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La política como ficción criminal

“Esas cosas a veces pasan, uno cae en un lugar a cumplir una función que va más allá
del trabajo para el que fue contratado, una función con un objetivo final que desconoce”, la frase
pertenece a la novela Betibú (2010), de la escritora argentina Claudia Piñeiro, pero funciona bien
para ensayar una aproximación al argumento de su nuevo libro: Las maldiciones. Es que, en
definitiva es lo que le pasa a su protagonista, Román Sabaté, un joven de provincia que, por
esas vueltas de la vida, termina siendo el secretario privado del líder de PRAGMA, el partido que
encabeza Fernando Rovira, “un emprendedor inmobiliario de la zona norte del Gran Buenos
Aires que luego de un crecimiento económico vertiginoso gracias a loteos, barrios privados y
algunos negocios financieros armó un partido vecinal”.

Las novelas Las viudas de los jueves (Premio Clarín, 2005) y la ya mencionada Betibú,
supusieron para la autora ―que cuenta con una profusa obra y varios premios literarios en su
haber―, momentos de especial relieve, pues contenían algunas marcas e intereses que se
convertirían en sello de su proyecto literario: el crimen y sus tramas de poder dentro del
hermetismo de un barrio privado. Con su nueva novela, abandona ese espacio de alambrados
perimetrales y cámaras de seguridad, para introducirse en otro mundo, tan espinoso sin embargo
como el anterior: ese que algunos dan a llamar el de la “nueva política”. Fernando Rovira
encarna un tipo de político “sin militancia previa, sin condicionamientos ideológicos, sin
pertenencia a los grandes núcleos económicos ni a las familias más influyentes del país. Un
emprendedor que supo rodearse de los mejores y más capacitados colaboradores”.

Si bien la crítica tiende a definir a Piñeiro como una narradora de la trama, que siguiendo
ciertos postulados del policial, ilumina otros costados de la sociedad argentina, en Las
maldiciones la principal línea que sostiene la intriga parece algo forzada. En una entrevista, la
autora expresó que uno de los desafíos que se propuso, fue el de prestar una especial atención
al desarrollo de los personajes secundarios, imprimirles un espesor que, según ella, puede haber
descuidado en textos anteriores. En este sentido, hay que decir que se sale con la suya. Al final,
resulta más interesante, por ejemplo, el proyecto que lleva adelante la “China” Sureda, movilera
de un importante canal de noticias que trabaja en un libro llamado La maldición de Alsina, que el
núcleo central de la relación entre Fernando Rovira y Román Sabaté: esa zona secreta de
intereses que lleva al líder de PRAGMA a incluir al joven a su círculo más privado, y que pone a
este último en una auténtica encrucijada ética. Otro personaje secundario que merece atención
es Adolfo, tío de Román, un nostálgico radical alfonsinista, que es la encarnadura de un modo de
hacer política en retirada.

Es sabido que el uso del epígrafe, además de introducir filiaciones literarias, funciona
como una clave de lectura del texto. Esto es especialmente pertinente para el caso de Las
maldiciones: las citas de Roberto Arlt que utiliza la escritora, dan una continuidad con esa forma
de la política un poco delirante, siempre próxima al delito, que aparece en Los siete locos o en
Los lanzallamas. Es que, como dice Ricardo Piglia, “el discurso del poder ha adquirido a menudo
la forma de una ficción criminal” (Crítica y ficción). El gran proyecto de ley de la campaña de
Fernando Rovira ―dividir en dos la provincia de Buenos Aires― tiene una versión pública, que
alega razones de sustentabilidad económica, pero un fundamento “teosófico”: al hacerlo evitará
la “maldición de Alsina”, con la que carga la ciudad de La Plata desde su misteriosa fundación, y
que, según dice la leyenda, ha afectado a aquellos que, luego de la gobernación, han apuntado a
ocupar el sillón presidencial.

Vale destacar que el libro intercala los borradores de la investigación que lleva adelante
la “China” Sureda a propósito de dicha maldición, y también las entrevistas ―reales― que
realizó Piñeiro/Sureda a dos expresidentes: Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde. Otro punto a
señalar entonces es la mezcla entre planos de realidad y ficción. En comparación con otras de
las novelas de la autora, Las maldiciones se permite un margen mayor de riesgo en cuanto al
manejo de múltiples registros, por ese lado, se atenúan un poco algunos ruidos que
indudablemente tiene la trama.

Mathías Iguiniz

Las maldiciones, Claudia Piñeiro, Alfaguara, Montevideo, 2017, 319 págs.

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