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Trabajo práctico para introducción a la filosofía

El sacrificio del sabio

Filosofía - Universidad Nacional de San Martin - Año 2013

David Adrián Rivero


Freemanshorizon@hotmail.com
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Introducción

En el siguiente texto, trataré de desarrollar mi análisis personal de lo que dimos en llamar


“el camino del sabio”. Para esto utilizaré los textos de Platón (El banquete y El fedón),
Edipo Rey de Sófocles y otros conceptos que se irán plasmando llegado el momento.

La intención principal es hacer una descripción del camino de formación que ha de transitar
aquel que quiera dedicarse a la filosofía (siendo esta la situación en la que nos encontramos
actualmente), pero, teniendo en cuenta que tomamos la expresión “filosofía” como algo
propio de la cultura occidental, debo aclarar que esta descripción no pretende extenderse a
toda forma de sabiduría, solo a los arquetipos descendientes de la razón griega.

Dentro de este tema que es, quizá, demasiado amplio y ambicioso para ser abordado en este
contexto me concentraré en, lo que a mi parecer, es un punto clave en este desarrollo del
sabio: El sacrificio.

La palabra sacrificio en la actualidad tiene diferentes significados, el coloquial que implica


aceptar ciertas dificultades en pos de un bien mayor, como abandonar ciertos placeres o
someterse a situaciones arduas con el fin de lograr una recompensa a futuro (para sí o para
otros) y su significado primero que trae consigo un carácter religioso, que es, propiamente
dicho, la ofrenda de objetos, comida o animales vivos a un ser elevado (comúnmente a
divinidades) a modo de rendirle culto.

A partir de estos conceptos entonces buscaré cual es el camino hacia el saber y que es lo
que este supone para quien desee transitarlo, que implica en este contexto el sacrificio (en
tanto expresión coloquial y religiosa) y si es posible entonces la existencia del verdadero
sabio.

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Primera parte

El vino, El pan
“(…) Al sentir picotazo y darse cuenta de que iba a morir, le preguntó: ¿Por qué me has picado,
escorpión? ¿No te das cuenta de que, entonces, tú también morirás?: —Lo siento, rana. Es mi naturaleza.”
-Fábula del escorpión y la rana

“Todos los hombres por naturaleza apetecen conocer”1 así comienza Aristóteles su
metafísica alfa, unas palabras contundentes que (poco más de dos milenios más adelante)
nos dan a pensar si esta máxima será realmente verdadera, si seguirá vigente; Ya que por
momentos, al mirar alrededor, se puede apreciar un amor por la ignorancia bastante
generalizado. Pero claro, “…por naturaleza apetecen conocer”, quizás estamos alejándonos
de la naturaleza y esta frase ya no nos describa a nosotros, los hijos de la tecnología, quizás
no tenemos ese apetito de saber…

Pero entonces ¿quiénes fueron estos sabios? ¿Verdaderamente son cosa del pasado?
Para tratar este tema deberíamos dedicarle libros enteros, pero intentaré hacer un breve,
humilde análisis desde la visión del siglo XXI sobre esta interesante temática: el camino de
formación del sabio, que si bien ha sido discutida en muchas oportunidades, jamás pierde
atractivo.

Comencemos entonces con un ser humano ordinario, que sea poseedor de este apetito voraz
por conocer, ¿que lleva al hombre promedio a convertirse en sabio? Claramente no todo
aquel que busca el saber, inevitablemente, lo encuentra, Pero todos somos capaces de
adquirir conocimientos y progresar en ellos hasta cierto punto. Entonces podríamos
primeramente diferenciar a aquel que posee conocimientos prácticos y enfocados a un área
del conocimiento en particular del que llamamos sabio propiamente dicho. No implica un
juicio de valor, simplemente no es el sujeto de este análisis, pero vale la pena la distinción
para no confundir más adelante estos conceptos: el especialista es aquel que posee diversos
conocimientos concretos y los aplica dentro de un marco social, ya que nace de la
necesidad de satisfacer una carencia dentro de la sociedad, como puede ser un maestro o un
1
Aristóteles, metafísica libro I, 980 a 21

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ingeniero. En cambio el sabio nace de la necesidad interior del individuo para intentar
satisfacer ese apetito por el solo hecho de satisfacerlo. Es su naturaleza. En palabras de A.
Schopenhauer: “(El filósofo) debe ser como el Edipo de Sófocles, quién, buscando la
verdad relacionada a su terrible destino, prosigue en su infatigable investigación a pesar
de adivinar que en su respuesta un espantoso horror le aguarda. Pero la mayoría de
nosotros llevamos en nuestros corazones a Yocasta, que le ruega a Edipo, por amor a
dios, que no siga indagando.” 2

El hombre común, entonces, empieza su camino devorando conocimientos por placer,


poco a poco su interés lo llevará cada vez más profundo en su tortuoso camino, este estará
colmado de peligros y la duda asaltará a este pobre individuo, pues como Edipo, él sabe que
será un camino lo llevará directo al dolor y el sufrimiento, aun lleno de temor y confusión,
aquel que encierre en sí el apetito insaciable de sabiduría, será motivado por esta hambre y,
preso de la gula, fagocitará todo lo que se le presente en su incansable avance hacia la
verdad.

Llegado un momento, su realidad heredada y la que él está construyendo entraran en crisis.


Es un hecho crítico, donde tendrá que sopesar las implicancias de ambos caminos, si
decide ser fiel a su tradición (me refiero a la cosmovisión de la sociedad en tanto masa, que
se va heredando de generación en generación) y entonces limitar su desarrollo en los
marcos ya dispuestos por la sociedad o romper con esta relación y obtener la libertad (o al
menos una mayor libertad) para desarrollar un pensamiento propio. Esto último tiene una
consecuencia clara, al desprenderse de lo comúnmente aceptado el individuo se somete a
una situación vulnerable, elige ser una minoría y como tal correrá una suerte de exilio y
será víctima de sus propias decisiones.

Edipo, en la tragedia de Sófocles, decide renegar del vaticinio que profirió el oráculo de
Delfos, pensando entonces que el destino era posible de ser modificado, pero esto no es
solo un hecho religioso, sino que también Edipo se rebela contra un orden social que
supone un oráculo infalible y decide cambiar su destino. Tanto él como nuestro hombre
común caminan por los primeros peldaños de este camino y lo hacen con una actitud, al
menos, soberbia.
2
Arthur Schopenhauer, carta a Johann Wolfgang von Goethe (noviembre 1819)

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Tomando este arquetipo sapiencial de la antigüedad como el individuo que recorre este
arduo camino, vemos que está ligado al sufrimiento, al padecer. El sendero es una elección
e implica una gran voluntad para transitarlo. Luego de romper los lazos de la tradición el
camino se vuelve cuesta arriba, ya que se ha de caminar en soledad. Mucho se ha de
abandonar para seguir, porque a pesar de renegar de ella, atávicamente seguimos
encadenados a la tradición y constantemente tenemos que liberar el peso de este lastre que
dificulta el ascenso, ofreciendo a la divinidad (Sophia) todo lo que resignamos a modo de
sacrificio.

Otro aspecto importante que tratan Sófocles, en Edipo rey, y Platón, en El banquete y el
Fedón, es el desapego a lo material, al mundo de las apariencias. Según platón la verdad se
encuentra más allá del mundo fenomenológico, donde habitan las ideas. Y aquellos que se
apeguen a sus sentidos, a sus cuerpos y sus necesidades y placeres, condenarán a su alma a
sufrir la pérdida del cuerpo y será incapaz de alcanzar el conocimiento verdadero sin antes
purificarse (si es que aún tiene esa posibilidad), por otra parte en la obra de Sófocles,
Tiresias le revela a Edipo (luego de sus insistencias) la verdad sobre su origen y sobre su
destino, pero él no quiere aceptarla y considera que todo es un engaño, un complot en su
contra. Insulta al adivino refiriéndose a su ceguera y suponiendo que es incapaz de
alcanzar la verdad, a esto Tiresias le responde: “Puesto que me echaste en cara que soy
ciego, te digo: tu, aunque posees visión no ves en que punto de desgracia te encuentras”3

Podemos interpretar que la ceguera de Edipo es entonces más grave que la que padece
Tiresias, puesto que es una ceguera intelectual, no física, una incapacidad de ver aquello
que se esconde a plena vista. La no aceptación de la verdad por parte de este personaje es,
también, la incapacidad de aceptar su destino, otro reflejo de todo aquello que él sigue
cargando a cuestas, de su conocimiento heredado. ¿Por qué no acepta una verdad tan
evidente? Claramente el temor tiene un papel fundamental, aceptar que su destino está
escrito es apabullante y necesita buscar una salida. También su soberbia lo condena, ya que
en un primer momento pensó que podría derrotar al hado, aunque este se mostró inexorable.
En estos momentos, ante la imposibilidad de negar la evidencia, Edipo debe aceptarse
como es realmente y sobre el final de la obra este, mediante el acto de perforar sus ojos,

3
Sófocles, Edipo Rey, línea 412

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atravesando aquel velo que le impide ver con claridad, está reconciliando su ser con la
apariencia del mismo, esto es aceptar su ceguera espiritual al punto de exteriorizarla y
provocar su ceguera física.

En este acto Edipo finaliza la primera etapa de su viaje, ofrece sus ojos a cambio de la
sabiduría (como lo haría Odín, el Dios padre de la religión escandinava) es un símbolo de
aceptación de su propia ignorancia y el primer paso hacia una construcción real del saber.

Podríamos decir que ahora, a modo de epifanía, nuestro hombre común, entiende que toda
su formación hasta ese momento ha servido a un fin: demostrar su propia ignorancia, dejar
en claro que la verdad está aún muy lejos (si es que tal cosa existe) y entonces que el
conocimiento que trae consigo es solamente la herramienta de su liberación (cosa que no es
menor). Ahora la duda es su espada, y deberá blandirla para terminar de desvanecer el
fantasma que confundió con sabiduría.

Finalmente el hombre común se convierte en sabio, por un acto de voluntad sufre una
transformación, deja de ser mundano, ya no es más pan y vino, ahora es cuerpo y sangre. El
temor es pasado y este momento, para el filósofo, es su verdadero naciemiento. Lleno de
felicidad, da otro paso, uno que lo acerca más a su diosa.

Segunda parte

Transubstanciación

El hombre, ahora transformado, no ha cesado en su afán de conocer. El camino apenas


comienza, ahora es cuando el individuo se percibe como dador de ley, entendido como el
sujeto que comprende que la realidad está atada a su propia subjetividad, que conoce a
través de sus sentidos e intelecto y en este acto forma el mundo, un hecho que puede ser
abrumador. En este punto se da una segunda crisis: La decepción ante imposibilidad de
conocer la verdad. Aun así decide generar un paradigma propio. Una cosmovisión. Ahora
finalmente creará una ruptura con el mundo en que fue concebido, los lazos de la tradición
ya no lo atan, solo lo identifican, fueron sus herramientas, pero ahora deberá forjar nuevas

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para aquellos que adhieran a su cosmovisión. Es ahora donde su labor comienza,


transformando, dando un nuevo aspecto a la realidad misma.

El sabio forma su camino a cada paso, creando un modo de vida, hay diversas opiniones de
cómo debería ser tal ethos pero vamos a atenernos a la que postula Platón, a través de
Sócrates, en el Fedón.

El arquetipo sapiencial que encontramos en el Sócrates del Fedón, nos muestra un


individuo en la cúspide de su desarrollo intelectual, aquel que reconcilio su ser con su
apariencia (¿voluntad y representación?) y está pisando en el terreno firme que le dan sus
argumentos, desarrollados a lo largo del camino.

La gran diferencia entre el hombre común y el sabio es simple: El temor. Ya no hay rastros
de aquel miedo que intentaba contener sus indagaciones (ya ha muerto Yocasta, y nos ha
cegado con sus broches de oro para darnos videncia) ahora Sócrates nos muestra una
realidad diferente, ni siquiera ya de serenidad ante la terrible verdad, ante el destino, sino de
regocijo.

Entonces el sabio comienza a ver la luz al final del túnel, ve que existe una salida. El
camino es finito y está claro cuál es el su función, finalmente, en esta etapa, no lo motiva la
sed de conocer, lo motiva la culminación de su destino, el goce de ver su obra finalizada.
Toda esta senda no fue más que un preludio, un proceso de creación, para el único hecho en
su vida que tenía importancia, el fin, la consumación (y así el instante de contemplación).
Platón nos muestra la actitud idónea del filósofo, aquel que fue fiel a su ethos no tendrá de
que arrepentirse, pues todo habrá sido necesario para llegar a destino. Hay ciertas actitudes
de Sócrates en esta última etapa de su vida que valen la pena ser remarcadas para entender
mejor que es esta aceptación sublime del destino: Sócrates creía que más importante que
vivir, era vivir bien. Esto es según sus códigos morales y éticos. Por eso cuando Critón, le
ofrece la posibilidad de escapar de su celda, en la cual le aguardaba la muerte, el decide
negarse y enfrentar la injusta sentencia porque aquello era lo correcto, era obrar bien, jamás
cometería una injusticia ni a aquellos que la han cometido contra él, ni bajo riesgo de
muerte. Otro punto es la serenidad de sus últimos días, en contraposición a sus allegados
que estaban devastados ante su inminente ejecución. Todo esto nos ayuda a hacernos la

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idea del coraje por parte del sabio ante cualquier peligro, producido por la certeza de haber
vivido cada instante acorde a su ethos, el sabio alcanza entonces un estado de aceptación
total.

¿Por qué, entonces, decimos que esta actitud es tan importante? ¿Cuál es ese fin último del
sabio? La finalidad del sabio, es clara: vencer a la muerte, al vacío, y en este proceso
generar el cambio, que es el único estado constante. Ya lo adelanta Platón en El Banquete:
“La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre, es decir ser
inmortal; y solo puede lograrlo de esa manera, mediante la generación, porque así deja
siempre otro ser nuevo en lugar del viejo”4 ¿Cómo entendemos esto en los términos de
nuestro sabio? Pues bien, es el encargado de perpetuar su nueva concepción de la realidad,
este es su destino. Él es hijo de un antiguo régimen (su tradición) y fue quien la transformó
en una nueva visión a lo largo de su camino. Es la transformación y su destino es que esta
se transforme nuevamente en un continuo devenir, el sabio sigue su deseo de inmortalidad
y la única forma de conseguirlo es con la muerte. Su tiempo termina al fin, todo está listo.

Tercera parte

El Sacrificio

El momento culmine del camino llega con la consumación del destino inexorable de todo
mortal, el fenecer. El sabio abraza la muerte, ya que es este el medio de conseguir la
inmortalidad. Esta paradoja se entiende de la siguiente forma: El sabio caminó las tierras de
la ignorancia, primero por hambre y con una cuota de soberbia, luego con humildad y una
visión clara de su fin, ahora llegó el momento de hacer el verdadero sacrificio del sabio, su
propia vida. Sus pasos como ejemplo, como modo de vivir, porque sin el desenlace todo
ese camino no tendría sentido, si sobre el final Sócrates hubiera escapado o siquiera
derramado una lagrima por su propia muerte, toda su vida se derrumbaría, todo perdería
sentido. Entonces lo que el filósofo deja a las generaciones futuras es su vida como una
ofrenda, no su muerte. Así consuma su inmortalidad, Ya diría Borges:
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Platón, El Banquete, línea 207 d

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En su hierro perdura el hombre fuerte,


hoy polvo de planeta, que en las guerras
de ásperos mares y arrasadas tierras
lo esgrimió, vano al fin, contra la muerte.
Vana también la muerte. Aquí está el hombre
blanco y feral que de Noruega vino,
urgido por el épico destino;
su espada es hoy su símbolo y su nombre5

Este guerrero noruego vivió y murió por la espada, dejándola como su legado. Así Sócrates
vivió y murió por la filosofía y nos legó su vida, que es filosofía, para tomarla y
transformarla.

El sabio pasa en su último momento a participar de la inmortalidad, reino de las


divinidades. Es en el instante en que muere cuando renace, muerte y resurrección, el ciclo
de la realidad es binario, así lo plasma Alan Moore: “La anarquía tiene dos caras, el
creador y el destructor. Los destructores derriban imperios y los creadores construyen un
mundo mejor con sus escombros”6 Una vez que el sabio ha muerto renace en su legado,
aquellos creadores que tomaran las herramientas que aquel les dejó para construir algo
nuevo, algo mejor. Ellos son las generaciones futuras, ellos son el próximo sabio.

El temor y la templanza, lo antiguo y lo joven, la vida y la muerte, siempre serán pilares


esenciales en el camino de formación del sabio, a quien, a partir de este breve análisis
considero más bien parte de un reino alejado (una idea, un concepto) que un estado
alcanzable, es quizá, uno con la voluntad, aquella que pudo percibir o es el súper-hombre
del que habló Friedrich Nietzsche o, porque no, el arquetipo Platónico al que aquellos que
apetezcan el saber, deberán acudir. El camino es duro y la mayoría escucharemos quizás las
palabras de Yocasta, pero aquel que sea, por naturaleza, un amante de la sabiduría no podrá
evitar hundir su arácnido aguijón, aunque esto lo lleve a su propia muerte.

5
J.L. Borges, A una espada en York Minster (1 a 8) “El otro, el mismo” (1964)
6
Alan Moore, “V de vendetta” libro tres, pag.248. Editorial Vertigo

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