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Este documento trata sobre el tema del discernimiento espiritual desde una perspectiva franciscana. Explica que el discernimiento es importante hoy en día debido a los continuos cambios sociales y de valores. Se define el discernimiento como la capacidad de distinguir entre lo que es del Espíritu de Dios y lo que no lo es, basándose en la experiencia, la sensibilidad y el amor hacia los demás. También se analiza el ejemplo de San Francisco de Asís, quien practicó el discernimiento a través de la desapropiación, el amor gratuit
Este documento trata sobre el tema del discernimiento espiritual desde una perspectiva franciscana. Explica que el discernimiento es importante hoy en día debido a los continuos cambios sociales y de valores. Se define el discernimiento como la capacidad de distinguir entre lo que es del Espíritu de Dios y lo que no lo es, basándose en la experiencia, la sensibilidad y el amor hacia los demás. También se analiza el ejemplo de San Francisco de Asís, quien practicó el discernimiento a través de la desapropiación, el amor gratuit
Este documento trata sobre el tema del discernimiento espiritual desde una perspectiva franciscana. Explica que el discernimiento es importante hoy en día debido a los continuos cambios sociales y de valores. Se define el discernimiento como la capacidad de distinguir entre lo que es del Espíritu de Dios y lo que no lo es, basándose en la experiencia, la sensibilidad y el amor hacia los demás. También se analiza el ejemplo de San Francisco de Asís, quien practicó el discernimiento a través de la desapropiación, el amor gratuit
Introducción. Discernimiento evangélico. La experiencia del Espíritu.
Discernimiento franciscano en torno a los problemas de la vida actual. a) Discernimiento. b) Franciscano. c) El hoy de la vida franciscana. I.- Significado del discernimiento espiritual en la vida franciscana. II.- Francisco de Asís, maestro de discernimiento. 1.- La experiencia del discernimiento. a) La oración ante el Cristo de San Damián b) La oración conclusiva de la Carta a toda la Orden (CtaO 52-54) 2.- Naturaleza y objeto del discernimiento. 3.- Marco de referencias del discernimiento. 4.- Sujetos del discernimiento. a.- Cada uno de los hermanos. b.- La fraternidad. c.- Los ministros. 5.- Presupuestos del verdadero discernimiento. a.- La sintonía con el Espíritu. b.- La indiferencia espiritual. c.- La identificación vocacional. d.- Una mirada de gracia sobre la realidad. e.- Una actitud básica de incondicionalidad. III.- La praxis del discernimiento en Francisco de Asís. 1.- Principales criterios de discernimiento. 1.- La desapropiación. 2.- El amor gratuito. 3.- La humildad agradecida y solidaria. 4.- La verdadera alegría. 2.- Algunas reglas del discernimiento. 3.- Principales notas características del discernimiento en San Francisco. a.- La inmediatez de la obediencia a la Palabra de Dios. b.- El radicalismo evangélico. c.- El primado de la praxis. d.- El discernimiento desde las experiencias límite. e.- La discreción. IV.- Discernimiento del hoy en nuestra vida franciscana. Discernimiento evangélico El tema del discernimiento es de actualidad desde hace unos 25 años, porque vivimos inmersos en continuos cambios, en época de cambios: costumbres, ideas, valores, tradiciones, estructuras... todo está sometido a cambios. La Ilustración dio paso a algo nuevo: la fe quedó por debajo de la razón... Pero la Razón nos ha llevado a grandes catástrofes, a situaciones de violencia, durante el siglo XX (guerras, muertes, barbarie), hasta tal punto que ha llegado el momento de hacer crisis. Hacia los 80 vino la postmodernidad. La hermenéutica se impone a la metafísica y trae consigo una dispersión de criterios, de valores, de creencias, que producen desorientación: ¿Dónde estamos, adónde vamos? Se escapan los referentes: ¿A qué nos agarramos? Se impone, pues, discernir. La vida práctica, y la realidad misma, nos preocupan y surge la desesperanza... En semejante ambiente la figura de Francisco es clave. Él, a pesar de los canonistas de la época, emerge y aúna libertad evangélica con fidelidad a la Iglesia, que viene de Cristo. Aunarlas ahora y hoy es un milagro. Éste es el contexto del discernimiento. La libertad cristiana. La novedad aportada por el cristianismo fue la de la libertad con respecto a la ley divina y humana. Es tema central en el NT, y, asimilarlo así, es elemental, aunque no sea fácil de entender, y menos aún de asimilarlo. La dificultad está en que la autoridad religiosa tiene algo específico que no se da en las otras autoridades. Este algo específico consiste "en que viene de Dios", se basa en la fe, por ello, en una decisión libre. Y, si el acto de fe es libre, quiere decir que no se basa en una imposición que me obliga, ni tampoco en una evidencia. Y quien tiene esa autoridad sabe que el súbdito obedece "porque quiere obedecer". Mientras que ante la ley civil no cuenta la fe: es autoridad y basta, pagas o a la cárcel. Y, si quieres vivir en sociedad, te tienes que acomodar y aceptar sus condiciones. Pero no es así en la Iglesia. Un ateo, o un agnóstico, no se organiza según la fe, ni según la autoridad eclesiástica o religiosa, que no tiene ese poder coercitivo. Para reforzar la autoridad religiosa se buscan medios: la presión sobre la conciencia, someterla a la obediencia, y así conseguir un funcionamiento. Precisamente, el tema de la obediencia/sometimiento se ha impuesto al del discernimiento y la fe. Pero es la fe el principio de la vida cristiana. Jesucristo no teorizó sobre la libertad respecto de la ley, sino que la vivió. Aparece bien claro en san Juan, en la historia de la Pasión, en medio de la confrontación con los sacerdotes y con Pilato: `Tenemos una ley, y según ella debe morir". Jesús fue libre, vivió la libertad, la practicó. Inevitablemente tuvo que transgredir, y lo hizo cuando vio que era necesario, porque la libertad, en su praxis, es libertad frente a la ley divina. En Jesús la libertad está siempre al "servicio de la misericordia", no "de lo que me conviene". Recordad las escenas de curar en sábado, la de comer las espigas. La respuesta es la misma: "No es el hombre para el sábado (la ley), sino la ley (el sábado) para el hombre". "¿Qué está permitido: hacer el bien o hacer el mal, curar o dejar que uno se muera?". Toda interpretación de la ley que no soluciona las cosas, sirviendo a la vida, conduce a la muerte, es causante de muerte. Por eso desemboca en la muerte de Jesús. Con lo cual, no se predica la desobediencia a las leyes por comodidad o interés, sino por la dignidad de la vida de los hombres. Por misericordia. La teología de la libertad es de san Pablo, para quien la libertad está siempre en función del amor (Rin. 13). Y san Pablo lo pone en relación con los mandamientos del Decálogo. Las expresiones son duras en la carta a los Gálatas, como cuando dice: "Los que se aferran a la ley han roto con Cristo". La experiencia del Espíritu. "Somos lo que los demás (Iglesia, Orden, ambiente) quieren que seamos". Tenemos que disfrazarnos de nosotros mismos y ser lo que "quiero ser": dejar cargo, profesión, títulos, etc... Tenemos que quitarnos el disfraz del carnaval de la vida por la recuperación del Espíritu. Dicen los exégetas que muchas veces es difícil de traducir el término "espíritu" en san Pablo: ¿Se trata del Espíritu de Dios o del espíritu del hombre? Debajo de esta imprecisión pretendida hay algo especial, y es que está ahí la percepción de una correlación entre ambos (Espíritu/espíritu). El Espíritu actúa y se hace presente en la vida de la persona e instituciones por el "espíritu del hombre". En la medida en que se da coherencia entre ambos espíritus, y unificación y armonía, entonces hay felicidad. En el hombre, que es carne y espíritu, se da mucha deshumanización. El Espíritu nos libra de ella, cuando buscamos los intereses ajenos, no los propios, y hace que nos humanicemos en la convivencia, en las relaciones, en las instituciones, como cuando: • la economía está al servicio de todos, de los más pobres, • el derecho está en función de la ley del más débil, • la política en favor de las necesidades de todos, • la Iglesia que no piensa en sus derechos, poderes, sino que pase por la vida dignificando las personas, humanizando, curando; • una Vida Religiosa que sea como en los tiempos de Francisco. =Quien obra así es una persona con espíritu de discernimiento =. Flp 1, 9-10: El apóstol pide "que el amor siga creciendo en penetración (comprensión) y sensibilidad a fin de discernir lo mejor". Quien no está encariñado con algo no comprende hasta el fondo, ni tiene sensibilidad (o tacto). En la escolástica el amor es una pasión y se estudia en el apartado de las pasiones. La "passio" es "motus sensibilis". Será la Reforma la que estropee la situación al romper la unidad, y peor todavía con "el pesimismo antropológico" de Lutero, influenciado por San Agustín, en cuyo libro de las Confesiones predomina el pesimismo. Tal pesimismo, pasado al campo del amor, lo mancha. (En este apartado hay un cambio profundo entre el humanismo griego y el latino, y en la versión de los términos griegos que expresan el amor -tres fundamentalmente- por uno que utilizamos nosotros. Pero en la fenomenología, no se pueden disociar el amor carnal y el amor espiritual, que no van en paralelo, sino que convergen. Amor es afecto, es cariño, caricias, besos, y esto entra por los sentidos. En su análisis, la escolástica del s. XVI dice que "el amor es la primera y la raíz de todas las pasiones". Conclusión: Si el amor hacia los demás no impregna mi sensibilidad, querremos ideas, no personas. Es preciso impregnar la afectividad hasta que se haga como la sensibilidad de Jesús, que "sintió compasión en sus entrañas" (Mt 9,36; Mc 6,34; 8,2; gr. /splagnídso/). Los hombres de Iglesia sabemos mucho de caridad, acaso sabemos la idea, estamos enamorados de ideas, pero en comunidad no nos dirigimos la palabra... Amor y caridad. Querer personas concretas, rostros concretos. El Espíritu (su presencia) se manifiesta en que nuestra intimidad más profunda se traduce en "epígnosis" (= reconocer como bueno) y en "aíscesis" (= sensibilidad), para discernir lo que es lo mejor. San Francisco intuyó ese amor de cariño, entrañable:... "como la madre nutre y ama" (Rb 6, 8). Cuando esto se da, produce connaturalidad, prontitud y facilidad para unas cosas y rechazo de otras. ¿Para qué cosas tengo sensibilidad que me lleve a esas tres cosas? Tener esa sensibilidad es como tener un "sexto sentido" para damos cuenta de lo que molesta o agrada. Y esto se produce, ante todo, en relación con el Evangelio y la vida de Jesús: connaturalidad, prontitud y facilidad para hacer lo mismo. De este modo se es feliz y se hace felices a los demás. De ahí pasa a la sensibilidad con las personas entre las que se convive, que se interesan por mí, que tienen detalles, se preocupan... Hay que insistir, pues, en la correlación entre Espíritu de Dios y espíritu humano, que ante el Evangelio producen la espontaneidad y la connaturalidad para estas cosas. Suele aparecer entre personas menos estudiosas y menos piadosas. Pero esto supone una interioridad intensa, no es fruto espontáneo de la naturaleza, sino que es gracia y don de Dios. Basado en una conferencia de José María Castillo, S.J. Discernimiento franciscano en torno a los problemas de la vida actual. El tema al que nos acercamos es bastante novedoso, debiendo hablar de su reciente descubrimiento o, en el mejor de los casos, de su reciente «recuperación» en la conciencia de la Familia franciscana; un hecho que no habrá que considerar al margen de la actual "recuperación" del discernimiento por parte de la Iglesia, como fruto tanto de los nuevos acentos de su conciencia de la identidad cristiana, como del diálogo fe-cultura de la modernidad, con su afirmación de la autonomía del hombre, la racionalidad crítica y la subjetividad. Efectivamente, hasta fechas muy recientes el discernimiento ocupaba un lugar un tanto marginal en la conciencia y praxis de la Iglesia; a él hacía referencia tan sólo la teología espiritual, y de manera bastante puntual: el discernimiento de espíritus, de mociones, de inspiraciones, siguiendo a San Ignacio; el discernimiento de los grados de oración, de la mano, sobre todo, de Santa Teresa; y el discernimiento de los estadios de la vida espiritual, siguiendo especialmente a San Juan de la Cruz'. Hoy, al menos en las corrientes teológicas más creativas, el discernimiento está adquiriendo la relevancia y el papel que le corresponde según el mensaje y la experiencia neotestamentaria, y especialmente paulina. Ni que decir tiene, que a esta recuperación del discernimiento en la teología "y en el lenguaje eclesial no corresponde, sin embargo, una recuperación similar a nivel de praxis. Dicho esto, y antes de entrar directamente en el tema, se impone una descripción básica de los tres términos que definen el objeto de mi reflexión: discernimiento - franciscano - el hoy de nuestra vida a) Discernimiento: Se podría definir como la sabiduría, el arte (gracia y tarea) que, integrando la intuición-conocimiento contemplativo y de fe con la racionalidad humana, trata de buscar y hallar «lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo perfecto, lo que le agrada» (Rom 12,1-2), y de sentir y conocer el Espíritu de Dios y su acción, y ello no a nivel general, teórico o ideal, sino concreto, a nivel personal, comunitario, institucional... El discernimiento, pues, no es en sentido propio la opción o la decisión -aunque sea su lógica consecuencia- sino «un juicio, una valoración, un conocimiento valorativo». b) Franciscano. Es el segundo término y calificativo del discernimiento, lo que complica las cosas, dado que, en nuestro caso puede entenderse al menos en dos sentidos: lo franciscano como una concreta tradición teológica y escuela de espiritualidad que nace en Francisco de Asís, pudiendo hablar entonces de discernimiento franciscano como hablamos de teología franciscana o filosofía franciscana; y, un segundo sentido es el de vida franciscana, por lo que con los términos "discernimiento franciscano" se estaría hablando de discernimiento aplicado a la vida franciscana, sobre la vida franciscana. Ambos sentidos, por lo demás, parecen integrarse en el título del tema que se me ha propuesto desarrollar, lo cual complica aún más las cosas. En primer lugar, hay que confesar que nosotros no tenemos una tradición propia y específica de discernimiento espiritual, y ni siquiera una historia de discernimiento aplicado a la vida y a la experiencia espiritual y vocacional franciscana, aunque éste no haya pasado desapercibido a los grandes maestros espirituales franciscanos -- comenzando con san Buenaventura, y siguiendo con los maestros de la observancia, San Pedro de Alcántara y los descalzos--, sobre todo en torno a dos temas principales: las etapas o grados en la experiencia espiritual, y los grados en la experiencia de oración. No deja de ser elocuente al respecto cómo el discernimiento apenas si ha encontrado eco explícito en las actuales CC.GG. OFM, que rehuyen el uso mismo del término. Hay que constatar igualmente, que la tradición espiritual franciscana --a diferencia de lo que ha hecho en muchos otros campos-- no ha prestado especial atención, e incluso ninguna, a Francisco de Asís en temas de discernimiento espiritual, y, ni siquiera, de discernimiento espiritual franciscano. En el campo del discernimiento hemos bebido, en general, en fuentes no franciscanas. Hoy, sin embargo, --aunque el tema del discernimiento en san Francisco apenas si está esbozado, y no existen estudios profundos al respecto--, comienza a tomarse conciencia de la significación de Francisco como «maestro» (que no teólogo, a quien corresponde la elaboración formal) de discernimiento espiritual, y especialmente de discernimiento de la experiencia espiritual y vocacional franciscana, por lo que cualquier reflexión sobre el discernimiento en clave franciscana y de la vida franciscana exige volver la mirada a él, sin olvidar, evidentemente --aunque aquí no hagamos referencia a ello-- la posible aportación de los maestros espirituales de nuestra tradición. Es verdad que la experiencia de Francisco de Asís está a este nivel, como en general a todos los niveles, fuertemente marcada por los signos de lo personal e intransferible, fruto de su singularidad humana y de la singularidad del don de gracia que recibió del Señor. Es verdad igualmente, que su experiencia de discernimiento está también marcada por el preciso contexto histórico socio-eclesial que le tocó vivir: situados en un contexto significativamente diverso, necesitamos hacer una relectura de ella, que haga la síntesis entre fidelidad y actualidad. Sin embargo, y no es necesario abundar en ello, la experiencia franciscana es una experiencia fuertemente personalizada: Francisco de Asís es la "forma minorum" (CC.GG. 26,3), «el arquetipo en quien se concentra la densidad de la experiencia franciscana y su extraordinario poder de irradiación..., y la referencia a él es siempre obligada» por ser "referencia profética y mediación" de la forma franciscana de leer y vivir el evangelio, y de la vocación de los llamados a esta vida. Por todo ello, podemos hablar de discernimiento franciscano en la medida en que volvemos la mirada a Francisco de Asís y a su Regla y nuestra Regla, y, evidentemente, a su relectura en el hoy en nuestras CC.GG., buscando las pautas para un discernimiento franciscano y sobre nuestra vida franciscana. c) El hoy de la vida franciscana: Es el tercer término en cuestión. Todo discernimiento es siempre una realidad concreta, contextual: nace y se orientó al aquí y ahora personal y comunitario. Por eso, el proyecto "La gracia de los orígenes" al fijar el objetivo para el año 2006 lo formulaba así: "La escucha, la conversión y el discernimiento de la voluntad del Señor para nuestra vida de hoy", lo que reclama no sólo un conocimiento profundo de la identidad franciscana y los criterios de discernimiento de la fidelidad a la misma, sino también un conocimiento no menos profundo de nuestra realidad y la realidad en la que hemos de vivir y testimoniar la vocación franciscana. Julio Herranz ofm. CC.GG.: Constituciones generales de los Franciscanos Menores. I. Significado del discernimiento espiritual en la vida franciscana Podríamos sintetizarlo en estos términos: el discernimiento espiritual es esencial en la experiencia franciscana porque cristiana, y apremiante y determinante porque franciscana. En lo relativo al discernimiento Francisco se inscribe en lo nuclear de la experiencia cristiana del discernimiento, tal como aparece esbozada en el Nuevo Testamento, y particularmente en los escritos paulinos. Para san Pablo el discernimiento define la identidad cristiana: ser cristiano es vivir el seguimiento de Cristo en discernimiento (cf. Col 1,9-10), que es un tiempo una actitud permanente e integral --el estilo de vivir la existencia creyente, buscando siempre «lo bueno, lo perfecto, lo que agrada al Señora: (Rom 12,1-2)--, y camino y expresión de la madurez espiritual (Heb 5 11-14; cf. Ef 4,14-15). San Francisco, como el apóstol, concibe al hombre espiritual como aquel que asume la existencia en el discernimiento, y tal es la imagen de Hermano Menor que perfila y presupone en la Regla. La Regla concibe la vida de los hermanos, desde el momento mismo en que llaman a las puertas de la fraternidad franciscana, bajo la libertad y creatividad de la acción del Espíritu asumidas en discernimiento: «Si alguno viniera a nuestros hermanos queriendo, por divina inspiración, abrazar esta vida, sea recibido benignamente por ellos» (1R 2.1; cf. 2R 2,1; CC.GG 126). Llamar a las puertas de la fraternidad con el propósito de «vivir según la forma del santo evangelio» (Test 14) es fruto de la “divina inspiración” acogida en discernimiento, y signo de la disponibilidad al Espíritu del que llega y de su voluntad germinal de vivir la existencia bajo el señorío del mismo Espíritu. Pero la apertura y la docilidad a «la divina inspiración», acogida en discernimiento, no es sólo un gesto germinal, sino que constituye la fuente misma desde la que, según la Regla --y otro tanto hacen las CC.GG. en su art 1,1-- los hermanos han de vivir en el cada día su experiencia espiritual-vocacional. Y ello a niveles distintos y complementarios: a) En primer lugar, porque según la Regla y las CC.GG., la aspiración máxima de los hermanos ha de ser "anhelar, por encima de todo, tener el Espíritu del Señor y su santa operación" (2R 10,8; cf. CC.GG. 32,2; 5,2), es decir, hacer morada en si al Espíritu del Señor'', y dejarle hacer su obra en ellos para conducirlos en el camino del seguimiento de Cristo. El corazón y la cima de la experiencia humana, espiritual y vocacional franciscana está, pues, en dejarse habitar por el Espíritu del Señor, viviendo abiertos a su inspiración, y disponibles a su acción. Y porque esto no es un simple principio ideal y teórico, la Regla será totalmente consecuente con ello. Sírvanos un texto particularmente explícito: el c. 16 de la Regla no bulada, que, aunque titulado "Los que van entre sarracenos", es la propuesta de lo que podríamos llamar el "estatuto de la evangelización franciscana" a todos sus niveles, y está como trasfondo y define el modelo de evangelización franciscana en las CC.GG. (cap. 5): - Punto de partida de la misma es la inspiración divina, acogida en discernimiento por cada uno de los hermanos: "Todo hermano que [por divina inspiración] quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo" (v.3); - El discernimiento de cada uno de los hermanos ha de ser acompañado y secundado por el discernimiento del ministro: "Y el ministro deles licencia y no se oponga, si ve que son idóneos para ser enviados, pues tendrá que dar cuenta al Señor si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento" (v.4) (cf. CC.GG. 117,1; 118,1); - Y este gesto inicial de discernimiento vocacional ha de verse prolongado en una actitud permanente de discernimiento, que ha de configuraar el modo de ser y actuar de los hermanos en toda circunstancia: los hermanos que van -por el mundo, entre sarracenos- se han de comportar «espiritualmente» (v. 5), es decir: según el Espíritu; y su concreto quehacer evangelizador está, igualmente a merced del discernimiento: "cuando les parezca que agrada al Señor anuncien la palabra de Dios (v.7), y «esto y otras cosas que agraden al Señor pueden decirles tanto a ellos como a otros" (v.8). b) En segundo lugar, la docilidad a «la divina inspiración" y el discenimiento constituyen la fuente misma desde la que, según la Regla y las CC.GG. los hermanos han de vivir en el cada día su experiencia espiritual-vocacional en razón de la naturaleza misma de la Regla y CC.GG, y del proyecto en ellas descrito. Y ello por tres razones principales: - La primera, porque, en el seguimiento de Cristo-Siervo, el proyecto de vida de los Hermanos Menores no se define desde un concreto servicio o quehacer, sino desde una forma de vida evangélica, articulada en torno a cuatro opciones principales: el primado de Dios, la fraternidad la pobreza-minoridad, y la misión-evangelización; y todas ellas son opciones prioritarias, lo que exige en la práctica una especial vigilancia discernimiento para vivirlas armónicamente en el aquí y ahora (cf. CC.GG.1,2); - La segunda, porque el elemento configurador de la forma de vida franciscana y sus concretas opciones-fuerza, es el radicalismo evangélico, lo que refuerza, lógicamente, la exigencia del discernimiento. En efecto el carácter desmedido de las exigencias de la vida franciscana, calcada del radicalismo evangélico, es enormemente frustrante para todo espíritu legalista y perfeccionista: «Resulta imposible traducirlas a leyes concretas susceptibles de un escrupuloso cumplimiento. No se las puede convertir en cuerpo legal. Pero tampoco puede uno librarse de ellas. Siempre estarán ahí como una astilla clavada en la carne, como un grito que impide dormir... Siempre hay un algo más, un trayecto por recorrer; jamás puede uno quedarse satisfecho del deber cumplido, porque no se le pueden fijar límites, y porque de lo que se trata, en definitiva es de entrar en una relación de amor», y el amor es sin medida, e inventa continuamente su conducta buscando siempre cómo agradar mejor a aquél a quien se ama. - La tercera, y en relación directa con la anterior: en razón del carácter mismo de la Regla y CC.GG.: textos normativos de carácter inspiracional, que define la vida franciscana no desde mínimos posibles sino desde máximos ideales, a asumir siempre de manera contextual y procesual en el ejercicio del discernimiento espiritual. La Regla, en su doble redacción, -y otro tanto va dicho de las CC-GG.- da prueba de ello, dejando toda una serie de decisiones al discernimiento personal; y así, mientras nosotros hubiéramos esperado determinaciones pormenorizadas sobre tantos aspectos de la vida, la Regla se limita a referir sencilla y fielmente a Dios, con expresiones como éstas: «Como el Señor les inspirare», «por divina inspiración», «con la bendición de Dios» (7 veces), «según Dios» (2 veces); «espiritualmente» (8 veces); «como le agrade» (7 veces), «como les parezca que conviene» (5 veces), y, por supuesto, los verbos «pueden» «si quieren»,..., expresiones todas ellas frecuentes en la Regla (cf. 1 R 2,1.11.14; 8,11; 16,3-4; 17,2; 21,1; 2R 2,7.10; 4,2;10,4;10,9;12,2), con las que pone de relieve que la vida de los hermanos no ha de ser dirigida por el literalismo de la ley, sino por la creatividad del Espíritu, asumida en el discernimiento. Francisco vuelve a la libertad del evangelio, hasta el punto de reclamar de los hermanos la libertad y responsabilidad del propio discernimiento, y de dar a éste el mérito de la obediencia (cf. CtaL). c) En tercer lugar: El discernimiento constituye la fuente misma desde la que, según la Regla y las CC.GG. los hermanos han de vivir en el cada día su experiencia espiritual-vocacional, en razón de la figura que trazan del Hermano Menor: Siervo de Dios y hermano espiritual. No entramos en particulares, pero, es evidente que, estos dos son los rasgos característicos de la figura de Hermano Menor que Francisco traza en la Regla, seguida por las CC.GG., en la que llega incluso a definirle literalmente con estos mismo términos (cf. 2R 5,4; 6,8), aunque es en las Admoniciones, que nos ofrecer la espiritualidad de la forma de vida franciscana y su discernimiento, donde Francisco perfila con mayor detenimiento estos trazos de la figura del Hermano Menor: - Al designar a sus hermanos como «siervos de Dios», Francisco pone de relieve cómo su vida ha de centrarse en vivir bajo su Señorío. Y la primera cosa que se comprueba en las Admoniciones en la descripción del Siervo de Dios como seguidor del Jesucristo Siervo (cf. Adm 5,8) es que es «oyente fiel de la Palabra» (K. Rahner), es decir, que está siempre atento a la escucha, dispuesto a hacer inmediatamente suya la voluntad de su Señor (ob-audiente) y, a querer lo que él quiere. - El segundo rasgo que define de manera determinante la figura del Hermano Menor en la Regla es el de «hermano espiritual», y ello, no sólo porque la suya es una fraternidad que no nace de la carne ni de la sangre sino del Espíritu, que nos ha hecho y dado hermanos, sino también, sobre todo, de una manera mucho más radical: porque renunciando al espíritu de la «carne» (cf. Adm 12), vive, en comunión con sus hermanos, siempre pendiente del querer de Dios en su Espíritu. Como conclusión de este primer apartado, hemos de decir, pues, que si en la concepción tradicional de la vida franciscana ésta estaba dirigida por la ley (interpretación jurídica de la Regla, con sus preceptos) y, ocasionalmente por el discernimiento espiritual, desde Francisco de Asís y la Regla, -y otro tanto podemos decir desde el contexto sociocultural y eclesial en el que hemos de vivir la fe y la experiencia franciscana (que marca los acentos de la subjetividad, y la necesidad de vivir a la intemperie y en la irrelevancia la propia vida) - se impone invertir los términos: - aprender a vivir «desde dentro», descubriendo la fidelidad a la verdad profunda del propio ser, no «desde fuera» en función de esquemas ordenadores de conducta y ni siquiera desde el deseo idealizado: ideales sí, pero desde la propia verdad; - aprender a vivir en obediencia al Espíritu y secundar su obra, por encima de nuestras resistencias y cansancios e, incluso, de nuestros más nobles y evangélicos deseos, tratando de discernir cuál ha de ser nuestro propio camino personal y comunitario de vida franciscana, aquí y ahora, pues, con palabras de León Felipe en uno de sus poemas de «Versos y oraciones del caminante»: "Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol y un camino virgen Dios"
II.- FRANCISCO DE ASÍS MAESTRO DE DISCERNIMIENTO
Antes de entrar expresamente en el tema conviene que tratemos de dar respuesta a una pregunta que se impone siempre que nos acercamos a Francisco desde nuestros actuales intereses, sean del signo que sean: teológicos, sociales, culturales, ecológicos... Al hablar del discernimiento en Francisco de Asís, ¿no estaremos proyectando sobre él algo que no formaba parte de su experiencia ni de su universo mental? Es ciertamente un riesgo que se corre en numerosas de las "lecturas actualizantes" que, en no pocos casos de un modo bastante forzado, se hacen de sus escritos y su experiencia. Creo honestamente, sin embargo, que no es este el caso. En Francisco, no hay, ciertamente, un saber sistemático sobre discernimiento, que será obra de los grandes clásicos de la espiritualidad: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz e Ignacio de Loyola; por ello, "si por discernimiento se entiende la conciencia analítica del proceso de transformación interior o un saber sistematizado..., Francisco no tiene mucho que enseñarnos; pero, si por discernimiento se entiende la lucidez espiritual para orientarse según los designios de Dios, sus escritos nos ofrecen un material muy rico». Por otra parte, será necesario no confundir ausencia de saber sistematizado con falta de conciencia refleja y de experiencia del discernimiento en san Francisco. Como demuestra un atento análisis de sus escritos el santo tiene una concepción teológica y pneumatológica ampliamente estructurada y desarrollada, índice no sólo de una experiencia especialmente intensa de la presencia y acción del Espíritu, sino también de una madura reflexión sobre esta experiencia. 1.- La experiencia del discernimiento En Francisco sólo muy ocasionalmente hallamos el vocabulario específico del discernimiento espiritual, lo cual, sin embargo, puede ser irrelevante visto el escaso uso que de estos términos hace el Nuevo Testamento, e incluso algunos de los maestros del discernimiento en la tradición cristiano como es el caso de San Ignacio que, según creo, en los "Ejercicios" usa tan sólo una vez el término discernimiento. Pero sí hallamos en los escritos de Francisco, y es sumamente determinante y frecuente en él, ese otro vocabulario que expresa la acción del discernimiento, el discernimiento en ejercicio: Son frecuentes en sus escritos las referencias al Espíritu Santo y a su acción: la transformación del corazón creyente, la unión a Cristo (cf. 2CtaF 51), la purificación, la iluminación en orden al conocimiento de la voluntad de Dios,... Y como más vale un ejemplo que mil palabras, veamos brevemente dos de los textos de Francisco mayormente centrados en el tema del discernimiento, ambos oraciones, lo que habla bien a las claras de su concepción y experiencia del discernimiento como gracia, y del protagonismo de la oración en la práctica del discernimiento. Estos dos textos son: la Oración ante el Cristo de San Damián y la Oración conclusiva de la Carta a toda la Orden, de las que hago tan sólo algunos subrayados: a) La oración ante el Cristo de San Damián "Sumo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento". Esta oración va considerada una verdadera y propia súplica de la gracia del discernimiento: Francisco pide al "Sumo y glorioso Dios" iluminación del corazón (el discernimiento en última instancia es cuestión de iluminación del Espíritu, y antes que conocimiento desde la racionalidad humana es intuición de fe que nace de la vinculación personal a Dios, del corazón), "sentido y conocimiento" (que son términos característicos de la tradición espiritual para hablar de la obra del espíritu en el corazón del creyente, que le permite reconocer la voluntad de Dios y su acción), y todo ello "para que cumpla tu santo y veraz mandamiento", horizonte de todo verdadero discernimiento. La Oración ante el Cristo de San Damián va colocada en el marco de la conversión de Francisco, y, por más que su forma definitiva y actual pueda ser algo posterior en la vida del santo, refleja el momento primero de todo discernimiento: "Señor, ¿qué quieres que haga?: es la pregunta sobre la voluntad de Dios, como base de la propia opción de vida y de la orientación fundamental de la propia existencia. b) La oración conclusiva de la Carta a toda la Orden (CtaO 52- 54); «Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por mismo a nosotros, míseros, hacer lo que sabemos que quieres y quen siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas (cf. 1Pe 2,21) de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecita Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén. " Esta oración es un verdadero mini-tratado sobre el discernimiento espiritual franciscano. El objetivo de la súplica de Francisco es también aquí la acción del Espiritu, que viene descrita con los términos característicos de las mociones del Espíritu en el Nuevo Testamento y en la tradición del discernimiento: la purificación interior, que libera al hombre del centramiento narcisista sobre sí mismo, y le lleva a poner el sentido de la propia vida e hacer la voluntad de Dios; la iluminación interior, que guía al hombre para el conocimiento concreto de la voluntad de Dios y su acción, y a su cumplimiento; y el fuego interior, expresión de toda una serie de acciones del Espíritu directamente relacionadas con la experiencia del amor? Y el horizonte de esta súplica de la acción del Espíritu, es doble: Seguir las huellas de Cristo, en el aquí y ahora; y, llegar al Altísimo por sola gracia, en el futuro de Dios. Y uno es el quehacer del hombre para ello: hacer la voluntad de Dios, y querer siempre lo que le agrada, términos que evocan directamente el vocabulario paulino del discernimiento. Esta oración supone, pues, ya hecha la opción de vida, que configura marco de referencias del propio discernimiento: el seguimiento de "las huellas de Cristo"; y lo que pide ahora es la gracia del discernimiento de voluntad concreta de Dios en el seguimiento de "la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo", y la identificación afectiva y efectiva con ella: "querer siempre lo que te agrada". No deja de ser especialmente significativo a este propósito que, tras el vocabulario con el que es descrita la triple acción del Espíritu, podemos descubrir las "tres vías" o grados de la experiencia espiritual en cuanto unión progresiva con Dios y paso progresivo del deseo religioso a la vida teologal, tal como, desde el Pseudo-Dionisio, las sistematizó la tradición". Y, porque obras son amores, junto a la enseñanza de Francisco en sus escritos --en su mayoría textos ocasionales y en ningún caso la fuente única para conocer sus ideales, su espiritualidad y, sobre todo, su vida-- está el mimo, el gesto, el ejemplo de su vida. Hay en las fuentes biográficas sanfranciscanas toda una serie de hechos, gestos, que hacen verdad aquello que San Buenaventura -el teólogo de la historia de Francisco de Asís y su fraternidad-, teniendo como trasfondo la teología paulina del discernimiento, dice del santo al hablar de su petición a Clara y a Silvestre de que trataran de discernir en oración la voluntad de Dios sobre él: "Su mayor preocupación consistía en averiguar el camino y el modo de servir más perfectamente a Dios conforme a su beneplácito. Esta fue su suprema filosofía, éste su más vivo deseo mientras vivió" (LM 12,2). 2.- Naturaleza y objeto del discernimiento Por lo que se refiere a la naturaleza y objeto del discernimiento, Francisco se inscribe de lleno -tal como se desprende de los dos textos arriba vistos- en lo nuclear de la experiencia cristiana del discernimiento, como aparece esbozada en el Nuevo Testamento, y definida en sus particulares en la tradición espiritual: El discernimiento entraña básicamente dos cosas: a) la búsqueda de la voluntad de Dios, «lo que le agrada»: "Hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada" (CtaO 50); b) el conocimiento íntimo, por medio del Espíritu, de la acción de Dios en el hombre, y de la fidelidad de éste a Dios y su voluntad: "En esto puede conocer el siervo de Dios si tiene el Espíritu del Señor..." (Adm 12,1). Criterio determinante en el reconocimiento de la acción del Espíritu soN sus frutos: los frutos del Espíritu (cf. Adms. 13-28). Pero, si es incuestionable que, por lo que se refiere a la naturaleza y objeto del discernimiento, Francisco se inscribe de lleno en lo nuclear de la tradición del discernimiento, lo hace, por otra parte de una manera propia; y ello a dos niveles: el primero, y es lo evidente, desde su singularidad personal y la singularidad del don de gracia recibida, lo que hace que él, y sólo él, sea Francisco de Asís; y el segundo, y aquí se transciende a sí mismo y nos vincula a nosotros: desde la fidelidad al camino evangélico que Dios le mostró como su voluntad sobre él y sus hermanos. Francisco, en obediencia al Espíritu, está al origen de un proyecto y forma de vida, y de una espiritualidad, con lo que ello entraña: un particular camino espiritual, con unas determinadas preferencias y acentuaciones dentro del marco común de lo cristiano y de la vida religiosa en la Iglesia. El corazón del proyecto de vida y la espiritualidad franciscana está, como es sobradamente conocido, en el seguimiento de Cristo-Siervo, o, con la palabras del propio Francisco recogidas al final de la Regla, en el seguimiento de «la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo», el doble acento que marca siempre el santo en todas sus referencias al seguimiento de Cristo, que constituye el binomio que define lo nuclear de la forma del Siervo tanto en el A.T. como en su relectura en el Nuevo Testamento. Por ello, en la forma de vida y en la espiritualidad franciscanas todo se condensa, también el discernimiento, en "seguir las huellas de Cristo"; discernimiento y sequela están indisolublemente unidos: se trata de discernir para seguir, discernir la voluntad de Dios y su acción en orden al seguimiento: "concédenos por ti mismo hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Seño, Jesucristo", y todo ello gracias a la santa operación del Espíritu: "interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo". Desde aquí puede comprenderse todo el alcance de las palabras de Francisco en el corazón de la Regla: puesto que se trata de discernir para seguir, y el Espíritu es el agente principal del discernimiento, la aspiración suprema de los hermanos ha de ser "desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación". 3.- MARCO DE REFERENCIAS DEL DISCERNIMIENTO Francisco se inserta también de lleno en la tradición de los grandes maestros del discernimiento espiritual en los que se refiere al marco de referencias del discernimiento, aunque, también en este caso y por las razones antes dichas, con sus acentuaciones propias. En efecto, el discernimiento espiritual que, como hemos visto, es una exigencia particular de la opción de vida franciscana, es un algo bastante subjetivo, y corre el riesgo del subjetivismo, que es también, de manera especial, un riesgo de la vida franciscana. Pero no por ello hay que confundir discernimiento y subjetivismo, subjetividad y subjetivismo: la primera significa el reconocimiento del carácter singular de cada persona, a nivel humano, creyente y franciscano, por tanto como vocación de Dios. El subjetivismo, por el contrario, es la negación de toda norma, de todo principio universal, la disolución del comportamiento en la más completa anarquía, sin referencias objetivas. El discernimiento franciscano, como el discernimiento en general, es siempre personal y concreto, pero tiene lugar dentro de un marco global de referencias objetivas: a) La Palabra de Dios. Dios, evidentemente, se hace palabra para Francisco en la Iglesia, en la fraternidad, en el acontecer diario vivido fiel y devotamente, en la debilidad e indigencia de los pobres, en la creación,...; pero se hace palabra de una manera única y decisiva en su Verbo, y en sus palabras, "que son espíritu y vida" como le gusta repetir (cf. 2CtaF 2; 1R 22,39; Test 13), que escuchadas y acogidas en oración son lugar privilegiado de todo discernimiento: la objetividad de la Palabra. Y el discernimiento en Francisco está contraseñado, además, por una especie de obediencia inmediata a la Palabra, b) La fe y praxis de la Iglesia, y su autoridad. Es éste otro de los elementos que contradistingue fuertemente el discernimiento de Francisco de Asís, que coloca siempre, en indisoluble unidad, junto al evangelio la Iglesia, junto a su vocación evangélica en el seguimiento de Cristo Siervo la obediencia a la jerarquía eclesiástica, mediación privilegiada de su comunión eclesial; como verdadero hombre de espíritu, supo lograr la síntesis, siempre compleja y difícil, entre obediencia y creatividad evangélica, entre fidelidad a la propia vocación y obediencia a la autoridad eclesiástica, frente a la que supo defender la originalidad de su inspiración (cf. 1R 19,3; UltVo12-3; Test 14. 25). Y es que, más allá de las contingencias históricas que pudieran llevarle a ello y de su eclesiología medieval, como motivación de fondo de la adhesión de Francisco a la institución eclesiástica y a la jerarquía, hay una profunda intuición teológica y un especial sentido de la fe. Por eso escribe al final de la Regla, recapitulando sus centros de fidelidad: "...para que, siempre sometidos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, observemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos" (2R 12,4). El seguimiento de Cristo Siervo según el proyecto de vida descrito en la Regla, y la comunión eclesial son los dos grandes centros de fidelidad de los hermanos, y por consiguiente referencias determinantes en su discernimiento, pero la fidelidad a ellos han de vivirla por vías de discernimiento, en la síntesis de ambos, evitando toda posible confusión entre obediencia y mera sumisión, y entre afirmación de la dimensión profética de la propia vocación evangélica y la simple y llana negación de la obediencia. c) La forma de vida y Regla. Es lo que Francisco expresamente dice en la Regla, al hablar de los límites de la autoridad y de la obligación de la obediencia: «Por eso, les mando firmemente [a los hermanos], que obedezcan a sus ministros en todo lo que prometieron al Señor observar, y no va en contra del alma [la inspiración del Espíritu] y nuestra Regla» (2R 10,3; cf. 1R 5,2); d) La confrontación con aquellos que hacen el mismo camino, especialmente si son maestros sabios y experimentados. El testimonio de los biógrafos a la hora de describir la vida de Francisco, y no obstante la relectura en otras claves que de los hechos hayan podido hacer en más de una ocasión, es enormemente elocuente al respecto, el comenzar por el hecho de que la Regla es el fruto de un discernimiento comunitario. Pero no son menos elocuentes los escritos del santo (cf. CtaM 13.19;1R 5,3-6; 9,1011;18,1; 20,3; 2R 6,8; LM 12,2; Flor 16). Cada uno vive el proyecto de vida franciscano, como queda dicho, de manera absolutamente personal, pero ello no significa que lo haga solo, sin compañeros de camino: la experiencia espiritual franciscana es siempre una experiencia de fraternidad: la con-vocación a vivir un mismo proyecto nos ha hecho hermanos; por eso nuestro discernimiento ha de integrar siempre el discernimiento con aquellos que caminan a nuestro lado viviendo un común proyecto de vida; y también, y sobre todo, con aquellos que caminan delante, ya sea en el tiempo, ya en la calidad de la experiencia, o en el saber, o en todas estas cosas, en razón de lo cual pueden iluminar mi propio camino, ofrecer luz en mi discernimiento, en la medida en que el camino ha sido para ellos maestro. e) No son ciertamente éstas las únicas referencias objetivas en el discernimiento en Francisco de Asís. Aunque no explicitadas en sus escritos, una lectura atenta de su vida permite perfilar algunas otras. Es el caso de la propia singularidad personal, potencialidades y límites, y las potencialidades y límites de la realidad dada, que Dios habitualmente respeta: Dios no pide lo que no da. Lo encontramos en Francisco no sólo en términos de discreción, según veremos más adelante, sino también como llamada a sus hermanos a discernir las exigencias de Dios y su voluntad teniendo en cuenta la propia condición personal, las propias capacidades y fuerzas (cf. 2R 2,18; 1Cel 57; 2Cel 22; TC 59; LP 50). Cabe considerar también como a otra de las referencias objetivas del discernimiento sanfranciscano, los llamados "signos de los tiempos", por más que sean siempre una realidad ambigua y susceptible de diversas interpretaciones, sobre todo en contextos de grandes cambios y gran fragmentación a nivel sociocultural y eclesial, como fueron los del primitivo franciscanismo. Una lectura atenta de los escritos de Francisco y de su biografía permite percibir cómo éste consideró verdaderas mociones del Espíritu las nuevas búsquedas sociales y religiosas de una sociedad más igualitaria y fraterna, una nueva configuración de la identidad cristiana y nuevo modelo de Iglesia, razón por la cual su proyecto y forma de vida viene a ser eco de ellos -"El mismo Altísimo me reveló que debía vi según la forma del santo Evangelio" (Test 14)-, y sus búsquedas vienen a coincidir en gran parte con las de los espíritus más creativos de época. 4.- SUJETOS DEL DISCERNIMIENTO Comencemos diciendo algo que, no por evidente, conviene dar por supuesto: para Francisco, como para todo maestro del discernimiento, el Espíritu Santo es el verdadero protagonista y agente del discernimiento espiritual, y en ello es particularmente explícito como ya hemos visto, que lleva a cabo su acción a través de una serie de mediaciones, sujetos del discernimiento también a este respecto la gracia nunca es pura gracia. Frente a otras tradiciones espirituales y del discernimiento, en las que éste queda de alguna manera reservado a la autoridad y al súbdito la obediencia, - habiendo llegado a acuñar el principio: "el que obedece nunca peca"-, la experiencia de vida franciscana, en razón del protagonismo que en ella tiene el discernimiento y dada su opción por la fraternidad en la reciprocidad y la igualdad, el discernimiento no queda reservado a los ministros, cual si tratara de una mediación sacral o vicarial de la voluntad de Dios: es exigencia de las fraternidades y de cada uno de los hermanos, que ha de confrontarlo con los demás y particularmente con los ministros, dada su especial responsabilidad en la vida fraterna y orden a la común fidelidad a la forma de vida. a) Cada uno de los hermanos La opción por la fraternidad en la igualdad y la reciprocidad, como realidad relacional y concreto modelo de vida comunitaria, no se limitan a la relación interpersonal, sino que tienen también su traducción en otros campos, y entre ellos, y ciertamente no secundario, el discernimiento de la, voluntad de Dios y su acción y sobre la fidelidad personal y fraterna a común proyecto de vida, derecho-deber de cada uno de los hermanos. La Regla lo sanciona al hablar del recurso espiritual y en otros lugares como ya hemos visto. De aquí la creatividad y la responsabilidad personal y fraterna de la propia obediencia, que incluye la necesidad de asumir un posible conflicto en el discernimiento al tener que hacerse éste a diversos niveles e instancias (cf. Adm 3,5-9). Un texto maestro a este respecto es la Carta al hermano León, con la que el santo sale al encuentro de su compañero que está atravesando un momento de dificultad, por un problema de conciencia, o por inseguridad o escrúpulos. El santo le escribe para serenar su espíritu, recordándole lo ya dicho, que para mayor claridad le resume en estas palabras: «Que hagas [hagáis] con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza». Francisco, pues, fuerza a León a asumir su propia libertad y responsabilidad en el discernimiento y en la decisión, limitándose a recordarle el marco de referencias: lo que agrada al Señor, y su vocación evangélica de seguimiento de Cristo Siervo. b) La fraternidad El «sacramentum fratris» es en la experiencia franciscana «lugar» determinante de discernimiento. No podía ser de otro modo desde el momento en que la fraternidad define de manera determinante la identidad franciscana como forma de vida tanto en Francisco y su Regla como en la relectura que del proyecto de vida en ella descrito hacen nuestras la CC.GG. Hay que constatar, sin embargo, que tanto en la Regla como en la CC.GG. -debido sobre todo a la falta de una verdadera tradición de discernimiento en la Orden - hay a este respecto, aunque no sólo a este respecto, una desproporción real entre la apuesta decidida por la fraternidad como elemento que define la identidad franciscana -y por lo mismo su protagonismo en el discernimiento sobre la fidelidad a la forma del santo evangelio-, las mediaciones prácticas que ofrecen al respecto, que prácticamente quedan reducidas a una (no contemplan expresamente ni siquiera el proyecto comunitario): el Capítulo a sus diversos niveles, y sin incidir mayormente en su misión en orden al discernimiento, salvo en lo que se refiere a discernir ("examinare") "si la actuación de la Orden (a nivel general, provincial y local) en cuanto a la selección de tareas, formas concretas de acción y efectividad del testimonio, responde a las exigencias del tiempo actual y de la labor evangelizadora franciscana, y señalar caminos y normas idóneos para fomentar el apostolado" (CC. GG. 112,1). Se impone, pues, por pura coherencia interna y fidelidad a la propia identidad franciscana, no olvidar esta dimensión en nuestra teorización y práctica del discernimiento, y multiplicar nuestros esfuerzos por hacer verdad el principio general que establecen las CC.GG. al hablar del voto de obediencia (art. 7,3) ("Los hermanos 'por caridad de espíritu sírvanse y obedézcanse voluntariamente unos a otros', buscando juntos los signos de la voluntad de Dios"), y por crecer en la experiencia del discernimiento fraterno, sobre todo hoy "que las mediaciones de autoridad ya no tienen fuerza renovadora de otras épocas, y hay que recrear mediaciones que respondan a dinámicas en que las personas y grupos tienen la iniciativa principal". c) Los ministros En la vida franciscana, en una de esas síntesis de madurez que hacen más apremiante la práctica del discernimiento y son fruto de él, al tiempo que la autoridad aparece desacralizada -que no por ello minusvalorada- (no es poder sagrado, ni siquiera poder carismático de discernimiento que garantizaría la voluntad de Dios, y se justifica, lo mismo que la obediencia a ella, desde el seguimiento de Cristo Siervo, en la minoridad y la fraternidad), se radicaliza su función de animación espiritual -que no "dirección espiritual"-, y acompañamiento "con la máxima reverencia del misterio de Dios inherente a cada persona con sus particulares dones", vía discernimiento, estimulando y cultivando el sentido de la responsabilidad y creatividad (CC.GG. 129). En efecto, entre los rasgos que definen la figura de la autoridad en los escritos de Francisco y particularmente en su Regla, destacan dos: 1.- El ministro es el hombre del memorial, de la continua llamada a la fidelidad creativa e incondicional de los hermanos y las fraternidades a la forma del santo evangelio, de donde nace la tarea del ministro de amonestar (moneo, traer a la memoria), que lleva implícita la corrección, y de confortar: infundir ánimo, favorecer y urgir la propia responsabilidad: "Los hermanos que han sido constituidos ministros y siervos de los demás hermanos visítenlos frecuentemente, amonéstenlos y confórtenlos espiritualmente" (1R 4,2), y corríjanlos humilde y caritativamente, no mandándoles cosa alguna que vaya en contra de su alma y de nuestra regla" (2R 10,1). 2.- El segundo rasgo, y en relación directa con el anterior, que destaca en la figura del ministro prevista en la Regla es la del discernimiento de los caminos de fidelidad a la voluntad de Dios y a la forma del santo evangelio en cada una de las situaciones en que vengan a encontrarse los hermanos y las fraternidades, y por ello ha de ser no sólo un hombre de espíritu, sino también el hombre de la acogida, de la escucha, del respeto profundo por cada uno de los hermanos tal como el Señor lo sitúa en su vida y con sus exigencias, de la aceptación de lo concreto con sus posibilidades reales de crecimiento. Especialmente elocuente al respecto es el texto antes citado de 1R 16: El discernimiento de la inspiración divina de cada uno de los hermanos ha de ser acompañado y secundado por el discernimiento del ministro, que "tendrá que dar cuenta al Señor si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento" (1R 16,4; cf. 1R 17,2; 2R 12,2). En el mismo sentido pueden leerse otros muchos textos de la Regla (cf. 1R 5,5-6; 17,2; 2R 2,2), y en especial lo que dice la Regla bulada al hablar del recurso espiritual de los hermanos (cf. 2R10,4-6). Y el discernimiento es la primera cualidad de la radiografía espiritual, que según Celano hace Francisco del ministro ideal: "A él sobre todo, toca discernir las conciencias que se cierran, y descubrir la verdad oculta en los pliegues más íntimos" (2Cel 186). 5.- PRESUPUESTOS DEL VERDADERO DISCERNIMIENTO Hablar de presupuestos es tratar de requisitos previos, o de condiciones que posibilitan el verdadero discernimiento; aunque lógicamente, como sucede en general en la experiencia espiritual, son a un tiempo presupuestos y derivados. Este es un tema al que dieron gran importancia los clásicos del discernimiento cristiano, que centraron su atención en los prepuestos espirituales cosa que hoy consideramos insuficiente desde una comprensión más completa del psiquismo humano, de sus dinamismos y mecanismos inconscientes que obliga a hacer un amplio espacio a lo que podríamos llamar los presupuestos antropológicos del discernimiento, directamente relacionados con los anteriores, sin por eso confundirse con ellos. Una lectura atenta de los escritos de Francisco, y particularmente de si Carta a un Ministro, y la Carta al hermano León -ambas un ejercicio práctico de discernimiento-, permite individuar algunos de los presupuesto; básicos de su experiencia de discernimiento: a) La sintonía con el Espíritu Porque han de vivir en discernimiento y para vivir en discernimiento, la aspiración máxima de los hermanos ha de ser, como hemos reiterado "tener el Espíritu del Señor y su santa operación", ser "hermanos espirituales", lo cual entraña todo un proceso humano y espiritual de purificación, iluminación, un éxodo de la carne para vivir según el Espíritu. San Ignacio habla de este presupuesto en términos de vida de la gracia como conditio sine qua non del verdadero discernimiento, que no es el fruto de la aplicación de unas técnicas, sino de afinidad de espíritu con Dios, con Cristo, desde el ir haciendo propios sus sentimientos y actitudes, como talante y modo habitual de situarse ante Dios y ante la realidad toda. Un eco fiel de la experiencia de Francisco al respecto parecen ser las palabras con las que San Buenaventura da razón de las búsquedas del santo en su juventud: "Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su persona ya que volcada su atención en las cosas exteriores y arrastrado además por el peso de la naturaleza caída hacia los goces de aquí abajo, no había aprendido aún a contemplar las realidades del cielo ni se había acostumbrado a gustar las cosas divinas" (LM 1,2). b) La indiferencia espiritual Es éste un presupuesto en el que incidieron especialmente los grandes maestros: que uno se sitúe en orden al discernimiento de la voluntad de Dios y su acción, sin posturas previamente tomadas, y habiendo hecho hasta tal punto la voluntad del Señor el sentido y el imperativo fundamental de la propia vida, que le sea indiferente hacer una cosa u otra con tal estar a lo que Dios quiera. Los mismos maestros del discernimiento hacen notar cómo la indiferencia no es propiamente espiritual, si no se da en el marco de ciertas preferencias: Al final de la 2ª semana de los Ejercicios espirituales, san Ignacio, presenta una meditación sobre los "tres grados de humildad" en la que invita el ejercitante a seguir a Jesús haciendo propias sus preferencias: preferir debilidad a poder, pobreza a riqueza, ocultamiento a gloria. Una experiencia similar sobre el protagonismo de la indiferencia espiritual en el discernimiento franciscano puede percibirse tras las palabras de Francisco al Ministro, con las que le invita a resituar su aparentemente noble deseo de retirarse a un eremitorio -proyecto suyo y meta que desea cumplir- para dar paso a la disponibilidad agradecida al querer y a la acción de Dios, desde la preferencias de Cristo el Siervo: prefiriendo persecución antes que abandonar a sus hermanos: "Y ama a los que esto te hacen. Y no quieras de ellos otra cosa, sino lo que el Señor te dé. Y ámalo precisamente en esto, y no quieras que sean mejores cristianos. Y sea esto para ti mejor que vivir en un eremitorio" (CtaM 5-8; cf. Adm 3,9). c) La identificación vocacional Ya hemos visto más arriba como Francisco, en su Carta al hermano León, acogiendo la necesidad de ayuda de éste, lo hace encarándolo con la necesidad de asumir su libertad y responsabilidad en el discernimiento. Al hacer así, Francisco no rehuye, en modo alguno su responsabilidad personal pero sabe que la dinámica de una vida fraterna como la franciscana reclama que el que obedece no abdica de su responsabilidad, ni lo hace desde la necesidad de seguridades; y el que manda no impone pretendiendo objetivar la voluntad de Dios y la conciencia del hermano. Francisco, por otra parte, en ningún modo abandona a León a su propio capricho, o lo deja en su desamparo; muy al contrario, lo coloca ante las instancias supremas de la vida franciscana, con la que le sabía fuertemente identificado, y porque le sabía vocacionalmente identificado: "Esto es lo que te aconsejo. Que hagas, con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza" (CtaL 3). Aunque la respuesta de Francisco sea una respuesta personal a un caso concreto, parece que pueda generalizarse en la medida en que se presupone una experiencia fuerte de identificación vocacional. d) Una mirada de gracia sobre la realidad Francisco invita al hermano Ministro a transformar su mirada sobre la dura realidad que le toca vivir, para poder descubrir, más allá de los innegables dramas, la dimensión de gracia de todo cuanto acontece, percibiendo en ello las mediaciones de la voluntad de Dios y su acción: "Todas las cosas que te son obstáculo para amar al Señor Dios y quienquiera que te ponga obstáculo, sea de los hermanos o de cualesquiera otros, aunque te azotaran, debes tenerlo por gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y sea esto para ti verdadera obediencia al Señor Dios y a mi" (CtaM 2-4). e) Una actitud básica de incondicionalidad En Francisco hay una actitud de reserva sistemática frente la mediocridad típica de quien se da a Dios calculadamente, de quien pone una vela a Dios y otra al diablo de su racionalidad desconfiada. Sorprende en efecto que sus referencias a la prudencia sean para poner en guardia frente a lo que él llama "la prudencia de la carne". Ha entendido muy bien que el discernimiento es ante todo cuestión de vinculación del corazón, y por ello no se vive desde los mínimos sino desde la incondicionalidad que busca siempre los máximos posibles, desde la experiencia del amor apasionado y absoluto de Dios: "Y en esto quiero conocer si amas al Señor y me amas a mí, siervo tuyo y suyo, si procedes así: que no haya en el mundo ningún hermano que, habiendo pecado todo lo que se puede pecar, se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin tu misericordia" (CtaM 9). III.- LA PRAXIS DEL DISCERNIMIENTO EN FRANCISCO DE ASÍS 1.- Principales criterios de discernimiento de la experiencia espiritual y vocacional franciscana Es éste un tema central en los maestros del discernimiento cristiano, y un aspecto particular del discernimiento: san Ignacio lo llama la «discreción de espíritus" y lo pone en relación directa con el discernimiento de las mociones, para lo cual da una serie de reglas, al final de la primera y segunda semana de los "Ejercicios", siempre supuesto el carácter prudencial de las mismas. El objeto del discernimiento de espíritus es reconocer por sus frutos la acción del Espíritu de Dios en el corazón del creyente. ¿Existe en Francisco algo al respecto? Hoy se va abriendo paso entre los estudiosos del franciscanismo -aunque luego "nadie le meta el diente"- la convicción de que las Admoniciones, en línea con lo que ya K. Esser había apuntado como contenido y objeto de las mismas, sin ser un tratado del discernimiento, nos ofrecen algunos de los criterios sanfranciscanos en el discernimiento espiritual, y especialmente del discernimiento de la experiencia espiritual y vocacional franciscana. En ellas Francisco vuelve a proponer a sus hermanos las grandes opciones de su proyecto de vida -la experiencia de la suficiencia y soberanía de Dios y su gracia, la fraternidad, la pobreza-minoridad (fuertemente contraseñadas por la desapropiación efectiva y afectiva y el servicio humilde desde la no-pretensión), y la misión- evangelización describiendo el espíritu animador que las hace posible, y los criterios de discernimiento de la fidelidad a ellas del Hermano Menor». ¿Qué nos dicen las Admoniciones en relación con los criterios de discernimiento de la voluntad de Dios y su acción en el Hermano Menor según Francisco? Precisarlo no es en principio tarea fácil, dado que sólo una de las Admoniciones se centra explícitamente en el tema del discernimiento, la Adm 12, que lleva por título: «¿Cómo conocer el Espíritu del Señor?» Uno es básicamente, según este texto, el signo de reconocimiento de la acción del Espíritu del Señor y de la fidelidad a él por parte del Hermano Menor y en su condición de Hermano Menor: la desapropiación interior. Sin embargo, una lectura atenta de las Admoniciones pone de relieve que ésta es una realidad de implicaciones múltiples, y múltiples relaciones y correlaciones. La lectura atenta de las Admoniciones nos revela ciertas preferencias, no sólo en los temas, sino sobre todo en los criterios de valoración y en la correlación entre ellos. Así, por ejemplo, el criterio último de la obediencia es el amor (Adm 3); del amor lo es la gratuidad (Adms 9; 24; 25), de la gratuidad la desapropiación... Todo ello permite perfilar los criterios más importantes de discernimiento de la experiencia espiritual y vocacional franciscana en las Admoniciones, algunos de los cuales vemos seguidamente: Una última observación antes del análisis particular de cada uno de ellos. Alguno de los pocos autores que se han acercado a este tema en Francisco conceden una especie de primado, entre los criterios de discernimiento, a la desapropiación: sería el criterio supremo y al que correspondería el mayor grado de certeza. ¿Qué hay detrás de semejante afirmación? Dos cosas: La primera: la presencia masiva y descollante de este tema en las Admoniciones; la segunda: el hecho de que éste es el criterio global que se ofrece para discernir el Espíritu del Señor en la Adm 12, la única centrada explícitamente - como queda dicho- en el discernimiento de espíritus. Por mi parte considero legítimo el reconocimiento de dicho primado, a condición de que sea entendido correctamente. Creo que no es respetuoso con «la coherencia interna» del proyecto de vida franciscano, -que las Admoniciones quieren hacer transparente a nivel de las profundidades mismas del Espíritu que discierne, divide, separa como espada de doble filo- considerar este primado como exclusivo: en este proyecto la pobreza-minoridad (desapropiación) comparte primado con otras opciones clave, y particularmente con el amor-fraternidad, que es, sin lugar a dudas, otro de los temas prioritarios, cualitativa y cuantitativamente, en las Admoniciones. Cuando se habla del proyecto de vida franciscano las prioridades no son nunca excluyentes, sino son determinantes e íntimamente relacionadas; como confirman las mismas Admoniciones. 1.1.- La desapropiación Es signo de la acción del Espíritu del Señor en los hermanos, y de su fidelidad a él en el camino del seguimiento de "las huellas" de Cristo, la actitud fundamental de desapropiación, y signo del espíritu de la carne toda actitud de apropiación. En esta misma línea se mueven nuestras actuales CC.GG. que hacen de la desapropiación como actitud interior de desprendimiento y apertura a Dios y solidaridad, uno de los ejes del modelo teóricopráctico de la pobreza-minoridad franciscana. A lo largo de su vida Francisco no cesó de reaccionar contra la voluntad de apropiación que se esconde en la entraña más profunda del hombre y de hombre espiritual, y que puede contraseñar hasta la vida a primera vista más fiel evangélica y espiritualmente: «los hermanos no se apropien nada pan sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna» (2R 6,1). Es más, Francisco es especialmente consciente de que la apropiación encuentra en aquellos que han hecho suyo el proyecto radical del evangelio la forma de vida franciscana, un terreno especialmente abonado: su opción de vida dispara en los hermanos el deseo de absoluto, el sentido de la radicalidad e incondicionalidad, que suele traer consigo la megalomanía de deseo religioso que quiere apropiarse del don de Dios, y autojustificarse ante él (cf. Adms 7,4;12;..), que juzga y condena a los hermanos so pretexto de mayor radicalidad. Por ello ha de cumplirse aquí «la ley habitual en todo proceso de transformación: que allí donde se recibe el don de desplegar el deseo, allí se ha de pagar el precio de la desapropiación». Y la apropiación y desapropiación puede vivirse a todos los niveles en la vida de los hermanos, desde los más profundos a los más superficiales, desde los más globales y totalizantes a los más concretos y puntuales, desde las aspiraciones más altas a las más a ras de tierra. La apropiación del propio ser (cf. Adm 2), la apropiación del deseo y la búsqueda personal de Dios (cf Adm 14); la apropiación de personal fidelidad evangélica (cf. Adm 11); la apropiación de la voluntad en relación con la obediencia a los ministros y los demás hermanos (cf. Adm 3,10); la apropiación del quehacer, cargo o servicio (cf. Adm 4); la apropiación del saber (cf. Adm. 7,4), ... A lo largo de las Admoniciones asoma con energía la solicitud de Francisco por situar a los suyos en la verdad. Denuncia las desfiguraciones de la vida espiritual de aquellos que han hecho objetivo base de su vida «seguir la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo»; e indica los signos que descubren certeramente, bajo las apariencias más virtuosas y más religiosas, la voluntad posesiva, tales son la turbación, la irritación, la impaciencia, la agresividad, que manifiesta el hombre en las contrariedades, la envidia, etc. (cf. Adms 4;8;13;14;15;..) estas cosas son, a sus ojos, los síntomas ciertos de la voluntad posesiva frecuentemente inconsciente. Por el contrario, son signos indudables de desapropiación: la apertura humilde, el reconocimiento agradecido de los dones de Dios en la propia pobreza radical, y un corazón fraterno y reconciliado. La autenticidad de la desapropiación queda pues sometida al criterio del amor. 1.2.- El amor gratuito Un segundo y determinante criterio de discernimiento -segundo no quiere decir menos importante- es el amor, y el amor en su doble vertiente: el amor a Dios y el amor a los hermanos, vividos, desde la originalidad de lo cristiano, como un sólo amor. a) El amor a Dios Francisco, evidentemente, se sitúa aquí en la óptica cristiana del Nuevo Testamento. La existencia cristiana está radicalmente fundada en el amor primero de Dios, en su gracia salvadora, en su misericordia entrañable, hecha manifiesta en la entrega a la muerte de Jesús el Hijo. Sobre este amor radical y primero se funda la existencia evangélica de los Hermanos Menores, y la incondicionalidad y radicalidad de su entrega (cf.1R 23,8). Por eso criterio determinante de discernimiento sobre la fidelidad al Espíritu en el seguimiento de las huellas de Cristo y de la acción del Espíritu en el hermano Menor será siempre el amor a Dios, que - aunque criterio de discernimiento- necesita también ser contrastado y discernido. Francisco ofrece un signo de discernimiento del verdadero amor a Dios: el amor en la cruz y el sufrimiento (cf. Adms 15,2; 9,3). b) El amor al hermano Fiel a la originalidad de la experiencia cristiana, y en la coherencia interna de su proyecto, Francisco trata continuamente de desenmascarar en su hermanos, la falsa pretensión espiritualista de quien vive la experiencia y la «ascensión espiritual» como liberación de lo sensible, incluido el hombre hermano y su sufrimiento. La experiencia espiritual franciscana es siempre una experiencia de fraternidad y comunión, por ello tiene como criterio de discernimiento de la propia fidelidad vocacional y del amor a Dios el «amo de verdad y con obras» al hermano (cf. Adm 9), que no se mide sobre mínimos sino sobre los máximos posibles, desde la búsqueda creativa d aquello que más le agrada y conviene. En esta misma línea se mueven nuestras CC.GG. que, más allá del sin fin de sus referencias concretas (ci CC.GG.38; 40; 42,1;44;...) han hecho suyo el modelo "fraternitas" de Francisco y su Regla. El amor, y no la obediencia..., que ha de ser sometida también al criterio supremo del amor: la obediencia según el Espíritu en la vida franciscana es siempre «obediencia caritativa»: «Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia» (SalVir 3). No podemos detenernos en ello y en sus implicaciones y problemática práctica. Bástenos dejar constancia de dos cosas: que la concepción franciscana de la obediencia no hace de la desapropiación un principio ascético en virtud del cual los hermanos tendrían que obedecer incondicionalmente; no es un principio ascético sino de discernimiento; y, en segundo lugar, que el criterio de discernimiento de si uno anda franciscanamente en obediencia es éste: si es capaz de hacer la síntesis entre obediencia a los ministros y fidelidad a la propia conciencia, en e amor que entrega la propia vida por los hermanos: que, estando dispuesto a obedecer, si uno tiene que atender a su propia conciencia por encima de la voluntad del ministro, no se separa de él, le «ama más por Dios»; y en el momento en que está plenamente disponible para hacer lo que dice el ministro, no lo hace por simple seguridad o ciega sumisión, sino «que entrega su alma a sus hermanos» por amor, en libertad y discernimiento (cf. Adm 3). El amor es criterio determinante del discernimiento, pero, ¿cómo saber si es verdadero amor? También el amor tiene su propio criterio de discernimiento: la gratuidad. Francisco define el principio de la gratuidad en las relaciones fraternas de los hermanos sobre todo en relación con los enfermos y los pecadores (IR 5,7-8;2R 6,9): porque la fraternidad es don en sí misma, sin otra justificación que el ser hermanos, el enfermo, el pecador, el problemático nos ofrece una ocasión privilegiada para vivir la fraternidad, y se convierte en lugar privilegiado de discernimiento de nuestra vida fraterna. Una de las mejores formulaciones al respecto la hallamos en la Adm 24, que lleva el sugestivo título: «El verdadero amor»: «Dichoso el hermano que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corresponderle, como cuando está sano y puede hacerlo». El verdadero amor fraterno en la vida franciscana, el que nace del Espíritu, tiene, pues, un signo inconfundible: la gratuidad. Y en ese discernimiento siempre al límite, Francisco ofrece en la Adm 9 un lugar extremo de discernimiento de la gratuidad del verdadero amor: el amor al enemigo. 1.3.- La humildad agradecida y solidaria Es éste, junto con la obediencia, un criterio de discernimiento de espíritus al que la espiritualidad tradicional concedió una excepcional importancia y hasta un primado. Detrás de ello había y hay una percepción particularmente certera de la experiencia espiritual: «sin la humildad Dios no hace su obra, r por más maravillas que hayamos hecho. La humildad es como el subsuelo de la vida espiritual, el «humus» de las virtudes teologales». El error quizá haya estado en confundir la humildad con sus sucedáneos, y especialmente la auto-humillación y la inhibición. La humildad «no es cuestión de actos de auto-humillación sino de verdades: la verdad de nuestra finitud, la verdad de nuestros montajes, la verdad de nuestro pecado, y la verdad del amor infinito de Dios. Y, por lo mismo, la humildad verdadera está hecha también de aceptación propia en la autoestima, de autoconciencia de dignidad. de agradecimiento de audacia y de esperanza». Hoy, por otra parte, nos hemos hecho mucho más cautos a este respecto, porque al recurrir al análisis crítico en el discernimiento (y particularmente partir de la sicología) hemos descubierto la gran dosis de mentira e inautenticidad que puede esconderse tras una humildad impecable en su exterior: el narcisismo invertido en sus formas, el cultivo enfermizo de la propia imagen a través de actos de auto-humillación, etc; y cómo lo que llamaren humildad como virtud ascética (abajamiento impuesto como imperativo ético) no rara vez quiebra la autoestima básica o es fruto de ella -sin la cual hombre no crece autónomo y libre-, con lo que queda profundamente condicionada la vida del espíritu. 1.4.- ¿Qué dice Francisco al respecto? Ante todo hay que afirmar que la humildad encuentra un puesto destacable, cuantitativamente hablando, entre los criterios de discernimiento de espíritus en las Admoniciones. En realidad no podía ser de otro modo, tanto desde 1 determinante que es en sí la humildad en la experiencia espiritual, como de de la centralidad que ocupa la minoridad -que es a un tiempo realidad sociológica y espiritual- en el proyecto de vida franciscano. Ya dejaba Francisco intuir esta centralidad de la humildad en la experiencia espiritual y vocacional franciscana cuando en el corazón de la Regla uní como aspiración máxima de los hermanos: «Tener el espíritu del Señor y santa operación y orar continuamente al Señor con un corazón puro», y «tener humildad» (2R 10,9); y lo mismo cuando condensa, al foral de la Regla, los centros de fidelidad de esta vida, lo hacía en los términos de «seguir la pobreza y humildad de N.S.J.C.» (2R 12,4). A lo largo de las Admoniciones Francisco describe los rasgos de la verdadera humildad. Es verdadera humildad aquella en la que se dan a un tiempo las siguientes características: a) anda en verdad, es decir acepta positivamente la propia realidad personal y creatural, que es indigencia y riqueza, pecado y gracia (cf. Adir 5; 19; CC.GG. 34,1; 65); b) es menor, es decir, se vive en el servicio humilde a los hermanos, prefiere servicio a poder, entrega verdadera a prestigio (cf. Adms 19,4; 12,2; CC.GG. 42; 66; 91); c) es fraterna: es decir, está hecha de aceptación del otro en su grandeza y en su mismo pecado (cf. Adm 11); y no se cierra a la corrección, es más, la acepta positivamente (cf. Adm 22,1; CC.GG. 33,1; 99); d) y, finalmente, es agradecida: acepta y reconoce el don de Dios y a él lo refiere y lo restituye (cf. Adms 18,2; 11,4; 23, 1-2; CC.GG. 20), y acepta y reconoce en la gratuidad el don del hermano (cf. Adms 24; 25; CC.GG. 40; 44). Las Cartas de Francisco al Ministro y al Hermano León llaman la atención sobre un posible equívoco: confundir la humildad-minoridad con la debilidad, o con la no-responsabilidad o falta de compromiso personal. Pero al igual que los demás criterios de discernimiento en Francisco, también la humildad de espíritu necesita ser discernida desde el amor y la cruz (cf. Adms 17,1;13,2-3). 1.4.- La verdadera alegría Miramos al relato-alegoría de la Verdadera alegría, que justamente va colocado entre los Avisos espirituales junto con las Admoniciones, y que desde el punto de vista de su contenido tiene, a mi juicio, un doble valor más importante: el primero, su carácter "autobiográfico", sólo comparable al Testamento del santo, auque en nuestro caso el lenguaje no sea el de la descripción histórica de unos hechos, sino alegórico-simbólico; el segundo, y la aportación más específica de la Verdadera alegría entre los escritos de Francisco, su carácter de reafirmación, e incluso de reivindicación por parte del santo de su particular comprensión de "la forma del santo evangelio" y la propuesta de los criterios de discernimiento de la fidelidad al Espíritu en el seguimiento de las huellas de Cristo. Es a este respecto uno de los textos más significativos de sus escritos. Efectivamente, a las palabras de Francisco "En esto no está la verdadera alegría" les podemos encontrar un primer sentido en la conclusión de la Adm 5; «Todas estas cosas te son contraproducentes, y ninguna de ellas te pertenece, y de ninguna de ellas puedes gloriarte». Pero cabe también ver en ellas un segundo sentido, complementario, y explicación, a su vez, de las razones del rechazo de Francisco. Lo encontramos en la confrontación de los dos bloques temáticos: Los sujetos respectivos - la Orden y Francisco-, aparecen marcados por diferentes concepciones de la vida y la identidad franciscana, de la misión y el servicio eclesial de los hermanos. Está, por una parte, la Orden, cautivada por la seguridad del orden jurídico-religioso, objeto incipiente de un status de poder, prestigio e influencia social; y por otra, Francisco, el hermano, mendigo y menor, que desde el ejemplo afirma el ideal y la originalidad de su inspiración: el sitio y ser de los hermanos en la Iglesia es el ser menores, seguir «la pobreza y humildad y el santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2R 12,4), quien en su encarnación, eligió un mesianismo en la renuncia al uso de Dios en beneficio propio, al tener, y a poder y a la sombra huidiza de la gloria humana, en virtud de su ser el Siervo frente a un mesianismo fácil, de eficacia, en clave de poder y de prestigio desde una imagen de Dios como poder que somete y sustituye al hombre que propone Satán. Aunque haya que considerar en bloque las diversas imágenes de la primera parte (vv.4-6) porque traducen un único mensaje -la tentación-orientación de la Orden en función del poder y el prestigio institucional-, la diversidad de cada una de ellas permite marcar diferentes acentos: a) No está la verdadera alegría, que nace de la fidelidad al Espíritu en el seguimiento de las huellas de Cristo según "la forma del santo evangelio", en la orientación de la Orden, y por consiguiente de cada uno de los hermanos, por los caminos de poder y prestigio institucional desde un aprecio unilateral de la ciencia (v.4), que pone en peligro la fidelidad de los hermanos a la forma de vida según el evangelio, en la fraternidad, 1, sencillez y minoridad (ad intra: distinción de clases o status...) y ad extra b) No se halla tampoco la verdadera alegría y la fidelidad al Espíritu, en la búsqueda del poder y el prestigio institucional por parte de la Orden por los caminos de la influencia religiosa y sociopolítica (v.5), en abierto contraste con la ausencia de poder material y espiritual de los menores, que Francisco personifica y a quien. los hermanos desprecian porque «somos tantos y tales que no te necesitamos» (v.11). c) Tampoco se encuentra la verdadera alegría en la búsqueda del poder y el prestigio institucional, por las vías del éxito apostólico o en la santidad del fundador de la Orden (v. 6), afirmando la prioridad del hacer sobre el sencillo testimonio de vida, de la admiración sobre el seguimiento. d) En la respuesta primera del hermano portero - «no es hora decente para andar de camino» (v.10)- podemos descubrir todavía una cuarta tentación-orientación de la Orden, desautorizada también como signo contrario a la acción del Espíritu: la tentación de la seguridad del orden jurídico-religioso, frente a la dinámica del evangelio, el discernimiento y la creatividad que entraña el ser menores, siempre atentos a la voluntad sorpresiva de Dios, y el principio de la fraternidad (cf. 1R 7,13-14; 2R 6,7-8). Sin olvidar sus lógicos aspectos positivos -no se trata de hacer una lectura unilateral del relato leyéndolo como un rechazo de la ciencia, de la eficacia apostólica, del poder influir en las estructuras para transformar nuestro mundo según el evangelio-, Francisco fija como criterio de discernimiento de la fidelidad al Espíritu y su acción en cada uno de los hermanos y en la Orden, la verdadera alegría, que está en la fidelidad a la forma del santo evangelio, que en la conducta de Francisco se presenta dialécticamente radicalizada y en su forma extrema: el sufrimiento, el rechazo, la desapropiación y la pobreza al límite, el amor que prefiere persecución antes que abandonar a los hermanos: La Verdadera alegría de los Hermanos Menores, como fruto del Espíritu, es la que brota de la fidelidad al ideal evangélico de pobreza-minoridad, a la fraternidad; de la afirmación, desde la propia conducta de Francisco y su palabra, de una vida según el espíritu de las bienaventuranzas, como la primera y principal misión de los hermanos, antes que la posibilidad de influir en el mundo por la calidad de su saber, su predicación, su influencia religiosa o sociopolitica,... (cf. 2R3,10-11). En esta misma línea se mueven también, a nivel teórico y práctico y como lugar de discernimiento, nuestras actuales CC.GG.: la propuesta de vida franciscana y las claves para el discernimiento de la misma que subyacen al relato de la Verdadera alegría configuran su mismo modelo de misión-evangelización, según se desprende claramente de la lectura de los cc. 4 v 5. Pero, al igual que el resto de los criterios de discernimiento vistos anteriormente, la verdadera alegría necesita también ser discernida: no es alegría verdadera si su soporte no es otro que el de la mera autenticidad ética que opta por el radicalismo evangélico; es verdadera si aparece informada por la desapropiación, el amor gratuito y la humildad-minoridad solidaria. 2.- ALGUNAS REGLAS DEL DISCERNIMIENTO También a nivel "reglas de discernimiento", hay que confesar, una vez más, que en Francisco no hay una formulación expresa al respecto, aunque sí una experiencia que presupone y posibilita una cierta elaboración personal de algunas reglas. De hecho una lectura atenta de las Admoniciones confrontándolas con las reglas de discernimiento de San Ignacio, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, pone de relieve una coincidencia profunda de Francisco a este respecto con los grandes maestros de la tradición cristiana, que elaboraron de manera refleja y sistematizada su experiencia del discernimientos' Su punto de partida es, que la voluntad de Dios y su acción son en sí mismas inobjetivables, sólo indirectamente, en sus frutos podemos percibir la voluntad de Dios y su acción: en las mociones (los movimientos interiores) y en las propias obras. Sin pretensión alguna de ser exhaustivos, he aquí algunas de las "reglas de discernimiento" que parecen estar, al menos de manera intuitiva, tras la práctica del mismo en Francisco: a) El discernimiento ha de hacerse siempre desde un conjunto de signos, el mayor número posible, no basta un sólo signo. Ésta es, como hemos visto, una de las reglas más evidentes de su "Tratado" de discernimiento: Todo criterio necesita ser discernido por los demás; no hay criterio absoluto e inequívoco; y sólo la convergencia de criterios permite llegar a las certezas de fe -que no seguridades psicológicas- que llevan a la acción en el discernimiento. b) Lo de Dios cuesta pero pacifica. Por ello en el discernimiento hay que evitar un doble extremo: por una parte, confundir sacrificio y obra del Espíritu, en virtud de lo cual cuánto más cuestan las cosas más son signo del Espíritu; y por otra, pensar que sólo lo que fluye espontáneamente, sin trabajo ni dolor, es fruto del Espíritu: "Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este mundo, conservan la paz en su alma y en su cuerpo, por el amor de nuestro Señor Jesucristo" (Adm 15). Las cosas de Dios siempre cuestan, pero pacifican; frecuentemente hacen sufrir, pero liberan por dentro. De aquí se deriva un tercer criterio: c) No es obra del Espíritu, aunque tenga la mejor apariencia y lo acompañen las mejores razones y las más evangélicas, lo que habitualmente produce desazón, miedo, dureza interior, agresividad y rechazo: "Nada debe disgustar al siervo de Dios, fuera del pecado. Y sea cual sea el pecado que una persona cometa, si el siervo de Dios, no teniendo caridad, se turba y se aira por ello, atesora para sí culpas" (Adm 11). d) Lo de Dios suele distinguirse por la «síntesis de contrarios» que realiza; síntesis entre conciencia del propio límite y confianza en Dios, autonomía y obediencia, radicalismo y ausencia de todo rigorismo, libertad crítica y comunión, conciencia del propio pecado y confianza incondicional en la misericordia de Dios,... "En esto puede conocer el siervo de Dios si tiene el Espíritu del Señor: si cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, siempre opuesta a todo lo bueno, sino más bien se ve a sí mismo más vil y se estima menor que todos los demás hombres" (Adm 12) e) El "mal espíritu» se alimenta de razones espirituales pero son turbio, sus fines". Nuestro inconsciente y nuestro super yo son frecuentemente fuente de profundos engaños e inautenticidad en nuestras vidas, en las que actúan solapadamente presentando a nivel de conciencia razone: nobilísimas y altamente espirituales para hacer las cosas; cuando no rara, veces las motivaciones ocultas son otras y muy otras, y a veces opuestas lo cual exige, pues, una gran vigilancia sobre sí mismo para andar en ver. dad, dando a lo que uno vive y siente su propio nombre: "Hay mucho que, entregados a la oración y las devociones, hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por una sola palabra qué parece ser injuriosa para su propio yo, o por cualquier cosa que se les quita, se escandalizan enseguida y se alteran. Estos tales no son pobres de espíritu" (Adm 14). Esta Admonición de Francisco recoge la tradición de los antiguos maestros espirituales, según la cual las tentaciones peores son las que se presentan con apariencia de bien . Lo religioso se presta siempre a engaño, lo mejor suele estar muy cerca de lo peor, por lo que hay que alimentar siempre una sana sospecha; es más, "las tentaciones", a medida que se avanza en el camino espiritual, son cada vez más sutiles: y así, la vanagloria, que la persona que se inicia en el camino del Espíritu comienza a ver como algo torpe en sus formas más burdas, ahora puede esconderse baje apariencia de celo pastoral, entrega generosa e incondicional,..." ; la persona puede parecer altamente ejemplar; y sin embargo, cuando las cosas no salen o no se hacen como ella quiere, "enseguida se altera y se turba", con lo que, tras aquello que parecía puro celo por el Reino, aparecen las formas más variadas de narcisismo, invertido en sus formas. 3.- PRINCIPALES NOTAS CARACTERÍSTICAS DEL DISCERNIMIENTO EN SAN FRANCISCO. RELECTURA Y ACTUALIZACIÓN Del análisis hecho hasta aquí de las Admoniciones, por mas que sumario, podemos deducir algunas de las notas características más salientes de la experiencia del discernimiento en san Francisco a) La inmediatez de la obediencia a la Palabra de Dios Hay en Francisco una especie de literalismo en el discernimiento. Como prueba de ello bastaría leer la Regla de 1221, estructurada lógicamente en torno a esta dialéctica: los hermanos harán esto o lo otro, «porque dice el Señor en el evangelio» ...Y así, por ejemplo, a la hora de precisar la voluntad de Dios sobre cómo los hermanos han de ir por el mundo, como testigos y profetas del reino, se limita a transcribir literalmente las exigencias del discurso de la misión y del sermón del monte (cf. 1 R 14; 16,1-6). No hay en Francisco una atención explícita a los procesos, a las condiciones objetivas para esa obediencia a la Palabra, a las consecuencias. Esto no quiere decir que sea un romántico ingenuo, o que su «literalismo» sea fundamentalista. De hecho en él encontramos también muchos datos que nos hablan de su lectura «mediatizada» de la Palabra en orden al discernimiento de la voluntad de Dios, porque, como afirma reiteradamente, lo determinante no es la letra sino el espíritu (cf. Adm 7; 2R 2,1 ss;...), y hasta podemos descubrir en él una cierta referencia a lo que nosotros llamamos los procesos, como es el caso del capítulo 2 de la Regla en la doble redacción llegada hasta nosotros, donde se establece un cierto proceso de discernimiento vocacional. Con todo, es claro que el discernimiento en Francisco, habitualmente se sitúa en la inmediatez de la obediencia a la Palabra. En esto, evidentemente nosotros no nos sentimos identificados con él, e incluso, por fidelidad, por pertenecer a una cultura diferente - más sensible a lo subjetivo, a los procesos, a las condiciones objetivas-, hemos de tomar cierta distancia frente a él. Pero la inmediatez del discernimiento en Francisco nos recuerda lo nuclear del discernimiento espiritual: no hay discernimiento sin obediencia incondicional, desde la fe vivida como confianza en Dios. Cuando el discernimiento está demasiado preocupado por los procesos y por las condiciones objetivas, fácilmente aparece dominado por el espíritu de cálculo: uno no arriesga, tan sólo controla. Con la inmediatez de su discernimiento Francisco nos da la clave: todo discernimiento depende de la obediencia, es decir de la opción fundamental por el evangelio -y no hay evangelio sin radicalismo e incondicionalidad-, vivido desde la fe como confianza; y allí donde se pierde la inmediatez de esta obediencia no hay posibilidad de discernimiento ni de vida espiritual, tan sólo cálculo humano, análisis racional, afirmación del hombre desde sus propias fuerzas, sean las del idealismo o las del realismo más o menos craso,... b) El radicalismo evangélico Es una nota característica del discernimiento en Francisco, directamente relacionada con la anterior, y lógica consecuencia de ella, dado el peso específico que tiene el radicalismo evangélico en el proyecto de vida franciscano. No sorprende, pues, que él haya hecho del radicalismo evangélico lugar determinante de discernimiento de la experiencia espiritual- vocacional propia y la de sus hermanos. Es un hecho sobre el que no es necesario abundar dado que destaca en una simple lectura de las citas y los trasfondos evangélicos de las Admoniciones. (cf. Adms 3,1; 4,1; 9,1;13-16;...). c) El primado de la praxis Lo espiritual en Francisco está siempre referido a la praxis concreta, a una confrontación con la realidad, desde unas opciones de vida; lo reflexivo, lo analítico está siempre subordinado a la praxis. Y ello a un doble nivel: el discernimiento se hace desde la praxis concreta; se orienta y autentifica en la praxis concreta: se traduce en las opciones prácticas y no en las idealizaciones o racionalizaciones. Las Admoniciones son, a este propósito, un tratado maestro: la afirmación más absoluta de la prioridad de la praxis, de lo concreto en el discernimiento de la propia experiencia espiritual y vocacional franciscana. En esto Francisco es eminentemente moderno. A diferencia de la espiritualidad que va de los siglos XV al XIX, que está muy marcada por la interioridad y tiende a ser moralista e individualista, hoy la espiritualidad tiene mucho más en cuenta la praxis, las opciones evangélicas de la existencia, la necesidad de transformación estructural de la realidad,... Francisco mantiene un gran equilibrio entre interioridad y praxis: reivindicando la trasformación interior del centro personal desde donde vive el hombre, no cae en la tentación de reducir la espiritualidad a compromiso y la experiencia del Espíritu a eficacia de transformación histórica; pero, al mismo tiempo, frente al peligro de una espiritualidad y un discernimiento excesivamente centrados en el análisis y en la pura interioridad, presenta una experiencia espiritual vivida ante todo y sobre todo, desde la praxis. d) El discernimiento desde las experiencias límite Como lógico corolario de la opción franciscana por el radicalismo evangélico como elemento configurador de la forma de vida, Francisco tiende siempre a hacer el discernimiento en las experiencias límite, extremas; así: el discernimiento de la acción del Espíritu en el amor en su dimensión horizontal, se hace en relación con los enemigos, y con los hermanos enfermos y los pecadores (cf. Adms 9; 24-25); el discernimiento sobre la propia experiencia orante y contemplativa, desde la envidia, el rechazo, y el verse privado de algo necesario o pretendidamente tal (cf. Adms 8;14;..); y el discernimiento de la pobreza el «sine proprio» más radical, lo que implica, no sólo desapropiación frente a los bienes materiales sino también frente a las cualidades naturales, las virtudes... (cf. Adms 2; 4; 5; ...) Al hermano que sufre el "sine proprio" se le ayuda a asumir esa radicalidad, pero desde la radicalidad misma, y no desde el cálculo o el diluir las exigencias radicales de la pobreza: la radicalidad de la pobreza ha de responder una no menor radicalidad en el amor, en la vida fraterna, que Francisco asocia en la Regla (cf. 2R 6). e) La discreción Francisco, pues, define el discernimiento desde el límite, de manera radical, sin concesiones a la mediocridad y hasta -da la impresión- que ni al límite humano. Sin embargo en el discernimiento ha sabido integrar radicalismo y realismo, exigencia extrema y límite humano, mediante la discreción (discretio): «un don especial de docilidad al Espíritu, que hace entender los condicionamiento y los límites del corazón del hombre concreto y de la fraternidad». En la Adm 27 afirma expresamente: «Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento». La discreción en el discernimiento, se sitúa frente a dos extremos: por una parte, se opone a la prudencia de la carne, a la entrega calculada, a la falta de incondicionalidad y radicalidad en el seguimiento de Cristo; por otra, se opone al radicalismo intransigente, desmedido, no reconciliado con los límites de lo real. La discreción supone apostar por el radicalismo posible, y aceptar, en última instancia, que las formas más elevadas del radicalismo son las de la humildad (reconciliación con los límites de los real a nivel subjetivo y objetivo) y el amor. La propia Regla franciscana nos da sobradas pruebas de ello; así por ejemplo, si por una parte establece como conditio sine qua non para el ingreso en la fraternidad la renuncia a los bienes en favor de los pobres, por otra afirma que «si no pudieren hacerlo, les basta la buena voluntad» (2R 2,6); en el capítulo 2 define el vestido de los hermanos desde la literalidad del evangelio de la misión: sólo una túnica; pero más adelante añade: «los ministros provean con solícito cuidado, por medio de amigos espirituales, a las necesidades de los enfermos y el vestido de los hermanos, según los lugares, los tiempos y el frío de las regiones» (2R 4,2-3); etc... Por otra parte, en su esfuerzo por definir la figura de Francisco, Celano nos lo presenta así: «Riguroso consigo mismo, indulgente con los otros, discreto con todos» (1Cel 83; cf. 2Cel 129). Y las Fuentes biográficas nos ofrecen también múltiples ejemplos de ello: Discreción en la acogida de los que llegan y en el proceso de incorporación a la vida real de la fraternidad, teniendo en cuenta su situación y condición (1Cel 57); discreción en la penitencia de los hermanos (2Cel 129; Flor 18);... La historia del racimo de uvas para el hermano que «se muere de hambre» por la noche, es igualmente una afirmación de la discreción, que hace la síntesis entre radicalismo y realismo (LP 50). Ésta síntesis Francisco tiende a hacerla desde el radicalismo mismo; la discreción no tiene para él nada que ver con la «medietas» de los clásicos, ni con el cálculo prudente del «in medio stat virtus» de la teología moral y espiritual clásica, que pone la discreción en relación con la prudencia («Discretio quae ad prudentiam pertinet»: Santo Tomás). Por ello, si el discernimiento en la pobreza ha de tener como punto de referencia la pobreza radical, la discreción reclama la experiencia radical extrema de la fraternidad, el hogar caliente que posibilita a los hermanos asumir la pobreza. Como conclusión de todo esto creo que se hace obligada una observación: Al acercarnos a los criterios de discernimiento en Francisco, es normal que, en cuanto señalan la cumbre y la experiencia límite, nos sintamos desbordados y la desproporción entre lo que se nos propone y nuestra concreta realidad, personal e institucional. Lo cual evidentemente es ambiguo o al menos ambivalente: Es necesario situarse correctamente ante ello: El discernimiento en Francisco y de Francisco nos propone lo irrenunciable: El seguimiento de Jesús en la vida franciscana no tiene otra ley que amor, y el amor es sin medida, no pertenece al ordenamiento racional . la vida. Y en este sentido habrá que ser muy conscientes de que la experiencia de vida franciscana, por una serie de condicionantes, quedó demasiado reducida a una ética de mínimos: Seguir a Jesús en la vida franciscana es algo que no termina nunca de cumplirse; jamás podremos decir: ¡Ya llegué!, ¡ya está! La propuesta sanfranciscana de discernimiento de urgirnos y estimulamos a mirar siempre más adelante y más alto, a hacer el camino que nos falta por recorrer: «comencemos hermanos...»; pero sólo asumiremos correctamente los retos que desde la propuesta sanfranciscana nos llegan, si reconociendo su desmesura no renunciamos ir ello a caminar en esa dirección; si renunciando a todo perfeccionismo --pretensión siempre frustrante porque no reconciliada con el límite humano no con el evangelio de la gracia-- asumimos la realidad personal e institucional en su grandeza y miseria y en la apertura confiada al don de Dios; si, conscientes de que lo verdaderamente determinante para la madurez humana y espiritual en nuestra vida franciscana no es ser un superhombre, ni la generosidad heroica y hasta ni siquiera las formas externas de radicalidad, hacemos el eje de nuestra vida el amor entregado, el servicio humilde, en el olvido de sí y en la minoridad verdadera; si, a medida que la realidad nos obliga a resituar nuestras formas externas de radicalidad, vamos privilegiando la radicalidad de la transformación del razón a nivel de actitudes globales de autenticidad, de amor a Dios y a los hermanos, humildad, de aceptación positiva y hasta gozosa –verdadera alegría- de los propios límites, el propio no poder, la enfermedad, etc. Estas síntesis son presupuesto y derivado de la madurez de la experiencia espiritual franciscana, asumida y vivida siempre en la docilidad al Espíritu, en el discernimiento. IV.-DISCERNIMIENTO DEL HOY DE NUESTRA VIDA FRANCISCANA: ALGUNAS CLARIFICACIONES NECESARIAS Como dije al principio, no me corresponde a mí, o al menos no considero oportuno hacer el discernimiento práctico en relación con algunas de las cuestiones más importantes que nos plantea el hoy de nuestra vida franciscana, dado que éste será el objeto del trabajo - ponencias y grupos - del próximo jueves. Mi propósito ahora es completar la reflexión hecha hasta aquí, haciendo algunas aclaraciones necesarias para sentar correctamente las bases de dicho discernimiento práctico, e introducir el trabajo que han de hacer los grupos esta tarde. a) Comienzo recordando algo que ya he reiterado: el discernimiento espiritual es siempre una realidad contextual: trata de buscar y hallar «lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo perfecto, lo que le agrada», y ello, no a nivel general, teórico o ideal, sino concreto y en el aquí y ahora personal y comunitario. b) En segundo lugar, conviene no olvidar nunca que el discernimiento es un instrumento de naturaleza espiritual, directamente ordenado a la acción, que tiene por objeto no sólo el conocimiento de la voluntad de Dios, sino también el "discernimiento de espíritus", es decir, el conocimiento del origen de los impulsos, motivaciones, inclinaciones que nos llevan a determinadas opciones y determinan nuestro obrar, y el aprender a percibir el proceso real de trasformación interior y ver en él lo que emerge como obra del Espíritu de Dios Se trata, en definitiva, de conocer si uno -persona, comunidad,...- se está dejando llevar por el Espíritu de Dios o por otros «espíritus», y de reconocer su obra y hacia dónde nos quiere llevar. c) Afirmar que el discernimiento es un instrumento de naturaleza espiritual significa que no es una ciencia hecha de técnica racional, sino un arte y una sabiduría hechas de experiencia humana y de intuición contemplativa de las cosas del Espíritu; es más sabiduría hecha de fe y de experiencia (sintonía con el Espíritu), que fría deducción racional. Dicho esto, hay que afirmar igualmente -y esta es una de las grandes aportaciones de san Ignacio, entre los clásicos, de la teología y espiritualidad del discernimiento- que el verdadero discernimiento espiritual integra la racionalidad crítica. En realidad intuición contemplativa y de fe y racionalidad crítica son, en el discernimiento, dos percepciones complementarias: en la primera interviene la fe, y en la segunda la sensibilidad, la inteligencia, la racionalidad; la primera busca la dirección de la fe para hallar la voluntad de Dios o su acción en una determinada situación; y la segunda busca la descripción crítica de la realidad, de las mediaciones humanas y los factores que en ella intervienen, o la fórmula eficaz de salida a una situación dada. Pero habrá que decir igualmente que aunque integra el análisis racional no podrá confundirse con el mero cálculo de probabilidades, desde la propias posibilidades, que habrá que trascender desde lo más propio de la fe: la incondicionalidad de la entrega, desde la confianza en fuerzas no propias sino en Dios. No es posible la auténtica experiencia espiritual y vocacional cristiana y franciscana desde una actitud permanente de calculo, como anteriormente he recordado. d) Y afirmar que es un instrumento de naturaleza espiritual significa también que no es un sistema de seguridades, con el que uno podría apropiarse de la voluntad de Dios sobre sí y su acción: los maestros del discernimiento hablan siempre de un «juicio prudencial». El discernimiento es un instrumento de búsqueda de la voluntad de Dios y los signos de su acción, para vivir en obediencia, desde certezas de fe siempre revisables.
Avisos y reglas cristianas: para los que desean servir a Dios, aprovechando en el camino espiritual. Compuestas por el maestro Ávila sobre aquel verso de David: audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam