no fue tolerada en las reuniones, sino que se impuso un
forzoso consenso. Es evidente que tampoco será tolerada ahora. Al contrario, son terminantes cuando
reafirman “... el papel insustituible del Partido único de la nación cubana y del sistema político que hemos
forjado”24, y cuando insisten sin ambages en que:
“Hoy está más claro que nunca que Revolución, Patria y Socialismo son una y la
misma cosa” y que “Sólo la unidad de los revolucionarios puede conducir a la unidad del
pueblo. Ella requiere un solo Partido ...”, porque “el pluripartidismo perseguía dividir a
los explotados y oprimidos, y sembrar la ilusiòn de que había democracia”.25

Participación popular

No obstante, en Cuba se habla ahora también de democracia participativa como un eco de iniciativas
desarrolladas por Amalio Fiallo y Nicolás Ríos a través de sus "Seminarios de Democracia Participativa",
algunos de los cuales se han realizado dentro del país. Estos Seminarios tienen de positivo que sirven de
vehículo para impulsar un debate sobre ese tema en un entorno que hasta ahora había sido hermético. El
concepto queda tergiversado, sin embargo, al encasillar la supuesta participación democrática dentro de
parámetros unipartidistas, sometida a una estructura fundamentada en la dominación del caudillo sobre el
Partido, del Partido sobre el Estado y del Estado sobre la sociedad.
Además, un partido -cualquier partido- representa una corriente de opinión de un sector de la
población. El Diccionario de la Academia describe a un partido político como el “Conjunto o agregado de
personas que siguen y defienden una misma facción, opinión o causa”. Es decir, ningún partido puede abarcar,
ni siquiera en un concepto utópico, la opinión consensual de todos los sectores de un país. Todo individuo
tiene opiniones originales y propias, y busca a otros individuos con opiniones semejantes para organizarse con
un propósito común. De ese proceso aglutinador surgen los partidos políticos legítimos. Luego la democracia
no puede circunscribirse a un solo partido sin marginar y excluir a amplios sectores de la población y coartar su
libertad.
Mi esposa me hizo una observación que es merecedora de profunda reflexión y fue de los elementos
que inspiraron esta obra. Encaja precisamente en este capítulo. Me dijo: “Ningún gobierno puede
vanagloriarse de dar mucha libertad, porque la libertad, las libertades, son patrimonio del pueblo y no de los
gobiernos. El ejercicio de la libertad no es una dádiva de los funcionarios de turno”. Esto quiere decir que la
libertad, en su debida expresión, a través del ejercicio de los derechos humanos, es un patrimonio inherente que
no responde a la interpretación de sector o partido alguno ni puede estar sometida a un esquema de prioridades
por gobierno alguno.
Por otra parte, la propia “Constitución Socialista” que tiene vigencia actualmente en Cuba ha creado
estructuras e instituciones que son aprovechables para este objetivo de promover la democracia participativa
y propiciar por su intermedio las libertades públicas. Casi desde el comienzo, en el Art.4, proclama que “En la
República de Cuba todo el poder pertenece al pueblo”. El inciso b) del Art.8 “como Poder del pueblo, en
servicio del propio pueblo, garantiza” toda una serie de objetivos que pueden asumirse sin reparos en el
desarrollo político del país como conquistas que hay que lograr y preservar para el pueblo cubano. El inciso c)

23
Convocatoria al V Congreso del Partido Comunista de Cuba.
24
Ibid.
25
Proyecto: el Partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos.
Tesis preparada por la alta dirigencia del PCC para presentar al V Congreso.

32
33

hace otro planteamiento de igual pertinencia. Dudo que haya demócrata alguno que pueda discrepar de los
incisos b) y c) del Art...8 de la Constitución actual. Sobre esto se pronunció oportunamente el obispo cubano
Eduardo Boza Masvidal cuando escribió lo siguiente en el Boletín de la UCE:
“Hacer realidad estas cosas positivas ha de ser compromiso de nosotros, los
cristianos, y por eso no podemos dejarnos encerrar en la disyuntiva: comunismo o
capitalismo liberal, sino abrir otro camino en el cual sepamos juntar la libertad y el respeto
a los derechos dados por Dios, con el sentido de solidaridad que supere el egoísmo
individualista, para construir así un mundo verdaderamente fraterno y justo.”
Como contraste al segmento anterior sobre participación consensual podemos traer a colación un hecho
ilustrativo que es pertinente al caso de Cuba.
El Partido Demócrata Cristiano de Cuba (PDC) fue fundado en 1991 en la ciudad de Miami mediante un
Congreso en el que participaron centenares de delegados cubanos procedentes de todas partes del mundo. Estos, a su vez,
habían sido escogidos por los comités gestores reunidos en todos esos lugares, quienes los enviaron al Congreso con el
mandato de representarlos y defender allí sus puntos de vista. El propósito del PDC desde entonces ha sido desarrollar su
actividad política dentro de Cuba para exponer su plataforma al pueblo cubano e impulsar dentro de la isla el ideal
participativo.
En ningún momento se hicieron en ese Congreso planteamientos que excluyeran a partido político alguno de la
vida de la nación. Pero la incapacidad del régimen actual de abrir las puertas a un diálogo y propiciar una transformación
democrática ha impedido que se realice aquel propósito. Desde entonces, el PDC ha venido desarrollando una tesis sobre
la democracia participativa que se basa en la siguiente premisa: La participación de todos los electores en el proceso de
tomar decisiones, por medio de organismos que estén en la práctica involucrados en los mecanismos legislativos, puedan
manifestarse con capacidad de veto en cuestiones de política en general y tengan la facultad de supervisar la aplicación de
las leyes y la administración del Estado.
En este sentido, su Manifiesto firmado en la ciudad de Miami, el 5 de mayo de 1991, proclama:
"Luchamos por un estado de derecho, por un proyecto político democrático-pluralista con
participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones
populares y otras asociaciones intermedias en todos los niveles de decisión política, económica y
social".
Esta orientación, con algunas variantes, se está manifestando también entre otros sectores del espectro político
cubano, cuya posición es clara en favor de la democracia participativa en un sistema que no excluya la diversidad de
corrientes ideológicas. Pueden destacarse entre ellos a los Socialdemócratas. Pedro Ramón López-Oliver dedica casi tres
páginas en una de sus obras recientes a este tema. 26 Dentro de ese contexto, nos dice:
"Otro de los objetivos de la socialdemocracia es la democratización y realización de la
democracia mediante la participación cotidiana del ciudadano común en los asuntos de la
sociedad."
Y añade más adelante:
"Un alto grado de democracia participativa puede humanizar y personalizar el proceso
democrático sustancialmente, haciéndolo más accesible, efectivo y confiable."
Dentro de Cuba, grupos socialdemócratas han elaborado un proyecto de programa que se orienta hacia la
democracia participativa y la enfoca también dentro de parámetros económicos al defender los conceptos de cogestión y
autogestión de empresas.27

26
Cuba: Crisis y Transición, Op. cit., Capítulo IV.
27
Para un amplio análisis de estos conceptos, véase: En pos de la democracia económica (Manuel
Barba Cudilleiro); Ediciones Universal, Miami, 1987.

33
34

Sentadas estas bases, para lograr todo esto se precisa dar otro paso al frente. En el caso de Cuba, consiste en ir
más allá de la actual proyección sociopolítica del Gobierno de Castro y hacer realidad precisamente lo que ese régimen ha
estado prometiendo durante más de 35 años al pueblo cubano y nunca le ha dado, es decir, el Poder Popular.
El desafío consiste en ofrecer una solución que permita la manifestación ideológica a través de diversos partidos
políticos de todos los matices y tendencias, y que permita también la participación popular directa, mediante Asamblea,
en las decisiones políticas.
Este planteamiento desemboca en la idea de un sistema bicameral que recoja ambas corrientes de opinión y de
gestión: la del pueblo (en su manifestación directa o participativa) y la de los partidos políticos (en su manifestación
representativa).
En el capítulo anterior me refería a que este planteamiento tiene dos diferencias esenciales respecto a los sistemas
semi-parlamentarios actualmente en funcionamiento.
La primera –y más importante– consiste en que una de las cámaras legislativas es de naturaleza estrictamente
participativa28 y no representativa. La otra diferencia, que es consecuencia directa de ésta, resalta al proponer que el
Poder Ejecutivo, si bien debe ser autónomo y dinámico, tenga un papel de administrador y no de liderazgo. De este modo
el Ejecutivo no encarna el gobierno sino su administración. En cierto modo puede verse una similitud con las grandes
empresas corporativas o sociedades anónimas, donde el Presidente de la compañía administra y toma decisiones sobre la
marcha de la empresa pero la Junta de accionistas puede vetarlo, desautorizarlo y hasta destituirlo.
El Poder Ejecutivo estaría encabezado por un Primer Mandatario –llámesele Presidente si se quiere– que tiene
precisamente un mandato popular que cumplir mediante su gestión administrativa y la aplicación y ejecución de políticas
aprobadas por el Poder Legislativo. Este mandato sería supervisado por un Primer Ministro o Premier, elegido por la
Asamblea Nacional, con la tarea de vigilar su cumplimiento.
Bajo estas premisas sí puede abrirse una de las Cámaras a la participación popular sin comprometer por ello la
eficiencia ni la dinámica de gobierno ni provocar el caos o la parálisis. En este trabajo las identificamos como Asambleas
del Poder Popular.29 El Poder Popular tendría entonces capacidad de decisión parlamentaria y serviría de vehículo a la
manifestación tanto popular como individual de las inquietudes, anhelos, aspiraciones, proyectos y críticas de todos para
el bien de todos.

28
Porque los Delegados (o diputados, si se quiere) a las Asambleas de todos los niveles han sido
previamente seleccionados por el pueblo directamente en Asamblea. Véase esta estructura en más
detalle en el Capítulo 5.
29
Sería un error identificarlas en la estructura que proponemos y la gestión que realizarían con las
Asambleas del mismo nombre en la Cuba actual. Las diferencias fundamentales las apreciará el lector
a medida que desarrolle mi tesis en los capítulos siguientes. Si bien están modeladas con el mismo
tipo de estratificación política, esta tesis propone invertir la pirámide del poder y coloca al Poder
Ejecutivo al servicio de los intereses del pueblo.

34
35

5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

No existe oposición entre el fortalecimiento municipal y el comunitario. Ambas


son dimensiones del fortalecimiento del gobierno local. Esta es una tarea a
cumplir entre los técnicos, la comunidad de vecinos local y los políticos. El papel
del primero es la definición de las necesidades objetivas. El papel de la
comunidad es expresar sus necesidades objetivas y el del político compatibilizar
ambas dimensiones y coordinar estos esfuerzos y recursos hacia objetivos
comunes.30

Equilibrio legislativo

esde el concepto participativo y pluripartidista puede ofrecérsele ahora al pueblo una síntesis política que

D abarque el concepto de la soberanía popular dentro de un sistema de democracia representativa pluralista.


Aprovechando las instituciones políticas ya establecidas en Cuba por el régimen actual y reconociendo su
realidad se puede elaborar por etapas un sistema democrático popular y representativo.
En concreto: la propuesta básica consiste en que continúen funcionando las Asambleas del Poder Popular,
incorporándoles reglamentos que les permitan una amplia iniciativa y autonomía, y que, en un proceso paralelo, se
proceda a reconocer y respetar ampliamente el pluralismo ideológico y político, la libre asociación en partidos políticos y
el equilibrio de los poderes gubernamentales. Así se constituiría de hecho un gobierno de transición cuyo propósito
prioritario fuera crear las condiciones necesarias para la convocación de una Asamblea Constituyente.
La Asamblea Constituyente, a su vez, orientaría sus debates a la creación de un sistema de democracia
participativa por el cual el poder de las Asambleas surgiría de la base -la Asamblea de Distrito- y desde ellas se irían
eligiendo escalonadamente delegados a las Asambleas Municipales, las Asambleas Provinciales y la Asamblea Nacional.
Los delegados de las Asambleas serían electos en su propio seno, independientemente de su filiación política. Los
partidos políticos no estarían formalmente representados en ellas.
No obstante, hay que reconocer que, si funcionaran por sí solas, su gestión llevaría al caos ideológico y el
estancamiento político. Cada persona tiene un esquema de valores, aspiraciones, proyectos e intereses distinto, y sin el
aporte de programas estructurados, proyectos definidos o lineamientos ideológicos, las Asambleas podrían convertir todo
el ejercicio del gobierno participativo en la clásica «olla de grillos».
Se necesita por esa razón una estructura partidista paralela que, a través del Senado, encauce los programas de los
partidos mayoritarios y recoja y considere las opiniones de los minoritarios. Para que esta gestión del Senado se refleje a
su vez en las deliberaciones y debates de las Asambleas, podrían estar también representados en ellas con voz, pero sin

30
La descentralización en los países unitarios de América Latina y el Caribe en la actualidad:
cuatro dilemas gerenciales (Dr. Nelson Amaro), Universidad del Valle de Guatemala, Facultad de
Ciencias Sociales, Guatemala, 1996). Ponencia presentada a la Conferencia Regional sobre
Cooperación Política en materia de Descentralización en América Latina (Caracas, Venezuela, 1 y 2
de agosto de 1996), bajo los auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD).

35
36

voto, observadores de los partidos políticos. Del mismo modo, los sindicatos, las asociaciones cívicas y culturales, y otros
grupos de intereses, contribuirían con sus observadores a presentar ponencias para estructurar los temas de los debates y
apoyar candidaturas a la Asamblea de nivel superior. Un saludable cabildeo público podría desarrollarse como
un medio positivo para ventilar los intereses sectoriales y promover iniciativas legislativas.
El Senado estaría constituido por candidatos presentados por los partidos políticos y electos
periódicamente en voto universal y secreto. Podrían presentarse también, por supuesto, candidatos
independientes. Los proyectos de ley aprobados por el Senado serían sometidos a la Asamblea para su estudio,
y este órgano tendría facultades para proceder a su enmienda, aprobación o rechazo. Para hacer del Senado una
cámara más representativa de la nación, se podría idear un sistema por el cual cada Provincia enviara al Senado
a tres o cinco senadores electos entre los tres o cinco candidatos que recibieran más votos en la Provincia
respectiva.
Se podría evitar el monopolio de un solo Partido en el Senado, permitiendole a cada uno presentar sólo
dos candidatos (si se selecciona el sistema de tres senadores por provincia) o tres candidatos (si se selecciona el
sistema de cinco). Con un sistema de cinco Senadores por provincia sería posible también, como alternativa,
establecer un sistema electoral proporcional que propicie la representación en ese órgano legislativo de uno o
varios partidos minoritarios.
El sistema bicameral ha tenido tanto éxito porque, tradicionalmente, la cámara alta ejerce un poder
restrictivo de moderación sobre las decisiones de la cámara baja, limitando así los efectos posibles de las
fluctuaciones impulsivas o excesivas de la opinión pública. Asimismo, intenta evitar la centralización del
interés parlamentario en las zonas más populosas del país. Se acostumbra identificar a los senadores con la
cámara alta y a los diputados o representantes (en este caso asambleístas) con la baja.
Además, con el esquema bicameral que propongo funcionaría la democracia participativa a través de
las Asambleas, con la intervención paralela de los organismos sectoriales en ellas representados, pero sin
abandonar por ello totalmente el concepto representativo, afianzado en el Senado, donde se manifestarían en
forma estructurada las ideologías y aspiraciones de los partidos políticos.
Lo que se intenta aquí es que los partidos políticos no participen directamente en el poder, porque
numerosos ejemplos de la historia moderna nos demuestran que cuando un partido político determinado es
identificable con el poder se produce una tendencia irresistible a la corrupción administrativa, el gobierno
dictatorial y la hiperburocracia. Pero también es justo reconocer que esas agrupaciones ideológicas –que
legítimamente pueden llamarse partidos políticos– son las que proporcionan a quienes lleven la
responsabilidad del poder una base intelectual e ideológica que les permita orientar su gestión administrativa o
legislativa por una senda coherente.31

Características de este nuevo sistema bicameral

El equilibrio entre ambas cámaras puede tener diversas manifestaciones a las que me referiré
brevemente más adelante, pero puedo adelantar que el concepto básico aquí planteado implica que los partidos
e ideologías políticas se manifiesten como proponentes (función del Senado) y que el pueblo retenga una
facultad inalienable de decisión (función de las Asambleas).
Este planteamiento también contempla órganos legislativos paralelos a nivel provincial y municipal.
El Municipio contaría con un Concejo Municipal, electo periódicamente entre los candidatos postulados por

31
Václav Havel, ex Presidente de Checoslovaquia –y posteriormente de la República Checa– llega a
conclusiones semejantes en su libro titulado Disturbing the Peace, publicado en alemán justo en los
momentos en que se comenzaba a vislumbrar el derrumbe inminente del sistema soviético y del
comunismo internacional.

36
37

los partidos políticos, y la Provincia con un Senado Provincial que seguiría también el mismo curso electoral.
Los Concejos y los Senados Provinciales interactuarían con las Asambleas Municipales y las Asambleas
Provinciales en cuestiones que atañan en particular al Municipio o a la Provincia, respectivamente.
La principal diferencia entre ambos sectores del Poder Legislativo consistiría en que las Asambleas
elegirían en su propio seno a sus delegados en un sistema escalonado que parta desde la base –las Asambleas de
Distrito–, mientras que los Concejos Municipales, los Senados Provinciales y el Senado Nacional serían
elegidos por separado en comicios directos que abarcarían las comarcas correspondientes. En el sistema
escalonado, las Asambleas de Distrito elegirían a un delegado por cada Distrito para formar parte de la
Asamblea Municipal. En su momento, lo mismo harían las Asambleas Municipales y las Provinciales; las
unas, para elegir de su propio seno a los delegados Provinciales, y las otras, a los delegados Nacionales.
Por otra parte, habría elecciones periódicas en los Municipios para elegir a los Concejales de ese
Municipio y al Senador o Senadores del Municipio respectivo que deba representarlo en la instancia
Provincial. A su vez, en cada Provincia se convocarían comicios para elegir a los Senadores postulados en la
Provincia respectiva que han de representarla en el Senado Nacional.
Otra diferencia importante consiste en que el mandato de los miembros de la Asamblea Nacional parte
de las Asambleas de Distrito, aunque, por supuesto, ajustándose a los intereses Municipales y Provinciales
intermedios. Luego hay democracia directa porque en las Asambleas de Distrito pueden discutirse problemas
nacionales o provinciales, y hay democracia participativa porque los delegados elegidos a las Asambleas
Provinciales y a la Asamblea Nacional tienen un mandato directo de sus electores en las Asambleas de nivel
inferior y responden a ellos directamente. En el sector representativo –los Concejos y los Senados–, los
candidatos son elegidos por el pueblo en comicios por comarca y en respuesta a su plataforma e ideología
política, según las simpatías que su Partido y el programa que plantea despierte entre los electores.
Pese a sus aparentes semejanzas, esta estructura política es radicalmente distinta a la que impera
actualmente en Cuba, porque en ese país las Asambleas de nivel inferior deben responder –según lo determina
la propia “Constitución Socialista”– a las de nivel superior y rendirles cuenta de su gestión local. No sólo
carecen los órganos locales de poder alguno sobre las Asambleas de nivel superior sino que están totalmente
subordinados a ellas. Además, el sistema no sólo es unicameral sino que excluye totalmente el pluripartidismo
con la imposición del “Partido único de la Revolución”.
Para una mayor claridad de estos planteamientos, véase a continuación un esquema simple de cómo
quedaría organizada la estructura política del país, con un eje legislativo y poderes ejecutivo y judicial bien
definidos y autónomos.

37
38

38
39

“Nada es tan conforme con las doctrinas


populares como el consultar a la nación en
masa sobre los puntos capitales en que se
fundan los Estados, las leyes fundamentales y
el Magistrado Supremo.” 32

El esquema gestor

rocedamos a enfocar esta propuesta desde una perspectiva esquemática que

P facilite a todos visualizar y evaluar el proyecto de democracia


participativa.
La gestión de gobierno tendría tres Poderes soberanos, con un
funcionamiento autónomo, pero articulado, dentro de parámetros constitucionales
que deben acordarse mediante una Asamblea Constituyente en su oportunidad.
Estos tres Poderes podrían esbozarse como sigue:
1. Poder Legislativo nacional

a) Asamblea Nacional (participación popular)


i) Funciones
 Envía al Senado sugerencias legislativas
 Envía al Senado enmiendas legislativas
 Aprueba proyectos de ley, resoluciones y decisiones
legislativas propuestas o enmendadas por el Senado
 Emite votos de censura a los miembros del Gabinete
 Emite resoluciones de destitución por mayoría de
contra miembros del Gabinete
 Tiene autoridad para iniciarle juicio político al
Presidente o al Vice-Presidente de la nación o para
participar en una iniciativa del Senado con este fin
 Aprueba o veta el Presupuesto Nacional presentado

32
Comunicación Oficial enviada por Simón Bolívar al Consejo de Gobierno de la República del Perú y fechada
en Magdalena el 27 de abril de 1826. Tomado de Doctrina del Libertador, p. 224, Fundación Biblioteca
Ayacucho, 3ª edición, Caracas, 1985.

39
40

por el Senado. La Constitución estipulará si la


Asamblea tiene potestad para ejercer el veto por
capítulos. Si el Presupuesto (o parte de él) fuera
vetado se devolvería al Senado con
recomendaciones de enmienda
 Convoca a plebiscitos

ii) Composición
 Presidente de la Asamblea Nacional: Elegido por la
Asamblea entre sus propios Delegados por un
período que convenga a este órgano legislativo o
según las normas estipuladas por la Constitución.
Preside las sesiones de la Asamblea Nacional y
supervisa la labor del Premier
 Premier (Primer Ministro): Elegido por la Asamblea
entre sus propios Delegados por un período
determinado por la Constitución. Representa a la
Asamblea Nacional en las reuniones del Gabinete,
donde puede ejercer el poder del veto. Recibe
instrucciones del Presidente de la Asamblea
Nacional sobre las decisiones legislativas de ésta y
le rinde cuentas de su labor de intermediario ante el
Poder Ejecutivo.
 Delegados: Elegidos por las Asambleas Provinciales,
a las que deben rendir cuentas de su gestión
legislativa nacional
 Observadores: Designados por los partidos políticos,
los sindicatos, los grupos sectoriales y las
instituciones cívicas, cuyas credenciales sean
reconocidas por la Asamblea. Tienen función de
asesoramiento y de cabildeo, con voz pero sin voto
en la Asamblea. Pueden proponer temas a
considerar en la Agenda de la Asamblea

b) Senado Nacional (representación partidista)


i) Funciones

40
41

 Estudia las sugerencias legislativas presentadas por el


Gabinete o por la Asamblea y toma decisiones
sobre ellas dentro de un límite de tiempo establecido
 Redacta proyectos de ley, resoluciones y decisiones
legislativas en base a las propias iniciativas del
Senado, a las sugerencias recibidas de otros cuerpos
o a las enmiendas introducidas por la Asamblea a
los instrumentos legislativos previamente sometidos
a consideración de ésta. Todos los instrumentos
legislativos del Senado tienen que ser aprobados
ulteriormente por la Asamblea
 Aprueba los nombramientos de los miembros del
Gabinete
 Emite votos de censura a los miembros del Gabinete
 Presenta a la Asamblea propuestas de destitución
contra miembros del Gabinete
 Tiene autoridad para iniciarle juicio político al
Presidente o al Vice-Presidente de la nación o para
participar en una iniciativa de la Asamblea con este
fin
 Enmienda y avala el Presupuesto nacional presentado
por el Poder Ejecutivo para someterlo a la
aprobación de la Asamblea
 Convoca a plebiscitos en casos de prolongado
impasse con la Asamblea

ii) Composición
 Vice-Presidente de la República y Presidente del
Senado: Preside las sesiones del Senado y emite su
voto en caso de empate. Presenta y defiende las
sugerencias legislativas procedentes del Poder
Ejecutivo. Representa al Poder Ejecutivo ante el
Senado, al que rinde cuentas de la gestión
administrativa

41
42

 Presidente de la Mayoría: Elegido por el Partido


mayoritario en el Senado
 Presidente de la Minoría: Elegido por los Senadores
de todos los Partidos de oposición
 Senadores: Elegidos en sus respectivas Provincias
por voto universal y secreto entre los candidatos
postulados por los partidos políticos. Representan
los intereses de su Provincia respectiva y la
ideología y los programas de sus respectivos
Partidos políticos

c) Organos legislativos provinciales y municipales


(Asambleas, Senados y Concejos)
Contarían con la misma estructura a nivel regional o
local de los órganos legislativos nacionales
respectivos. Enfocarían problemas y proyectos a
esos niveles que no sean de orden nacional, de
conformidad con la gestión y poderes que les asigne
la Constitución. Pasarían ordenanzas locales a nivel
provincial o municipal. Las Asambleas
provinciales o municipales instruirían a sus
delegados elegidos al nivel superior de los intereses
regionales o locales que están obligados por
mandato a representar y defender. La interacción
entre las Asambleas y los Senados y Concejos
correspondientes seguiría el modelo, al nivel
provincial o local, del sistema utilizado en la
legislación nacional.

2. Poder Ejecutivo

a) Administración Nacional
i) Funciones
 Administra el país en virtud de los mandatos de la
Asamblea Nacional, presentados por el Premier en

42
43

las reuniones del Gabinete, y en cumplimiento de


las leyes, resoluciones y decisiones aprobadas por
la Asamblea. Elabora un programa de gobierno
tratando de ajustar esos parámetros a la filosofía
política de su Partido
 Recaba del Poder Judicial decisiones acerca de
leyes, resoluciones o decisiones aprobadas por la
Asamblea que estime inconstitucionales (Recurso
de inconstitucionalidad)
 Toma decisiones de emergencia nacional en consulta
con el Gabinete
 Selecciona a los miembros del Gabinete y presenta
su nombramiento al Senado
 Rechaza o acepta los votos de censura presentados
por la Asamblea o el Senado contra un miembro o
miembros del Gabinete
 Destituye a los miembros del Gabinete por propia
iniciativa o por mandato de la Asamblea
 Elabora el Presupuesto Nacional y lo somete al
Senado para su aprobación
 Toma decisiones provisionales sobre defensa y
relaciones exteriores que pueden ser avaladas o no
por la Asamblea dentro de un plazo establecido

ii) Miembros
 Primer Mandatario de la República en funciones de
Presidente del Poder Ejecutivo: Elegido por voto
universal y secreto entre los candidatos postulados
por los Partidos políticos. Nombra al candidato a la
Vice-Presidencia del Poder Ejecutivo. Nombra o
destituye a los miembros del Gabinete y preside sus
sesiones en la función de administración pública
 Vice-Presidente del Poder Ejecutivo. Elegido junto
con el Primer Mandatario por voto universal y
secreto. Reemplaza al Primer Mandatario en los

43
44

casos que prevea la Constitución. Realiza la función


que se le haya asignado ante el Poder Legislativo
 Administradores (Ministros). Nombrados por el
Primer Mandatario para formar parte del Gabinete.
Administran el sector del gobierno que se les haya
asignado, en consulta constante con el Primer
Mandatario. Proponen al Primer Mandatario los
elementos del Presupuesto Nacional y del Programa
de Gobierno que les atañan en virtud del sector que
administran. Comparecen ante el Poder
Legislativo para responder a interpelaciones de
cualquiera de las cámaras

b) Administraciones Provinciales y Municipales


i) Funciones
 Administran sus respectivas localidades siguiendo las
directrices de la Administración Nacional y
coordinando sus funciones con los mandatos de
orden provincial o local que emanen de la
Asamblea Provincial o Municipal respectiva en su
interacción legislativa con el Senado Provincial o
el Concejo Municipal correspondiente
 Elaboran el proyecto de presupuesto de la Provincia o
el Municipio respectivos y establecen regímenes
impositivos para sufragarlo

ii) Miembros
 Gobernadores de las Provincias respectivas elegidos
por voto universal y secreto de los electores de esa
Provincia entre los candidatos postulados por los
partidos políticos.
 Alcaldes de los Municipios respectivos, elegidos por
voto universal y secreto de los electores de ese
Municipio entre los candidatos postulados por los
partidos políticos.

44
45

3. Poder Judicial

a) Tribunal Supremo
i) Funciones
 Interpretación de la constitucionalidad de las leyes.
 Consideración de las causas jurídicas que acepte entre
las referidas por los Tribunales de Apelaciones y
codificación de los precedentes jurídicos que
emanen de estas causas.
 Organo supremo de Administración de justicia.
 Supervisa las actividades del Organismo Nacional de
Investigaciones y de la Policía Judicial Nacional y
se sirve de ellos para la aplicación de la justicia.

ii) Miembros
 Presidente del Tribunal Supremo: Elegido por sus
pares con carácter vitalicio o por el término que
establezca la Constitución.
 Magistrados del Tribunal Supremo: Un número de
magistrados nombrados por el Primer Mandatario
de la República con la aprobación posterior del
Senado nacional y otro número igual nombrados y
aprobados por la Asamblea Nacional. El mandato
de todos estos Magistrados puede tener carácter
vitalicio33 –como se hace en algunos países– o
limitarse al término que establezca la Constitución.
 Director del Organismo Nacional de

33
Los defensores del carácter vitalicio de los Magistrados se basan en que se evita así que el proceso electoral
influya en el Poder Judicial. La periodicidad de los Magistrados coincidiría peligrosamente con los vaivenes de la
política nacional, pero el carácter vitalicio fomentaría una firme independencia judicial y afianzaría la experiencia
del funcionario. Sus detractores temen que el funcionario judicial al que se le haya garantizado un puesto de por
vida no se vea tan obligado a justificar sus acciones, se sienta más tentado a ceder a la corrupción o a opiniones
subjetivas, o deje de ser útil para el Poder Judicial por motivos de edad y salud.

45
46

Investigaciones: Nombrado por el Primer


Mandatario de la República con la aprobación
posterior del Asamblea Nacional por un período
que establezca la Constitución. Está al servicio del
Tribunal Supremo y de los demás Tribunales a
nivel Provincial (de Apelaciones) y Municipal (de
Primera Instancia).
 Jefe de la Policía Judicial Nacional: Nombrado por
el Presidente del Tribunal Supremo con la
aprobación posterior por mayoría simple de los
demás Magistrados. Asiste al Tribunal Supremo y
a los demás Tribunales en la aplicación de la
justicia.

b) Tribunales de Apelaciones
i) Funciones
 Consideración de las apelaciones elevadas por los
Tribunales de Primera Instancia
 Asistencia a nivel provincial en las actividades de
administración de justicia.
ii) Miembros
 Una estructura semejante a nivel provincial a la del
Tribunal Supremo.
 Los nombramientos decididos y aprobados por el
Tribunal Supremo.
c) Tribunales de Primera Instancia
i) Funciones
 Consideración de las causas civiles y criminales a
nivel municipal.
ii) Miembros
 Jueces nombrados por las Asambleas Municipales y
aprobados por los Concejos Municipales.

Equilibrio de poderes

46
47

En todo este esquema vemos un énfasis muy acentuado en


establecer un equilibrio de poderes clásico entre los sectores Ejecutivo,
Legislativo y Judicial del Gobierno, pero con una proyección
revolucionaria que promueve la participación directa del ciudadano en
cada uno de esos poderes, en particular en los Poderes Ejecutivo y
Legislativo. No tanto así en el Poder Judicial por el alto grado de
autonomía que requiere la administración de justicia sin la interferencia
desestabilizadora de la opinión pública. De todos modos, al más alto nivel,
la orientación del Tribunal Supremo estaría directamente influida
mediante el proceso de nombramientos, en el que confluyen el Poder
Ejecutivo y el Legislativo por partes iguales y donde se equipara la
orientación ideológica representativa con las preferencias populares
participativas. En el nivel inferior de primera instancia hay también
influencia popular mediante el proceso de nombramientos.
Como se ve, aun en este sector del Gobierno trato de establecer un
equilibrio de poder, sin temor a que la dignidad y firmeza del Poder
Judicial pueda verse permeada por la veleidad popular. Lo propongo así
con un convencimiento que mostró el propio Simón Bolívar:
“Nada es tan conforme con las doctrinas populares
como el consultar a la nación en masa sobre los puntos
capitales en que se fundan los Estados, las leyes
fundamentales y el Magistrado Supremo. Todos los
particulares están sujetos al error o a la seducción;
pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la
conciencia de su propio bien y la medida de su
independencia ....”34
Bolívar va más allá, quizás peligrosamente, al despojar al Poder
Ejecutivo de toda autoridad en el nombramiento de los Magistrados. Así
lo decide en el mensaje que envía el 25 de mayo de 1826 al Congreso de
Bolivia, analizando el Proyecto de Constitución Boliviana redactado por
él. Para darle “una independencia absoluta”, propone que el pueblo
presente los candidatos del Poder Judicial y el Poder Legislativo los
escoja, y afirma que:

34
Doctrina del Libertador, Ibid., p. 224.

47
48

“Si el Poder Judicial no emana de este origen, es


imposible que conserve en toda su pureza la
salvaguardia de los derechos individuales”.35
En este proyecto de democracia participativa se trata de establecer
un equilibrio entre las ideologías partidistas y la voluntad popular, y para
ello se plantea que la mitad de los nombramientos responda a la opinión
expresada por los partidos políticos a través del Poder Ejecutivo y el
Senado.

El gobierno como gestión administrativa

Por otra parte, en el proceso de gobernar se hace énfasis en


administrar como función real del Poder Ejecutivo. Es decir, si bien es
cierto que el Primer Mandatario es elegido por el pueblo por voto
universal y secreto según la decisión mayoritaria, en base a una preferencia
ideológica que descansa en la plataforma y el programa político presentado
por el candidato, este mandato electoral está supeditado a las decisiones
legislativas y a la interpretación que de éstas haga el Poder Judicial
cuando le corresponda intervenir por una cuestión constitucional. El
Ejecutivo tiene una función administrativa dentro de este concepto, pero
con una amplia capacidad de iniciativa, como puede verse, para impulsar a
través del Poder Legislativo la orientación original de su plataforma y
programa. Lo mismo puede decirse a nivel provincial y municipal. Tiene
también la responsabilidad de la iniciativa en casos de emergencia
nacional, provincial o municipal, así como en la gestión de las relaciones
exteriores..
Es en el Poder Legislativo donde se pone en juego el carácter
representativo y participativo, en igualdad de jerarquía, de este sistema de
gobierno. La participación, como ya dije, se manifiesta a través de las
Asambleas, y la representación se produce en los Senados y Concejos.
¿Por qué no prescindir de éstos y dejar a las Asambleas toda la
responsabilidad legislativa? Ya esbocé el peligro de hacerlo así en la
introducción de este Capítulo, pero, más allá de lo dicho, el concepto
básico o subyacente consiste en permitir una manifestación ideológica

35
Ibid., p.236.

48
49

estructurada, al mismo tiempo que se le da poder de participación y de


decisión al individuo.
Dentro de este mismo concepto, el ala senatorial del Poder
Legislativo es la que cuenta con el conjunto de tesis, proyectos,
propuestas, programas y aspiraciones que son los elementos que aglutinan
las fuerzas vivas de los sectores ideológicos o partidos. Les corresponde,
por lo tanto, el papel de proponentes y, en última instancia, de asesores
legislativos de las Asambleas. Pero el propósito de todo este sistema es el
concepto de que las Asambleas –es decir, los ciudadanos en ellas
manifestados– son soberanas en el devenir de la República. Les
corresponde, por lo tanto, el papel de ejecutores. Y de aquí se deriva todo el
concepto del Poder Ejecutivo como administrador de la voluntad del
pueblo.
La consecuencia natural sería que en un país gobernado de esta
forma no habría ciudadano que no cuente con más poder que el propio
Primer Mandatario, aunque, como es lógico, dentro de los parámetros de
su función en la sociedad o en la comunidad así estructurada. La lógica
estriba en que el ciudadano activo tiene la potestad de participar
directamente en las Asambleas de Distrito y de iniciar en ellas una
actividad de carácter legislativo. Si tal iniciativa cuenta con los elementos
necesarios para convencer a sus conciudadanos, puede avanzar por todo el
camino deliberativo hasta la Asamblea Nacional. Este mismo ciudadano,
si cuenta con las cualidades de liderazgo, dinamismo y persuasión
necesarias, puede ser elevado por sus propios conciudadanos por la
escalera de responsabilidades que conduce a la posición de Premier. El
Premier cuenta con el mandato soberano de las Asambleas y con el
respaldo de la Constitución para dictarle al Primer Mandatario y, a través
de él, al Poder Ejecutivo lineamientos o directrices –en forma de leyes o
resoluciones– de orden político, económico y social.
Pero la posición de Premier tampoco es omnímoda porque su
actuación política es la de un intermediario entre los dos Poderes y no
cuenta con iniciativa propia sino que manifiesta las iniciativas aprobadas
por sus conciudadanos. Es en realidad un subalterno del Presidente de la
Asamblea Nacional y, a través de él, de la propia Asamblea.

La limitación del poder

49
50

La idea aquí desarrollada de la limitación de los poderes del


Ejecutivo no es tampoco enteramente original en su concepto.
El sofista Antifon, de la Grecia clásica, redactó todo un tratado
Sobre la concordia. Se trata del consenso o unanimidad en el modo de
pensar que posteriormente el mismo Cicerón identifica como concordia y
que define en su obra Sobre la República como “el mejor y más apretado
vínculo de todo Estado”. Esta teoría del consenso queda plasmada en
Heraclea, durante el siglo IV AC, con una magistratura llamada 
 µ, es decir, “inspector de la unanimidad”.
En la República Romana posterior se prescinde del poder
omnímodo de los reyes36, primero mediante la creación de un sistema
compuesto por un Consejo de ancianos, por los jefes de las parentelas o
gentes y por un magistrado, designado por elección, a quien se encarga de
la función ejecutiva, esto es, de hacer cumplir las leyes y capitanear el
ejército. Estos fueron los primeros pretores. Quedaba la plebe37, ese sector
de la población sin mando efectivo en las cuestiones públicas. Pero la
plebe creció en número y con el número aumentó de hecho su poder. Bajo
la presión popular, el pretor abandonó el mando supremo y lo delegó en
dos nuevos magistrados, denominados cónsules, con el propósito de que su
actuación gemela o colegiada impidiera la posible tiranía de un hombre
solo. El pretor quedó entonces limitado a regentar el derecho privado.
Esta situación se ve forzada a evolucionar aún más debido a que la
plebe metropolitana romana se convierte en un contingente multitudinario
que cobra preponderancia como elemento auxiliar imprescindible de las
campañas militares. Hay que hacer una disgresión para aclarar que la
palabra plebe no tenía en la Roma clásica el contenido peyorativo que se le
otorga en la sociedad moderna. La plebe romana concordaba

36
Dijo Cicerón: “El déspota del pueblo es lo que llaman los griegos tirano... los griegos quisieron designar con
este nombre al rey injusto; nosotros llamamos reyes indistintamente a todos los que ejercen por sí solos una
autoridad perpetua”. Sobre la República, Libro Segundo, XXVI y XXVII.
37
Según J. Corominas, en su Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, esta palabra está
tomada del latín “plebs, plebis” y, en sentido general, significa “pueblo”. Pero no se refiere a todo el pueblo en su
concepto moderno sino a ese sector de la población que no incluía a los patricios, magistrados, pretores y
militares de alto rango.

50
51

fundamentalmente con la visión que de Roma tenían los patricios y


contribuía a fomentarla. Cree en Roma y en su destino y participa con
absoluta solidaridad en los esfuerzos en pro de su engrandecimiento. Pero
le falta algo fundamental. La plebe adquiere conciencia de la
responsabilidad del mando, quiere ejercer poder. Para lograrlo toman un
curso decisivo: la plebe entera, con su meneur al frente, se retira al monte
Aventino y allí acampa. Deciden que si no pueden ejercer el poder en
Roma, lo ejercerán fuera de ella.
Contrasta esta acción de raíz pacífica, pero con un alto grado de
coraje, con la acción revolucionaria típica que intenta realizar reformas
mediante la aniquilación del Estado y la construcción sobre sus ruinas de
otro radicalmente distinto. La historia nos ofrece este ejemplo de una
amenaza separatista, una resistencia pasiva, una decisión de no cooperar,
un vacío creado en una ciudad que depende de ese amplio sector para su
subsistencia.38 Los nobles y patricios ceden. Se crea entonces el título de
tribuno de la plebe, un magistrado que representa al pueblo y depende de él
para su actuación. Este tribuno, no tiene mando pero sí tiene poder. Tiene
el poder más decisivo que pueda dársele a alguien en la función de
gobernar: el poder del veto. Es el poder de decir no. El poder de congelar
el aparato del Estado cuando éste deja de servir los intereses del pueblo; el
poder de evitar el desmán del mando. Su gestión fue tan eficaz que logró
mantener la solidaridad entre el Senado y la plebe durante más de 350
años.
La función del Premier en la futura Democracia Participativa,
como la he esbozado en esta obra, puede encontrar así sus raíces en aquel
tribuno de la plebe, con una función estabilizadora semejante que también
podría durar siglos.

El sistema electoral

No es la intención de este trabajo entrar en detalles que deben


plasmar en la Constitución y resolverse por medios democráticos. La
propuesta contenida en esta obra sería contradictoria si pretendiera dictar

38
Un ejemplo señero de la eficacia de este tipo de resistencia pasiva, lo encontramos en este siglo en la
actuación pública de Mahatma Ghandi, primero en Sudáfrica y, finalmente, al frente de su pueblo en la India.

51
52

también elementos de una legislación electoral y de mecanismos que no


afecten directamente la aplicación efectiva de la democracia participativa.
Por ende, al margen de las preferencias del autor, sean éstas
pertinentes o no, corresponde al propio pueblo en Asamblea Constituyente
–y a través de sus órganos legislativos en una etapa posterior– determinar
si el término del mandato presidencial ha de ser de 4, 5 ó 6 años, si los
Senadores han de ser elegidos con determinada frecuencia y en forma
escalonada o no; si la representación en el Senado ha de ser proporcional o
directa; si la reelección estará permitida y, en caso de estarlo, cuántas
veces; si una crisis grave de gabinete provocada por la acción de la
Asamblea o la del Senado ha de dar lugar a la convocación de nuevas
elecciones presidenciales; si el veto en los órganos legislativos debe contar
en unos casos con la mayoría simple y en otros con la mayoría de ; si se
produce un juicio político cuáles serían sus parámetros jurídicos; en fin,
todo lo que sería parte de la maquinaria pero cuyas variantes no alterarían
esencialmente el sistema directo-participativo de gobierno en Asamblea.
Puedo decir, eso sí, que para que sea congruente el sistema
directo-participativo de gobierno los partidos políticos no tendrán potestad
de presentar candidaturas a las Asambleas. Las candidaturas podrían
presentarse mediante la manifestación del presunto candidato de su
disposición de postularse y con el respaldo manifiesto de la Asamblea –o
un sector de ella– a su candidatura. También mediante la postulación
presentada por cualquier asambleísta o grupo de ellos en favor de cualquier
otro asambleísta. La elección se produciría posteriormente en el pleno de la
propia Asamblea.
Estas elecciones se realizarían a nivel de Distrito, donde es posible
la participación popular en una interacción de democracia directa. No
quiere esto decir que el candidato sea o deba ser apolítico, puesto que todos
tenemos preferencias políticas y simpatías partidistas de uno u otro tipo,
sino que su elección no responda a partido político alguno y, por tanto, su
gestión legislativa no esté comprometida con los dictados de ninguna
disciplina partidista.
Los Asambleístas así electos en la base formarían a su vez la
Asamblea Municipal correspondiente y eligirían, como ya señalé en otra
parte, a quien(es) habría(n) de representarlos en la Asamblea Provincial.
El mismo proceso se seguiría para elegir a los asambleístas que formarían
la cúpula legislativa en la Asamblea Nacional. Lo que se pretende con esto

52
53

es lograr una verdadera representación a todos los niveles, porque todos y


cada uno de los asambleístas nacionales habrían sido elegidos
necesariamente en primera instancia y directamente por el pueblo a nivel
de Distrito.
Aunque he dicho en otra parte que, teóricamente, el pueblo en la
Asamblea de Distrito podría iniciar la destitución de cualquier
asambleísta nacional y hasta del propio Premier, si vamos a ser
pragmáticos, la influencia popular mediatizada por tantos escalones
legislativos sería muy difícil que alcanzara a ser un factor determinante a
nivel nacional. Por lo tanto, habría que considerar dos soluciones
contrapuestas. Una, la de limitar el término máximo de los asambleístas
nacionales, incluyendo al Premier, en una rotación que podría producirse
cada dos o tres años, pero que no excluyera la reelección en un proceso que
partiera de la base, como corresponde a esta propuesta. Otra, la de
concederles un término mínimo. Es decir, un período razonable durante el
cual le sea posible desarrollar una política coherente en su función
legislativa sin estar sometido a mociones de censura o destitución desde el
inicio mismo de su gestión.
Pasando a las preferencias del autor, el Senado debiera contar en el
proceso electoral con una amplia flexibilidad de reelección. El motivo es
que este órgano legislativo sí responde a los planteamientos ideológicos y
políticos de los partidos que hayan tenido éxito en lograr la elección de sus
candidatos. Estos serían postulados por un partido político determinado y
los electores procederían a seleccionarlos en la boleta electoral guiados en
gran medida por la simpatía que les mereciera su plataforma política.
Estimo que si se permitiera a los senadores la reelección hasta por cuatro
términos, la periodicidad electoral podría ser de 4 ó 5 años; si fuera por tres
términos, de 6 años. Esto permitiría desarrollar un Senado con
considerable experiencia legislativa.
Siguiendo con las preferencias del autor, el Primer Mandatario no
debiera prolongar su mandato por más de dos términos de 4, 5 ó 6 años.
Favorezco el mandato de 4 años y la reelección porque el país se puede
sacar de encima a un mal administrador sin producir una crisis de poder en
un tiempo razonable y, a su vez, puede aprovechar a un buen
administrador por un segundo término. Por otra parte, no olvidemos que en
este sistema se plantea un mecanismo que permite la destitución por parte
del Poder Legislativo y que, por lo tanto, un administrador desastroso no

53
54

llegaría a sobrevivir siquiera su primer mandato.


La destitución del Primer Mandatario implicaría la convocación
de elecciones presidenciales para llenar el término inconcluso. El
VicePrimer Mandatario se haría cargo de esas funciones de manera
interina hasta que tomara posesión el nuevo candidato electo por el pueblo,
que podría ser, por supuesto, el propio Vice.
No me adentraré en otros pormenores electorales por las razones
que ya he señalado.

54
55

6. LA LUCHA POR EL PODER

“Yo quiero que la ley primera de nuestra


república sea el culto de los cubanos a la
dignidad plena del hombre”. 39

El poder como autoridad

ijo Alberdi: “El poder ... es la piedra fundamental del edificio político”.

D Puede definirse como la suprema potestad rectora y coactiva del Estado.


Es decir, su facultad y jurisdicción para ejercer el mando y ejecutar las
decisiones públicas. Como un concepto sustantivo, puede equipararse
poder con autoridad. Como término relativo puede definirse como el proceso de
gobernar. En todas las acciones de gobierno, desde la interpretación de la
Constitución y las leyes hasta el simple acto de imponer una multa de tránsito, esas
decisiones están influidas por el equilibrio del poder y la forma de ejercerlo. Las
decisiones de gobierno están apoyadas por sanciones que dependen en última
instancia en el elemento de fuerza que pueda ejercer el Estado. Esta es la
preocupación principal cuando se busca limitar la capacidad coactiva del Estado
mediante un mecanismo de equilibrio de poderes.
El derecho de participar en el gobierno y de oponerse a él es el sello
distintivo de la poliarquía, que puede definirse como cualquier sistema político
que propicie una amplia tolerancia por la autonomía individual y de organización
en su actuar público y que requiere del Estado la protección de los grupos y los
ciudadanos en sus manifestaciones públicas y privadas. He aquí el escenario de la

39
Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 270, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.

55
56

lucha por el poder.


La consecuencia directa de ello es que convivan en cualquier poliarquía
multitud de organizaciones variadas, como los clubes privados, las organizaciones
culturales, los grupos de presión o cabildeo, los partidos políticos, los sindicatos,
las organizaciones religiosas, etc., que no dependen del Estado ni tienen que contar
con él para existir como tales. Todas estas manifestaciones de opinión o
preferencia en la sociedad forman parte también del edificio político como
estructuras de poder, dentro de los parámetros de su capacidad de manifestarse, de
influir en las decisiones y de existir con el grado de autonomía que estipulen las
leyes o la Constitución.
El concepto de plataforma política puede definirse rigurosamente como
un proyecto o programa para una deliberada distribución de valores, recursos y
prerrogativas por parte del cuerpo social que compone la nación. Cada acción de
gobierno que resulte en la distribución de ciertas cosas (valores, recursos,
prerrogativas, etc.), sean deseables o no, o que determine que así habrá de hacerse
dentro de un período determinado, constituye la aplicación de una plataforma
política específica. El aspecto formal de una plataforma es que contiene una
declaración de intención explícita o implícita, ya tome la forma de una orden
ejecutiva, una resolución legislativa, un decreto, una norma administrativa o la
simple declaración de intención que forma parte de las campañas políticas. La
ejecución de las directivas o programas que emanen de la plataforma corresponde
al ejercicio del poder. Sus resultados bien pueden dar lugar –y a menudo lo
hacen– a la modificación, la subversión o incluso la destrucción de la declaración
original de intención como fuera formalmente enunciada en su oportunidad. Esta
es una realidad pragmática porque los aspectos formales de cualquier política
tienen que enfrentarse a la compleja red de intereses que forma parte de una
sociedad y acomodarse a sus características siempre en constante
transformación.
El poder es la autoridad –y la capacidad administrativa de
ejecutarla– que deposita la sociedad en el Estado. Su limitación o, más
bien, su institucionalización, depende sencillamente del control que
puedan ejercer los ciudadanos sobre el comportamiento del Estado y sus
actividades ejecutivas, legislativas y judiciales. Puesto que este poder
político implica que siempre habrá ciudadanos con la investidura que les
permite ejercer control –por medio del aparato del Estado– sobre otros
ciudadanos, la conclusión lógica es que el poder político tiene siempre un
carácter recíproco. Esto quiere decir que quienes ejercen efectivamente el

56
57

poder no tienen otra alternativa que la de crear expectativas emocionales y


reacciones racionales de los gobernados en apoyo mayoritario de su
gestión de gobierno. De este modo se ejerce el poder al inducir a los
gobernados a aceptar, implícita o explícitamente, las órdenes y decisiones
de los gobernantes. Cuando este mecanismo falla, por supuesto, unos
pocos pueden conservar el poder mediante el recurso de la violencia. El
poder ejercido por una minoría mediante la violencia toma las
características dictatoriales de la tiranía, y a menudo desemboca en ella.
Max Weber distinguía dos categorías de poder. Según Weber,
existe el poder carismático, encarnado en un líder, con carácter excéntrico,
centralista, arbitrario y, en términos generales, mesiánico. El poder
carismático representa siempre una amenaza al orden y la estabilidad
política, y conduce también con harta frecuencia a la dictadura y la tiranía.
Y existe también el poder burocrático. Para Weber, este poder garantizaba
el equilibrio social y político frente a los excesos de líderes y caudillos.
Veía a la burocracia como una forma de organización social que restringía
eficazmente las cualidades excéntricas del poder carismático.40 Y la
burocracia, por supuesto, vendría a ser la consecuencia natural de las
instituciones democráticas.

El poder como fuerza

En Cuba se ejerce un poder carismático bajo la égida de Fidel


Castro y en los Estados Unidos se ejerce un poder burocrático bajo el
presidente de turno. Gústele o no la idea al lector, el pueblo cubano hizo
entrega del poder al líder carismático y dinámico sin preocuparse mucho de
que mediaran instituciones fuertes (burocráticas) para frenar ese poder.
Así fue también con Juan Domingo Perón, en la Argentina, Hitler y
Mussolini, en Europa, Lenin y Stalin, en la Unión Soviética, y Mao
TseTung, en China, entre muchos otros.
El poder burocrático, sin embargo, puede ser vigoroso bajo un
líder carismático sin someterse a él, provocando un beneficioso y dinámico
equilibrio institucional. Como ejemplo de ello dejaron su huella en la

40
Para un análisis penetrante de las ideas de Weber concernientes al carisma y la democracia, el lector debe
leerse: Max Weber: An Intellectual Portrait (Reinhard Bendix), Doubleday Anchor Books, 1962.

57
58

historia dirigentes de la estatura de Franklin D. Roosevelt, Winston


Churchill, Jawaharlal Nehru, José Figueres, Conrad Adenauer y muchos
otros, que supieron guiar a sus respectivos países por la vía del progreso en
democracia. La eficacia de este poder burocrático sólo es posible con la
consolidación de instituciones fuertes en todos los niveles de la sociedad
democrática. Las instituciones, de hecho, son centros de poder cuando
pueden desenvolverse de forma autónoma.
Carlos Marx ve las cosas de otro modo. En el Manifiesto
Comunista, redactado por él y Federico Engels en 1848, estima que se
accede al poder mediante una lucha de clases. Y que el elemento
fundamental de poder en la sociedad es el control de los medios de
producción, que, eventualmente, en la síntesis comunista del triunfo total
del proletariado sobre la burguesía, serían controlados exclusivamente por
los trabajadores. Pero antes de alcanzar esa síntesis ideal o utópica, la
interpretación leninista del marxismo derivó en un proyecto por el cual el
Estado, es decir, la élite gobernante, debe intervenir en la lucha por el
poder para acaparar en forma absoluta todos sus mecanismos.
La justificación a tal régimen totalitario –con el eufemismo de
dictadura del proletariado– se daba por la necesidad de ejercer un poder
absoluto a fin de aplastar las fuerzas de la burguesía y el capitalismo hasta
que no quedase traza alguna de ellas. El resultado pragmático es que la
dictadura la ejerce de hecho la élite gobernante con la promesa de que tiene
un carácter provisional en virtud del concepto dialéctico. No sería hasta el
momento de alcanzar la sociedad utópica que esa élite gobernante cedería
buenamente el poder absoluto que detentaba en favor de las fuerzas
proletarias.
La realidad histórica fue bien distinta, como lo atestigua el propio
Mikhail Gorbachev, citado en otra parte de esta obra. Esa promesa no
habría de cristalizar nunca sino que se transformaría en una pugna
constante por el poder. Y el poder en un sistema totalitario es con
frecuencia sinónimo de supervivencia. Una testigo presencial de esta
realidad, Agnes Heller41, resume así esta pugna:

41
Nació en Hungría en 1929 y fue alumna destacada de György Lukács. Su creciente actitud crítica al sistema
soviético –implantado en su país al concluir la II Guerra Mundial– la lleva al exilio cuando llega a la conclusión de
que las sociedades de tipo soviético no son reformables y que sus características estructurales son
“monumentales callejones sin salida”. Expresó también que “las sociedades soviéticas representan, junto con la
Alemania nazi, el peor desarrollo posible del mundo moderno”.

58
59

“La necesidad de poder se convierte en la


necesidad número uno, porque el resto de las
necesidades se satisfacen en proporción directa a la
posición de poder ejercida dentro de un universo
político enteramente monolítico. Los pocos objetos de
satisfacción restantes son asignados, exclusivamente,
por los detentadores del poder central; más aún, son
ellos quienes determinan las necesidades de la gente
(los grupos sociales); el único criterio para tal
determinación (cuantitativa) es la cantidad de objetos
de satisfacción que están dispuestos a distribuir entre
los distintos grupos. He denominado a ese sistema de
asignación de necesidades “dictadura sobre las
necesidades”. Ciertamente, la determinación de
necesidades y la distribución de su satisfacción por una
autoridad monolítica es una dictadura en su grado
sumo; y lo es, en particular, si la necesidad de
preservar la integridad corporal y la simple libertad
personal42 también son distribuidas de forma
centralizada ...
No hay que olvidar que en este caso las
necesidades ... son distribuidas ... de acuerdo con la
posición adquirida por la persona en la jerarquía
social (en este caso la del Partido), esto es, que la
distribución de las necesidades es controlada43 por el
Partido”44.
Un grupo de disidentes cubanos logró burlar la represión de su
régimen para publicar el 27 de junio de 1997 un documento titulado “La
Patria es de Todos” en el que se recoge la queja por la falta de libertades y
se plantea una apertura a la concordia y la democracia. Refiriéndose a la
Convocatoria hecha pública por el régimen al V Congreso del Partido

42
Su preservación depende del acatamiento incondicional de las decisiones de la autoridad suprema.
43
Inapelablemente.
44
Una revisión de la teoría de las necesidades (Agnes Heller), Editorial Paidós, Buenos Aires, 1997.

59
60

Comunista, a realizarse en octubre de ese mismo año, señalan:


“Dice ese documento que el Partido demanda de
cada uno de sus integrantes pensar con su propia
cabeza y expresarse libremente en el seno de las
organizaciones partidistas. Entonces son sólo 770,000
personas las que cuentan con licencia para pensar y
hablar, pero el resto del pueblo, de los sin partido, de
los que constituyen la mayoría de la población, no
tienen posibilidad de expresarse libremente ... También
dice que el Partido no postula, ni reelige, ni revoca.
Está claro que no tiene necesidad de hacerlo. Para eso
están las organizaciones de masa, cuya dirigencia en
pleno milita en el Partido ... Lo novedoso sería que
permitieran a la oposición que formara parte del
propio proceso electoral, contando con sus propios
partidos y con la posibilidad de postular a sus
candidatos y hacer campañas políticas ...”
Y más adelante, entre otras cosas, llegan a la conclusión de que:
“El Estado no está al servicio del ciudadano. Ni
siquiera existe entre aquel y este una relación
igualitaria de derechos y obligaciones recíprocas, sino
que, por el contrario, el ciudadano está al servicio del
Estado”.
En todo esto se pone de manifiesto que, para quienes lo han vivido
y han sufrido la experiencia aplastante del abuso del poder, la lucha por la
supervivencia como ciudadanos de un país oprimido se concreta a
satisfacer necesidades básicas y a enfrentarse a una realidad en la que su
gestión individual en la vida cotidiana de la nación es nula.
José Martí previó los graves peligros del totalitarismo en esa lucha
que ya se planteaba en el siglo XIX para su futuro inmediato, cuando
afirma que:
“Dos peligros tiene la idea socialista, como
tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e
incompletas, y el de la soberbia y la rabia disimulada
de los ambiciosos, que para ir levantándose en el
mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en

60
61

que alzarse, frenéticos defensores de los


desamparados.”45
Y con su proverbial aversión a las dictaduras y la tiranía, insiste en esta
advertencia en otras partes de su obra. Aclara también para la posteridad
su concepto de libertad cuando nos dice que no es “...aquella libertad que
es entendida por el predominio violento de la clase pobre vencida sobre la
clase rica un tiempo vencedora –que ya se sabe ésa es nueva y temible
tiranía– ... sino aquella libertad en las costumbres y las leyes, que de la
competencia y equilibrio de derechos vive, que trae de suyo el respeto
general como garantía mutua”.46 No por ello es ajeno Martí a las
realidades de la lucha por el poder en la república y la democracia, y la
concibe como una pugna donde:
“Un pueblo está hecho de hombres que resisten
y hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y
de la justicia, que se rebela; de la soberbia, que sujeta y
deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su
puesto, ni cede el suyo; de los derechos y opiniones de
sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los
derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos.”47
Concepto éste que plasma magistralmente cuando establece su precepto de
“que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la
dignidad plena del hombre”, e insiste en afirmar que “si la república no
abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.48
José Martí no sólo fue apóstol de la independencia de Cuba sino
que nos legó a todos un amplio concepto de la “concordia”, cuyo mensaje
no se limita a un país sino que es universal.

La concordia en el ejercicio del poder

45
Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 168, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
46
Ibid., Vol. VIII, p.381.
47
Ibid., Vol. III, p.304.
48
Ibid., Vol. IV, p. 270; y, Vol. VI, p. 20.

61
62

La concordia como elemento de política antecede a Martí por


muchos siglos. Como elemento humano tiene sus raíces en el cristianismo.
Como necesidad social ya forma parte del pensamiento de Aristóteles. Es
asombrosa la claridad con que lo plantea este filósofo en los albores de la
historia, cuando en su Etica a Nicómano nos dice que la concordia política
no consiste en que los ciudadanos opinen lo mismo sobre alguna cosa, y
añade que “de concordia política sólo puede hablarse cuando los
ciudadanos coinciden en lo que atañe al Estado, cuando persiguen
respecto a él los mismos fines”. Es sumamente claro también cuando llega
a la conclusión de que “la concordia implica, pues, una creencia firme y
común sobre quién debe mandar”.
Ortega y Gasset interpreta en nuestro siglo la posición de
Aristóteles con este profundo razonamiento:
“La concordia sustantiva, cimiento último de toda
sociedad estable, presupone que en la colectividad hay
una creencia firme y común, incuestionable y
prácticamente incuestionada, sobre quien debe mandar
... Porque, si no la hay, es ilusorio esperar que la
sociedad se estabilice.”49
En otras palabras, que no puede haber estabilidad bajo un régimen
dictatorial o totalitario donde predomina la violencia y no la concordia.
Cuando hablábamos de Cicerón y Antifon en el capítulo anterior no
abundamos en el aspecto de la discordia que fue tan importante para los
filósofos de la antigüedad. Vamos a hacerlo ahora.
Las divergencias de opinión son tan numerosas como individuos
hay en una sociedad. Las luchas que provocan estas divergencias pueden
ser muy cruentas cuando la discordia afecta íntimamente la solidaridad del
edificio social. Es esa solidaridad de que hablábamos cuando tanto un
ciudadano de la plebe como un patricio se sentían igualmente orgullosos
de ser ciudadanos de Roma y aportaban su consenso al engrandecimiento
de ésta. En un ambiente de discordia la sociedad deja de serlo,
sencillamente se disocia, se fragmenta, se polariza, hasta convertirse en dos

49
Obras Completas (José Ortega y Gasset), Revista de Occidente, Madrid, 1964, Vol. VI, p.61 (Artículos
publicados en La Nación, Buenos Aires, verano de 1940).

62
63

sociedades superpuestas dentro del ámbito de la nación. Empero, es


imposible la existencia de dos sociedades en un mismo espacio social, son
simples conatos que no pueden estructurarse plenamente y que conducen a
su mutua aniquilación.
En consecuencia, la concordia se alcanza en un ámbito
democrático y la discordia es el producto de la violencia y la tiranía. En un
régimen democrático donde impere la concordia la sociedad protege a
todos los ciudadanos y cada uno de ellos acata con su obediencia la
voluntad del grupo social. La comunidad procede así a custodiar los derechos de
cada miembro individual; y cada ciudadano, a cambio de esa misma protección, se
somete a las leyes de la comunidad, ya que sin el acatamiento de todos sería
imposible que la protección pudiera extenderse a cada uno.
Muchos pensadores –incluyendo a Ortega y Gasset– critican el énfasis,
que ellos califican de “excesivo”, que ponen estos argumentos en un estricto
equilibrio de poderes y lo clasifican como una preocupación exagerada del
liberalismo. Para Franz Neumann el liberalismo conduce a una actitud de
desconfianza que promueve la creación de verdaderas barreras de contención en
torno al poder político. Esto, naturalmente, emplaza obstáculos a la gestión de
gobierno. No obstante, su propósito es para él muy loable porque apunta a la
disolución del poder en un mecanismo de interrelaciones jurídicas, a la
erradicación del gobierno unipersonal, monopartidista o carismático, y al imperio
del derecho, por medio del cual las relaciones humanas son racionales y, por ende,
predecibles y estables.50

Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder


Dentro de todas estas consideraciones, no podemos perder de vista que el
elemento principal del poder es la autoridad, y que esta no puede ejercerse sin una
capacidad coactiva o de fuerza. La cuestión consiste en no confundir la fuerza con
la violencia y en reconocer que la concordia convierte a la fuerza que requiere el
poder en un elemento simbólico, aunque necesario. Necesario, porque ninguna
sociedad se convierte en panacea ni desemboca en la utopía. Habrá siempre
crimen, corrupción, abuso, irresponsabilidad y desgobierno.
Por lo tanto, si al mecanismo tradicional de separación de poderes se le

50
“Approaches to the Study of Political Power” (Franz Neumann), Political Science Quarterly, Vol. LXV, Nº2
(Junio de 1950), p.161-171.

63
64

aplica un elemento de participación activa del ciudadano común, se establece un


aparato en el cual toda gestión de gobierno ha de rendir cuentas a alguien y ha de
responder en forma responsable a los requerimientos de la sociedad en que se
desenvuelve. La lucha por el poder continúa dentro de estos parámetros; eso es
inevitable. Ningún mecanismo es suficiente para cercenar las ambiciones
desmedidas; pero sí para controlarlas en un ambiente cívico que las encauce a
resultados positivos y edificantes. Pero, por lo mismo que continúa, es preciso que
los sectores de poder en el gobierno establecido y la base de la ciudadanía que le
da razón de ser a ese mismo poder, actúen de consuno en pos del
engrandecimiento de la nación en un ambiente de concordia. Y la concordia no es
posible sin la ley, el orden, la equidad, la justicia y la autoridad. Es el respeto a
todos estos elementos lo que alimenta la concordia en cualquier sociedad.
En este estudio no se contempla, como lo hace el pensamiento liberal, un
sistema que ponga obstáculos al poder ejecutivo para impedir la dictadura o la
tiranía. Se trata de ver las cosas de otro modo. Se trata de establecer el poder al
nivel del ciudadano y de proyectarlo dentro del aparato del Estado para que su
gobierno cumpla una función administrativa y no de mando. Una función de
responsabilidad burocrática y no de fuerza.
Dentro de ese concepto entran en juego los elementos físicos de fuerza en
una sociedad: las fuerzas armadas y las fuerzas de mantenimiento del orden. Todas
las demás manifestaciones de la sociedad, a nivel político y social, no pasan de ser
grupos de presión con una influencia mayor o menor según sea su número. Estos
grupos, según estén organizados, sólo pueden ejercer autoridad y mantenerla
frente a los elementos delictivos, antisociales o putschistas 51, si cuentan con el
respaldo de esas instituciones armadas que tienen la fuerza para defender a la
sociedad a cuyo servicio están.
Siendo así, cabe preguntarse por qué ambas instituciones –las
fuerzas armadas y la policía– han de estar bajo la égida del poder ejecutivo.
Por qué las fuerzas de mantenimiento del orden no han de responder mejor
al poder judicial que es el que interpreta las leyes y, por lo tanto, el que
debe aplicarlas. Por qué la ciudadanía en pleno ha de ver que las fuerzas
armadas, destinadas a protegerla de la agresión y el pillaje, se convierten en
instrumento de tiranía en manos del gobernante de turno. En otras
palabras, que el equilibrio de poderes tiene que empezar por aquí, por

51
Del alemán “putsch”.

64
65

donde está la fuerza.


Con todo esto no hago más que justificar la posición tomada en el
capítulo anterior de tener una policía judicial nacional al servicio de los
tribunales del país y un organismo nacional de investigaciones que
complemente la función policial y responda también al poder judicial.
En cuanto a las fuerzas armadas, todo país debe contemplar el
ejemplo de Costa Rica. También podrían citarse países como Andorra,
Liechtenstein o Mónaco. Pequeños y más ricos que sus vecinos, subsisten
en la comunidad internacional moderna sin necesidad de fuerzas armadas.
Confían en el derecho internacional y dependen de él. Pero esto no es
posible en todas las situaciones. Aun los países más pacíficos han visto que
se les impone el recurso de la guerra por circunstancias foráneas. Ejemplos
fehacientes de ello fueron los de Noruega y Finlandia durante la Segunda
Guerra Mundial, y los de Cambodia y el Tíbet en el período posterior.
Sufrieron las consecuencias trágicas de su incapacidad de defenderse.
Suiza nos enseña lo que significa una paz armada. Suiza cuenta
con un ejército de ciudadanos que fue respetado hasta por el mismo Hitler.
Es una milicia moderna, muy bien adiestrada y aguerrida que asume la
tremenda responsabilidad de guardar sus armas ligeras en casa sin que por
ello aumenten el crimen y la delincuencia. Pero este es un caso único de
civilidad extrema que no creo que sea aplicable en cualquier parte.
Podría concebirse que un país que adoptase un sistema de
democracia participativa como el propuesto, considerara también la
necesidad del equilibrio de fuerzas como parangón del equilibrio de
poderes. Voy a referirme a esto dentro del contexto del capítulo siguiente.
Como conclusión, sólo quiero recalcar ahora que la lucha por el
poder toma un aspecto más dignificado, decoroso y civilista en un
ambiente como el esbozado aquí, donde las decisiones públicas de
gobierno se toman con la participación activa del ciudadano y son, por lo
tanto, responsabilidad de todos en el esfuerzo de llegar al consenso o a la
decisión mayoritaria en un clima de concordia. Que la lucha por el poder
no cesa sino que se convierte en el enfrentamiento de las ideas y la síntesis
de la razón en la acción comunitaria. Y que el ejercicio del poder adquiere
así un carácter de servicio y de función administrativa.
La lucha por el poder en la democracia participativa rechaza la
violencia y se libra en el plano institucional. Los enfrentamientos se

65
66

resuelven con el debate, la aplicación de la ley, la transacción, la tolerancia


y la razón. La sociedad resultante es así la obra de todos.

66
67

67
68

7. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Al iniciarse cualquier proceso de transición


democrática, el primer paso consiste en invertir
la pirámide del poder que permita al pueblo
participar con absoluta libertad en las
decisiones pùblicas con los fines propuestos y
con cualesquiera otros que decidiera en su
capacidad legislativa soberana.

Planteamiento

onfío en que pese a la brevedad con que he enfocado un tema tan


C amplio en este estudio, el lector haya podido formarse una idea clara
de cómo podría funcionar la democracia participativa en la sociedad
moderna.
Hemos visto que no se plantea aquí una utopía ni una panacea. Se
plantea un medio práctico de participación activa en el decursar político de
una nación y, de ese modo, un instrumento para tomar también decisiones
mayoritarias o de consenso en prácticamente todos los aspectos culturales,
sociales, económicos, jurídicos y funcionales de la política resultante.
Como decía en la Introducción, la solución no se circunscribe a
país alguno sino que es universal. El derecho del pueblo a participar es
universal. Lo que se plantean son problemas de transición. Cada país tiene
un contexto político distinto y características propias que pueden
complicar o facilitar la transición de un sistema representativo, dictatorial o
totalitario a uno participativo.
Desde el punto de vista de sus características geográficas, demográficas y
económicas, cuanto mayor es un país, más poblado y más rico, más difícil es lograr

68
69

un proyecto de transición que desemboque armoniosamente en un sistema tan


radicalmente distinto. Las distancias geográficas pueden plantear un grave peligro
capaz de disgregar las opiniones y escindir las etnias. Ejemplo de ello lo vemos en
el paso del comunismo a la democracia en la Unión Soviética, que causó una
desintegración total que pone en peligro a sus propios componentes, como es el
caso de Rusia, también amenazada por la desintegración. Cuando la población es
enorme, como en China, la India e incluso en los Estados Unidos, sería difícil
manejar una estructura escalonada, que contaría en la base a cientos de miles de
Asambleas. Y cuando el país es rico, como sucede en los grandes Estados
industriales de occidente, Japón y Australia, es difícil despertar la conciencia
política del ciudadano para que asuma la responsabilidad de participar activamente
en las cuestiones de gobierno.
Desde el punto de vista político, es más difícil realizar un cambio
institucional y constitucional de esta índole partiendo de un sistema representativo
que de uno dictatorial o totalitario. En estos últimos las instituciones son débiles o
inexistentes y la Constitución es poco respetada o ignorada. Esas circunstancias
tan negativas facilitan la creación y estructuración de un nuevo sistema. Por otra
parte, cuando se trata del totalitarismo, sobre todo el que siguió la opción leninista,
se establecieron estructuras de masas y se organizaron soviets o, en el caso de
Cuba, Asambleas, que dieron un sentido embrionario al concepto popular de la
democracia. Y estas estructuras, ya lo hemos visto, podrían servir de base para el
proyecto participativo.
Luego la idea de la democracia participativa, como fue en su
oportunidad la de la democracia representativa, no puede plantearse como una
revolución mundial, espontánea y fulminante. Así lo he señalado desde el
principio. Es decir, se trata de seguir un proceso de transformación que se
extendería gradualmente a otros países después de que fueran patentes sus
resultados entre los pioneros. A mi entender, pueden ser pioneros, países como la
Argentina, donde la densidad de población es baja, no hay notables diferencias
étnicas ni culturales entre sus habitantes y la democracia representativa atraviesa
un período de crisis y desconfianza popular; el Uruguay, Costa Rica y Filipinas,
países chicos, poco poblados y ávidos de democracia; y Cuba, también chico y de
poca población, donde ya existen Asambleas a nivel nacional, provincial y
municipal52. Podría citar a muchos otros, incluidos países de Europa oriental, pero

52
En Cuba existen 1,551 Concejos Populares (o Asambleas Municipales) distribuidos en las 14 provincias, con
unos 14,000 delegados en todos los Concejos, entre un total de 169 municipios. Hay una tasa de población
aproximada de 65,000 habitantes por municipalidad. Las Asambleas de Distrito contempladas en este trabajo

69
70

por todas las razones citadas en esta obra parecen ser estos cinco países los que
asimilarían con mayor facilidad esa transformación en calidad de pioneros.
Desde el comienzo de la obra advertí que enfocaríamos con mayor
énfasis esta transformación al caso cubano. La razón es muy sencilla. En Cuba
hay un régimen totalitario que se ha perpetuado durante casi 40 años y que ha
descansado en una filosofía y una teoría política que se han derrumbado
aparatosamente en la mayoría de los países donde se intentó. En sus esfuerzos de
supervivencia, el régimen cubano se ha salido radicalmente de su ortodoxia para
aplicar medidas capitalistas que estan reñidas con su propia Constitución,
contradicen los postulados básicos del marxismo-leninismo y perjudican
abiertamente los intereses de sus ciudadanos, quienes están observando inermes
cómo poderosos intereses extranjeros toman posesión de las riquezas del país,
mientras que se les impide a ellos mismos desarrollar intereses económicos
independientes.
Al mismo tiempo, esa misma Constitución creó estructuras que ya están
en funcionamiento, que permiten al ciudadano cubano una participación activa en
las cuestiones públicas. Esta es una dicotomía explosiva que al observador
externo le parece insostenible. No obstante, el experimento seudocapitalista del
castrismo ya se extiende por más de cinco años sin que se vislumbre grado alguno
de transformación hacia una democracia participativa.
Aunque los elementos de fuerza y, por lo tanto, de violencia –que, como
señalábamos en el capítulo anterior, se dan en situaciones de esta índole– no estén
presentes en Cuba en la magnitud que pueden observarse hoy día en lugares como
el Irán o el Iraq y antaño en el bloque soviético o en los países del eje fascista, la
realidad es que el régimen cubano sostiene el dominio unipartidista y unipersonal
de la gestión política mediante un intrincado sistema de coacción.
Esta realidad sólo nos sirve para demostrar los peligros de establecer
cualquier sistema participativo o popular sin un equilibrio adecuado de poderes y
sin la firme consolidación de instituciones sólidas. La cruda realidad es que
gobierna quien tiene la fuerza.
No creo que en Cuba, ni en cualquier otro país, la solución se produzca

funcionarían en las demarcaciones de los distritos electorales dentro de cada Municipio, y si continuara la
estructura de los Concejos Populares, cada delegado estaría representando a unos 7,800 habitantes o a poco
más de 5,000 ciudadanos en edad electoral, cifra que sería marginalmente manejable para la participación
popular en las Asambleas correspondientes. Una fragmentación mayor de los distritos electorales facilitaría el
proceso participativo.

70
71

por medio de una insurrección, guerra civil o cualquier otro método de terrorismo
o violencia. La utilización de tales medios, en el caso de que triunfen, resultan en
la concentración de la fuerza para detentar el poder político en el nuevo grupo
dirigente. Las soluciones así planteadas responden a los intereses, la filosofía y la
visión de ese grupo que, a su vez, las impone a la sociedad en pleno.
Transición

El recurso idóneo de acceder a la democracia es por medios


democráticos. La transición sólo puede ser el resultado de un consenso alcanzado
en un ambiente de concordia. Quienes planteen tal transformación tienen que
convencer y persuadir a los ciudadanos que han de apoyarlos en ese proceso y
razonar y transar con ellos en respeto de sus intereses.
El problema en Cuba consiste en que las fuerzas armadas y las fuerzas de
orden público responden al gobierno y no a los ciudadanos, responden a los
intereses de un partido político único y no a las leyes o la Constitución. Por
eso planteaba en el capítulo anterior que también en las fuerzas armadas y
las fuerzas del orden público se plantea la necesidad de un equilibrio de
poderes. En ese capítulo, y en el capítulo donde hago el Análisis
Esquemático ofrezco la solución adecuada respecto a la policía. Dejé para
este la cuestión de las fuerzas armadas porque encaja en el problema de
transición que ahora se nos plantea.
Es fácil decir aquí que las fuerzas armadas respondan a los
intereses del pueblo y se dediquen a su defensa, colocando sus mandos en
manos de las Asambleas. Pero tenemos que ser cuidadosos para evitar dos
gravísimas consecuencias. Una, que un ejército fragmentado que responda
más a los intereses regionales que a los nacionales no reaccione
adecuadamente a una amenaza o agresión extranjera. Otra, que dentro de
su propia fragmentación dé lugar a mafias que respondan a intereses
regionales o locales y los defiendan, o que incluso se dediquen a lucrativas
actividades delictivas, como de hecho está sucediendo en muchos lugares
de la antigua Unión Soviética.
Tengo también la solución adecuada para esto. Se trata
sencillamente de llevar el concepto de la división de poderes, desde un
punto de vista político y no regional, al ámbito de las fuerzas armadas.
Como la función fundamental de las fuerzas armadas es la protección del
país a cuyo servicio están, éstas deben ser un grupo profesional altamente

71
72

adiestrado, sumamente móvil y con los elementos más modernos


disponibles para hacer frente a peligros foráneos. También, para ser
efectivas, tienen que estar al mando del poder ejecutivo y, más
concretamente, del propio Primer Mandatario de la República. Es obvio
que la capacidad de rápida respuesta sólo puede partir del Primer
Mandatario y su Gabinete en una decisión ad hoc de carácter inmediato y
urgente.
Para contrarrestar el poder que tendría entonces el Presidente de
utilizar las fuerzas armadas para imponer su política, así como también
para impedir que éstas emplearan su poder en un golpe de Estado o en una
situación de violenta imposición de los intereses castrenses, estas fuerzas
de reacción rápida tienen que ser pequeñas en número, de modo que no
puedan convertirse en fuerzas represivas de ocupación interna al servicio
de cualquier régimen dictatorial. Como contrapartida existiría una Guardia
Nacional organizada por Provincias, con servicio militar obligatorio, que
respondiera en primera instancia a las Asambleas Provinciales y en última
instancia a la Asamblea Nacional. Esta Guardia Nacional, en tiempos de
paz, serviría en funciones de asistencia en casos de desastres o de
emergencia, y de respaldo a los organismos del orden público cuando estos
no pudiesen dominar una situación de violencia interna.
De producirse una agresión o amenaza extranjeras, la Asamblea
Nacional delegaría la autoridad sobre estas fuerzas en el Presidente y estas
se integrarían, como lo hacen los reservistas en todas partes del mundo, al
núcleo de respuesta rápida de las fuerzas armadas.
En Cuba se puede acceder al proceso de transición de una manera
muy sencilla: con una resolución de la Asamblea Nacional que cuente con
el respaldo de las fuerzas armadas. En otras palabras, puesto que la
“Constitución Socialista” cuenta con las disposiciones pertinentes que
otorgan un mandato al Poder Popular, al iniciarse cualquier proceso de
transición democrática, el primer paso consiste en invertir la pirámide del
poder que permita al pueblo participar con absoluta libertad en las
decisiones públicas con los fines propuestos y con cualesquiera otros que
decidiera en su capacidad legislativa soberana. El poder de decisión
partiría así de la base, mediante las Asambleas de Distrito, que tendrían la
tarea de plantear sus puntos de vista sobre el proceso y elegir a quienes han
de representarlos con el mandato popular. La institución ya en
funcionamiento del Poder Popular podría entonces aprovecharse, ahora sí

72
73

con un verdadero mandato legislativo surgido del propio pueblo, para que
el proceso de transición se realice ordenadamente.
En esa actividad legislativa sería imprescindible contar con un proyecto
–o varios– de Ley Constitucional de transición. Dentro de sus parámetros, y una
vez impulsado el proceso que aquí propongo, el Poder Popular podría reemplazar
al actual Consejo de Estado con una Junta Provisional de Gobierno que incluya
de manera equitativa y racional a personalidades de todas las vertientes
ideológicas de la nación cubana. Esta Junta serviría para dar las garantías
jurídicas

73
74

adecuadas, en base a esa Ley Constitucional de transición, que facilitaran la


convocatoria y organización de una Asamblea Constituyente.
Mientras tanto, la Asamblea Nacional asumiría dentro del período de
transición los poderes legislativos que le corresponden para la democratización de
las leyes actuales. Esta gestión legislativa debe orientarse a facilitar el proceso
electoral que ha de seguirse para convocar a la Asamblea Constituyente y a
garantizar a su vez el debate público en pleno uso de las libertades fundamentales
hasta la aprobación y promulgación de la nueva Constitución. Para ello se
requiere fomentar con ahínco un ambiente de avenencia, concordia y moderación
para evitar que las apetencias políticas del momento y las emociones revanchistas
tengan incidencia en la redacción de la ley suprema de la nación.
Tal sería el primer paso para una verdadera Revolución sin
precedentes dirigida por un pueblo soberano.

Gobierno provisional

Bajo estas premisas, el propósito fundamental de promulgar una Ley


Constitucional por la que se rija el Gobierno provisional consiste en crear un
ambiente propicio a la transformación del régimen anterior en un sistema de
democracia participativa. Pero una posición genuinamente democrática nos hace
abstenernos de una propuesta que no cuente con la sanción popular. La realidad
política de la Cuba actual consiste en que hay una Constitución vigente y que la
Constitución anterior, promulgada en 1940, carece en la actualidad cubana de la
estructura jurídica que permita su repentina entrada en vigor (aun a modo
provisional) por el dictado de un Gobierno provisional omnímodo. Hay que
reconocer también, como lo señalo someramente en los Capítulos 2 y 3, que la
actual Constitución Socialista contiene numerosos artículos que son un obstáculo
claramente definido para el desarrollo de la democracia participativa en Cuba.
Ante la disyuntiva de respetar la soberanía del pueblo y, al mismo
tiempo, orientar los cauces políticos que le permitan la libre y plena
expresión sin tomar medidas arbitrarias en su nombre, planteo una
propuesta para la redacción de una Ley Constitucional de transición que:
1. Quede estructurada como la actual Constitución socialista
para que sea congruente con el sistema jurídico actual;
2. Acate aquellos párrafos de su Preámbulo y aquellos
Artículos de su parte dispositiva que no sean obstáculo

74
75

para los propósitos mencionados en este estudio; y,


3. Reemplace aquellos otros párrafos y Artículos que sí lo
son, utilizando para ello los artículos correspondientes de
otra Constitución cubana que sí fue sancionada por el
pueblo –la Constitución de 1940–, cuya redacción pueda
aplicarse en las circunstancias de un Gobierno
provisional y con los propósitos establecidos.
Si se acatan tales consideraciones, la Junta Provisional de
Gobierno no actuaría sobre bases arbitrarias sino sobre bases jurídicas y
constitucionales debidamente sancionadas y con el respaldo popular
otorgado por la propia Asamblea Nacional.
Como tema de reflexión, estas palabras de Rafael Caldera son un
brillante resumen de estos propósitos:
“No se trata de sumar la mitad más uno para
ponerla a decidir todo lo relativo al cuerpo social y
privar de todo derecho a la mitad menos uno. No se
trata sólo de mantener la posibilidad de que existan
partidos políticos y de que sus representantes se reúnan
a deliberar en un cuerpo denominado parlamento, cuya
eficacia con frecuencia no ha estado a la altura de su
responsabilidad histórica.
No se trata simplemente de eso ... Se trata de
algo más fundamental ... Lo primero es el pueblo. La
democracia es gobierno del pueblo y, por tanto, para
que exista verdaderamente tenemos que darle su propio
sentido y fortalecer la conciencia de su sujeto, que es el
pueblo.”

9. REQUISITO FUNDAMENTAL

La libertad en sus diversas formas –individual,


de pensamiento, de prensa y de credo– es un

75
76

derecho del hombre y del ciudadano sólo


limitado por el ejercicio de derechos análogos
por los demás miembros de la sociedad, y la
igualdad es un derecho natural que el Estado
debe asegurar al hombre en el triple plano
legislativo, judicial y fiscal.53

os derechos humanos son una cuestión fundamental irreductible de

L la que depende la supervivencia misma de la humanidad y el


progreso de su gestión civilizadora. Su aplicación sólo puede ser el
resultado de un proceso de superación y el producto del esfuerzo
consciente de todos para reconocer esa esencia común de humanidad que
va mucho más allá de las apariencias que nos separan del resto de nuestros
semejantes y que trasciende a todas nuestras diferencias del momento o a
las barreras ideológicas, culturales y económicas que constantemente
tratan de compartamentalizar la civilización. El reconocimiento de la
existencia de tales derechos fundamentales es la quintaesencia de los
valores en virtud de los cuales afirmamos que somos una comunidad
humana. Y su carácter universal implica que constituyen la norma
definitiva de cualquier política.
“Toda persona tiene derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión ...
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión
y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a
causa de sus opiniones, el de investigar y recibir
informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación
de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y
de asociación pacíficas...
Toda persona tiene derecho a participar en el

53
Texto condensado de los derechos y libertades contemplados en la Declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano, proclamada por la Asamblea Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789. Esta Declaración
original de 17 artículos fue ampliada a 35 y adoptada definitivamente el 2 de junio de 1793. En su segunda
versión se incluía el derecho a sublevarse contra la tiranía como uno de los deberes principales del hombre
(Artìculos 28 y 35).

76
77

gobierno de su país, directamente o por medio de


representantes libremente escogidos.
Toda persona tiene el derecho de acceso, en
condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del
poder público ...” 54
Basta con que se respeten estos derechos fundamentales y se los defienda
por todos los medios jurídicos disponibles para que la sociedad resultante pueda
ser cuna de una democracia verdadera. Por eso es que esta Declaración Universal
de Derechos Humanos y los otros instrumentos que componen la Carta
Internacional de Derechos Humanos55 debieran ser parte integral de cualquier
Constitución. Prácticamente todos los países del mundo, grandes y chicos, débiles
y poderosos, la han firmado y ratificado y le rinden homenaje. Esa es la Ley
Fundamental que preveía José Martí en su proyecto de República donde se
respetara “la dignidad plena del hombre”.
Todo lo demás son fórmulas y opiniones que pueden tener múltiples
matices y que cobran validez según las circunstancias nacionales y el grado de
consenso obtenido en las decisiones particulares de cada país. Por eso, si el lector
se ha sentido francamente incómodo o incluso indignado con el planteamiento del
capítulo anterior, habré logrado plenamente el propósito de esta obra.
He sido muy deliberado al proclamar en el Capítulo anterior que “yo
tengo la solución”. He tenido la osadía de ofrecer al lector mi solución. Pero lo
cierto es que todos tenemos una solución. En el capítulo titulado La Democracia
Participativa me referí claramente a la contradicción inherente en el concepto
unipartidista, simplemente porque todo individuo tiene opiniones originales y
propias y busca a otros de opiniones semejantes para organizarse en una estructura
que canalice tales opiniones en un esfuerzo hacia un propósito común. De ese
proceso surgen los partidos políticos legítimos.
Mi solución, como todas, se enfrenta en el decursar del debate de las

54
Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículos 18 a 21.
55
La Carta Internacional de Derechos Humanos, incluye tanto la famosa Declaración que cito en este capítulo,
como también el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y el Protocolo Facultavivo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Todos ellos pueden encontrarse en la Recopilación de instrumentos internacionales de derechos humanos
que se cita en la bibliografía al final de este libro.

77
78

ideas a dos corrientes básicas de opinión: una que la acoge y otra que la rechaza.
Empero, no se reduce a una cuestión de blanco o negro sino de innumerables tonos
de gris. Quienes acojan esta idea tendrán más o menos objeciones que plantear y
dudas que dilucidar, y quienes la rechacen, lo harán al tiempo que den cabida a
determinados elementos de la propuesta. Por eso es que cuando se siembra una
semilla ideológica siempre deja algún fruto. Toda idea tiene algo de aprovechable.
Mientras redactaba este estudio, empezaron a llegar a mis manos
ejemplares de la Revista Contrapunto que anunciaban la próxima publicación de
una obra de Amalio Fiallo, titulada La Democracia Participativa. El primer
impulso, muy humano, fue el de apresurar este esfuerzo con el fin de lograr las
primicias. Se impuso el buen sentido y no lo hice. En los momentos en que
redacto el borrador de este último capítulo se me informa que ese libro acaba de ser
publicado. Por lo que he leído en la revista no me cabe duda de que hayan muchos
elementos de coincidencia entre ambas obras, pero también es evidente que hay
muchas divergencias y que el enfoque es diametralmente distinto.
Esto sirve de ilustración al planteamiento que estoy haciendo. Demuestra
también que las ideas no surjen de la nada ni vienen solas. Son el producto de la
sociedad y sus problemas, y cristalizan con todos sus matices en el pensamiento de
muchos seres humanos. Ojalá que sigan redactándose tesis semejantes en los que
otros describan de forma estructurada y racional sus respectivas soluciones. Al
producirse diversas vertientes de opinión se enriquece el patrimonio ideológico de
todos. De los planteamientos surjen los debates públicos y de éstos las soluciones
de consenso.
Esta es la palabra clave: el consenso. Es una meta donde prima la
tolerancia y el respeto y a la que se llega por la transacción, el diálogo y la razón.
Su vehículo idóneo podría ser la democracia participativa. Mi solución debe
conformarse con ser un factor en la búsqueda de ese consenso y en la cristalización
democrática a la que conduzca. Nunca debe ser un dictamen inflexible o
irrevocable. Es una opción, es un vehículo, es una iniciativa. La defenderé a brazo
partido porque creo en ella. Si no fuera así no hubiera escrito esta obra. Pero estoy
convencido de que otros defenderán la suya con igual determinación. Se propicia
así un proceso de confrontación, pero no de enfrentamiento, donde todos quienes
tengan verdadera conciencia democrática aportarán a la obra común en sus
respectivos países.
Se opondrán quienes no tengan ideales democráticos. Pero aún a éstos, si
son sinceros, hay que respetarles la libertad de expresión para plantear sus utopías.
Sólo la democracia es fuerte cuando actúa democráticamente, aún en la necesidad

78
79

de controlar a sus enemigos cuando estos recurren a la violencia. La violencia


destruye, y los enemigos de los ideales democráticos lo saben. Por eso los
dictadores y los tiranos erigen sus pedestales sobre el lodo de las bajas pasiones y
la represión. “Es más difícil –dijo Montesquieu– sacar a un pueblo de la
servidumbre, que subyugar uno libre”. Y los tiranos que lo saben se regodean en
su aparente invulnerabilidad.
No obstante, Bolivar confía en el pueblo y lo expresa más de una vez con
absoluta convicción. Léase de nuevo el lector la cita que figura en el capítulo
referente al Análisis Esquemático y refiérase a su edificante obra democrática.
Pero Bolívar no era incauto:
“He recogido todas mis fuerzas para exponeros mis
opiniones sobre el modo de manejar hombres libres, por los
principios adoptados entre los pueblos cultos ...
Vuestro deber os llama a resistir el choque de dos
monstruosos enemigos que recíprocamente se combaten, y
ambos os atacarán a la vez: la tiranía y la anarquía, que
forman un inmenso océano de opresión ...”56
Para el que quiera entender, está claro. El demócrata desprecia la
violencia y ensalza la razón. Pero no puede hacerle caso omiso a aquélla ni debe
promover una política permisiva. La democracia tiene que ser firme en la
aplicación de las leyes y fuerte en la toma de decisiones. Tiene también que ser
implacable con quienes atenten contra los derechos humanos, el decoro público, la
probidad administrativa y el respeto de las leyes.
Bolívar la concibió así, como precursor genial, al reconocer que el pueblo
es incorruptible y no se deja intimidar. La corrupción medra a nivel individual o de
grupo, pero no resiste el embate del interés comunitario. Porque en democracia el
pueblo es la suma de sus individuos en la gestión económica, social y política que
da características de nacionalidad. Y en la democracia participativa esta es una
suma exponencial que supera todo lo que pretenda restar del bien común. En la
participación está el medio para defender los intereses individuales en un contexto
de comunidad y en su elemento dinámico está la fuerza que disipe la amenaza de
los tiranos siempre en acecho.
Nunca sería más real el axioma de que “en la unión está la fuerza”. Es esta

56
Mensaje enviado por Simón Bolívar al Congreso de Bolivia y fechado en Lima el 25 de mayo de 1826. Tomado
de Doctrina del Libertador, p.231, op.cit.

79
80

la unión de voluntades para el progreso y el bienestar. La unión de propósitos. La


unión fraternal de quienes respetan los derechos de los demás. Y esta unión
gestada a nivel nacional podría extenderse como epidemia de paz a todas las
naciones. La paz internacional sería posible porque nunca los pueblos quieren la
guerra sino que son sus caudillos quienes los conducen a ella. La democracia
participativa tenderá puentes de tolerancia entre pueblos y etnias y estrechará
lazos de comprensión entre culturas e ideologías.
Al asumir como pueblos nuestras responsabilidades soberanas abriremos
para la humanidad el camino anchuroso de la concordia.

80
81

BIBLIOGRAFÍA

Amaro, Nelson: La descentralización en los países unitarios de


América Latina y el Caribe en la actualidad:
cuatro dilemas gerenciales (Universidad del Valle de
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82
83

ÍNDICE ALFABÉTICO

Alberdi, Juan Bautista 26-27, 81


Althing 34
Amaro, Nelson 11, 31, 57, 111
Antifon 75, 89
Aristóteles 36, 88-89
Asamblea Constituyente 23-24, 58, 64, 78, 101
Asamblea de Distrito 58, 79
Asamblea Nacional 29, 55, 58, 61, 64-65, 68, 70-71, 75, 79,
100-102
autoridad 10, 23, 29-30, 36, 49, 73, 81, 83, 85-86,
90-91, 100, 104
Barba Cudilleiro, Manuel 54, 111
Bolívar, Simón 64, 72-73, 107, 111
Boza Masvidal, Mons. Eduardo 52
cabildeo 59, 66, 82
Caldera, Rafael 41, 102
Carta de Derechos [Bill of Rights] 35
Castro, Fidel 14, 25, 27, 30-31, 49, 54, 84
Cicerón 75, 89, 111
Comunismo 19, 21, 24, 27, 28, 47-52, 60, 96
concordia 26-27, 75, 86, 88-91, 93, 98, 101, 108
Conferencia Mundial de Derechos Humanos 43, 44, 112
Constitución de la República de Cuba [1940] 20, 23-25, 38
Constitución de los Estados Unidos de América 27, 35
Constitución Socialista 23, 29-30, 45, 49, 52, 97, 100-101
contrato social 18, 36
democracia cibernética 45-47
democracia cristiana 19, 41-43
democracia directa 17-19, 33, 46, 61, 78

83
84

democracia participativa 9, 17, 25, 29, 33, 37, 38, 41-47, 49,
51-55, 58, 59, 61, 64, 73, 77, 92-93,
95-96, 98, 101, 105-108
democracia popular 23, 51-52
democracia representativa 10, 14, 15, 19, 23, 33, 44, 57, 96-97
Derecho Romano 36
derechos humanos 27, 35, 43, 44, 52, 103-104
dictadura del proletariado 26
dictadura sobre las necesidades 85
Engels, Federico 84
equidad 19, 28, 36-37, 91
equilibrio de poderes 15, 19, 33, 72, 81, 90, 92, 99
fascismo 28, 48
Foley, Tom 46
fuerzas armadas 91, 92, 98-100
Ghandi, Mahatma 77
Gorbachev, Mikhail 28, 85, 111
Havel, Václav 60, 111
Held, David 21, 111
Heller, Agnes 85, 86, 111
Hitler, Adolf 84, 92
Hobbes. Thomas 36
justicia social 14, 16, 19, 24
Lenin [Vladimir Ilyich Ulyanov] 84
libertades fundamentales 43, 101
López-Oliver, Pedro Ramón 50, 54, 112
Mao Tsetung 47-48, 84, 112
Martí, José 9, 81, 87-88, 105, 112
Marx, Karl 15, 84
Montesquieu 106
Naciones Unidas 28, 35, 43-44, 57, 113

84
85

Ortega y Gasset, José 48, 89, 113


participación 9-10, 13-14, 18, 20-21, 24, 33-34, 37-39,
42-43, 45, 47-48, 51, 53-55, 64, 72, 74,
78, 91, 93, 95, 97-98, 107
Partido Comunista 24, 49-51, 86
partido único 29, 30, 49, 50, 61
Pérez Olivares, Enrique 42
Perón, Juan Domingo48, 84, 112
Perot, Ross 46
plataforma política 53, 61, 73-74, 79, 82
plebe 76, 77, 89
plebiscito 44-45
pluralismo 43, 58
pluripartidismo 51, 61
Poder Ejecutivo 20, 34, 37-39, 55-56, 65-69, 72-75, 91-92, 99
Poder Judicial 26, 63, 68, 70-73, 92
Poder Legislativo 26, 35, 37, 55, 60, 63-64, 69, 73-74, 80
Poder Popular 23, 27, 29-31, 33, 54, 56, 58, 100
poliarquía 82
policía [fuerzas del orden público] 70, 71, 92, 99
representatividad 20, 21, 37
republicanismo 34
Revolución Francesa 18, 19, 27, 35, 36
Revolución Norteamericana 18-19
Roosevelt, Franklyn D. 17, 84
Rosas, Juan Manuel de 26-27
Rousseau 36, 112
Samuelson, Robert J. 46, 47, 112
senado 33-35, 58-61, 64-70, 73, 77-79
separación de poderes 34-35, 38, 91
sistema bicameral 35, 55, 59-60

85
86

sistema colegiado 39
sistema parlamentario [parlamento] 33-35, 37-38, 43, 102
sistema presidencialista 20, 38
sistema semi-parlamentario 38
Socialismo 23, 51
Socialdemocracia 54
Stalin, Josef 84
transición 11, 13, 26, 50, 54, 58, 95, 96, 98-102
UCE 52
usatges 34
Weber, Max 83

86
87

FE DE ERRATAS: Este libro consta de ocho (8) capítulos


como sigue. Contiene errores de numeración tanto en el índice
como en el texto para los Capítulos 7 y 8.

Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo


PRÓLOGO 9

INTRODUCCIÓN 13

1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR

El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

Evolución histórica 33
La participación como manifestación parlamentaria 37
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

Equilibrio legislativo57
Características de este nuevo sistema bicameral
60
Cuadro esquemático 63

87
88

El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El gobierno como gestión administrativa 73
La limitación del poder 75
El sistema electoral 77

88
89

6. LA LUCHA POR EL PODER

El poder como autoridad 81


El poder como fuerza 84
La concordia en el ejercicio del poder 88
Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder 90
7. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Planteamiento 95

Transición 98

Gobierno provisional 101

8. REQUISITO FUNDAMENTAL103

BIBLIOGRAFÍA 111

89

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