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El arresto de Pinochet y la reorganización del exilio chileno: el rudo

despertar de la memoria de los exiliados de Francia.

Manuel Gárate Chateau


Doctor en Historia EHESS, Paris
Universidad Alberto Hurtado

Introducción

El día 16 de octubre de 1998 será una jornada difícilmente olvidable para Chile y para
las comunidades de ex refugiados políticos chilenos. Por primera vez el general Augusto
Pinochet Ugarte, dictador durante 17 años (1973-1990) y senador vitalicio de la negociada
transición democrática chilena, enfrentaba a una corte de justicia por cargos de secuestro,
torturas y desaparición de personas. Lo impensable ocurría sin que ningún actor nacional o
internacional lo hubiera previsto ni es su más afiebrada imaginación. El hombre que había
gobernado Chile con mano de hierro, y que además lo había sometido a la transformación
socioeconómica más radical de su historia, aparecía como un débil anciano en manos de una
infinidad de actores políticos y judiciales que dieron a este caso una dimensión internacional.
Un verdadero accidente de la historia habría, por primera vez, la posibilidad de juzgar a un ex
jefe de Estado por delitos cometidos durante su mandato en un tercer país.

Ilustración 1. Detención de Pinochet en Londres (fuente: Fundación


Salvador Allende)

Lo que se conoce desde entonces como el “Caso Pinochet”, constituye un ejemplo de


estudio y un hito respecto de la tesis de la extraterritorialidad de la justicia para crímenes
contra la humanidad en caso de guerra o represión a manos de agentes del Estado. Los

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diversos estudios en torno a este y otros casos similares han constituido un nuevo campo de
trabajo académico conocido como “Justicia Transicional”.

Sin embargo, aún se ha estudiado muy poco el papel de las comunidades de exiliados
chilenos en la organización de la estrategia de extradición y en la construcción de una causa
judicial en contra del ex dictador. El arresto de Pinochet en Londres tuvo también un efecto
aglutinador en comunidades que habían sufrido un desgaste natural de los años de exilio y las
rutinas propias de la adaptación a las sociedades de acogida. La noticia de la detención del ex
dictador impactó fuertemente a quienes desde hace años habían abandonado toda esperanza
de justicia y castigo a los responsables de violaciones a los derechos humanos ocurridas en
Chile y en el extranjero durante la década de 1970 y 1980. Pinochet había viajado al Reino
Unido por razones personales, entre las que se encontraba una vieja dolencia a la espalda que
se haría operar en una exclusiva clínica londinense. Aparte de eso, Pinochet había sido
invitado por la fábrica inglesa de armamento Royal Ordnance, con la cual hacía negocios
desde hace años, sin jamás imaginar que sus amigos de antaño, especialmente durante el
gobierno de Margaret Thatcher, ya no podían asegurar su inmunidad al ingresar en territorio
británico. Fue justamente esta oportunidad la que aprovecharon los querellantes españoles,
por requerimiento del juez Baltasar Garzón, para pedir la extradición de Pinochet y demandar
su juicio en España.

A los pocos días del arresto, ya estaba claro que se trataba de un caso extremadamente
complicado y con muchas aristas políticas. Por un lado estaba la justicia española que pedía
la extradición de Pinochet a contrapelo de la política diplomática del gobierno español,
conducido en aquellos años por José María Aznar. En segundo lugar estaba el gobierno
laborista inglés que no deseaba generar problemas con sus aliados europeos, pero tampoco
con Chile, al mismo tiempo que la extradición de Pinochet se le presentaba como una
posibilidad única de demostrar su compromiso con los derechos humanos y la justicia
internacional. Un tercer actor lo constituía el Estado chileno y su gobierno de centro-
izquierda, cuya política permanente fue exigir el retorno de Pinochet para ser juzgado en
Chile, rechazando de paso la extraterritorialidad de la justicia y reclamando el principio de
soberanía del derecho internacional. Por último, un cuarto actor lo constituyen justamente las
comunidades de chilenos en el exilio quienes no vacilaron en poner todos sus recursos
disponibles en favor de la extradición y el juicio de Pinochet en España. Para ello también
movilizaron a las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos, así

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como a otros gobiernos europeos que iniciaron sus propios procesos de extradición en contra
de Pinochet y de otros dictadores latinoamericanos del mismo periodo.

La organización de las comunidades en exilio, y con especial énfasis de aquellas


residentes en Francia, constituye un fenómeno interesante de investigar y relatar, pues con el
tiempo ha tomado la forma de un “lugar de memoria” y un hito que marca su identidad y la
de sus hijos al constituir una experiencia común con características épicas, si bien el resultado
final de todo el proceso no era el que ellos esperaban. Tal y como lo precisa la socióloga
Fanny Jedlicki:

“De esta manera, concurrimos, durante el “caso Pinochet”, a un verdadero


regreso de la memoria para los ex-refugiados chilenos y a una redefinición de
ésta en el caso de sus hijos, quienes al participar en una movilización activa,
buscan apropiarse de su herencia familiar.”1

El arresto del dictador y el despertar de la memoria

Las pocas horas que pasaron tras el arresto en Londres vio como Chile se dividía entre
partidarios y detractores de Augusto Pinochet. Lo impensable había pasado por una ironía de
la historia: Pinochet había viajado a un país que consideraba “amigo “ y aliado tras el apoyo
de la dictadura chilena a los militares británicos durante la Guerra de las Malvinas (1982); en
calidad de senador vitalicio, y además legitimado absolutamente por el sistema político
chileno y la mayor parte de sus adversarios. Pinochet era un actor político y sólo la
intervención de la justicia española puso fin a su carrera y a su influencia en un Chile
acostumbrado a negociar y convivir con el legado dictatorial.

Las comunidades de chilenos en Europa rápidamente comenzaron a organizarse y a


retomar contactos en un frenesí ni siquiera visto cuando Pinochet perdió el plebiscito de
1988. Los llamados telefónicos a todas horas de la noche fueron pan de cada día para estos
chilenos que veían por primera vez una posibilidad real de hacer justicia, y mejor aún, frente
a quien consideran el principal responsable de sus desdichas. Se los habían servido en
bandeja y no lo dejarían escapar, aunque tuviesen que mover cielo y tierra. Las
manifestaciones siguieron a las conferencias de prensa y a las reuniones en Londres para
coordinar las acciones de prensa, la presión política, la presencia permanente de un piquete en
las calles cerca del lugar de detención de Pinochet y frente a las cortes de justicia
1 Jedlicki, Fanny, “El caso Pinochet. Recomposiciones y apropiaciones de la memoria, Documento ILAS, p.1,
disponible en: http://www.ilas.cl/elcaso1.htm

3
londinenses, así como el apoyo a la estrategia judicial tendiente a lograr la extradición de
Pinochet e España. Todas estas acciones debían estar perfectamente coordinadas y actuando
al mismo tiempo en varios países.

Imagen 2: Piquete de Londres. (Fuente: Amnistía Internacional España)

En una época donde Internet daba todavía sus primeros, pasos, la prioridad la seguían
teniendo el teléfono, el fax y las ondas de radio. Cada decisión de la justicia inglesa era
celebrada o sufrida en reuniones comunes frente a las embajadas de Inglaterra o España, y
con un nivel de emoción pocas veces visto en reuniones de este tipo. Ni la euforia deportiva
había alcanzado nunca tales niveles de emocionalidad. Una mezcla de alegría y revancha
reinaba entre estos chilenos, al mismo tiempo que el dolor de la memoria afloraba después de
año de silencio y resignación. El representante de todos sus dolores y sufrimientos estaba en
Europa, inerme, debilitado, enfrentado a sus demonios y sin las infinitas capas de protección
de las que siempre se había beneficiado en Chile. Ni su poder ni su influencia podían mermar
la voluntad de los exiliados de llevar a Pinochet ante la justicia española y sobre todo ante el
tribunal de la historia.

Esta memoria del exilio surge entonces de manera inesperada y violenta, poniendo en
tensión la necesidad del recuerdo con aquella del olvido ante los traumas del pasado. Para
movilizarse había que recordar, verbalizar, hacer público, registrar e incluso denunciar
aquello que muchas veces se guardaba como secreto incluso antes los seres más queridos. El
dolor del exilio, la tortura, la pérdida de amigos y compañeros volvía a la superficie para
juzgar al ex dictador, pero no sin dejar daños colaterales de por medio. No son pocos los
casos de personas que dejaron durante semanas sus trabajos y familias para movilizar todos
sus recursos y partir a Londres a luchar “por la causa”. Otros que pocas veces o nunca

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participaban de las actividades asociativas del exilio, se vieron impelidos internamente a
tomar posición y movilizarse para impedir el retorno de Pinochet a Chile.

Pinochet universal

Y si hoy sabemos que la memoria es un proceso dinámico de reconstitución


permanente del pasado en el presente, la presencia de Augusto Pinochet en Europa no podía
sino que generar una ola de recuerdos y una suerte de reactivación memorial, pero ahora con
alcances internacionales. No debemos olvidar el carácter universal de la figura de Pinochet
desde el mismo día del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. La muerte trágica del
Presidente Allende, el bombardeo de La Moneda y la dura represión subsecuente hicieron de
la dictadura chilena el modelo de la represión militarista de los años 1970, y a Pinochet el
máximo representante del mal y de los dictadores del periodo. La espectacularidad del Golpe
de Estado, las imágenes que recorrieron el mundo y la idea de socialismo democrático
destruido a sangre y fuego, marcaron la dictadura chilena y, en particular, a su hombre fuerte.
Pinochet se había transformado entonces en el villano ideal y el epítome de la represión a las
izquierdas latinoamericanas (tanto revolucionarias como socialdemócratas) de la época. La
imagen del general con lentes oscuros, tomada por Chas Gerretsen el 18 de septiembre de
1973, renació con aún más fuerza en 1998, a lo que sumaba la caricatura de prensa que
resumía magníficamente la imagen del que le mundo se había hecho de Pinochet.

Imagen 3: Fotografía de Chas Imagen 4: Caricatura de Pinochet aparecida en el New York Times, 20 de
Gerretsen (19-09-1973) octubre de 1998.

5
El marco social de re-significación de la memoria en exilio lo constituye, en primer
lugar, la familia, donde se transmite la memoria de una generación a otra, aunque cargada de
silencios, vacíos e idealizaciones. Son los hijos de los exiliados quienes con el tiempo
construyen sus propios relatos identitarios a partir de las experiencias compartidas, pero
también respecto del contraste con otros relatos de pares o incluso de personas que no han
compartido la experiencia del exilio. El segundo marco social de re-significación de la
memoria está dado por la comunidad y sus espacios de sociabilidad: asociaciones culturales,
clubes deportivos, agrupaciones políticas, etc. A los hitos originarios de la Unidad Popular, el
Golpe de Estado, el fin de la dictadura y el exilio, ahora se sumaba el arresto en Londres
como un cuarto hito fundacional de la memoria del exilio, pero también como un evento que
permitió superar muchas diferencias del pasado y confederar a muchas asociaciones en pos
de un objetivo común: que Pinochet fuese juzgado en Europa.

Los acontecimientos el 16 de octubre de 1998 abrieron un nuevo capítulo en la


historia del exilio chileno. Por primera vez las más altas autoridades europeas, incluyendo a
los Lords de la Justicia Británica reconocían públicamente el carácter ampliamente represivo
de la dictadura chilena, así como la historia de los exiliados chilenos. Al mismo tiempo, los
defensores del dictador debieron reconocer ciertos crímenes para alegar la inmunidad
soberana, poniendo de manifiesto lo que siempre había sido negado. La estrategia de la
defensa no negaba lo evidente, sino que se refugiaba en la soberanía estatal para demandar el
regreso de Pinochet a Londres. Este hecho fue de gran importancia para las comunidades del
exilio, pues reconocía, al menos en parte, la versión de los hechos que durante años habían
relatado los exiliados a sus propias familias y amigos.

De la derrota a la justicia: un camino de reivindicación identitaria

La investigadora y socióloga Fanny Jedlicki ha definido este fenómeno como una


suerte de “alivio” para toda una generación que fue acusada de urdir mentiras en contra de
Chile al mismo tiempo que huían del país que decían amar. Por fin podían expulsar esos
sentimientos de derrota y culpabilidad y considerarse actores de una lucha que no había
terminado. La vergüenza recaería ahora en el gobierno de Chile y en aquellos que pedían el
regreso del dictador por razones de soberanía o de humanidad, aludiendo a los pactos de la

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transición democrática y a la supuesta posibilidad de la justicia chilena de juzgar al ex
dictador. Los papeles se invertían. El caso Pinochet era la posibilidad de salir del oprobio y
mostrarse ante los suyos y cercanos como luchadores de una causa mundial: los derechos
humanos.

“Aquellos que durante tanto tiempo fueron aplastados por el discurso insultante
del ex dictador, y que todos pensaban intocable, regresan a la escena
internacional y aparecen como los actores de una lucha ejemplar”.2
Los testimonios que tantas veces habían quedado archivados en organizaciones de
defensa de los Derechos Humanos, parecían tomar nueva fuerza como argumentos y pruebas
en contra de la estrategia de la defensa jurídica de Pinochet. A los sentimientos de justicia y
verdad, se sumaban también gritos de odio y revancha, como si la memoria del exilio tantas
veces reprimida, se hubiese convertido súbitamente en la reivindicación de una palabra
pública que necesitaba ser expresada. Esto toma aún más fuerza cuando muchos de los
exiliados decidieron no regresar a Chile o volver a sus países de acogida tras vivir la
incomprensión y la indiferencia de un país muy diferente al que dejaron por la fuerza. El
Chile de la transición democrática les parecía ajeno, mediocre e incluso incomprensible
cuando gobiernos que se decían de centro-izquierda hacían lo imposible por lograr el retorno
de Pinochet. La razón de Estado alejaba aún más a estos chilenos de Chile, pero también los
despertaba de la idea de un Chile imaginado que había desaparecido o quizás jamás existido.

La movilización permanente y, a veces, frenética se convirtió en la forma de vida de


muchos de los chilenos exiliados que comenzaron a circular entre Londres y Paris, aunque las
movilizaciones también se realizaban en distintas capitales europeas. La lucha contra la
impunidad adquirió los rasgos de una batalla por la memoria y los corazones, siguiendo de la
expresión de Steve Stern sobre las luchas memoriales en la historia reciente de Chile 3. Las
reuniones y manifestaciones se multiplican retomando los viejos usos de la experiencia
política de la Unidad Popular, así como de los primeros años del exilio. Las formas del
discurso, la retórica y los llamados a la acción dan cuenta de un pasado que se reactiva ya no
como derrota, sino como posibilidad abierta al futuro. El entusiasmo desbordante esconde, no
pocas veces, las dificultades de un proceso de extradición que estará contaminado
permanentemente de componentes extrajudiciales tanto políticos como diplomáticos. Ello no

2 Jedlicki, Fanny, « Les exilés chiliens et l’affaire Pinochet. Retour et transmission de la mémoire », Cahiers de
l’Urmis [En ligne], 7 | juin 2001, párrafo 28.
3 Stern, Steve, Luchando por mentes y corazones, las batallas de la memoria en el Chile de Pinochet. Libro Dos
de la trilogía La caja de la memoria del Chile de Pinochet, Ediciones UDP, Santiago de Chile, 2013.

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impide, sin embargo, que las comunidades de exiliados expresen su confianza en que: “esta
vez sí se hará justicia”.

Como bien lo ha expresado Fanny Jedlicki, la mayor parte de los exiliados se


encontraban hacia 1998, y justo antes del arresto de Pinochet en Londres, en una etapa que
define como de “post-exilio”, es decir, ya superados los traumas de la instalación y de la
aculturación en las sociedades de acogida; en general integrados social y laboralmente, pero
escindidos respecto de una pertenencia idealizada al país de origen y una pertenencia real
respecto del país de acogida. Esta etapa de post-exilio se caracteriza también por una mayor
autonomía e independencia respecto de la comunidad, aunque todavía guardan sus espacios
comunitarios para las ocasiones de celebración familiar o para las fiestas emblemáticas como
la del 18 de septiembre4.

Las manifestaciones y reuniones guardan los aspectos más identificables del recuerdo
de la Unidad Popular: la sensación de vivir una experiencia histórica singular, pero al mismo
tiempo con todas las divisiones y disputas de la izquierda heredadas de la misma. Resurgen
entonces los eslóganes e himnos más identificables (¡Venceremos!), junto con la efigie mítica
de Allende, suerte de divinidad tutelar y factor de unidad de todas las comunidades de
exiliados en el mundo.

Para estas comunidades del exilio, la díada Allende-Pinochet es absolutamente


fundamental en términos de identidad y toma de posición política y ética, adquiriendo las
características mágico-religiosas de la lucha del bien contra el mal. Es difícil ver otro caso de
este tipo para comunidades de exilio latinoamericanas, donde la personificación del
adversario alcance estos niveles de identificación. Probablemente el caso de los cubanos de
Miami sea el más próximo, pero no en términos de una díada.

En este contraste, Salvador Allende representa la figura sacrificial del mártir y del
héroe de la democracia, frente a la imagen de un Augusto Pinochet anciano, todavía vivo
(hasta el 2006), que representa al mismo tiempo lo más abyecto de la represión de derecha,
del militarismo, del vínculo con el “imperialismo norteamericano” y de la violación masiva
de derechos humanos. En tal sentido, Pinochet se universaliza y adopta las características del

4 En el caso de los exiliados chilenos en Francia, y especialmente de la mayor comunidad que vive en los
alrededores de Paris, desde hace más de 30 años se celebra ininterrumpidamente la fiesta del 18 de
septiembre en la localidad de Savigny le Temple, distante aproximadamente a una hora de Paris en la región
periurbana sureste. Esta fiesta tradicional es organizada por la Federación de Asociaciones Chilenas en Francia
(FEDACH) y actualmente por la UDACH. Imágenes de la versión 2013 de esta fiesta pueden verse en:
https://www.youtube.com/watch?v=OKimZWDuF3E

8
mal absoluto, como una suerte de figura supletoria de los grandes dictadores y tiranos del
siglo XX y específicamente del periodo de la Guerra Fría (tanto del campo socialista como
capitalista). Pinochet captura y encierra toda la maldad del siglo XX, y de paso exculpa a los
europeos de su propia historia, incluso simbólicamente a través del uniforme prusiano y sus
característicos lentes oscuros. Pinochet representa muchas cosas a la vez: la traición, la
barbarie, la cobardía, la represión, la mentira, la trampa, la simulación e incluso al final de su
vida: el robo y la decrepitud. En tal sentido, el ex dictador es el villano y el enemigo perfecto;
una suerte de imagen arquetípica junguiana, que resume universalmente los rasgos más
reconocibles del mal5. Es por esta misma razón que para los exiliados era inconcebible una
posible liberación de Pinochet por razones humanitarias (como finalmente sucedió) siendo su
figura uno de los modelos universales de la violación a los derechos humanos. Prueba de esta
“encarnación” arquetípica del mal son las imágenes que las comunidades de exiliados
mostraban durante sus manifestaciones en Londres y otras capitales europeas.

Imágenes 5 y 6: representaciones de Augusto Pinochet utilizadas durante las jornadas de movilización en Londres y
Madrid (1998). Fuente: Amnistía Internacional y DW.

Así como durante los tres años de la Unidad Popular buena parte de estos militantes
de izquierda sintieron que “hacían historia”, 25 años después volvían a sentir la misma
sensación, pero ahora con un carácter mundial y con los ojos fijos del mundo en lo que

5 Ver: Robertson, Robin, Jungian Archetypes: Jung, Gödel, and the History of Archetypes, iUniverse, 2009, 324
p.

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sucedía en Londres. Tras años de un sentimiento permanente de derrota e impotencia frente a
lo que sucedía en Chile, el arresto de Pinochet abría nuevamente la posibilidad de recuperar
esos años y volver, quizás por algunos instantes, a vivir esa euforia de la juventud vivida
entre 1970 y 1973. Pero como bien lo describe Jedlicki, las viejas rencillas entre los
diferentes grupos políticos del exilio aloraron apenas la euforia del comienzo hubo pasado.
Las pugnas se centraban principalmente en la estrategia a seguir para lograr la extradición de
Pinochet a España y las formas de presionar a los gobiernos europeos para evitar su
liberación y forzar un juicio en el viejo continente. Además, desde un primer momento quedó
muy claro que todas las formas de reagrupamiento del exilio post arresto de Pinochet tendían
a reunir a los chilenos y a dejar fuera, o en un segundo plano a los nacionales que deseaban
participar. De una cierta forma, el tema fue visto como “una cuestión de chilenos que debían
resolver los chilenos”. Efectivamente aceptaban y pedían ayuda, pero a nivel resolutivo. Las
asociaciones priorizaron las formas de acción que conocían desde el inicio del exilio. Prueba
de ello es que la mayor parte de los afiches y panfletos fueron redactados en español, y se
evitó sumar a otros grupos de exiliados latinoamericanos preocupados por la suerte de otros
ex dictadores como Jorge Rafael Videla o Jean-Claude Duvalier6. El caso Pinochet aparecía
como diferente y excluyente, pero sobre todo como una cuestión identitaria.

La culpabilidad “absoluta” y oficial de Pinochet en tanto personificación de todos los


males y sufrimientos de la dictadura chilena, permitía atenuar la culpabilidad de la derrota de
la Unidad Popular y retomar la palabra en el espacio público, especialmente como un deber
de los sobrevivientes frente a quienes ya no estaban o habían desaparecido por causa de la
represión. Al deber de memoria, se sumaba ahora el deber de reparación y el orgullo de
reivindicar una memoria que antes era de derrota y que ahora tomaba la forma de una
memoria de resistencia. La lectura del pasado memorial de la “resistencia francesa” nos
puede ilustrar sobre esta mutación de una memoria que muta desde la vergüenza hacia el
orgullo con relación a un pasado plagado de zonas grises7.

“El caso Pinochet posee un valor reparador que permite a los exiliados
encontrar por fin una coherencia a sus trayectorias individuales”. La
movilización social que dirigen, así como el asunto judicial del cual son actores
esenciales; de su lucha del exilio en exilio les da nuevo sentido a su presencia en
Francia8.

6 Op.cit., Jedlicki, párrafo 39.


7 Ver: Rousso, Henry, Le Syndrome de Vichy de 1944 à nos jours, Éditions du Seuil, 1990.
8 Op.cit., Jedlicki, párrafo 45.

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Frente a las diferencias estratégicas y políticas respecto de cómo enfrentar e caso
Pinochet, fue sólo la acción cultural (música, teatro, poesía, deporte) lo que permitió
mantener la unidad del exilio entre y al interior de las diferentes asociaciones de antiguos
refugiados políticos. La fuerza del mensaje antipinochestista de los exiliados chilenos en
Francia, radicaba principalmente en la idealizada imagen del militante de izquierda héroe-
mártir, que había combatido al imperialismo y que insuflaba a la izquierda francesa de los
años 1970 con un mensaje de resistencia. Este carácter heroico del exiliado chileno (y de las
dictaduras del Cono Sur en general), a pesar del desgaste y la llegada de otras olas
migratorias, seguía ejerciendo gran fuerza en el imaginario francés de la década de 1990 9, y
especialmente en los medios de prensa 10. No ocurría lo mismo en Inglaterra, que a pesar de
haber sido también tierra de acogida del exilio chileno, había mantenido cercanas relaciones
con la dictadura chilena durante la década de 1980. En general, Pinochet no era visto por
todos los sectores políticos ingleses como tirano, sino más como un viejo aliado caído en
desgracia. Sólo ciertos sectores de la izquierda laborista manifestaron claramente su repudio
al anciano general y la necesidad de que fuese juzgado en Europa.

La imagen de un exiliado antes militante y ahora justiciero, tomó fuerza al interior de


las comunidades, y muchos de los secretos guardados -incluso con vergüenza- durante años,
salieron a la luz como prueba de los crímenes cometidos por la dictadura militar chilena. El
silencio ahora se transformaba en testimonio y después en evidencia contra el tirano. Parecía
como si todos los sufrimientos de antaño tomaran sentido y pudiesen ser recanalizados en la
figura de Pinochet. Las fotos de los muertos y desaparecidos surgían una y otra vez en las
pancartas de los manifestantes, convirtiendo los símbolos funerarios (velas, imágenes,
ataúdes) en armas simbólicas contra la memoria de los vencedores del ‘73. Y a esto se
sumaba que la cobertura mediática era constante por parte de los medios europeos como
también los chilenos. Nunca antes se habló tanto en Chile de las comunidades de exiliados en
Europa. Del largo anonimato y la palabra silenciada se pasó abruptamente al discurso
mediatizado y a la ocupación del espacio público tanto virtual como real.

9 Ver: Prognon, Nicolas, « L’exil chilien en France du coup d’état à l’acceptation de l’exil : entre violences et
migrations », Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [En línea], 21 | 2011, Publicado el 08
juin 2011, consultado el 15 septembre 2014. URL : http://alhim.revues.org/3833
10 No hay que olvidar que para una buena parte de la opinión pública francesa (medios de prensa en general)
el exilio latinoamericano de los años ’70, y el chileno en particular, es aún hoy considerado como ejemplar en
términos de adaptación a la sociedad francesa, sobre todo respecto a otras comunidades de inmigrantes
residentes en Francia.

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