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ZORAN ZIVKOVIé

El libro
El escritor
Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos
y Tihomir PiStelek

451.http:/1
EL LIBRO
A Deko, Dzovanca, Vujo, Sasenjka
alea iacta est...
NO ES FÁCIL SER UN LIBRO. 11
Hace ya tiempo que ha dejado de serlo, lo cierto es que
cada día es más difícil. Sin ninguna duda podría decirse
que representamos una especie en peligro; de hecho, una
especie en vías de extinción. Y si esto sucediera, sería
una pérdida incalculable, ya que no somos una especie
ordinaria. Está claro que la desaparición de cualquier es-
pecie es una desgracia, aunque sea la de una ramita del
todo insignificante en el enorme árbol de la evolución,
un callejón sin salida. Los trilobites, por ejemplo. Pero
cuando la amenaza se cierne sobre una de las dos espe-
cies inteligentes que han surgido en este mundo desde
sus orígenes, entonces representa una verdadera catás-
trofe evolutiva.
Nadie con un poco de cerebro puede negar que, apar-
te de los seres humanos, en todo el planeta, solo nosotros,
los libros, tenemos inteligencia. Lo cierto es que, si se hi-
ciera una comparación imparcial, se demostraría que en
muchos aspectos las ventajas están de nuestro lado. En
primer lugar, aunque formamos una simbiosis con los
hombres, nosotros podemos vivir sin ellos. Al fin y al
cabo, ¿para qué los necesitamos? ¿Para que nos lean? De
esto sacan provecho solo ellos, nosotros ninguno. En rea- Henos aquí ahora como el depósito de todo aquello
lidad, al leer únicamente nos hacen dañd, y de múltiples que una multitud de más de cien mil millones de hom-
maneras. bres, tantos como han existido desde que descendieron
¿Podrían los hombres pasarse sin nosotros? ¡De nin- del árbol, ha logrado recopilar con un esfuerzo ímprobo.
gún modo! Si algún día decidiéramos denegarles el acceso a esto que
Si no hubiera libros, ¿qué sería de los seres humanos? han concebido a duras penas, tendrían que empezar des-
Aún se hallarían en el estado primitivo en que los encon- de cero. Y es bien sabido cuánto tiempo han necesitado
tramos cuando aparecimos hace cinco mil años. Una es- para dominar el fuego o inventar el arco y la flecha, por
pecie cuyos miembros destacan por su capacidad de olvi- no hablar de la rueda.
dar las cosas más deprisa de lo que las memorizan. Si no De modo que cualquier persona sensata deduciría que
12 les hubiéramos ofrecido nuestra generosa ayuda, si no hu- a los humanos no les interesa poner en peligro los libros. 13
biéramos memorizado por ellos, estos pobres nunca ha- Es más, deberían ocuparse de nosotros, protegernos y
brían tenido una historia. Todo lo habrían olvidado. guardarnos, ya que no les hacemos ningún daño y solo
¿Y cómo puede jactarse alguien de ser inteligente si no los beneficiamos. Somos una pareja simbiótica ideal: ofre-
recuerda ni su propia historia, ni siquiera la más reciente? cemos mucho y casi no pedimos nada a cambio. Sin em-
Sin embargo, nosotros, a diferencia de los hombres, no ol- bargo, nadie es tan capaz de actuar en su propia contra
vidamos nada. Aquello de lo que una vez nos enteramos, como los humanos. Son verdaderos maestros en este arte.
permanece para siempre en nuestro interior. Inamovible, Tanto, que no queda más remedio que preguntarse cómo
salvo a la fuerza, un modo este que a los humanos les gus- han logrado sobrevivir con una naturaleza tan marcada-
ta mucho aplicar en sus asuntos. Por lo tanto, ¿quién es mente autodestructiva. Semejante comportamiento casi
superior? ¿El que utiliza la fuerza o el que usa la razón? cuestiona el mismo concepto de la evolución.
Pero esto no es todo. Los humanos no son solo olvi- En resumidas cuentas, solo han dejado de perjudicar
dadizos, también son seres de débil y efímera concentra- a los libros cuando no se les ha brindado la oportuni-
ción. En pocas palabras, son extremadamente confusos dad. No es necesario ser paranoico para advertir la con-
y poco de fiar. En la mayoría de los casos no piensan jura -apenas oculta, en realidad- de la raza humana
nada, y cuando lo hacen, sería mejor que no lo hicieran. contra los libros. Una conjura que empieza ya en el mo-
A veces pasan toda la vida sin que se les ocurra nada in- mento de nuestra aparición sobre la faz de la tierra.
genioso o al menos coherente. Incluso si aparece entre Era natural que, como especie más antigua que la nues-
ellos alguien con ideas más o menos claras y centradas, tra, quisieran apadrinarnos, bautizarnos, por decirlo así.
cosa que sucede rara vez, siempre están expuestas al gra- No es casual que en muchas lenguas nos hayan dado un
ve peligro de evaporarse si no nos las confían enseguida nombre de género femenino. El libro es para un abru-
a nosotros para que las conservemos. mador número de humanos la libro. Así, desde el prin-
cipio se estableció nuestro lugar en un mundo que en Al extremo opuesto iban los que se retiraban con no-
casi todos los ámbitos está dominado pdr los varones. Se sotros a la soledad de distintos escondrijos: celdas de
nos igualó en muchos aspectos con los miembros del aislamiento, de monasterio, cuevas abandonadas, ascen-
sexo femenino. Que, como bien sabemos, no es una po- sores atascados, salas de espera vacías, fotomatones,
sición muy envidiable. camerinos, cámaras de aire, cabinas de teléfono, gari-
De nosotros se esperaba sobre todo que ofreciéramos tas, faros en medio de alta mar, grutas subterráneas
entretenimiento. (Vale, también moralejas, pero estas en inundadas. Sin embargo, el lugar más popular eran
realidad no son sino otro tipo de distracción, aunque bien los retretes, sobre todo los particulares, porque ofrecían
es cierto que no demasiado popular). En primer lugar a la oportunidad de disfrutar de un placer múltiple. En-
los hombres, por supuesto, ya que el vicio de la lectura tretanto nadie advertía la profunda humillación que esto
14 durante mucho tiempo solo fue accesible para ellos. Más nos ocasionaba. 15
tarde, cuando las mujeres también accedieron a él, nada Pero con más frecuencia se nos utilizaba en la cama.
cambió en esencia, salvo que la situación se hizo más Como debe ser, al fin y al cabo. Entre las sábanas nos
perversa. Naturalmente, nadie nos preguntó si lo deseá- identificábamos completamente con las desatendidas es-
bamos, si nos gustaba. ¡Solo faltaba! Teníamos que estar posas. El malhumorado y cansado marido satisfacía rá-
a su disposición, sin más, todas las obras arregladas y ale- pidamente sus necesidades y se olvidaba de nosotros.
gres, cada vez que a un hombre le apetecía divertirse un Por lo general nos tiraba a un lado, sin ningún reparo,
poco. sin esforzarse siquiera por devolvernos a la mesilla, y
Establecían relaciones con nosotros en cualquier lu- luego empezaba a roncar como un bendito.
gar y a cualquier hora. No les intimidaban los sitios pú- O aún más humillante, nos dejaba abiertos -en rea-
blicos, cuanta más gente reunida mejor para satisfacer lidad desparrancados- durante toda la noche, a veces
su naturaleza exhibicionista. Uno de los lugares más apre- incluso durante días. Imagínese que alguien le ordene
ciados desde siempre son los medios de transporte: carre- hacer un espagat y luego lo deje en esta posición duran-
tas de bueyes, rickshaws, cabriolés de dos ruedas, barcas, te horas. O días. Algunos de nosotros no han vuelto a ce-
patinetes, volquetes, sillas de posta, tablas de vela, cara- rrar bien las articulaciones y continúan permanentemen-
vanas, bicicletas, trineos, vagones de metro, aviones, dre- te arqueados. Las famosas piernas de vaquero parecen
sinas, escúteres, autobuses, transatlánticos, esquís, una bobada en comparación con esto.
globos, tranvías, alas delta, batiscafos, trenes de todo tipo, Pero eso no era lo peor. ¡No, señor! Mucho más que
planeadores, trole buses, barcos de vela y vapor, escaleras esta despreocupación nos afectaba Ja· manera en que nos
mecánicas, automóviles, submarinos, triciclos, dirigibles, tomaban los. hombres. Al menos la gran mayoría de ellos.
patines de ruedas, funiculares, toboganes y en los últi- En esa manera se reflejaba toda su irreflexión, toda la
mos tiempos también naves espaciales. arrogancia negligente de la naturaleza masculina.
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Aun sabiendo que estaríamos desnudos cuando nos Sería muy interesante saber cómo se sentirían estos
tocaran, que nos iban a meter los dedos' en lo más hon- señores si, por ejemplo, alguien les rompiese un dedo en
do, que iban a hurgar en nuestras entrañas, ¿creen que vez de atar un nudo en el pañuelo para recordar algo. Y
a alguno se le ocurría lavarse las manos antes de leer, o no que se lo rompieran de cualquier modo, sino de forma
hacerlo de la única forma apropiada y además caballero- que el hueso fracturado nunca más cicatrice. Que justo
sa, utilizando un par de finos guantes de goma? ¡Ni por es el tipo de herida de las pobres páginas tan salvajemen-
asomo! Les importaba un bledo que sus mugrientas ex- te dobladas: nunca más serán como antes. Se convierten
tremidades no solo pudieran mancharnos, sino también en inválidas para siempre, aunque de distinta gravedad.
infectarnos. Lo único que les interesaba era su propio Nos rompen el dedo cuando doblan la esquina de la pá-
placer. gina, pero existen salvajes que doblan la mitad de la hoja.
¡Imagínense esta barbaridad! Ni siquiera es la rotura de 17
16 Y luego estaba el chupeteo. Es que se les revolverían
las tripas si los vieran llevarse a la boca incluso tres de- un brazo o de una pierna, sino de las vértebras. ¡Unos
dos a la vez para humedecerlos y pasar la página. Como verdaderos psicópatas!
si no se pudiera hacer de otra manera. Pero los señores Y luego vienen los tipos retorcidos que disfrutan es-
no tienen paciencia para intentarlo con los dedos secos. cribiendo sobre nosotros. Qué atrocidades nos ha toca-
¿Para qué, si lo otro es más fácil? Y que la delicada es- do soportar. Los más moderados se limitan a subrayar
quina de nuestras páginas sufra daños irreparables de- alguna línea o a insertar aquí o allá una pequeña anota-
bido a la saliva o que su fétido aliento eche para atrás ción en nuestros márgenes, lo que es soportable, aunque
cuando abren la boca para mojarse los dedos no les preo- nada grato, porque, realmente, ¿a quién, salvo a alguien
cupa lo más mínimo. Es una auténtica suerte que no muy infantil, puede gustarle que lo pintarrajeen o lo lle-
tengan una lengua tan larga como la de las serpientes, nen de garabatos? ¡Por Dios, que no somos pieles rojas
porque entonces seguramente pasarían las páginas con en pie de guerra!
ella. Pero la principal desgracia son los desmedidos -ver-
Sin embargo, esto hasta podría tolerarse en compara- daderos maniacos de la escritura, o escritores frustra-
ción con una miríada de otras perversidades a las que, dos- que llenan los márgenes con más texto del que
indefensos e impotentes, hemos estado expuestos. ¡Es está impreso en toda la página. Y si les falta espacio no
impresionante la colección de maniacos con la que he- les importa utilizar la anterior y la posterior, y luego, si
mos tenido que tratar! Lo menos grave es la extraña afi- realmente están inspirados, aprovechan también las ta-
ción de doblarnos una esquina de la hoja para marcar el pas. ¡Ya se pueden imaginar qué aspecto tenemos des-
sitio donde se ha interrumpido la lectura. Como si no hu- pués de un acceso de incontinencia creativa!
biera otras maneras más consideradas y, lo que es más El asunto podría entenderse (aunque no permitirse,
importante, menos dolorosas. pues para qué sirven entonces los cuadernos y libretas)
si sus escritos fueran remotamente coherentes o al me- que enseguida traspasa el papel; un lápiz graso y con la
nos legibles. Pero no, en su mayoría son notas inarticu- punta roma que más que escribir taladra la hoja; un bo-
ladas, a menudo en forma de abreviaturas y multitud de lígrafo que mancha tanto que cuando nos cierran queda
signos de interrogación y exclamación, y más a menudo impreso un borrón simétrico en la página opuesta; o, en
aún redactadas con una sintaxis completamente nueva los últimos tiempos, también esos rotuladores que fabri-
repleta de flechitas, círculos, almohadillas, rombos, on- can en colores tan chillones que luego parecemos espan-
das y quién sabe qué más, que probablemente solo el au- tapájaros.
tor puede descifrar. A veces ni siquiera él. Ah, cuántas Estos garabatos solo se pueden eliminar con interven-
veces los hemos visto confusos mirando fijamente sus ción quirúrgica, y a veces ni siquiera así. En realidad, el
propios jeroglíficos, rascándose la cabeza e intentando proceso se parece bastante a los tatuajes. Primero te ta-
18 desentrañar los secretos de su propia sabiduría. túan, en contra de tu voluntad y sin cuidar ningún as- 19
Y no hablemos de los dibujos: ¡una verdadera galería pecto estético; te desfiguran tanto, que luego te da mie-
de la fantasía erótica masculina! Este género está real- do mirarte al espejo porque sientes náuseas. Y luego te
mente obsesionado con el sexo. No hay nada discreto, dejan para que te las apañes tú solo con tanta fealdad.
nada insinuante, o al menos artísticamente suavizado en y no quedan muchas posibilidades: o continuar con
estos bosquejos. Todo se ve, todo está en primer plano, este aspecto monstruoso hasta el fin de tu vida, de for-
como en un reconocimiento ginecológico. Pura deprava- ma que nadie te quiere coger -lo que, pensándolo bien,
ción. Pero cuando llega la hora de firmar el dibujo, en- tal vez no es lo peor que le puede ocurrir a uno-, o so-
tonces los machotes se acojonan. Sus nombres no apa- meterse a una operación, muy dolorosa porque se reali-
recen por ninguna parte. Las obras quedan anónimas y za sin anestesia. ¿Quién malgastaría caros anestésicos
los autores consienten que nos pongamos colorados noso- para algo tan insignificante como un libro? Todo se hace
tros en lugar de ellos y deseemos que nos trague la tie- en vivo.
rra cuando una persona decente se topa con sus dibujos. y si por lo menos utilizasen instrumentos adecua-
¡Y si al menos dibujasen con un instrumento fácil de dos ... Por ejemplo, un escalpelo esterilizado. Pero no. En
borrar! Un lápiz, por ejemplo, que cuando se les pase la lugar de eso cogen una cuchilla de afeitar, a menudo me-
obsesión, como se supone que debe ocurrir algún día, llada de tanto uso, y a veces completamente oxidada, así
pueda borrarse con una goma, si no es por consideración que, para colmo de males, nos tememos que en cualquier
hacia nosotros, al menos para no dejar un rastro indele- momento podamos sufrir una septicemia. Luego rascan y
ble de su vergüenza. rascan sin importarles que el dolor nos parta el alma.
Pero no, jamás se les ha ocurrido algo semejante. Aga- Y finalmente, si consiguen quitarte el tatuaje, la piel se
rran lo primero que tienen a mano, por lo general una te ha adelgazado tanto que ni siquiera se puede decir que
pluma estilográfica con tinta tan fuerte como un ácido seas «piel y huesos>>. Solo eres huesos. Y transparente.
. '
Sin embargo, todo eso es peccata minuta en compa- conseguir las páginas deseadas y casi sin emplear la vio-
ración con lo que nos sucede cuando terminamos en ma- lencia. Basta con fotocopiarlas, por ejemplo. Es cierto que
nos de sádicos de medio pelo, cosa bastante frecuente. incluso este procedimiento puede resultar desagradable,
Entonces se produce una verdadera mutilación. Arran- como lo pueden testificar innumerables páginas que han
can salvajemente nuestras páginas y, aunque quizá no estado expuestas al potente flash de la fotocopiadora
sienten plqcer al hacerlo, como cabría esperar de un sá- -si no se tiene cuidado y se cierra los ojos a tiempo se
dico convencido, es evidente que tampoco sienten remor- puede quedar uno ciego--, pero est.a molestia no es com-
dimientos. En todo caso, no prestan la más mínima aten- parable con la extirpación de páginas. A ver, ¿qué sopor-
ción a nuestro terrible dolor, probablemente porque es taría mejor un ser humano: mirar un instante al sol del
silencioso. Nosotros, claro está, no podemos quejarnos, mediodía o que le arranquen un brazo?
20 y aunque nuestros sufrimientos se advierten de muchas Sin embargo, la pereza no es el único móvil de este 21
otras maneras, ellos se hacen los locos. ¡Son unos autén- acto brutal. Al fin y al cabo, no sorprenderá a nadie que
ticos monstruos! conozca la naturaleza humana. Pero que la violencia pue-
¡E imagínense los motivos que los impulsan a come- da ser motivada por algo tan sublime como el respeto
ter estas barbaridades! Un tipo detesta copiar algo de un por la belleza, eso puede extrañar incluso a los que no se
libro, y qué cosa más natural y fácil que arrancar las ho- hacen ilusiones con el género humano. Y resulta que esto
jas que necesita. Por lo general, esta necesidad es solo ocurre a veces.
temporal, así que las pobres páginas, en vez de ser cosi- Un ciudadano toma prestado, por ejemplo, de una bi-
das de nuevo al libro (como se haría con los miembros blioteca un libro poco común. Tal vez podría haberlo com-
humanos, por supuesto, obteniendo los cirujanos su mi- prado, pero si es una obra rara tiene que ser caro, y a uno
nuto de gloria en los medios), terminan en la basura, y nunca le sobra el dinero. Tampoco tiene la oportunidad
eso es todo. Nadie es responsable. de robarlo, lo que incluso sería aceptable, porque como
Ni siquiera protesta el Comité para la Protección de todo el mundo sabe robar un libro no es pecado, o al me-
los Derechos de Especies en Vías de Extinción. El mismo nos no es pecado mortal. Empieza a leerlo, y una parte
que arma un escándalo si por una negligencia humana del libro, digamos que un cuento, le gusta tanto que que-
un petirrojo se tuerce un ala o si alguien, válgame Dios, rría tenerlo siempre a mano para poder releerlo. El cuen-
mira mal a un oso hormiguero. Evidentemente, para ellos to ha tocado profundamente su sentido estético.
no somos una especie y mucho meJ11os somos capaces de ¿Y qué puede hacer? Si no devuelve el libro a la bi-
sentir. ¡Son unos asquerosos racistas y no tienen nada blioteca, so pretexto de que lo ha perdido, seguramente
de protectores! le impondrán una multa bastante cuantiosa equivalente
Y lo más raro es que esta cruel práctica es muy recien- a su precio en la librería, de modo que no necesitaría re-
te, justo ahora que existe una multitud de formas para currir al engaño. Le resta solo una posibilidad: arrancar
las páginas que le importan, con la esperanza de que, al supuesto, siendo completamente inocentes. Pero inten-
devolverlo, el bibliotecario no se dé cuenta. ta explicárselo a los inquisidores, cuyos ojos legañosos
Y si lo hiciera, el ciudadano le responderá sin inmu- brillaban consumidos por el deseo de vernos arder. ¡Fó-
tarse que así se lo dieron a él, sin las páginas que faltan, siles impotentes! Ya no son capaces de leer, las cataratas
y que qué manera es esa de prestar libros a los respeta- los han dejado medio ciegos y se vengan por su impo-
bles socios de la biblioteca, sin comprobar en qué esta- tencia. Si ellos no pueden hacerlo, no lo hará nadie.
do se hallan, incluso podría demandar a la dirección por Primero a algún tipo con demasiado tiempo libre, por
el trauma emocional que ha sufrido al llegar al capítulo lo general ferviente defensor de la democracia, se le ocu-
crucial y encontrarse con nada, un agujero negro. ¡Qué rre algo herético, y no le basta con que se le ocurra, sino
frustrante! Un discurso más que suficiente para acallar que también decide publicarlo para hacer feliz al mun-
22 al confuso bibliotecario. do con su perspicacia. Sin embargo, cuando se alza la 23

Aunque también en este caso arrancan las páginas, no polvareda, lo último que piensa es enfrentarse a las con-
lo hacen de forma bárbara. El ciudadano no se apropia secuencias de su acto. ¡Dios le libre! Se esfuma y se pone
de ellas para usarlas solo una vez y luego tirarlas a la ba- a salvo, siempre hay alguien que le ofrecerá refugio, des-
sura, su intención es quedárselas para siempre. Por eso de donde, ahora ya como disidente en el exilio, continúa
actúa con delicadeza: en vez de arrancarlas de un tirón desafiando y echando leña al fuego, un fuego del que pre-
las corta cuidadosamente, con tijeras, tan cerca dellom~ tende que nosotros le saquemos las castañas, y que, como
como es posible, igual que un cirujano lleva a cabo una es bien sabido, no hace buenas migas con el papel.
amputación. El corte a duras penas se ve; el biblioteca- ¿Y de qué les sirve a los libros quemados que rehabi-
rio tendría que examinar el libro con atención para dar- liten con toda pompa al tipo unos cien años más tarde
se cuenta. cuando se demuestra que su herejía, en realidad, era pura
Pero también en esta ocasión se trabaja sin anestesia, tontería? Como si importara algo alrededor de qué astro
el dolor que experimenta el libro no es menos atroz que giran los planetas en el cielo, o si el hombre proviene del
cuando nos arrancan hojas, pero las heridas cicatrizan mono. Vaya descubrimiento. El tipo se lleva los laureles,
más rápido y las páginas cortadas no terminan en el ver- a veces le levantan incluso un monumento, entra en la
tedero, sino que a menudo, magro consuelo, hasta las en- historia como paladín de la democracia, como mínimo,
cuadernan, como si se uniera un brazo amputado a un y de nosotros, que hemos acabado en la hoguera, no se
sistema de circulación de sangre artificial para que pue- acuerda nadie. Lo más que podemos esperar es una men-
da continuar viviendo separado del cuerpo. ción marginal en una nota perdida a pie de página, e in-
Probablemente solo la quema de libros es peor que cluso allí solo como una árida información estadística
este descuartizamiento. ¡Oh, cuántas veces hemos sufri- que no refleja ni una ínfima parte del sufrimiento por
do esta horrible muerte, como si fuéramos brujas! Y, por el que hemos pasado.
Lo mejor es que la quema no afectó a un gran núme- re, somos una carga que ocupa espacio en los alm~cenes
ro de víctimas, gracias a la feliz circunstimcia de que en donde nos apilan, y de la pila a la pira no hay mas que
la época de la Inquisición las tiradas eran muy modes- una letra de diferencia. Han construido una verdadera
tas. Un factor favorable -completamente inesperado- industria de la muerte. ¡Son capaces de eliminar diaria-
fue una de las pocas características nobles del hombre: mente hasta un millón de libros! Y además se jactan de
la preocupación por sus descendientes. su eficacia.
Es decir, en cuanto había indicios de que un pobre li- y para que el cinismo sea aún mayor, todo se desarro-
bro podía llegar al odioso Index librorum prohibitorum, lla bajo el paraguas del respeto a la ecología. Si po~ ~o
cualquier persona con dos dedos de frente se apresura- menos utilizasen cámaras de gas que, aunque tamb1en
ba a adquirirlo, aunque fuera a hurtadillas, y a esconder- son horribles, resultan un tanto más humanas, bueno;
25
lo cuidadosamente, pese a que si lo encontraban en su no ellos nos exterminan como animales, degollán-
~ ro
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' .
casa arriesgaba la vida. De manera que, a la postre, nun- danos. Nos envían derechitos al cuchillo, enorme, af¡-
ca quedaban muchos ejemplares para quemar. lado, la guillotina apenas es un cortaúñas en compara-
No obstante, el riesgo merecía la pena, porque el as- ción con esta cuchilla, y luego nos cortan una y otra vez
tuto comprador hacía un gran favor a sus descendientes: hasta que quedamos reducidos a tiras muy finas, que se
cuando el autor era rehabilitado, lo que sucedía más pron- reciclan como materia prima para nuevos libros. ¡Un es-
to o más tarde, porque nadie sigue siendo hereje por los panto! y encima se enorgullecen porque de ese modo es-
siglos de los siglos, todos los ejemplares de la primera tán salvando muchos bosques. Se preocupan de la natu-
edición alcanzaban unos precios fabulosos. Y si con pre- raleza. y a nosotros ni siquiera nos consideran una raza
visión de futuro había comprado varios ejemplares, ge- inferior. Para estos arios de las SS nosotros no somos más
neraciones enteras podían vivir confortablemente como que cosas, o menos incluso, si es que hay algo más ínfi-
resultado de ello. Sin mencionar el respeto y admiración mo aún.
que les proporcionaba: no es poca cosa tener por ante- Bueno, hay que admitir que los ejemplos anteriormen-
pasado a un valiente demócrata. Una distinción seme- te citados son extremos; aquí y allá hay también perso-
jante aportaba a menudo un título o al menos un cargo nas que nos tratan mejor, pero no sin razón se dice que
honorario. el camino al infierno está empedrado de buenas mten-
El horrible fenómeno de la ejecución de libros en masa ciones. Incluso cuando no tienen la intención de hacer-
solo se produce en los últimos tiempos. Se trata de un nos daño, nosotros de todos modos casi siempre termi-
verdadero libricidio. A veces perecen así tiradas muy namos perjudicados.
grandes. Se pierde todo rastro de ellas. Y la razón es en A ver, por ejemplo, los que no empiezan a roncar des-
verdad monstruosa. ¡Descatalogación! Aparentemente pués de una o dos páginas, sino que cuando empiezan a
nos vendemos mal, ya no se nos necesita, nadie nos quie- leer no paran hasta el final. Desde la cubierta hasta la
contracubierta. Infatigables. Cuando llegamos a sus ma- que él coge a menudo, que es su favorita y con la que, in-
nos, los embarga un frenesí que los ciega. Cuanto más tencionadamente o no, empiezas a compararte.
leen, más insaciables son, más ávidos. No tienen nunca Al principio, por supuesto, solo te fijas en los defec-
suficiente. Son unos verdaderos ninfómanas literarios. tos: su cubierta ha perdido brillo, sus tapas se han ajado
Esta devoción -hay que reconocerlo- al principio por completo, tiene el lomo abombado, las hojas desco-
gusta, halaga nuestra parte femenina, pero con el paso sidas. Por no hablar de su falta de espiritualidad, qué va-
del tiempo se convierte en una carga cada vez más pesa- cío, por dentro está hueco. Un verdadero asno. Dios mío,
da. Si no compartes el mismo temperamento, y uno casi ¿qué le ve? Y luego, inconsciente e involuntariamente
nunca lo comparte, pronto dejas de disfrutar y te entre- empiezas a imitar al rival, con la esperanza de atraer su
gas pasivamente a la lujuria del lector, como si fueras un atención: la cubierta se te vuelve opaca, las tapas se arru-
26 muñeco. Te conviertes en un mero objeto del deseo mas- gan, el lomo se comba más y las hojas se abren como una 27
culino. Y cuando el señor finalmente alcanza el clímax lechuga. Pero da igual. Él sigue sin fijarse en ti.
'
es decir, llega a la última página, te sientes roto, exhaus- Y finalmente, aceptas la última humillación: renun-
to, exprimido como un limón -en una palabra, hecho cias a tu característica más apreciada, la que más brilla-
un guiñapo-, mientras que él, en cambio, está radiante ba entre todas: tu intelecto. Te vuelves superficial, incons-
y absolutamente convencido de que tú debes de haber- tante, frívolo, descuidado, dado a la risa fácil, estúpido.
lo pasado igual de bien. En una palabra, la típica rubia tonta. Pero el sacrificio es
El ejemplo opuesto es el tipo que no nos abre nunca. en vano. Él sigue igual de indiferente y a ti solo te que-
Nos deja en cualquier sitio y no vuelve a acercársenos. da esa decepción profunda y persistente que te produce
Al principio te parece un verdadero regalo del cielo: a de- todo el género masculino.
cir verdad, no existe nada mejor para un libro virtuoso La decepción, aunque de otro tipo, te está también ase-
que ser liberado del contacto con las manos humanas. gurada con los lectores que se encuentran en algún lu-
Sin embargo, nosotros también somos seres vivos -sí gar entre estos dos extremos. En un primer instante, con
'
es cierto, no de carne y hueso, pero como seres vivos, estos todo parece ir perfectamente. No te engullen en
también imperfectos-, así que después de cierto tiem- una sola lectura, ni se hacen contigo solo para tenerte en la
po la duda empieza a corroernos. estantería. Te leen despacio, con cuidado, en pequeñas
¿Qué me falta? Si todo estuviera bien, él me miraría dosis como un gourmet, tal como a ti te gusta. Y enton-
al menos de vez en cuando, eso bastáría; y no como aho- ces, cuando crees que has encontrado al hombre de tu
ra, que me ignora cual si tuviera la peste. Y claro, al fi- vida, te das cuenta de que no es más que un bribón, un
nal se enfrenta uno a la inevitable conclusión que espe- canalla, un pervertido. Un chulo.
ra a todas las mujeres abandonadas: ¡no soy lo bastante Como si la relación contigo no significase nada para
guapa! Es decir, no soy tan bonita como esa otra novela él, empieza a elogiarte y a recomendarte a otros hom-
~
.

.
..

bres, a amigos, incluso a meros conocidos, y encima lo vencedor se lleva una placa, a veces reciben incluso una
hace en tu presencia, en tu propia cara. No te puedes copa. O por lo menos una banda. Mientras le entregan
creer lo que te está pasando. Él no tiene el más mínimo ceremoniosamente este premio, nadie se pregunta por
reparo en describir con detalle los momentos más íntimos todo lo que ha tenido que pasar el pobre libro para po-
que ha compartido contigo. Físicamente casi, incluso der recibirlo.
chasqueando la lengua con lujuria, mientras los mirones y ha pasado por un verdadero calvario, porque nadie
repugnantes que lo escuchan se relamen. Y lo único que lo protege. Ni siquiera tiene un proxeneta. En los tiem-
tú deseas es que la tierra te trague. pos antiguos, cuando la relación con el libro solo se po-
Y, claro, cuando te ofrecen en bandeja, ¿cómo no van día mantener en la biblioteca y no se lo podía sacar fue-
a tomarte? Empiezan a pasarte de mano en mano, de un ra, al menos existía un orden, había guardianes, pero
28 amigo a otro, y tú te vas sintiendo cada vez más una sim- desde que empezaron a prestarlos, a permitir que fueran 29

ple prostituta. Después de cada uso estás más gastado, a las casas, como sefioritas de compafiía, están abando-
marchito, decrépito, pero eso a tu duefio parece darle nados a su propia suerte.
igual. Es evidente que en sus planes no entra seguir man- Es cierto, existen reglamentos que prohíben maltra-
teniendo una relación contigo, se ha hartado de ti, ni si- tar a los libros, pero no hay que ser ingenuo. ¿Quién en
quiera se acuerda de que la última persona a la que te la sociedad humana respeta aún las reglas? E incluso
prestó no te ha devuelto. cuando detienen a algún sádico que ha sobrepasado los
Sin embargo, mucho peor es el destino de los pobres límites, el castigo es tan insignificante que casi lo anima
que terminan en las bibliotecas. En realidad, para ellos a seguir con el maltrato.
sería mejor morir que acabar ahí. Es una de las institu- Las cosas tampoco están mejor respecto a la cobertu-
ciones más humillantes para un libro. La gente, en su in- ra sanitaria. Para que el servicio médico, pobremente
finita hipocresía, las designa con nombres elevados: tem- equipado y preparado, nos haga caso, tenemos que estar
plo de la cultura, bastión de la alfabetización, baluarte completamente mutilados o desfigurados. Y ni siquiera
de la civilización. ¡Hay que ver! Se trata, en realidad, de entonces nos brindan una ayuda profesional. Ni hablar de
simples prostíbulos. Sin más. Burdeles. Solo les falta la renovarnos o al menos restaurarnos, lo que, ingenuos
luz roja en la entrada. Todo lo demás lo tienen. de nosotros, habríamos esperado. Nada de eso. Se limi-
Para empezar, prostitutas en abundancia. Algunas pa- tan a un remiendo aquí y otro allá, y es que apenas tie-
san en este lugar toda su vida. Llegan muy jóvenes, y si nen cinta adhesiva, y nos mandan de nuevo al trabajo.
tienen la mala suerte de hacerse populares, pasan por. Es cierto que ya casi no parecemos libros, pero ¿a quién
miles de clientes hasta que finalmente se retiran del ser- le importa mientras nos sigan pidiendo en préstamo? Y
vicio. Incluso existe una competición para ver qué libro cuando ya no somos más que unos tullidos, cuando na-
será el más solicitado durante el afio. Por supuesto, el die nos quiere, cuando somos completamente inútiles,
entonces, en vez de recibir la merecida jubilación, termi- cas de los pueblos y los suburbios de las ciudades. A
namos en la basura, fuera, en la calle. Mejor dicho, en un menudo estos estudiosos son muy sensibles, por lo que
contenedor. no es de extrañar que alguna vez surja un verdadero ro-
Todo eso, sin embargo, no es tan perjudicial para nues- mance.
tro orgullo y autoestima como el precio por el que nos A veces un profesor universitario o un académico toma
prestan. ¡Pero qué digo precio, si es una auténtica ganga, cariño a un libro, sobre todo si es un ejemplar raro o muy
vamos! Sería preferible que nuestros servicios fueran gra- valioso, se enamora de él como un idiota y decide que-
tuitos antes que entregarnos por esa calderilla. Nos sen- dárselo, no devolverlo a ningún precio; no permite que
tiríamos como hetairas o samaritanas. De este modo, a nadie le eche un vistazo y mucho menos que lo toque.
cualquiera se le puede ocurrir hacerse socio de una bi- Lo lleva a su casa, pero allí resulta que no es el único,
30 blioteca. El procedimiento no incluye ningún tipo de ve- allí están también los amores anteriores del caballero, en 31

rificación, el documento de identidad se exige solo como realidad un verdadero harén. Es una persona muy ena-
mera formalidad. No hay inspección higiénica, ningún moradiza, pero a la nueva cortesana no le importa mu-
chequeo médico, ni un examen psiquiátrico del cliente, cho, en cualquier caso este destino es mucho mejor que
que en realidad debería ser el primer requisito. No se ne- estar a disposición de una multitud, aunque sea una clien-
cesita ningún certificado de ese tipo. Basta con disponer tela aristocrática. ¿Qué más puede desear un libro? ¿Aca-
solo de una cantidad con la que en la cafetería de la bi- so una relación monógama? Ni siquiera los libros que
blioteca apenas se puede pagar un café, y la puerta del pudieran decirse más feministas se atreven a soñar con
paraíso se abre para todo el año. El lobo feroz tiene ac- semejante emancipación.
ceso libre al corral de las ovejitas. El profesor recibe avisos de la biblioteca, incluso de-
Es cierto que las circunstancias son un poco mejores mandas judiciales, pero él aguanta estoicamente estos
en las grandes bibliotecas que presumen de nombres dis- desconsiderados e insensibles asaltos y no traiciona a su
tinguidos: Biblioteca Universitaria, Biblioteca del Con- nuevo amor, al igual que tampoco lo hizo con los ante-
greso, Biblioteca Nacional. En primer lugar, los libros ra- riores, portándose como un verdadero caballero. Solo la
ramente salen prestados de estos establecimientos, y si muerte los puede separar. Tan solo con su muerte la bi-
se trata de prostitución, por lo menos es de alto standing. blioteca a veces consigue recuperar el libro, siempre y
En estos lugares no nos sentimos como furcias ordina- cuando ninguno de los herederos no se haya enamora-
rias, sino como cortesanas respetadas, lo que es una di- do de él y se lo haya quedado como eterna concubina de
ferencia importante. la familia, pasando de una generación a otra.
También los clientes son mejores, más galantes, más No es mucho mejor la relación con las otras institu-
cuidadosos. Gente refinada, educada, a diferencia del ciones que los hombres han fundado para los libros. Con
inculto populacho con el que tratamos en las bibliote- las librerías y esos lugares coronados con diversos elo-
gios falsos de los que lo último que se Pjlede decir es que sano, lúcido, que no te falta nada y tienes todos los dientes
sean salones. Pero, por supuesto, como es habitual cuan- (lo que es muy importante, igual que en los caballos, por-
do los hombres recurren a eufemismos, intentan siem- que si bien el maquillaje miente, la dentadura no lo hace).
pre ocultar alguna verdad vergonzosa. Lo peor es que, incluso después de haberte toquetea-
¡Pero qué salones ni qué librerías, si no son más que do tanto, no tiene ninguna obligación de comprarte. Ni
vulgares mercados de esclavos! La lengua es lo primero siquiera tiene que explicar por qué no le gustas. Te de-
que los traiciona. Oficialmente nunca se les oirá en pú- vuelve al librero sin más, examina a otro esclavo o aban-
blico, pero los vendedores de estos ilustres establecimien- dona la librería. Pero no se trata solo de personas difíci-
tos, cuando hablan entre sí, solo tienen un nombre para les de contentar. Entre los clientes hay también verdaderos
nosotros: mercancía. No es en absoluto necesario ser un maniacos: en cuanto aparece uno de ellos, en sus ojos se
32 etimólogo para darse cuenta de la coincidencia: mercan- advierte que no ha venido a comprar sino a satisfacer su 33
cía - mercado. perversidad. Si además lleva una gabardina larga, inclu-
Sin embargo, existen ciertas diferencias, no todos los so en pleno verano, y tiene un aspecto desaliñado, con el
lugares donde se venden libros son iguales, aunque el pelo largo y grasiento, y va sin afeitar, no hay ninguna
principio fundamental es el mismo. Nosotros estamos duda: ¡es él!
expuestos para la venta, y claro, el comprador interesa- Para los vendedores está claro con quién se las tienen
do tiene todo el derecho de comprobar previamente la que ver, preferirían echarlos de la librería, y no precisa-
calidad de la mercancía en la que se ha fijado. No va a per- mente por consideración a nosotros, les importa un ble-
mitir que le den gato por liebre. Y sabido es que la me- do nuestra humillación e indignación, sino porque no
jor manera de comprobar la calidad de los esclavos esto- les gusta que alguien les haga malgastar su tiempo. Son
cándolos. Podría hacerse con un vistazo, pero no es hombres de negocios serios, para ellos el tiempo es di-
recomendable, los comerciantes siempre están dispues- nero, pero nunca pueden estar seguros: todas las perso-
tos a engañar. nas son potenciales compradores hasta que se demues-
Nosotros tenemos que estar quietos mientras el clien- tra lo contrario y la competencia está a la espera de que
te nos manosea porque si acaso se te ocurre rebelarte hagan un movimiento en falso.
-y sobran motivos, pues no solo hieren tu dignidad, Semejantes clientes suelen pasar en la librería una
sino que la pisotean a placer-, allí está el látigo desal- hora entera, a veces incluso más. Por lo general moles-
mado del vendedor de esclavos, llamado cariñosamente tan a los libros más jóvenes, a los niños, por decirlo así,
librero, para hacerte entrar en razón. Las manos del clien- que acaban de llegar. A veces, si la tienda está llena y el
te se deslizan por tu cuerpo, te estrujan, se introducen librero distraído, estos pedófilos se escabullen a un rin-
donde le apetece, no hay ningún sitio prohibido: el hom- cón del que no salen hasta satisfacerse completamente.
bre quiere asegurarse de que tú estás bien alimentado, (En los últimos tiempos, hay incluso librerías que, para
justificar su carácter de <<salón», ofrecen reservados es- cosa muy dudosa. Lo único que les interesa es venderte
peciales para degustaciones de este tipo). Allí, utilizan- cuanto antes, humillándote aún más con el precio increí-
do la fuerza, se leen a un menor desde el principio has- blemente ridículo que piden por ti.
ta el fin, arruinándolo para siempre, pues así desflorado Aunque, a decir verdad, en este asunto no podemos
ya nadie quiere mirarlo y mucho menos comprarlo. echarle la culpa a nadie. Nosotros somos cómplices del
El pobre termina en el almacén como ejemplar inser- secuestro, porque podríamos avisar al vendedor cuando
vible, esperando que lo descataloguen y lo que viene des- se produce el robo, pero preferimos callar. ¿Qué esclavo
pués, a no ser que alguien del personal se compadezca en su sano juicio delataría a su libertador-ante el guar-
de él y se lo lleve a casa; desde luego no para leerlo, in- dia, sea lo que sea lo que le espera después? Por otro lado,
cluso la misericordia tiene sus límites, pero el libro es ya de pequeños nos advirtieron de que no se podía con-
34 gratis y para algo servirá, quizá como obsequio para un fiar en el amor de un bandido ni en su honor. Es apasio- 35

cumpleaños, sobre todo si se envuelve con papel de re- nado mientras dura, que no suele ser mucho. Mas ¿qué
galo bonito, para que no se vea inmediatamente que lo corazón femenino sigue el dictado de la razón?
han usado. Los ladrones no son los únicos que reducen nuestro
Los principales adversarios de los mercaderes de es- precio. Lo hacen también los libreros cuando ven que el
clavos son, naturalmente, los ladrones. Y como los ene- negocio les va mal. Tienen para ello una expresión apro-
migos de nuestros enemigos son nuestros amigos, no es piada: descuento. Este fenómeno se podía soportar al
nada extraño que sintamos cierta simpatía por ellos. Pue- principio, cuando era una rareza y se debía a un motivo
de que exagerada. Los percibimos de una manera muy convincente, por ejemplo, con ocasión de la feria del li-
romántica, los vemos como guapos bandidos que roban bro. Pero la competencia actúa como tal, así que siguió
a los ricos para dar el botín a los pobres. Entre nosotros, a una verdadera carrera para ver quién inventaba mejores
todos los llamamos Robin. Podríamos haber elegido otro motivos para hacer descuentos en cuanto descubrieron
nombre, la historia está repleta de bandidos, pero en este que esto podía aumentar las ventas.
caso la etimología desempeña un papel importante. Primero la semana del descuento de la feria del libro
Qué se le va a hacer, si vives en la esclavitud tiendes de octubre se amplió a dos semanas, y luego a todo el
a idealizar a tu libertador, sobre todo si eres sentimental, mes, pero como ni siquiera entonces los vendedores se
y nosotros, por desgracia, solemos serlo. Sin embargo, más atenían al calendario fijado, ocurría que el descuento de
tarde resulta que no todos son peÍsonas amables. Entre octubre acababa bastante entrado el mes de diciembre.
los Robin hay caballeros, es cierto, que te roban solo para Como no tenía sentido utilizar la misma justificación
su propia biblioteca o para regalarte a alguna persona para vender libros con descuento en febrero, hubo que
querida, pero no abundan. Los motivos de la mayoría es- buscar un motivo nuevo. Y resultó que no era una tarea
tán lejos de ser nobles: el honor del bandolero es una demasiado difícil.
Los días festivos eran una buena ocasión: se introdu- penosos esfuerzos de los vendedores, a los que observá-
jo un descuento de Navidad, luego el d~l Día de la Mu- . bamos con maliciosa satisfacción. Cuando uno es escla-
jer y el del Primero de Mayo. Ya entonces se observó una vo y espera servil y humildemente a que venga a llevár-
peculiar anomalía. Los libros más solicitados en estos selo un mercader de esclavos, no hay imagen más alegre
periodos no tenían nada que ver por lo general con el que la cara contrita de un vendedor mientras explica al
motivo de las rebajas. Así, por ejemplo, totalmente en cliente furioso que en ese momento no tiene el género
contra de lo esperado, en las Navidades todo el mundo que le pide.
estaba loco por encontrar libros ilustrados sobre cómo A pesar de estas experiencias desastrosas, los libreros
cultivar plantas de interior sin flor, o disertaciones de no desistieron. Se lanzaron en busca de más motivos para
hermenéutica, en particular si hacían referencia espe- hacer rebajas. Primero se probó con las fiestas naciona-
36 cial a la poética. les y allí se dio por primera vez cierta realimentación: 37
Los confundidos libreros todavía no se habían recu- los más vendidos fueron las enciclopedias de bebidas
perado, cuando el Día de la Mujer les deparó una nue- fuertes, los diccionarios de armas, tanto de las ligeras
va sorpresa: asediaba sus tiendas gente que deseaba ad- como en especial de las pesadas, así como los libros del
quirir un libro de antropología oriental del Renacimiento tipo Sé tu propio médico, sobre todo si contenían un am-
tardío, o manuales para el mantenimiento del ordena- plio apartado sobre el lavado de estómago.
dor, sobre todo si los acompañaba un aerosol para lim- De las rebajas con motivo de las fiestas religiosas se
piar el teclado. Al analizar las ventas después del des- desistió enseguida, porque los compradores se mostra-
cuento del Primero de Mayo, los libreros finalmente ban en estas fechas extremadamente profanos. Nadie
abandonaron cualquier intento de adivinar las inclina- quería tocar los libros sobre la vida espiritual, o la vida
ciones imprevistas de los compradores. De verdad, ¿quién después de la muerte, o de cuestiones de ética y de jus-
se iba a imaginar que a principios de primavera se pro- ticia, como si fueran apestados; mientras que todos se
duciría un auténtico asalto en busca de los manuales de interesaban, por lo general en voz baja, en tono conspi-
snowboard y de hacer punto y bordados si tenían mu- rador y profano, por las obras dedicadas a ritos exóticos
chas ilustraciones? de iniciación erótica, obligatoriamente con fotografías o
Por supuesto, para espanto de los hábiles empresarios al menos con dibujos a todo color.
del libro, la oferta en las tres ocasiones estaba en mani- En esta carrera para encontrar motivos se acabó per-
fiesta desproporción con la demanda. Nadie quería los diendo toda medida, en particular en las librerías más
libros rebajados y los que todo el mundo quería no pequeñas y apartadas, conocidas por un tráfico débil y
los había a ningún precio. Obviamente, no es nada ha- crónico, donde habitualmente estaba todo permitido. Allí
lagador que no te quieran ni siquiera con descuento, pero podía servir casi cualquier cosa como motivo para las re-
cierta recompensa por todas estas humillaciones eran los bajas. Por ejemplo, se organizaba un descuento con oca-
~-~-~.' -----_-------.~--

sión del día de los apicultores, luego de los numismáti- tíamos dolidos por el precio inicial, por muy alto que fue-
cos y filatelistas, del día internacional del ahorro, del día ra. ¿Así que el señor librero cree que no valemos más?
de los canteros y mineros, de los viticultores, del día de Ya verá, ya ... Si es un precio irrisorio ... Podía haber pedi-
la lucha contra los mosquitos, del día de los flautistas, do el triple ... Nos vamos a vender como rosquillas.
de los animales de compañía, de los magos, de los sopla- Si esto no ocurría pronto nuestra furia se dirigía ha-
dores de vidrio, de los derechos humanos, de los profe- cia el comprador. ¿Pero qué se espera esta gente, acaso
sionales electricistas y pintores del automóvil, de los nos quieren regalados? Si no tienen dinero, ¿por qué
payasos, de las aves migratorias, etcétera. pretenden tener esclavos? Hoy día cualquier don nadie
Como suele suceder en los asuntos humanos, cuando quiere ser dueño de esclavos. Si las cosas siguen así no
se llegó demasiado lejos, alguien se dio cuenta de que to- vamos a llegar a ninguna parte. Ya no hay orden que val-
38 das las excusas eran absurdas y sobraban, por lo que se ga. Básicamente, la misma ira embarga también a los 39
proclamó la semana del descuento sin ningún motivo. mercaderes de esclavos, aunque ellos utilizan un voca-
Sin más. El descuento por el descuento. Por supuesto, la bulario distinto, por lo que se produce un fenómeno inu-
competencia reaccionó enseguida prolongando este pla- sual: por un instante nos encontramos en el mismo ban-
zo: diez días de descuento, un mes de descuento, el des- do, lo que en resumidas cuentas no puede ser una relación
cuento de temporada, el descuento anual, el primer quin- natural.
quenio de descuento, la década de descuento. De todos modos, para nuestra vanidad lo mejor sería
Eslóganes como «Descuento hasta el fin de siglo>>, y aún quedarnos para siempre en los estantes de las librerías
más, «Descuento hasta el fin del milenio», sonaban im- y desafiar con orgullo la tacañería de los compradores,
presionantes pero, por supuesto, se trataba de exagera- pero, para desgracia nuestra, la camaradería con los mer-
ciones, es decir, de trucos publicitarios: cuando a los ven- caderes dura poco. Son gente práctica, no dejan que las
dedores se les ocurrió esta idea faltaba menos de un año emociones se apoderen de ellos por mucho tiempo ni les
y medio para aquel fin. Como en esta dirección ya no se sobra paciencia. Cuando ven que la mercancía se les acu-
podía avanzar -hablar de eones hubiera sido realmen- mula, recurren primero al descuento, y si esto tampoco
te demasiado-, solo quedaba un último paso: la procla- da frutos, no hay otra, anuncian la liquidación.
mación del descuento permanente, sin cortapisas. Sin li- ¡Qué afrenta! Primero engalanan todo el escaparate
mitaciones. Descuento ad infinitum. con anuncios chillones y repletos de números y porcen-
Sin embargo, el descuento no es la forma más grave tajes, a veces algún encargado en un momento de con-
de devaluación de los pobres esclavos en las librerías. fusión matemática o enardecimiento incontrolable va in-
Existe una cosa aún peor: la liquidación. Aquí nos aguar- cluso tan lejos que promete un descuento mayor del cien
da el verdadero envilecimiento. Como personas que se por ciento, y luego le cuesta esfuerzos enormes explicar
tienen en alta estima, incluso en la esclavitud, nos sen- a los clientes, proclives a entender todo literalmente y
sin oído para sus delicadas metáforas, qve tienen que pa- que no suelen acudir más que en contadas ocasiones o
gar algo por el libro elegido y que no ~e les puede dar ni siquiera eso. La gente abarrota las tiendas, los libreros
además dinero por llevárselo. se frotan las manos y nosotros quedamos expuestos a
También ponen anuncios similares en nosotros, como nuevas desgracias. Pero así es el mundo, siempre tiene
un estigma de vergüenza, con el primer precio tachado que haber alguien que se lleve la peor parte.
visiblemente, el mismo precio que nos enfurecía tanto Entre los nuevos clientes hay algunos con exigencias
al principio, y debajo, con trazos más gruesos, escriben un poco raras. También cuesta contentados, pero a ellos
el nuevo, del que apartamos con asco la mirada, negán- no les importan las mismas cosas que a los visitantes
donos a creer que de un día para otro hayamos caído tan habituales de una librería. Los títulos de las obras ex-
bajo. El proverbio «cambiar el caballo por el burro>> no puestas y, sobre todo, su contenido, les son indiferentes.
40 es nada en comparación con esta degradación. Y tampoco les interesan detalles como el escritor, los coau- 41
Y como si esto no fuera suficiente, a veces instalan in- tores, los traductores, los editores, los encargados de ha-
cluso altavoces sobre la puerta y desde allí tientan todo cer la selección para las antologías, los autores de recen-
el día a los paseantes, como animadores delante de bur- siones, prólogos y epílogos, los editores de mesa y mucho
deles de mala muerte, con la música apropiada. Lo úni- menos los correctores de estilo y los de pruebas.
co que falta es que les tiren de la manga. Lo primero que preguntan -después del precio- es
En realidad, ocurre algo muy parecido: el encargado el tipo y el color del libro. Aprecian muchísimo los en-
de la librería envía a los vendedores más jóvenes a la ca- cuadernados en cuero, aunque no les disgustan las edi-
lle con un montón de folletos en los que, con eslóganes ciones rústicas, y los que más valoran son los de tonos
agresivos, a veces incluso en verso y, por supuesto, en castaños, porque van muy bien con todo tipo de made-
cursiva, se anuncia la liquidación; los empleados, cum- ra. Si además el título en la cubierta está en relieve con
pliendo las órdenes, pugnan por distribuirlos entre los letras doradas, es como si les hubieras implantado gra-
transeúntes, y si es necesario se los ponen en la mano a tis un diente de oro. También es muy importante que la
la fuerza. No desisten de esta campaña publicitaria ni si- obra se componga de varios tomos. En este sentido se ha
quiera cuando en el suelo junto a la librería se expande introducido un nuevo sistema de medición: ya no habla-
un gran semicírculo de folletos arrugados. mos de unidades sino de metros. El sistema métrico con-
Es verdad que surten algún efecto. En general, los se- quista implacable todas las áreas de la vida.
res humanos son grandes aficionados a las rebajas, por- El comprador viene con la medida exacta, como en
que no pueden abstenerse de comprar cuando algo es una tienda de telas, y el vendedor sac·a de un rincón es-
más barato, aunque no lo necesiten para nada. O quizá condido del cajón una herramienta especialmente guar-
es justo entonces cuando más lo compran. En las épocas dada para estas ocasiones: una cinta métrica de metal.
de rebajas, las librerías se llenan de curiosos de todo tipo A veces hay problemas con la medición, pues los libros
no son telas, no se los puede encajar al mjlímetro, pero si toca una vez cada tres años e incluso entonces superfi-
al comprador le da igual que los tomos no vayan segui- cialmente, de manera que cuando alguien saca un libro
dos, lo que suele ser el caso, y si el vendedor es hábil y poco usado en el acto sufre un ataque de asma.
experimentado, al final obtienen un resultado casi per- Existen librerías especiales en las que siempre hay sal-
fecto: el cliente se lleva 1,27 metros de libros que de al- dos: las librerías de viejo. Son lugares tristes, mortecinos,
guna manera encajará en los 1,25 de la estantería. Lo verdaderos asilos de libros. Los esclavos que aquí llegan
más importante es que la altura coincida. Ahí sí que no para ser vendidos en general se hallan en estado lamen-
vale apretar. table: ajados, deteriorados, usados, deslucidos, a menu-
Aunque pueda parecer que debemos estar profunda- do con serios defectos físicos. Si no tienen tapas o algu-
mente ofendidos por esa forma de venta -entre otras na hoja, es un caso menor; existen también, sin embargo,
42 cosas porque con el descuartizamiento de las grandes co- inválidos de gravedad que se han quedado sin el prólo- 43
lecciones se dispersan los miembros de felices familias go o sin el epílogo, e incluso sucede que han perdido todo
de libros-, esta tiene su lado bueno. Pasar a ser propie- un capítulo. ¿Quién pagaría entonces mucho por ellos?
dad de clientes métricos equivale, en realidad, a ganar la En realidad ni siquiera son saldos, sino un «anda, da lo
lotería en comparación con otros destinos que pueden que qmeras >>.
acaecernos en un saldo. Estos son los mejores amos de Pero el precio de venta todavía es aceptable en rela-
esclavos que cabe desear. ción con el de compra. Así, llega un ciudadano ingenuo
Ante todo, con ellos se nos garantiza la longevidad, ya que pone en venta su biblioteca reunida a lo largo de los
que nadie nos abrirá y mucho menos nos leerá. Servi- años -un contratiempo lo obliga a ello- y cuando se
mos solo de adorno. Como un barco en una botella, por entera de lo que le ofrece el librero de viejo, aunque está
ejemplo, o una cabeza de jabalí disecada. Nos colocan en bien conservada, cuidada, mimada y contiene un mon-
una vitrina -a decir verdad, estamos un poco apreta- tón de recuerdos sentimentales que los unen, se queda
dos, pero bueno, se puede aguantar- y luego con orgu- mudo, patidifuso, aturdido y es presa de un pesado estu-
llo muestran a los parientes y amigos lo bien que nos por. No puede creer lo que está oyendo. Por supuesto, en
adaptamos al ambiente. Y más aún se enorgullecen del un primer momento lo rechaza, no quiere ni oír hablar
precio que han pagado por nosotros. de ello, se da la vuelta y sale sin palabras, arrogante. In-
Además, se cuida mucho nuestra limpieza, sobre todo cluso a veces da un portazo tras de sí.
porque no somos muchos. Se quita el polvo con regula- El librero se encoge de hombros, indiferente, tiene ex-
ridad y a conciencia, igual que se hace con cualquier otro periencia, ha vivido ya situaciones como esa, sabe que el
mueble, y no como en casa de esos ratones de bibliotec sujeto volverá. Y realmente vuelve, por lo general, al día
ca con sus enormes colecciones en estanterías de pared siguiente, cuando la dignidad y el orgullo ceden un poco.
a pared y del suelo al techo, a las que el plumero apenas El contratiempo es grande, no hay de dónde sacar el di-
nero, corren tiempos difíciles, hay que vivir de algo, los pra alguno. Pero jamás uno de los que ha vendido por
niños tienen que ir de excursión, hay que comprar ali- nada.
mentos, el tubo de escape tiene un agujero y su mujer Podría parecer que nosotros, los libros, tenemos que
espera ir a esquiar, ¿la va a privar de ello? La oferta, es ver la librería de viejo con repugnancia y horror, como
cierto, es un auténtico atraco, un atraco a mano armada, un lugar donde no se puede caer más bajo. Y la verdad
pero no tiene otra posibilidad. es que no hay un sitio donde menos nos aprecien que en
Entonces sigue una emotiva escena de despedida Aun- las tiendas de esos anticuarios, sombrías, oscuras, desor-
que a nosotros, desde luego, los contratiempos humanos denadas, en las que solo falta el incienso para ser una ca-
no nos afectan mucho -¿por qué iban a afectarnos, si pilla: lo que sería si no fuera por las extravagantes afi-
se tiene en cuenta cómo se portan con nosotros?-, no ciones humanas y los coleccionistas de raras antiguallas.
44 somos de piedra. No podemos reprimir las lágrimas mien- De manera absolutamente inesperada, justo ahí don- 45
tras lo contemplamos prometer a sus protegidos, con voz de hemos perdido todo valor, donde nos ha abandonado
trémula, que la separación será temporal, volverá a com- cualquier esperanza, sucede un prodigio como en un cuen-
prarlos, muy pronto, en cuanto la situación mejore, de to. Como en Cenicienta, por ejemplo, aunque con ciertas
ningún modo consentirá que se queden allí para siem- diferencias. Para empezar no hay ningún zapato, y sí más
pre, volverán a estar juntos otra vez. príncipes disfrazados de compradores que compiten fe-
Y, en efecto, los primeros días pasa con regularidad briles por un afortunado entre nosotros, en particular si
por la librería para visitarlos, sabe con exactitud dónde es el último de su especie y, a ser posible, muy viejo, un
están colocados, los acaricia, los ordena, aspira el polvo siglo y medio como mínimo. Eso es lo que más se busca.
acumulado, incluso habla con ellos cuando nadie le pres- No les interesa lo que pone en el libro, cómo es su
ta atención, y cuando advierte que falta uno, que se ha alma, ni siquiera les preocupa su aspecto, no tiene que
vendido, se le escapa un sollozo desde lo más hondo del ser bonito, pese a que si está bien conservado se aprecia
alma, como si hubiera perdido a alguien muy querido. más, solo quieren poseerlo, que sea suyo y de nadie más,
La escena es realmente estremecedora y sentimos esca- que ningún otro se apodere de él, cueste lo que cueste.
lofríos al verla. La pasión coleccionista no pregunta el precio.
Sin embargo, nada dura eternamente para los hom- Encontrar estos libros raros es, en realidad, el verda-
bres, ni siquiera el dolor. Primero las visitas empiezan a dero oficio del anticuario. El resto solo es un trabajo se-
escasear, se tornan irregulares, y :luego deja de venir. De- cundario, una tapadera, por así decirlo. Cabe esperar un
saparece como si la tierra se lo hubiera tragado. Cuando resultado lucrativo sobre todo cuando el primer propie-
por fin reaparece, es un hombre completamente distin- tario ignora el valor de lo que posee. Se trata de una per-
to. Finge no reconocer a nadie, como si todo ese drama sona inexperta e ingenua: la viuda de un profesor de uni-
nunca hubiera ocurrido, contempla los libros, quizá com- versidad, por ejemplo, que tiene una pensión si no
pequeña, al menos insuficiente, por lo que se ha decidi- la última vez que alguien le llevó flores? Y de la caja de
do a vender la biblioteca de su difunto marido y mejo- bombones, mejor no hablemos, aunque el médico le ha
rar así su situación. prohibido terminantemente los dulces, porque tiene el
Ella es consciente de que está infringiendo el juramen- azúcar alto, pero le da igual, no los va a tirar.
to; en su lecho de muerte él le hizo jurar que no vende- La escucha con atención, compadece sus penas con
ría los libros y que, como no tenían herederos, al final sinceridad, se espanta ante los procedimientos del mari-
los donaría a un museo o a una institución similar, si era do desconsiderado, le da su aprobación, ella tiene razón
posible de relevancia nacional, incluso podría constituir cuando afirma que la gente, en general, es pérfida y mala,
una fundación. Sin embargo, no le remuerde mucho la solo trata de engañar al prójimo, ya no se puede confiar
conciencia, aunque seguramente él se esté revolviendo en nadie, el mundo entero es corrupto.
46 en la tumba: le está bien empleado por haber dedicado en Cuando, al cabo de tres horas y cuarto de su llegada, 47
vida más tiempo a esos libracos que a ella. Desde luego, le toca el turno a la biblioteca, ella está dispuesta inclu-
no tiene intención de leerlos, entonces ¿para qué dejar so a regalársela, y le está profundamente agradecida por-
que cojan polvo? De esta forma se les sacará algún pro- que él se va a ocupar de sacarla de allí. El hombre se
vecho, toda la vida ha estado pendiente de complacerlo levanta para verla, en apariencia lo hace de manera su-
y halagarlo a él, ahora ha llegado su turno de disfrutar perficial, un simple vistazo, sin mayor interés, pero en
un poco. realidad busca minuciosamente las rarezas. Si descubre
Llega el anticuario a visitar a la viuda, es lo correcto, alguna, no lo demuestra con ningún gesto, la cara impa-
no le va a llevar ella todos esos libros a la librería, ¿cómo sible, como la de un jugador de póquer experimentado.
iba a hacerlo? Él le lleva flores, narcisos a ser posible, no Acaba el reconocimiento, pero él no expone ensegui-
hay mujer mayor que no los adore, y también aparece da su oferta. Primero acuerda los detalles del transpor-
una bombonera envuelta en un bonito papel de regalo te. Eso es lo más urgente. Que la señora lo deje todo en
con cintas si el hombre intuye que le espera una buena sus manos, sus muchachos tienen experiencia, saben
presa. Para ganar hay que invertir algo. Solo los tontos cómo se hace el trabajo, claro que él le procurará cajas y
esperan ganar sin dar nada a cambio. un camión, llevarán hasta un aspirador para que no que-
La conversación no gira enseguida en torno al traba- de ni una mota de polvo cuando se vayan, si la señora lo
jo. Eso viene al final. El anticuario induce hábilmente a desea pueden descolgar las estanterías y llevárselas, para
la señora para que le cuente su v'ida. Ella, por supuesto, que no se queden vacías, y van a ser silenciosos, faltaría
lo está ansiando. No recibe muchas visitas, solo habla más, los vecinos no van ni a enterarse de que se han lle-
con los gatos, no tiene a quién quejarse. Y abre su alma, vado los libros.
no le molesta hacerlo ante un desconocido, el señor es La mujer no oye el precio que el anticuario dice al fi-
tan fino, lleno de comprensión, tan cortés. ¿Cuándo fue nal. Se limita a asentir con la cabeza en señal de confor-
midad, los ojos bajos, sintiendo incomodidad porque no cluso con cuello de piel; para cambiar el linóleo abom-
queda más remedio que resolver esas trivialidades. Él sa- bado de la cocina con cuyas esquinas levantadas siem-
cará con galantería los billetes, por supuesto nuevos y pre se tropieza; y, si encuentra una oferta buena, para ir
grandes, y los pondrá en la mesa. Ella los cogerá mucho a un balneario dos semanas fuera de temporada, el reú-
tiempo después de que el hombre se haya marchado, para ma la atormenta y le sentaría fenomenal.
esconderlos en la caja de madera tallada, con llave, en la Si a esto se añade el benefactor efecto mental de la
que guarda el dinero. Ni se le ocurre contarlo. ¡Qué iba agradable conversación con el amable señor, que ha pro-
a parecer aquello! Cuando se va, él le besa la mano, como metido volver pronto a visitarla, la anciana tiene todas
corresponde. las razones para considerarse satisfecha. Igual que Ceni-
Muchas personas acusarán al anticuario de estafa- cienta, que, gracias a la astucia del anticuario, en el futu-
48 dor, pero nosotros no compartimos ese puritanismo mo- ro será tratada como corresponde, como una princesa, y 49

ralizador. Para nosotros, al contrario, es un benefactor, no se quedará languideciendo en el despacho del difun-
y si saca provecho de todo ello, ¿se le puede reprochar? to profesor, para después de la muerte de su esposa caer
¿Qué ha hecho de malo? ¿Ha robado algo? No. ¿Ha obli- en manos de unos bárbaros que no reconocerían su san-
gado a la mujer a aceptar su oferta? No. Se ha limitado gre azul. O incluso ir a parar a la basura.
a no informarla de que algunos de los libros de su bi- Así, la separarán enseguida del resto de los libros, de
blioteca tienen gran valor. Pero ¿por qué debía hacer- ningún modo va a ir con ellos a los estantes o al mostra-
lo? No vamos a cargarle a él con un pecado que en otros dor de la mercancía barata destinada a los compradores
hombres de negocios saludaríamos como habilidad, arte, corrientes. La guardarán en un lugar seguro, en una caja
agudeza. fuerte, y ese mismo día vendrá a examinarla un experto
Además, ¿qué iba a hacer la anciana señora con la gran en restauración que, con absoluta discreción, la repara-
suma que podría haber obtenido si hubiera sabido lo que rá y arreglará para que parezca lo mejor conservada po-
posee? Desde luego no podría gastarla en vida y a la tum- sible.
ba no se la podría llevar. No habría sido más que un en- Cuando se acaban estos preparativos, el anticuario
gorro para ella, temería que le robaran, que la inflación informa por teléfono a una clientela selecta. Nunca lo
devaluara su fortuna, que empezaran a pedirle prestado hace abiertamente, sino que utiliza una clave especial
parientes lejanos a los que hacía años que no había vis- acordada de antemano, el asunto tiene visos de alta
to y de los que no podía acordarse del grado de consa- conspiración, nunca se sabe qué oídos curiosos están
guinidad que los unía a ella. al acecho. La conversación es concisa e idéntica las cin-
De esta manera, ha obtenido lo justo para reparar la co veces.
lavadora, pues hace ya años que solo le funciona un pro- <<He conseguido una botella de cierto vino francés de
grama, y mal; para comprarse un buen abrigo, quizá in- 1762. ¿Querría venir esta noche para probarlo?>>.
Al otro lado de la línea, primero el silencio, luego una sin otra fuente de iluminación. Los visitantes se sientan
tos, casi como un estertor, y una pregunta ronca: <<¿A las en silencio, ya saben cuál es el sitio de cada uno, no hay
nueve menos siete minutos, como siempre?>>. gestos superfluos. .
El anticuario se ríe silenciosamente, para sí mismo, El anticuario se alza paciente junto al caballete mien-
antes de responder: <<Como siempre>>. Nunca se frota las tras los invitados contemplan las fotografías de la porta-
manos. Es un hombre de modales incluso cuando nadie da y la página de créditos. Dos se ponen las gafas, otro
lo ve. un monóculo. Dan la vuelta a las fotos, se las acercan a
La librería de lance está en una calle lateral discreta los ojos y las alejan, las examinan a conciencia. Alguien
' '
y a las ocho está cerrada y a oscuras. Sin embargo, a las saca una lupa, un rayo del reflector centellea en ella por
nueve menos siete minutos, cinco siluetas con los cue- un instante. Finalmente, todos vuelven a colocar las fo-
51
50 llos de la gabardina subidos y el ala del sombrero muy tos en la carpeta.
bajada, llegadas de distintas direcciones, se juntan en la El anticuario inhala profundamente dos veces antes
puerta. No hay saludos. Nadie pronuncia una palabra. de levantar la tela negra. Cinco figuras en la penumbra
Una mano se alza y llama, ahogadamente: tres toques se inclinan al unísono hacia delante, como si un imán las
cortos, dos toques largos, y de nuevo otro corto. Para pro- hubiera atraído de repente. Se quedan inmóviles un rato,
vocar más tensión, no sucede nada durante unos instan- como si posaran para Caravaggio. Por fin, el anfitrión ca-
tes, luego la puerta se abre con un chirrido apenas audi- rraspea y comienza la subasta.
ble y los visitantes se deslizan raudos dentro, como El único sonido que se oye es su voz. El resto es mí-
sombras. Cuando el último ya ha entrado, una cabeza mica, gestos discretos: una ceja que se alza, un roce de
asoma unos segundos a la calle, mira a izquierda y dere- nariz, una caricia en la solapa de la gabardina, un tiran-
cha, y se retira velozmente. En el interior no se encien- cito del lóbulo de la oreja. El subastador lo traduce inge-
de ninguna luz. Solo por un momento brilla el haz obli- niosamente a cifras que crecen, al principio despacio, y
cuo de la oficina del anticuario en la parte trasera mientras luego más deprisa, a un ritmo vertiginoso. Por fin, al cabo
entran los visitantes. de casi dos minutos y medio, no hay más señales ni más
El protocolo estaba prescrito hasta el último detalle y gestos. Todo vuelve a estar inmóvil y silencioso. El libre-
todos estaban bien entrenados. Cinco sillas, cómodas, ro espera aún unos instantes, observa atentamente el se-
con brazos, dispuestas en semicírculo. Aliado de cada si- micírculo de sillas y carraspea otra vez. Los allí reunidos
lla, una mesita, una botella de agua mineral un abridor lo oyen como el golpe del martillo de madera.
' '
un vaso boca abajo posado sobre una servilleta, unas El anfitrión se acerca el primero a uno de los cinco vi-
cuantas fotografías en una carpeta. Delante del semi- sitantes y le tiende la mano, a la par que le hace una leve
círculo de sillas, un caballete cubierto por un terciopelo inclinación de cabeza. Los demás se acercan al ganador,
negro, una lámpara reflectora enfocada hacia el caballete, pero siguen sin decir palabra. Todos se quitan los guan-
tes para saludarle e inclinan la cabeza, uno da un taco- Ni pensar que alguien la lea. Tan solo de vez en cuan-
nazo. Los sombreros, sin embargo, permanecen en las do la muestran por un breve espacio de tiempo en vela-
cabezas. Después salen del despacho en fila, primero a das exclusivas a un público selecto. Expertos que saben
la librería y luego a la calle. Ya fuera, miran a todos los apreciar su valor excepcional. En esas ocasiones todos
lados, se suben más el cuello de la gabardina, se calan llevan gasas en la boca y en la nariz y unas zapatillas es-
más el sombrero y se dispersan apresurados en todas las peciales. Ella se siente como una fiera rara y amenazada
direcciones, sin saludarse. Las botellas de agua mineral en una jaula de lujo en el zoológico.
en las mesitas quedan intactas. Como siempre. Este idilio paradisíaco representa, evidentemente, el
Al día siguiente se llevan a cabo los trámites. Lo hace colmo de la hipocresía humana. Los animales del zooló-
el personal auxiliar. A las once y cuarto llega un correo gico tienen todo lo que necesitan, de acuerdo-¿ a quién
le va a interesar la libertad si tiene aseguradas tres comi- 53
52 uniformado. Con pasos grandes, casi marciales, atravie-
sa la librería sin volverse, entra en el despacho. Tampoco das al día y no tiene que hacer nada?-, pero ¿los seño-
habla. No es necesario. Todo está claro. Tiende al librero res acaso creen que complaciendo sin medida a un rino-
un sobre con un cheque. No hay nada escrito en el sobre. ceronte o a una jirafa pueden redimir sus conciencias
Es blanco, está cerrado y la única marca es un pequeño por aplastar rabiosamente a sus pobres parientes en la
escudo en relieve en la esquina superior izquierda. selva? ¿Qué significa el alojamiento principesco de un li-
El anticuario le entrega a cambio un paquete, también bro en comparación con el exterminio al que todos los
sin marcas, atado con una cinta. Todo dura unos instan- años están expuestos sus desgraciados colegas, los ma-
tes. No hay comprobaciones, por supuesto. El trabajo se nuales?
hace entre caballeros. El anticuario se limita a asentir con Su nefasto destino, sin embargo, no es evidente cuan-
la cabeza, sin sonreír. La cara del correo sigue impertur- do nacen. Al contrario. Un ojo inexperto podría creer que
bable, gira sobre los talones y sale. Delante de la librería, les aguarda un futuro brillante. Un periodo de liquidación
un coche con el motor encendido lo espera y se lo lleva es algo totalmente inofensivo en relación con la locura
a toda velocidad. inconcebible que se desata por los manuales durante
Cuando Cenicienta llega a casa del príncipe, la aguar- unos cuantos días de otoño, en particular en las comu-
dan leche y miel. Recibirá una vitrina especial en la que nidades humanas en las que todo se hace en el último
las condiciones climáticas están reguladas, y sobre todo la momento, y no son pocas. Los manuales llegan a la libre-
humedad, que junto con el polvo es el peor enemigo de ría justo cuando las clases en los colegios están a punto
los libros. El restaurador la visita puntualmente, la exami- de empezar, si es que no han empezado ya. Pero nunca
na con celo, cualquier prevención es poca. Utiliza guantes llegan todos. Al menos una tercera parte se retrasa. Pero
de cirujano, pinzas, un cepillito de pelo de camello, polvos lo que llega basta para volver locos a los alumnos, y más
aromáticos. Es el único con autorización para tocarla. aún a sus solícitos padres.
Aún no ha amanecido y delante de la librería se ex- una hamburguesa sazonada en abundancia, esperando
tiende una fila increíble de repentinos admiradores del con paciencia la primera señal indudable de alteración
libro. Según se aproxima la hora de abrir, la fila se con- del orden público: la rotura del escaparate. Solo enton-
vierte en un caos, y los codazos, los empujones, los for- ces sacan las porras.
cejeos, van en aumento, sazonados con un jugoso len- No es fácil para un manual conservar la serenidad
guaje de apoyo. En el momento en que el horrorizado cuando lo alcanza semejante popularidad. Como si fue-
comerciante se decide a entreabrir la puerta, para ense- ra una estrella de cine o un cantante o un futbolista fa-
guida refugiarse tras el mostrador tan rápido como pue- moso. No le da tiempo a llegar a la estantería: aún calen-
de, se organiza un gran tumulto, confusión, un hervide- tito de la imprenta, directo de la caja, se arroja a las febriles
ro de gente. manos tendidas. A los brazos de sus fogosos adoradores.
54 Salen volando en todas direcciones las prendas que Está completamente embriagado, aturdido, en trance. El 55
no están sujetas y demás objetos necesarios para sopor- mundo entero gira a su alrededor.
tar las largas esperas: los gorros, los zapatos, moneditas, Pero como hace tiempo ha podido constatarse, aun-
mecheros, medallas, paraguas, gafas, llaves, sonajeros, pe- que poca gente lo tiene en cuenta, toda cara tiene su cruz,
lucas, tijeritas, petacas, taburetes, alianzas de boda, pi- y suelen ser de la misma magnitud. Después de un co-
pas, polainas, periódicos, broches, abonos de transporte, mienzo tan brillante y agitado, lo que sigue en la vida
termos, orinales, llaveros, pañuelos, insignias, pendientes, corta y triste de un manual es un auténtico fracaso.
termómetros, pitilleras, biberones, sacacorchos, prótesis, ta- No hay peor destino para un libro que caer en manos
baqueras, navajas, horquillas, argollas, tarjetas de visita, de un escolar. En su parcialidad enfermiza, cuando los pa-
bolsas de agua caliente, y ni se sabe la de botones que se dres quieren reconvenir a sus retoños, dicen de ellos
caen. que son inmaduros. ¡Inmaduros! ¡Eso sí que es un cum-
Los gritos y alaridos se oyen tres calles más allá y evi- plido! ¡Son monstruos, vándalos, salvajes! Que nos pre-
dentemente se producen pellizcos, mordiscos, trope- gunten a nosotros, que sí sabemos quiénes son estos
zones, altercados, agarrones de cuello, y hasta peleas, y alumnos: en nuestra piel sentimos todos los años su in-
bastante graves. Lo único que falta es que saquen las ar- madurez.
mas, tanto blancas como de fuego, pero bueno, no dejan No hay barbaridad que estos pequeños sádicos no es-
de ser familias, gente tranquila, hay muchos niños, no tén dispuestos a hacer con el pobre manual durante los
sería educado. dos semestres que están juntos. El libro se enfrenta a un
La policía no interviene en este debate académico: la repertorio concentrado de malos tratos y torturas: subra-
educación y la cultura en general no entra en sus com- yados, garabatos, páginas dobladas, arrugadas, arranca-
petencias. La patrulla permanece a un lado, tranquila y das, rasgadas. Los señoritos frustrados no pueden de-
digna, mientras desayuna empanada de queso y yogur o sahogar su justa cólera con los maestros que los obligan
a la peor de todas las actividades, el estudio, así que no La vida en la esclavitud, por supuesto, nunca es ale-
hay nada mejor que aplacarla con nosotros. No se van a gre, p ero con estos vendedores al menos no es monóto-
aguantar los niños la rabia, los pobres, para que luego de na. Para empezar, viajamos mucho, estamos constante-
mayores vayan por ahí arrastrando traumas. mente en movimiento, lo que es un privilegio inaccesible
Y lo que ocurre al final del curso ya es una auténtica para la mayoría de los libros. Casi todos los miembros
matanza. Cuando suena la última campana, el frenesí se de nuestra especie pasan la vida encerrados entre cuatro
apodera de las hordas de alumnos que se lanzan a rom- aredes, no asoman la nariz a la calle, como si sufrieran
per los manuales impotentes, a despedazarlos, a mutilar- ~e agorafobia, están en una posición más desfavorable
los, y a esparcir con petulancia los restos en todas las di- incluso que la del ama de casa, que de vez en cuando va
recciones mientras el suelo se blanquea cubierto de aunque solo sea al mercado.
57
56 entrañas de libros. Entretanto, los adultos los contem- Nosotros, sin embargo, estamos siempre de viaje, Yno
plan con benevolencia, aprobándolo: terminó el curso, falta la diversión. A veces hasta resulta difícil conservar
los críos tienen que explayarse, es comprensible. la seriedad que, con razón, se nos supone, mientras ob-
En el caso de que un manual sobreviva a este horror, servamos al patrón que con gran locuacidad intenta co-
pronto lo lamenta. Envidia a los que sucumbieron ense- locarnos. Él y sus colegas son los últimos de toda la raza
guida, pues al cabo de unos días se halla en la acera don- humana que leerían un libro, lo sabemos de sobra, y tie-
de a un precio irrisorio venden manuales usados y le que- nen una buena razón -podría decirse que una divisa
da aún otro año infernal. Esto no ocurre en las sociedades corporativa- que naturalmente no se reconoce en pú-
serias en las que cambian los manuales todos los años, blico: «¿Acaso no basta con tener que venderlos para que
una reforma sustituye a otra, y los viejos, por suerte, ya encima me los tenga que leer?>>. Pero si usted escuchara
no sirven. cómo nos recomiendan y elogian a un posible compra-
Existen también lugares en los que no hay librerías. Si dor, juraría que lo han leído todo y que son verdaderos
bien se pueden encontrar otros puntos de apoyo de la expertos, en particular en psicología.
educación y del estudio en las comunidades humanas, Para ellos es de crucial importancia que los títulos de
como son los cines, los cafés, las iglesias, las gasolineras, los libros sean lo más generales posible y las cubiertas
las bibliotecas, las barberías, las galerías, los ultramarinos, de colores chillones. Son capaces de adaptarse con faci-
quizá un teatro pequeño, sin anfiteatro ni palcos, que hace lidad a las necesidades del cliente. Sus preferidos son El
tiempo que no está en activo y cuyb repertorio era muy sentido de la existencia (un ensayo de filosofía posmo-
modesto, existen parajes en los que por un prodigio inex- derna) y Confiamos en el futuro (un tratado teológico so-
plicable faltan las tiendas de libros. Entonces se presen- bre la vida después de la muerte). El primero tiene en la
ta como salvador una especie singular: los mercaderes de cubierta, muy apropiadamente, una fotografía de una pues-
esclavos ambulantes, los viajantes de comercio. ta de sol en una exuberante isla tropical llena de palmeras;
el segundo, una familia abrazada, sonriente y bien ali- cubierta. Entonces se enojan con nosotros, aunque no
mentada que dirige una mirada vaga al' cielo estrellado. tenemos culpa de nada, sometiéndonos a diversos cas-
¡Cuántos ejemplares de estas obras se han vendido, so- tigos, de los que el más suave es ponernos en un lugar
bre todo a lectoras felices de todo tipo! apartado y olvidarnos para siempre, como una fea man-
En realidad, en este caso los vendedores no han teni- cha del pasado.
do que esforzarse demasiado. La ingenuidad de las cré- Lo peor, sin embargo, son los plazos. Al margen de
dulas víctimas ha desempeñado un papel clave. Cuando que esta venta sea más vergonzosa que los saldos. Algu-
una funcionaria de una oficina municipal mal ilumina- nas de las mujeres engañadas se rebelan y se niegan a
da o la camarera de un bar lleno de moscas en la esta- pagar las cuotas, por lo que al final el asunto acaba en el
ción de autobuses miran por fuera el libro ofrecido, sin juzgado, adonde inevitablemente nos llaman, a veces in-
58 intentar siquiera hojearlo, impepinablemente preguntan cluso como acusados, lo que desde luego no es nada agra- 59

si trata de amor. dable. ¿Qué buen libro desea arrastrarse por los tribuna-
Incluso si en ese momento al vendedor le remuerde les, aunque solo sea como testigo?
la conciencia por el engaño inminente -lo que se sobreen- Aunque en general son instituciones humillantes, las
tiende que jamás sucede-, él, ante todo como un sen- librerías no son los peores lugares en los que se comer-
timental, nunca tiene corazón para privarlas de una cia con libros. A pesar de todas las incomodidades con
respuesta afirmativa. El deseo de obtenerla brilla en sus las que podemos toparnos aquí, al menos contamos
ojos, ¿cómo desilusionarlas? con un techo sobre nuestras cabezas, lo que no es poco
Y cuando oyen además que los libros pueden comprar- en comparación con lo que cabe esperar en la calle, don-
se a plazos, que basta con que den una modesta entrada de también nos venden en lugares inimaginables.
y firmen un contrato para tenerlos en el acto en sus ma- Una larga estancia al aire libre es desastrosa para un
nos, el trabajo termina de inmediato. El patrón guarda el libro, incluso con buen tiempo, así que no hablemos si
contrato y el dinero en el maletín y se marcha a toda pri- hay humedad, viento, lluvia o nieve. En una milésima de
sa, como corresponde a un hombre de negocios que no segundo se pillan todo tipo de enfermedades. Los res-
tiene tiempo que perder. A nosotros nos deja en un apu- friados, estornudos y escalofríos son inofensivos aunque
ro, claro está, pero no le preocupa en absoluto. los soportamos mal, pero cuando pasamos un día tras
Primero tenemos que enfrentarnos con la indigna- otro completamente desnudos bajo el cielo despejado o
ción de las decepcionadas lectoras', que soportan maso- nublado, somos presa de las peores enfermedades: una
quistamente hasta la tercera página el intenso maltrato gripe grave, una pulmonía o una tuberculosis.
intelectual (no más de cinco párrafos) antes de conven- Esto, sin embargo, no conmueve ni un ápice a la ma-
cerse de que no van a encontrar ningún lío amoroso, a yoría de los vendedores callejeros insensibles, que nos
pesar de las promesas del vendedor y la esperanzadora obligan a estar así, en cueros, sin un miserable trapito
encima, tiritando y castañeteando, para atraer a los com- y ellos han oído que las librerías son negocios florecien-
pradores, hasta que cae un chaparrón o una nevada. Solo tes, así que hay que pasarse cuanto antes mejor a esta
entonces el señor se apiada de nosotros y nos cubre con rama; no saben, es cierto, mucho de libros, pero no pue-
un plástico, pero no porque le preocupe nuestra amena- de haber mucha diferencia, el comercio es el comercio,
zada salud, sino para proteger sus intereses. Si nos estro- no hay muchas cábalas que hacer, compras barato, ven-
peamos, nos ponemos malísimos y nadie nos quiere, nos des caro, da igual si son libros o clavos.
volvemos inservibles, y para él supone una pérdida. Ponen el puesto en el lugar más concurrido, un bule-
Hay otras incomodidades cuando estamos en la calle. var por el que pasa mucha gente, a su alrededor vende-
Lo mejor que nos puede pasar es caer en manos del pro- dores diversos, el de la izquierda vende cosméticos, el de
pietario de un puesto de libros. Ellos también son ante la derecha pinturas y barnices. Adquieren en un mayo-
60 todo comerciantes, pero al menos sienten cierta inclina- rista mercancía variada por recomendación de este, con 61
ción por nosotros, nos conocen, entienden nuestras ne- grandes descuentos, y la clasifican; por la experiencia
cesidades, de vez en cuando demuestran una sorpren- que tienen con la ferretería saben que a los clientes les
dente gentileza. Además sus puestos no están abiertos gusta que las cosas estén ordenadas por tamaños y tipos:
del todo, están uno junto a otro, encajonados, y así se pro- primer montón: libros grandes de tapa dura; segundo:
tegen del mal tiempo, a veces hasta tienen calefacción. libros pequeños en rústica; tercero: libros con ilustracio-
También eligen lugares agradables donde poner el nes; cuarto: libros sin sobrecubierta; quinto: libros sin
puesto. Suelen escoger un muelle bonito, bajo un paseo tapas; sexto: tapas sin libro, etcétera. Todo muy ordena-
de tilos, y aunque solo sea por eso, los árboles de vez en do y pulcro. Incluso aparece un cartel: «Se garantizan
cuando huelen bien, y las vistas al río ejercen un influjo piezas de repuesto>>.
tranquilizador. A esto hay que añadir que en el sitio ele- El puesto abre, un día estupendo, un hervidero de gen-
gido solo están ellos, no hay vendedores de otros artícu- te en la calle, los champús de la izquierda y la trementi-
los, de modo que la gente que viene sabe lo que la espe- na de la derecha como si los regalaran, a los vecinos no
ra, suelen ser amantes de los libros, a veces algún turista, les da tiempo ni a respirar del trabajo que tienen. Delan-
pero se comportan con educación, enseguida se dan cuen- te de los libros no se para nadie. Los transeúntes carga-
ta de que no están en un mercadillo. dos de bolsas lanzan una breve mirada, ven lo que ven-
Con los que se meten por casualidad en el negocio de den y luego, como si fuera algo contagioso, retroceden
los libros ocurre justo lo contrario! Ya pueden tener las un poco, vuelven la cabeza, apresuran el paso. Delante
mejores intenciones, que de nada les sirven si les falta la del puesto, un espacio vacío, un clar'o, como si hubiera
preparación, y todo les sale al revés. Hasta ayer se han una señal de cuarentena.
dedicado al comercio ferretero, digamos, pero aquí tam- El dueño menea la cabeza incrédulo, no lo entiende,
bién ha habido un retroceso, ya no se gana dinero fácil, está desconcertado. Todos le han alabado el trabajo, un
buen oficio, ganancias seguras, no hay ,riesgo. La gente Una pequeña parte -tantos como caben- durante el
adora los libros, había afirmado el mayorista, se vuelven día yacen en una manta extendida sobre el capó, a cielo
locos por ellos, leen todo lo que les cae en las manos. En- abierto o bajo la copa de un árbol de la calle. Si hace buen
tonces, ¿cuál es el problema? Por fin, en la peor hora, un tiempo todavía podría parecer un picnic o una siesta al
paseante ocioso se detiene. Examina los tomos apilados, aire libre, si no fuera por el miedo atroz a una inspección
no parece muy interesado, pero pregunta por un título. y a la policía. El dueño recorre los alrededores con los ojos
El vendedor clava la vista en él como si le hubiera pre- para advertir a tiempo el peligro. Qué va a hacer si no, tra·
guntado por un tornillo con nombre y apellido determi· baja sin permisos, cobra en negro, no le merece la pena
nado. Sabe que los libros tienen título, pero no se había otra cosa, los impuestos son altos, y no hay ningún bene·
imaginado que fuera tan importante. Nadie se lo ha di- ficio. Con el tiempo ha perfeccionado el olfato, los huele
62 cho. Se pone a buscar por los montones, ¿qué otra cosa a distancia, incluso cuando van camuflados. 63
puede hacer?, ¿quién va a memorizar todos esos libra· Cuando aparecen, la evacuación se lleva a cabo a la ve·
cos? Se empieza a poner nervioso, no hay rastro del tí· locidad del rayo a costa de perder algún cliente que otro
tulo solicitado, y el cliente pierde la paciencia, quiere mar· que justo se estaba llevando la mano a la cartera para pa·
charse. «¿Quizá le interesa otro?>>, pregunta el vendedor, gar. Le arrebata el libro de la mano, sin explicaciones,
desesperado. «Mire este, mire qué gordo es, también tie· agarra las puntas de la manta, les da la vuelta rápidamen·
ne fotos, y no es muy caro». te, nos recoge como en un saco y nos arroja al asiento
Pero no, no es este el peor destino que nos aguarda en del copiloto, y él directo al volante, corre sin vacilación,
la calle. Aquí al menos nos venden en un mostrador el las ruedas chirrían, los peatones, asustados, se hacen a
'
asunto más o menos tiene un aspecto decente, y sopor· un lado saltando, y de los otros coches surgen blasfemias.
tamos la vecindad con la clase baja, al vendedor inculto Nosotros tirados, vapuleados, llenos de moratones, y
y la muchedumbre repugnante, pese a que el ridículo no alguna contusión o torcedura, pero a nadie le importan
es pequeño. Pero qué pueden decir los mártires expues· estas menudencias, hay que salvar la vida. Cualquier cosa
tos en el capó de un coche. Ellos sí que pasan una ver· es mejor antes que nos cojan, ya se sabe lo que nos su·
güenza atroz. cedería. ¿A quién le apetece caer en manos de la policía?
La mayor parte de su vida la pasan en vehículos, mu· Y, sin embargo, a veces ocurre. Se baja la guardia, en
dándose de un aparcamiento a otro. El dueño suele tener· particular después de unas cuantas cervezas con el calor,
los en el portaequipajes o en el asiento trasero, donde se nadie es perfecto, y hala, nos pillan por sorpresa y nos
hielan en invierno o se asan como en una sauna en vera· atrapan. A esto sigue la confiscación de los libros. Como
no. Y si las puertas no cierran bien y entra la humedad, medida educativa. El dueño no protesta demasiado, de
sufren de reúma crónico. El renqueo y el olor pestilente qué le valdría, podía ser peor, terminar en la cárcel o que
del tubo de escape aún son el menor de los males. le requisaran el coche. Ya conseguirá él más libros, y di·
nero para comprarlos, y al día siguiente ya estará traba- Una vez, un jefe de policía instruido, que tenía una vi-
jando, pero un coche nuevo, ni hablar, ho podría ni so- sión de una policía educada y culta, como corresponde
ñarlo. a los tiempos modernos, intentó detener el indecente re-
Así, él se salva y nosotros acabamos en la comisaría. chazo que sentía una profesión prestigiosa como la suya
Sin comerlo ni beberlo. Aquí, primero nos abren un ex- hacia el libro. Firmemente convencido de que había pe-
pediente, datos personales, huellas dactilares, fotografía netrado en la profundidad del alma del policía, el hom-
de frente y de perfil, y todo lo demás. Todo el rato actúan bre ideó con astucia que junto con cada libro que com-
con nosotros con rudeza, se reparten palos sin piedad, a praran se hiciera un regalo: un tostador, unas tijeras, una
veces terminan en auténticas palizas; los policías, por al- plancha, una tetera, una faja, una llana, un candelabro,
guna razón, siempre están enfadados con nosotros, no un hornillo, unas podaderas, una pantalla de seda, un co-
64 les gustamos nada, aunque jamás les hemos hecho nada llar de perro, un reloj de pared, unas pinzas de batería, 65
malo y nos hemos esforzado por quitarnos de su cami- un molinillo de pimienta, una maquinilla de cortar el
no; ellos tampoco nos caen muy bien, no tenemos nada pelo, un botiquín de primeros auxilios, una cacerola, una
en común. palanca, o cualquier otra minucia útil.
Al juez de instrucción, por supuesto, no lo vemos. Y en efecto, los libros desaparecieron en un santia-
Y un abogado solo podemos imaginárnoslo. Después de mén, y si hubiera habido el doble, también se habrían
que nos tomen los datos, acabamos en una celda. Prisión vendido, pero al jefe le falló el ascenso que esperaba. El
indefinida. Si abrigábamos esperanzas de que no íbamos diligente servicio de control interno descubrió en el con-
a quedarnos mucho en ese lugar, pronto se desvanecen tenedor de la entrada lateral de la comisaría de policía
al ver a los pobres que allí malviven durante años, sin en la que se había organizado el mercadillo todos, abso-
creer en la liberación o al menos tener un juicio digno. lutamente todos, los ejemplares vendidos. No se encon-
Todos se han olvidado de ellos, han permitido que se tró ningún regalo. El asunto se ocultó, faltaría más. A la
arruinen en la humedad y el moho del sótano. policía no le gusta que sus trapos sucios se aireen en pú-
Solo ven la luz del día en las raras ocasiones en que blico, y de nuevo, al amparo de la noche, llevaron los li-
los sacan para vender la mercancía confiscada en el mer- bros al almacén. Debido a que en el incidente estaban in-
cadillo que, como privilegio especial, se organiza con mo- volucradas tantas personas no hubo reprimenda alguna.
tivo del Día de la Policía para los funcionarios más labo- La venta en el capó y la esclavitud de por vida que de
riosos y los miembros de sus familias. Ponen unos precios vez en cuando surge de ella tampoco es el peor destino
irrisorios, lo justo para que no se diga que la regalan, y que acecha a un libro. Si eres una persona decente que
arramplan con todo, con lo que hace falta y con lo que tiene en alta estima su moral, y los libros lo son, si te
no. Solo los libros, uno aliado de otro, regresan al alma- enorgulleces de virtudes como la rectitud, la modestia,
cén. Nadie los mira, y mucho menos los compran. la perfección, la pureza, la discreción, la integridad y en
general todos aquellos dones que son muestra de temor aunque sí preferible. Siempre es más bonito cuando hace
de Dios y que, a decir verdad, deberían adornar a todos sol. En cualquier caso se trata de un día de principios de
los libros, entonces, por desgracia, existe un destino peor otoño que, como todos sabemos, es la época más agrada-
incluso que la muerte: la venta de gabardina. Eso sí que ble del año, por lo que es muy apropiado que el suceso
es ya tocar fondo, no hay nada más bajo. desagradable que nos espera ocurra justo entonces, mi-
Es tan terrible que ningún libro quiere hablar de ello tigándolo así un poco. La señora luce un amplio sombre-
bajo ningún precio. No hay manera de que nos obliguen ro con un velo negro de encaje que le cubre la parte su-
a hacerlo. Ya pueden intentar sobornarnos con lo que perior de la cara, y un gran lazo precioso ladeado.
quieran o infligimos la peor de las torturas, da igual, no Lleva un perrito en un extremo de un collar elástico.
nos sacarán ni una letra. Sin embargo, como ya es indis- Tal vez un caniche, aunque no importa mucho, lo único
66 pensable que se haga pública esta increíble epidemia, se que importa es que sea pequeño, para que se integre ar- 67

alquilará a disgusto y por un corto espacio de tiempo una moniosamente en la imagen general. El animal luce un
voz que no está trabada por ninguna repugnancia, que no jersey multicolor de lana virgen, es posible que tenga ca-
teme a nada, cuyo estómago puede digerirlo todo, que lor, pero no es fácil averiguarlo, ya que no lleva la lengua
es más dura que la suela de una bota militar y que no tie- fuera, como lo haría cualquier perro callejero. En todo
ne pelos en la lengua. En una palabra: una voz humana. caso está peinado y acicalado, tal vez incluso empolvado.
En los alrededores reina la calma y la tranquilidad,
nada hace presagiar un suceso desagradable, excepto que
(La lectura de los siguientes veintiséis párrafos no se al encuentro de la señora viene un tipo calvo, más bien
recomienda de ningún modo a los menores de edad ni a bajo, de cara sonrosada y un poco hinchada, y unas ga-
las personas que se escandalizan fácilmente, aunque, dada fitas redondas de montura metálica. Lleva un bigote es-
la naturaleza del medio, no hay manera de prohibírselo. peso y bien recortado que le cubre solo la parte de deba-
No estamos en el cine, para poder impedir, empleando la jo de la nariz.
fuerza si fuera necesario, la entrada a la sala de especta- Tiene el aspecto de un funcionario de correos, jubila-
dores no aptos. Si esos individuos a pesar de todo desoyen do demasiado pronto por un agua incurable en la rodi-
esta advertencia, sucumbiendo ante su propia curiosidad, lla, o de un poeta que, lleno de esperanza, se ha dado a
nosotros rechazamos cualquier tipo de responsabilidad la bebida, porque no consigue de otro modo enfrentar-
por las consecuencias que puedan !surgir). se a la constante falta de inspiración. Su vestimenta no
llama la atención, una larga gabardina gris, no tiene que
ser vieja ni con los dobladillos descosidos, pero sí con
Una señora pasea por un parque en pleno día, un día dos filas de botones. Lleva las manos hundidas en los
que puede ser despejado, pese a que esto no es decisivo, bolsillos. Nada anuncia el cambio inminente.
Al hallarse tan solo a unos pasos de la señora, el tipo se so del veranillo de San Miguel no sobraría, aparece una
para de repente y con un movimiento brusco se abre la ga- serie de bolsillos anchos y poco profundos que van des-
bardina. Parece una suerte de murciélago que acabara de de el dobladillo hasta las mangas. De cada uno de ellos
descender de la copa de un castaño cercano. Solo que bas- sobresale un libro de distinto grosor y tamaño. Los colo-
tante más grande, por supuesto. La señora, escandalizada, res y los formatos tampoco coinciden. Haciendo un
empieza a chillar, como lo exige la buena educación en es- cálculo aproximado hay unos cincuenta títulos. Una ver-
tas ocasiones, y el perro, aterrorizado, salta hacia un lado, dadera librería ambulante.
como si hubiera visto un gato con el pelo erizado, y luego Por unos pocos instantes, la dama no mira los libros,
se esconde detrás de las piernas de su ama enrollándole el aunque es consciente de ellos. Observa fijamente los ojos
collar alrededor de los tobillos, desde donde empieza va- -azules, por supuesto- del señor, que parecen enor-
68 lientemente a gruñir. Una alondra se escapa asustada del mes a través de los cristales de aumento de las gafas y 69
seto que delimita el parque. Tal vez no es una alondra, pero que, sin embargo, son diminutos, casi de ratón. Como si
vuela muy rápido, por lo que no queda claro. pugnara por penetrar su alma. Por fin, contenta con lo
Opuestamente a lo que cabe esperar en estos casos, que ha visto, se vuelve primero hacia la izquierda y lue-
debajo de la gabardina del hombre no emerge la des- go hacia la derecha, para asegurarse de que no hay na-
nudez. Justo lo contrario, el señor está bastante bien ves- die cerca. Hace buen tiempo, en realidad el parque debe-
tido. Sin lujo, pero con elegancia. Un traje de color azul ría estar lleno de gente ociosa, pero para las necesidades
marino a rayas grises, de corte clásico. Las solapas son de este episodio nos abstendremos de dar una explica-
anchas, tal vez demasiado para el gusto de la dama, pero ción especial a este hecho extraño.
el clavel en el ojal izquierdo, junto a la punta del pañue- Ella se libra lentamente del collar que le inmoviliza
lo blanco que sobresale del bolsillo, le arranca por un ins- las piernas -se inclina, sin doblar las rodillas, para aca-
tante la sonrisa. No tarda en recuperar la seriedad, e in- riciar al perro, que deja de gruñir y menea el rabo un ins-
cluso frunce el ceño al advertir los lunares de la corbata. tante, podría incluso alzarse sobre las patas traseras, pero
Son discretos, no llaman la atención, un matiz de azul eso ya sería exagerar- y luego se acerca al hombre. No
claro sobre una superficie más oscura, pero de qué sirve los separa más que un paso. Con el movimiento lento,
si a ella no le gustan los lunares. Y desde que era peque- sensual, propio de una dama, se levanta el velo de encaje
ña. Se debe a un trauma infantil, que ahora, por razones sobre el ala del sombrero. En este momento adver-
obvias, no vamos a analizar en profundidad. La camisa timos que lleva gafas oscuras, cuya montura tiene el as-
del desconocido es también azul, naturalmente, para que pecto de dos pequeñas hojas de haya unidas por pe-
todo sea en el mismo tono. dúnculos.
Sin embargo, el revés de la gabardina no es el habi- Antes de bajarse las gafas hasta la mitad de la nariz,
tual. En vez de un forro, que a pesar del tiempo caluro- se pasa la lengua por los labios, primero el superior, lue-
go el inferior. Le quedan restos de carmín en los dientes, xionar. La virtud de la paciencia que el señor demuestra
lo que le da un aire travieso. Empieza a fijarse en los li- tener es notable, sin meter prisa a la mujer con ninguna
bros mirándolos por encima de la montura, pegándose palabra ni movimiento.
casi al señor porque es miope. Cuatro dioptrías y media Finalmente, ella extiende la mano, titubea un instan-
en el ojo izquierdo, y dos en el derecho. Se podría pre- te, y luego coge un libro. Tal vez podría revelarse de qué
guntar por qué ha renunciado a la ayuda de las gafas, título se trata, pero no hay motivo para ser demasiado
pero no sería apropiado: no es correcto indagar los mo- indiscreto. Baste decir que la cinta que marca la página
tivos secretos de una dama. donde se ha interrumpido la lectura es de color gris azu-
Los revisa sin prisa para que no se le escape ningún lado, las tapas son de tela marrón, y el lomo curvado, con
título. El hombre aguanta estoicamente esta inspección, dos relieves que acotan el título. Los iniciados ya sabrán
70 tiene experiencia, hace ejercicios diariamente, hasta cien- de qué obra se trata. 71
to veintiséis flexiones, puede aguantar mucho tiempo La dama guarda el libro rápidamente en un bolso, ine-
con los brazos extendidos. La cabeza erguida, la mirada vitablemente rosa. A decir verdad, es bastante pequeño,
fija en el infinito azul. No molesta a los clientes de nin- pero el libro cabe porque no es muy grueso. Aunque no
gún modo, y mucho menos tosiendo. Un verdadero pro- tiene por qué ser obvio, a la señora le espantan los tomos
fesional. gordos. Y es una de las cosas que más ha influido en su
La señora se agacha lentamente hasta quedarse en cu- elección.
clillas y luego se alza de nuevo. Lo hace tantas veces como Lo que viene a continuación debe ser descrito con es-
filas verticales de libros hay. La gabardina de una tela li- pecial cuidado. Aunque, por expresa recomendación, de-
gera de color rosa se le pega al cuerpo cuando está aga- berían haberse quedado solo los lectores adultos y sin
chada. El perrito aguarda a un lado y ya no menea la cola. prejuicios, a los que razonablemente se puede suponer
Cuando por fin acaba la revisión, su ama se aparta, pero que nada humano los sorprenda, y que incluso están pre-
no demasiado, tal vez medio paso, y primero se vuelve a parados para situaciones peores, muchas consideracio-
colocar las gafas, baja el encaje del ala del sombrero y se nes nos obligan a conservar el tono de cortesía de esta
alisa las arrugas de la gabardina en las caderas. Ningún historia mantenido hasta el momento; historia que, aun-
indicio permite ni siquiera intuir lo que acaba de hacer. que forzosamente triste, y por momentos incluso amar-
Tan solo en ese instante el señor se atreve a bajar la mirada. ga, de ningún modo tiene el fin de ofender o aterrar.
Ella no se decide inmediatamente, lo que es, por su- En este sentido, lo más importante es ocupar la posi-
puesto, un privilegio de su sexo, igual que de su posición ción adecuada. Nos uniremos al can a la espalda de su
social. Posa la mano derecha sobre la cadera, apoya el ama. Es cierto que eso va contra todas las reglas de la
mentón sobre tres dedos de la izquierda, y se inclina un buena educación, pues jamás hay que acercarse a las da-
poco hacia atrás: es la postura más educada para refle- mas por la espalda en un lugar público, y menos a plena
luz del día, pero hallamos la justificación en el hecho de tivas, y además muy útiles. En una palabra, muy agrade-
que así elegimos entre dos males el menor. cidas para hacer descripciones o por lo menos enumera-
El perro se ha refugiado allí en cuanto ha visto que el ciones. Pero no hay que lamentarlo, en la narración es
libro entraba en el bolso. Por su larga experiencia, el po- inevitable. Son los gajes del oficio.
brecito sabe muy bien lo que viene a continuación. In- Lo que la señora hace a continuación solo podemos
cluso ha entornado los ojos y se los ha tapado con las ore- deducirlo de forma indirecta. Vemos que rebusca en la
jas, detalle este que finalmente nos ayuda a constatar que parte delantera de la gabardina, tiene las dos manos ocu-
a pesar de todo no se trata de un caniche, porque estos, padas, y por el parpadeo y la profunda respiración del
como es sabido, no tienen las orejas largas. A juzgar por señor que tiene el privilegio, al que nosotros hemos re-
las apariencias, es más bien un teckel enano. nunciado voluntariamente, de ser testigo directo de los
72 Nosotros, por supuesto, no vamos a seguir su ejemplo. hechos, nos queda claro que va a ocurrir algo por lo me- 73

En primer lugar porque, al igual que el caniche, carece- nos excitante. Según avanza esta búsqueda, él introduce
mos de orejas lo bastante largas, si bien nuestra especie en un momento dos dedos por el interior del cuello de
tiene tipos para todo. Y luego porque no veríamos nada su camisa para aflojarlo, le está apretando, no tiene sufi-
si cerramos los ojos, y por lo tanto no tendríamos la opor- ciente aire. Incluso su frente se perla de gotas de sudor.
tunidad de satisfacer esa enorme, aunque extremada- Finalmente, hasta para nosotros, que estamos a la es-
mente indecente curiosidad que nos embarga, y que di- palda de la señora, todo queda claro. Más claro que el
fícilmente estaríamos dispuestos a admitir. agua. Este palparse aquí y allá no era otra cosa que los
De modo que la dama cuelga primero del bolsillo de movimientos para desabrochar la gabardina. Aunque sue-
su gabardina el mango del paraguas con volantes en los ne increíble, la dama extiende con un hábil gesto los bra-
bordes, para que no le moleste. Aunque el cielo está com- zos, la gabardina se abre completamente, ante nosotros
pletamente despejado, ella lo lleva, no tanto por precau- se despliega una enorme vela rosa con el paraguas en-
ción, pese a que el tiempo, sobre todo en otoño, puede ganchado que se balancea y el bolso que cuelga de una
ser muy veleidoso, como porque, dado que también es de las mangas. Aunque sigue con los ojos firmemente ce-
rosa, completa muy bien su traje de paseo por el parque, rrados, el perro ha deducido sin duda por el frufrú lo ocu-
y además es muy pequeño y por lo tanto fácil de llevar. rrido y empieza a aullar con tanta tristeza que debe de
Y en última instancia, si el sol empezase a picar, puede conmover hasta a la más insensible de las criaturas.
servir de sombrilla. No hay manera de enterarnos de la imagen que se ma-
El paraguas no se ha mencionado hasta el momento nifestó ante el señor de la gabardina con el extraño fo-
porque no había necesidad de ello. Existen aún una se- rro. Si es a juzgar por sus ojos desorbitados y la mandí-
rie de cosas sobre las que, por la misma razón, no se sa- bula inferior descolgada, debe de haber sido algo muy
brá nada, aunque son maravillosas, encantadoras, suges- insólito. Desgraciadamente, no tendremos oportunidad
de preguntarle sobre lo que ha visto, ni siquiera con cir- nerse nervioso. A la voz narradora humana, que ahora du-
cunloquios -conscientes además de que eso para no- rante algún tiempo expondrá la siguiente historia, se le
sotros y para él sería muy incómodo- porque el hom- ha dado una orden estricta sobre cómo debe comportar-
bre, después de unos pocos instantes de mirar fijamente se, y sobre todo sobre qué vocabulario debe utilizar; así
hacia delante, de repente despierta como de una suerte pues, queda del todo descartado el peligro de obscenida-
de encantamiento, y luego se aleja deprisa, casi corrien- des y vulgaridades que casi invariablemente surgen cuan-
do. Sin palabras. No hay mucho que contar. do se entabla este tipo de conversación).
La señora también cierra veloz la gabardina, se la abro-
cha con destreza, se alisa las arrugas, saca del bolsillo el
mango del paraguas. Luego se da la vuelta y coge en las Es incuestionable que no hay un campo en el que los
74 manos cubiertas por unos guantes de redecilla de color hombres y los libros se diferencien más que en la pro- 75
rosa al perrito, que seguía tapándose los ojos con las ore- creación de sus vástagos. La mayoría de lo que en las len-
jas, soltando ahora unos gañidos amortiguados, pareci- guas humanas es indecoroso y feo se refiere a este acto
dos a sollozos. Empieza a susurrarle algo al oído para completamente responsable y de gran alcance. En con-
tranquilizarlo, consolarlo, y por último se lo acerca dos traste con este hecho, la concepción se desarrolla en ab-
veces a los labios y lo besa suavemente en la punta del soluta intimidad, a menudo incluso con ternura, aunque
hocico. esto no es obligatorio, y si es posible a oscuras, para que,
Si se ha dado cuenta de que había alguien a su espal- hablando en términos estrictos, ni los mismos partici-
da, no lo ha demostrado. pantes sean testigos oculares de lo que hacen.
Con los libros, el asunto es justo al revés: hablar de su
engendramiento ha sido desde siempre aceptable en los
{A partir de aquí sean bienvenidos de nuevo los lecto- círculos más puritanos. Nadie se sonroja o se siente in-
res de todas las edades y principios morales, aunque aho- cómodo por ello. Incluso la Iglesia hace mucho tiempo
ra vamos a ocupamos de un asunto· del que hasta hace promulgó un edicto especial mediante el que declaraba
poco no se hablaba públicamente, por lo menos no en este acto inmaculado. El hecho en sí se lleva a cabo pú-
círculos decentes, y que no es otra cosa que la concepción. blicamente, con una multitud de participantes y testigos
Es evidente que ningún ser vivo puede hablar de primera y, por supuesto, bajo una fuerte iluminación, de otra ma-
mano sobre su concepción. Tampoco nosotros, los libros, nera no sería posible. ¿Acaso alguien ha oído que los li-
somos una excepción en este sentido. Los únicos testigos bros se hagan a oscuras?
de la procreación de los libros son, por desgracia, los hom- Sin embargo, existen ciertas similitudes entre los hom-
bres, por lo que no tenemos otra elección que apoyarnos bres y los libros respecto a la propagación de la especie.
en sus testimonios. Sin embargo, no hay motivo para po- Tanto en unos como en otros la base de todo son los ins-
tintos. ¿Qué otra cosa podría ser? Al fin y al cabo los dos yoría de la gente ya se ha olvidado de qué aspecto tiene
provienen del mismo árbol de la evolución. En las dos es- el tiramisú.
pecies el instinto está más acentuado entre los miem- También reina una nunca recordada escasez de estu-
bros masculinos. La naturaleza lo ha dispuesto así por dios para solteros, buhardillas, habitaciones con entrada
algún motivo. Pregunten a cualquier mujer, y todas le separada, lavanderías, cobertizos, garajes, subterráneos,
confirmarán a partir de su propia experiencia que no hay desvanes, terrazas acristaladas, cabañas en las ramas de
hombre que no piense todo el tiempo en cómo aumen- los robles, barracones de obreros, favelas. Al mismo tiem-
tar un poco la población humana. Como si no fueran ya po están reservadas con años de antelación todas las si-
demasiados y como si las circunstancias generales fue- llas en los cines de verano, los aparcamientos de los su-
ran muy favorables para ello. permercados, los salones de pedicura, los estadios
76 Los amenaza la superpoblación, el medio ambiente olímpicos, las salas de espera de los dentistas, los restau- 77
está contaminado más allá de todos los límites permiti- rantes de comida rápida, los metros, las residencias de
dos, se ha abierto un enorme agujero en la capa de ozo- descanso sindicales, los refugios nucleares. Por todas par-
no, los oasis en los desiertos se han secado por comple- tes cuelgan grandes anuncios: «¡No queda sitio!>> y« ¡Com-
to, todo está inundado, terremotos, huracanes y maremotos pleto!>>, en algunos incluso con luces de neón, pero los
hacen estragos por doquier, las avalanchas de nieve se señores, cegados por sus instintos, solo quieren seguir
suceden en mitad del verano, el sobrecalentamiento del contribuyendo, como conejos, y encima se jactan de su
planeta ya no puede detenerse, estamos en el umbral de fertilidad.
una nueva era glacial, arrecian las guerras grandes y pe- Si no fuera por el recato natural femenino, si las mu-
queñas, falta poco para que choque contra la tierra un jeres no se moderaran (a pesar de todo no lo tienen nada
cometa, y para colmo se espera la invasión de los malva- fácil, los instintos influyen también en ellas, aunque con
dos extraterrestres. más mesura, mientras están cuerdas o por lo menos en
Además, se cierne sobre el planeta el fantasma de todo estado sobrio), si no fueran conscientes de que la respon-
tipo de carestías: cada vez hay menos agua mineral sin sabilidad de criar a sus descendientes recaerá sobre todo
gas, aire de montaña en las ciudades, energía eléctrica en sus débiles espaldas (¿acaso alguien puede apoyarse en
barata a precio de tarifa de verano, bombonas metálicas la ayuda masculina en ese ámbito, o en la pensión y la
de gas con válvulas en buen estado, gasolina para meche- manutención de los niños?), el mundo se convertiría
ros, aceite de pescado enriquecido, harina de soja, bollos en una enorme guardería, habría críos para dar y tomar.
de queso, cerveza sin alcohol en lata, jengibre, infusión de Las circunstancias son, en muchos aspectos, similares
menta, atún migado, verduras tempranas, leche en pol- en el sector editorial. El papel de los hombres insacia-
vo, colines, chicles con sabor de eucalipto, pistachos bles, por supuesto, es el de los autores. ¿Quién si no ellos?
salados, roscas cocidas, chocolate con avellanas, y lama- Es completamente inútil explicarles que en el mundo ya
hay demasiados libros, que todo está lleno, las librerías una editorial sería ideal si no editasen libros. Dado que
y las bibliotecas ya no dan abasto, en los estantes un ha- no hay píldoras anticonceptivas ideales, lo mejor es, con-
cinamiento nunca visto, los almacenes atiborrados como sideran ellas, ser estéril. Entonces una puede flirtear sin
maletas con sobrepeso a punto de estallar, hay tantos que reparos con los escritores, tener aventuras con ellos, ser
es imposible contabilizarlos, el equilibrio natural se ha tan promiscua como le apetezca, entregarse por comple-
roto hace tiempo. Nadie atiende a razones. to a todas las necesidades justificadas de una mujer. Sin
Es verdad, el instinto es el instinto, eso se puede en- consecuencias. Aquí no hay enfermedades venéreas, el
tender, pero en nuestros tiempos modernos existen me- sida queda descartado. Lo peor que le puede ocurrir son
dios de contracepción. Que los autores escriban hasta la las habladurías a su espalda, pero las propagan peque-
saciedad si esto les hace felices, nadie se lo prohíbe, pero ñoburguesas envidiosas a las que les gustaría estar en su
78 con preservativo; no es necesario que salgan libros de lugar si tuvieran valor para hacerlo. 79
todo lo escrito. Sin embargo, los señores no quieren es- La otra posibilidad para aquellas a las que su morali-
cribir solo por puro placer, ah no, no sería auténtico. Para dad se lo impide es retirase a un convento. La negativa
ellos no hay satisfacción verdadera si no ve todo el mun- tajante a conectar con los autores. Bajo ninguna circuns-
do el fruto de su virilidad. El libro y nada más que el li- tancia. Es la manera más segura de evitar un embarazo
bro. Sin este, les parece que no han hecho nada. indeseado de libros. Es cierto, ni los muros más altos de
Las editoriales tienen grandes dificultades para defen- un convento pueden apartarlas de los instintos natura-
derse contra estas embestidas. No se trata solo del honor les, son inherentes a la persona, pero existen procedi-
'
la relación puede ser también legal. Pero ¿qué pasa con la mientos bien estudiados y comprobados para aplacarlos
responsabilidad y las obligaciones? Para los autores es y reprimirlos: oraciones regulares, ayunos largos, duchas
fácil, se esfuerzan un poco para redactar el manuscrito, de agua helada, voto de silencio, arrodillarse en un rin-
eso desde luego no les requiere demasi.ado sudor, y ade- cón de la celda sobre granos de maíz, flagelaciones fre-
más es agradable, por qué si no se iban a dedicar a esta cuentes en la espalda y -lo más duro de todo- la re-
labor; labor, a la que, con el bien conocido cinismo mas- nuncia a la televisión.
culino, han dado el presuntuoso nombre de «creación>>. Si todo esto no ayuda a la monja a apartar a los au-
Pero después, casi sin excepción, se despreocupan por tores de su cabeza, si ellos continúan obsesionándola y
completo de traer el libro al mundo y de su posterior des- atormentándola, si la persiguen en sueños, amenazán-
tino. Esa tarea se la dejan a la pobre editorial, que debe dola con sus carpetas y manuscritos duros e hinchados,
arreglárselas como pueda. entonces obligatoriamente debe confesarse a la madre
De estas desdichadas, que han acabado hundiéndose superiora del convento, que enseguida le aplicará el úl-
a causa de su complacencia exagerada con los autores, timo procedimiento para su salvación: el ritual del exor-
se puede oír la afirmación amargada de que la vida de cismo.
Por desgracia, este rito no solo es muy desagradable siera un buen partido, e incluso estando seguro de que
e incluso doloroso, sino que no hay ninguna garantía podría conquistar el corazón de su hija. El amor no im-
de que tenga éxito. Si más tarde se confirma a pesar de portaba nada en estas ocasiones. Había que respetar el
todo que el demonio se ha apoderado para siempre de la orden.
monja, que se ha perdido para siempre para la Iglesia, Bueno, tampoco entonces se respetaba siempre lavo-
no le queda más remedio que enfrentarse a su desgra- luntad de los padres, había fugas de casa y raptos, al igual
ciado destino: su lugar ya no está en el convento sino en que relaciones prematrimoniales e hijos fuera del matri-
el vicioso, corrompido y tristemente famoso mundo de monio aquí y allá, por qué ocultarlo, la naturaleza huma-
los autores al que debe volver cuanto antes para no des- na es la naturaleza humana, pero desde luego, en un nú-
viar del camino recto con sus pensamientos y obras pe- mero incomparablemente menor al de hoy, ya que en la
80 cadoras a ninguna alma inocente que allí hubiera encon- actualidad se ha convertido en algo habitual, incluso nor- 81
trado refugio. mal, podría decirse. Debido a este desenfreno y liberti-
Aunque se debe comprender la indígnación de las edi- naje, al final se ha llegado a cinco mil millones de perso-
toriales extraviadas, no se puede aceptar su consejo. Real- nas en este pobre planeta que ahora gime y se dobla bajo
mente, ¿qué pasaría si todas ellas renunciasen a traer al la pesada carga y cuyas consecuencias las sufren todas las
mundo nuevos libros? Estarían traicionando su princi- criaturas vivas.
pal objetivo biológico. ¡La conservación de la especie es Todo mozo que planeaba casarse debía tener un casa-
la base de la evolución! Por supuesto, las cosas deben se- mentero. Sin él no se podía hacer nada. Era el encarga-
guir un orden, hay que saber adónde se quiere llegar y do de llevar a cabo todos los preparativos de la boda: en-
dónde están los límites de lo permitido, es indispensa- traba en contacto con la casa de la chica, a la que era
ble que existan reglas muy estrictas del comportamien- bienvenido, presentaba al padre de familia las nobles in-
to, nada se puede dejar al azar. La democracia se sobreen- tenciones y deseos de su cliente, cuyas virtudes, natural-
tiende por sí sola. mente, elogiaba sin medida, en particular las que no po-
Ha quedado demostrado que la mejor forma para que dían verificarse a primera vista -honestidad, bondad,
las editoriales se defiendan de los agresivos autores se- honradez, nobleza, laboriosidad, altruismo en general-,
ría revivir un servicio intermediario que los hombres uti- y más fácil en tanto que de él no se esperaba ninguna
lizaron durante mucho tiempo, y que abandonaron bajo garantía.
la presión de la presunta emancipación: el oficio del ca- Si se aceptaba la oferta, comenzaba la negociación de
samentero. En épocas pasadas era impensable que un jo- los pormenores técnicos y económicos, y ante todo la
ven se atreviese a pedir él mismo la mano de una chica. cuantía de la dote. Esto era muy importante porque, se-
¡Dios nos guarde! Cualquier padre respetable lo hubiera gún una regla no escrita, los honorarios por los valiosos
echado enseguida de su casa, a pesar de q~e quizá supu- servicios del casamentero sumaban un diez por ciento
del valor de la dote, motivo por el que e~te tenía un im- res, exponiéndose de ese modo a numerosos disgustos.
portante estímulo para alcanzar en las negociaciones la En el mundo civilizado, solo un joven e inexperto prin-
mayor cantidad posible. cipiante puede enviar su primer manuscrito directamen-
El oficio de casamentero se consideraba de gran pres- te a la dirección de un editor. Pronto le llegará devuelto,
tigio. Era uno de los pilares de la sociedad, junto con el sin abrir, junto con la correspondiente circular en la que
cura, el alcalde, el jefe de policía, la comadrona, el barbe- en tono tajante y lacónico se le comunica que se ha por-
ro, el director de la oficina de correos, el farmacéutico, el tado de un modo en exceso arrogante y desconsiderado,
dueño del café, el jefe de la brigada de bomberos, el co- y que de persistir en su intento, lo pondrán en la lista ne-
mandante de la guarnición local, el sepulturero, el maes- gra. De todos los editores. Es cruel, pero cierto. Ya se sabe
tro, el veterinario y el director de la ópera y del ballet. lo que hay que hacer con los delincuentes menores de
edad. No hay sentimentalismo que valga con ellos. Si una 83
82 Tenía abiertas todas las puertas, no había celebración pú-
blica o privada a la que no fuera invitado. vez se cierra los ojos ante su desliz, el día de mañana ha-
Las editoriales actuaron con astucia al abrazar el olvi- rán algo mucho peor.
dado servicio del casamentero. No hay que tener prejui- y no es más que en la posdata, escrito con una letra
cios sobre los inventos del hombre: no todo es para tirar. diminuta, donde aparece en forma de consejo el reme-
Por lo demás, como suele ocurrir con los asuntos huma- dio legal: se le recomienda en un tono helado que bus-
nos, la mejor recomendación de que una cosa es buena que ayuda y se dirija a un agente literario. Avergonzado
estriba en la circunstancia de que se haya renunciado a por la negligencia cometida, pero cegado por el violento
ella. Que viva la emancipación y el progreso en general, deseo de ver publicado su retoño, el joven autor correrá
pero aquí hay que defender la pura supervivencia ante en busca de un miembro de esa profesión y le enviará el
la acometida del autor, de modo que todos los medios es- manuscrito, esperando, si no la aparición rápida de un
taban permitidos. editor, al menos una respuesta pronta relativa a las im-
Por supuesto, no podía mantenerse el mismo nombre. presiones después de la lectura. Pero también aquí lo
Había que pensar algo más adecuado a los tiempos mo- aguarda una sorpresa desagradable: no se imagina lo di-
dernos que no evocara pensamientos indeseables del pa- fícil que es la vida y la sobrecarga de obligaciones de un
sado, y que a la par sonara digno y serio, de acuerdo con casamentero literario.
la importancia de la profesión. Después de una serie de Lo que menos tiene es ocasión de enfrascarse en los
intentos fallidos, por fin se estable'ce que el casamente- manuscritos, incluso aunque lo deseara. No es extraño.
ro editorial se llame oficialmente «agente literario». Una ¿Cómo llegar a dedicarse a esto con la de tareas a las que
denominación elegante y concisa. se enfrenta cada día? Ante todo hay que escribir innu-
Solo en comunidades humanas atrasadas las casas merables cartas, faxes, telegramas, correos electrónicos,
editoriales aceptan negociar directamente con los auto- mensajes, ofertas, contratos, anexos, cuentas, adverten-
cias, demandas, catálogos, declaraciones, despachos, ar- rara vez; y si semejante gracia recae sobre él, puede con-
tículos, cheques, declaraciones de la renta, las notas dia- siderarse increíblemente afortunado y privilegiado. Igual
rias, envíos anónimos. Además hay llamadas telefónicas que si hubiera ganado un premio de la lotería. La mitad
al menos con dos aparatos al mismo tiempo (uno de ellos del trabajo ya está hecha. Lo que falta son más o menos
es obligatoriamente el teléfono móvil), mientras que en detalles técnicos.
llamadas en espera se acumulan aún tres líneas, de las El manuscrito, con palabras escogidas, en un ambien-
que una, seguro, es internacional. Y también la serie te protocolario, a menudo durante un almuerzo en un
ininterrumpida de reuniones, y los desayunos, comidas restaurante distinguido con servicio uniformado, a la luz
y cenas de trabajo; de vez en cuando, si el hombre tiene titilante de las velas, champán y caviar, le será ofrecido
apetito, también hay una merienda de trabajo. Si a todo al director de la editorial elegida, el cual desempeña aquí
el papel del padre de la muchacha. La circunstancia de 85
84 esto se añaden las ferias, las convenciones, los festivales,
las muestras, las bienales, las exposiciones, las presenta- que el agente literario es el que suele tener la idea más
ciones, las promociones, las inauguraciones y las clausu- general -y, con frecuencia, la más turbia- de la obra
ras solemnes, salones, y demás encuentros profesiona- de su cliente no es un obstáculo, ya que nada depende de
les, donde su presencia personal es indispensable, está cómo es en verdad el manuscrito, sino de cómo será pre-
claro que no le queda mucho tiempo para leer. sentado. El talento de promotor y comerciante del casa-
Por suerte, leer no es necesario. Tampoco su antece- mentero editorial demuestra ser en este caso de impor-
sor despilfarraba el tiempo intentando conocer a fondo tancia crucial.
al chico al que recomendaba. Como si no tuvieran otra A un observador inexperto podría parecerle que a este
cosa que hacer. En realidad no eran importantes las vir- esfuerzo le favorece cierta credulidad del director edito-
tudes reales del futuro novio. Todo el secreto del oficio rial. Cabría esperar que para tomar la decisión de acep-
de casamentero se refleja en dar gato por liebre. Desde tar o no el manuscrito, él no se apoyaría únicamente en
luego, lo más deseable es que el novio no presente mu- la recomendación del agente, por muy elocuente y con-
chas carencias evidentes, pero no es decisivo. En manos vincente que esta sea. Una persona cauta incluso añadi-
de un casamentero hábil los defectos se convierten en ría que no debería fiarse precisamente por esa oferta, lle-
virtudes y las virtudes en cualidades sobrenaturales. Aquí na de superlativos desenfrenados y elogios desmesurados.
sí que se gana uno la comisión del diez por ciento. Y una Al menos, el director editorial podría leer el manuscrito,
vez que el negocio se ha concluido, no hay reclamacio- con lo que se daría mejor cuenta del verdadero estado de
nes posteriores que valgan. la situación.
La mayor esperanza que puede tener un joven autor Estas expectativas, sin embargo, se basan en el abso-
que haya enviado su manuscrito a un agente literario de luto desconocimiento de algunas características del car-
prestigio es que este acepte representarlo,Jo que sucede go de director editorial. Aunque no sea de dominio pú-
r--::---c--·---_-----;-;--

blico, los directores de fábricas de tabaco, por ejemplo, Después de que el texto original pase por sus manos
son antifumadores empedernidos. Iguab:nente, los direc- creadoras, el inocente monasterio se convierte en un fa-
tores de las destilerías de bebidas fuertes son en realidad moso antro de lujuria y depravación de todo tipo, en par·
la personificación del antialcohólico. En ese mismo es- ticular de todos aquellos actos que van contra natura, y los
píritu, los directores editoriales inexorablemente son ina- sucesos monótonos y pacíficos que en él ocurrían se han
sequibles al vicio de la lectura. No tienen nada en con- transformado en una rápida y asombrosa sucesión de es-
tra de que otros lo hagan, al contrario, cómo si no iban cenas emocionantes y escalofriantes, con un asesino en
a tener beneficios, pero son gente que se preocupa por serie, claro está, como figura principal, porque la masa se
su salud y seguridad. ¿Acaso se les puede reprochar esto? identifica fácilmente con ese tipo de protagonistas.
Y es que la lectura en sí misma no es indispensable. Desde un punto de vista estrictamente técnico se res-
86 ¿Qué podría alcanzarse con ella? En el peor de los casos, petan dos principios que representan una garantía de 87

el director editorial podría establecer que la obra ofreci- lectura fácil y cómoda. Cuanto más diálogo mejor, sin
da no está a la altura de la recomendación que ha recibi- descripciones superficiales que ralenticen el seguimien-
do, e incluso que es muy mala, pero esta circunstancia to de la acción, y los párrafos no deben de tener más de
no afectaría para nada a su publicación. Para empezar cinco líneas. Está científicamente demostrado que ese es
porque enseguida han pagado por ella un anticipo, y lue- el límite de atención de un lector medio y hay que tener·
go porque en el contrato que con la mediación del agen- Jo en cuenta porque es la base de las grandes tiradas. No
te literario se firmará con el autor existe una cláusula se puede vivir de los tipos extravagantes que desprecian
protectora por la cual el editor tiene manos libres para los diálogos y adoran los párrafos largos.
adaptar el manuscrito según sus necesidades. El autor no se enterará de todas estas adaptaciones 1

Los encargados del trabajo creativo de la adaptación hasta después de que la obra salga de la imprenta. Es un
son los editores. Son auténticos magos de la profesión auténtico choque para él, no logra reconocer su texto ori·
editorial. No hay nada que no sean capaces de hacer. Para ginal, pero el enfado que le embarga en un primer ins·
empezar, siguen las tendencias del momento. Están bien tante se le pasa enseguida.
informados de lo que se busca en las librerías, del gusto Ante todo, tiene en las manos la consecución de su sue-
de los lectores. Digamos que se constata que están de ño: el libro publicado. Luego están los honorarios, ni de
moda las novelas de suspense erótico, y el manuscrito lejos la gran cantidad que él había imaginado en sus fan-
sobre el que han de trabajar trata de'acontecimientos cas- tasías desaforadas, pero desde luego muy ansiados. Por
tos y nada tensos en un monasterio medieval, con abun- fin, quizá después de leerla, le gustará la versión que ha
dancia de discusiones teológicas aburridas; pues bien, hecho el editor, de modo que acabará olvidando adrede
ellos viven esta tremenda discrepancia como un reto dig- que se trata de una versión. Además, en la página de cré-
no de su maestría. ditos no se menciona nada. Uno es capaz de convencerse
a sí mismo de que no se han producido cambios en el ma- se decide a ciegas, sino que se apoya en una serie de ins-
nuscrito original. Que todo es exclusivamente obra de sus trumentos que tiene a su disposición. Ante todo, el gro-
propias manos. Y se sorprende de lo buen escritor que es. sor del libro. Aunque en esta época moderna cada vez
Llegados a este punto, alguien podría preguntarse para hay menos tiempo para la lectura, se ha mantenido la an-
qué se necesita la propuesta del autor de la que a la pos- tig~a creencia de la era pretelevisiva de que, en princi-
tre no queda nada. ¿No sería más sencillo y fácil dejar pio, un libro gordo es más valioso que uno fino. Si no
que el editor escribiera el libro, máxime cuando es lo que por otra cosa, al menos por la mayor cantidad de papel
ha hecho? La pregunta es en verdad oportuna, pero el que contiene. Cuando el comprador sopesa en la mano
que la planteara descubriría que la naturaleza de los ne- un libro gordo y otro delgado, siempre, y sin quererlo, el
gocios humanos le es totalmente ajena. La sencillez y la corazón está más próximo del primero. De alguna ma-
88 facilidad representan características que en este caso im- nera le parece más concreto, más palpable. Pesa lo suyo, 89
portan muy poco o nada. como suele decirse.
Existe una razón más que libera al director editorial Luego está el equipo. Es muy importante. Vivimos una
de la penosa obligación de verificar la oferta del agente época en la que el embalaje es en gran medida lo que
literario con la lectura. Incluso si no hubiera la cláusula vende la mercancía. El libro que tiene una sobrecubier-
de adaptación del manuscrito según las necesidades de ta lisa, con el título en relieve, y además una ilustración
la editorial, y se publicara sin cambiar ni una coma, esto coloreada y conmovedora, a ser posible con una sutil car-
no cambiaría nada su éxito de ventas. Los libros poseen ga erótica, atraerá más la atención del cliente que uno
esa maravillosa cualidad de que el comprador no puede con una simple cubierta monocolor y pálida, escriba lo
comprobarlos de un vistazo, como podría hacer con unos que escriba en él. La antigua máxima de que no hay que
zapatos, que ya a primera vista, en general, puede saber- juzgar un libro por las tapas hace mucho que ha perdi-
se cuánto valen. do toda su vigencia.
Para establecer el valor del libro, primero hay que leer- Hay, sin embargo, compradores inteligentes que no
lo; y para leerlo hay que comprarlo, claro. No hay atajo po- se deciden en virtud del grosor y equipamiento del libro.
sible, salvo en raras excepciones ilegales. Una vez que se Buscan algo más de fiar. Les gusta que en el reverso de
ha comprado, todos los arrepentimientos posteriores son la sobrecubierta o en las solapas haya un resumen del
inútiles. Ninguna librería devolverá el dinero al compra- contenido. No es necesario que lo cuente todo hasta el
dor solo porque no le haya gustado:ellibro. Tampoco en la final, no sería indicado que se descubriera ya aquí quién
zapatería, por lo demás, le cambiarán el par de zapatos al es el asesino, pero es deseable que al' menos la trama se
cliente porque este se queje diciendo que no son cómodos. exponga a grandes rasgos. Para que la gente pueda en
Aunque puede parecerlo, en la adquisición de un li- virtud de esas líneas decidirse. A todo el mundo no le
bro es difícil que te den gato por liebre. El comprador no gusta la misma clase de lectura.
Pero a veces ni el contenido es bastante. ¿Cómo ele- la obra ofrecida, él, con astucia, se encargará de crear las
gir entre varias obras de temática similar? Un compra- condiciones indispensables para que el libro se venda.
dor atento, que no permite que lo engañen, tiene ante es- La calidad del texto no influye para nada en esto.
tas vacilaciones un firme respaldo: el juicio de un experto. Ante todo, si el manuscrito no es lo bastante volumi-
Por eso es muy útil que en un lugar visible en cubierta noso, se dispone de al menos tres modos de aumentar-
aparezcan fragmentos destacados de las críticas publica- lo. Primero está el papel más grueso; a veces incluso pue-
das en los periódicos y revistas de prestigio, pues supo- de ser cartón como el que se usa en los cuentos ilustrados:
nen una suerte de garantía de calidad. con él se consigue que cien páginas parezcan trescientas
Cuánto se vende el libro es también un índice fiable en papel normal. Además, puede recurrirse a un núme-
de su valor. Cuando un comprador se enfrenta a dos li- ro ilimitado de letras grandes y márgenes anchos, con
90 bros que con características semejantes se distinguen muchas páginas en blanco en cuanto hay ocasión. A la 91
solo porque uno de ellos tiene más ediciones, el compra- gente en general le gusta la lectura rápida y hay muchos
dor listo siempre elegirá este último. Asimismo, gozará que ven mal la letra pequeña, así que de esta forma se
de privilegios sin duda el libro que ocupe el puesto más les ayuda. Por fin, también están las grandes ilustracio-
alto en las listas de superventas. En ambas ocasiones, el nes en una página a todo color, cuyo objetivo es doble:
comprador se regirá por la lógica irrefutable: tanta gen- que la vista cansada de fijarse en las letras descanse un
te no puede equivocarse. poco en ellas, y que el lector compruebe si lo que se ima-
Para los más selectos, para esos que desean exclusiva- gina coincide con lo leído. Con este procedimiento una
mente lo mejor, la única recomendación auténtica es si novela de tamaño medio enseguida se convierte en un
el libro en cuestión ha obtenido un premio de prestigio. libro voluminoso.
Nada por debajo de eso les interesa. Cuando se hallan en Después el diseñador gráfico toma el asunto en sus
una librería, lo primero que divisan es la faja. No es por manos. Él tampoco tiene necesidad de adentrarse más
casualidad que esa cinta de papel que ciñe el libro por la exhaustivamente en el manuscrito. Le basta con tener
mitad y en la que se describe el premio que ha obtenido apenas una noción sobre el argumento para elaborar la
tenga aspecto de banda de honor, de una condecoración ilustración adecuada para la cubierta, tan ambigua que
especial, como corresponde. La información del premio hasta puede usarse para la obra en cuestión. De todos
también puede destacarse en una esquina de la cubier- modos, el énfasis se pondrá en el color chillón, la acción,
ta, en cuyo caso resulta como una' medalla triangular, lo el título rimbombante y el inevitable desnudo cuyo gra-
que igualmente es muy apropiado. do, por supuesto, se adaptará al tipo de texto: el más
Se sobreentiende que cuando compra el manuscrito llamativo, como es natural, se usará para las obras de ca-
al agente literario, el director editorial tiene en cuenta es- rácter melodramático, aunque incluso aquí con modera-
tas circunstancias. En lugar de perder el tiempo leyendo ción y buen gusto, sin exageraciones pornográficas, nada
más allá de un cuello femenino descubierto y quizá un con tiempo un ejemplar del manuscrito para que la re-
hombro, y el más discreto para los tratados metafísico- seña sobre el futuro libro pueda publicarse en los perió-
religiosos, en cuyo caso bastará solo una enagua borda- dicos antes de que la obra salga de la imprenta. Si no fue-
da de encaje y un poco subida sin sobrepasar, claro está, ra así, ¿cómo podría incluirse un fragmento de la crítica
la mitad de la pantorrilla. en la cubierta? También es cierto que no siempre se res-
A la hora de hacer un resumen del argumento para las peta este orden cronológico natural; algunas veces pri-
solapas en ocasiones surgen dificultades, ya que aquí hay mero aparece el libro con una cita de la reseña en cues-
que tener cierta idea sobre el contenido, no se puede es- tión y solo después la reseña misma, que incluso puede
cribir algo que no tenga exactamente nada que ver con que ni siquiera aparezca, pero tampoco hay que ser quis-
el manuscrito, aunque alguna vez también se hayan dado quilloso. Al fin y al cabo, todo eso deja de tener impor-
92 esos casos e incluso hayan pasado desapercibidos. Sin em- tancia pasado algún tiempo. En efecto, ¿a quién le preo- 93
bargo, un editor habilidoso redactará un texto tan gene- cupa todavía el vacuo sofisma ilustrado en el dilema de
ral que nadie se dará cuenta de que, en realidad, no cono- qué fue primero, el huevo o la gallina?
ce demasiado bien la obra. Además, eso tampoco es tan El editor ni siquiera obliga al crítico a leer la obra
difícil. Hace mucho tiempo que existen borradores pre- que le fue confiada para la reseña. Teniendo en cuenta que
parados para diferentes campos y, sobre todo, géneros. aquí se trata de una relación entre caballeros, simple-
Básicamente solo se cambian los nombres, el resto que- mente se supone que este ha hecho su trabajo como es
da más o menos igual. Los géneros son un invento caído debido. Por supuesto que nadie lo va a examinar. ¡Pues
del cielo para los editores que tienen cosas mejores que no faltaba másl El único que podría hacerlo es el autor,
hacer, sin tener que molestarse con lecturas innecesarias. ya que hasta este momento solo en su caso se sabe a cien-
En cuanto a los breves extractos de reseñas y críticas, cia cierta que efectivamente ha leído el manuscrito (aun-
caben dos posibilidades. Ante todo, cualquier editor un que incluso aquí a veces hay excepciones), pero él segu-
poco serio es capaz de congraciarse con la crítica. Cómo ramente se abstendrá de ello. Después de leer un texto
lo consigue es secreto profesional, por supuesto; ah, no, extremadamente lisonjero sobre su obra, no le gustaría
no se puede entrar en detalles, pero, según parece, esta demasiado descubrir que el crítico, en realidad, no tiene
cooperación se establece con relativa facilidad. En reali- la más mínima idea sobre la obra que ha puesto por las
dad sorprende lo buena y refinada gente que pueden ser nubes.
los críticos si se les aborda de fotma correcta. Aunque, No obstante, existen también aquellos autores de re-
por otro lado, ¿no podríamos decir lo mismo sobre tan- seña raros cuyo marcado sentido del honor no les per-
tas otras profesiones? mite mantener una relación más íntima con el editor. Es-
El editor hace lo posible para facilitarle la vida a un tos hasta son capaces de llegar al extremo de rechazar el
crítico bien predispuesto. Antes que nada, le entregará ejemplar gratuito que por lo general se destina a cada
crítico. No se dejan sobornar con nada: se van a la libre- cluyen las citas en los trabajos científicos. Se quedará
ría, sacan la cartera y compran el libro en cuestión, a pe- con la parte que considera relevante: «Una obra extraor-
sar de pagar por él más de los honorarios que cobrarán dinaria( ... )>>. ¿Es una cita fiel de lo que dice el crítico? Sí.
por la reseña. Tienen en gran estima su independencia ¿Entonces?
y la consideran garantía de imparcialidad y objetividad. El éxito que tiene un libro también se mide por el nú-
Independientemente de lo que uno puede pensar sobre mero de ediciones publicadas. Cuantas más, mejor, por
este tipo de idealismo, se le debe reconocer una virtud a supuesto. Por eso nunca se comienza con la primera. No
esta singular estirpe de críticos: por lo menos se leen la hay que perder tiempo. Los primeros ejemplares que sa-
obra que reseñan. len de la imprenta ya ostentan orgullosamente la llama-
Sin embargo, ahí reside el problema. Si pudiesen es- da de «cuarta edición>>, normalmente escrita sobre un
fondo dorado, enmarcada en forma de estrella, para cap- 95
94 tarse quietos, si hiciesen como los demás y dejasen el li-
bro sin leerlo, no tendrían motivos para expresar un jui- tar la mirada del comprador. Que el trigo no está del todo
cio a menudo muy adverso. El editor, por supuesto, no limpio lo podría llegar a sospechar tan solo algún biblió-
puede sacarle ningún provecho a esa evaluación negati- filo empedernido que, por afán coleccionista, se empe-
va, de modo que, sin comerlo ni beberlo, tiene que rom- ñe en conseguir un ejemplar de las primeras tres edicio-
perse la cabeza sobre cómo atenuar su impacto desfavo- nes sin lograrlo por mucho que estuviera dispuesto a
rable. Lo más frecuente es hacer caso omiso. No hay mal ofrecer. Aun así, ¿quién va a prestar atención a las sos-
que dure cien años. ¿Quién va a leerse las críticas en los pechas de bibliófilos frustrados?
periódicos? Y si alguien las lee, seguramente no las re- Es un dato muy valioso si alguna obra anterior del
cordará durante mucho tiempo. mismo autor ha llegado a la lista de superventas. Esa re-
Por otro lado, los editores más avispados saben tam- comendación se gana obligatoriamente un lugar desta-
bién en estas circunstancias cómo llevar el agua a su mo- cado en la sobrecubierta. No puede faltar ni siquiera en
lino. En realidad, la tarea tampoco es tan difícil: un tra- la tapa de su primer libro. Es cierto que aquí puede ser
tamiento hábil, y la mala crítica enseguida se transforma algo contradictoria, pero, si se formula bien, pocos se da-
en un elogio. Por ejemplo, la última frase del reseñador rán cuenta. Nadie presta atención a esa clase de porme-
expresa la siguiente conclusión inequívoca: «Una obra nores, y el asunto ciertamente tiene mucho atractivo: «El
extraordinariamente mala». El editor ni siquiera duda primer libro del célebre autor de superventas >>.
en citar este juicio en la parte de atrás de la sobrecubier- Igualmente, no viene mal constatar que la nueva obra
ta, ni de imprimirlo en negrita si hace falta, o destacar- se ha convertido en un superventas incluso antes de ser
lo de cualquier otra forma. No lo va a alterar de ningún publicada. Además, hay que tener en cuenta la coheren-
modo, tan solo, eso sí, adaptarlo un poco a su objetivo, cia con el dato anteriormente divulgado: ¿cómo podría
para lo que está en su pleno derecho. Además, así se in- ser esta la cuarta edición si las tres primeras no se hu-
crítico. No se dejan sobornar con nada: se van a la libre- cluyen las citas en los trabajos científicos. Se quedará
ría, sacan la cartera y compran el libro en cuestión, a pe- con la parte que considera relevante: «Una obra extraor-
sar de pagar por él más de los honorarios que cobrarán dinaria( ... )>>. ¿Es una cita fiel de lo que dice el crítico? Sí.
por la reseña. Tienen en gran estima su independencia ¿Entonces?
y la consideran garantía de imparcialidad y objetividad. El éxito que tiene un libro también se mide por el nú-
Independientemente de lo que uno puede pensar sobre mero de ediciones publicadas. Cuantas más, mejor, por
este tipo de idealismo, se le debe reconocer una virtud a supuesto. Por eso nunca se comienza con la primera. No
esta singular estirpe de críticos: por lo menos se leen la hay que perder tiempo. Los primeros ejemplares que sa-
obra que reseñan. len de la imprenta ya ostentan orgullosamente la llama-
Sin embargo, ahí reside el problema. Si pudiesen es- da de «cuarta edición>>, normalmente escrita sobre un
fondo dorado, enmarcada en forma de estrella, para cap- 95
94 tarse quietos, si hiciesen como los demás y dejasen el li-
bro sin leerlo, no tendrían motivos para expresar un jui- tar la mirada del comprador. Que el trigo no está del todo
cio a menudo muy adverso. El editor, por supuesto, no limpio lo podría llegar a sospechar tan solo algún biblió-
puede sacarle ningún provecho a esa evaluación negati- filo empedernido que, por afán coleccionista, se empe-
va, de modo que, sin comerlo ni beberlo, tiene que rom- ñe en conseguir un ejemplar de las primeras tres edicio-
perse la cabeza sobre cómo atenuar su impacto desfavo- nes sin lograrlo por mucho que estuviera dispuesto a
rable. Lo más frecuente es hacer caso omiso. No hay mal ofrecer. Aun así, ¿quién va a prestar atención a las sos-
que dure cien años. ¿Quién va a leerse las críticas en los pechas de bibliófilos frustrados?
periódicos? Y si alguien las lee, seguramente no las re- Es un dato muy valioso si alguna obra anterior del
cordará durante mucho tiempo. mismo autor ha llegado a la lista de superventas. Esa re-
Por otro lado, los editores más avispados saben tam- comendación se gana obligatoriamente un lugar desta-
bién en estas circunstancias cómo llevar el agua a su mo- cado en la sobrecubierta. No puede faltar ni siquiera en
lino. En realidad, la tarea tampoco es tan difícil: un tra- la tapa de su primer libro. Es cierto que aquí puede ser
tamiento hábil, y la mala crítica enseguida se transforma algo contradictoria, pero, si se formula bien, pocos se da-
en un elogio. Por ejemplo, la última frase del reseñador rán cuenta. Nadie presta atención a esa clase de porme-
expresa la siguiente conclusión inequívoca: «Una obra nores, y el asunto ciertamente tiene mucho atractivo: «El
extraordinariamente mala». El editor ni siquiera duda primer libro del célebre autor de superventas>>.
en citar este juicio en la parte de atrás de la sobrecubier- Igualmente, no viene mal constatar que la nueva obra
ta, ni de imprimirlo en negrita si hace falta, o destacar- se ha convertido en un superventas incluso antes de ser
lo de cualquier otra forma. No lo va a alterar de ningún publicada. Además, hay que tener en cuenta la coheren-
modo, tan solo, eso sí, adaptarlo un poco a su objetivo, cia con el dato anteriormente divulgado: ¿cómo podría
para lo que está en su pleno derecho. Además, así se in- ser esta la cuarta edición si las tres primeras no se hu-
bieran agotado? La lógica y la coherencia en general siem- mente no sería suficiente. En tales circunstancias, ¿a qué
pre han desempeñado un papel muy importante en la ser humano no le provocaría arcadas la lectura, al mar-
profesión editorial. gen de la estima en que por lo general pudiese tenerla?
Los premios al principio les causaban dolor de cabe- Afortunadamente, se han descubierto atajos para este
za a los editores. Introdujeron en un negocio fiable, nor- camino tan penoso. Ha quedado demostrado que exis-
malmente exento de riesgos, un factor de incertidumbre ten varios modos de hacerse una idea fidedigna de un li-
completamente indeseado, encarnado en los antojos y bro, sin tener que leerlo del modo habitual, línea por
simpatías de los miembros del jurado. Evidentemente, línea, diríamos. Primero se ha inventado la técnica de la
eso tenía que cortarse de raíz. ¿Cuánto esfuerzo y dine- llamada lectura en diagonal. Es cierto que nadie puede
ro tienen que invertir los editores para publicar un libro explicar en qué consiste, pero muchos la han usado con
éxito, igual que la multitud de gente que conduce coches 97
96 al que luego un jurado inútil desprecia con la explicación
de que no le gusta? ¡Imagínense! Como si importase algo y, por lo general, lo ignora todo sobre cómo funciona el
lo que les gusta a ellos. Además, ¿quién es esa gente que motor de combustión interna. ¿Acaso es importante sa-
emite juicios tan terribles? ber cómo marcha una cosa, mientras marcha? De este
Esa fue la pregunta crucial que llevó a la solución del modo, el promedio necesario para leer una página se re-
problema. Después de informarse un poco más sobre el duce de cinco minutos a unos diez segundos.
asunto, los editores, aliviados, se dieron cuenta de que Más eficaz aún ha revelado ser la técnica de la lectu-
los miembros del jurado, en realidad, no eran unos mons- ra a saltos. Justifica su aplicación el hecho notorio de
truos, como podía parecer en un primer instante. Todo que los escritores tienen una debilidad por la amplitud
lo contrario, resulta que son, al igual que los críticos, gen- exhaustiva, las digresiones, las descripciones innecesa-
te muy agradable y sociable, casi sin excepción dispues- rias, los epítetos amontonados y todo tipo de redundan-
ta a cualquier tipo de colaboración. cia en general, de modo que si uno lee cada página impar
Además, se caracterizan por un rasgo importante que o incluso una de cada cinco páginas, en realidad no se
les hace bastante semejantes a los demás eslabones de la pierde nada esencial. Al usar la variante acelerada de esta
larga cadena editorial: sienten aversión por la lectura. En técnica, en la que posamos la mirada solo en una de cada
su caso esa aversión es incluso más marcada que en los diez páginas, incluso un tomo algo voluminoso puede
demás, lo cual es del todo comprensible. Uno espera que dominarse en menos de una hora, lo que representa un
los miembros de un jurado logren,algo sobrenatural le- avance notable.
yéndose todo cuanto se publica, ya que solo así pueden Sin embargo, solo con el procedimiento de hojear se
elegir lo mejor de una forma competente. Si cumplieran ha conseguido ajustar la lectura al ritmo de vida del hom-
literalmente con esta obligación, tendrían que pasar to- bre moderno. Con ella, en apenas unos minutos un miem-
dos sus ratos de vigilia pegados a un libro, y probable- bro del jurado puede adquirir el conocimiento suficien-
te de la obra deseada como para hablar sobre ella en cual- Basta con encontrarse en compañía de los que, por
quier ocasión y sin el menor reparo, incluso para aven- ociosos, por tener menos obligaciones o por ser tipos ra-
turarse en debates sobre los pormenores. Si alguien, por ros, se han leído la obra sobre la que había que informar-
ejemplo, afirma imprudentemente que el libro en cues- se e inducirlos a que hablen largo y tendido sobre ella.
tión es aburrido, este le puede preguntar con audacia Tampoco se necesita un incentivo especial: a la gente le
cómo es posible que sea aburrido un libro con tantos diá- gusta presumir de sus logros. De este modo, en muy poco
logos, cuya. existencia ha podido comprobar con sus pro- tiempo puede uno saber de qué trata el libro en cuestión,
pios ojos. Incluso si hojea el libro muy rápido, los diálo- y así formarse su propio juicio de valor al respecto, lo
gos no se le pueden escapar. que también cuenta a la hora de la votación posterior.
Los miembros del jurado realmente ocupados, los que Además, este procedimiento es el más justo. Al fin y al
98 no tienen tiempo ni siquiera de hojear el libro, tienen cabo, aunque por una vía secundaria, una opinión basa- 99

que basarse en las llamadas técnicas indirectas. Estas, sin da en la lectura del libro decide la concesión del premio.
embargo, no son tan fiables como las directas. Uno pue- ¿Qué mejor cosa se puede desear?
de leer con plena atención en el dorso de la sobrecubier- Solo al principio los editores pasaron apuros, cuando
ta el breve párrafo que expone el argumento de la obra, no había más que un único Gran Premio, de modo que
pero, teniendo en cuenta su carácter general, es difícil todos los demás libros se quedaban con las manos va-
que se entere de mucho. Aun así, los que se contentan cías. Como este reparto suponía un desajuste obvio, era
con esto respetan un principio obvio: más vale algo que evidente que había que buscar un acuerdo más favora-
nada. En efecto, esa lógica es irreprochable. Los concien- ble que estableciera un poco de equilibrio.
zudos que han invertido su esfuerzo en el estudio de ese En ese sentido, primero se procedió a la creación de pre-
párrafo ciertamente están mejor informados que los que mios de consolación dentro del mismo concurso. Se pres-
ni siquiera han hecho un tanto así. tó más atención al trabajo del jurado a la hora de reducir
Aunque a primera vista puede parecer que la técnica el número de candidatos en cada sesión. Por supuesto, este
de recoger información de segunda mano es la menos tamiz podia usarse para fines publicitarios. La divulgación
fiable, esta no solo es la más generalizada, sino también de los títulos de la primera fase de preselección ya aporta-
la preferida por los miembros del jurado. Ante todo, esa ba cierto beneficio. A pesar de que esa fase incluía todas
técnica supone el mínimo esfuerzo y el máximo ahorro las obras que se presentaban al certamen, de modo que,
de tiempo, lo que ciertamente es muy valorado. Todo lo hablando con claridad, no había selección alguna, muchos
que se necesita es tener amistades adecuadas, una carac- libros amanecían inmediatamente con una faja que anun-
terística que por otro lado debe poseer cualquier miem- ciaba orgullosamente: «Obra de la preselección previa para
bro de un jurado que se precie de serlo. Sin ella, es me- el Gran Premio>>. Esto pronto supuso un leve incremento
jor no dedicarse a esta responsable labor. de demanda por los candidatos en cuestión.
Después de la preselección previa llegamos, por su- para la cultura y la sociedad en general)>>. Se entiende,
puesto, a la preselección. Al principio aquí surgía una claro, que con cada escalón que se subía hacia el Gran
confusión, ya que entretanto el número de títulos au- Premio aumentaba también la vivacidad del color de la
mentaba en vez de disminuir, como sería de esperar. Afor- faja, de modo que las librerías comenzaban a semejar sa-
tunadamente, el asunto no tardó en aclararse. Es cierto las decoradas para la fiesta de Año Nuevo. Solo faltaban las
que de la lista original habían desaparecido por diversos bengalas.
motivos varios títulos, la mayoría porque sus editores se Según se acercaba el día de la toma de decisión, los cin-
habían apresurado a presentarlos como candidatos an- co miembros del jurado se convertían en las personas más
tes de que hubieran salido de la imprenta, incluso antes buscadas del planeta. ¡Qué métodos más ocurrentes em-
de ser escritos, y al mismo tiempo aparecían nuevas obras pleaban los editores y los demás interesados con tal de en-
trar en contacto con el jurado y en el último momento apo- 101
100 que cumplían los requisitos para participar en la compe-
tición y, por lo tanto, tenían que ser tomadas en conside- yar adicionalmente a su candidato con nuevos argumentos
ración. Este flujo incesante de candidatos para el Gran honrados y otros no tanto! Solo los más inexpertos y sim-
Premio continuaba hasta su fallo y, en algunos casos, in- ples se basaban en métodos convencionales. Los teléfonos
cluso después. La faja que decoraba una obra de la mis- de los cinco magníficos primero estaban siempre ocupa-
ma preselección era de un color un poco más claro, tal dos y después temporalmente desconectados debido a la
como convenía. enorme sobrecarga de la central. En el clímax hasta ame-
El jurado entraba luego en plena faena, chisporrotea- nazaba el colapso de toda la red telefónica.
ba de tanta lectura, se reducía la preselección, aunque lo Durante algún tiempo los carteros les entregaban car-
mismo no sucediera necesariamente con el número de tas, postales, tarjetas, felicitaciones, paquetes y telegra-
aspirantes al Gran Premio. Después de la «preselección», mas, todos ellos perfumados y con cintas de colores. Los
se proseguía, como es debido, con una «preselección un pobres sudaban y se doblaban bajo una carga cada vez
poco menos amplia>>, «preselección todavía menos am- más grande, pero cuando el peso del correo enviado em-
plia», luego «selección moderada>>, «selección sin carac- pezaba a sobrepasar cualquier medida, el sindicato de
terísticas especiales>>, «selección reducida», «selección li- los empleados de correos obtuvo la suspensión de la en-
mitada>>, «selección muy limitada>>, «selección más que trega por motivos puramente humanitarios: ¡ellos no eran
limitada>>, luego «selección semifinal>>, «selección final>>, bestias de carga! Se recomendó a los señores del jurado
<da última selección final>>, «selecdón imposiblemente que, si lo deseaban, se dirigieran ellos mismos a las ofi-
final», «selección increíblemente final>> y por fin «los úl- cinas de correos a buscar su correspondencia. ¡La cosa
timos ciento veintiocho candidatos (con la posibilidad no daba más de sí!
de ampliar la lista a ciento cuarenta y tres, si en el últi- Los intentos de llegar de alguna forma hasta los miem-
mo momento se presentaran obras de interés especial bros del jurado continuaban con el mismo fervor inclu-
so después de que todos los periódicos hubiesen publi- considerablemente las dimensiones de un mensaje, tan-
cado, en lugar destacado, que estos no iban a recibir nin- to por el tamaño como por el peso. Al final, la Asociación
guna visita hasta concluir su trabajo y después de que se para la Protección de Aves tuvo que pronunciarse con-
hubiesen instalado agentes de seguridad en la entrada tra el abuso al que se sometía a estos pobres pájaros. Se
de sus domicilios que, inflexibles, controlaban a cualquie- sumó a la protesta también la Asociación para la Conser-
ra que intentara entrar. Los visitantes pertinaces recurrían ·vación de Fachadas y Tejados Municipales porque las
a trucos increíbles. Aparecían en la puerta disfrazados grandes bandadas de palomas inevitablemente ensucia-
de cobradores varios, inspectores fiscales y veterinarios, ban los edificios y su entorno más de lo que se podía to-
repartidores de pizza, agentes funerarios, activistas de la lerar.
Cruz Roja, deshollinadores, policías de paisano, encues- Las palomas no eran las únicas que embestían contra
las inocentes ventanas de los miembros del jurado. Es- 103
102 tadores, bomberos de servicio, fontaneros, curas llama-
dos a dar la extremaunción, electricistas, trabajadores de tas se convirtieron en el blanco hacia el cual se dirigían
empresas de mudanzas, pintores, médicos de urgencias sin cesar diversas señales luminosas. Si el día era solea-
o parientes cercanos y lejanos. do, bastaba un espejo corriente para mandar desde al-
Cuando finalmente en los edificios en los que vivían gún rincón un mensaje en morse, braille o cualquier otro
los miembros del jurado tuvo que ser instalado un au- código cifrado, preferiblemente al dormitorio o, cuando
téntico control fronterizo, con barrera en el portal, detec- eso no era posible, al comedor o por lo menos a la coci-
tor de metales, registro de equipaje, chequeo en el siste- na, y al baño solo en caso de grandes necesidades. El ob-
ma informático policial, cacheo exhaustivo y la inevitable servador ignorante quedaba perplejo ante los brillos, re-
toma de datos personales, incluyendo huellas dactilares flejos y parpadeos frenéticos en las ventanas, incluso con
y una muestra de secreciones de la garganta, la presión las cortinas corridas o las persianas bajadas.
de los visitantes se redujo hasta cierto punto, aunque, Durante la noche la escena se volvía todavía más re-
como suele suceder en situaciones extraordinarias, se ac- fulgente. Innumerables focos intermitentes de linternas
tivaron numerosos canales clandestinos, algunos de los hacían dibujos sin cesar sobre los cristales y, cuando se
cuales evidentemente se habían inspirado en experien- trajeron de algún lado primero pequeños y luego enor-
cias del mundo del espionaje. mes reflectores, los edificios de los miembros del jurado
Ante todo, se hizo notar el número extrañamente ele- se iluminaron como palacios durante grandes recepcio-
vado de palomas que aterrizaban en los alféizares de los nes o bailes. Últimamente también se venían sumando a
componentes del jurado. Quedó demostrado que se tra- esta centelleante pirotecnia los láseres cuyos finos rayos
taba en su gran mayoría de palomas mensajeras, aunque dejaban en las ventanas manchas móviles de colores.
este nombre a veces no era fiel a su estricto significado, Los más valientes de entre los editores no vacilaban
pues las cosas que se les mandaba entregar superaban en emprender verdaderas operaciones de comandos solo
para acceder, en la víspera de la sesión decisiva del jura- Las incursiones desde abajo normalmente se ejecuta-
do, a sus inaccesibles jueces. En general, existían dos mo- ban a través de los túneles de alcantarillado. Para facili-
dos de incursión: desde arriba y desde abajo. Si los edi- tar la tarea, los editores publicaron una guía interna y
ficios vecinos tenían una altura parecida, desde su último oficiosa de los laberintos subterráneos de la ciudad, con
piso se podía llegar con relativa facilidad al tejado de la indicaciones especiales de las ramificaciones que lleva-
casa en la que vivía el miembro del jurado. El candado ban a los domicilios de todas las personas de prestigio
en la ventana del ático o incluso la ausencia de ventana en el sector de la cultura, de las que se podía suponer
alguna no representaban una molestia seria para estos que, más pronto o más tarde, formarían parte de algún
hombres valerosos, bien entrenados y aún mejor moti- jurado. Evidentemente, este folleto, actualizado con re-
vados. gularidad, no estaba a la venta.
104 Tampoco la diferencia de alturas era un obstáculo in- Cuando las autoridades tomaron medidas para supri- 105
superable. Durante el período crítico se notaba, por lo mir este fenómeno que amenazaba con extenderse des-
menos a primera vista, un extraño aumento del interés controladamente, guiadas por motivos de seguridad, pero
de los deshollinadores por las zonas de la ciudad en las también de higiene, los editores no se dieron por venci-
que residían los miembros del jurado. Eso era un pretex- dos. No hay que subestimar su determinación y perse-
to, claro, para llevar como fuera a las casas vecinas gran- verancia. Después de que los accesos del alcantarillado
des escaleras que se podían usar para subir o bajar, se- en los edificios de los miembros del jurado hubiesen sido
gún las circunstancias, al teja do deseado. Después todo oficialmente sellados, no les quedaba otro remedio sino,
era más fácil. siguiendo la mejor tradición de las películas sobre fugas
En casos especiales, cuando tampoco esto podía lle- de prisiones o campos de concentración, emprender la
varse a cabo, durante la noche se ejecutaban verdaderos excavación de túneles secretos. Era una feliz circunstan-
números acrobáticos, como escalar por las fachadas con cia el hecho de que los miembros de un jurado no cam-
equipo de alpinista, trepar por una cuerda lanzada con un biaban durante varios años, de modo que las galerías, una
gancho triple en un extremo o caminar por una cuer- vez excavadas, podían ser usadas en repetidas ocasiones.
da floja tendida entre dos edificios, por lo general sin Las autoridades, sin embargo, tampoco permanecie-
ayuda del bastón de equilibrio. Finalmente, si nada de ron sentadas de brazos cruzados. Se tapaban todos los
esto funcionaba, se recurría a técnicas de desembarco. subterráneos descubiertos y cada vez que se pudo iden-
Un editor intrépido casi se mató en el intento de saltar tificar al editor que los había perforado, a este no solo se
en paracaídas desde el último piso del rascacielos veci- le obligaba a pagar una multa considerable y los gastos
no, mientras otro provocó la alerta del control aéreo lo- de reposición del terreno a su estado anterior, sino que
cal al aproximarse en ala delta al tejado de un miembro también se le reprendía públicamente en los periódicos.
del jurado. Todo eso, sin embargo, no disuadía de sus intenciones a
estos emprendedores. Pensaron un poco mejor y, al en- un conserje. Por ejemplo, aceptaba encantado afinar el
contrarse entre la espada y la pared, se dieron cuenta de piano del ocupadísimo miembro del jurado, recoger a
que había una solución muy sencilla, cuya única condi- sus hijos en la guardería, instalarle un nuevo programa
ción era dar los pasos necesarios con antelación. en el ordenador, sacar sus galgos a pasear, colocarle la
Básicamente, no había motivo para esperar hasta el antena parabólica o limpiar el carburador de su coche.
último momento. Había que instalar a una persona de No había un encargo que el conserje no aceptase de bue-
confianza en el lugar deseado bastante antes de que sur- na gana con tal de endeudar a ese miembro del jurado.
giera la necesidad de usarla. En el lenguaje de los espías, Si no, ¿cómo iba a contar con su predisposición en de-
a ese ciudadano se le denominaría «topo>>. Por desgra- terminado momento?
cia, este nombre al principio se entendió en un sentido Los editores realmente pudientes, los que no vacila-
106 demasiado literal. Algunos editores mantenían a su topo ban en tirar la casa por la ventana, elegían una solución 107
escondido en la parte subterránea del edificio de un miem- todavía más elegante. Su topo era un ciudadano respe-
bro del jurado hasta dos meses y medio antes de que hi- table que alquilaba o incluso compraba un piso en la casa,
ciese falta que pasara a la acción. Y lo peor no es que el intentando enseguida y sin despertar sospechas acercar-
hombre permaneciera todo ese tiempo en el sótano, sino se, conocer y finalmente hacerse amigo íntimo del miem-
que esconderse durante tantos días debajo de un mon- bro del jurado, inconsciente este de las redes que se te-
tón de carbón o leña ciertamente no formaba parte de jían a su alrededor. Esto se llevaba a cabo con excepcional
las experiencias más reconfortantes, incluso aunque se facilidad si la profesión del topo era la de médico. A to-
tratara de un agente especial acostumbrado a todo tipo dos nos gusta tener entre nuestros amigos a un médico
de pruebas y penalidades. que vive en el vecindario y ni siquiera los miembros del
Los editores más prudentes se dieron cuenta de que la jurado son una excepción a este respecto. Todo lo con-
cosa podía hacerse de una forma más sutil buscándole a trario.
su topo un puesto discreto como conserje en el edificio Cuando por fin amanecía el día de la decisión sobre
del miembro del jurado. Entonces el topo manifestaba el ganador del Gran Premio, ya no cabía la posibilidad
una amabilidad especial hacia este. Le asistía rápida y efi- de ejercer influencia sobre la imparcialidad inquebran-
cazmente -sin recompensa alguna, por supuesto- cada table de los miembros del jurado: lo hecho, hecho esta-
vez que algo se estropeaba, dejaba de funcionar, se atas- ba. A las diez en punto de la mañana llegaban a cinco di-
caba, se rompía, se llenaba de humo, se soltaba, se despe- recciones de la ciudad, acompañados del sonido estridente
gaba, empezaba a gotear, a filtrarse, a desconcharse, que- de una sirena, vehículos blindados con las luces girato-
marse, caerse o se averiaba de cualquier otra forma. rias encendidas de los que descendían agentes de unida-
Además, el topo estaba dispuesto a prestar servicios des especiales con chalecos antibalas, cascos con panta-
que traspasaban las obligaciones que cabía esperar de lla protectora y armas cargadas, rodeaban las entradas
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de los edificios de los miembros del jurado, efectuaban te general no era demasiado académico. A través del grue-
el control final por radio con los vigilantes y los franco- so tapizado de la puerta de la sala en la que se reunía el
tiradores situados en las casas circundantes y en los he- jurado a veces llegaban hasta los guardias uniformados
licópteros suspendidos a poca altura. Unos instantes des- que la vigilaban palabras y exclamaciones que lograban que
pués procedían como el rayo a sacar a sus protegidos de incluso estos, que por su tipo de trabajo no cultivaban la
las casas y llevarlos a los vehículos blindados, prepara- cortesía como su lado fuerte, se mirasen asombrados. De
dos para lanzarse encima de ellos y protegerlos con su vez en cuando se oían también ruidos de golpes y chas-
cuerpo ante la más mínima señal sospechosa, como ha- quidos cuyo origen nunca ha podido explicarse con exac-
cen los guardaespaldas, y luego abrir fuego implacable titud.
hacia el posible asesino o terrorista. Si no se hubiera introducido un reglamento muy es-
108 Solo el círculo más estrecho de la cúpula policial es- tricto, las deliberaciones del jurado en ocasiones podrían 109
taba enterado del lugar al que se dirigían después los cin- haberse prolongado hasta el infinito. Sus miembros no
co vehículos blindados. Su destino era estrictamente con- podían abandonar la sala bajo ningún concepto hasta to-
fidencial. Los miembros del jurado se encontraban allí mar la decisión final. No se tenían en cuenta motivos de
herméticamente aislados del mundo exterior. El único salud. U na unidad médica especial, dotada, entre otras
que contactaba con ellos era un funcionario que les su- cosas, con un equipo de reanimación, se ocupaba de su
ministraba café y agua mineral gratis; el tabaco y el al- estado. Aunque la presencia médica había sido ideada
cohol no estaban formalmente prohibidos, pero tampo- como algo formal, solo por si acaso, más como una me-
co eran gratis, ya que se podían dar casos de abuso. El elida preventiva que algo que pudiera llegar a usarse, que-
funcionario que les atendía llevaba una máscara y no se dó demostrado que estaba sobradamente justificada.
le permitía decir una sola palabra. En contra de las expectativas, solo una pequeña par-
Eran raras las ocasiones en que la reunión terminaba te de las intervenciones estaba relacionada con el agota-
pronto. Normalmente se prolongaba durante bastante miento general que suele darse con más frecuencia en
tiempo, en realidad hasta que uno de los candidatos con- estas situaciones. Por supuesto que la ética profesional
siguiera la indispensable mayoría simple de tres votos. les impedía a los médicos salir contando al público los
Sin embargo, no era nada fácil lograrlo, ya que se partía detalles de las dolencias de sus pacientes, pero algo po-
de la base de que cada miembro del jurado respaldaba día deducirse indirectamente por los materiales más usa-
sin vacilación un libro diferente. Se producían entonces dos: yeso y vendas.
los tensos e incómodos momentos de persuasión amis- Al final, el cansancio, el agotamiento y la vigilia, así
tosa, que duraban horas e incluso días. como algunos otros factores que solo se intuían, termi-
Por supuesto no había informes oficiales sobre el asun- naban por quebrantar, a veces de manera literal, a los
to, pero corría el rumor bastante fiable de que el ambien- miembros menos fuertes y resistentes del jurado, a pe-
--
sar de que todos ellos se habían preparado física y men- más antigua aún: señales de humo. En vez de dejar que
talmente para el maratón de deliberaciones como si su el humo blanco saliera arbitrariamente de la chimenea,
intención fuera luchar por una medalla de decatlón olím- lo regularon con una técnica especial, de manera que apa-
pico; así que ya podía tomarse la decisión sobre el gana- recía en nubes pequeñas y controladas, separadas por in-
dor del Gran Premio. tervalos regulares.
La noticia al respecto no aparecía primero en los me- Muy pocos eran los que entre la muchedumbre reu-
dios electrónicos, lo que hubiera sido más acorde con el nida poseían la formación especial imprescindible para
espíritu de los tiempos modernos. De algún modo se ha- descifrar el mensaje que brotaba de la chimenea, y todos
bía establecido la costumbre de que la primicia sobre la se amontonaban rodeándolos. Reinaba un silencio abso-
elección del nuevo laureado se anunciara a la antigua: luto mientras estos deletreaban lentamente las sílabas
110 con humo blanco que saldría por la chimenea del edifi- de humo. La emoción aumentaba gradualmente porque, 111

cio que albergaba al principal patrocinador del premio. al igual que en los concursos de belleza, la lista se leía al
Desde el momento en que el jurado se reunía, se iban revés. Primero se anunciaba la vigesimoquinta clasifica-
congregando delante del edificio aficionados impacien- da, luego la vigesimocuarta, y así todas hasta la primera,
tes cuyo número aumentaba con el tiempo, hasta que y solo al final, después de una consciente pausa dramá-
llenaban todo el espacio disponible en los alrededores, tica representada por una larga interrupción de la emi-
como si se tratase de una gran manifestación. Los más sión de nubes pequeñas de la chimenea, se revelaba la
experimentados se habían abastecido adecuadamente vencedora: la obra que había ganado el Gran Premio.
para una larga espera al aire libre. Llevaban grandes re- Los aficionados caían entonces en conductas extre-
servas de agua o de refrescos, paquetes con alimentos mas. Los que habían apostado por el ganador del premio
deshidratados o en conserva, paraguas y banquetas, así estaban entusiasmados y comenzaban a vitorear, dar sal-
como sacos de dormir si se estimaba que no había un fa- tos, abrazarse y agitar las pancartas con la figura del au-
vorito claro y que la deliberación no iba a concluir tan tor o la cubierta del libro, igual que se hace en un cam-
pronto. po de fútbol después de un gol, mientras el resto, que,
Todos miraban sin pestañear la gran chimenea, por- como es natural, era la mayoría, se entregaba a la desilu-
que daba mucho prestigio ser el primero en advertir que sión, tristeza y desesperación. Algunos interpretaban este
un jirón blanco salía de esta. Al principio este procedi- desenlace como una profunda tragedia personal e, inca-
miento se usaba solo para comunicar que se había toma- paces de reconciliarse con la derrota, arremetían violen-
do la decisión, pero no se podía saber de inmediato quién tamente contra los entusiasmados seguidores del vence-
era el vencedor. Después los organizadores de la ceremo- dor, provocaban peleas feroces; o presas de un profundo
nia concibieron una manera de remediar este inconve- trastorno o abatimiento, optaban por dar un último paso:
niente usando una forma de transmisión de mensajes se agredían a sí mismos y se decantaban sobre todo por
la auto-incineración. Con ese fin se habían preparado eligieron jurados, encontraron patrocinadores y a veces
previamente llevando consigo un bidón de gasolina y ce- incluso crearon una fundación.
rillas. Cuando el asunto comenzó a andar viento en popa, se
Teniendo en cuenta que en medio de esa muchedum- estableció que el nombre del premio desempeñaba un
bre este acto podía ser fatal no solo para ellos mismos, papel decisivo para su prestigio. Los demás factores tam-
lo que podía hasta entenderse y permitirse, sino también bién contaban, por supuesto, pero se dieron casos en los
para un gran número de inocentes a su alrededor, que que ciertos premios con considerable presupuesto eco-
no percibían una derrota deportiva de forma tan funes- nómico fracasaron solo porque habían elegido mal el
ta, después de evitar por los pelos varios accidentes de nombre. Nomen est amen.
grandes proporciones, las autoridades acabaron dándo- Eso aconteció, por ejemplo, con el primer premio
112 se cuenta de que tenían que tomar cartas en el asunto. creado en oposición al Gran Premio. Por algún motivo 113
Se creó un comité de crisis formado por psicólo- extraño, a su fundador le pareció adecuado llamarlo el Pe-
gos, sociólogos, antropólogos, teólogos, filólogos, patólogos, queño. Sin embargo, nunca se otorgó este galardón por
ginecólogos, cinólogos y astrólogos, así como represen- una razón muy sencilla: no se presentó ningún candida-
tantes de editores en nombre de la otra parte interesada. to, a pesar de que el organizador, ya desesperado, termi-
Juntos encontraron fácil y rápidamente una salida, cau- nó prometiendo al editor de cada obra que participara
saron el asombro de todos y demostraron una vez más un regalo adecuado, desde la suscripción anual al bole-
que los obstáculos en las tareas humanas siempre se pue- tín de la asociación de cazadores o la reserva de un pal-
den superar con un poco de prudencia, buena voluntad co en el teatro de marionetas para toda la temporada,
y, sobre todo, con una solución viable. En este caso, la hasta la participación asegurada de dos personas en una
conclusión era muy sencilla: simplemente había que au- atrevida excursión espeleológica, incluyendo el consu-
mentar el número de premios. mo ilimitado de carburo para lámparas.
Es cierto que el Gran Premio siguió siendo el objeto Destinos parecidos corrieron muchos otros premios.
del deseo compulsivo de todos los editores, pero la atrac- Los ejemplos más representativos en este sentido fue-
ción frenética que sentían todos por él se redujo un tan- ron el Gallo Promiscuo (premio a la mejor colección de
to cuando otros premios comenzaron a surgir como los recetas de entrantes afrodisíacos a base de carne ani-
proverbiales hongos después de la lluvia. Naturalmente, mal), el Entierro Alegre (premio al más alegre catálogo
los que tomaron las riendas de este asunto en un nivel de material funerario de primavera), el Tambor Hueco
operativo fueron los mismos editores, como profesiona- (premio a la mejor antología de poesía original para tam-
les del sector. Ellos se aseguraron de que se ejecutaran tam) o la Maceta Espinosa (premio al más bello libro
todos los preparativos técnicos para la creación de nue- ilustrado sobre el cultivo de cactus gigantes en balcones
vos premios: buscaron nombres, determinaron las bases, y terrazas).
Después de estas y algunas otras experiencias frustra- Esto produjo un aumento notable del número de can-
das, por fin quedó de manifiesto que el premio iba a te- didatos cuyo nombre podían llevar los premios. Se po-
ner más posibilidad de afianzarse si llevaba el nombre día aprovechar ahora cualquier entrada de la enciclo-
de algún autor célebre del pasado. Cuanto mayor fuese pedia de escritores, incluso aquellas diminutas de tan
el prestigio del escritor, más vistoso sería el galardón que solo dos líneas. La única condición era, claro está, que el
llevara su nombre. Desgraciadamente, tampoco aquí tar- eminente autor estuviera descansando en paz. Sin em-
daron en surgir dificultades. El número de autores im- bargo, ni siquiera esta ampliación fue suficiente para sa-
portantes, incluso en las más ricas literaturas naciona- tisfacer el insaciable apetito de los editores, a los que se
les, se quedaba muy corto a la hora de satisfacer las les ocurrió entretanto que no había motivo para limitar-
necesidades de los editores, mucho más numerosos te- se al patrocinio de solo un premio. Al contrario, para ellos
'
114 niendo en cuenta que no había ninguno entre estos que lo ideal sería otorgar tantos premios como publicaciones 115
no desease convertirse en patrocinador de algún premio. tenían, de modo que ninguna quedara desatendida a este
Por lo tanto, primero se buscó la salida del apuro en respecto.
cierta moderación de las exigencias de «importancia>>. Por lo tanto, era inevitable que cayera el último tabú.
¿Qué significa, por lo demás, ser un escritor importante? Después de agotar literalmente todos los autores fallecidos,
¿Y quién lo decide? ¿Los estudiosos de la literatura? Es- no quedaba más remedio que recurrir a los vivos, sobre
tos son notorios por su incapacidad de llegar a un acuer- los cuales también se obtenía entonces un certificado de im-
do, como gente que solo espera una oportunidad para dis- portancia. Sin este era imposible. Esa flexibilidad extrema
cutir y pelearse, muchas veces valiéndose de todo y siempre no pasó inadvertida ni sin ciertos comentarios malicio-
en público. Además, están crónicamente mal pagados. sos y punzantes, pero los editores se mantuvieron firmes
Cuando los editores se dieron cuenta del estado de las en su intención, de modo que el alboroto se calmó des-
cosas en este sector, se les quitó un peso considerable de pués de algún tiempo.
encima. Resultaba que no era nada del otro mundo en- El público volvió a agitarse levemente solo cuando
contrar un estudioso que, con tan solo pedírselo amable- los mismos escritores cuyo nombre llevaban ganaban los
mente, confirmara enseguida con plena autoridad y res- premios, pero tal reacción es inevitable cada vez que la
ponsabilidad que cualquier nombre de la historia de la sociedad se enfrenta con una novedad. Cuando la gente
literatura era importante, por muy insignificante o cir- se acostumbró y aceptó estas situaciones como algo com-
cunstancial que pudiera parecer a,'los demás. También pletamente natural, se dejó de prestarles atención, con
se podía obtener el correspondiente certificado, una es- la excepción de algún caso realmente exagerado. En efec-
pecie de garantía de la importancia del autor, parecido to, era un poco abusivo otorgarle al mismo autor ocho
en todo a una carta magna o por lo menos a un título de veces seguidas el premio que llevaba su nombre, aunque
licenciatura. los miembros del jurado invocaban con firmes argumen-
tos que cada vez se habían basado exclusivamente en cri- con una tarea particular: el editor, el corrector de estilo,
terios artísticos, de modo que nada se les podía repro- el editor técnico, el teclista, el corrector de pruebas, el im-
char. presor y el encuadernador. Por desgracia, hace tiempo
Cuando esto finalmente se solucionó, los editores pu- que se sabe cómo sale el niño en cuyo nacimiento están
dieron respirar tranquilos. Ahora tenían bajo control to- implicadas demasiadas comadronas.
dos los factores que realmente condicionaban la venta Las náuseas que acompañan obligatoriamente el co-
de los libros y era comprensible que, como hombres de mienzo de la preñez acometerían, desde luego, al editor,
negocios, tuvieran que tener en cuenta principalmente lo que es comprensible. Cuando este trabajador abría la
eso. Tenían la oportunidad de asegurarse de que una obra carpeta con el manuscrito -el primero después del au-
apareciera con el tamaño adecuadamente voluminoso tor-, le bastaba leer unos cuantos párrafos, una página
116 llevara una sobrecubierta irresistible, las solapas anun' como mucho, para correr al baño con la mano tapándo- 117
ciaran el argumento de forma estimulante, los fragmen- se la boca y los ojos desorbitados. De paso, con las pri-
tos de reseñas en la contracubierta funcionasen como la sas, tropezaba, chocaba con diversos obstáculos, y a su
mejor recomendación y se destacara de forma llamativa destino solía llegar a cuatro patas. Allí pasaba bastante
la mención de que se trataba por lo menos de una terce- tiempo con la cabeza hundida en el lavabo o en la taza
ra edición y que el autor ya era un escritor famoso de su- del váter, y cuando por fin regresaba a su escritorio, pá-
perventas. Y como la guinda del pastel, se colocaba la lido y doblado, primero empujaba la carpeta a un lado o
faja cuya extravagante inscripción informaba sobre el la metía en un cajón con tal de no tenerla delante, por-
prestigioso premio ganado. que en cuanto la veía le volvían las ganas de vomitar.
Luego solo faltaba entregar el manuscrito para los pre- Después, cuando se serenaba un poco, no le quedaba
parativos de edición, lo que en jerga médica sería la con- más remedio que intentar eso que por experiencia sabía
cepción, ya que de este acto al final nacerá el libro. El pe- que no iba dar ningún fruto y hacía bajo la presión de la
riodo que pasará entretanto será en muchos sentidos desesperación. Humilde y contrito llamaba a la puerta
muy parecido al embarazo: empieza con ciertas náuseas del despacho del director editorial y proponía la herejía
y vómitos, y -hasta que se introdujo el ordenador- du- máxima: el aborto. Todas las razones que tenía eran vá-
raba alrededor de nueve meses. lidas. El niño que iba a nacer tendría una serie de defec-
Existía, no obstante, una diferencia significativa. La tos congénitos que no podrían curarse. Entonces, ¿no era
especie humana necesita comadrona en el mismo parto, mejor interrumpir el embarazo cuando todavía se podía?
mientras que los libros necesitan esta ayuda durante todo Unos minutos después de habet cruzado el umbral
el embarazo. Y más aún, una comadrona no basta. Para del despacho con esa propuesta, el infeliz editor salía
que un libro venga al mundo es indispensable la valiosa pitando, seguido de un torrente de reproches e insultos,
aportación de todo un equipo de comadronas, cada una y a menudo de algún objeto, pesado por lo general, que
estuviera a mano del director editorial.¿ Cómo podía ocu- ce rápidamente, se lanzará al trabajo como un minero.
rrírsele algo semejante, algo tan inhumano como era el Pero a diferencia del minero que tiene la opción de ju-
aborto? ¿Y de qué defectos hablaba? ¿Acaso iba a nacer bilarse pronto, y al que, además, todos recuerdan con
el libro sin tapas o le iba a faltar una hoja? ¿La sobrecu- gratitud mientras se calientan en invierno, a él no solo
bierta iba a estar arrugada o rasgada? ¿O se descosería la lo amenaza un triste trabajo a destajo durante cuaren-
encuadernación? Por supuesto que no. Entonces, ¿de qué ta años, sino también la certidumbre de que su esfuer-
deficiencias hablaba? zo ingente pasará totalmente desapercibido. En efecto,
¿Mentales? ¿Era eso? ¿Sería un cortito de luces? ¿Re- ¿quién todavía, salvo los parientes más próximos, mira
trasado? ¿Incluso mongólico? ¿Y qué? ¿Por qué un libro el nombre del editor escrito en letras minúsculas en la
tenía que ser listo si tenía buen aspecto? El aspecto era página de créditos? E incluso aunque lo miren, no hay
ningún indicio del esfuerzo que ha invertido para adecen- 119
118 el que vendía el libro, no la inteligencia o la espirituali-
dad. ¿Se ve esto a primera vista? No se ve. ¿Pueden en- tar algo que a simple vista parece imposible de ade-
trarle por los ojos al comprador? Claro que no. ¡Por fa- centar.
vor! Por lo demás -termina el director editorial la El editor intentará primero dominar la redacción. Irá
parrafada antes de agarrar un cenicero o un pisapapeles frase por frase, eliminado las partes superfluas, arreglan-
blandiéndolos en un arrebato de auténtica cólera- si do el resto, y añadiendo nuevas junto con numerosas co-
'
tanto deseas que el libro no sea estúpido, arremángate y rrecciones de otro tipo, cambios y retoques -todo en el
arréglalo a tu gusto. Al menos así justificarás el suelda- penoso intento de otorgar algún sentido a una obra que .
zo que ganas. en gran medida es absurda en el original-. Nadie me-
El editor después de esto regresa abatido a su mesa, jor que el editor sabe que la expresión escrita es una ha-
saca la carpeta con el manuscrito del cajón o del lugar bilidad -por no decir arte-, un don raro entre las per-
donde lo hubiera dejado, se traga como puede la repug- sonas con aspiraciones literarias. Todas sus ilusiones en
nancia que lo embarga y se concentra taciturno mien- este sentido se disipan muy pronto.
tras todos los grados de la desesperación se reflejan en Por norma, la crisis estalla después de cuatro horas de
su rostro. Después, ceñudo, piensa en las escasas posibi- trabajo. Por la mesa del editor están esparcidas hojas del
lidades que tiene a su disposición, y hace lo que harían manuscrito arrugadas y pintarrajeadas que ninguna im-
todas las embarazadas: empieza a ingerir todo lo que cae prenta aceptaría componer por mucho que ansiara el tra-
en sus manos; bueno, las embarazadas se llenan de co- bajo. Lo cierto es que hasta encontrar una mecanógrafa
mida y él se atiborra de bebida, pero el impulso es bási- que acepte copiarlo supone un problema. A esta perso-
camente el mismo. na deberían adornarla un montón virtudes -magnani-
Una vez aplacado, toma una decisión. Si aún lo ani- midad, paciencia, espíritu de sacrificio, perspicacia, bue-
ma el ímpetu juvenil, que en esta profesión desapare- na vista y, sobre todo, nervios de acero-, y reunir
semejantes cualidades no suele ser frecuente entre los go se lo agradece. ¿Cómo iba a enriquecerse si no fuera
miembros de esta profesión mal pagada. por la extravagante afición de estos?
El editor advierte inexorablemente que a ese ritmo Al editor esta desidia le sienta fatal. Bien, no espera-
nunca logrará acabar el manuscrito en los plazos que cal- ba un aumento de sueldo, aunque sería oportuno, pero
cula el director editorial. Para serenarse y animarse to- al menos podía recibir algún elogio. Sin embargo, como
mará otro trago de la botella que tiene a su lado como ni siquiera es objeto de un mero agradecimiento, su la-
una suerte de primeros auxilios justo para estos momen- boriosidad inicial se desinfla rápidamente. Si es una per-
tos, y entonces, de mejor humor, llegará a una conclu- sona concienzuda, actuará aún ún par de veces, quizá
sión ingeniosa: necesitará menos tiempo para escribir tres, de la misma manera, y luego, a pesar de las dosis
un texto nuevo siguiendo el argumento del original tra- cada vez más altas de valor, lo absurdo de la empresa lo
derrotará. ¿Para qué esforzarse tanto si da igual? Y así, 121
120 pajoso que si lo corrige. Entre otras ventajas, se ahorra-
rá la dolorosa mecanografía. en lugar de dedicarse a la corrección del manuscrito o a
Se remanga, sin dudarlo se anima un poco más, hojea elaborarlo desde el principio, su valiosa aportación de
deprisa el manuscrito hasta el final, se hace una idea bo- comadrona se reducirá a dos importantes y responsables
rrosa de lo que ha querido escribir el autor, y luego com- hechos: escribir la página de créditos, que a veces se ex-
pone su propia versión sobre el mismo tema, que, desde tiende por toda una hoja, y entregar el manuscrito al co-
luego, no aspira a elevados objetivos artísticos, pero al rrector de estilo para que continúe el trabajo.
menos no rebosa ideas deshilvanadas ni confusión ni in- En la tarea del corrector de estilo no hay vacilaciones
coherencia ni sandeces ni necedades de ninguna espe- ni atajos. Hay que leer el manuscrito. Aquí la técnica de
cie. Cada frase tendrá sujeto y predicado, lo que ya es un lectura en diagonal y las otras no sirven, aunque, a juz-
avance en relación con el texto original. Esto, a lo que gar por el resultado final, podría decirse que alguna se
casi podríamos llamar afán creador, sin embargo, perma- ha utilizado. Sin embargo, si bien lo más frecuente es
nece ignorado. El director editorial, por supuesto, no lo que la lectura del corrector de estilo sea concienzuda, no
notará porque tendrá menos ganas aún de leer el libro deja de ser por ello un tanto especial: no se detiene en el
recién salido de la imprenta de lo que antes estaba dis- significado del texto. Lo único que le importa es encon-
puesto a leer el manuscrito. Él se ve a sí mismo como un trar y corregir los errores gramaticales.
hábil mercader de papel. Compra papel barato, le pone Puede que la frase carezca de sentido, pero si grama-
un diseño con motivos de letras, da igual, para él los di- ticalmente es correcta, si concuerdan la persona, el gé-
seños son todos semejantes, no distingue entre uno y nero y el número, y en particular los casos, si la conju-
otro, y luego lo vende bastante más caro. Nada más sen- gación verbal está bien, si nada chirría en los modos del
cillo. No puede sino asombrarse de que haya gente dis- verbo y, por encima de todo, si las comas están bien
puesta a tirar el dinero por esos diseños, pero desde lue- puestas, lo que es crucial para el corrector de estilo, se
halla en un estado impecable. No se le puede reprochar de inteligencia. Solo aprobaban aquellos cuyo~ resul-
nada. tados no superaban el nivel de imbecilidad. La estupidez
El está para proteger las normas, como un diligente y la cortedad congénitas eran una característica muy de-
policía lingüístico, el resto no le interesa. Qué le impor- seada. Bastaba con disponer de la inteligencia suficiente
ta un sentido si no está basado en la norma gramatical, para distinguir las letras y los signos de puntuación, mien-
una cosa así no entra dentro de sus competencias. Son tras que todo lo que estaba por encima de este conoci-
asuntos civiles. Ya hay quien se encarga de ellos. Segu- miento se consideraba un fardo innecesario.
ramente. A menudo, es verdad, sucede que los correcto- Se renunció a esta elección discriminatoria, con la que
res de estilo exageran su celo, pero siguen fieles a su di- se violaba el principio fundamental de la democracia,
visa: mejor que perezcan diez inocentes que salvar a un que todos los hombres son iguales al margen de su coe-
122 culpable. ficiente intelectual y color de pelo, después del escánda- 123

Más singular aún es la lectura del teclista. Aunque en lo que estalló cuando ciertas imprentas sospechosas em-
ninguna parte está escrito explícitamente, hace ya tiem- plearon como teclistas a monos con un entrenamiento
po que se ha afianzado la convicción de que lo más de- especial, en general orangutanes, con el pretexto de que
seable es que esté privada de toda comprensión del tex- esta era la única forma segura de evitar una compren-
to. Los teclistas apenas cometen errores cuando componen sión del texto superflua, y así reducir las erratas al cmn-
el texto en un idioma extranjero. Cuanto más ajena es la poner.
lengua, cuanto menos la entienden, mejor. Si no saben Contra este abuso indecente primero se rebeló la Sec-
ni una sola palabra, hay bastantes posibilidades de que ción de Conservación de Primates Salvajes ante la Socie-
no cometan ni un error. Y al revés, cuanto más conocen dad para la Protección de Animales Afines al Hombre.
la lengua, más errores cometerán. Y desde luego donde Los miembros de la Sección negaban con vehemencia el
más abundan es en su lengua materna, argumento de que sus protegidos no estaban capacita-
Pero claro, no se puede poner al teclista a que com- dos para entender lo que tecleaban. Al contrario, todos
ponga solo textos en idiomas extranjeros. Tiene más tra- los monos entrenados para teclear un manuscrito eran
bajo en su propia lengua, y por eso ha surgido un gran muy capaces de entenderlo, aunque quizá no lo demos-
problema: ¿cómo impedirles incluso los intentos invo- traran, y precisamente esta comprensión era el mayor
luntarios de que entiendan lo que teclean? ¡Se ha proba- peligro para estas criaturas listas y nobles, teniendo en
do con todo! Como siempre sucede' con los hombres, se cuenta que nada aniquilaba más su calma espiritual pri-
empezó de la manera más ruda, con una patada, por de- migenia que adentrarse en el cenagal impenetrable que
cirlo de algún modo. la gente es capaz de plasmar en el papel.
Cuando se convocaba el examen de teclistas, las im- Con cierto retraso ineludible también se manifestó el
prentas al principio sometían a los candidatos a un test sindicato de teclistas. Estaban igualmente en contra de
que en las imprentas se emplearan orangutanes, pero autor, y tampoco su lenguaje satisfacía las normas aca-
por razones muy diferentes. Para ellos,' los monos eran démicas, con lo que al final aparecía una edición crítica
una competencia desleal desde cualquier punto de vis- insólita y desde luego nada deseable.
ta: aceptaban trabajar horas extras por un salario mucho Luego, en las bebidas y comidas que se servían en el
más bajo (se había fijado un jornal de tres bananas y me- restaurante de la imprenta, ponían medicamentos espe-
dia al día), el seguro médico era mucho más barato por- ciales con efectos embriagadores y que reducían la cu-
que los servicios veterinarios cuestan menos en general que riosidad intelectual que incita a una lectura atenta, pero
los de un médico, y los orangutanes rara vez caen enfer- tuvieron que renunciar a hacerlo porque era imposible
mos, no necesitaban una comida caliente ni un abono garantizar que solo comieran y bebieran los teclistas, y
de transporte, no utilizaban las vacaciones anuales pa- los impresores comprendieron que no les salía a cuenta
124 gadas porque no se cansaban, y la idea de la huelga como que para remediar un problema todo el personal andu- 125

el último recurso de la actuación sindical les era del todo viera el día entero inerte y somnoliento por la oficina sin
ajena. una brizna de entusiasmo laboral.
Después de que se impidiera a las imprentas la posi- Al final, puesto que nada de esto funcionó, se recurrió
bilidad de emplear discapacitados y orangutanes, no les al último medio eficaz, según dictaba la experiencia, que
quedó más remedio que dedicarse a reflexionar para dar el hombre ha ideado para salir de un apuro: el soborno.
con la forma de disuadir al personal, imbuido de un fuer- Los dueños de las imprentas calcularon que, pese a todo,
te espíritu gremial, del ensimismamiento recalcitrante lo más barato era ofrecer suplementos y estímulos espe-
en el sentido del texto que tecleaban. Los patronos tenían ciales a los teclistas que no se fijaran en el sentido del
que actuar a hurtadillas porque los teclistas se oponían ta- texto. Esto tampoco era fácil de comprobar, y en un pri-
jantemente a cualquier tipo de trabas de esta índole, con- mer instante se pidió una declaración por escrito, en un
servando el privilegio ganado con esfuerzo de tener pleno formulario especial, en la que el teclista en cuestión ju-
conocimiento de lo que hacían, a costa, incluso, de come- raba por su honor que no tenía ni idea de qué trataba el
ter un número mayor de erratas. texto que había compuesto.
Se intentó primero con la hipnosis a escondidas, tan- Cuando estas declaraciones proliferaron, y a la postre
to colectiva como individualmente, pero el resultado pro- no había manuscrito que se compusiera que no llevara
dujo consecuencias inesperadas: los teclistas empezaron el juramento solemne, debido a lo cual flotaba la amena-
a equivocarse menos, es verdad, pero, en ese estado de za de que se agotaran los fondos previstos para estimu-
conciencia censurada y limitada, comenzaron a introdu- lar el trabajo lo más iletrado posible de los teclistas, los
cir en el texto sus propios comentarios, muy amplios, en- impresores comprendieron con pesar que el honor no
tre paréntesis, notas a pie de página, epílogos y apéndi- siempre era igual de importante para las personas. Por
ces, que por lo general no eran nada elogiosos para el eso había que buscar otro apaño indirecto, aunque fue-
---.,
1

ra menos honorable, que reflejara el verdadero estado de ticas pesadillas de un corrector de pruebas. Si las faltas
las cosas. fueran incoherentes, estaría bien. Por ejemplo, una letra
Los dueños de las imprentas cavilaron sobre este pro- se halla en un lugar que no debe, la palabra así es un ab-
blema y pronto llegaron a la solución que era evidente surdo, y por eso salta a la vista.
y sencilla como el huevo de Colón, solo había que re- ¡Pero qué más quisiera! La letra quizá es errónea, pero
cordarla. ¡Los errores que encontrara el corrector de está bien puesta. La palabra tiene sentido, aunque no sea·
pruebas! Cuantos más errores detectara el corrector, el que el autor tenía en la cabeza, si es que tenía alguno,
más cierto era que el teclista había comprendido el sen- un sentido completamente distinto. ¡Hala! Ahora tú in-
tido del manuscrito. Más por ese seguimiento sospe- vestiga, señor mío; y con tanto afán para que no se te es-
choso que por las erratas en sí, al teclista en esos casos, cape nada, es imposible seguir el sentido del texto, y me-
126 en lugar de ofrecerle suplementos, le descontaban par- nos entender que por el significado la palabra no se acopla. 127
te del sueldo. El teclista ha escrito «mojado>> y tenía que poner «mora-
Esto solo amenazaba a los teclistas honrados que nun- do>>. Puedes estar mojado de sudor por el esfuerzo, o mo-
ca se concentraban en el texto al teclearlo, pero a quie- rado por el esfuerzo, de cualquiera de las maneras se te
nes igualmente se les escapaban los errores porque o bien va a escapar.
eran poco hábiles, o veían mal, se distraían, eran alcohó- Bien, mojado o morado, no hay una diferencia cru-
licos, o por cualquier otra razón. Los impresores, sin em- cial, la mayoría de los lectores no lo advertirán, pero en
bargo, tenían la conciencia tranquila. No puede compla- el caso de que lo hicieran no se van a entretener con
cerse a todos. No hay justicia perfecta. esto, ¿quién tiene tiempo para tales zarandajas?, no es
El excesivo número de erratas tipográficas que surgían la única errata del libro. Por desgracia, existen puntillo-
sobre todo como una conquista de la lucha de los teclis- sos recalcitrantes, tipos ociosos que no tienen nada me-
tas por el derecho humano elemental de comprender el jor que hacer que ponerse a señalar los despistes del co-
texto, desbarataba el mismo derecho de la última cornac rrector, no les duele el ejemplar por el que han pagado
drona que leía el manuscrito antes de que entrara en la un precio elevado, y se lo envían al director editorial
imprenta: los correctores de pruebas. Pero así es la de- con una carta enojada en la que piden una indemniza-
mocracia. Igual que la justicia, tampoco es ideal. Siem- ción, amenazan con el escándalo, e incluso mencionan
pre hay alguien que paga el pato. los juzgados.
De veras, cómo se puede segtür cierto significado si Entonces el director editorial, la persona a la que me-
está uno ocupado buscando diferencias con el original. nos preocupa si algo es morado o esta mojado, pero debe
El dolor de cabeza no lo producen las erratas grandes, es- salvaguardar el prestigio de la casa, lo que no es moco
tas son fáciles de advertir, saltan a la vista, pero las hay de pavo, hace venir a su despacho al desdichado correc-
pequeñas, imperceptibles, espinosas. Es.as son las autén- tor, que, en posición de firmes, delante de él, como si
fuera un oficial superior, tiene que escL!char un severo carse como una zancadilla deliberada -un sabotaje, en
discurso lleno de palabras altisonantes' y tono amena- realidad-, y a menudo desvergonzada y obscena.
zador, por las que el pobre hombre primero se entera ¿Cómo es posible que de todas las letras en la inocen-
de que el trabajo que hace es el de un parásito inútil, y te palabra «poder» la «p» se haya trocado en la «j >>?
que ni siquiera así se puede hacer de manera irrespon- ¿O que en la famosa sentencia cogito ergo sum desapa-
sable y negligente, qué va a pensar la gente, ¿es cons- rezca misteriosamente la primera <<g>>? Aquí debería estar
ciente de que la edición pertenece al sublime ámbito de todo bien porque si un idioma es ajeno a un teclista ese
la cultura e incluso podría decirse del arte? Si vuelve a idioma es precisamente el latín, y no su lengua materna.
suceder algo así, ya puede empezar a buscar otro em- Y que se haya convertido ya en una regla casi sin excep-
pleo, pero no en este campo, porque tendrá todas las ción que cada vez que aparezca la palabra «escrito>> se
128 puertas cerradas. sustituya la «Í>> por la «o>>, de manera que se lea «escro- 129
Cuando sale de la oficina caminando de espaldas y ha- to>>, degradando así una palabra tan digna. Los correcto-
ciendo profundas reverencias, el director editorial llama res podrían compensar la frustración que sienten mien-
a la secretaria y le ordena que envíe al individuo que se tras corrigen las erratas tipográficas, e incluso eliminarla
ha quejado de las numerosas erratas cinco ejemplares posteriormente cuando saliera el libro de la imprenta.
nuevos de la misma edición como compensación, y que No hay nada más fácil que un hombre coja un libro y lo
descuente el precio, sin ninguna deducción, del sueldo lea con mucho cuidado, abismándose sin reparo en su
del corrector. Castigo ejemplar. Así se aprende mejor. El significado en calidad de lector corriente y no como un
asunto no es solo moralizante, sino útil: se aumenta el cazador meticuloso de erratas.
número de ejemplares vendidos, aunque sea de manera Pero esto nunca sucederá. Hay de por medio un tabú
indirecta, es cierto, pero ¿a quién le importa? supremo de esta profesión. Bajo ningún precio y en nin-
En las posteriores lecturas de pruebas que llegan de guna circunstancia, un corrector abrirá un libro que haya
la imprenta, el corrector tiene menos posibilidades que corregido. Primero porque le basta la escena del libro ce-
antes de profundizar en el significado del texto. Está en- rrado para rememorar con fuerza el trauma y el horror
tregado en cuerpo y alma a la busca de las erratas tipo- por el que ha pasado mientras trabajaba en él. Nunca se
gráficas, mantiene todo el rato el manuscrito abierto de- ha librado de la angustia que le produce pensar que el
lante, deletreando cada palabra, letra por letra, se le saltan trabajo no se ha hecho como es debido, que se le han es-
las lágrimas por el esfuerzo, las lírteas le bailan ante los capado algunos fallos, quizá grandes, cruciales.
ojos, y cuando encuentra una irregularidad, en particu- El miedo a descubrirlos justo cuando ya es demasia-
lar de las difíciles, se convence cada vez más de que no do tarde para corregirlos, supera cualquier curiosidad
todo es trigo limpio, no es posible que todo sean errores lectora. Mejor vivir en una bendita ignorancia y convic-
casuales, algunas faltas son tales que solo pueden expli- ción de que todo está bien que experimentar una con-
moción al reparar en errores imperdonables. Si no fue- nes. ¿Eran realmente necesarias tantas comadronas para
ra por los entrometidos que por pura maldad hurgan en que un libro corriente viera la luz? No le importaría tan-
el texto en busca de errores tipográficos, para después, to su número si trabajaran voluntariamente, pero, por
como los delatores y chivatos repugnantes que son, es- desgracia, tenía que pagarles todos los meses por un tra-
cribir cartas a los directores poniéndolos de mal humor bajo que a él le parecía superfluo y por eso mismo de-
para obtener unos cuantos ejemplares gratis que acaba- masiado bien pagado.
rán vendiendo más baratos, la vida de los correctores se- Cuando el cajero azorado y afligido, con un casco en
ría más soportable, al menos hasta llegar a una jubila- la cabeza por si acaso, le llevaba todos los meses las listas
ción por invalidez o anticipada, a partir de la cual su de pago para firmar, el director editorial enrojecía, el co-
existencia sería más fácil. razón le latía apresuradamente, un sudor frío lo bañaba,
130 En todo esto, lo que menos les preocupa es la circuns- le castañeteaban los dientes, a veces hasta gruñía o se le 131
tancia de que en el sentido estricto de la palabra no han formaba una espumilla en las comisuras de los labios.
leído ninguno de los numerosos manuscritos que Para él aquello era igual que un atraco a mano armada.
han pasado por sus manos expertas durante su vida la- Estampar la firma bajo la cantidad, con cuyo total se le
boral. ¿Por qué iban a ser los correctores los únicos en salían los ojos de las órbitas y se atragantaba, quedándo-
sentir remordimientos por ese motivo? No son una ex- se sin aliento, con la mandíbula inferior colgando, no le
cepción. Tampoco el resto de las comadronas que par- parecía muy distinto a entregar el monedero a un atra-
ticipan en el alumbramiento de un libro son lectores cador que lo apuntara con una pistola.
más aplicados que ellos. No se espera una cosa así de Al quedarse solo, el director editorial, lógicamente,
ellas. Lean o no lean, los libros seguirán naciendo. Así caía en un profundo abatimiento, incluso en un estado
está ordenado el universo y no se puede hacer otra cosa. catatónico. Y hasta se habían registrado largos momen-
¿Y por qué a la postre iban a usurpar ellos el derecho tos de autismo. De repente, todo le parecía oscuro, de-
de las almas sencillas, es decir, los lectores, que están dis- sesperanzador y absurdo. Al cabo de un tiempo, cuando
puestos a hacerlo por su propia voluntad, sin que na- el estrés cedía un poco, intentaba, sin querer, hallar
die los fuerce, e incluso a pagar por ese privilegio en su cierto alivio abandonándose a las fantasías, lo que es una
ingenuidad infinita? reacción defensiva natural ante una gran conmoción.
Aunque a primera vista pudiera parecer que aquí se En sus fantasías evocaba un mundo editorial ordena-
ha establecido un orden perfecto' en el que todos están do y mucho más justo en el que entre los autores y las
felices y satisfechos, había, sin embargo, una persona que imprentas no hubiera ningún intermediario superfluo.
sentía cierta angustia e incomodidad pese a que no la Ni editores, ni correctores de estilo, ni diseñadores grá-
manifestaba: el director editorial. No podía librarse de ficos, ni teclistas, ni correctores de pruebas. Todos estos
la impresión fantasmal de que había demasiados chupo- parásitos derrochadores desaparecerían como si una goma
los hubiera borrado, el manuscrito iría djrecto de las ma- importante ahorro porque los escritores no esperaban
nos del escritor a la imprenta y, lo más importante, la una compensación por entregar el texto en disquete. Al
cantidad total en la lista de nóminas sería mucho más contrario, el ordenador para ellos supuso una bendición,
aceptable. sobre todo después de que lo dominaran, lo que no siem-
El retorno a la sombría realidad desde esa visión rosa pre se consiguió sin dificultades ni jaquecas, incluso al-
era bastante amargo. Por eso no era extraño que muchos gunos padecieron unas secuelas graves y duraderas, pero
directores en estas ocasiones buscaran consuelo, a me- no vamos a tratar este asunto con detalle, ya se ha habla-
nudo en la botella, pero también en vicios más graves. do de él bastante en otra parte, por lo que se corre el pe-
¿Quién puede reprochárselo? No lo tienen fácil. Es su ligro de repetir y eso no es una virtud narrativa, aunque
vida la que está en juego; bueno, su existencia financie- podría decirse que el tema es inagotable.
132 ra, pero a veces es la que más importa. Según los programas informáticos se han ido perfec- 133

Y entonces, de improviso, cuando nadie se lo espera, cionando y según los autores, no sin sensación de orgu-
se presenta una ocasión única para que la visión se haga llo y autosatisfacción, se han vuelto más hábiles al usar-
realidad. El progreso general de la humanidad en todos los, o al menos a ellos se lo parece, se han abierto espacios
los campos, y en particular en el tecnológico, trae un apa- para seguir simplificando el trabajo de edición ante la ale-
rato de proporciones muy modestas, pero lo bastante po- gría ostensible de los ahorrativos directores editoriales.
deroso para llevar a cabo los sueños más osados de los Ha quedado demostrado que los escritores pueden entre-
directores editoriales. gar a la editorial no solo el texto en bruto en un disque-
¡El ordenador! te, que después pasará a manos del editor y del corrector de
Es probable que en ningún otro campo el ordenador pruebas, y luego del editor técnico para el diseño gráfico,
haya provocado un giro tan total como en la edición. Pre- sino completamente terminado y listo para la imprenta.
parar un manuscrito para la imprenta se ha convertido Todo eso para lo que antaño era necesaria una sección en-
ahora en un trabajo mucho más barato, más fácil y rápi- tera en la imprenta y en la editorial, ahora podía surgir
do, y ¿qué más puede desear un director editorial? El pro- del taller casero informático del autor, de donde brotaba
ceso fue gradual. Primero lo autores empezaron a entre- un fascinante producto terminado: el papel calco.
gar el texto en disquetes, abandonando las carpetas llenas Para empezar, ya no hacía falta ningún editor técnico.
de páginas mecanografiadas. Pero también este primer Su trabajo, con el mismo éxito, lo hacía el escritor. Tam-
paso bastó para suprimir a dos de' las numerosas coma- poco había que romperse la cabeza. La gente había conver-
dronas que metían mano en la gestación por buenas su- tido en ciencia un oficio vulgar y corriente. A ver dónde
mas de dinero: teclistas y correctores de pruebas. está el misterio: compaginas las hojas, que no es difícil,
Ya nadie necesitaba de sus servicios pues no había apenas hace falta apretar unas cuantas teclas, y casi no hay
nada que teclear, y por lo tanto nada que corregir. Era un que tocar el ratón; luego las arreglas un poco gráficamen-
te, los títulos, subtítulos, epígrafes, interlineados, sangrías, para la imprenta, está claro que no se pueden introducir
márgenes, paginación y demás, lo que es muy fácil una cambios posteriores en el texto. Podrían ser útiles, no
vez que aprendes y practicas, porque suele repetirse; con está excluido, pero no se puede garabatear en el papel
las notas a pie de página y ecuaciones a veces hay proble- calco. ¿Cómo quedaría? No es cuestión de cambiar algo
mas, pueden portarse de una manera muy obstinada, no si está todo preparado, ¿no?
sin razón son de género femenino, pero al final también Y así, de la noche a la mañana, gracias al ordenador las
se aprende y si no queda más remedio ahí está el autor cosas han vuelto a su sitio en la edición. Todo se ha redu-
para quitarlas, no hay persona más adecuada que él, al fin cido a una medida adecuada y cortés, como está dispues-
y al cabo no hacen más que entorpecer la lectura. to entre la gente cuando se desea asegurar de manera de-
Lo único que queda al final es imprimir las páginas cente la propagación de la especie. Una manera patriarcal,
134 en papel calco en una impresora láser*. El papel calco es, por decirlo así. No hay evasivas que valgan, ni arbitrarie- 135
a decir verdad, un poco incómodo, se ondula y se arru- dades ni caprichos. Y menos aún inmoralidad. Se sabe
ga, pero es más barato que los fotolitos, y para obtener cuál es el orden elemental. Un auténtico protocolo.
grandes beneficios hay que sufrir algo. Se atasca un poco Primero el casamentero, encarnado en el agente lite-
en la impresión inversa, o impresión en espejo como se rario, visita al padre de la novia, alias «director editorial».
llama profesionalmente, nada es perfecto, cuando me- Ensalza las virtudes del pretendiente, es decir, del escri-
nos te lo esperas se monta un follón, pero si se actúa con tor, y si lo aceptan, en lo que influye decisivamente sitie-
cuidado, se termina por controlar. Con un poco de es- ne el papel calco preparado -el resto es más o menos
fuerzo al final sale fenomenal. El texto no ha visto al edi- secundario-, se lleva a cabo enseguida el matrimonio,
tor, se ha saltado también la penosa tipografía y correc- no hay motivos para un noviazgo largo. Bien es cierto
ción de pruebas, el manuscrito va directo de las manos que no queda claro quién en esta analogía sería la novia,
del autor a la imprenta. No hay dudas ni pérdida de tiem- pero no importa, a ella nadie le pregunta. Es una criatu-
po. Una auténtica revolución. ra sumisa, en todo actúa según la voluntad paterna.
El director editorial está en el séptimo cielo, máxime Falta el encargado del registro civil, pero sin él tam-
cuando además de al editor también han despedido al bién se firma el contrato que, solo por un formalismo le-
corrector de estilo y al de pruebas. Como excedente tec- gal, se llama «de autor» y no «matrimonial». Se propor-
nológico. Puesto que el escritor ya hace la entrega lista ciona la presencia de un sacerdote en este acto solemne
y alegre, si una de las partes lo desea expresamente y, ade-
* Referencia a la posibilidad de imprimir en papel calco el ori- más, está dispuesta a pagar las costas que supongan su
ginal, que pasará de ahí directamente a las planchas de impresión. asistencia. Sea porque en general no existe esta disposi-
Se trata de un procedimiento rudimentario prácticamente abando- ción, o por otra causa, lo más frecuente es que el cura fal-
nado en la actualidad. (Nota del editor). te, aunque encajaría a la perfección en la imagen idílica.
El novio recibe en el acto la dote, o ur,t anticipo, espe- drán que saciar sus deseos lujuriosos con lecturas por-
rando ingenuamente que el suegro le preste una gene- nográficas.
rosa ayuda en concepto de derechos de autor, en el con- Cuando se trata de una edición, la posición del narra-
trato hay un pacto especial al respecto, incluso está previsto dor es mucho más sencilla. En la alcoba no sucede nada
un pago mensual, pero en general es letra muerta en el que no pudiera describirse abiertamente, sin temor a es-
papel, al padre de la novia ni se le ocurre tirar el dinero, candalizar a un alma sensible de las que se ruborizan
está firmemente convencido de que la cantidad inicial frente a la más ligera alusión amorosa, y hasta se desma-
que ha desembolsado por semejante hija ha sido bastan-- yan ante cualquier comentario erótico. Al contrario, los
te alta; en realidad, sería él quien debería cobrar y no al hechos en este lugar están completamente privados de
revés; siendo el yerno como es, un pobretón, ya puede romanticismo, y todos convendrán, al margen del puri-
136 contentarse con haber sido admitido en una casa tan res- tanismo, que ha sido una noche de bodas adecuada. Todo 137

petable, en lugar de tanto pedir e importunar. es aquí prosaico, banal, oficial hasta el aburrimiento.
La única persona que sale absolutamente satisfecha El autor entra en el despacho de la secretaria del di-
en lo que a la cuestión económica se refiere es el casa- rector editorial, muy emocionado y tembloroso, lo que
mentero. Le ha correspondido el diez por ciento de la es lógico en este momento trascendental. Ella es la úni-
dote, y para que al novio, por azar, no le asalte la tenta- ca que después de la revolución informática ha conser-
ción de olvidar su deber en la agitación general produ- vado su puesto en la editorial. Durante cierto tiempo el
cida por el feliz acontecimiento, ya se ha encargado de director editorial ha estado pensando si despedirla tam-
que el pago se efectúe a través de él, para así descontar bién a ella como excedente tecnológico, eufórico cual Tío
su comisión. Las cuentas claras y el chocolate espeso. Gilito con los despidos. Pero después de serenarse, se ha
Después de la boda, los novios se retiran, como es na- dado cuenta de que no puede hacerlo todo solo, no sería
tural, a la soledad de su alcoba. Cuando están de por me- elegante un director editorial sin secretaria, qué diría la
dio seres humanos, el narrador atento y educado los gente, quién si no iba a coger el teléfono y encargarse del
acompañará solo hasta la puerta de ese recinto sagrado. correo, y no digamos de preparar el café.
Ni siquiera echará un vistazo dentro, ni espiará por el Por otro lado, pagar tanto solo por esas minucias, tam-
ojo de la cerradura, aunque es muy posible que con esto poco estaba bien. Precisamente el director editorial aca-
traicione las expectativas secretas de lectores con incli- baba de librarse del fardo que le suponía firmar la lista
naciones perversas. Todo lo más qtte pueden esperar es- de nóminas de la editorial, ¿acaso debía volver a permi-
tos es una discreta alusión, quizá una hábil evocación tir que lo aplastara? Y entonces, como el fulgor de un
de un chirrido o de un jadeo que podría oír si pegara el rayo, tuvo una revelación salvadora. Uniría belleza y uti-
oído a la puerta. Si esto no les basta, no tienen más re- lidad. La secretaria tendría algo que hacer mientras con-
medio que ignorar la prosa cortés. No es para ellos. Ten- testaba el teléfono, abría sobres y lavaba tazas, y no solo
estar sentada ociosa mirando al frente, leer el periódico, Y así el autor entra en el despacho de esta secretaria
hacer crucigramas, hacerse la manicura,' lo que le ponía formada en los misterios del ordenador. Él está muy agi-
especialmente nervioso, o pensar en las musarañas sin tado, y ella, sin perder tiempo en cortesías superfluas, y
más. Cada vez que la sorprendía en una de estas situa- a menudo sin saludar, va al grano. Su conducta deja de
ciones, el director editorial se sentía un paso más cerca manifiesto que, al igual que su jefe, siente por el escritor
del infarto. un profundo desprecio. Si no existieran, ¡qué fácil sería
La solución suponía cierta inversión, pero era inevita- su vida! Aunque solo fuera porque no habría tenido que
ble. No siempre hay atajos para alcanzar el éxito. Lo pri- luchar con ese curso que tantos dolores de cabeza le ha
mero fue comprar un ordenador para la secretaria. De se- producido y que a duras penas ha aprobado, y ahora ten-
gunda mano, pero bien conservado. Suficiente para lo que dría menos trabajo.
138 ella necesitaba. ¿Por qué iba a tirar el dinero comprando Por si fuera poco, esos tipos no saben hacer otra cosa 139
uno nuevo cuando los ordenadores se hacen viejos al cabo que preguntar y protestar, fatuos solo porque han gara-
de unos meses? Todo el tiempo inventan mejoras y avan- bateado algo, mira tú, iba a valer mucho si no fuera por-
ces. Después la envió a un curso nocturno intensivo de un que ella es una excelente profesional preparando cubier-
mes para aprender a usar el ordenador. Había también tas (por no hablar de la página de créditos), el aspecto
un curso de dos meses, pero era más caro y más horas que externo es lo que hace al libro y no lo de dentro, la gen-
se descontaban del horario laboral, lo que no era plan. ¿En- te no tiene tiempo para eso; ella misma, por ejemplo, no
cima tenía que pagar que la señorita faltara al trabajo? se acuerda de cuándo leyó algo. No es extraño, quién va
No se esperaba de ella que se convirtiera en un progra- a leer algo después de conocer en persona a los autores,
mador profesional, sino solo que aprendiera las tareas bá- quizá piquen todavía los que no los conocen y crean que
sicas editoriales. Que pudiera hacer las cosas que, junto los autores no son más que nombres incorpóreos y no
con el papel calco del autor, completaran los preparativos hombres de carne y hueso, pero si los vieran aunque solo
para la imprenta. Unas naderías. Si uno piensa bien, po- fuera una vez, como ella tiene que verlos casi todos los
dría hacerlo también el escritor, así sería mucho más ba- días, ni se les ocurriría coger un libro, y menos leerlo.
rato y rápido, pero el progreso, por desgracia, no marcha ¡Dios nos libre!
tan deprisa. Lo único que quedaba era componer las pá- ~Buenos días ~dice el escritor con una sonrisa de
ginas preliminares y preparar los fotolitos para las cubier- oreja a oreja. El hombre cuenta con que la cordialidad
tas. Nada especial. Uno brega bastahte hasta hacer varias nunca sobra y menos en semejantes ocasiones. Quizá sea
plantillas, y luego la cosa va sobre ruedas. Lo que tiene que cierto, pero eso no significa que tenga que ser útil, como
hacer es escribir un texto y elegir una ilustración, y san- muy pronto quedará de manifiesto.
seacabó. No hace falta ninguna especialidad. Una secreta- La secretaria levanta la mirada malhumorada de los
ria común es muy capaz de hacer ese trabajo. dedos abiertos de la mano izquierda. Estaba concentra-
da pintándose las uñas. Lo que más odia, en el mundo es so la carpeta con el papel talco. Sus movimientos son un
que la interrumpan en medio de una tarea tan importan- poco torpes y nerviosos. Es lógico. Es la primera vez que
te. Con aire reprobador contempla la figura compungi- entrega un manuscrito para la imprenta. Sabe lo que le
da del autor, y de nuevo fija su atención en las uñas lar- aguarda, tampoco se chupa el dedo, pero la emoción y la
gas, redondeadas, cuyo esmalte rojo encendido resulta inexperiencia hacen lo suyo.
muy llamativo. ¡Como tiene que ser! ¡A ver quién es el Le tiende a la secretaria la carpeta verde descolorida
tonto que no lo nota! Y con los pequeños lunares plateados de cantos desgastados. Es evidente que hace tiempo que
que brillan cuando mueve los dedos. ¡Es tan chic! Está la usa. Anteriormente había algo escrito en la portada,
muy satisfecha consigo misma. pero ahora está tachado y encima hay una pegatina con
Si ese tipo escuchimizado no hubiera aparecido justo un título nuevo, que cubre en parte el antiguo.
140 ahora, podría haber seguido con la mano derecha. El di- La mueca de disgusto que aparece en la cara de la se- 141

rector editorial estará ausente todo el día, una gran oca- cretaria es indiscutible. Lo último que piensa es coger el
sión. Anda que no tenía trabajo aún con la manicura. objeto que le ofrecen con sus manos primorosamente
Hasta el mediodía, y quizá más. Nadie que no se dedica- cuidadas sin un solo padrastro. Con los ojos le señala al
ra a ello podía imaginar cuán delicada era la cosa y cuán- autor un sitio en la mesa donde tiene que depositar la
to podía alargarse si se quiere hacer bien. carpeta. Él lo hace sumiso, sin vacilar.
Agita primero la mano izquierda para que la laca se La secretaria después enciende el ordenador y el mo-
seque antes, y luego cierra el frasquito lentamente y lo nitor. ¿Qué más hay que hablar? ¿Acaso un cirujano se
guarda en un cajón grande donde tiene todos los acceso- explaya contando al paciente que va a operar para qué
rios de cosmética, bajo llave, porque son artículos caros sirven los instrumentos? El zumbido del disco duro mien-
y por allí pasa toda clase de gente, mientras se da la vuel- tras arranca el sistema rompe el silencio que reina por
ta algo podría desaparecer. Un poco de precaución nun- un instante. Por fin la pantalla se ilumina.
ca está de más. -¿De qué trata? -pregunta la secretaria de nuevo
-Dámelo -dice, por fin. con tono seco.
-¿Qué? -pregunta el escritor confuso sin apartarse Al autor le gustaría volver a decir <<¿Qué?>>, pero tie-
de la puerta con un bolso grande de escay negro ajado ne la impresión de que eso no haría sino irritar más aún
que aprieta bajo el brazo. a la dama acicalada, por lo que se contiene. Pero su cara
-El papel calco, vamos, ¿qué haces ahí petrificado?, perpleja igualmente hace la pregunta.
no me sobra el tiempo. Lo has traído, ¿no? -Eso -responde impaciente la secretaria señalando
-Ah, eso -responde el escritor con cierto alivio-. con el índice de la mano derecha la carpeta, intentando que
Sí, sí, claro que lo he traído. Aquí está. -Se acerca con no se le acerque demasiado-. Lo más brevemente posi-
paso apresurado a la mesa de la secretaria y saca del bol- ble, en grandes líneas. -La advertencia es pertinente.
Conoce muy bien a los autores. Una infinidad de ellos -Sí, pero no es de los que aparecen en los cuentos.
han pasado por allí. Si les das la más mínima oportuni- -Vale, siga, pero sea breve.
dad de decir algo sobre su obra maestra, nadie puede de- -El padre del príncipe se muere; bueno, en realidad
tenerlos. Empiezan a hablar prolijamente, y se les nota no se muere, lo asesinan.
que disfrutan muchísimo, tanto que uno se pregunta al -Entonces es una novela de detectives -interrum-
final por qué se han esforzado en escribir el libro si po- pe de nuevo la secretaria.
dían haberlo contado como lo están haciendo. Mientras -No, no hay ningún detective, sino que al príncipe
los escucha, no entiende la razón de que se haya pasado se le aparece el fantasma de su padre ...
de la literatura oral a la escrita. -¿Entonces es de horror?¿ Una novela de fantasmas?
-Ah -dice el escritor, al comprenderlo. Pero no em- -En la voz de la secretaria se advierte que su paciencia
142 pieza enseguida a hablar. Piensa un poco. ¿Qué signifi- está al límite. 143
ca <<en grandes líneas>>? No es tan fácil. ¿Acaso iba él a -No, el fantasma solo aparece al principio y luego el
escribir tanto si se puede resumir? Bastaría con quitar príncipe se venga. Se demuestra que su tío ha asesinado
una sola palabra y todo lo demás se iría al traste. Se des- a su padre para arrebatarle el reino y a la esposa, la ma-
moronaría en sí mismo, por decirlo de alguna manera. dre del joven, que es su cómplice. El asesinato ha sido
Pero de nada sirve convencerse al respecto ahora. Esta muy cruel: mientras el rey dormía, su hermano, el tío del
mujer es un poco corta, no tiene oído para las finezas de joven, ha vertido en su oído ...
la teoría de la literatura. Una pena; podía haberle expues- -¿Hay sexo? -interviene implacable la secretaria
to detalladamente la obra. Seguro que al final le gusta- sin permitir que se explaye.
ba. A las mujeres les gusta el melodrama, ya se sabe. En -¿Sexo? -El autor por un instante parece escanda-
particular con final triste. Pero bueno, esto es lo que hay, lizado-. Pues no, aunque hay una chica que está ena-
así que a ver cómo lo hace muy breve. morada del príncipe, pero él no le hace mucho caso, y al
-Pues verá, esto es un príncipe de un país podrido, final ella se suicida, aunque él, bondadoso, le ha aconse-
no importa cuál, hay muchos como este, aunque se lo jado que se retire a un monasterio y ...
puedo decir, si le interesa ... -Vale, vale. No hace falta más. Está claro. Es una no-
El relámpago que brota de los ojos de la secretaria re- vela de suspense erótico.
vela claramente cuál es su interés por la geografía. El escritor abre la boca para negarlo, semejante clasi-
-Bueno, no es importante. Ejem, el príncipe se que- ficación le parece incompleta, no es lo que él había pen-
da sin padre ... sado, seguro que no se lo ha contado bien, ha ido muy
-¿Es un cuento? -le interrumpe la secretaria. deprisa, tendría que haber sido una tragedia de esas clá-
-¿Un cuento? No, ¿por qué? sicas. Pero ¿quién se va a poner a discutir ahora? Que sea
-Como hay un príncipe ... una de suspense erótico, si no queda más remedio. ¿Qué
le importa? Lo principal es que el libro ;>e publique, da biertas, en el frente y en el lomo aparece al mismo tiem-
igual en qué colección, después todo vol;,erá a su cauce. po el nombre del autor y, enseguida, con grandes letras
La secretaria deja de teclear. En la pantalla aparece un adornadas, el título: El fantasma podrido del monas-
cuadro en el que están señaladas la cubierta y la contra- terio.
cubierta y el lomo en el medio. El cuadro está vacío. El escritor apurado mira a la pantalla sobre el hom-
-¿Cuál es el título? -pregunta, preparada para es- bro de la secretaria. Ella aprieta las teclas deprisa. Podría
cribirlo en el acto. ir más rápido aún, pero solo puede utilizar la mano de-
El autor se rasca la coronilla. recha porque el esmalte de la izquierda aún no se ha se-
-Verá, todavía tengo dudas -admite de mala gana-. cado. La tiene estirada y la agita despacio, como si fuera
Primero pensé que el título fuera el nombre del prínci- un abanico.
144 pe, pero ya no me parece bastante ... , cómo explicarlo ... , Debajo del título empieza a cobrar forma una ilustra- 145

original. Tendría que reflexionar más ... ción. Primero aflora la figura de una mujer bella aunque
-Ah, de veras, no es fácil con ustedes, los escritores de redondeces excesivas, la cara aterrada, que apura una
-replica la secretaria sibilante. Su cara se torna del co- botellita con una pegatina en la que hay dibujada una ca-
lor de la laca de uñas de la mano izquierda-. Siempre lavera. El autor por un instante tiene la tentación de
lo tienen todo a medias. Siempre les falta algo. A uno el decirle que la protagonista de su obra no se envenenó
argumento, a otro el epílogo, al tercero, las ilustraciones. sino que se ahogó, pero se contiene. Mejor no remover
Ahora el título. Pero ¿esto qué es? Acabará viniendo uno las cosas. ¡Como si fuera tan importante! Veneno o agua,
sin cabeza, y ¿qué hacemos? El libro tiene que ir a la im- no hay una gran diferencia, lo importante es que ella se
prenta, no puede esperar a que el señor se decida. suicida.
El escritor traga saliva, siente que gotas de sudor le El fondo se llena pronto de los muros macizos de una
perlan la frente, pero no por el calor. construcción. Es difícil distinguir si se trata de un mo-
-De acuerdo, creo que da igual, más o menos, puede nasterio o de una fortaleza. En lo alto de una torre se ele-
ir el nombre del príncipe, no importa que no sea origi- va una cruz, pero también de los muros sobresalen los
nal, no sabía que corría tanta prisa ... tubos de los cañones. Una forma híbrida, evidentemen-
-Pero qué nombre de príncipe ni qué gaitas, ¡qué se te. Seguro que la orden que habita en el monasterio es
ha creído! ¿Quién ha oído que una novela de suspense una orden guerrera. De dos cañones salen jirones de
erótico se llame como un príncipé? ¿Quién iba a com- humo. El escritor piensa que es un anacronismo, en la
prarla? ¡Señor, todo lo tengo que hacer sola!, no puedo época en la que se desarrolla la acCión de su obra toda-
contar con ustedes para nada. vía no se ha descubierto la pólvora, pero otra vez lo pasa
Con un suspiro profundo, ella de nuevo se vuelve al por alto. ¿Hace falta ponerse quisquilloso con semejan-
teclado. En el monitor, en el cuadro que .señala las cu- tes menudencias? ¿Quién se va a dar cuenta?
r-:---,----·---------

Por fin, en una de las troneras asoma un espectro. El en él unas letras doradas; no es que sean llamativas, más
autor lo acepta como fantasma, sobre tod~ porque el títu- aún: refulgen, los ojos le arden: «¡Tercera edición!». El au-
lo anuncia su aparición, aunque semeja más un vampiro. tor piensa pedir una explicación, seguro que se trata de un
¿Desde cuando los fantasmas tienen dos colmillos retor- malentendido, pero no se atreve. Piensa aún en cómo debe
cidos que le crecen de la mandíbula superior y una esta- actuar cuando de repente otra sorpresa: cruzando en día·
ca de espino blanco clavada en el pecho? Por si fuera poco, gonalla esquina superior izquierda aparece una raya azul,
también sale un manto negro con un forro rojo, igual que semejante a una banda de honor, con una gruesa inscrip-
el de Drácula. Pero tampoco esta vez hay objeciones. ¿Quién ción que casi le hace sombra al título: «¡Ganador del premio
sabe en realidad qué aspecto tienen los fantasmas? En el Asesinato Sensual por la obra de suspense erótico del año!>>.
texto, es cierto, se describe al fantasma como una gran sá- El autor tose roncamente como si migas de pan le obs-
146
bana blanca y dos agujeros en el lugar de los ojos y con truyeran la tráquea, y no puede parar, está completamen· 147
cadenas que se arrastran tintineantes tras él, pero quizá te rojo, pero la secretaria continúa implacable sin pres-
no es más que un estereotipo, y la capacidad de creación tarle atención. Ya está acostumbrada a estas salidas: los
del ilustrador conlleva cierta licencia poética, ¿no es ver- escritores a sus espaldas suelen emitir ruidos sordos. Son
dad? No hay que aferrarse al modelo ciegamente. una gente ingrata y maleducada. Una les hace un favor,
La secretaria levanta la mano derecha del teclado se les hace progresar en su carrera, los saca del anonimato
'
aparta un poco del monitor en la silla con ruedas, con- sin esperanzas en el que vivirían para siempre, y ellos lo
templa las cubiertas con aire crítico, y asiente con la ca- único que hacen es protestar y rebelarse, como si nada
beza satisfecha: un trabajo excelente. Y muy rápido, que les gustara, la gente puede tener objeciones, pero que lo
es lo más importante. Solo falta la última capa de bar- digan como personas, no así gruñendo y bufando. Pero
niz, y otra vez podrá dedicarse a la manicura. por suerte este grosero pronto la librará de su presencia
De nuevo arrastra la silla, coge el ratón y empieza a insoportable. En cuanto termine la contracubierta.
pintarrajear deprisa con el cursor por la pantalla. El es- Cinco dedos con las uñas sin pintar golpean de nue-
critor la observa fascinado. Él también sabe manejar el vo el teclado, y a la derecha de la pantalla centellean tres
ordenador, aunque es autodidacta ha entrenado mucho exclamaciones:
'
pero solo ha preparado el papel calco. No ha sido fácil,
es verdad, un trabajo endiablado, sudó horrores hasta ¡Nueva obra maestra del célebre autor!
que todo salió de la impresora, casr"como si hubiera pa- ¡Irresistible, fascinante, cautivador!
rido. Pero no está a la altura de la secretaria, debe admi- ¡Un escalofrío de horror desde la primera a la última línea!
tirlo. Nunca habría sabido hacer lo que ella hace.
En la esquina inferior derecha de la portada surge de Y debajo de cada afirmación, con letras diminutas, el
Dios sabe dónde un cuadro estrellado: el fondo plateado y nombre del periódico o de la revista de la que procede
la cita. Como tiene que ser. La secretaria <;lispone de más imaginado de manera más romántica la pérdida de su
de doscientas frases así en la memoria del ordenador virginidad editorial, las almas de los escritores son unas
preparadas para ser usadas. Al principio, elegía ella mis-
' sentimentales incorregibles, así es su naturaleza, pero las
ma la que iba a utilizar, pero cuando descubrió que no cosas podrían haber resultado peor. Si el destino -o el
era necesario, le dejó gustosa al ordenador que eligiera que se encargue de estos asuntos- hubiera querido que
automáticamente. ¿Para qué se iba a esforzar ella si el fuera un macho de mantis religiosa, por ejemplo, lo que era
aparato existía justo para eso? Bastaba con apretar la te- bastante posible, en el reparto de papeles puede tocarte
cla y el ordenador lanzaba tres lemas ampulosos. Elegi- de todo, ahora, una vez ejecutado el apareamiento, ya es-
dos al azar, es cierto, pero todavía ninguno había resul- taría muerto, decapitado. Visto desde ese aspecto, ¿tenía
tado impropio. Al contrario. Iban como hechos a medida motivos para quejarse? La suerte, como ya se sabe, es
149
148 con cada libro. algo muy relativo.
La secretaria se vuelve hacia el escritor y él sigue to- Dejemos que el escritor siga su camino. Más pronto o
siendo, ahora ya con los ojos desorbitados, se nota que más tarde conseguirá controlar la tos que lo ha sacudi-
los últimos elementos adicionales añadidos a la cubier- do. Él ya ha hecho su trabajo. A sus espaldas queda una
ta no han contribuido mucho a que recupere el aliento, noche de bodas fecunda. El libro se ha concebido, solo
al contrario. Ella le lanza una mirada en la que el despre- falta traerlo al mundo. Y por esa parte del trabajo los
cio y la pena luchan por prevalecer, está claro que no tie- hombres nunca han mostrado particular interés.
ne la menor intención de ofrecerle al pobre hombre un Mientras el manuscrito totalmente equipado empren-
vaso de agua para que se serene ni darle unas palmadi- de el camino hacia la imprenta -a la secretaria se le han
tas en la espalda para que recupere el aire. Lo observa olvidado las páginas preliminares, ocupada sobre todo
unos minutos agitando delante de la cara las uñas pin- por la manicura, no es la primera vez, las enviará más
tadas y por fin dice con la voz plana que suele emplear- tarde, aunque tampoco sería tremendo que faltaran esas
se con el servicio: «Se acabó. Puedes irte>>. hojas, nadie las lee-, llega el momento de que la voz na-
El autor la obedece sumiso. ¿Qué otra cosa puede ha- rradora los deje agradeciéndoles la atención prestada.
cer? Tal vez diría algo para despedirse, unas palabras de Se la había contratado para evocar las situaciones en
cortesía, pero la tos se lo impide, no logra calmarse. Ha que los libros por sí mismos carecen de una visión direc-
tenido que ponerse un pañuelo en la boca y hasta se le ta: las circunstancias de su gestación. Tenía que hacerlo
han saltado las lágrimas. Se siente muy incómodo por la de una manera resumida, un poco telegráfica, para no
humillante situación. ¿Qué va a pensar la joven de él? amenazar la voz narrativa primigenia de los propios li-
Sin embargo, sale de la oficina de la secretaria con- bros que en esta obra es la principal. Pero no se ha podi-
vencido de que si se suman todos los datos, a pesar de do resumir más. Como han tenido oportunidad de ver,
los pesares, ha salido bien parado. Es cierto que había la vida del libro no es menos emocionante antes de su
nacimiento que después, lo que justific¡¡ que la exposi- oveja, ¡para nada!, si pudieran habrían multiplicado a los
ción se haya alargado un poco ... pobres animales con una fotocopiadora, pero lo malo era
que para un genetista entre una oveja y un hombre no
había una diferencia vital: si se podía clonar una, tam-
¡Por fin! bién podía donarse el otro.
Ya creíamos que nunca más volveríamos a tener la pa- Y esto ya no podía permitirse. ¿Acaso podía aceptarse
labra en nuestra propia obra. Pero así son las cosas con que se amenazara la cualidad de único e irrepetible de
la gente. Les das la mano y se toman el pie. El señor se todo ser humano porque se autorizara a los irresponsa-
ha extendido por más de medio libro, y todavía dice que bles genetistas a hacerlos como en un molde? ¡Dios nos
«se ha alargado un poco». Su inclinación por los eufe- guarde! Todos los que son partidarios de la superioridad
ISO mismos es vergonzosa. Pero bueno, lo hecho, hecho está. del hombre en el orden de las cosas alzaron sus voces de !51
Si hubiéramos podido contar para este trabajo con otro justos contra semejante sacrilegio, desde los curas libera-
más dócil y moderado, lo hubiéramos hecho. Pero, por les e intelectuales ilustres, hasta los foros de lesbianas y el
desgracia, no había elección. Por suerte se ha atenido al Comité para la Promoción del Sadomasoquismo, y la Aso-
contrato y no se ha servido de la vulgaridad que la gen- ciación de Pescadores Libres, la Unión de Conductores de
te, por una razón estrambótica, suele emplear en las his- Autobús Lisiados y el Sindicato de Repartidores de Leche,
torias sobre la propagación de la especie. y no hablemos de los ginecólogos, los tocólogos, las parte-
Y henos aquí a la puerta de una de las instituciones ras e instructores de cursos para embarazadas, toda esa
que a nosotros, los libros, nos suscita la mayor repugnan- gente se quedaría sin trabajo. De modo que los genetistas
cia posible. Todo lo que hemos dicho sobre las bibliote- tuvieron que meter el rabo entre las piernas y renunciar,
cas y las librerías como escenario de nuestro hundimien- al menos oficialmente, a la idea de clonar hombres.
to es nada en comparación con lo que se puede decir de Una postura correcta, diríase. Lo que debe ser un ejem-
las imprentas. En nuestra opinión no pudo inventarlas plar único no puede copiarse bajo ningún concepto. Es
más que el mismísimo diablo con cuernos y rabo. Las exacto, pero ¿por qué solo sirve para las personas? De
imprentas son la auténtica fuente de todos nuestros tor- acuerdo, en algunas cosas están por encima de las ove-
mentos y males. Aquí empieza todo. jas, más o menos, quizá se puede soportar la clonación
Cuando los hombres de la era moderna alcanzaron la de los animales, pero si la línea de separación entre los
posibilidad de donarse -la genética avanza a pasos agi- hombres y las especies inferiores es que los primeros son
gantados, al igual que las demás ramas de la ciencia-, inteligentes, entonces habría que aplicar la misma regla
se provocó un gran escándalo. Nadie se quedó sin poner para proteger al resto de las especies inteligentes.
a escurrir a los científicos solo porque habían hecho la A los libros ante todo, porque no hay una tercera es-
réplica de una oveja. No es que les interesara la infeliz pecie inteligente.
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¿Y estamos protegidos contra la clonf!ción? ¿Se ha te- de que eso era un trabajo difícil y lento. Hace miles de
nido en cuenta con nosotros la cualidad de único e irre- años los libros venían al mundo de manera probada y
petible? ¡No! ¡Al contrario! La gente nos multiplica y fal- ensayada y a nadie le parecía mal, todos estaban conten-
sifica con desenfreno hace ya más de quinientos años, y tos y satisfechos, incluso nosotros mismos. Y entonces,
nadie dice nada. Y lo han convertido en un oficio de pres- al señor se le ocurre que no está bien, y que él nos va a
tigio, incluso con moderadas ambiciones artísticas: la im- demostrar que puede hacerlo mejor y más beneficioso.
presión. Podría afirmarse que a través de la experiencia Y en efecto, nos lo ha demostrado todo. Hace ya más de
de esta horrible profesión han llegado a la idea de la clo- medio milenio que sufrimos en nuestra propia carne las
nación. consecuencias de su ingenioso invento.
En nuestro caso no se les ha ocurrido tener en cuen- Los libros se multiplicaban antes, claro, pero eso no era
!52
ta consideraciones éticas ni humanitarias. Nos ha ido clonación. Los ejemplares eran parecidos, mas no idén- !53
peor que a las pobres ovejas. En su defensa al menos ha ticos. Como gemelos dicigóticos. El mismo padre, la mis-
salido la Sociedad Protectora de Animales, aunque no ma madre, el mismo día de nacimiento, pero los niños,
haya resultado muy eficaz, pero en la nuestra, nadie, li- no obstante, se diferencian por algo. La mano humana
teralmente, nadie ha encontrado apropiado manifestar- que copia no puede ser tan fiel como la máquina que im-
se. Si hubieran vuelto la cabeza hacia otro lado, lo enten- prime, por eso cada ejemplar era único e irrepetible, sin
deríamos, pero se han lanzado a elogiar y magnificar a parecerse al resto como un huevo a otro.
voz en cuello los beneficios de la imprenta. El libro por Y cuando algo es único e irrepetible, el precio es más
fin será asequible para todos y no solo para unos elegidos. alto, ya se sabe. ¡Cómo nos estimaban y respetaban los
La cultura y la civilización se convierten de esta forma seres humanos antes de que empezaran a imprimirnos!
en el punto de apoyo decisivo de la democracia. A noso- ¡Esos sí que eran buenos tiempos! Nada de lo que en épo-
tros, por supuesto, no nos han preguntado. ¡Hala, a ca- cas posteriores nos ha tocado sufrir podía imaginarse en
llarse y a meterse bajo la plancha! Y aparecemos en masa, los días anteriores al malhechor de Maguncia.
en incontables ejemplares idénticos, todo para que pros- Ante todo, no había populismo alguno. Ni por azar. La
pere la democracia. ¡Ah, qué fácil es aplicar la democra- peste de la alfabetización general aún no se había propa-
cia a costa de otros! gado. Solo contactábamos con una élite social ilustrada.
La época oscura en la historia de los libros comienza Los únicos que nos tomaban en sus manos eran los go-
con el invento de ese monstruo de Maguncia, cuyo nom- bernantes, la nobleza y el clero ilustre, nadie por debajo
bre ningún libro pronunciará aunque le vaya la vida en de ellos contaba, de modo que nosotros nos sentíamos en
ello. El hombre no ha encontrado nada más inteligente todos los sentidos una clase privilegiada: aristocracia pura.
que inventar la forma de facilitar y acelerar la multipli- Como solía suceder en esa clase, se velaba por sus
cación de los libros. Como si alguien se hubiera quejado miembros ya desde su nacimiento. Nada se dejaba a la
casualidad. La sangre azul es sangre azul, y no la plebe. de las pesadillas despierto y dormido, ralentizando el tra-
Crecíamos exclusivamente en cortes y mbnasterios, que bajo, porque no había posibilidad de corregir y había que
por otro lado eran los únicos oasis espirituales en aque- tirar la valiosa hoja, lo que en ocasiones conducía a gran-
lla Edad Oscura. En los palacios, sobre todo, nos escribían, des embrollos e incluso al suicidio, se entiende a la per-
y en los monasterios nos copiaban. fección que la composición de una obra pudiera dilatar-
Y ambas cosas se hacían con el máximo cuidado, como se durante meses, e incluso años, si es que se trataba de
debe ser. Primero el papiro, después el pergamino y más un ejemplar muy voluminoso.
tarde el papel eran muy escasos, de modo que era impo- Nada tiene que ver esto con la situación en la actuali-
sible malgastado con apuntes varios, versiones de traba- dad, cuando a cualquiera que le apetezca medirse con un
jo y garabatos de todo tipo de los maniáticos de la escri- libro puede hacerlo por un precio irrisorio, no hay mi arte
más barato que este. Al joven emprendedor le basta con 155
154 tura, sin los que hoy no se concibe el texto más banal, la
lista de la compra, por ejemplo. Los autores respetaban ir a la primera papelería, comprar por cuatro perras todo
la noble divisa del oficio de sastre: tres veces medir, una el papel que quiera, y sin el menor remordimiento arran-
cortar. Tres veces pensar bien antes de escribir. car las hojas de la máquina de escribir y romperlas en
No es casual, pues, que las obras de este periodo se cuanto algo de lo que ha escrito no le gusta.
distingan por los elogios a su digno sentido de la propor- ¿Que se le ha escapado una coma?, no importa, podría
ción, nada que ver con las actuales, las cuales se pueden quedarse, una coma más o menos ... , ¡como si todas las
cortar por la mitad sin remordimientos -·incluso mecá- demás estuvieran en su sitio! O si de veras no está bien,
nicamente, eliminar una de cada dos páginas, o tirar la bueno, podría tacharla después con un lápiz, nadie la ten-
primera mitad- y sin que el mismo autor lo advierta. dría en cuenta, pero no, ¡por ella tiene que perecer la pá-
Esto es lo que sucede cuando los bosques se talan sin pie- gina entera! Mientas este perfeccionista no consigue com-
dad para que cualquier pelagatos tenga papel en abun- poner la primera página de manera satisfactoria para él,
dancia y pueda pintarrajear lo que se le ocurra. Y enci- es capaz de consumir un haya completa. Pero ¿por qué
ma se declara como una conquista de la democracia. no? Puede hacer lo que le venga en gana.
Escribir y copiar requería mucho tiempo. No había Y ya desde que se han introducido los ordenadores se
atajo alguno. La mano que sujeta una pluma de ganso no ha perdido la medida. Bueno, es cierto que aquí ya no su-
puede ser rápida: debe mojar la pluma en el tintero a cumben las hayas, pero se derrocha luz a espuertas. Has-
cada instante, y afilarla de vez en cuando, pues pierde la ta que el bravo escritor no moldee la primera página
punta con rapidez y deja un trazo grueso y feo y man- como es preciso, modificando, elabo'rando, añadiendo y
chas. Cuando además hay que tener en consideración la acortando, se consume más energía de lo que un monas-
angustia permanente provocada por el temor a equivo- terio de antaño hubiera consumido durante un año ente-
carse, que perseguía al escritor y al copista como la peor ro en iluminación con velas y antorchas. Y a nadie le pa-
rece mal. Si los honorables escritores informáticos caen do cada vez un importante ladrillo al edificio de la bi-
en la cuenta de esta incoherencia se limitan a hacer un blioteca del convento o de un palacio. De tanto perma-
gesto con la mano y a pensar con indiferencia: donde necer erguidos, acababan con los pies planos, era inevi-
hay, se gasta. table, pero a nadie le molestaba. Era un dolor más digno
Quizá no se portarían de manera tan prepotente y que el que padecían los arquitectos de la palabra de épo-
arrogante si hubieran tenido la oportunidad de pasar un cas posteriores, que sin haber llegado al umbral de la
día en el lugar del copista monacal. Serían testigos de la edad madura, de tanto estar sentados sufrían en silencio
dedicación, devoción y aplicación -el temor de Dios se la humillación de las hemorroides.
sobreentiende- con las que un monje se disponía a co- La vida laboral de un copista de monasterio termina-
piar un manuscrito, es decir, a hacer un libro nuevo. ba cuando, inevitablemente, la vista lo traicionaba de tan-
156 En primer lugar, no todo el mundo podía hacer un tra- to clavar los ojos en la diminuta letra del manuscrito. 157
bajo de tanta responsabilidad y relevancia, ni siquiera Estos veteranos gozaban después de gran prestigio y de la
todos los monjes. Había que elegir también entre ellos a admiración de los hermanos del convento. Todos se com-
los más concienzudos y diligentes, dispuestos a pasar portaban con ellos como si tuvieran que ser elevados a
toda su vida de pie delante de su mesa de trabajo en el la santidad. Pero esto rara vez alejaba la sensación de inu-
scriptorium, sin un quejido, con modestia y humildad, tilidad e improductividad que los embargaba al no po-
como corresponde a los elegidos de Dios, copiando una der seguir ejerciendo su ilustre tarea. Solo cuando se en-
página tras otra con pulcritud y paciencia infinitas. tregaban por completo a la fe, lograban cierto consuelo.
Uno podía sentarse a la mesa, por supuesto, pero la Lo que quedaba de su trabajo de copistas no resulta
comodidad excesiva vuelve al hombre orgulloso, y allí muy impresionante según los estándares actuales. Cin-
donde el orgullo cobra aliento, el diablo encuentra a sus cuenta ejemplares es una nimiedad en comparación con
víctimas, y entonces se cometen errores u omisiones en una tirada modesta en una imprenta de hoy día. Pero en
el texto, e incluso empieza a profanarse la sagrada invio- la época anterior a la invención de estos horribles esta-
labilidad del original y se introducen en la copia cam- blecimientos, había que invertir una vida entera para ha-
bios inaceptables o, peor aún, añadidos, lo que había que cer esa cantidad de libros nuevos.
evitar a cualquier precio, por eso no es un milagro que los De modo que es comprensible que los que nos encar-
monjes del scriptorium ignoraran siempre las sillas. gaban al monasterio nos trataran como su posesión más
Y así desde el amanecer hasta ~1 crepúsculo, día tras preciada. Sabían de sobra cuánto dolor, tiempo y dinero
día, semana tras semana, mes tras mes, mientras en el costaba hacer un libro. Para ellos éraínos iguales que cual-
mundo exterior las estaciones se sucedían monótona- quier otro tesoro. Más aún, a diferencia de los metales
mente, y los años del Señor transcurrían despacio, los frai- nobles, las piedras preciosas y demás objetos de valor,
les copiaban de pie manuscrito tras manuscrito añadien- que bastaba con mantener en un lugar seguro, con no-
---.o¡p .,

sotros, debido a nuestra fragilidad y propensión a diver- que siempre se lanzaban.contra nosotros, prendiendo
sas dolencias, tenían que emplear cuid~dos especiales. fuego sin piedad a enormes bibliotecas y disfrutando in-
Nos conservaban en lugares secos con la misma tem- mensamente al hacerlo.
peratura, a menudo teníamos un criado cuya única tarea A diferencia de la nueva era, en la que destruir libros
era complacernos y servirnos, y cuando uno de los pri- quemándolos, o de cualquier otra manera, no conmocio-
vilegiados deseaba leernos, para todos, sin excepción, in- na a nadie, y aunque no se alegran, tampoco les afecta,
cluso el mismo rey, existía un severo protocolo. y permanecen indiferentes, porque nada es más fácil que
Solo podía hacerse en una estancia especial en la que imprimir nuevos ejemplares, no hay que ser muy listo
reinaban las condiciones adecuadas: el calor convenien- para hacerlo, y la única pena es la destrucción de papel,
te, nada de humedad ni polvo ni otras impurezas, todas aunque tampoco es tan caro, antiguamente prender fue-
!58 las ventanas cerradas, incluso en pleno verano, para que go a bibliotecas siempre representaba una auténtica tra- 159
nada del mundo exterior nos amenazara, y la superficie gedia de proporciones nacionales o incluso más.
donde nos depositaban tenía que ser irreprochablemen- El duelo por los libros aniquilados era igual que el due-
te lisa, sin ninguna aspereza que nos dañara las tapas. El lo por las vidas, y a veces mayor. Pues aunque para algu-
lector no podía tocarnos con los dedos desnudos, sino nas personas, en especial las de las clases más bajas, po-
que llevaba unos finos guantes blancos para perjudicar- dría decirse que si los libros no eran superfluos, al menos
nos lo menos posible al pasar las páginas. no tenían gran trascendencia, no había libro cuya pérdi-
Por último, cuando la sesión de lectura finalizaba, no da no fuera irreparable. Por eso no es extraño que los his-
había posibilidad alguna de que nos dejaran abiertos o toriadores den a la destrucción de las bibliotecas la mis-
de que hicieran con nosotros cualquier desvergüenza in- ma importancia que a las principales batallas y revoluciones.
decente del repertorio inagotable de los lectores moder- Pero a todo idilio le llega su final. Ninguna edad de
nos. Venía a buscarnos el sirviente, que primero verifi- oro dura para siempre. Si sirve de consuelo, la nuestra al
caba si todo estaba bien y luego nos llevaba al merecido menos se prolongó varios miles de años, durante los que
descanso en nuestros aposentos. vivimos como solo corresponde a una especie inteligen-
El único peligro que nos amenazaba en aquellos tiem- te y además noble. Quizá sería exagerado decir que vivía-
pos felices, una edad de oro, eran los incendios. Rara vez mos como un pachá, pero sí disfrutábamos de privile-
eran producto de la desdichada casualidad, y a menudo gios, de comodidades y respeto. U na vida aristocrática,
los provocaban las incursiones de lds bárbaros y las hor- por supuesto. Y entonces sobrevino un acontecimiento
das salvajes que querían conquistar territorios organiza- muy frecuente en la historia de la humanidad. Estalló la
dos y civilizados. En estas situaciones espantosas, no- revolución. El monstruo de Maguncia instauró la demo-
sotros éramos los primeros en sucumbir. Aunque no les cracia en la producción de libros, y la decadencia empe-
habíamos hecho ningún mal, había alguna razón por la zó a avanzar imparable ...
(Ya hemos empezado un nuevo párrafo de lamentacio- de haya tosca y nudosa, relucía la caoba pulida con in-
nes sobre cómo los hombres aceptaron de inmediato y en crustaciones brillantes y decorativos herrajes de latón,
masa esa terrible revolución, cómo nos volvieron la espal- como, por lo demás, corresponde al camarote del capi-
da incluso los que antes eran nuestros leales amigos y más tán de un velero, consciente de su posición. Incluso aun-
próximos por esta tus, pero en el último momento nos hemos que el velero sea en realidad un barco pirata. ¿O es que
acordado de que las cosas no son exactamente así. Aunque los capitanes de los barcos piratas no pueden tener sen-
quizá esos desalmados no lo merezcan, en honor a la ver- tido de la belleza?
dad hay que ser imparciales y honestos. Existen excepciones. Es un auténtico prejuicio decir que son unos rufianes
Muy raras, sí, y en los lugares más insospechados, pero, no salvajes e incultos que eructan en la mesa, utilizan las
obstante, hay gente, incluso en la actualidad, que no ha se- mangas en lugar de servilletas y tiran los huesos roídos
160 cundado con los brazos abiertos el horrible invento del mal- a su alrededor. No hay nada más falso que eso. Hay pira- 161

hechor de Maguncia, que les repugna, tal vez no tanto como tas muy refinados que no solo se distinguen por sus bue-
a nosotros, pero lo detestan de manera evidente. Por obje- nos modales y educación, sino también porque disfrutan
tividad y por cierta predilección, estamos obligados a citar del arte e incluso a veces son ellos mismos artistas.
al menos a uno de ellos. No hace mucho ha llegado a nues- Aunque no encontrarán este dato en los manuales de
tras manos, en manuscrito, la breve historia La biblioteca literatura porque, por razones educativas, es mejor no
del capitán. El autor, no se sabe si por modestia o por otra mencionarlo, muchas poesías célebres y alguna novela
razón, omitió su nombre, de modo que no hemos podido excelente han surgido en estos camarotes en los momen-
comprobar directamente si lo que describe en su historia es tos de calma entre dos abordajes piratas. Igualmente, nu-
real o se lo ha inventado todo. Para conservar los últimos y merosas naturalezas muertas, de las que varias están en
mínimos restos de la antigua fe en que los humanos, desde grandes museos y galerías, se han pintado en los momen-
un punto de vista moral, no representan una especie sin es- tos de inspiración que siguen al reparto de un botín con-
peranza, esperamos que sea lo primero. Por otro lado, nues- quistado con audacia. Se sobreentiende que en esas oca-
tras recientes experiencias con ellos nos señalan con voz to- siones los capitanes con aficiones refinadas no se disputen
nante que no caben dudas, y que cualquier parecido con la las bagatelas que tanto fascinan a la vulgar tripulación e
realidad es pura coincidencia. Les dejamos que ustedes, des- incluso a los oficiales instruidos de la marina. El oro, la
pués de leerlo, decidan cuál de las dos posibilidades es más plata y similares no los atraen mucho. Pero un libro raro o
probable. A continuación: La biblioteca del capitán). un cuadro de un maestro antiguo bastan para silenciar la
conciencia por la forma deshonrosa·en la que se han he-
cho con ellos. Lo mejor es cuando un barco pirata asalta
El interior de la puerta de la cabina era completamen- a otro; aquí la cuestión del honor, por supuesto, ni se plan-
te diferente a su aspecto externo. En lugar de la madera tea, de modo que el capitán más hábil y el más afortuna-
do puede entregarse con la conciencia completamente que los libros aún no se imprimían, sino que se copia-
tranquila a los placeres de los tesoros recién adquiridos. ban con tanto esfuerzo. Los libros antiguos no tenían en-
Que nuestro capitán pertenece a este tipo se advierte cuadernaciones en sentido estricto. Las hojas rígidas se
en una infinidad de detalles inequívocos. De hecho, si en- sujetaban entre dos delgadas láminas de piedra o de ma-
cima de su gran escritorio con hasta seis finas y gracio- dera, que eran un vago predecesor de las tapas. Del lomo
sas patas salomónicas no se alzara sobre un pesado pe- no había ni rastro, de modo que solo se podía saber el tí-
destal de mármol la bandera triangular negra con la tulo cuando el tomo se sacaba de su sitio. Pero solo el ca-
calavera y las dos tibias cruzadas, podría pensarse que pitán tenía ese privilegio, y si otra persona por una in-
se trata del salón de un excéntrico experto en arte que por creíble casualidad lograba coger un libro de su biblioteca,
razones impenetrables ha elegido como residencia un ya fuera por ignorancia, ya por maldad -lo que era peor
162 barco de vela en lugar de un palacio rodeado de prados aún-, le esperaba el más horrible de los castigos. No ha- 163
cuidados y un bosque de hoja perenne. bía perdón ni piedad. A decir verdad, teniendo en cuen-
Pero también es un prejuicio pensar que los amantes ta que las inclinaciones de la tripulación eran muy dis-
del arte anhelan semejantes refugios. En realidad, es más tintas, nunca se había recurrido a tal escarmiento.
fácil encontrarlos en lugares que no parecen tener mu- Los estantes inferiores eran el espejo del desarrollo
cho que ver con el arte, no deben permitir que las apa- del oficio de impresor. Una serie de valiosos incunables,
riencias les engañen. Hay arte incluso donde nadie se lo tanto tabelarios como tipográficos, daba testimonio de
imagina. las vacilaciones, tanteos y desaciertos de los primitivos
Aun si no les hubiera saltado a la vista el piano blan- impresores. ¡Qué cosas se utilizaban en aquella época
co a la derecha de la puerta, del que de vez en cuando pionera como material para encuadernar! Casi todo lo
surgían sonidos de lamentos melancólicos que le eriza- que poseía la suficiente rigidez y durabilidad, aunque
ban el vello a la sufrida tripulación, ni la pared tras él, lo más habitual era la piel.
cubierta por los más bellos paisajes invernales que podían La piel de todos los animales imaginables domésti-
adquirirse en alta mar con marcos decorados que susci- cos y salvajes, incluso de algunos pájaros, tratada espe-
taban la envidia de los más orgullosos coleccionistas de cialmente para este propósito. Después de casi un siglo
cuadros, no habrían podido dejar de ver la gran estante- de experimentación, se estableció con bastante fiabili-
ría de libros que revestía toda la pared izquierda desde dad que a las obras de carácter erudito, ya fueran reli-
el techo de vigas redondeadas hasta el pulido suelo del giosas o profanas, lo que mejor les iba era la cubierta de
barco. piel de cerdos castrados que vivían en un robledal cer-
¡Ah, qué encuadernaciones y lomos había allí! Los es- cado no demasiado húmedo, mientras que para las obras
tantes más altos e inaccesibles brindaban cobijo a los fa- más ligeras, en las que se trataban asuntos de naturale-
voritos del capitán: manuscritos arcaicos de la época en za emocional, incluyendo aquí la poesía meditativa, lo
más adecuado era la piel de ternera preñada, cuyo color inflara las velas y los encaminara hacia una nueva incur-
claro era sumamente apropiado incluso cuando los sen- sión, llevaba al capitán a enjuiciar con gran severidad su
timientos que se guardaban entre las tapas fueran tris- existencia hasta ese momento. Entonces le parecía que
tes y sombríos. no podía distinguir un solo punto luminoso en su pasa-
Entre la tripulación analfabeta y supersticiosa, sobre do, lo que lo dejaba sin confianza alguna en los tiempos
todo en las noches de luna llena, se murmuraba que no venideros, y era presa de los más negros presagios, de
todos los libros del capitán encuadernados en piel tenían manera que incluso pensaba en lo peor: en el suicidio y
las tapas de piel animal. Eran marineros rudos, valien- así, con un gesto rápido, deshacer el absurdo general en
tes, insensibles, que habían mirado a la muerte a los ojos el que había caído. Muchos capitanes piratas evitaban
una infinidad de veces y, sin embargo, les recorría un ese paso irreversible entregándose al olvido que les ofre-
164 escalofrío de horror al pensar que ciertos volúmenes de cía la bebida, aunque es bien sabido que eso no es más 165

la biblioteca estaban encuadernados con piel humana. que una salvación temporal y falsa, después de la cual se
Estas historias, por supuesto, contribuían a aumentar la cae en un abismo más oscuro. Muchos, sí, pero no este.
autoridad del capitán, e inducían a la tripulación a con- Cuando lo asaltaban pensamientos lúgubres, el capi-
templar de otro modo los libros, que para ellos no eran tán -en cuyo escritorio de seis patas, junto a la bande-
más que motivo de comentarios burlones y despectivos ra pirata, clavado en un soporte de madera gastada ha-
que afectaban también a quienes manifestaban su amor bía un gran gancho muy afilado en la punta, el único
por ellos. Nada más eficaz para alentar la lealtad y la obe- objeto de oro de su camarote- buscaba la salvación en
diencia que la posibilidad de que el castigo por la rebe- uno de los grandes tomos de hojas muy finas que conte-
lión y la traición se experimentara de forma tan terrible nían obras escogidas de un gran maestro de la pluma.
en la propia piel. Aunque en esos momentos lo que más le habría apete-
Debajo de los incunables y otros libros impresos en cido era leer algo sobre un alma afín, atormentada por
los comienzos de la imprenta, se hallaban las raras edi- las mismas pesadillas, hacía tiempo que no sin cierta
ciones en folio entre las que el capitán a menudo busca- pena se había resignado a la circunstancia de que su ho-
ba consuelo en las horas de abatimiento y de humor som- norable profesión no inspiraba demasiado a los artistas.
brío que, con el correr de los años, le sobrevenían cada Casi nadie escribía sobre capitanes piratas, ni siquiera
vez con más frecuencia. Es un error pensar que los pira- sobre los cultos, y cuando lo hacían no solían mostrar
tas, en particular si son instruidos; evitan enfrentarse a ninguna indulgencia ni comprensión. Pero no se puede
las cuestiones trascendentales, sobre todo si están rela- hacer nada, el mundo es injusto, así que no hay ni que
cionadas con el sentido de la vida. La meditación sobre extrañarse.
esos asuntos en las largas horas de soledad cuando en la El capitán encontraba cierta compensación por la fal-
superficie del mar no había ni una brizna de viento que ta de textos sobre su injustificadamente menospreciada
~---.~---~----

e ignorada especie en una forma poética que solo a pri- nuevos había algunos excelentes, lo que a sus ojos los ha-
mera vista no se correspondía con su cruel y brutal ofi- cía menos valiosos era la circunstancia de que, con el
cio. La armonía de las rimas de los sonetos, el fascinante tiempo, se publicaban cada vez en mayores tiradas, y en
ritmo y música de las voces que surgían de allí, sobre todo su opinión era del todo inoportuno deshonrar y profa-
los delicados sentimientos de los que se hablaba con nar así un arte que debería ser limitado para un círculo
palabras elegidas con sumo cuidado, le complacían has- estrecho de elegidos.
ta tal punto que a menudo leía en voz alta, arrebatado, Habían llegado a sus manos publicaciones recientes
gesticulando vivamente, como si declamara en un teatro de los sonetos de la Dama Negra, a veces incluso más ele-
lleno. gantes y mejor editadas que la primera de la que tan or-
En especial eran convincentes las estrofas finales del gulloso estaba, pero él las rechazaba con asco. Sabía que
no actuaba de manera razonable, que en este caso el tex- 167
166 poema, cuando su voz reprimida temblaba de emoción
y los ojos se le llenaban de lágrimas. A la postre, brota- to era el mismo, y que en la última edición incluso ha-
ban con toda su fuerza, imparables, en las ocasiones es- bía comentarios y explicaciones muy útiles, pero halla-
peciales en que elegía leer sonetos sobre su heroína fa- ba justificación en la antigua creencia de que un libro no
vorita, la Dama Negra, que por el color le parecía la más es solo texto. Si había algo más, no era capaz de decirlo,
bella. Está claro que sería muy desagradable que los miem- aunque le parecía que estaba claro, pero ¿acaso no que-
bros de la tripulación e incluso los oficiales lo vieran en dó ya de manifiesto hace tiempo que lo que es más evi-
ese estado, por lo que había dado orden estricta de que dente a veces es lo más difícil de explicar?
nadie, bajo ningún pretexto, lo molestara. Es más, la vida Sea como fuere, los estantes inferiores, a la altura de
en el barco se aletargaba; todos andaban de puntillas, si la pantorrilla, los ocupaban libros que habían surgido en la
es que se movían, y las raras conversaciones no pasaban época en la que la edición había dejado de ser un oficio
del susurro. La única dificultad irresoluble eran los des- distinguido y se había convertido en una industria.
considerados gritos de las gaviotas, cuando anclaban cer- Aunque esa parte tenía un aspecto muy vivo y colorido
ca de la costa, ya que no podían utilizar ni fusiles ni otras en comparación con la monotonía y abundancia del gris
armas de pólvora por el ruido excesivo, y no había nin- de los estantes superiores, el capitán expresaba su des-
gún marinero ducho con el arco y las flechas. dén por los libros allí colocados no solo por el lugar que
Debajo de las ediciones en folio estaban las hileras de les había asignado, sino también por cierto abandono inu-
libros publicados en fechas recierttes. Aunque los esco- sual. Mientras que cuidaba con mimo los volúmenes su-
gía él mismo, el capitán no sentía por ellos el mismo res- periores, vigilando que no los amenazara el principal ene-
peto que por los libros de las estanterías superiores. Era migo de los libros -el polvo-, pasaban meses sin que
consciente de que se le podía reprochar tener un gusto limpiara los de abajo, haciéndolo adrede, como una suer-
anticuado, pero no lo negaba. Pese a que entre los tomos te de castigo. Por supuesto, al final del todo, en el último
estante a ras de suelo se hallaban las publicaciones que, Aunque el redactor anónimo ni se imaginaba lo que
según la regla implacable del capitán, nd merecían nada podía haber en los estantes que se introducían bajo las
salvo el desprecio más absoluto: los libros de bolsillo. No tablas del suelo del camarote, la intuición no lo engaña-
les quitaba el polvo más que en las raras ocasiones en las ba. Lo que podía estar allí guardado -a juzgar por todo,
que se hacía una limpieza general en el camarote. muy en secreto y con mucha repugnancia-, supone el
germen de una nueva revolución en el mundo de la edición,
totalmente de acuerdo con el espíritu de los nuevos tiem-
El manuscrito La biblioteca del capitán, aunque anó- pos que, según la naturaleza de las cosas, son más demo-
nimo, fue ofrecido para que lo publicaran. Lo sabemos cráticos aún que los anteriores, pues siempre se avanza
por una breve nota de un redactor, probablemente del en esa dirección, y nunca se llega al final. El germen de
168 suplemento literario dominical de un periódico, al final una revolución que eliminará al libro de la faz de la Tie- 169
del texto, en la que se rechaza la oferta y se explica su- rra como una reliquia anticuada e inútil del pasado, como
cintamente. un puro anacronismo. De una revolución que se prepa-
El redactor no plantea objeciones sobre la calidad de raba delante de nuestros ojos, aunque de nuevo hemos
la historia. Destaca que está compuesta de una manera estado ciegos, al igual que cuando se inventó la impren-
interesante, insólita, desde luego, por la idea central y ta, que no lo intuimos y menos lo previmos.
el tono. Lo que impide su publicación, sin embargo, es Y teníamos que haberlo hecho. Todas las señales de
que parece inacabada. Concluye repentinamente. Las su llegada estaban ahí ya en el momento en que apare-
expectativas del lector resultan traicionadas. El autor ció el ordenador. Ninguna especie, y menos una que se
debería escribir un poco más, quizá un párrafo o dos enorgullece de ser inteligente, puede permitirse que se le
en el que explicara qué había debajo de los libros de embote el instinto de supervivencia. Si queremos ser sin-
bolsillo, aunque para ello tuviera que quitar una tabla ceros, quizá esa ceguera es la mejor prueba de que nues-
del suelo del camarote del capitán. Allí tenía que haber tro tiempo está tocando a su fin.
algo por fuerza. Aunque es muy doloroso y destructivo, debemos en-
No hay datos de si el escritor hizo caso de las reco- frentarnos con la realidad: no pasará mucho tiempo
mendaciones del redactor. Teniendo en cuenta que nun- antes de que se deje de imprimir libros. No habrá ne-
ca se publicó el relato, diríase que no. Quizá la sugeren- cesidad de hacerlo. Nuestro lugar en el campo de la
cia le pareció inoportuna e innecesaria. En verdad, ¿qué evolución lo ocupará una especie nueva y más perfec-
puede ser más bajo que los libros de bolsillo? ¿Acaso no ta. Siempre sucede, pero nadie 'se da cuenta de ello
representa el último cartucho de la revolución democrá- mientras le sucede a otros. Solo cuando lo amenaza a
tica del monstruo de Maguncia? uno, se es consciente de verdad. Pero entonces ya es
¡Pues no! tarde para atajarlo.
Es cierto que no vamos a desaparecer de la noche a la rior historia del escritor que entrega al editor su primer
mañana, como los dinosaurios. Primero desapareceremos manuscrito. Por sí mismo, el acontecimiento del que se ha-
de los estantes de las librerías, donde raudos nos sustitui- blará a continuación quizá no merecería muchos comen-
rán nuestros sucesores evolutivos, pero a cambio nos man- tarios -podría sin esta ayuda imaginarse con facilidad,
tendremos un tiempo en las bibliotecas públicas, hasta hasta los más mínimos detalles- si no fuera porque jus-
que nos retiren del todo por la falta de demanda. to en esta ocasión, al llegar a su culmen, nos enteramos
Nos quedaremos más tiempo en las bibliotecas priva- por primera vez de la identidad de la especie que nos su-
das de diversos tipos raros y excéntricos, pero ahí, sin el cederá. El momento, desde cualquier punto de vista, era
flujo de nuevas ediciones, acabaremos desvaneciéndo- solemne y glamuroso: la presentación del libro del joven
nos. Por fin, los escasos curiosos y amantes de tiempos escritor, es decir, su promoción. Es una suerte que las pre-
170 pasados podrán vernos solo en los museos, en las seccio- sentaciones sean reuniones animadas y divertidas, de ma- 171

nes donde se exponen vestigios de especies desapareci- nera que esta narración no acabará con tono patético ni
das. Entre los mamuts y los pterodáctilos, por ejemplo. sombrío, tal como amenazaba hacía unos instantes, sino
Es poco probable que los conservadores de los museos alegre, con un asomo de la melancolía que ha dominado
se esfuercen por mencionar en alguna parte ni siquiera de hasta aquí. La voz, sin embargo, volverá a ser humana.
forma muy discreta que nosotros, a diferencia de nuestros Nos tememos que es inevitable. No solo porque ha expues-
vecinos en ese lugar sin vida y lúgubre, fuimos una espe- to la primera parte, por lo que ahora sería poco honrado
cie inteligente, una de las dos que ha engendrado la evolu- privarle de la oportunidad de terminar, aunque quizá lo
ción en la Tierra. No hay que extrañarse: la vanidad huma- haríamos mucho mejor nosotros, sino porque la palabra
na, la envidia y la rivalidad, son, en verdad, ilimitadas. del hombre tiene que ser la última en todo. No hay otro
Si fuéramos solo la cuarta parte de lo malos que son remedio, así está dispuesto el mundo, y por eso nos será
ellos, les desearíamos en el acto que sufrieran nuestro incluso más fácil abandonarlo. Bien, he aquí como trans-
mismo destino cuando a ellos también les llegue la hora curre la presentación de un libro).
de mudarse al museo. Y esto ocurrirá sin duda alguna, les
guste o no. Ninguna candela de la evolución ha ardido
hasta el amanecer, y esta tampoco. Pero, claro, nosotros A la secretaria no le gustan nada las promociones. Es
no somos como ellos. Por eso les deseamos lo mejor en más, las detesta con toda su alma. Se organizan siempre
la despedida. Que la suerte los acompañe. Allá ellos. fuera de la jornada laboral, cuando ella tendría cosas mu-
cho más interesantes que hacer, y no apretujarse y fasti-
diarse con el aburrido público, los periodistas que siem-
(Para terminar, estimados y pacientes lectores, se ex- pre quieren algo y los oradores optimistas. No se sabe
pondrá un corto episodio con el que se completa la ante- quién es peor.
Entre los oyentes, más de la mitad están allí por casua- quitos en la librería y si aprecian su vida, saldrán de esta
lidad, no saben qué hacer con ellos mismos, el asunto, volando tan rápido como les permitan sus alas. Puede
en realidad, no les interesa mucho, pero intentan matar que no se sepa, pero nada más eficaz para alejar a esos
el tiempo, y así tienen la sensación de participar en un insectos tan molestos como el mal olor que emerge de
importante acontecimiento cultural. Al menos, mientras ese calzado cuando hace calor y se ha llevado el día en-
no se duerman. Después da un poco igual. tero sin calcetines.
Acuden por razones prácticas. En invierno para calen- Había casos en los que los asistentes llegaban direc-
tarse gratis, y en verano, cuando aprietan los grandes ca- tamente de la playa, poco les faltaba para presentarse en
lores, para refrescarse también por nada. El aparato de bañador, y desde luego en las sillas dejaban auténticos
aire acondicionado, bastante ruidoso, que siempre for- charcos.
172 ma un gran charco delante de la entrada de la librería en En invierno, chapoteaban con las katiuskas ajadas, de- 173

la que se organiza el acto, se enciende como medida ex- jando tras de sí y por toda la librería huellas de barro, y por
cepcional en esas ocasiones. alguna razón no se quitaban las pesadas pellizas y los
El resto son los parientes y amigos del autor. enormes gorros de piel, como si estuvieran en plena ex-
No es difícil distinguir ya con el primer vistazo a qué pedición por la región polar y no en un recinto con la ca-
grupo pertenece cada cual. La ropa es la que los dife- lefacción demasiado alta.
rencia. Pronto empiezan a sudar y a ponerse rojos, incluso el
Los primeros van vestidos con un atuendo informal, vapor empieza a brotar de ellos, como si estuvieran sen-
por decirlo suavemente: van en pantalones cortos y ca- tados en un fogón caliente, pero nada de eso los induce
misetas, o sin ellas incluso, cuando hace un calor inso- a quitarse el abrigo. No lo harían ni aunque les fuera en
portable. Suelen comer helados, y también se les puede ello la vida. Quizá ya han tenido una mala experiencia y
ver con un trozo de pizza o una hamburguesa; durante temen volver a quedarse sin una prenda tan valiosa si la
la canícula lo mejor es tomar un bocado al anochecer cuelgan en el perchero, como hacen los demás.
pues no sienta tan mal al estómago y es sabido que la Suelen estar provistos de termos y no les cohíbe nada
curiosidad intelectual abre el apetito. A esto, para que servirse a cada rato la bebida caliente, ofreciendo de vez
la digestión sea más ligera, acompaña un refresco de lata en cuando a los que los rodean, aunque solo tienen una
frío, con gas, por supuesto. Y para terminar, como ade- taza. No hay nada mejor para prevenir el resfriado que
cuada sustitución a un cepillado dé dientes, nunca falta acecha en cada esquina en esa época del año.
un chicle. Sin embargo, a juzgar por el chasquido de la lengua
Y cuando se quitan las zapatillas deportivas para es- que se les escapa involuntariamente y por cierta capa
tar más cómodos mientras escuchan con los ojos cerra- cristalina que pronto les vela los ojos, y sobre todo por
dos o abiertos, es una auténtica bendición: si hay mas- la cabeza que, en cuanto la exposición avanza con tono
monótono, se les cae hacia delante -y la parbilla les roza apenas salen de paseo. Al cine algún día, eso es todo, no
el pecho-, diríase que en los termos no hay solo café se acuerdan de la última que vez que estuvieron en el
o té vulgar y corriente, como podría pensarse con inge- teatro, y de la ópera ya ni recuerdan qué aspecto tiene.
nuidad. Esta parte del público escucha la disertación con to-
Los parientes y amigos del autor son justo lo contra- tal concentración. No se les escapa ni una palabra. Mi-
rio. No están allí por casualidad. Para ellos, la reunión es ran fijamente a los oradores, y de vez en cuando se lle-
un acontecimiento social de primera magnitud. Casi como van la mano a la oreja si es que tienen la mala suerte de
una boda o como la celebración de unas bodas de plata estar sentados al lado de un tipo desconsiderado que ron-
o de oro. O al menos como un funeral. Les colma una in- ca. Muchos tienen preparados una libreta y un lápiz, y
tensa sensación de orgullo. Ya habían dicho ellos hace recogen con afán las ideas clave del editor. Los más in-
174 tiempo que el autor llegaría lejos, aunque muchos menea- geniosos se han llevado un magnetófono y todo el rato 175
ban la cabeza ante la simple mención de esa posibilidad, lo mantienen en alto para grabar lo mejor posible. Un
pero ni ellos mismos creían que fuera tan lejos. ¡Una pre- transeúnte que lanzara una mirada al interior de la libre-
sentación! ¡No es poco, amigo mío! ría durante la presentación pensaría al ver la escena que
Por eso es lógico que todos vayan vestidos elegante- entre la audiencia se halla una bandada de avestruces.
mente. Incluso demasiado. Por todas partes pajaritas y Recientemente se han empezado a inmortalizar las
zapatos de charol, las camisas almidonadas se sobreen- presentaciones desde el principio hasta el final: no solo
tienden, y puede verse incluso algún esmoquin, y hasta en audio; sino también en vídeo. Antes también cegaba
un frac y un sombrero de copa con bastón, monóculo y aquí y allá un flash, ya fuera de los parientes, ya de los
guantes blancos, aunque es raro. Todos sin excepción van periodistas, pero la fotografía, no obstante, no puede com-
bien afeitados, incluso los que suelen dejarse barba, y pararse con una grabación de vídeo. Gracias al desarro-
muchos con motivo del acto se han cortado el pelo y pues- llo general, y más aún a la democratización de la tecno-
to brillantina. logía, la cámara de televisión se ha convertido en los
Las damas también van arregladas como correspon- últimos tiempos en un acompañante imprescindible de
de: un nuevo peinado obligatoriamente, igual que algu- estas reuniones.
na prenda nueva, para que no se diga que siempre van Cualquiera que se precie se encargará de que un acon-
con lo mismo. Adornadas con metales nobles y piedras tecimiento tan solemne quede registrado de esta forma.
preciosas cual árboles de Navidad, todas ellas resplande- No pasa nada si carece de una cámara o si no tiene a na-
cen y centellean; no necesitan bengalas. Es la única opor- die a quien pedírsela prestada. Existen empresas que
tunidad para sacar del joyero, de un cofre o de una caja ofrecen los servicios de grabación de importantes actos
fuerte, las joyas de la familia y lucirse un poco entre la familiares. Los que trabajan en ellas no tienen ningún
gente, ¿cuándo, si no, tendrían ocasión de hacerlo? Si prejuicio: es cierto que lo más frecuente es que los con-
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traten para filmar bodas, nacimientos, cu!fipleaños y fu- La secretaria soporta a los periodistas menos aún que
nerales, pero aceptarán trabajar también en una presen- al público. Esta gente se porta de manera fatua y presun-
tación. Incluso sin poner una tarifa especial. ¿Por qué iba tuosa, espera que se la complazca, le gusta disfrutar de
a ser más caro? La reunión no es ilegal o contraria a la privilegios, empezando por el lugar que ocupan en la pre-
moral pública, no ocurre en un lugar de difícil acceso y, sentación. Para estos señores siempre se tiene que reser-
además, rara vez se desarrolla sin que haya algo de co- var la primera fila. Uno lo entendería si fueran oyentes
mer, o como mínimo de beber. atentos que se van a concentrar en la exposición del ora-
Las dos partes del público se observan con ojos dis- dor. ¡Pero ni hablar!
tintos. Los acicalados parientes y amigos del escritor mi- Ninguno de ellos llega en punto. Quince minutos de
ran con sospecha y desprecio al resto de los asistentes, retraso es habitual, es casi algo protocolario. Y cuando
176 sin privarse de hacerles saber de una manera más o me- llegan, es como si no se dieran cuenta de que la presen- 177

nos directa lo que piensan de sus modales o de su atuen- tación ya ha empezado. Primero hacen un reconocimien-
do. De veras, mascar, chascar o roncar en un sitio así (hay to de toda la librería para saludar a cualquiera aunque
otros ruidos, involuntarios, claro, pero por pudor no pue- solo se conozcan de vista. La gente tiene modales.
den mencionarse) y estar medio desnudo o forrado de Luego, de un modo para nada discreto y en voz alta,
ropa sin ninguna medida, ¿a qué corresponde? No esta- le preguntan al vecino, que si no está allí desde el prin-
mos en una sala de espera de la estación de autobuses, cipio, seguro que ha llegado antes que él, qué tipo de ve-
también ahí se debe ser educado, así que no digamos en lada es aquella, qué libro se presenta, quién es el joven
la presentación de un libro. autor y quiénes son sus editores. A la redacción, por su-
Los asistentes casuales, a su vez, contemplan a los pa- puesto, ha llegado la invitación en la que se describía
rientes y amigos con curiosidad e impaciencia. Están con- todo eso; la secretaria la ha llevado en persona, pero ellos,
vencidos de que son actores o figurantes que en cual- en el caos general que supone el estado natural de su pro-
quier momento llevaran a cabo una perfonnance. No está fesión y su vida, no saben dónde la han metido o la han
anunciada en el programa, es cierto, pero probablemen- perdido, no han podido encontrarla, por suerte recuer-
te el editor ha imaginado todo el acto como una sorpre- dan el lugar donde se celebra el acto; a menudo les suce-
sa especial. ¿Por qué si no iría esa gente vestida y maqui- de que aparecen en un local donde no se celebra nada, o
llada de forma tan llamativa? Y con esas poses agarrotadas al menos no ese día.
que adoptan como si fueran mimos.,No hay duda, su nú- Podrían obtener esos datos indirectamente, en la silla
mero empezará en cuanto los oradores acaben. Muy bue- reservada les espera un ejemplar del libro y el material
na idea: ya era hora de que se rompiera el aburrimiento promociona! correspondiente, pero lo han guardado
de las veladas literarias. Nunca sucede nada emocionan- a toda prisa en la cartera para sentarse y no lo tienen a
te en ellas. mano. Quién se va a poner ahora a investigar. Así es más
fácil y rápido. Apuntan lo que el colega le cuenta en voz horrorizados. ¡No es posible! ¿Tan tarde? De nuevo van
baja, él ya se ha adaptado a la atmósfera :de la reunión, y con retraso. Saltan apresurados de la silla, cogen la carte-
las notas sirven de apoyo para escribir el texto. Si se les ra, explican al amable colega, que sigue concentrado, por
cuela un error, siempre pueden acusarlo de haberles in- alguna razón, en lo que cuenta el presentador, que lo sien-
formado mal. Adrede, por supuesto. Era algo que cabía ten mucho, que la presentación es brillante, y que se que-
esperar: el ,tipo es de la competencia, una jugarreta de darían con mucho gusto hasta el final, pero que les resul-
esta clase no sería nada raro. ta imposible, los espera otro acto, ya van con retraso, ¡cielos!,
En cuanto, de esta forma, se enteran de todos los por- nunca hay tiempo para nada. Antes de salir, vuelven a sa-
menores de la presentación, buscan con la vista a la se- ludar a todos los conocidos. La cortesía es lo primero.
cretaria, y su mirada irradia la impaciencia febril de un Pero de todos los asistentes al acto, los que más ner-
179
178 adicto. Si en un plazo de diecisiete segundos no les sir- viosa ponen a la secretaria son los presentadores. Quizá
ven un café, se producirá el fin del mundo. Pero el café porque por expresa orden del director editorial, con ellos
llega puntual, aunque a la secretaria no le entusiasma el tiene que ser la amabilidad personificada y mostrar una
papel de anfitriona del acontecimiento que le ha tocado sonrisa encantadora, aunque ella los tiene calados y los
en suerte. Mientras prepara el café en un baño de servi- ha puesto en el mismo cesto que a los autores, conven-
cio que para esta ocasión ha sido ascendido al rango de cida de que todos son de la misma ralea. Unos y otros
kitchenette con profunda amargura, y a veces hasta con no dan palo al agua y quieren que se les pague por ello.
lágrimas, piensa en que el mundo está injustamente or- y no se conforman con poco, ¡nada de eso! Los oradores
ganizado. ¿Acaso no ha aprobado y con buena nota el reciben como honorarios el salario mensual de ella, e in-
curso acelerado de informática para ahora hacer aquí de cluso más. ¿Cómo no va a estar indignada con ellos?
vulgar camarera? E incluso celosa, para ser sinceros.
Los periodistas beben el café con prisa, casi con an- Todavía los escritores hacen algo, en su texto han in-
sia, sorbiendo ruidosamente porque el líquido está muy vertido si no otra cosa, al menos cierto trabajo dactilo-
caliente. Tampoco se privan de encender un cigarro, aun- gráfico, se puede tocar con la mano -ella lo toca a dis-
que la librería está llena de carteles que prohíben fumar. gusto, es verdad, pero da igual-, mientras que estos
Terminantemente. Pero claro está que los carteles atañen señores se limitan a aparecer, de la calle como quien dice,
a los asistentes normales, no a esa casta privilegiada. y a soltar su rollo durante media hora, o menos; palabras
¿Quién ha oído hablar de café sin un cigarrillo? difíciles, todas las que quieras, la filosofía revienta por
Y entonces, en el mismo instante en que a lo largo de todas partes, se vende inteligencia al por mayor, y la fra-
sus gargantas se deslizan las últimas gotas del líquido ne- se cuando empieza no termina nunca, se enrolla, desen-
gro y de los pulmones brota la última nubecilla de humo rolla y vaga sin rumbo, la cabeza ha perdido toda cone-
azulado, echan una mirada temerosa al reloj y se quedan xión con la cola.
El público al final, de todos modos, aplaude a rabiar. Solo en situaciones excepcionales como esas, la secre-
Una verdadera ovación. ¿Dónde va a admitir la gente que taria está dispuesta a contemplar con más flexibilidad la
no se ha enterado de nada? Si le pidiera a uno de los habilidad congénita del orador y a justificar sus honora-
oyentes que le contara lo que habían hablado, no sería rios, de verdad elevados.
capaz de decir una palabra. Pero tal vez es así como tie- La secretaria se dio cuenta de que la presentación del
ne que ser cuando se trata de cosas eruditas. Además, las libro El fantasma podrido del monasterio no iba a ser
han expuesto melodiosa, lisa y llanamente, ¿cómo no va como las de siempre siete días antes de que se celebra-
uno a aplaudir, incluso aunque no haya entendido nada? ra. El director editorial le comunicó con voz importante
La impresión artística también puntúa, ¿no es cierto? que planeaba participar en el acto no como editor, ¡ah,
Cuando escuchas a los encargados de promover los li- no!, sino en calidad de presentador. Esto sucedía rara vez.
180 bros varias veces, una tras otra, y a ella no le queda más Él nunca faltaba a estas reuniones, pero por lo general 181
remedio que hacerlo porque el trabajo le impone asistir a era un observador. Se arreglaba con esmero, incluso se
estas celebraciones, aunque no se le pagan las horas ex- ponía corbata aunque hiciera calor, y se afeitaba, eso no
tras ni una prima adicional por preparar más de quince hace falta ni decirlo. Algún sacrificio hay que hacer por
cafés y lavar las tazas con agua fría sin guantes, te das cuen- el prestigio intelectual.
ta de que se repiten, de que todo sale del mismo molde, En estos acontecimientos se mostraba insólitamente
como un disco rayado, y lo único que cambia son los nom- derrochador: cualquiera que fuera importante podía con-
bres de los autores y el título de la obra. La exposición es tar con un café. Los presentadores, seguro, los periodistas
tan general que se puede aplicar a cualquier libro. Ni si- si lo deseaban, y el autor, si es que era imposible evitarlo.
quiera es necesario leerlo para hablar de él con autoridad. Esto amargaba a la secretaria. Se sentía totalmente rele-
La secretaria lo sabe muy bien. En un par de ocasio- gada y en una posición subordinada. No tanto porque le
nes ha olvidado enviar el libro al presentador, o le ha en- tocaba hacer cantidades de café -aunque también un
viado otro distinto al de la presentación. Es lógico, está poco, claro-, como porque si ella quería tomar café en
sobrecargada de trabajo, no sabe dónde tiene la cabeza, el trabajo, se lo tenía que traer de casa. Y el azúcar. El
todo recae sobre ella y nadie la ayuda. agua y las tazas podía usarlos sin limitaciones. Aunque
Pero ninguna persona ha advertido este olvido. Am- ahorrador, el director editorial no era un avaro.
bos presentadores -el que no ha leído nada y el que qui- Más o menos cuando él anunció que participaría en
zá ha leído un libro equivocado- resultan muy convin- la presentación ocurrió un suceso inusual, pero la secre-
centes, de modo que la audiencia se dispersa persuadida taria no advirtió de inmediato la relación entre los dos
de que los tipos son unos expertos en la materia de la hechos. En su oficina apareció de improviso una figura
que han hablado. ¿Cómo iba a ser de otra forma? Son totalmente desaliñada. Un joven que apenas cumplía los
personas serias y responsables. veinte años, con el pelo grasiento en pegotes hasta el
hombro, barba rala, gafas pequeñas redqndas con mon- hombre de negocios bien vestido, quizá un agente lite-
tura de metal, pantalones vaqueros que de tan usados rario. ¡Pero mira tú! Tenía que tratarse de un pariente.
como estaban en algunos puntos casi eran transparen- De provincias, claro. El director editorial era oriundo de
tes, y unas zapatillas deportivas también muy viejas con un pueblucho, así que no había que extrañarse demasia-
los cordones mal atados. Llevaba una cartera muy gran- do. Pero este, la verdad, podía haberse adecentado un
de con las esquinas rozadas, y llena de pegatinas de co- poco. No estaban en un villorrio.
lores chillones. Estaba clarísimo: escritor al ataque. Pero su estupefacción no pudo durar mucho. No ha-
El director editorial le había dicho que esperaba la lle- bía llegado a sentarse, cuando en la puerta apareció de
gada de un visitante de gran importancia, por lo que en- nuevo el director editorial y pronunció la frase que ella
seguida se puso en guardia contra semejante engendro. solo oía con visitas excepcionales: «Dos cafés cargados>>.
Se apresura a prepararlo y al regresar casi se le cae la 183
182 ¿Qué iba a pensar el señor, que estaba a punto de llegar,
de su prestigiosa editorial si se topaba con ese desharra- bandeja con las dos tazas de las que surge un humo den-
pado?¿ Y qué se imaginaba este bribón? ¿Que allí se po- so. De pura incredulidad. El tipo mugriento está agacha-
día entrar así, hala, por las buenas, como si fuera una do junto a su mesa enredando en el ordenador con un
pensión? ¿Es que abajo no escribía bien clarito con gran- destornillador y alicates. La secretaria quiere decir algo,
des letras, debajo del nombre de la empresa: «No recibi- impedírselo, pero no logra abrir la boca. Se ha quedado
mos autores sin cita previa>>? muda, las cuerdas vocales paralizadas. Se le queda mi-
Estaba a punto de poner a caldo al granuja maleduca- rando fijamente mientras él separa pieza por pieza de su
do, cuando en la puerta del despacho se materializó el equipo informático y las lleva al despacho del director
director editorial. La secretaria se asustó, convencida de editorial. Sin darle una explicación. Como si fuera una
que se iba a llevar una buena reprimenda por haber per- incautación.
mitido que esa chusma se hallara allí donde nunca de- En la mesa al final no queda rastro del disco duro. Ella
bía haber llegado, cuando el rostro del jefe se iluminó mira el vacío recién surgido durante unos largos minu-
con una sonrisa de oreja a oreja. Ella no recordaba cuán- tos, sin poder contener las lágrimas. ¿Era necesario de-
do lo había visto por última vez tan complacido. Se acer- gradarla de manera tan brutal? ¿Por qué? ¿Qué había he-
có con los abrazos abiertos al recién llegado, como si fue- cho? ¿Acaso no había hecho su trabajo diligentemente
ra un pariente querido al que no veía hacía tiempo, le desde el principio? Hasta había aprobado el curso a la
rodeó los hombros y lo introdujo eri su oficina derritién- primera. ¡Y ahora que le quitara el puesto un ignorante
dose de simpatía y cordialidad. solo porque era pariente del director editorial!
La secretaria se quedó de pie con la boca abierta, to- Pero se iba a enterar, ya lo vería con las primeras cu-
talmente perpleja. No podía recuperarse de la sorpresa. biertas. No sabría ni encender el ordenador, y menos di-
¿Esa era la visita importante? Se había imaginado a un señar algo. Ya intentaría engatusada para que lo ayuda-
ra, pero iba listo, ni aunque hiciera el pino ella iba amo- operación dura y dura, no acaba nunca. De allí llegan de
ver un dedo. Podían amenazarla con ~1 despido, no se vez en cuando sonidos nefastos de rotura y desgarro que
apiadaría de él. Todo fracasaría sin ella, pero se lo mere- le ponen la carne de gallina. Hace crujir los nudillos, im-
cerían por haberse portado de manera tan injusta y mal- potente, y se muerde el labio inferior.
vada. Por fin la puerta se abre y entra primero el pariente
Por fin logra serenarse un poco, se seca las lágrimas desaliñado, llevando el ordenador montado, y luego el
de las comisuras de los ojos con un pañuelo y lleva el director editorial con el monitor en los brazos. Ella se
café al despacho del director editorial. Entra con la fren- queda inmóvil, sin fuerzas para levantarse. Solo intenta
te muy alta, es la auténtica encarnación del orgullo y la adivinar por sus caras el resultado de la operación, pre-
dignidad, no les dará la oportunidad de que noten cuán sintiendo lo peor. Apenas logra contener un gemido en
184 afectada y ofendida está por la injusticia que se ha co- la garganta. 185
metido con ella, y que encima se regodeen y se burlen Pero sus expresiones son plácidas, incluso alegres. No
como saben hacerlo los hombres cuando tienen autori- está muy claro en lo que al pariente se refiere, pero el di-
dad sobre una mujer indefensa. Pero dentro le espera rector editorial solo tiene esta expresión cuando hace un
una nueva sorpresa. ¡Un verdadero espanto! negocio especialmente lucrativo. Nada más eficaz para
El ordenador está en el centro de la mesa del director borrar su gesto enfurruñado natural que la alusión a la
editorial y el pariente está ensimismado desmontándo- pronta obtención de beneficios. La preocupación, inclu-
lo. Ya ha quitado la carcasa y hurga en el interior, de don- so el pánico, sustituye al desconcierto de la secretaria,
de saca cables y piezas, como si estuviera en casa en el ¿qué significa eso?
pueblo y limpiara las entrañas de un cerdo sacrificado El primo vuelve a poner en su sitio la carcasa y el di-
en la matanza. A ella le recorre un escalofrío al contem- rector editorial, el monitor. El joven desaseado luego en-
plar la penosa escena, está a punto de desmayarse. Nun- chufa todos los cables y por fin enciende el ordenador.
ca ha podido soportar la vista de la sangre, por eso no es- La secretaria no puede evitar tener la sensación de que
tudió para enfermera como quería su madre. A duras el latido acelerado de su corazón resuena en el cuarto.
penas saca fuerzas de flaqueza para depositar la bande- Ha llegado el momento de la verdad. Ahora se verá el re-
ja en un extremo de la mesa y sale corriendo con una sultado de la difícil operación.
mano tapándose la boca. Los pocos segundos que tiene que pasar antes de que
Vuelve a sentarse en su puesto, con la mesa vacía y el monitor se ilumine parecen demorarse hasta el infini-
mirando impotente hacia delante, presa de los pensa- to. Por fin, en la pantalla se materializa una imagen. La
mientos más sombríos. Se siente como si estuviera espe- secretaria la mira sin pestañear pugnando por ver algu-
rando delante de una sala de operaciones en la que un na irregularidad, pero en vano. No hay nada distinto.
medicastro o un hechicero operara a su único hijo. La Todo en apariencia parece normal. Se le escapa un pro-
fundo suspiro de alivio pero enseguida queda sofocado la cartera las herramientas que ha utilizado para montar
por una serie de cuestiones desconcertantes. y desmontar el ordenador, le hace una leve inclinación
¿Qué ha sido todo aquello? ¿Por qué han cogido el or- de cabeza, le estrecha la mano al director editorial, que
denador y ahora se lo devuelven? ¿Qué le han hecho por sigue siendo la encarnación de la alegría, y abandona el
dentro?¿Y quién es ese tipo? Parece que al final no es un despacho.
pariente de provincias que ha venido a quitarle el traba- Cuando la puerta se cierra tras él, la secretaria por fin
jo. ¡Dios santo! ¿Con qué gente andaba en tratos el direc- abre la boca y con sorpresa, un poco asustada e incluso
tor editorial? ¿No sería ilegal? No, si ya le habían dicho temerosa, pregunta:
que se apartara de la edición, que siempre había asuntos -¿Qué es esto?
turbios. Más que en otros trabajos. ¿Por qué no le expli- -El futuro -responde lacónico el director editorial,
186 caban lo que pasaba? Era lo mínimo que se merecía. y con el paso audaz del hombre con visión regresa a su 187
Como respuesta a su última pregunta no pronuncia- oficina.
da, el joven saca una pequeña caja de plástico y de ella La secretaria -como el resto del mundo- se entera-
una plaquita redonda plateada que brilla. Se agacha jun- rá de los detalles de esta visión de futuro en la presenta-
to a la carcasa y aprieta una tecla, por encima de esta sal- ción del libro El fantasma podrido del monasterio. Aun-
ta algo que a la secretaria le parece una bandeja cuadra- que quizá .para el público habitual que acude a estas
da o una lengua fuera. Eso antes no estaba ahí, seguro. reuniones no tiene por qué serie evidente, a la perspicaz
Así que es lo que han metido dentro. Pero ¿para qué sir- mirada de la secretaria no se le escapa la serie de gestos
ve? ¿Para qué lo necesita ella? inusuales que separan este acontecimiento de tantos otros
Aprieta de nuevo el botón y la bandeja vuelve a las parecidos, convirtiéndolo, en gran medida, en un suceso
entrañas de la carcasa, llevándose consigo el pequeño único, histórico.
disco. Un instante después titila una lucecita verde, se Ante todo, el aspecto del director editorial. Para esta
oye un zumbido ahogado, y la pantalla, de pronto, se ani- ocasión se ha puesto su traje más elegante, que solo lle-
ma, y muestra dos páginas de un libro, con indicios del va en funerales importantes y escasos viajes al extranje-
lomo por los márgenes. La secretaria se aparta un poco ro. Ella, del traje en cuestión, por supuesto, tiene una pé-
para ver mejor y deduce que se puede leer muy bien. sima opinión, pero se cuida mucho de que su jefe se
Como si delante tuviera un verdadero libro. Ninguna di- entere. De veras, ¿cómo es posible que de todos los colo-
ferencia. Mientras mira, el joven aprieta una tecla del te- res haya elegido precisamente el morado chillón? Y en-
clado, y las dos páginas del monitor dejan sitio a otras cima ese corte, como de las películas· de gánsteres, todo
dos como si se hubiera pasado página. ancho, que le sobra por todas partes, haciéndole parecer
Está impaciente por hacer la pregunta decisiva, pero más. corpulento todavía, aunque de todas maneras está
no tiene posibilidad. El harapiento misterioso guarda en ya inmenso. Pero cuando él se pavonea delante de ella
:-::--~---~-

en esa caricatura de traje de payaso, por supuesto que no a una camarera de un restaurante cercano, ella no habría
se priva de hacerle el cumplido esperado. Un poco de llegado a sacar la cabeza del baño, y se habría perdido la
adulación nunca viene mal. exposición histórica de su jefe.
Con ese traje va un acicalamiento especial. El director Además, se sentó un precedente que anteriormente
editorial ha ido primero al peluquero, que le ha cortado el solo era imaginable en una feria del libro. El director
pelo demasiado, como a un recluta, pero eso es mejor que editorial fue generoso y compró una botella de una fuer-
cuando antaño decidió dejarse el pelo largo, aunque era te bebida alcohólica. De tamaño medio. Una gran parte
bastante calvo, y su cabeza parecía un plumero despluma- de la audiencia, si se le hubiera dado a elegir, de buena
do. Luego ha ido a la manicura, lo que la secretaria, como gana habría cambiado el café por la alegre poción, pero
persona dedicada al cuidado del cuerpo, aplaude, aunque no existía esa posibilidad. Era un precedente, en efecto,
188 duda que se pueda hacer algo duradero teniendo en cuen- pero no había que exagerar. Solo podían contar con una 189
ta el total abandono de los dedos del director editorial en copita, dos como mucho, los representantes de la pren-
general y su afición, pese a su edad, a seguir mordiéndo- sa. Cualquier cosa más allá de esto, los pondría en un
se las uñas como si fuera un adolescente. estado poco receptivo para la gran revelación del direc-
La guinda del pastel era el perfume. La secretaria pen- tor editorial.
saba que se había echado encima al menos una tercera La secretaria se convenció de que el director editorial
parte del frasco. Ni más ni menos. Tenía que ser pura quería atraer la atención de los periodistas ya durante
esencia de violetas porque toda la librería después de su los preparativos de la presentación. Las invitaciones ha-
llegada olía como un prado de mayo. Los que se paraban bituales, que tenían la rara afición a perderse sin dejar
a su lado se mareaban enseguida, porque el olor, asocia- huella, esta vez no bastaron. Ella en persona tuvo que lla-
do al fuerte desodorante que utilizaba debido al sudor mar por teléfono a todos los periodistas, reprimiendo la
abundante característico de las personas gruesas inclu- comprensible repugnancia que sentía hacia esa casta, y
so cuando no hace calor, resultaba mareante. La suerte rogarles con voz excesivamente amable que no dejaran
era que no había más presentador que él. Difícilmente de acudir al acto, si era posible, con puntualidad. Des-
hubiera soportado otra persona estar sentada aliado del pués, la invitación se repitió, por si acaso, con el mismo
director editorial sin recurrir a la respiración artificial. tono el día de la presentación. No sin razón: la capaci-
El servicio también en esa ocasión fue excepcional. dad de olvidar y de distraerse de los periodistas era des-
Ante todo se adquirió tanto café que incluso se pudo ofre- de siempre proverbial. Más de la mitad ni siquiera se
cer al público. La secretaria con alivio y gratitud aceptó acordaba de la llamada anterior.
la sorprendente y razonable sugerencia del director edi- Al final, tanta insistencia mereció la pena. Casi todos
torial de que para este acto especial se la liberara de la los invitados se presentaron en la librería, y en punto, lo
obligación de preparar café. Si no hubieran contratado que era una auténtica sorpresa. A este celo contribuyó la
-
circunstancia de que el acto empezó media hora más tar- a acordar de todos los autores~, por lo que ahora le cos-
de, pero no tanto gracias a la astuta previsión del editor, taba bastante adivinar quién del pequeño grupo de pa-
como a la aglomeración de público delante del baño cuan- rientes y amigos emperifollados era el eminente escritor
do corrió la voz de que había café gratis. Y sin limita- de El espíritu podrido del monasterio.
ciones. La demanda por un instante escapó a cualquier Finalmente la famosa intuición femenina la ayudó a
control, de modo que se tuvo que pedir refuerzos al res- decidirse correctamente entre varios jóvenes parecidos
taurante en forma de otra camarera. y atildados que una hora antes de la presentación se mo-
Esta buena noticia se extendió pronto fuera de la vían con agilidad junto a los expositores, mirando a la
librería, de manera que al final el local se llenó hasta gente por encima del hombro. Solo podía ser el del chal
los topes. Había gente que rara vez iba a una presen- de seda largo y blanco alrededor del cuello.
190 tación, si es que iba, pero se fundió sin dificultad con Es verdaderamente increíble los sacrificios que están 191
el grupo de visitantes casuales, que se convirtió en un dispuestos a hacer los escritores solo para satisfacer su
grupo más numeroso que el de los parientes y amigos necesidad de mostrar el aspecto que ellos imaginan que
del autor. debe tener alguien que se dedica a su oficio. La capaci-
Un nuevo rumor contribuyó a la firme resolución de dad de sufrimiento femenina a causa de la moda no es
quedarse en el acto hasta el final aunque hubieran toma- nada en comparación con esto.
do varios cafés: el anuncio de que después de un corto Qué importa que el interior se parezca a una verdade-
discurso se repartiría una bebida alcohólica fuerte. Tam- ra sauna porque el aparato de aire acondicionado está de
bién sin límite. Pero solo a los que desde el principio es- nuevo estropeado, y los operarios de la empresa de man-
tuvieran dentro. Como prueba de que esa esperanza se tenimiento justo ahora, en medio de una ola de calor, es-
cumpliría estaba la botella sin abrir con unas copitas en tén otra vez en huelga. Hace dos meses que no han reci-
una mesa aparte, y los enterados afirmaban a media voz bido el plus de comida caliente y, debido a que por su
que en el baño habían visto una caja entera de la poción profesión están constantemente expuestos al frío, peli-
benefactora. gra seriamente su salud. Si el autor está convencido de
La única persona en la librería cuyas expectativas al que sin el chal blanco no puede aparecer en público, des-
principio de la reunión no se vieron cumplidas era el es- de luego no lo va disuadir la insignificante circunstan-
critor. Naturalmente, también él, como estrella de la no- cia de que la temperatura ha superado ya por unas cen-
che, cuya obra se promocionaba solemnemente, se ha- tésimas los cuarenta y tres grados. Y eso en rincones de
bía vestido de gala, de modo que la secretaria a duras sombra de la librería.
penas lo reconoció. Es cierto que, después del primer y Aunque nunca antes ha asistido a una presentación,
único encuentro con motivo de la entrega del manuscri- el escritor ha considerado que por alguna razón tiene
to, él casi se había borrado de su memoria ~quién se iba asegurado un lugar en el estrado. Es lo único que le pa-
rece natural. De todos modos se esperará que él hable. dría ser, pero tenía pinta de ser un representante de la
Bueno, tal vez no le pedirán que interprete su propia organización, quizá el moderador, así que se le acercó,
obra, aunque no le importaría, en este sentido todavía aunque no demasiado. Lo mantuvo a cierta distancia, con
desconfía de los críticos, a pesar de que las tapas del El la fuerza del mismo polo magnético, un intenso olor de
espíritu podrido del monasterio muestran elocuentemen- violetas o de algún pesado desodorante en el que el oxí-
te que goza de su apoyo incondicional. geno estaba completamente diluido.
Seguramente tendrá que leer algún párrafo. Por lo de- Pugnando por no atragantarse como le había ocurri-
más, ha practicado durante días. Delante del espejo, por do cuando visitó a la secretaria, lo que le estropearía la
supuesto. Incluso durante un breve periodo de tiempo intervención porque en su caso estos ataques de tos po-
acarició la idea de tomar unas clases de interpretación o dían durar hasta media hora, consiguió de algún modo
presentarse con voz carrasposa, a pesar de que le pare- 193
192 por lo menos de dicción para la ocasión, pero resulta que
durante el verano es difícil encontrar profesores de es- cía inapropiado porque se sobreentendía que todo el
tas materias. Esta estación del año es para ellos tempo- mundo debería reconocerlo. ¿A quién iban a reconocer
rada muerta, todos se han marchado de vacaciones, por si no en esa ocasión? Luego preguntó dónde debía colo-
lo que no le quedó más remedio que confiar en sus pro- carse. La duda estaba justificada porque delante del
pias fuerzas. micrófono solo había una silla, y la gruesa figura de mo-
Pensaba que alguien lo invitaría al estrado, probable- rado acababa de sentarse en ella, produciendo un desa-
mente la secretaria, que, además, era la única que lo co- gradable crujido.
nocía, si excluimos al agente literario que no forma par- El hombre lo miró un momento, desconcertado, como
te de la organización del acto. Pero lo único que recibe si no entendiera lo que le preguntaba, y luego le respon-
de ella es una mirada ceñuda aderezada con un levanta- dió con un tono un poco impaciente que se sentase don-
miento de cejas, que le desconcierta. ¿Qué habrá visto en de quisiera, pero que lo hiciera rápido, la presentación
él que le ha parecido tan inapropiado? A la cabeza le vie- iba a empezar, ya llevaban bastante retraso. El escritor lo
ne inevitablemente lo primero que piensan los hombres contempló unos instantes parpadeando, sin entender
cuando se encuentran con semejante mirada femenina nada, y luego, al no ocurrírsele nada mejor, se dio la vuel-
de reproche: ¿llevaré la bragueta abierta? Por suerte, una ta y buscó una silla libre entre el público. -
comprobación rápida y no demasiado discreta aparta este Por desgracia, debido al inesperado interés que el acto
miedo. había provocado, todos los sitios estaban ocupados, los
Pero ya no le queda tiempo para adivinanzas, porque pasillos entre los expositores estaban atestados de gen-
precisamente en este instante se acerca a la tribuna un te de pie, en algunos casos incluso se apretujaban como
hombre grueso y sudoroso, vestido completamente de si estuvieran en un autobús municipal abarrotado, así
morado. El escritor no tenía una idea clara de quién po- que al autor no le quedó más remedio que alejarse bas-
tante del estrado, hasta el baño-kitchenette, el único lu- uno se dirige a la opinión pública, y más cuando hace
gar donde aún no había aglomeración a causa del calor calor ...
adicional que despedían los hornillos encendidos en los -No tanto por sus propias virtudes, que son, ya se
que se seguía preparando café. sabe, incuestionables. Además, la crítica ha expresado ya
Si al escritor lo embargó la sensación de humillación su juicio favorable, incluso halagador, y asimismo ha sido
por el lugar donde se encontraba, encontró cierto con- galardonado con un prestigioso premio literario.
suelo en la circunstancia de que, incluso con los incon- En el barullo generalizado relacionado con los prepa-
venientes, allí, al menos, estaba a resguardo de aquel ho- rativos de este encuentro faltó tiempo para dedicarlo a
rrible olor que le había producido una áspera irritación los detalles, y se le olvidó memorizar por cuál de los pre-
en la parte superior de la garganta. mios se había decidido la secretaria. Es cierto que tam-
bién eso figura en la portada, pero un instante antes no 195
194 Por fin desaparecieron los obstáculos y la cosa pudo
comenzar. El director editorial golpeó con un dedo el mi- se había fijado en este dato, y no sería conveniente sa-
crófono para comprobar si estaba encendido, se aflojó carlo ahora de nuevo solo por ese motivo. Además, no
un poco el nudo de la corbata verde con lunares amari- tenía ninguna importancia. De todos modos, la obra pron-
llos para facilitarse la respiración y empezó: to dejaría de ser el tema.
-¡Estimados invitados! El libro por el que nos hemos -¡Ante todo, El espíritu podrido del monasterio será
reunido en un número tan memorable y con este tiem- recordado por ser el último libro que ha publicado esta
po tan caluroso ... editorial!
En este punto se detuvo, trataba de acordarse del tí- La primera fila, la de los periodistas, que gozaba del
tulo, pero como no lo lograba, introdujo la mano en el privilegio de que los refrescara un ruidoso ventilador, se
ancho bolsillo de su chaqueta, sacó de allí un ejemplar, inquietó al oír este anuncio, despertando de su somno-
echó un vistazo a la portada, lo mostró durante un ins- lienta distracción. Aquí, al contrario de lo que esperaban,
tante, sonriendo, hacia los asistentes, y luego lo volvió a aún podía haber algo interesante. Nada llama tanto
guardar en el bolsillo para continuar: la atención en la sección de cultura como la noticia de la
- ... El espíritu podrido del monasterio, de nuestro jo- quiebra de un editor. Si además la noticia está acompa-
ven autor -lo buscó con la mirada, pero no consiguió ñada de algún escándalo, si es posible con un pequeño
verlo porque el baño estaba a su espalda-, es una pu- derramamiento de sangre, no tiene que tratarse obliga-
blicación muy importante, incluso podría decirse que toriamente de un asesinato, el artículo podría incluso
histórica, de nuestra casa. ocupar los titulares.
La nueva pausa que vino a continuación estaba cal- Por desgracia, como si hubiera leído sus pensamien-
culada para aumentar la tensión dramática. Siempre tos, el director editorial se apresuró a disipar inmediata-
hay que tener en cuenta los efectos retóricos cuando mente sus vanas esperanzas.

-No, no teman. No me retiro del negocio, como po- -¡El libro, naturalmente!-la explicación iluminado-
dría haberse sospechado en un primer instante. Justo lo ra del director editorial sobrevino después de una opor-
contrario. ¡A modo de pioneros abrimos un nuevo capí- tuna vacilación retórica.
tulo en la historia editorial! »¿Y qué es básicamente un libro? -Hizo un gesto
Las caras de los periodistas en el acto expresaron aflic- amplio con el brazo señalando los estantes llenos de todo
ción. Muy bien por los nuevos capítulos y la historia edi- tipo de libros.
torial, pero no es una noticia que llame la atención ni por >>Nada más que un depósito para la palabra escrita.
un solo instante. Un escándalo es un escándalo. Eso es Dicho rudamente, pero con imágenes, una caja que con-
lo que les gusta a los lectores, sobre todo en verano, mien- tiene un texto. Un embalaje. Tal vez a algún alma sensi-
tras están tumbados en la playa. ble eso le sonará a sacrilegio, incluso a blasfemia, pero
196 Pero el director editorial no permitió que este abati- alguien como yo, que se dedica a hacer libros, ni tiene ni 197
miento del séptimo poder le hiciera vacilar. Continuó con debe tener al respecto ningún tipo de ilusiones.
coraje, como correspondía a semejante ocasión. El director editorial aguantó estoicamente algunas mi-
-Hay que ir al paso con los nuevos tiempos. Nos en- radas de sospecha, e incluso de reproche que le lanzaban
contramos en el mismo umbral del tercer milenio. Ama- desde la parte mejor vestida del auditorio, evidentemen-
nece una nueva era, ¿acaso solo los editores deben en- te no preparada para un cambio de este tipo.
trar en ella vestidos con la ropa vieja? ¿En un formato -Es inevitable preguntarse si la caja es la mejor solu-
que básicamente no ha cambiado desde hace más de qui- ción que se nos ofrece. ¿Tiene quizá algún defecto?
nientos años? El orador, para impresionar, esperó unos instantes,
»Tal vez alguien en este lugar alegará: si durante tan- aunque estaba claro que nadie le contestaría.
:¡¡
i to tiempo algo no cambia, ¿acaso no es eso la mejor prue- -Los tiene, por supuesto -respondió finalmente él
ba de que está bien pensado y de que por lo tanto no mismo a su pregunta-. Y muchos. El peor es el mate-
Il debe cambiar? rial del que está hecha: el papel.
>>Pero ¿realmente las cosas son así? ¿Está todo en el »De veras, ¿existe algo tan frágil, tan poco duradero
mundo editorial tan bien organizado para que no pueda e inconsistente como es el papel? Es difícil encontrar-
mejorarse? Reconsideremos primero sus fundamentos. le un competidor. Por lo demás, convénzanse ustedes
»¿Cuál es la unidad básica de la edición? mismos.
La pregunta no estaba dirigida a nadie en especial, En ese instante se llevó de nuevo la mano al bolsillo
pero como el director editorial, al pronunciarla, miraba y sacó el ejemplar del El espíritu podrido del monasterio.
hacia la parte del público que se amontonaba entre dos Ante la sorpresa de todos los presentes, e incluso entre
expositores, varias personas se encogieron de hombros algún grito de horror, cogió una hoja y la arrancó con un
confesando que sinceramente no tenían ni idea. ligero movimiento.
-Ya lo ven. ¿Acaso esto -empezó agitar la hoja arran- y que podía servir como una introducción apropiada
cada y el ruido del papel rasgaba el aire-' debe desafiar a la parte informal del acto que se esperaba con impa-
el paso del tiempo? Incluso si no es la eternidad, con la Ciencia.
que indudablemente cuenta el autor, y con razón, no le -Naturalmente, los libros podrían hacerse de un pa-
interesa nada más corto que la duración de una vida hu- pel de más calidad. Nadie lo niega. Durarían más, aun-
mana normal, que es lo que esperan los clientes y está que siempre menos de lo deseable. Pero no es este el peor
justificado, ¿Acaso invertirán el dinero en algo que ni si- de los males del papel. ¿Se han preguntado alguna vez
quiera puede sobrevivirles a ellos mismos? cuántos árboles hay que cortar para hacer una tirada,
>>Y que no lo hará, se lo garantizo yo. Pueden apo- aunque sea muy pequeña, muy modesta?
yarse completamente en mi rica experiencia. Lo que La pregunta se planteó con voz acusadora, de modo
I98 mejor conozco en este mundo es el libro. Lo hago yo que aquellos sobre los que había planeado la mirada en- I99
mismo, además. A duras penas logrará sobrepasar un colerizada del director editorial inclinaron la cabeza ins-
año sin que todas las páginas se pongan amarillas y tintivamente y bajaron los ojos, aunque no entendían
marchitas. Un año más, y las portadas empalidecerán muy bien qué culpa tenían ellos.
y se desgastarán, y luego se despegará. Al terminar el -Yo se lo voy a decir, si no lo han oído ya. ¡Un peque-
tercer año, la encuadernación se habrá dado de sí y se ño bosque entero!
deshará, y nada mantendrá las hojas juntas, y por lo Se detuvo para que las palabras resonaran con toda
tanto no habrá razón alguna para que a los restos los su gravedad en la esquina más lejana de la librería cual
llamemos libro. nefasto vaticinio.
Para ilustrar de manera más convincente el horrible -Y los bosques, como bien sabemos, son la única
destino, el director editorial continuó descuartizando con fuente de oxígeno en este planeta. Todo árbol abatido
gestos teatrales El fantasma podrido del monasterio. Como significa menos aire para nosotros ahora y para las ge-
en una película a cámara rápida, el ejemplar quedó pri- neraciones posteriores. Puede decirse que la aparición
mero sin tapas; luego, de la encuadernación empezaron de un libro es un paso más en el camino que conduce
a saltar hojas, tapizando el suelo alrededor de donde es- hacia una catástrofe ecológica inexorable. Y nosotros
taba sentado el orador. Después de tirar la última resu- durante cientos de años publicamos libros obsesiva-
miendo así tres años en medio minuto, el director edito- mente, sin tener en cuenta las consecuencias, y es en
rial sacudió las manos con una 'visible expresión de la era moderna cuando más desconsiderados nos he-
repugnancia en el rostro. mos vuelto. Editores e impresores se han multiplicado
El público acogió esta demostración de dos maneras. hasta lo indecible, y se tala todo lo vivo para saciar su
Una pequeña parte se quedó muda de asombro, mien- hambre implacable de papel. Tras ellos quedan mon-
tras que la otra, la mayoría, encontró el asunto divertido tes pelados y desiertos igual que tras las termitas. Y
cuando tengamos que pagar la factura, y la tendremos caja. En ella cabe una cantidad de texto muy reducida, a
que pagar, sin duda alguna, entonces nos tiraremos de pesar de que es voluminosa e incómoda. Bastan unas
los pelos. mil páginas para que se infle y pese sobremanera, inclu-
En la parte más concienzuda del auditorio se produ- so podría servir como arma blanca. Aunque tal vez el
jo una agitación evidente. Nadie, por supuesto, presen· gran público no lo sepa, es cierto que se han dado casos
tía que la situación fuera tan seria, que la desgracia es· de asesinato con un libro.
tuviera a las puertas. Tenían que haber sido avisados a El director editorial, en un momento de inspiración,
tiempo para poder emprender algo que evitara la catás· pensó coger un tomo grande y duro de la estantería cer·
trofe. Quizá habrían podido dejar de leer, si no quedaba cana -una historia del arte ilustrada, por ejemplo; son
otro remedio. La escena de los numerosos libros que col· las más apropiadas para este fin- y enseñar con ayuda
200 gaban encima de ellos en las altas estanterías de pronto de un voluntario, quizá precisamente del autor del El es· 20!
les parecía como un presagio amenazador y la señal de píritu podrido del monasterio, cómo se puede asesinar a
un mundo futuro en el que la gente abriría en vano la alguien con un libro sin mucho esfuerzo.
boca para respirar un poco de aire, indefensos como los Pero para que este número surtiese efecto, debería
peces en tierra seca. haberse ensayado un poco, sobre todo la caída de la víc·
A diferencia de estos, la parte más relajada del públi· tima golpeada con el libro en la cabeza. No obstante,
co recibió la revelación sin inmutarse. Para ellos no era como no había habido ocasión de ensayar, era aconse·
nada nuevo. Tenían claro desde hacía tiempo que se acer· jable desistir de todo el asunto y evitar cualquier des·
caba el gran desastre, y no solo el mencionado sino mu· gracia imprevisible. Además, quién sabe cómo lo reci·
chos otros y mucho peores. El cataclismo estaba ya en biría el público. Primero rompes el libro y luego matas
marcha y no se podía hacer nada para evitarlo, por lo tan· al autor, aunque solo sea una farsa. No es lo más ade-
to, para qué amargase los últimos días calentándose la cuado.
cabeza con unos bosques perdidos y el oxígeno. ¡Como -Mientras que el mundo entero se dirige hacia la mi·
si esto importase algo! Hay que disfrutar de lo que que· niaturización, y en espacios cada vez más pequeños se
da. Y a ver si los discursitos se acababan ya, se habían colocan cada vez mayores cantidades de objetos, en el
prolongado demasiado, y por fin todo el mundo se diver· caso del libro esto es imposible. Es cierto, podríamos ha·
tía y refrescaba un poco. Hacía calor, especialmente allí cer libros diminutos, no más grandes que una uña, ya se
dentro. han hecho cosas así, pero solo como un pasatiempo ex·
Pero, por desgracia, el director editorial no tenía in· travagante, ¿quién estaría dispuesto a leerlos? La gente
tención de terminar su exposición. tiene cada vez peor vista, de cada dos personas una lle·
-El material del que está hecho el libro no es su úni· va gafas, e incluso cuando en libros normales ponemos
co defecto. Tampoco es mucho mejor la capacidad de la una letra más reducida, nos inundan con quejas. Hay que
decir las cosas como son, nadie quiere us<¡~r la lupa. Como te había estado el libro, y de allí sacó un objeto pequeño
si tuviera la peste. No, por ese camino no se avanza. que el público no podía ver porque lo tapaba con su grue-
El suspiro profundo que se le escapó al director edi- sa mano. Luego sonrió significativa y calculadoramente.
torial en este momento tenía que subrayar adicionalmen- Fue el anuncio adecuado para lo que vino a continuación.
te la inexorabilidad de su anterior conclusión. -¡Naturalmente que existe! Y además: ¡qué alterna-
-El libro como depósito del texto es evidentemente tiva! ¡Un milagroso vástago de la tecnología punta, un
un callejón sin salida. Ya no nos sirven más mejoras ni verdadero mensajero de los tiempos que nos aguardan!
arreglos. Tenemos que resignarnos con este hecho, por El director editorial se detuvo de nuevo, pero esta vez
muy frustrante que nos parezca. Necesitamos una caja por menos tiempo, justo lo necesario para que la procla-
completamente nueva que no arrastre los defectos de la mación histórica estuviera adecuadamente enmarcada.
202 anterior. La cuestión clave es: ¿existe una caja así? ¿Exis- -¿Cuáles son las ventajas de este poderoso herede- 203
te una alternativa al libro? ro del libro? Ante todo, no es de papel. El material del
En este punto era inevitable una pausa. Como hombre que se compone es un tipo especial de plástico cuya dura-
al que la naturaleza había dotado con el don de la elo- bilidad es prácticamente ilimitada. En todo caso, los fu-
cuencia, el director editorial sabía muy bien que en los turos compradores de este producto pueden estar tran-
momentos especiales un silencio es más expresivo que quilos: les va a sobrevivir seguramente, por muy longevos
cualquier cosa que pudiera decirse. La prueba fehacien- que piensen ser. Es muy probable que a los autores tam-
te de ello no provino tanto de la parte más concentrada bién los satisfaga, aunque, por razones comprensibles,
de los asistentes, para los que era normal ser todo oídos aún no se ha realizado un ensayo que abarque la eter-
y aguardar febriles la continuación, como de las filas de nidad.
los visitantes casuales, y de los periodistas, que hasta ese >>Además, el objeto está hecho de una pieza, así que no
instante estaban dedicados a mirar absortos hacia delan- tiene tapas ni hojas ni encuadernación, y por lo tanto
te, a dormitar de forma más o menos silenciosa, a char- no puede ponerse amarillo, ni marchitarse, ni empalide-
lar discretamente con sus vecinos o a estar sumidos en cer, ni desgastarse, ni despegarse, ni descoserse, ni des-
sus propios pensamientos. Un número sorprendentemen- componerse. Asimismo, es resistente a la acción de mu-
te grande de ellos se espabiló al darse cuenta del silencio chos de los enemigos del libro, en primer lugar de la
que de repente se había adueñado del local y, confusos, humedad y del agua en general. Si les apetece, pueden te-
se fijaron en el orador, preguntándose por qué no había nerlo todo el tiempo en un jarrón con flores, no se estro-
aplausos si el discurso había terminado. peará. Cuando quieran utilizarlo; solo tendrán que secar-
Antes de proseguir, el director editorial introdujo pri- lo un poco con un paño, y ya está listo para funcionar.
mero con un gesto imperceptible la mano en el bolsillo >>Ni siquiera el calor puede perjudicarlo, hasta cierto
de su chaqueta, pero no en el mismo donde anteriormen- punto, claro está. En todo caso, la temperatura en la que
este plástico empieza a deformarse y a fundirse es muy -Y para terminar, aunque de ningún modo en últi-
superior a la del papel cuando se le prende fuego. mo lugar, hay que mencionar la capacidad de este úni-
>>El único peligro real que amenaza a este nuevo in- co almacén de información. Aunque de menor tamaño
vento es una agresión mecánica. Si lo ponen bajo una que un libro mediano, puede almacenar literalmente
apisonadora de vapor, por ejemplo, o lo golpean con un cientos de tomos. Incluso miles, si no son demasiado vo-
martillo o lo exponen a la acción de torno de un dentis- luminosos. ¡Toda una biblioteca le cabe ahora en un solo
ta, seguramente se rompería, pero¿ acaso otra cosa aguan- bolsillo!
taría una agresión semejante? Además, de los usuarios Con la mano libre el director editorial dio unos gol-
instruidos posteriores de este milagro de la ciencia no se pecitos en el bolsillo vacío, que era tan grande que den-
espera de ningún modo el comportamiento vándalo tan tro cabía una enciclopedia pequeña. Probablemente
204 característico de los hombres de la Era del Libro. Segu- para este fin le hubiera servido mejor si su bolsillo hu- 205
ramente se habrán vuelto más razonables y nobles en- biera sido más pequeño, pero uno no puede preverlo
tretanto. todo.
El tono ligeramente reprobatorio con el que fue pro- -Ya no hay necesidad de contenerse y reprimirse.
nunciada la última frase indujo a varias cabezas respe- Los escritores pueden escribir a sus anchas. Ni los más
tuosas del público, aunque involuntariamente, a asentir prolíficos entre ellos, ni siquiera los maniáticos de la es-
con la cabeza en señal de aprobación. critura, lograrán a lo largo de su vida llenar una buena
-Y por fin, ¡piensen ustedes en todos los árboles parte de este nuevo medio. Además, toda su obra se en-
desprotegidos e inocentes que se librarán del horrible des- contrará reunida en un solo lugar. Se cumple el sueño de
tino de acabar como efímeras hojas de papel entre unas todo autor: reunir enseguida sus obras completas.
tapas! ¡Piensen en todo el oxígeno valioso que estos »Y qué ahorro y beneficios para los dueños de las bi-
árboles tendrán ocasión de producir para nosotros y bliotecas. Ya no tendrán que gastarse el dinero en la com-
los que vendrán después de nosotros! ¡Piensen que pra de enormes estanterías, de pared a pared y del suelo
muy pronto, solo gracias a que no habrá más libros, po- hasta el techo. Todo lo que necesitarán será una humilde
drán de nuevo respirar libremente y con los pulmones estantería. Y qué poco les costará limpiar el polvo en com-
llenos! paración con los libros impresos. También, durante las
Para dar un ejemplo, el director editorial aspiró y res- mudanzas, les bastará una bolsa de tamaño medio para
piró profundamente. Él mismo se sorprendió del efecto llevarse todo, incluso un niño podría cargar con ella, y no
benévolo que tuvo inmediatamente: de alguna manera como hasta áhora, innumerables· cajas de cartón, acarreán-
le pareció que se encontraba de repente en un campo cu- dolas y baldados bajo el peso, todo el mundo sabe que los
bierto de violetas. No se había podido imaginar que la libros pesan más que un muerto. En realidad, a uno casi
autosugestión pudiera ser tan convincente. le apetece que le toque alguna desgracia (un incendio, una
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inundación o al menos el exilio) solo para tener el gusto de repente la extraña sensación de que, en realidad, no
de poder realizar una evacuación rápida y' eficaz. Nada se estaba allí, en una librería insignificante, sino que acaba
estropearía, ni se perdería, como ocurría antes inevitable- de bajar de un monte alto, y de que aquello que mostra-
mente en catástrofes similares. El dicho de "llevar la casa ba a sus compatriotas eran unas losas de piedra con unas
a cuestas" sería una realidad. La vida luego podría conti- inscripciones de incalculable valor.
nuarse tranquilamente en otro lugar, como si no hubiera Embargado por un comprensible entusiasmo, gritó
ocurrido nada. Un verdadero placer. con una voz profunda y profética:
El director editorial se detuvo. Sin duda alguna él po- -¡Señoras y señores, el libro ha muerto, viva el CD-
dría hablar más de este tema, justo había calentado mo- ROM!
tores, estaba entusiasmado, no es poca cosa ser el guía
206 de una revolución editorial. Pero el calor era realmente 207

insoportable, estaba empapado, la camisa se le había pe-


gado al cuerpo, incluso la chaqueta empezaba a estar hú-
meda. ¿Es que nadie podía reparar ese maldito aparato
de aire acondicionado? Bueno, seguramente habría más
y mejores ocasiones, aquello solo era el comienzo. Por lo
demás, uno debe a veces sufrir un poco. El camino has-
ta las estrellas está lleno de espinas.
Lentamente levantó la mano con el objeto que hace
unos instantes había sacado del bolsillo. La mayoría de
las miradas sensatas en la sala se clavaron en un peque-
ño disco en cuya superficie bailaban destellos plateados,
dispersándose en algunos lugares en el completo espec-
tro del arco iris.
-¡Respetable publico, he aquí, por fin, el invento que
representa la garantía y esperanza del nuevo mundo edi-
torial! ¡He aquí los cimientos sobre los que se construi-
rá la milagrosa edificación de toda'la cultura del nuevo
milenio!
Empezó a mover despacio la mano levantada, para
que todos pudieran ver bien el disco reluciente. Mien-
tras lo hacía, en el silencio sórdido y ceremonioso, tuvo

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