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PRÓLOGO 9
INTRODUCCIÓN 13
1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR
El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
Evolución histórica 33
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
Equilibrio legislativo 57
Cuadro esquemático 63
El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El sistema electoral 77
Planteamiento 95
Transición 98
BIBLIOGRAFÍA 111
Reconocimiento
G.E. Martínez-Solanas
i
PRÓLOGO Y PERSPECTIVA
democrática. Esta a su vez entraría en un proceso que permitiría su mejoramiento continuo. En este
libro se hace honor a la dignidad humana. Aquella cuyo cumplimiento debe constituir “la primera ley
de la república”, como expresó José Martí.
Para las reflexiones eternas, las que velan por nuestra naturaleza humana y nuestro fin
último, esta obra evocará el problema del orden social a la luz de los valores permanentes que
deben orientar las instituciones culturales, políticas, económicas y sociales. Estos valores pueden
resumirse en la consecución de la paz, la libertad, la justicia y la solidaridad. Tales orientaciones
éticas deben encarnarse en la naturaleza humana.
Aquí hay un llamado a la práctica, al hombre concreto y real. No se trata de crear “hombres
nuevos”, idealizando quimeras y oponiendo esquemas abstractos que al final le ponen al hombre
concreto camisas de fuerza y fomentan exterminaciones masivas. Regímenes como el de Pol Pot
en Cambodia; la eliminación de los kulaks en la ex Unión Soviética; y la Rumania de finales de los
80, además de la represión y el “paredón” para ahogar la disidencia en Cuba, ofrecen trágicos
ejemplos ilustrativos. ¡Cómo cuesta poner la dignidad humana en el centro de la acción ciudadana,
tanto desde el punto de vista de los gobernantes como de los gobernados!
Por supuesto que la mayor responsabilidad recae sobre aquellos que han recibido el
mandato delegado a través de la democracia representativa. Frecuentemente, el resultado es el
ejercicio del poder sin nexos con quienes hicieron la elección. Son los políticos que aparecen frente
a sus conciudadanos cada 4 años. Son las políticas que carecen de una autoridad para su
implementación y se quedan en declaraciones líricas, frente a las cuales el ciudadano común
apenas tiene la capacidad de votar con arrepentimiento en la próxima elección o, sencillamente, la
de abstenerse para hacer patente su protesta o decepción.
Sin embargo, la responsabilidad va más allá de los gobernantes. Los gobernados son
también llamados a coparticipar en esa gestión ciudadana, desde las etapas de identificación de
problemas hasta la priorización, formulación de políticas, medidas y acciones, la asignación de
recursos, el seguimiento y la evaluación retroalimentadora de este proceso.
Existen fuerzas para “privatizar” al ciudadano, vedando su dimensión pública, cerrando sus
canales de participación u obligando a su protesta fuera de los canales establecidos. La forma
externa de esta conducta es la violencia frente al orden social. La corrupción generalizada; las
protestas callejeras con manifestaciones vandálicas; el narcotráfico; la delincuencia común
organizada en secuestros y linchamientos; son expresiones de rebeldía de los gobernados que
hacen difícil la labor pública.
Estos temas están en el corazón de los problemas que enfrentan hoy los países de América
Latina. La transición por la que Cuba está pasando trae también estas preocupaciones a los
interesados y a quienes toman decisiones en ese sentido. Se trata del fortalecimiento de la sociedad
civil y el aumento de la capacidad de gobernabilidad de nuestros ciudadanos.
Desde esta perspectiva, tanto para científicos sociales como para pensadores políticos o
para políticos prácticos, la obra de Gerardo Martínez Solanas representa un aporte o un punto de
partida para tomar el rumbo correcto o para enmendar los cursos de acción. La pieza fundamental
para lograr este resultado es basar las formas políticas en la dignidad humana. Esta obra coloca los
cimientos para hacerlo posible.
Esta es la senda para nuestra redención ciudadana.
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INTRODUCCIÓN
E
sta obra tiene el propósito de desencadenar una profunda transformación en las perspectivas del individuo y
del ciudadano como entidad política en el proceso de gobernar una nación. Digo transformación y evito a
propósito la palabra revolución por dos motivos fundamentales. Primero, porque este último término implica
una transición violenta; segundo, porque la revolución destruye para construir. Podríamos, sin embargo,
hablar de una transformación revolucionaria en el sentido de que sería profunda y amplia, con repercusiones
definidas en todos los aspectos de la vida nacional. Pero es básicamente una transformación porque se basa en
un proceso evolutivo por cauces estrictamente democráticos.
Lo que propongo es un movimiento popular y cívico en el que se involucren partidos políticos, organizaciones
sectoriales, sindicatos, asociaciones culturales, colegios profesionales, instituciones educacionales y entidades
empresariales, pero en el que se dé primacía a la participación del ciudadano en las decisiones que se tomen y los
programas políticos que se realicen a todos los niveles de la vida nacional. Por supuesto que no es una idea
enteramente original, pero su aplicación en un contexto contemporáneo y la propuesta que esta obra contiene sobre una
posible forma de estructurarla y un mecanismo para desarrollarla sí considero que abre una nueva perspectiva práctica que
la separa de las utopías y le da un carácter de proyecto sociopolítico realizable.
Una parte de esta obra enfoca expresamente el caso cubano y ofrece soluciones concretas para una
transformación a partir del experimento comunista en Cuba, porque allí se dan condiciones propicias para partir
prácticamente de un punto cero y hacerlo sin condiciones previas ni intereses creados. Si algo ha logrado magistralmente
el régimen de Castro, como corolario de su revolución, es la movilización extensa y continua de las masas. Ha eliminado
todos los partidos políticos y todas las estructuras de la democracia representativa. Ha organizado al pueblo en
estructuras a nivel local, provincial y nacional.
No obstante, esta obra plantea una transformación porque falta en todo eso algo fundamental. Falta reconocerle
al pueblo el pleno derecho a tomar sus propias decisiones y a organizarse de la manera que mejor le parezca para crear un
mecanismo propio que mueva las instituciones y los organismos de la vida nacional. No hacen falta caudillos para esto;
sólo dirigentes que encaucen la energía popular con pleno respeto a sus manifestaciones y una clara voluntad de
acatamiento de las decisiones democráticas, para propiciar así una nueva era de colaboración, tolerancia y paz.
Me refiero aquí a un sistema de participación democrática. Este no es un proyecto que sólo pueda aplicarse en
países que hayan atravesado un proceso revolucionario radical, como sucede en Cuba. Por el contrario. Debiera ser más
fácil de aplicar en los países donde la democracia representativa permite el debate político nacional y el desarrollo de
ideas que pueden someterse a la voluntad del pueblo a través de las urnas.
Pero no es así en muchos casos porque en la mayoría de estos países se plantea uno de los dos problemas básicos
que son el mayor obstáculo para poner en práctica este sistema. Uno, el más importante, es la seudodemocracia. Se trata
de sistemas políticos viciados, dominados por los intereses creados y las oligarquías. Estas élites seudodemocráticas
controlan ampliamente los medios de comunicación y tienen tal poder financiero que sus fuerzas combinadas ahogan todo
intento de desarrollar la justicia social y de darle acceso al pueblo a las decisiones públicas. El otro, es la
superdemocracia. La llamo así porque se ha manifestado en determinados países que cuentan con un grado superior de
desarrollo económico. Se trata de sistemas políticos representativos que han logrado un equilibrio de poderes adecuado
en esos países ricos, donde se goza de un alto nivel de vida con oportunidades para la mayoría de los ciudadanos, un grado
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razonable de estabilidad y un acceso muy limitado –aunque tangible– a los procesos y mecanismos de la democracia. Por
lo tanto, es difícil que en esos países quieran arriesgar lo que han conseguido para experimentar una teoría que aún no ha
sido probada.
La realidad que nos enseña la historia, sin embargo, nos demuestra que quienes intentamos sembrar los gérmenes
de una idea frecuentemente nos equivocamos al escoger aquel terreno que creemos fértil. Marx y los precursores
socialistas de lo que después se denominó “comunismo”, estaban convencidos de que sus ideas debían germinar en
Alemania y otros países altamente industrializados donde el obrero se veía sometido a los excesos del capitalismo, pero,
en ningún caso, en países de base agrícola y feudal como eran Rusia y China. No obstante, mi elección de Cuba como
terreno fértil para experimentar un planteamiento nuevo y más extenso de la democracia se apoya en que ese país está
abocado ya a un proceso de transformación profunda. Lo que le falta es el medio idóneo para ponerla en marcha. Me
propongo proporcionárselo con esta obra. Y hacer esta alternativa viable para otros países que deseen librarse de las
limitaciones y deficiencias de la democracia representativa y de la seudodemocracia.
Quiero hacer hincapié en que no he usado tampoco la palabra ideología. Esta obra intenta ser neutral en el campo
ideológico. Pretende ser un tratado en defensa de la democracia pura. Estimo que para defender la democracia no puedo
optar por una posición de favoritismo hacia ideología alguna. La democracia no es una ideología. Es un proyecto, un
mecanismo, una estructura política que es vehículo y no fin en sí misma.
La democracia que se concibe en este libro es un medio dinámico de desarrollar las ideologías, exponerlas y
someterlas al debate nacional, para que en un auténtico entorno de libertades públicas y justicia social sean los ciudadanos
mismos quienes escojan la ideología sociopolítica que ha de gobernarlos o el arcoiris de ideas e iniciativas que recoja los
intereses de todos en una síntesis parlamentaria y ejecutiva.
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1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
La Democracia Directa
ampoco es nueva la democracia ni pretende representar un sistema de orden regimentado. Es un concepto muy
T antiguo y también muy incomprendido. Y su principal aspiración al orden descansa en el respeto recíproco de las
opiniones de los demás.
La historia nos habla por primera vez de democracia al estudiar la sociedad ateniense de la Grecia
clásica. Por eso esta palabra descansa en dos raíces griegas (dmo y krto) que quieren decir literalmente "gobierno
del pueblo". En Atenas se practicó por primera vez en forma institucionalizada la "democracia participativa". Los
historiadores la han llamado "democracia directa". Sin ahondar en sus aspectos filosóficos y jurídicos podemos
describirla como un sistema de gobierno con la participación directa de todos los ciudadanos.
El ciudadano gozaba de plenas libertades y de igualdad ante la ley, que no distinguía entre nobles y plebeyos, y
que concedía a todos el derecho de tomar la palabra en la Asamblea, ejercer de jueces y ser candidatos a las magistraturas,
entre otras cosas. Fue un ejemplo luminoso para la posteridad, pero no una panacea. Había esclavos y muchos otros 2 que
no eran ciudadanos en la Grecia clásica. Tampoco la mujer gozaba de los derechos ciudadanos de los hombres. En el caso
de Atenas, ciudad de unos 480,000 habitantes, apenas uno entre cada catorce habitantes contaba con plenos derechos
ciudadanos. Por ende, quienes gobernaban formaban parte de una élite masculina de la ciudad.
La historia nos vuelve a hablar de democracia en el siglo XVII, cuando nos describe los intentos precursores
británicos y suizos. El partido de los Whigs vio en la revolución de 1688 y su Declaración de Derechos la reivindicación
de su ideología política, que se concebía dentro de un contrato social entre la Corona británica y el pueblo. También en las
crónicas de las colonias de Nueva Inglaterra vemos que las poblaciones desarrollaron un curioso sistema de democracia
1
Este pensamiento del Presidente Roosevelt figura prominentemente en el monumento inaugurado
en abril de 1997 en el FDR Memorial Park, de Washington, D.C. Dice así: “They who seek to
establish systems of government based on the regimentation of all human beings by a handful of
individual rulers, call this a new order. It is not new and it is not order.”
2
Los metecos o residentes, quienes gozaban de protección y ciertos privilegios de posesión de
bienes y participación en la industria y el comercio, pero no del derecho de desempeñar funciones
oficiales o de tomar parte de los destinos de la República. Sin embargo, debían contribuir con sus
impuestos y su sangre a la defensa de la ciudad que los acogía. El lector puede acudir a dos libros
sumamente esclarecedores sobre la sociedad y la democracia griegas: Atenas, una democracia
(Robert Cohen), Aymá SA Editora, Barcelona, 1961; y Los Griegos (H.D.F. Kitto), Editorial
Universitaria de Buenos Aires, 1962.
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directa, donde la gente se reunía ocasionalmente en Asamblea para resolver por consenso los problemas de la comunidad.
Pero los intentos modernos de democracia no cristalizaron hasta el siglo XVIII, con el triunfo de la Revolución
Norteamericana en 1776 y de la Revolución Francesa en 1789.
Estos fueron los cimientos de un nuevo concepto de democracia: la democracia representativa. Quienes
concibieron este sistema de gobierno lo hicieron guiados por dos premisas básicas. Una, pragmática: la democracia
directa era impracticable en vastos países salpicados por decenas o cientos de ciudades; y otra, elitista: el pueblo
ordinario no tenía preparación política o ideológica que justificara poner en sus manos las riendas de la nación.
Se trataba, pues, más de un concepto republicano que demócrata, y en esto los revolucionarios de entonces
tomaron más de los romanos que de los griegos. Así se viene a definir la República como un gobierno representativo que
deriva su poder del pueblo mediante un mandato ejercido por sus representantes debidamente electos. El problema
estructural básico desde entonces consiste en cómo puede el pueblo manifestar este poder. Surgen múltiples
constituciones en todo el mundo tratando de concretar este poder o, al menos, de hacerlo más justo y equitativo mediante
un sistema de equilibrio de poderes que garantice los derechos del individuo y de la comunidad respectivamente.
Para complicar aún más las cosas, las dos revoluciones trascendentales del siglo XVIII parten de premisas muy
distintas. La norteamericana hace mucho énfasis en las libertades, en cuya defensa justifica resultados deplorables en
términos de justicia social, porque si bien apunta a un sistema que fomente las oportunidades individuales para alcanzar
una calidad de vida que le proporcione felicidad y bienestar al individuo, no reconoce la responsabilidad del Estado de
intervenir con el propósito de mantener un mayor equilibrio social y económico. Por su parte, la francesa enfoca
primordialmente el concepto de equidad, aun a costa de la libertad personal. De este concepto, proclamado por la
Revolución Francesa, deriva la ideología socialista en sus diversas manifestaciones, incluido el comunismo. Pero también
la democracia cristiana, que enfoca en todas sus facetas la cuestión básica de la justicia social.
La Revolución Norteamericana abre el paso a dos amplias corrientes de opinión, liberal y conservadora, para las
cuales la preocupación principal reside en cómo calibrar las libertades del pueblo para promover el ambiente de
oportunidades que propugna y hasta qué grado es permisible la intervención del Estado en cuestiones que afecten la
iniciativa individual.
La representatividad democrática
Las soluciones han sido múltiples también, pero han descansado invariablemente en el grado de
representatividad que tuviera el pueblo en determinado sistema de gobierno y en las garantías constitucionales que se
idearan para proteger al individuo, a las minorías y a las instituciones representativas.
En términos generales tales soluciones pueden clasificarse en tres sistemas ampliamente reconocidos:
presidencialista, semi-parlamentario y parlamentario. La Constitución de 1940 implantó en Cuba un sistema de cariz
semi-parlamentario donde coexistían un Presidente y un Primer Ministro (Premier) y donde el Congreso podía interpelar a
los ministros y provocar crisis totales o parciales del Gabinete. Pero el poder presidencial seguía siendo el factor
determinante y ejecutor en la conducción política de la nación. Los Estados Unidos tienen un sistema presidencialista
típico, que cuenta con un Poder Ejecutivo independiente del Legislativo, aunque la mayoría de las decisiones ejecutivas
están sujetas a una revisión por parte del Congreso. Gran Bretaña, Canadá y la India mantienen sistemas parlamentarios
bien definidos en los cuales la acción ejecutiva emana directamente de la actividad legislativa.
Entre todos estos ensayos de democracia ha quedado demostrado que la república parlamentaria es la que
permite un mayor grado de participación a sus ciudadanos. Estos medios de participación son muy variados, pero casi
siempre indirectos en cualquier sistema democrático actualmente en práctica. Empero, su análisis corresponde a un
tratado de ciencias políticas y no a este estudio.3 El hecho concreto es que en todos ellos el poder se distribuye en forma
3
Dos obras relativamente breves pueden satisfacer a cualquier lector sobre este tema:
Democracies: Patterns of Majoritarian and Consensus Government in Twenty-One Countries
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desproporcionada. La debilidad de los ciudadanos que tratan de ejercer el poder democrático que supuestamente les
corresponde deja abiertas muchas avenidas a la dictadura y a la corrupción. El recurso de las urnas es un ejercicio muy
dilatado en el tiempo que confunde a los ciudadanos con la promoción frecuente de falsas esperanzas y promesas y con el
enfoque simplista de los problemas nacionales, provinciales o locales en campañas electorales demagógicas. Sufren estas
democracias del mal endémico de la mala representación.
Las estructuras representativas de Gobierno se forjaron bajo las premisas de que el pueblo elegiría a sus
representantes para que éstos ejecutaran el mandato popular de gobierno y de que los partidos políticos canalizarían sus
programas por los medios legislativos del sistema y en consulta con el pueblo, utilizando a los representantes electos para
darles ejecución.
Como ya he señalado, el problema consiste en el grado de representatividad que tiene el pueblo con estos
sistemas de gobierno y en el grado de participación que cada uno de esos sistemas le permite. El profundo desencanto
con estos sistemas de gobierno provocó en su oportunidad el nacimiento y el auge del Comunismo internacional como una
alternativa participativa. Es bien sabido que ese desencanto consiste en que los pueblos se han visto relegados en esas
democracias al papel de espectadores, en el mejor de los casos, o de simples peones de la maquinaria política en gobiernos
dictatoriales, autocráticos u oligárquicos, en el peor de los casos.
(Arend Lijphart), Yale University Press, 1984; y, Democracy (Jack Lively), St. Martin’s Press, 1975.
He consultado también la excelente obra de David Held para esta y otras partes de mi trabajo (véase
en la Bibliografía).
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2. LA DEMOCRACIA POPULAR
El experimento cubano
a culminación del pensamiento político contemporáneo en Cuba se produce con el proceso constitucional de 1940
L y sus orígenes pueden buscarse en las ideas precursoras de sus próceres y en una historia constitucional que se abre
con conciencia clara de cubanía cuando Joaquín Infante redactó su Proyecto de Constitución para la Isla de Cuba,
en 1812. Siguieron esbozos de Varela y Zequeira, que apuntaban a la autonomía, y otros textos constitucionales
redactados en medio del fragor de las luchas por la independencia, en los que priman, sin embargo, el concepto civilista y
los derechos políticos individuales. En nuestro siglo, una Asamblea Constituyente redacta la Constitución de 1901, con la
que se establece la República, que sirve de base durante los primeros 38 años de república a una incipiente democracia
representativa y a varios otros textos constitucionales y reformas.
Todo este conjunto de ideas de los Siglos XIX y XX dio lugar en 1940 a una avanzadísima Constitución 5 en la
que se plasmaron conquistas laborales, sociales y políticas que apuntaban a un elaborado sistema de justicia social y a un
equilibrado proceso democrático. Esta Constitución fue la cristalización de un amplio proceso de participación
pluripartidista y largas negociaciones entre todos los sectores del país, que se prolongaron desde 1938 hasta 1940. Todo
ello desembocó en una Asamblea Constituyente que sesionó durante dos meses y medio con la participación de 81
delegados procedentes de 9 partidos políticos. Sólo quedaron excluidos 2 partidos políticos que no alcanzaron el factor
electoral. En el ambiente constitucional heredado de este proceso se desarrolló en Cuba el experimento democrático del
período comprendido entre 1940 y 1952.
No corresponde a este trabajo hacer loas a las conquistas realizadas durante ese período ni tampoco criticar las
deficiencias y errores del proceso democrático que comprendió. Pero es pertinente señalar algunos hechos.
Un hecho concreto es que el proceso evolutivo de la democracia cubana y sus instituciones fue interrumpido por
el golpe de Estado de 1952.
Otro hecho concreto es que el proceso revolucionario surgido en oposición a este acto de fuerza tenía una amplia
base ideológica que se sustentaba en la propia Constitución de 1940. Las fuerzas revolucionarias en la segunda mitad del
decenio de 1950 en Cuba abrigaban muchas tendencias, pero su premisa básica y unitaria era el restablecimiento de esa
Constitución y la reconstrucción democrática de la República dentro del sistema de justicia social que en ella se
planteaba. Por supuesto que la Constitución de 1940 no era una simple bandera en la lucha para restaurar la
democracia sino que era identificada por los idealistas revolucionarios como el instrumento jurídico idóneo
para impulsar una transformación socioeconómica profunda en la nueva República por la cual luchaban.
Un tercer hecho concreto es que muchas de las premisas ideológicas elaboradas en esa Constitución no
4
Constitución de la República de Cuba, Artículo 103; Editora Política, La Habana, 1992.
5 5
Debe reconocerse la influencia del socialismo en esa época. Todavía existía una idea
romántica respecto a los movimientos surgidos de la Tercera Internacional Socialista, es decir, del
Comunismo Internacional. Estos movimientos fueron muy influyentes en sindicatos y
organizaciones obreras y eran vistos como promotores de los derechos de los trabajadores. En la
Constitución de 1940 se dejó sentir esta influencia, pese a que el partido comunista de entonces –la
Unión Revolucionaria Comunista– sólo logro 6 escaños en la Asamblea.
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habían encontrado eco legislativo en leyes que promovieran la transformación prevista por sus redactores.
Muchos soñaban con el derrocamiento del dictador Batista para instaurar una República depurada de la
corrupción y las deficiencias del proceso democrático truncado en 1952, en la cual se pudieran sembrar las
ideas constitucionales que habían quedado ahogadas por 12 años previos de politiquería y siete años más de
dictadura.
El cuarto hecho concreto es que el proceso revolucionario derivó hacia una dictadura totalitaria,
desvirtuando en la ejecución de las premisas políticas impulsadas por Castro los conceptos básicos de
democracia participativa que emanaban de la Constitución de 1940 y de su proyección socialista -o más
exactamente, socialdemócrata- enmarcados en un sistema bien definido de libre empresa. La revolución
entronizada por Fidel Castro, en un proceso que concentró en sus manos todo el poder político y militar,
justificó sus excesos en contra de la democracia y de los derechos individuales con la promesa de conquistas
sociales que requerían la imposición férrea de medidas en defensa de "los intereses del pueblo".
El problema básico de semejante concepto es que los intereses de todos dependían enteramente de las
decisiones tomadas por un puñado de dirigentes con poderes omnímodos. El régimen actual se ha mantenido
así durante casi 40 años sin permitir grado alguno de oposición, enarbolando los banderines de las "conquistas"
y del "pueblo soberano" que aduce defender como pretexto de su inamovilidad. Eso estaría muy bien si no
fuera un pretexto para perpetuar la dictadura o si los derroteros seguidos por la “revolución”6 fuesen producto
de decisiones emanadas del pueblo mediante un proceso participativo o, al menos, representativo. Pero ni el
pueblo cubano puede manifestarse independientemente en actitud opositora ni tiene defensa institucional
alguna frente a las decisiones dictatoriales, porque le falta un Poder Legislativo y un Poder Judicial fuertes y
organizaciones sectoriales sólidas e independientes.
El planteamiento de estas cuestiones se ha realizado a profundidad durante muchos años y la
alternativa política que se ofrece como salida a la dictadura y como renuncia al totalitarismo ha ido
evolucionando hacia una estructura jurídica seria en la que se reconoce la necesidad de un nuevo planteamiento
constitucional y de un proceso de transición previo que conduzca a él. En Cuba, pese a que las iniciativas de
todo tipo sólo parten de centros muy limitados de poder, se reconoció también esta necesidad y, en
consecuencia, se desarrolló un proceso constitucional que ha derivado ya en la redacción de sendas
constituciones que han intentado institucionalizar la “revolución” y darle legitimidad al régimen actual.
Juan Bautista Alberdi, el preclaro prócer argentino que vivió en una época de caudillismo y
revoluciones, ya vio en éstas, y en la guerra en particular, una antítesis de la sociedad civilizada. Era un hombre
del orden y de la paz que aborrecía la violencia como medio para hacer prevalecer la razón. Hizo notar que la
libertad no brota de un sablazo sino que es el parto lento de la civilización. Argentina recién se libraba de la
férrea dictadura de Rosas, con capa de populista, y necesitaba restaurar un clima de concordia, orden y paz.
Durante su largo exilio, Alberdi escribió en Chile, en 1852, las “Bases y puntos de partida para la
organización política argentina”, que inspiraron la carta Constitucional de 1853, modelada a su vez en la
Constitución de los Estados Unidos, pero con una matizada influencia de las doctrinas de la Revolución
Francesa.
En esa oportunidad en la Argentina, como hoy en Cuba bajo la égida de Castro, Rosas se perpetuó en el
poder con un considerable apoyo popular, al tiempo que huía del país casi la mitad de la población que no le era
afecta y a la que no le era permitido oponérsele. Fue un dictador que logró tan apasionado seguimiento en
6
Uso comillas aquí porque en el léxico del régimen que impera actualmente en Cuba se utiliza esta
palabra como un eufemismo del gobierno totalitario o de la supuesta dictadura del proletariado. La
Revolución cubana es un proceso comprendido entre 1959 y 1962, un período de cuatro años en
que se desarrolló y finalmente se consolidó un cambio radical en las estructuras sociales, políticas y
económicas. Seguir llamando “Revolución” al régimen institucionalizado como producto de ella
parece ser más bien un recurso propagandístico. No utilizaré las comillas cuando me refiera a ese
período en particular.
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amplios sectores de la población que aún hoy, pese al juicio de la historia, se manifiestan a diario muchas
opiniones en su defensa.
Terminada la dictadura, Alberdi vio la oportunidad de fomentar en la Argentina un compromiso
político de concordia entre todas las facciones para proceder a una reestructuración institucional que diese a la
nación un orden social estable. A este orden, evidentemente, no podía ni puede llegarse a través del caos
revolucionario o el cisma que produce una contienda armada, sino mediante un compromiso forjado en la
transacción, la reconciliación y, en definitiva, la democracia.
Utopía y realidad
El Comunismo marxista le prometió al pueblo un poder de decisión política por medios económicos:
el poder a través del control de los medios de producción. La versión leninista posterior que se enseñoreó del
llamado “bloque socialista” durante la mayor parte del siglo XX radicalizó ese concepto con la tesis de la
“dictadura del proletariado”, y para llegar a las utopías que planteaba insistió en que se requería un período de
centralismo férreo que llevara a todo el pueblo de la nación a condiciones óptimas de igualdad y productividad
y diera por terminada la lucha de clases. El sacrificio transitorio de las libertades y los derechos humanos
quedaba justificado por la meta del poder popular que se iría estructurando durante el proceso hasta cristalizar
con características soberanas. Esta tesis popularizó la trágica frase: “el fin justifica a los medios”.
El objetivo final de semejante perspectiva histórica es llegar a una situación política y social en la que
el pueblo sea soberano. Pero este es también, ni más ni menos, el objetivo primordial de toda democracia. Sin
embargo, la historia trágica del Comunismo y su desenlace actual han demostrado que el sistema
representativo, con todos sus defectos, ha resultado hasta ahora más eficaz para promover las libertades, la
equidad y el bien común. El Comunismo, el Fascismo y los totalitarismos de todas clases son sistemas que
embocan a los pueblos en el callejón sin salida de la opresión y el autoritarismo. El propio representante ante
las Naciones Unidas de la antigua Unión Soviética, Sr. Akaev, reconoció el 22 de octubre de 1991, durante el
debate general que se celebraba en la Asamblea General, que:
“No me corresponde a mí, al viajar fuera de mi patria, anatematizar el comunismo con
rostro soviético. Todos nosotros fuimos rehenes de esa ideología inhumana y su sistema
antihumano. Todos nosotros, de una u otra manera, debemos compartir la culpa por
nuestro pasado.”
Mikhail Gorbachev, el antiguo líder máximo de la Unión Soviética no se queda atrás en el análisis que
hace en sus Memorias. Refiriéndose al derrumbe de un sistema con el cual colaboró durante toda su vida,
señala que:
“La crisis del movimiento comunista y su derrumbe eran fundamentalmente inevitables,
debido a que la crisis fue provocada por la propia debilidad interna de la ideología
comunista, que, al ponerse en práctica, derivó en el establecimiento de una sociedad
totalitaria. Semejante modelo tenía que derrumbarse tarde o temprano.” 7
Sin embargo, cabe reconocer que, en teoría, el sistema Comunista nos dio una respuesta que apenas se
habían atrevido a esbozar los sistemas representativos: el Poder Popular. Se habló de Asambleas Populares.
7
Erinnerungen (Mikhail Gorbachev); Siedler, Berlin, 1995. Se le achaca al ex Premier soviético el
derrumbe de ese sistema por haber tratado de desmantelar el sistema comunista. Empero, la
realidad es muy otra. Gorbachev nunca renunció a la ideología básica del marxismo-leninismo.
Intentó sencillamente realizar con un proceso de apertura el proyecto básico de tal ideología, es
decir, alcanzar el objetivo primordial de la intervención popular en las decisiones públicas. Intentó
renunciar al totalitarismo para implantar una verdadera “dictadura del proletariado”.
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Se dijo que estas Asambleas Populares serían el asiento del gobierno en esas democracias populares. En Cuba,
ese concepto fue institucionalizado por la Constitución Socialista que entró en vigor en 1976. Posteriormente,
la Constitución de 1992 reafirma el Poder Popular y establece claramente en el Artículo 3 que:
“... la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado. Ese poder
es ejercido directamente o por medio de las Asambleas del Poder Popular y demás órganos
del Estado que de ellas se derivan”,
lo que es corroborado en el Artículo 69, que reitera:
“La Asamblea Nacional del Poder Popular es el órgano supremo del poder del
Estado. Representa y expresa la voluntad soberana de todo el pueblo.”
Y este poder, por supuesto, dimana de los Organos Locales del Poder Popular. La propia Constitución de 1992
abunda en artículos que codifican dicho poder y sus atribuciones. El Artículo 103, un fragmento del cual
encabeza este Capítulo, le atribuye potestades de la “más alta autoridad”.
El panorama constitucional actual, así esbozado, representa una verdadera innovación que apunta
hacia la democracia participativa. Pero en Cuba conocen bien lo que es ese Poder Popular. Lejos de tomar
decisiones y elaborar programas, sus Asambleas –que se reúnen brevemente un par de veces al año– bien
pronto se han convertido en organismos de ejecución de las órdenes que parten de la jerarquía del Partido
único y de los programas que elabora en su seno la cúpula del poder.
8
Constitución de la República de Cuba; Editora Política, La Habana, 1992:
Articulo 14.- En la Republica de Cuba rige el sistema de economia basado en la propiedad
socialista
Articulo 68.-
d) las disposiciones de los organos estatales superiores son obligatorias para los inferiores;
e) los organos estatales inferiores responden ante los superiores y les rinden cuenta de su gestion;
Articulo 97.- El Presidente, el Primer Vicepresidente, los Vicepresidentes y otros miembros del
Consejo de Ministros que determine el Presidente, integran su Comite Ejecutivo.
El Comite Ejecutivo puede decidir sobre las cuestiones atribuidas al Consejo de Ministros,
durante los periodos que median entre una y otra de sus reuniones.
Articulo 98.- Son atribuciones del Consejo de Ministros:
l) revocar las decisiones de las Administraciones subordinadas a las Asambleas Provinciales o
Municipales del Poder Popular, adoptadas en funcion de las facultades delegadas por los
organismos de la Administracion Central del Estado, cuando contravengan las normas superiores
que les sean de obligatorio cumplimiento;
m) revocar las disposiciones de los Jefes de organismos de la Administracion Central del Estado,
cuando contravengan las normas superiores que les sean de obligatorio cumplimiento;
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decisiones que resulten obligatorias para los órganos del Poder Popular y tiene atribuciones para abrogar y
revocar los intentos de legislación que se produzcan en éstos, que de hecho se convierten así en órganos
subordinados.9 En otras palabras, en el caso de Cuba el Poder Popular, a través de esas Asambleas Populares,
no ha pasado de ser un instrumento dúctil en manos de Fidel Castro, máximo líder de la “Revolución”.
Pero no podemos ignorar que esas estructuras han sido creadas y que existen. Surgieron las Asambleas
a nivel local, provincial y nacional; se institucionalizó, en una palabra, el hermoso concepto de la soberanía del
pueblo en estas Asambleas del Poder Popular. El concepto ha cobrado forma, aunque le falte poder. Se le ha
dado así una esperanza al pueblo de autogobernarse, de decidir su destino, enseñándole las estrellas de la
democracia verdadera desde ese oscuro callejón del régimen totalitario.
9
El Dr. Nelson Amaro, decano de la Universidad del Valle de Guatemala (UVG), de origen cubano,
presentó en la Sexta Reunión Anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana
(Miami, agosto 8-10 de 1996), un ensayo titulado “Decentralization, local government and citizen
participation in Cuba”, publicado por la facultad de Ciencias Sociales de la UVG, que analiza a
profundidad estas estructuras de gobierno en Cuba en relación con el Poder Popular y las
Asambleas.
21
22
22
23
Evolución histórica
C representativa toma más de la república romana que de la democracia griega. Incluso la idea de un parlamento,
es decir de un foro de debates, cristaliza por primera vez en la historia con la creación del Senado romano. Del
Senado surgen los pretores y los cónsules que gobiernan el país con el imperium o mandato otorgado por esa
institución legislativa.
En su expansión, la república romana se convierte en imperio y los cónsules en procónsules y, finalmente, en
emperadores o césares. El poder del Emperador surge, pues, del Senado, que es quien lo otorga, y con aquel mecanismo
político de la antigüedad se instituye entonces un precario equilibrio de poderes entre la rama legislativa y la ejecutiva que
ha sido el mayor dolor de cabeza de la democracia representativa a través de toda su historia. No podemos perder de vista
tampoco que así como la democracia directa de la Grecia clásica no iba mucho más allá de un mecanismo de gobierno en
manos de una reducida élite masculina, el concepto de la república romana, asentado en la gestión legislativa del Senado,
tampoco pasaba de ser un sistema oligárquico y elitista.
Lamentablemente, lejos de evolucionar estos sistemas a un medio más amplio de participación popular, el
predominio gradual del poder ejecutivo de los procónsules, y ulteriormente del Emperador, derivó en el absolutismo de
las postrimerías del Imperio Romano y en la aristocracia absolutista en toda la época posterior de la Edad Media. Sin
embargo, hay intentos precursores en el siglo X en Islandia (con la efímera creación del Althing o “Asamblea de Hombres
Libres”), en el siglo XI en Cataluña (con la promulgación de los primeros Usatges),10 y en los siglos XII y XIII en
Inglaterra.11 El republicanismo tuvo también su renacimiento a fines del siglo XI en la península italiana con la
10
Los Usatges de Barcelona fueron promulgados como resultado de la labor legislativa y judicial
auspiciada por Ramón Berenguer I. Cristalizaron en lo que parece ser el primer código
jurídico–constitucional de la historia, en la época de Ramón Berenguer IV, en el primer tercio del
siglo XII.
11
Esos “parlamentos” fueron creados durante el reinado Eduardo I y sus primeros estatutos fueron
redactados en 1278. La separación de poderes comenzó a tomar forma con las reuniones por
separado de los “lords”, es decir, de los nobles y el clero, y de los “commons”, es decir, de los
caballeros y los jefes de las localidades. Ricardo II creó posteriormente el Consejo del Rey, que
corresponde al actual gabinete, pero la separación de poderes no quedaría bien definida hasta
1422, durante el reinado de Enrique V, cuando se estableció la costumbre de referir al Parlamento
los proyectos de ley. La palabra parliament en Inglaterra no fue usada, sin embargo, hasta el siglo
XV. Tiene un origen franco-catalán, del francés parlement y del catalán parlament, ambos vocablos
de semejante pronunciación.
23
24
elección de cónsules o administradores encargados de intervenir en cuestiones judiciales independientemente del poder
pontificio o imperial. A finales del siglo XII este sistema consular había sido reemplazado ya por una forma de gobierno
compuesto por consejos dirigidos por funcionarios conocidos como podestá. La ciudadanía de Florencia, Padua, Pisa,
Milán y Siena estaba fragmentada en contradas, o distritos electorales, donde se elegía entre la élite masculina de la
ciudad a los electores del Gran Consejo quienes, a su vez, elegían mediante un elaborado sistema al Jefe de gobierno o
podestá.
Empero, un parlamento como tal, en su concepción moderna de poder legislativo autónomo, y con él, el
resurgimiento de la democracia con su nueva faz representativa, no hace su aparición hasta el siglo XVII como resultado
de las revoluciones liberal-burguesas en Inglaterra (1641-1688) y en los Países Bajos (1654). En esos primeros
parlamentos, los debates sobre leyes o peticiones se realizaban en ausencia del monarca: los nobles y la alta jerarquía
eclesiástica se reunían en una cámara del palacio y los caballeros y burgueses se reunían en otra. Esta separación de
recintos fue el origen de las dos cámaras del Parlamento que en la época contemporánea es identificado como sistema
bicameral.
Sin embargo, todo esto no cristaliza en un sistema claro de separación de poderes hasta que se redacta en los
Estados Unidos la primera carta constitucional escrita que regula la forma de gobierno de un país. La Constitución de los
Estados Unidos de América, firmada el 17 de septiembre de 1787, y ampliada con sus primeras 12 enmiendas, más
conocidas como La Carta de Derechos (“The Bill of Rights”)12, entró en vigor el 4 de marzo de 1789. En ella se proclama
el principio de la soberanía nacional, expresado directamente en la Cámara de Representantes, elegidos por sufragio
universal, e indirectamente en el Senado, que originalmente se concibió como un cuerpo de representantes elegidos por
los parlamentos de cada Estado y que, por lo tanto, habrían de representar a los Estados de la federación y no al pueblo.
Todo esto precede al estallido de la Revolución Francesa, que si bien arrastra consigo una clara influencia de los
acontecimientos que la precedieron en América, adquiere un carácter singular al anteponer el concepto de equidad a toda
su ideología. Este concepto de equidad da primacía al contrato social, una tesis tomada de las ideas elaboradas por J.J.
Rousseau en los años que precedieron a tan trascendental acontecimiento histórico.
Al estudiar a Rousseau nos percatamos de que podemos encontrar el origen de sus ideas –otra vez– en la Grecia
clásica y en el Derecho Romano. En su Política, Aristóteles considera al hombre como “un animal político”, quien en su
manifestación a través del Estado puede obtener el bien supremo para la sociedad, y reconoce el derecho de las masas a
elegir sus propios dirigentes y a pedirles cuentas por sus actos. El Derecho Romano, por su parte, ya reconoce que el
pueblo confiere el poder al dirigente y pone en sus manos toda autoridad.
Rousseau, como Hobbes antes que él, interpreta la existencia del Estado como la consecuencia natural de un
contrato social entre los individuos que componen la comunidad y la nación. En tanto que aquél consideraba el contrato
social como un fruto racional del propio egoísmo humano, Rousseau lo juzga como una garantía de los derechos naturales
de los individuos. Aquí ya se habla de derechos individuales y no de derechos del ciudadano. Por eso, el Estado
democrático es la manifestación de la voluntad de todos en un ambiente de “equidad, libertad y fraternidad”, tres valores
fundamentales que, como objetivos del Estado democrático, fueron tomados como divisa de la Revolución Francesa.
Rousseau se propuso esbozar un sistema político que eliminara las desigualdades y la subordinación de unos
hombres a otros. Estaba convencido de que se podía lograr ésto si los seres humanos participaban todos en la elaboración
y el desarrollo de las normas sociales y políticas que, a su vez, debían acatar en el contexto de la comunidad o de la
nación. Deja de resolver, sin embargo, el problema del gobierno de las mayorías –como ya señalé anteriormente–, donde
una consulta electoral resulta en la imposición de los elegidos de la mayoría y de sus opiniones, y no da cabida alguna a
manifestaciones minoritarias.
12
La Carta de Derechos norteamericana, insertada en la Constitución de los Estados Unidos, fue el
documento precursor de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano –el legado más
excelso de la Revolución Francesa–, la cual sienta a su vez las bases para los instrumentos
modernos de derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas.
24
25
Este es el proyecto fundamental de la democracia participativa, un mecanismo mediante el cual el pueblo, con
su propia participación, se manifiesta por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se realiza así el
summum de la equidad como sistema aplicado. ¿De qué otra manera podría el individuo luchar con mayor eficiencia y
efectividad que con la gestión individual en pro de la realización de sus anhelos de equidad, en un ambiente público de
Asamblea donde la comunidad se esfuerce en llegar a decisiones y resoluciones mediante la avenencia, la transacción y el
compromiso o, en última instancia, el voto? Sin negar que todo sistema democrático eventualmente ha de descansar en
decisiones mayoritarias, se hace hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus opiniones y su
amplia manifestación a través de un mecanismo participativo institucionalizado.
En gran medida, ese es precisamente el propósito del régimen parlamentario en su función de representatividad
idónea de todos los sectores, tendencias e ideologías de la nación. El sistema parlamentario puro asume las funciones del
Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, como sucede en Gran Bretaña y en muchos países de la Mancomunidad Británica
y de la Unión Europea, entre otros. También hay sistemas parlamentarios, como el de Suiza, en los que el Poder Ejecutivo
surge de elecciones dentro de la legislatura pero actúa después independientemente de ésta durante el período presidencial
(colegiado) que determina la Constitución.
Empero, todos los sistemas políticos existentes o que han existido desde comienzos de la Edad Moderna con la
etiqueta de democracia, se apartan de la ideología original de participación al estructurar una estricta representatividad,
en el mejor de los casos, o limitar al ciudadano a una simple consulta electoral esporádica en la que apenas pueden señalar
su mera preferencia política o ideológica.
Por todas las razones expuestas hasta aquí, cualquier proyecto participativo tiene que contar con una
manifestación parlamentaria. No obstante, si me aparto del concepto estricto de gobierno parlamentario en el esbozo del
diagrama13 es sencillamente porque tal sistema no es un mecanismo participativo. Se trata, eso sí, de un mecanismo
altamente representativo y eficiente con cabida a una manifestación limitada de los partidos políticos minoritarios y con
un accionar que permite también la manifestación de diversas tendencias políticas, sociales o económicas, pero no la
intervención ni mucho menos la participación del individuo o de las instituciones de la comunidad.
Al asumir ambos poderes –legislativo y ejecutivo–, el sistema parlamentario no puede abrirse a la participación
y pretender al mismo tiempo funcionar con eficiencia para desarrollar programas políticos, proyectos económicos y obra
social de forma estructurada y coherente. Para eso se requiere un Poder Ejecutivo autónomo con la dinámica y la filosofía
política necesarias que sirvan de motor en la vía del desarrollo y el progreso del país.
Huelga decir que un sistema presidencialista se aparta aún más de la idea participativa y se acerca
peligrosamente al caudillismo o, incluso, a la dictadura. Es a su vez más propenso a la corrupción. En los Estados Unidos
funciona –hasta ahora– haciendo malabarismos con frecuencia frustrantes e ineficaces en un elaborado sistema de
separación de poderes. Pero este es otro tema muy extenso que no corresponde a esta obra.
Los sistemas semi-parlamentarios se prestan mucho más para estructurar la democracia participativa tal y como
la concebimos en esta obra. La Constitución de 1940 instituyó en Cuba un gobierno semi-parlamentario y la Constitución
de 1961 en el Uruguay dio un paso más hacia la participación popular con un sistema que denominaron “parlamentarismo
racionalizado”, que incluía un Poder Ejecutivo colegiado. Ambos tuvieron corta vida. Con mayor éxito de permanencia
existe un sistema semi-parlamentario en Suiza de tipo colegiado y cantonal.14 Todos ellos se han acercado bastante más
al ideal participativo que los sistemas parlamentarios tradicionales, pero no lo suficiente.
13
Véase el Capítulo 5.
14
El sistema colegiado permite participación tanto a las minorías como a las mayorías en el Poder
Ejecutivo.
25
26
13
Por eso, si bien en el diagrama voy a esbozar la estructura participativa básica que propongo dentro de un
concepto semi-parlamentario, la propuesta incluye dos diferencias esenciales que llevan este proyecto a dar un paso de
avance decisivo en la senda de la participación.
Abundaré más sobre esto al final del Capítulo 4.
26
27
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Antecedentes y enfoques
E l concepto moderno de democracia participativa no es una idea nueva. Ya puede estudiarse su esbozo en
obras de Maritain, quien señalaba con mucho tino que la verdadera democracia no ha cristalizado aún en la
sociedad moderna.
Su posición ideológica hace una distinción entre el individualismo –al estilo de Rousseau– y la dignidad de la
persona humana. Como individuo, el ser humano no es más que un fragmento de la sociedad, pero como persona investida
de su dignidad y derechos es depositario de sus intereses y aspiraciones de la sociedad en pleno.
Esta idea fue recogida formalmente por la Democracia Cristiana internacional y, con Maritain como inspirador,
se ha ido desarrollando en los movimientos demócrata cristianos del mundo un nuevo enfoque de la democracia.
Ya en 1972 Rafael Caldera publicó en Dimensiones un célebre esbozo de este concepto de democracia. Lo
resumió así:
"No puede haber verdadera democracia si la persona humana no es respetada, porque ella
es el ingrediente indispensable del pueblo, considerado, no como simple masa, cantidad a
la cual se atribuyen determinadas prerrogativas, sino como sujeto consciente y
responsable de sus actos y decisiones."
En ese mismo ensayo concluye diciendo:
"La idea misma de la dignidad de la persona humana conduce a la necesidad del
diálogo y consideración permanente entre gobierno y pueblo; si el gobierno es la
representación del pueblo, debe interpretar su voluntad ... sin ese diálogo constante el
funcionamiento de la entidad democrática en realidad no existe."
Poco después, en 1977, el COPEI organizó en Caracas un interesante Seminario bajo el tema “Hacia
una Democracia Participativa”, y el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) publicó ese
mismo año su Cuaderno Nº2, titulado “La Democracia Participativa”, en el que figura la ponencia presentada
por el Dr. Enrique Pérez Olivares a ese Seminario. En su ponencia, el Dr. Pérez Olivares resume
magistralmente su posición como sigue:
“El proceso tiene de común ... un esfuerzo para que el poder no se gestione sólo en
nombre del pueblo o aun para el pueblo, sino que se actúe con el pueblo, insertándolo tan
profundamente en el sistema, que el gobernante más que representante del pueblo sea su
exponente”.
De aquí se deriva que uno de los principios básicos que sustentan los conceptos democráticos de la
Democracia Cristiana internacional, en general, y del Partido Demócrata Cristiano de Cuba, en particular, es el
derecho a la participación directa del ciudadano en las decisiones y los procesos políticos del país. En sus
27
28
28
29
anunciado pocos meses antes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas su inminente ingreso en la
Unión Europea.17
El plebiscito es un mecanismo que permite al pueblo opinar sobre un tema, una política, un programa o
un proyecto de ley determinados. Esto permite a las minorías movilizar al pueblo en respaldo de una idea o un
proyecto que las beneficie o que responda a sus aspiraciones y le da una oportunidad a los sectores de
convencer al pueblo y obtener su aprobación respecto a un proyecto de ley que impulse sus intereses.
Pero dista en realidad de ser un medio idóneo o siquiera práctico de participación democrática en las
decisiones nacionales, provinciales o locales. Además, tiende a ser poco popular, porque la concurrencia a
estos medios de consulta es más baja que a los comicios para elegir candidatos para el gobierno. En el caso
suizo en particular, la participación popular en esos plebiscitos ha promediado apenas un 45% desde 1960. En
los Estados Unidos, donde se utiliza extensamente a nivel local o municipal, y pese a que coincide casi siempre
con los comicios, la participación es todavía menor.
Cabe notar que un conjunto de organizaciones de la disidencia interna de Cuba, solicitaron en julio de
1997 –ajustándose a la Constitución vigente– que el régimen convoque a un plebiscito que consulte al pueblo
cubano sobre el sistema de gobierno de su preferencia. Insisto en que es un medio deficiente de consulta
popular porque sólo puede opinarse con un sí o con un no, y porque la consulta puede estar formulada en forma
ambigua, equívoca o incompleta. Sin embargo, dentro de un sistema democrático con instituciones fuertes el
plebiscito puede ser un instrumento muy útil en casos de pugnas políticas entre los poderes del Estado y cuando
un sector determinado quiera someter a la decisión del pueblo cualquier instrumento o ley que esté bloqueado
por los poderes del Estado.
La democracia cibernética
Otra solución, que atraviesa en la actualidad por un período experimental bastante indefinido, es la
que aprovecha los adelantos modernos de la informática y las comunicaciones. Se ensaya el televoting, es
decir, el voto por teléfono o por computadora, así como también una suerte de electronic town meetings, que
permite a los usuarios a través del Internet discutir en vivo temas políticos con sus representantes o quienes
aspiran a representarlos, y también con otros ciudadanos igualmente interesados, en un intento de interacción
democrática. Ambos sistemas se utilizan en los Estados Unidos cada vez con mayor frecuencia, pero su
utilidad actual se circunscribe al sondeo de opinión.
Sin embargo, su notable potencial como elemento de democracia directa ya ha comenzado a dejarse
sentir. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la fallida campaña de reelección nada menos que del Speaker de la
Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Tom Foley, quien perdió su intento en noviembre de 1994
por una diferencia de apenas 4,000 votos. Los analistas estiman que la campaña desarrollada en su contra por
Richard Hartman, un ingeniero de computadoras de Spokane, Washington, quien utilizó extensamente el
Internet para recabar fondos y plantear su posición, fue el factor determinante en una derrota donde unos pocos
votos contaban.
Durante su campaña presidencial en 1992, Ross Perot se refirió a menudo a su idea de un “electronic
town hall” –es decir, a una Asamblea municipal electrónica– donde cada ciudadano pudiese votar desde sus
computadoras sobre cuestiones planteadas en la palestra política. Llevó más lejos su idea a la campaña de 1996
cuando el recién creado Partido Reformista promovió la idea abriendo canales cibernéticos a sus partidarios
para que escogieran por ese medio electrónico al candidato presidencial del partido.
En Norteamérica temen que esta tendencia produzca una indeseable fragmentación de la opinión
pública y, por ende, el caos político potencial a que me referiré en el Capítulo 5.
17
En Suiza se han realizado alrededor de la mitad de los plebiscitos nacionales del mundo moderno.
29
30
Robert J. Samuelson, columnista de la revista Newsweek, enfocó este peligro, señalando que debido a
que el Internet facilita más que nunca a la gente con intereses semejantes el establecimiento de vínculos,
independientemente del lugar donde se encuentren, puede acelerarse la tendencia descentralizadora. Teme que
los Estados Unidos se conviertan en una nación compuesta por grupos de influencia que promuevan estrechos
objetivos políticos y sociales, provocando así una peligrosa desintegración del país.18
Es evidente que este medio puede ser un gran factor de desorganización. Pero tampoco hay que perder
de vista que el acceso al Internet y la posesión de computadoras están limitados a los segmentos más
acomodados de la población. Los países más pobres apenas contarían con una elite capaz de manifestarse e
interactuar por este medio. Aun en los países más ricos, como en los EE.UU., el acceso a estos medios seguirá
limitado a una minoría de la población durante muchos años más.
No por eso vamos a volver las espaldas al progreso ni dejar de comprender que muchas de las
funciones que proponemos en este estudio se verían altamente facilitadas con la utilización de este medio de
comunicaciones tan propicio.
No dudo que el avance tecnológico tan extraordinario que experimentamos hoy día resolverá tarde o
temprano sus problema inherentes para integrar el Internet a las funciones e instituciones de la democracia
participativa.
Participación consensual
Volviendo al tema central de este capítulo, vemos que el comunismo, por su parte, se proponía un
sistema de participación dentro de “organizaciones de masas”, en una especie de democracia consensual o por
aclamación. Mao Tsetung resumió claramente esta idea, señalando que consiste en:
“Unir a todas las clases y capas sociales oprimidas –obreros, campesinos,
soldados, intelectuales y hombres de negocios–, todas las organizaciones populares,
partidos democráticos, minorías nacionales, chinos de ultramar y demás patriotas; formar
un frente único nacional ...” 19
Por otra parte, para Ortega y Gasset, que evidentemente nada tenía de comunista, “es evidente que una
sociedad existe gracias al consenso, a la coincidencia de sus miembros en ciertas opiniones últimas”.20 Es en
esta otra vertiente –que también proclama en boca del propio Ortega y Gasset la necesidad del “consenso o
unanimidad”– que la Falange española esbozó un sistema "vertical" de participación a través de los sindicatos,
una idea que probablemente busque sus orígenes a finales de la Edad Media en el experimento de participación
gremial en el gobierno que tuvo lugar en las ciudades italianas. En la Argentina, dentro de parámetros
semejantes, Juan Domingo Perón expresó en su Doctrina que:
“Podrían multiplicarse los argumentos para demostrar que cada día es más
indispensable la cooperación de la comunidad para mantener el equilibrio de los intereses
individuales y sociales y para obtener el reconocimiento y respeto de los derechos
inherentes a la personalidad humana.”21
18
Para mayor información sobre este tema puede consultarse The Good Life and Its Discontents
(Robert J. Samuelson), Times Books, 1996.
19
Manifiesto Político del Ejército Popular de Liberación de China (Mao Tsetung), Octubre 1947.
20
Del Imperio Romano: “Los Estratos de la Discordia” (José Ortega y Gasset), La Nación, Buenos
Aires, 1940.
21
Doctrina Peronista (Juan Domingo Perón), pág.56; Buenos Aires, 1948.
30
31
Puede observarse así que tanto el fascismo como el comunismo tenían en su ideología bases loables
que incluían la participación popular. Empero, derivaron en la práctica en férreos sistemas dictatoriales. La
manifestación popular en ambos casos quedaba ahogada por el poder de un Estado centralizado que toma todas
las decisiones. Esos sistemas han funcionado con un propósito claro de eliminar la oposición organizada y no
de proporcionarle al pueblo un vehículo para considerar sus propuestas.
Resumiendo: el concepto de democracia participativa no tiene nada que ver con el mecanismo que
permite gobernar mediante decisiones mayoritarias, ni con los mecanismos que agrupan al pueblo en sectores
con capacidad de manifestarse dentro de su contexto limitado, ni con procesos de votación como es el
plebiscito donde se permite a los electores de un país, una provincia o un municipio contestar con un sí o un
no a determinada propuesta, ni, mucho menos, con la movilización masiva de ciudadanos que respondan al
líder carismático con estruendosa aclamación. La democracia participativa es un medio político
radicalmente distinto que exige una capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar
decisiones.
El actual régimen cubano siguió los lineamientos del comunismo internacional durante más de 30 años
(hasta el derrumbe del sistema soviético) con la creación de estructuras centralizadas bajo el poder omnímodo
del Partido Comunista. Pero el problema que allí se plantea es más grave por cuanto Fidel Castro no es sólo el
Presidente de Cuba sino también el Máximo Líder de la Revolución y su Comandante en Jefe, y es calificado
por quienes lo sustentan en el poder como el fundador de la nueva sociedad y su brazo armado, el pensador, el
guerrero, el jefe de la economía, la cultura y la sociedad cubanas, y el padre y árbitro político, entre muchos
otros atributos. En ese país, como ha sucedido en otros a ambos extremos del espectro político, toda autoridad
procede del líder y no puede ser ejercida por otros sino por delegación expresa de él.
Prueba fehaciente de ello es que durante el proceso gestor del IV Congreso del Partido Comunista en
Cuba, en el que se elaboró la Constitución Socialista de 1992, dos de las tres condiciones previas al debate se
referían a esto precisamente. Es decir, que no entraban en tela de juicio:
a) el liderazgo y la permanencia de Fidel Castro en su carácter de líder máximo de la
“revolución”, con todos sus poderes habituales;
b) la condición del Partido Comunista de Cuba como partido único de la “revolución”
marxista-leninista; y
c) que había que mantener la economía de planificación centralizada y la propiedad estatal de los
recursos como sistema de desarrollo económico, producción y distribución de bienes.
Así se produjo, ni más ni menos, la imposición forzosa y recalcitrante de un sistema que se encontraba ya
sumido en el descrédito mundial y contemplaba el derrumbe de todas sus instituciones internacionales.
En Cuba el pueblo había participado en forma directa a un nivel local –presuntamente gestor– en los
debates iniciales sobre los temas que, según estimaban, debieran considerarse en el Congreso y sobre el
enfoque que habría que dar a la nueva Constitución. Pero este experimento gestor, que había despertado tanto
interés, incluso en el exterior, y tantas esperanzas de apertura política y evolución democrática, fue
quebrantado por tales condiciones, causando un enorme desencanto entre la ciudadanía que aspiraba a ser parte
activa en el proceso.22de Miami, 1992.
El V Congreso del PCC, que en el momento de escribir estas líneas planea realizarse entre el 8 y el 10
de octubre de 1997, va por derroteros semejantes y, en algunos aspectos, más estrictos e inflexibles. Aprendida
la lección del IV Congreso, el PCC no tiene empacho en señalar que:
“Hubo militantes que perdieron la perspectiva y cuadros que mantuvieron una actitud
22
Para una equilibrada, detallada y sagaz descripción de este proceso, véase: Cuba: Crisis y
Transición (Pedro Ramón López-Oliver), Capítulo II; Research Institute for Cuban Studies,
Universidad
31
32
Participación popular
No obstante, en Cuba se habla ahora también de democracia participativa como un eco de iniciativas
desarrolladas por Amalio Fiallo y Nicolás Ríos a través de sus "Seminarios de Democracia Participativa",
algunos de los cuales se han realizado dentro del país. Estos Seminarios tienen de positivo que sirven de
vehículo para impulsar un debate sobre ese tema en un entorno que hasta ahora había sido hermético. El
concepto queda tergiversado, sin embargo, al encasillar la supuesta participación democrática dentro de
parámetros unipartidistas, sometida a una estructura fundamentada en la dominación del caudillo sobre el
Partido, del Partido sobre el Estado y del Estado sobre la sociedad.
Además, un partido -cualquier partido- representa una corriente de opinión de un sector de la
población. El Diccionario de la Academia describe a un partido político como el “Conjunto o agregado de
personas que siguen y defienden una misma facción, opinión o causa”. Es decir, ningún partido puede abarcar,
ni siquiera en un concepto utópico, la opinión consensual de todos los sectores de un país. Todo individuo
tiene opiniones originales y propias, y busca a otros individuos con opiniones semejantes para organizarse con
un propósito común. De ese proceso aglutinador surgen los partidos políticos legítimos. Luego la democracia
no puede circunscribirse a un solo partido sin marginar y excluir a amplios sectores de la población y coartar su
libertad.
Mi esposa me hizo una observación que es merecedora de profunda reflexión y fue de los elementos
que inspiraron esta obra. Encaja precisamente en este capítulo. Me dijo: “Ningún gobierno puede
vanagloriarse de dar mucha libertad, porque la libertad, las libertades, son patrimonio del pueblo y no de los
gobiernos. El ejercicio de la libertad no es una dádiva de los funcionarios de turno”. Esto quiere decir que la
libertad, en su debida expresión, a través del ejercicio de los derechos humanos, es un patrimonio inherente que
no responde a la interpretación de sector o partido alguno ni puede estar sometida a un esquema de prioridades
por gobierno alguno.
Por otra parte, la propia “Constitución Socialista” que tiene vigencia actualmente en Cuba ha creado
estructuras e instituciones que son aprovechables para este objetivo de promover la democracia participativa
y propiciar por su intermedio las libertades públicas. Casi desde el comienzo, en el Art.4, proclama que “En la
República de Cuba todo el poder pertenece al pueblo”. El inciso b) del Art.8 “como Poder del pueblo, en
servicio del propio pueblo, garantiza” toda una serie de objetivos que pueden asumirse sin reparos en el
desarrollo político del país como conquistas que hay que lograr y preservar para el pueblo cubano. El inciso c)
23
Convocatoria al V Congreso del Partido Comunista de Cuba.
24
Ibid.
25
Proyecto: el Partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos.
Tesis preparada por la alta dirigencia del PCC para presentar al V Congreso.
32
33
hace otro planteamiento de igual pertinencia. Dudo que haya demócrata alguno que pueda discrepar de los
incisos b) y c) del Art...8 de la Constitución actual. Sobre esto se pronunció oportunamente el obispo cubano
Eduardo Boza Masvidal cuando escribió lo siguiente en el Boletín de la UCE:
“Hacer realidad estas cosas positivas ha de ser compromiso de nosotros, los
cristianos, y por eso no podemos dejarnos encerrar en la disyuntiva: comunismo o
capitalismo liberal, sino abrir otro camino en el cual sepamos juntar la libertad y el respeto
a los derechos dados por Dios, con el sentido de solidaridad que supere el egoísmo
individualista, para construir así un mundo verdaderamente fraterno y justo.”
Como contraste al segmento anterior sobre participación consensual podemos traer a colación un hecho
ilustrativo que es pertinente al caso de Cuba.
El Partido Demócrata Cristiano de Cuba (PDC) fue fundado en 1991 en la ciudad de Miami mediante un
Congreso en el que participaron centenares de delegados cubanos procedentes de todas partes del mundo. Estos, a su vez,
habían sido escogidos por los comités gestores reunidos en todos esos lugares, quienes los enviaron al Congreso con el
mandato de representarlos y defender allí sus puntos de vista. El propósito del PDC desde entonces ha sido desarrollar su
actividad política dentro de Cuba para exponer su plataforma al pueblo cubano e impulsar dentro de la isla el ideal
participativo.
En ningún momento se hicieron en ese Congreso planteamientos que excluyeran a partido político alguno de la
vida de la nación. Pero la incapacidad del régimen actual de abrir las puertas a un diálogo y propiciar una transformación
democrática ha impedido que se realice aquel propósito. Desde entonces, el PDC ha venido desarrollando una tesis sobre
la democracia participativa que se basa en la siguiente premisa: La participación de todos los electores en el proceso de
tomar decisiones, por medio de organismos que estén en la práctica involucrados en los mecanismos legislativos, puedan
manifestarse con capacidad de veto en cuestiones de política en general y tengan la facultad de supervisar la aplicación de
las leyes y la administración del Estado.
En este sentido, su Manifiesto firmado en la ciudad de Miami, el 5 de mayo de 1991, proclama:
"Luchamos por un estado de derecho, por un proyecto político democrático-pluralista con
participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones
populares y otras asociaciones intermedias en todos los niveles de decisión política, económica y
social".
Esta orientación, con algunas variantes, se está manifestando también entre otros sectores del espectro político
cubano, cuya posición es clara en favor de la democracia participativa en un sistema que no excluya la diversidad de
corrientes ideológicas. Pueden destacarse entre ellos a los Socialdemócratas. Pedro Ramón López-Oliver dedica casi tres
páginas en una de sus obras recientes a este tema. 26 Dentro de ese contexto, nos dice:
"Otro de los objetivos de la socialdemocracia es la democratización y realización de la
democracia mediante la participación cotidiana del ciudadano común en los asuntos de la
sociedad."
Y añade más adelante:
"Un alto grado de democracia participativa puede humanizar y personalizar el proceso
democrático sustancialmente, haciéndolo más accesible, efectivo y confiable."
Dentro de Cuba, grupos socialdemócratas han elaborado un proyecto de programa que se orienta hacia la
democracia participativa y la enfoca también dentro de parámetros económicos al defender los conceptos de cogestión y
autogestión de empresas.27
26
Cuba: Crisis y Transición, Op. cit., Capítulo IV.
27
Para un amplio análisis de estos conceptos, véase: En pos de la democracia económica (Manuel
Barba Cudilleiro); Ediciones Universal, Miami, 1987.
33
34
Sentadas estas bases, para lograr todo esto se precisa dar otro paso al frente. En el caso de Cuba, consiste en ir
más allá de la actual proyección sociopolítica del Gobierno de Castro y hacer realidad precisamente lo que ese régimen ha
estado prometiendo durante más de 35 años al pueblo cubano y nunca le ha dado, es decir, el Poder Popular.
El desafío consiste en ofrecer una solución que permita la manifestación ideológica a través de diversos partidos
políticos de todos los matices y tendencias, y que permita también la participación popular directa, mediante Asamblea,
en las decisiones políticas.
Este planteamiento desemboca en la idea de un sistema bicameral que recoja ambas corrientes de opinión y de
gestión: la del pueblo (en su manifestación directa o participativa) y la de los partidos políticos (en su manifestación
representativa).
En el capítulo anterior me refería a que este planteamiento tiene dos diferencias esenciales respecto a los sistemas
semi-parlamentarios actualmente en funcionamiento.
La primera –y más importante– consiste en que una de las cámaras legislativas es de naturaleza estrictamente
participativa28 y no representativa. La otra diferencia, que es consecuencia directa de ésta, resalta al proponer que el
Poder Ejecutivo, si bien debe ser autónomo y dinámico, tenga un papel de administrador y no de liderazgo. De este modo
el Ejecutivo no encarna el gobierno sino su administración. En cierto modo puede verse una similitud con las grandes
empresas corporativas o sociedades anónimas, donde el Presidente de la compañía administra y toma decisiones sobre la
marcha de la empresa pero la Junta de accionistas puede vetarlo, desautorizarlo y hasta destituirlo.
El Poder Ejecutivo estaría encabezado por un Primer Mandatario –llámesele Presidente si se quiere– que tiene
precisamente un mandato popular que cumplir mediante su gestión administrativa y la aplicación y ejecución de políticas
aprobadas por el Poder Legislativo. Este mandato sería supervisado por un Primer Ministro o Premier, elegido por la
Asamblea Nacional, con la tarea de vigilar su cumplimiento.
Bajo estas premisas sí puede abrirse una de las Cámaras a la participación popular sin comprometer por ello la
eficiencia ni la dinámica de gobierno ni provocar el caos o la parálisis. En este trabajo las identificamos como Asambleas
del Poder Popular.29 El Poder Popular tendría entonces capacidad de decisión parlamentaria y serviría de vehículo a la
manifestación tanto popular como individual de las inquietudes, anhelos, aspiraciones, proyectos y críticas de todos para
el bien de todos.
28
Porque los Delegados (o diputados, si se quiere) a las Asambleas de todos los niveles han sido
previamente seleccionados por el pueblo directamente en Asamblea. Véase esta estructura en más
detalle en el Capítulo 5.
29
Sería un error identificarlas en la estructura que proponemos y la gestión que realizarían con las
Asambleas del mismo nombre en la Cuba actual. Las diferencias fundamentales las apreciará el lector
a medida que desarrolle mi tesis en los capítulos siguientes. Si bien están modeladas con el mismo
tipo de estratificación política, esta tesis propone invertir la pirámide del poder y coloca al Poder
Ejecutivo al servicio de los intereses del pueblo.
34
35
Equilibrio legislativo
esde el concepto participativo y pluripartidista puede ofrecérsele ahora al pueblo una síntesis política que
30
La descentralización en los países unitarios de América Latina y el Caribe en la actualidad:
cuatro dilemas gerenciales (Dr. Nelson Amaro), Universidad del Valle de Guatemala, Facultad de
Ciencias Sociales, Guatemala, 1996). Ponencia presentada a la Conferencia Regional sobre
Cooperación Política en materia de Descentralización en América Latina (Caracas, Venezuela, 1 y 2
de agosto de 1996), bajo los auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD).
35
36
voto, observadores de los partidos políticos. Del mismo modo, los sindicatos, las asociaciones cívicas y culturales, y otros
grupos de intereses, contribuirían con sus observadores a presentar ponencias para estructurar los temas de los debates y
apoyar candidaturas a la Asamblea de nivel superior. Un saludable cabildeo público podría desarrollarse como
un medio positivo para ventilar los intereses sectoriales y promover iniciativas legislativas.
El Senado estaría constituido por candidatos presentados por los partidos políticos y electos
periódicamente en voto universal y secreto. Podrían presentarse también, por supuesto, candidatos
independientes. Los proyectos de ley aprobados por el Senado serían sometidos a la Asamblea para su estudio,
y este órgano tendría facultades para proceder a su enmienda, aprobación o rechazo. Para hacer del Senado una
cámara más representativa de la nación, se podría idear un sistema por el cual cada Provincia enviara al Senado
a tres o cinco senadores electos entre los tres o cinco candidatos que recibieran más votos en la Provincia
respectiva.
Se podría evitar el monopolio de un solo Partido en el Senado, permitiendole a cada uno presentar sólo
dos candidatos (si se selecciona el sistema de tres senadores por provincia) o tres candidatos (si se selecciona el
sistema de cinco). Con un sistema de cinco Senadores por provincia sería posible también, como alternativa,
establecer un sistema electoral proporcional que propicie la representación en ese órgano legislativo de uno o
varios partidos minoritarios.
El sistema bicameral ha tenido tanto éxito porque, tradicionalmente, la cámara alta ejerce un poder
restrictivo de moderación sobre las decisiones de la cámara baja, limitando así los efectos posibles de las
fluctuaciones impulsivas o excesivas de la opinión pública. Asimismo, intenta evitar la centralización del
interés parlamentario en las zonas más populosas del país. Se acostumbra identificar a los senadores con la
cámara alta y a los diputados o representantes (en este caso asambleístas) con la baja.
Además, con el esquema bicameral que propongo funcionaría la democracia participativa a través de
las Asambleas, con la intervención paralela de los organismos sectoriales en ellas representados, pero sin
abandonar por ello totalmente el concepto representativo, afianzado en el Senado, donde se manifestarían en
forma estructurada las ideologías y aspiraciones de los partidos políticos.
Lo que se intenta aquí es que los partidos políticos no participen directamente en el poder, porque
numerosos ejemplos de la historia moderna nos demuestran que cuando un partido político determinado es
identificable con el poder se produce una tendencia irresistible a la corrupción administrativa, el gobierno
dictatorial y la hiperburocracia. Pero también es justo reconocer que esas agrupaciones ideológicas –que
legítimamente pueden llamarse partidos políticos– son las que proporcionan a quienes lleven la
responsabilidad del poder una base intelectual e ideológica que les permita orientar su gestión administrativa o
legislativa por una senda coherente.31
El equilibrio entre ambas cámaras puede tener diversas manifestaciones a las que me referiré
brevemente más adelante, pero puedo adelantar que el concepto básico aquí planteado implica que los partidos
e ideologías políticas se manifiesten como proponentes (función del Senado) y que el pueblo retenga una
facultad inalienable de decisión (función de las Asambleas).
Este planteamiento también contempla órganos legislativos paralelos a nivel provincial y municipal.
El Municipio contaría con un Concejo Municipal, electo periódicamente entre los candidatos postulados por
31
Václav Havel, ex Presidente de Checoslovaquia –y posteriormente de la República Checa– llega a
conclusiones semejantes en su libro titulado Disturbing the Peace, publicado en alemán justo en los
momentos en que se comenzaba a vislumbrar el derrumbe inminente del sistema soviético y del
comunismo internacional.
36
37
los partidos políticos, y la Provincia con un Senado Provincial que seguiría también el mismo curso electoral.
Los Concejos y los Senados Provinciales interactuarían con las Asambleas Municipales y las Asambleas
Provinciales en cuestiones que atañan en particular al Municipio o a la Provincia, respectivamente.
La principal diferencia entre ambos sectores del Poder Legislativo consistiría en que las Asambleas
elegirían en su propio seno a sus delegados en un sistema escalonado que parta desde la base –las Asambleas de
Distrito–, mientras que los Concejos Municipales, los Senados Provinciales y el Senado Nacional serían
elegidos por separado en comicios directos que abarcarían las comarcas correspondientes. En el sistema
escalonado, las Asambleas de Distrito elegirían a un delegado por cada Distrito para formar parte de la
Asamblea Municipal. En su momento, lo mismo harían las Asambleas Municipales y las Provinciales; las
unas, para elegir de su propio seno a los delegados Provinciales, y las otras, a los delegados Nacionales.
Por otra parte, habría elecciones periódicas en los Municipios para elegir a los Concejales de ese
Municipio y al Senador o Senadores del Municipio respectivo que deba representarlo en la instancia
Provincial. A su vez, en cada Provincia se convocarían comicios para elegir a los Senadores postulados en la
Provincia respectiva que han de representarla en el Senado Nacional.
Otra diferencia importante consiste en que el mandato de los miembros de la Asamblea Nacional parte
de las Asambleas de Distrito, aunque, por supuesto, ajustándose a los intereses Municipales y Provinciales
intermedios. Luego hay democracia directa porque en las Asambleas de Distrito pueden discutirse problemas
nacionales o provinciales, y hay democracia participativa porque los delegados elegidos a las Asambleas
Provinciales y a la Asamblea Nacional tienen un mandato directo de sus electores en las Asambleas de nivel
inferior y responden a ellos directamente. En el sector representativo –los Concejos y los Senados–, los
candidatos son elegidos por el pueblo en comicios por comarca y en respuesta a su plataforma e ideología
política, según las simpatías que su Partido y el programa que plantea despierte entre los electores.
Pese a sus aparentes semejanzas, esta estructura política es radicalmente distinta a la que impera
actualmente en Cuba, porque en ese país las Asambleas de nivel inferior deben responder –según lo determina
la propia “Constitución Socialista”– a las de nivel superior y rendirles cuenta de su gestión local. No sólo
carecen los órganos locales de poder alguno sobre las Asambleas de nivel superior sino que están totalmente
subordinados a ellas. Además, el sistema no sólo es unicameral sino que excluye totalmente el pluripartidismo
con la imposición del “Partido único de la Revolución”.
Para una mayor claridad de estos planteamientos, véase a continuación un esquema simple de cómo
quedaría organizada la estructura política del país, con un eje legislativo y poderes ejecutivo y judicial bien
definidos y autónomos.
37
38
38
39
El esquema gestor
32
Comunicación Oficial enviada por Simón Bolívar al Consejo de Gobierno de la República del Perú y fechada
en Magdalena el 27 de abril de 1826. Tomado de Doctrina del Libertador, p. 224, Fundación Biblioteca
Ayacucho, 3ª edición, Caracas, 1985.
39
40
ii) Composición
Presidente de la Asamblea Nacional: Elegido por la
Asamblea entre sus propios Delegados por un
período que convenga a este órgano legislativo o
según las normas estipuladas por la Constitución.
Preside las sesiones de la Asamblea Nacional y
supervisa la labor del Premier
Premier (Primer Ministro): Elegido por la Asamblea
entre sus propios Delegados por un período
determinado por la Constitución. Representa a la
Asamblea Nacional en las reuniones del Gabinete,
donde puede ejercer el poder del veto. Recibe
instrucciones del Presidente de la Asamblea
Nacional sobre las decisiones legislativas de ésta y
le rinde cuentas de su labor de intermediario ante el
Poder Ejecutivo.
Delegados: Elegidos por las Asambleas Provinciales,
a las que deben rendir cuentas de su gestión
legislativa nacional
Observadores: Designados por los partidos políticos,
los sindicatos, los grupos sectoriales y las
instituciones cívicas, cuyas credenciales sean
reconocidas por la Asamblea. Tienen función de
asesoramiento y de cabildeo, con voz pero sin voto
en la Asamblea. Pueden proponer temas a
considerar en la Agenda de la Asamblea
40
41
ii) Composición
Vice-Presidente de la República y Presidente del
Senado: Preside las sesiones del Senado y emite su
voto en caso de empate. Presenta y defiende las
sugerencias legislativas procedentes del Poder
Ejecutivo. Representa al Poder Ejecutivo ante el
Senado, al que rinde cuentas de la gestión
administrativa
41
42
2. Poder Ejecutivo
a) Administración Nacional
i) Funciones
Administra el país en virtud de los mandatos de la
Asamblea Nacional, presentados por el Premier en
42
43
ii) Miembros
Primer Mandatario de la República en funciones de
Presidente del Poder Ejecutivo: Elegido por voto
universal y secreto entre los candidatos postulados
por los Partidos políticos. Nombra al candidato a la
Vice-Presidencia del Poder Ejecutivo. Nombra o
destituye a los miembros del Gabinete y preside sus
sesiones en la función de administración pública
Vice-Presidente del Poder Ejecutivo. Elegido junto
con el Primer Mandatario por voto universal y
secreto. Reemplaza al Primer Mandatario en los
43
44
ii) Miembros
Gobernadores de las Provincias respectivas elegidos
por voto universal y secreto de los electores de esa
Provincia entre los candidatos postulados por los
partidos políticos.
Alcaldes de los Municipios respectivos, elegidos por
voto universal y secreto de los electores de ese
Municipio entre los candidatos postulados por los
partidos políticos.
44
45
3. Poder Judicial
a) Tribunal Supremo
i) Funciones
Interpretación de la constitucionalidad de las leyes.
Consideración de las causas jurídicas que acepte entre
las referidas por los Tribunales de Apelaciones y
codificación de los precedentes jurídicos que
emanen de estas causas.
Organo supremo de Administración de justicia.
Supervisa las actividades del Organismo Nacional de
Investigaciones y de la Policía Judicial Nacional y
se sirve de ellos para la aplicación de la justicia.
ii) Miembros
Presidente del Tribunal Supremo: Elegido por sus
pares con carácter vitalicio o por el término que
establezca la Constitución.
Magistrados del Tribunal Supremo: Un número de
magistrados nombrados por el Primer Mandatario
de la República con la aprobación posterior del
Senado nacional y otro número igual nombrados y
aprobados por la Asamblea Nacional. El mandato
de todos estos Magistrados puede tener carácter
vitalicio33 –como se hace en algunos países– o
limitarse al término que establezca la Constitución.
Director del Organismo Nacional de
33
Los defensores del carácter vitalicio de los Magistrados se basan en que se evita así que el proceso electoral
influya en el Poder Judicial. La periodicidad de los Magistrados coincidiría peligrosamente con los vaivenes de la
política nacional, pero el carácter vitalicio fomentaría una firme independencia judicial y afianzaría la experiencia
del funcionario. Sus detractores temen que el funcionario judicial al que se le haya garantizado un puesto de por
vida no se vea tan obligado a justificar sus acciones, se sienta más tentado a ceder a la corrupción o a opiniones
subjetivas, o deje de ser útil para el Poder Judicial por motivos de edad y salud.
45
46
b) Tribunales de Apelaciones
i) Funciones
Consideración de las apelaciones elevadas por los
Tribunales de Primera Instancia
Asistencia a nivel provincial en las actividades de
administración de justicia.
ii) Miembros
Una estructura semejante a nivel provincial a la del
Tribunal Supremo.
Los nombramientos decididos y aprobados por el
Tribunal Supremo.
c) Tribunales de Primera Instancia
i) Funciones
Consideración de las causas civiles y criminales a
nivel municipal.
ii) Miembros
Jueces nombrados por las Asambleas Municipales y
aprobados por los Concejos Municipales.
Equilibrio de poderes
46
47
34
Doctrina del Libertador, Ibid., p. 224.
47
48
35
Ibid., p.236.
48
49
49
50
36
Dijo Cicerón: “El déspota del pueblo es lo que llaman los griegos tirano... los griegos quisieron designar con
este nombre al rey injusto; nosotros llamamos reyes indistintamente a todos los que ejercen por sí solos una
autoridad perpetua”. Sobre la República, Libro Segundo, XXVI y XXVII.
37
Según J. Corominas, en su Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, esta palabra está
tomada del latín “plebs, plebis” y, en sentido general, significa “pueblo”. Pero no se refiere a todo el pueblo en su
concepto moderno sino a ese sector de la población que no incluía a los patricios, magistrados, pretores y
militares de alto rango.
50
51
El sistema electoral
38
Un ejemplo señero de la eficacia de este tipo de resistencia pasiva, lo encontramos en este siglo en la
actuación pública de Mahatma Ghandi, primero en Sudáfrica y, finalmente, al frente de su pueblo en la India.
51
52
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53
53
54
54
55
ijo Alberdi: “El poder ... es la piedra fundamental del edificio político”.
39
Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 270, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
55
56
56
57
40
Para un análisis penetrante de las ideas de Weber concernientes al carisma y la democracia, el lector debe
leerse: Max Weber: An Intellectual Portrait (Reinhard Bendix), Doubleday Anchor Books, 1962.
57
58
41
Nació en Hungría en 1929 y fue alumna destacada de György Lukács. Su creciente actitud crítica al sistema
soviético –implantado en su país al concluir la II Guerra Mundial– la lleva al exilio cuando llega a la conclusión de
que las sociedades de tipo soviético no son reformables y que sus características estructurales son
“monumentales callejones sin salida”. Expresó también que “las sociedades soviéticas representan, junto con la
Alemania nazi, el peor desarrollo posible del mundo moderno”.
58
59
42
Su preservación depende del acatamiento incondicional de las decisiones de la autoridad suprema.
43
Inapelablemente.
44
Una revisión de la teoría de las necesidades (Agnes Heller), Editorial Paidós, Buenos Aires, 1997.
59
60
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45
Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 168, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
46
Ibid., Vol. VIII, p.381.
47
Ibid., Vol. III, p.304.
48
Ibid., Vol. IV, p. 270; y, Vol. VI, p. 20.
61
62
49
Obras Completas (José Ortega y Gasset), Revista de Occidente, Madrid, 1964, Vol. VI, p.61 (Artículos
publicados en La Nación, Buenos Aires, verano de 1940).
62
63
50
“Approaches to the Study of Political Power” (Franz Neumann), Political Science Quarterly, Vol. LXV, Nº2
(Junio de 1950), p.161-171.
63
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51
Del alemán “putsch”.
64
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65
66
66
67
67
68
Planteamiento
68
69
52
En Cuba existen 1,551 Concejos Populares (o Asambleas Municipales) distribuidos en las 14 provincias, con
unos 14,000 delegados en todos los Concejos, entre un total de 169 municipios. Hay una tasa de población
aproximada de 65,000 habitantes por municipalidad. Las Asambleas de Distrito contempladas en este trabajo
69
70
por todas las razones citadas en esta obra parecen ser estos cinco países los que
asimilarían con mayor facilidad esa transformación en calidad de pioneros.
Desde el comienzo de la obra advertí que enfocaríamos con mayor
énfasis esta transformación al caso cubano. La razón es muy sencilla. En Cuba
hay un régimen totalitario que se ha perpetuado durante casi 40 años y que ha
descansado en una filosofía y una teoría política que se han derrumbado
aparatosamente en la mayoría de los países donde se intentó. En sus esfuerzos de
supervivencia, el régimen cubano se ha salido radicalmente de su ortodoxia para
aplicar medidas capitalistas que estan reñidas con su propia Constitución,
contradicen los postulados básicos del marxismo-leninismo y perjudican
abiertamente los intereses de sus ciudadanos, quienes están observando inermes
cómo poderosos intereses extranjeros toman posesión de las riquezas del país,
mientras que se les impide a ellos mismos desarrollar intereses económicos
independientes.
Al mismo tiempo, esa misma Constitución creó estructuras que ya están
en funcionamiento, que permiten al ciudadano cubano una participación activa en
las cuestiones públicas. Esta es una dicotomía explosiva que al observador
externo le parece insostenible. No obstante, el experimento seudocapitalista del
castrismo ya se extiende por más de cinco años sin que se vislumbre grado alguno
de transformación hacia una democracia participativa.
Aunque los elementos de fuerza y, por lo tanto, de violencia –que, como
señalábamos en el capítulo anterior, se dan en situaciones de esta índole– no estén
presentes en Cuba en la magnitud que pueden observarse hoy día en lugares como
el Irán o el Iraq y antaño en el bloque soviético o en los países del eje fascista, la
realidad es que el régimen cubano sostiene el dominio unipartidista y unipersonal
de la gestión política mediante un intrincado sistema de coacción.
Esta realidad sólo nos sirve para demostrar los peligros de establecer
cualquier sistema participativo o popular sin un equilibrio adecuado de poderes y
sin la firme consolidación de instituciones sólidas. La cruda realidad es que
gobierna quien tiene la fuerza.
No creo que en Cuba, ni en cualquier otro país, la solución se produzca
funcionarían en las demarcaciones de los distritos electorales dentro de cada Municipio, y si continuara la
estructura de los Concejos Populares, cada delegado estaría representando a unos 7,800 habitantes o a poco
más de 5,000 ciudadanos en edad electoral, cifra que sería marginalmente manejable para la participación
popular en las Asambleas correspondientes. Una fragmentación mayor de los distritos electorales facilitaría el
proceso participativo.
70
71
por medio de una insurrección, guerra civil o cualquier otro método de terrorismo
o violencia. La utilización de tales medios, en el caso de que triunfen, resultan en
la concentración de la fuerza para detentar el poder político en el nuevo grupo
dirigente. Las soluciones así planteadas responden a los intereses, la filosofía y la
visión de ese grupo que, a su vez, las impone a la sociedad en pleno.
Transición
71
72
72
73
con un verdadero mandato legislativo surgido del propio pueblo, para que
el proceso de transición se realice ordenadamente.
En esa actividad legislativa sería imprescindible contar con un proyecto
–o varios– de Ley Constitucional de transición. Dentro de sus parámetros, y una
vez impulsado el proceso que aquí propongo, el Poder Popular podría reemplazar
al actual Consejo de Estado con una Junta Provisional de Gobierno que incluya
de manera equitativa y racional a personalidades de todas las vertientes
ideológicas de la nación cubana. Esta Junta serviría para dar las garantías
jurídicas
73
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Gobierno provisional
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9. REQUISITO FUNDAMENTAL
75
76
53
Texto condensado de los derechos y libertades contemplados en la Declaración de los derechos del hombre y
del ciudadano, proclamada por la Asamblea Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789. Esta Declaración
original de 17 artículos fue ampliada a 35 y adoptada definitivamente el 2 de junio de 1793. En su segunda
versión se incluía el derecho a sublevarse contra la tiranía como uno de los deberes principales del hombre
(Artìculos 28 y 35).
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77
54
Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículos 18 a 21.
55
La Carta Internacional de Derechos Humanos, incluye tanto la famosa Declaración que cito en este capítulo,
como también el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y el Protocolo Facultavivo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Todos ellos pueden encontrarse en la Recopilación de instrumentos internacionales de derechos humanos
que se cita en la bibliografía al final de este libro.
77
78
ideas a dos corrientes básicas de opinión: una que la acoge y otra que la rechaza.
Empero, no se reduce a una cuestión de blanco o negro sino de innumerables tonos
de gris. Quienes acojan esta idea tendrán más o menos objeciones que plantear y
dudas que dilucidar, y quienes la rechacen, lo harán al tiempo que den cabida a
determinados elementos de la propuesta. Por eso es que cuando se siembra una
semilla ideológica siempre deja algún fruto. Toda idea tiene algo de aprovechable.
Mientras redactaba este estudio, empezaron a llegar a mis manos
ejemplares de la Revista Contrapunto que anunciaban la próxima publicación de
una obra de Amalio Fiallo, titulada La Democracia Participativa. El primer
impulso, muy humano, fue el de apresurar este esfuerzo con el fin de lograr las
primicias. Se impuso el buen sentido y no lo hice. En los momentos en que
redacto el borrador de este último capítulo se me informa que ese libro acaba de ser
publicado. Por lo que he leído en la revista no me cabe duda de que hayan muchos
elementos de coincidencia entre ambas obras, pero también es evidente que hay
muchas divergencias y que el enfoque es diametralmente distinto.
Esto sirve de ilustración al planteamiento que estoy haciendo. Demuestra
también que las ideas no surjen de la nada ni vienen solas. Son el producto de la
sociedad y sus problemas, y cristalizan con todos sus matices en el pensamiento de
muchos seres humanos. Ojalá que sigan redactándose tesis semejantes en los que
otros describan de forma estructurada y racional sus respectivas soluciones. Al
producirse diversas vertientes de opinión se enriquece el patrimonio ideológico de
todos. De los planteamientos surjen los debates públicos y de éstos las soluciones
de consenso.
Esta es la palabra clave: el consenso. Es una meta donde prima la
tolerancia y el respeto y a la que se llega por la transacción, el diálogo y la razón.
Su vehículo idóneo podría ser la democracia participativa. Mi solución debe
conformarse con ser un factor en la búsqueda de ese consenso y en la cristalización
democrática a la que conduzca. Nunca debe ser un dictamen inflexible o
irrevocable. Es una opción, es un vehículo, es una iniciativa. La defenderé a brazo
partido porque creo en ella. Si no fuera así no hubiera escrito esta obra. Pero estoy
convencido de que otros defenderán la suya con igual determinación. Se propicia
así un proceso de confrontación, pero no de enfrentamiento, donde todos quienes
tengan verdadera conciencia democrática aportarán a la obra común en sus
respectivos países.
Se opondrán quienes no tengan ideales democráticos. Pero aún a éstos, si
son sinceros, hay que respetarles la libertad de expresión para plantear sus utopías.
Sólo la democracia es fuerte cuando actúa democráticamente, aún en la necesidad
78
79
56
Mensaje enviado por Simón Bolívar al Congreso de Bolivia y fechado en Lima el 25 de mayo de 1826. Tomado
de Doctrina del Libertador, p.231, op.cit.
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80
81
BIBLIOGRAFÍA
81
82
82
83
ÍNDICE ALFABÉTICO
83
84
democracia participativa 9, 17, 25, 29, 33, 37, 38, 41-47, 49,
51-55, 58, 59, 61, 64, 73, 77, 92-93,
95-96, 98, 101, 105-108
democracia popular 23, 51-52
democracia representativa 10, 14, 15, 19, 23, 33, 44, 57, 96-97
Derecho Romano 36
derechos humanos 27, 35, 43, 44, 52, 103-104
dictadura del proletariado 26
dictadura sobre las necesidades 85
Engels, Federico 84
equidad 19, 28, 36-37, 91
equilibrio de poderes 15, 19, 33, 72, 81, 90, 92, 99
fascismo 28, 48
Foley, Tom 46
fuerzas armadas 91, 92, 98-100
Ghandi, Mahatma 77
Gorbachev, Mikhail 28, 85, 111
Havel, Václav 60, 111
Held, David 21, 111
Heller, Agnes 85, 86, 111
Hitler, Adolf 84, 92
Hobbes. Thomas 36
justicia social 14, 16, 19, 24
Lenin [Vladimir Ilyich Ulyanov] 84
libertades fundamentales 43, 101
López-Oliver, Pedro Ramón 50, 54, 112
Mao Tsetung 47-48, 84, 112
Martí, José 9, 81, 87-88, 105, 112
Marx, Karl 15, 84
Montesquieu 106
Naciones Unidas 28, 35, 43-44, 57, 113
84
85
85
86
sistema colegiado 39
sistema parlamentario [parlamento] 33-35, 37-38, 43, 102
sistema presidencialista 20, 38
sistema semi-parlamentario 38
Socialismo 23, 51
Socialdemocracia 54
Stalin, Josef 84
transición 11, 13, 26, 50, 54, 58, 95, 96, 98-102
UCE 52
usatges 34
Weber, Max 83
86
87
INTRODUCCIÓN 13
1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR
El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO
Evolución histórica 33
La participación como manifestación parlamentaria 37
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA
Equilibrio legislativo57
Características de este nuevo sistema bicameral
60
Cuadro esquemático 63
87
88
El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El gobierno como gestión administrativa 73
La limitación del poder 75
El sistema electoral 77
88
89
Planteamiento 95
Transición 98
8. REQUISITO FUNDAMENTAL103
BIBLIOGRAFÍA 111
89