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In d ivid u o
y división
de poderes
Estudios filosóficos
I D I T O R I A L T R O T T A
Individuo y división de poderes
Estudios filosóficos
Odo Marquard
GO ETH E
INSTITUT
C O L E C C IÓ N « S T R U C T U R A S Y PR O C E S O S
S e r ie F ilo s o fía
ISBN: 9 7 8 -8 4 -9 8 7 9 -3 6 9 -7
Depósito Legal: M -3 3 .6 3 6 -2 0 1 2
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Fernández Ciudad, S.L.
In memoriam
Joachim Ritter
(1903-1974)
ÍNDICE
Prólogo................................................................................................................ 11
Breve antropología del tiem po........................................................................ 13
El escepticismo como filosofía de la finitud................................................. 17
Negarse a negar el civismo burgués.
1945: Consideraciones de un filósofo..................................................... 25
El super-nosotros.
Observaciones sobre la ética del discurso............................................... 37
Sola divisione individuum.
Consideraciones sobre el individuo y la división de poderes............ 61
Coraje para el civismo burgués.
Es racional quien evita el estado de excepción..................................... 79
Tres reflexiones sobre el tema «filosofía y sabiduría».................................. 85
Las formas de pensamiento y la división de poderes.
La actualidad de la filosofía de Hans Leisegang.................................... 99
¿Ciencia unificada o pluralismo científico?.................................................... 107
La música en la filosofía..................................................................................... 117
Motivos de teodicea en la primera Doctrina de la ciencia de Fichte...... 123
Una filosofía del civismo burgués.
Joachim Ritter y su hermenéutica de la escisión positiva................... 133
Procedencia de los textos........................................................................................ 139
PRÓLOGO
11
I N D I V I D U O Y D I V I S I Ó N DE PODERES
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I N D I V I D U O Y D I V I S I Ó N DE PODERES
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BREVE A N T R O P O L O G I A DEL T I E MP O
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EL ESCEPTICISM O COM O FILOSOFÍA DE LA FINITUD
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EL ESC EPT I C I SMO C O M O F I L O S O F I A OE LA F I N I T U D
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EL E SC EPT I C I SMO C O M O F I L OS O F I A DE LA F I N I T U D
dan: como dice la palabra «duda», los escépticos cultivan al menos dos
convicciones, es decir, una pluralidad de convicciones en su cabeza, y
de tendencias reales en su realidad. Esto no solo nos capacita para ver
más realidad, sino también para vivir en más realidad (para vivir en más
realidades). Esta pluralización de la vida distribuye en varios hombros
el peso de la vida. Precisamente el escéptico (y a veces uno tiene la im
presión de que solo el escéptico) no solo cuenta consigo mismo, sino
sobre todo con los otros hombres y los otros filósofos (también los que
no son escépticos). El escepticismo no es el cultivo de la perplejidad, sino
la sensibilidad para la división de poderes: para la atenuación de la fini-
tud mediante la pluralidad. Por eso son importantes:
c) las compensaciones, que contrarrestan las carencias y pérdidas
mediante rendimientos sustitutivos o mediante restituciones. En filoso
fía, también el concepto de compensación, nota bene , procede original
mente de la teodicea (Dios — escribe Leibniz— ha «compensado» el mal
con ventajas); solo más tarde se convirtió en un vocablo psicoanalítico,
y (en la obra de Helmuth Plessner y de Arnold Gehlen) en el concep
to principal de la antropología. El hombre, ser esencialmente carente,
compensa sus carencias físicas mediante la cultura. Y como ha subrayado
la filosofía de la compensación de Joachim Ritter, que hoy continuamos
Hermann Lübbe y yo mismo, forma parte de la cultura moderna, cuya
racionalidad exige poner entre paréntesis las historias del mundo de la
vida, el que esas historias puestas entre paréntesis se retengan simultá
neamente de forma compensatoria, por ejemplo mediante la formación
específicamente moderna de la sensibilidad histórica. A la aceleración del
cambio corresponden lentitudes compensatorias. El auge moderno de
la técnica y de las ciencias exactas de la naturaleza, pero también la
inclinación moderna a la utopía, se compensan mediante el desarrollo
específicamente moderno de, por ejemplo, las ciencias del espíritu. El
«desencantamiento» moderno (Max Weber) se compensa (de un modo
específicamente moderno) mediante el gran reencantamiento sustitutivo
de lo estético. Las globalizaciones y universalizaciones se compensan me
diante regionalizaciones, localizaciones e individualizaciones. A la moder
na cultura de la innovación, que obliga al rechazo, corresponde (compen
satoriamente) el florecimiento moderno de la cultura de la preservación.
Y así sucesivamente. Los críticos de esta filosofía de la compensación (que
puede convertirse en una teoría de la no-crisis de la Modernidad, allí
donde se tambalee la teoría enfática del progreso) proclaman como ca
rencia y error de las compensaciones justamente aquello que constituye
su ventaja: que las compensaciones no redimen, sino que solamente com
pensan; que no son procesos y medidas absolutos, sino finitos, y por eso
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NEGARSE A NEGAR EL CIVISM O BURGUÉS.
1945: CONSIDERACIONES DE UN FILÓ SO FO 1
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NEGARSE A NEGAR EL CI VI SMO BURGUÉS 1945: C ON SI D ERA C I ON ES DE UN FI LÓSOFO
pación occidentales, entre los que estaba yo, fuimos desplazados a Diez
del Lahn en vagones para el transporte de ganado, porque los soviéticos
se quedaron con Plauen. Cuando hoy quiero aterrorizar a alguien, le ha
blo de mi época en la prisión de Diez, que entonces era el punto logísti-
co central de las prisiones de guerra francesas. El 9 de agosto de 1945,
antes de que los prisioneros adultos de Diez fuesen a parar a las pésimas
prisiones de Remagen y Kreuznach, fuimos liberados los que, como yo,
todavía no éramos mayores de edad. Obtuve mis primeros cupones de
racionamiento de la posguerra en Limburg, y los gasté íntegramente el
día 10 de agosto en Giessen: hasta ese día no sabía que existiese Giessen,
ni dónde estaba. A mediados de agosto supe en Norderney, donde nos
acogió una tía mía, que mis padres estaban vivos. Poco tiempo después la
familia de mi mujer, que ya en abril había llegado a Turingia desde Prusia
occidental en una caravana con caballo y carro, se trasladó de nuevo (con
caballo y carro), esta vez a Westfalia oriental. En aquella época yo no co
nocía todavía a mi mujer. No conocí nunca a mi suegro, caído en com
bate en marzo de 1945, ni al hermano de mi mujer, que en abril de 1945
murió en un accidente con un lanzagranadas. Tampoco he vuelto a ver
desde entonces la ciudad de Kolberg, en la Pomerania oriental, donde
vivieron mis padres desde 1931 hasta 19452.
Estos son, pues, mis recuerdos de 1945. Pero seguro que a uste
des todo esto (toda esta morralla privada) les interesará solo muy tan
gencialmente. Cuando el decano Leibfried me reclutó para este ciclo de
conferencias, le advertí oportunamente de ello. Pero — dijo— usted co
noce por experiencia propia la universidad de la inmediata posguerra. Es
verdad — dije yo— , pero eso no basta para una comparación: no conocí
por experiencia propia la universidad del periodo nazi, porque entonces
yo estaba todavía en la escuela. Entonces — opinó el decano Leibfried—
cuéntenos algo acerca de la escuela en la época nazi. Eso es aún más com
plicado — tuve que responderle yo— , pues desde abril de 1940, a los
doce años de edad, no asistí a una escuela normal de la época nazi, sino
a un internado nazi extremadamente politizado. Algunos informados di
rán: «¡Ajá, la N apolaU . Por ahora eso es lo que consta acerca de mí en el
Archivo Munzinger, pero este dato no es correcto. La realidad es mucho
peor: desde abril de 1940 hasta comienzos de marzo de 1945 estuve en
una Escuela Adolf Hitler, primero en Sonthofen, en la región de Allgäu,
y después en el castillo Falken junto al lago Krössin, en la Pomerania.
Eran lo que se llamaba Ordensburgen , cuyos verdaderos habitantes, los
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NEGARSE A NEGAR EL CI VI SMO BURGUÉS. I 945; C ONSI DERACI ONES DE UN FI LÓSOFO
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NEGARSE A NEGAR EL CI VI SMO BURGUÉS. 1945. CONSI D ERA C I ON ES DE UN FI LÓSOFO
* Se trata de una importante polémica que tuvo lugar en Alemania durante los años
ochenta, en torno a las interpretaciones «revisionistas» del nacionalsocialismo propuestas
por algunos historiadores alemanes (especialmente E. Nolte). Puede consultarse la docu
mentación de esta polémica en R. Augstein, Historikerstreit, Piper, Munich, 1987.
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* Los estudiantes universitarios alemanes tienen que cursar asignaturas de una segun
da titulación (Nebenfach)y aparte de la titulación principal (Hauptfach) que hayan escogido.
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NEGARSE A NEGAR EL CI VI SMO BURGUÉS. I 945: CON SI D ERA C I ON ES DE UN FI LÓSOFO
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NEGARSE A NEGAR EL CI VI SMO BURGUÉS. 1945 CONSI D ERA C I ON ES DE UN FI LÓSOFO
sätze, Fink, Munich, 2001, pp. 129-149. Estoy de acuerdo con este ensayo en todos los
aspeaos esenciales. También a partir de aquí se verá claramente que no contribuyo a la
publicación en honor de Heinrich Brinkmann porque esté de acuerdo con sus posiciones
políticas y filosóficas, sino porque le aprecio. Por lo demás, me remito aquí a Hermann
Lübbe también por otra razón: durante sus años de estudiante en Münster (antes de venir a
colaborar conmigo en Giessen, después de una temporada en Fráncfort que yo aprobaba,
pues me parecía bien que escuchase a Habermas), Heinrich Brinkmann trabajó conmigo y
con Lübbe. Creo recordar que en aquella época Lübbe intentó corregir el estilo de Brink
mann, que llamaba «marquardizar». Lo logró, aunque esto tuvo un efecto inesperado, pues
con ello Brinkmann quedó libre para escribir y pensar como los «frankfurtianos».
6. S. Freud, Totem uttd Tabu (1912), en G esam m elte Werke in Einzelbänden, ed. de
A. Freud et al., t. 9, Fráncfort d.M., 41968, p. 175; cf. pp. 173 ss. (rrad. cast.: S. Freud,
Tótem y tabú, Alianza, Madrid, 2007).
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EL SUPER-NOSOTROS.
OBSERVACIONES SOBRE LA ÉTICA DEL DISCURSO
1. M. Foucault, Die Ordnung des Diskurses (1970), Fráncfort d.M., 1977, p. 7 [trad.
cast.: El orden del discursoy Anagrama, Barcelona, 1999].
2. A. Gehlen, Moral und Hypermoral. Eine pluralistische Ethik (1969), Athenáum,
Fráncfort d.M., 21970,p. 38.
3. Cf. K.-O. Apel, 2. Kollegstunde, en K.-O. Apel y D. Bohier, Funkkolleg Prakti-
sche Philosophie/Ethik (1980/1981).
4. Cf. K.-O. Apel, ibid., Kollegstunde 1 y 2; K .-0. Apel, Transformation der Philo-
sophie (1973), Suhrkamp, Fráncfort d.M., 1976, vol. 2, p. 360 [trad. cast.: La transfor-
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ntúción de la filosofía, Tauros, Madrid, 1985]; K.-O. Apel, «Sprechakttheorie und trans-
zendentale Sprachpragmatik. Zur Frage ethischer Normen», en íd. (ed.), Sprachpragmatik
und Philosophie, Suhrkamp, Fráncfort d.M., 1976, p. 143.
5. Citado en R. Marx, «Nachwort», en J. Burckhardr, Weltgeschichtliche Betrach-
tungeny Kroner, Stuttgart, 1978, p. 327.
6. Suponía que esta historia procedía de Brecht. Parece que no es así. Se trata del
«recuerdo cambiado» de un chiste citado por W. Preisendanz, Über den Witz, Univcrsitats-
verlag, Constanza, 1970, pp. 13-14.
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* Este texto fue escrito en 1984, y se refiere, por supuesto, al sistema educativo
alemán.
** Aristóteles, Ética nicontaquea. Ética eu dem iay trad. de J. Pallí, Credos, M a
drid, 1993.
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t l SUPER N O S O T R O S OB S E R V A C I O N E S SOBRE LA ÉT I CA DEL D I S C U R S O
sada para lo que debe hacerse universalmente), creo que puede afirmarse
que el apriorismo de la ética de Kant es la respuesta a la siguiente pregun
ta: ¿cómo es posible la ética sin experiencia de la vida? El apriorismo
ético es la negativización de la experiencia de la vida como instancia de
la ética; por eso se orienta en primer término por los conflictos éticos
de los que lo acostumbrado y la experiencia de la vida no saben como
salir, hasta que el imperativo apriorístico (pese a ser formalista y sibilino)
aparece como el salvador. En cambio, Aristóteles orientaba su ética ante
todo por lo que tiene éxito por término medio y dejaba los conflictos
a los poetas trágicos, de quienes no se ocupa la ética, sino la poética.
El apriorismo ético de Kant ha marcado (pese a Hegel)7 el programa de
la ética moderna; especialmente por eso, y si es cierto que el aprioris
mo ético (en los textos en los que Kant lo fundamenta) es el ensayo de
una ética sin experiencia vital, hay que preguntarse lo siguiente: ¿cómo
es que la ética moderna en su forma representativa ya no puede confiar en
la experiencia de la vida? Normalmente se reprime la necesidad de esta
pregunta mediante la construcción de un evidente progreso de la ética,
que (con el precedente de la ética del discurso, cuyo pionero sería el Só
crates platónico) conduce desde el empirismo convencionalista de Aristó
teles al apriorismo autónomo de Kant, y que ya solo tiene que dar el paso
a la plena ética del discurso para ser perfecta. Pero al apriorismo ético se
le escapa de las manos la experiencia de la vida, y esta es una verdadera
pérdida. Pues la experiencia de la vida es el remedio contra la extrañeza
del mundo. ¿Por qué se abandona este remedio precisamente en el mundo
moderno? Esta pregunta no es superflua, sino que, por el contrario, es
urgente: ¿por qué la ética moderna, precisamente la ética moderna, se
caracteriza por suprimir la vinculación con la experiencia de la vida?
El intento de dar respuesta a esta cuestión nos conduce necesaria
mente a un fenómeno que es característico de, precisamente, el mun
do moderno. Se trata de la «pérdida de experiencia»8: parece que en el
mundo moderno cede la consistencia de la experiencia vital y aumenta
su carácter perecedero, porque en este mundo desaparecen cada vez más
rápidamente esas situaciones en las que y para las que se obtuvo esa ex
periencia. Aumenta la velocidad de envejecimiento de la experiencia de
7. G. W. F. Hegel, Grundlinien der Philosophie des Rechts (1821) [trad. cast.: Prin
cipios de la filosofía d el derecho, Edhasa, Barcelona, 19991; cf. su crítica del punto de vista
de la «moralidad» ($$ 105-141) desde el punto de vista de la «eticidad» ($$ 142-360).
8. Cf. H. Lübbe, «Erfahrungsverluste und Kompensationen. Zum philosophischen
Problem der Erfahrung in der gegenwärtigen Welt», publicado originalmente en Giessener
Universitätsblätter 12 (1979), pp. 42-53.
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11. K.-O. Apel, Transformaron der Philosophie (1973), por ejemplo en el sencido ex
puesto en el vol. 2, p. 430 (Suhrkamp, Fráncfort d.M., 1976): transformación del «solip-
sismo metódico» también de la filosofía trascendental clásica (kantiana) en una filosofía y
una ética filosófica que «ha concebido el pensamiento solitario como un m odus deficiente
de la comunicación».
12. Esta observación de H. M. Baumgartner aparece en W. Oclmüller (ed.), Normenbe-
gründung, Normendurchsetzung, Schóningh, Paderborn, 1978, pp. 238 ss.; cf. p. 278.
13. H. Krings, «Reale Freiheit - Praktische Freiheit - Transzendentale Freiheit», en
J. Simón (ed.), Freiheit. Theoretische und praktische Aspekte des Problems, Alber, Friburgo
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d.Br., 1977, p. 107; íd., «Freiheit. Ein Versuch, Gott zu denken»: Philosophisches Jahr
buch 77 (1970), p. 233.
14. I. Kant, Kritik der Urteilskraft (1790), $ 59 |trad. cast.: Crítica del Ju icio, Espasa
Calpe, Madrid, 1995].
15. J. G. Fichte, System der Sittenlehre (1796), $ 31 [trad. cast.: Ética, o el sistema
de la doctrina de las costwnbres según los principios de la doctrina de la ciencia, Akal, Tres
Cantos, 2005].
16. J. Habermas, «Vorbereitende Bemerkungen zu einer Theorie der kommunikativen
Kompetenz», en J. Habermas y N. Luhmann, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie.
- Was leistet die S y stem forsch u n g Suhrkamp, Fráncfort d.M., 1971, p. 140. Cf. O. Mar*
quard, «Kunst als Antifikation», en Poetik und H erm eneutik, Munich, 1983, vol. 10,
pp. 35-54, espec. pp. 36-37 y 49-50; reed. en O. Marquard, Aesthética und Anaesthetica,
Schöningh, Paderborn, 1989, pp. 82-99.
17. F. Schiller, Kallias oder über die Schönheit; Säm tliche Werke, ed. de G. Fricke y
H. G. Göpfert, Munich, 1967, vol. 5, p. 400 (carta a Gottfried Körner de 25 de enero
de 1793) [trad. cast.: Kallias, Barcelona, 1999].
18. Cf. J. Habermas, «Vorbereitende Bemerkungen zu einer Theorie der kommunika
tiven Kompetenz», cit., p. 140; K.-O. Apel, «Das Apriori der Kommunikationsgemeinschaft
und die Grundlagen der Ethik», en Transformation der Philosophie, cit., vol. 2, pp. 358-435;
cf. también vol. 1, p. 217: «La filosofía es sin duda (desde los días en que por primera vez
discutió los fundamentos de la constitución estatal y de la moral humana en un diálogo entre
individuos, es decir, desde los días de Sócrates) la auténtica idée directrice de una metainsti-
tución del lenguaje desvinculada del mito y de las instituciones arcaicas que le corresponden.
En tanto que Logos, dicha metainstitución del lenguaje debe fundamentar por su parte todas
las otras instituciones. Considerada de este modo, la democracia parlamentaria es una encar
nación institucional del espíritu de la filosofía (...]. Por eso quien considere que ha fracasado
totalmente el audaz empeño filosófico de fundamentar la existencia del hombre en el Logos,
debería saber que con ello en el fondo niega la posibilidad de la democracia».
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19. Ibid.
20. Œuvres de Descartes, ed. de Ch. Adam y P. Tannery, París,21966, vol. 6, pp. 22 ss.
(rrad. cast.: Discurso del m étodo, KRK, Oviedo, 2010].
21. Ibid.y vol. 7, pp. 17 ss. (trad. cast.: Meditaciones metafísicas con objeciones y res
puestas, KRK, Oviedo, 2005].
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24. M. Heidegger, Seitt und Zjeit, Halle, 1927, p. 293 [trad. cast.: Ser y tiem po, Trotta,
Madrid, 22009, pp. 308-309].
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25. Cf. M. Kricle, Theorie der Rechtsgewinnung, Duncker & Humblot, Berlín, 1967;
cf. también O. Marquard, Abschied vom Prittzipie lien, Reclam, Stuttgart, 1981, espec.
p. 16 [trad. cast.: Adiós a los principios, Alfons cl Magnánim, Valencia, 2000].
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29. Cf. O. Marquard, «Frage nach der Frage, auf die die Hermeneutik die Antwort
ist», en Abschied vottt Prinzipiellett, cit., espec. pp. 127 ss.
30. M. Heidegger, Sein und Zeit, cit., pp. 235 ss. [Ser y tiem po, cit., pp. 253 ss.].
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31. Œuvres de Descartes, ed. de Ch. Adam y P. Tannery, cit., vol. 6, p. 22: «morale
par provision».
32. Cf. K.-O. Apel, «Diskussionsein leming», en W. Oelmüller (ed.), Transzendental-
philosophtsche Normenbegrüttdungen, Schóningh, Paderbom, 1978, pp. 169 ss., y mi in
tervención en la discusión, pp. 193-195.
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35. N. Luhmann, «Status quo ais Argumcnt», en H. Baier (ed.), Studenten tn O ppo-
sition, Bertclsmann Universitátsverlag, Bielefeld, 1968, p. 81.
36. Cf. K.-O. Apcl, Transformation der Philosophie, cit., vol. 2, p. 363, donde sin
rmbargo esta idea se formula como una paradoja aparente: «Una ética universal (es decir,
intersubjetivamentc válida) de la responsabilidad solidaría parece, pues, a un tiempo ne
cesaria e imposible».
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37. Cf. O. Marquard, «Hegel und das Sollen» (1963), en Schwierigkeiten mit der Ge-
schidnsphilosophie, Suhrkamp, Fráncfort d.M., 21982, pp. 37-51 [trad. cast.: Dificultades
con la filosofía de la historia, Pre-Textos, Valencia, 2007].
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I N D I V I D U O Y D I V I S I Ó N DE PODERES
41. En las reflexiones de la ética del discurso, el «escéptico» aparece usualmente como
la figura de quien se niega al diálogo. Frente a esto hay que recordar que precisamente el
absolutista discursivo (cuando se presenta con la pretensión de establecer una alternativa
según la cual «o hay diálogo absoluto, o no hay diálogo alguno») es quien niega todos los
otros diálogos que no son discursos absolutos, y que la negativa del escéptico al menos
puede ser, precisamente, la defensa de estos otros diálogos.
42. V. E. von Gcbsattcl, Moral in Gegensätzen. Dialektische Legenden, Georg Mü
ller, Munich, 1911, p. 14.
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EL SUPE* N O S O T R O S O B S E R V A C I O N E S SOBRE LA ÉT I CA DEL D I S C U R S O
entenderse también sin una palabra; reír juntos, llorar juntos; callar jun
tos; dormir juntos; esperar juntos la muerte; partir juntos un piñón, etc.
No vivimos solo una vida dialógica, sino una única vida de la que también
forma parte una vida dialógica. Esto, en mi opinión, lo olvida el discurso
absoluto; además de todo lo demás, este discurso absoluto es también
la hipertrofia del diálogo: a costa tanto de los no-diálogos como de los
diálogos de los que está hecha nuestra vida. Frente a esta absolutización
discursiva del diálogo, lo que dijo Hobbes acerca de la ciencia (Science
is but a small pow er [la ciencia no es más que un pequeño poder]) vale
análogamente para el diálogo, y precisamente para el diálogo filosófico:
philosophical talk is only a sm all talk\ pues «desde que somos un diá
logo»*, no somos solo un diálogo, y sobre todo no somos un diálogo
absoluto.
* Esta expresión procede de un verso de Hölderlin («Seit ein Gespräch wir sind
und hören voneinander»), del himno «Friedensfeier» (Fiesta de la paz).
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SOLA DIVISIONE INDIVIDUUM.
CONSIDERACIONES SOBRE EL INDIVIDUO
Y LA DIVISIÓN DE PODERES
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I N D I V I D U O Y D I V I S I Ó N DE PODERES
tercero que ríe o llora, y las observe desde la distancia: desde su propia
individualidad; de este modo (por medio de la duda) se convierte en indi
viduo. Los escépticos dudan; cuentan con que los hombres también son
humanos en el sentido de lo demasiado humano, y con que errar es hu
mano: el propio error, pero (no se olvide nunca) también el error de los
otros; y el escéptico olvidaría «la virtud del escepticismo», la «modestia»
(Hermann Cohen) si no atribuyese a sus congéneres una capacidad de
errar igual a la que se atribuye a sí mismo.
Desde Hans Blumenberg5 y Malte Hossenfelder6 ya casi no hay
duda (en mi opinión) de que la motivación de la duda escéptica es,
en primer término, una motivación ética: la duda está al servicio de
la ataraxia, porque concede unas vacaciones de la penosa agitación
y las molestias (tarachai ) que surgen mediante un saber absoluto y un
absoluto no saber. Así, esta duda (totalmente en el sentido de la doc
trina aristotélica de la areté , del arte de la vida, como m esotés , doctri
na basada en el principio que reza: «de nada demasiado») es el punto
intermedio entre dos vicios, que son el saber absoluto y el absoluto
no saber: en modo alguno se trata de que el escéptico pirrónico no
sepa nada, simplemente no sabe nada absoluto. El escéptico no des
compone: atempera. También por eso su duda escéptica no es nunca
intervención absoluta, sino solo intervención contra lo absoluto. Las
cien dudas del escéptico se parecen a los pies de ese sabio ciempiés
que tenía cien pies por prudencia (en una división de esos poderes que
son los pies): no los tenía para correr tan rápido como el rayo y para
saltar muy alto, sino para poder tropezar con tantos pies como fuese
posible; pues esto favorece aquello que más le importa al escéptico (que
no es que no quiera nada, sino que no quiere nada malo, y por eso
actúa con precaución y consideración; es decir, actúa de tal modo
que en primer término no cambia, sino que respeta): la lentitud, ese
ritmo moderado con el que se puede vivir respetuosamente, es decir,
precavida y consideradamente. Small (that m eans: slow) is beautiful:
especialmente en los cambios, por ejemplo en las limitaciones de cre
cimiento. Los escépticos aman la lentitud, y por eso se inclinan al re
cogimiento contemplativo: pues el escéptico busca, pero (como es una
cuestión abierta si el saber es mejor que el no saber) busca de tal modo
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ser de otro modo (y esto es irritante para una filosofía absoluta, pero
no es irritante para el escepticismo). Precisamente por ello, el escepti
cismo es la disposición para la propia contingencia. Esto no tiene nada
que ver con un gusto por lo arbitrario. El concepto de finitud de lo con
tingente (lo casual), concepto que procede de la teología cristiana de la
creación, se refiere justamente a «lo que podría ser de otro modo». Sin
embargo, lo contingente es de dos tipos (si no se lo considera desde la
perspectiva de Dios, sino más humanamente, desde la perspectiva del
hombre). O bien lo contingente es «aquello que también podría ser de
otro modo» y que podemos modificar (por ejemplo este texto: podría
escribirlo así o también de otro modo): es decir, lo contingente arbitra
rio; o bien lo contingente es «aquello que también podría ser de otro
modo» y que precisamente no podemos modificar, o podemos modi
ficar muy poco (como un golpe del destino resistente a la negación:
por ejemplo, haber nacido): es decir, el destino contingente. Pues bien,
el escepticismo cree que en nuestra vida las contingencias del destino
nos marcan indeleblemente; forman parte de esas contingencias nuestras
costumbres (los mores), de las que dependemos: pues en buena medida
no somos nosotros mismos quienes regulamos nuestra vida, no la regu
lamos absolutamente, y desde luego no la regulamos de un modo abso
lutamente discursivo. De ello se sigue (moderadamente) lo contrario de
lo que opinaba Sartre cuando dijo: «somos nuestra elección»; y se sigue
también (moderadamente) lo contrario de lo que asume la teoría dis
cursiva pragmático-universal y pragmático-trascendental, cuando afirma
que somos nuestra elección (discursivo-consensual). El escéptico, por
el contrario, opina y afirma lo siguiente: los hombres somos siempre
en mayor medida nuestras contingencias (nuestro destino contingente)
que nuestra elección. Esto no significa que solo somos nuestras contin
gencias. Simplemente significa que no solo somos nuestra elección, sino
también nuestras contingencias, nuestro destino contingente. Y signifi
ca también esto otro: somos siempre en mayor medida nuestras contin
gencias (nuestro destino contingente) que nuestra elección. Por eso los
hombres tienen que poder soportar lo contingente; pues vivir con lo
contingente no es una absolutidad fallida, sino nuestra normalidad his
tórica. Los hombres viven en aleaciones de elección y contingencia: en
mezclas de acciones y sucesos, es decir, en historias. Como nadie tie
ne el mismo destino contingente que otro, tampoco nadie realiza las
mismas acciones que otro: cada uno es diferente de todos los demás, y
precisamente por eso es un individuo.
Por supuesto, es fácil ver que, en virtud de este enfoque (y saltar por
encima de él sería dar el salto a lo sobrehumano), el escepticismo corre
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podía y puede ser intelectualmente por medio de la duda (que es, por
decirlo así, la división de poderes intelectuales): un individuo. Se puede
leer la crítica de la centralisation de Tocqueville (sobre todo en El An
tiguo Régimen y la Revolución) y sus advertencias contra la tentación
de la dictadura en el proceso democrático (La dem ocracia en América)
como una doctrina política indirecta de la división de poderes, y no hay
que pasar por alto (sin limitar la cuestión al problema del pouvoir neu-
tre del que hablan Benjamín Constant y otros) que la doctrina «política»
clásica de la división de poderes solo trata un segmento de la variedad
(la división), de la plenitud de esos poderes de la realidad que deben ser
diversos (deben estar divididos), si la libertad del individuo debe tener su
oportunidad y su consistencia: el propio Montesquieu prestaba atención
a la diversidad de la realidad ética de los hombres, hasta el punto de tener
en cuenta la variedad de las fuerzas naturales que influían en esas cos
tumbres, por ejemplo el clima.
Montesquieu legó a la escuela histórica (quizás a través de Herder8)
esta sensibilidad para las diversidades. A mi juicio, más que la tesis de que
«la variedad de la realidad surge de las individualidades», para la escuela
histórica es importante esta otra tesis: «las individualidades surgen de la
variedad de la realidad». En la medida en que el historicismo (que se alía
con la antropología filosófica contra la presión uniformizadora que ejer
ce la filosofía de la historia furiosamente progresista) agudiza esta tesis
de la división de poderes, tan favorable a la diversidad, puede decirse lo
siguiente: el historicismo es el moralismo retrasado de la nación retrasa
da. Y por tanto (pienso yo) las cosas son así: la estimación escéptica de
la duda (del efecto de la división intelectual de poderes sobre la génesis
del individuo) tiene su continuación en la estimación escéptica de toda la
diversidad de la realidad vital: en la estimación del efecto que tiene sobre
la génesis del individuo la división en muchas contingencias de esa contin
gencia que somos predominantemente los hombres; y por tanto: de la di
visión de la lengua en lenguas, de la historia en historias, de la costumbre
en costumbres, y también (como nos han mostrado los historiadores de la
recepción hermenéutica) de la obra en distintas versiones interpretativas.
La división de poderes políticos solo es un caso especial de esta general
división de poderes de la realidad, de la que la duda escéptica también
era y es un caso especial: ambas forman parte del efecto que tiene sobre
la génesis del individuo la diversidad general de la realidad vital humana.
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o tener solo una, tener muchas; y quizás también es ventajoso para él te
ner muchos (varios) dioses y puntos de orientación: en lugar de no tener
ninguno o tener solo uno, tener varios o incluso muchos. Es en general
ventajoso para el hombre tener muchos determinantes: en lugar de no
tener ninguno o tener solo uno, tener muchos. Pues los hombres no son
libres por copiar a Dios: como jefes cuasi todopoderosos del gobierno del
mundo, o como capacidades incondicionadas; los hombres son libres y
son individuos en la medida en que las contingencias que les sobrevienen,
y que se abaten sobre ellos como determinantes que los determinan, se
estorban mutuamente en su determinación al agolparse para determinar
a los hombres. Solo porque todo determinante limita, detiene, mitiga la
presión determinativa de todos los demás, son y tienen los hombres su
propia libertad individual (modesta, por completo finita, limitada) frente
a la intervención exclusiva de cada uno de esos determinantes. Lo que
hace libre al hombre no es la determinación nula (la ausencia de todo
determinante), ni tampoco la preponderancia de un único determinante
(eventualmente, de uno especialmente sublime), sino la sobreabundancia
de determinantes (es decir, no su divination , sino su división). Como tesis
filosófica sobre la libertad, como tesis de la división de poderes genera
lizada en los términos del moralismo escéptico, afirmo que la sobrede-
terminación tiene efectos liberadores, y por tanto afirmo que la general
diversidad de la realidad humana natural e histórica tiene como efecto la
libertad y la individualidad. La circunstancia de que la contingencia que
sobreviene a los hombres no sea una única contingencia (indivisa), sino
que esté compuesta de contingencias en plural; esta circunstancia (que a
su vez es una contingencia del destino) hace que la contingencia depare a
los hombres la libertad (al hacer de ellos individuos).
Así pues, el hombre no debe temer la determinación, sino el carác
ter indiviso de su poder. Su libertad (su individualidad) puede basarse
sobre aquel elemento de la realidad que compensa (mediante la diversi
dad) las coacciones de la unidad: también (junto a las universalizaciones
absolutas, y las uniformizaciones y alineamientos modernos) esa dura
coacción a la unicidad a la que estamos todos sometidos porque noso
tros (los mortales) solo tenemos una vida; pues podemos escapar de esa
vida única y mortal en la comunicación con nuestros semejantes (a los
que necesitamos, precisamente por eso), mediante la posibilidad de vi
vir sus vidas (que son muchas), y así pluralizar nuestra propia vida. Por
lo demás, es importante que incluyamos en nuestra vida tantos deter
minantes como sea posible (para que se ponga en juego su potencial de
detención de los poderes determinantes): es decir, también esas magni
tudes de la realidad (contingencias del destino) que determinan cuando
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son percibidas. Así, es ventajoso para los hombres que se derrumben los
límites de su capacidad perceptiva (como sucede, por ejemplo, al reír,
o al llorar, o al emplear la razón). Si se puede incrementar la individua
lidad, ello solo es posible mediante la razón que percibe: mediante la
renuncia al esfuerzo por seguir siendo estúpidos. Cuantos más poderes
se dividan la determinación, tanta mayor libertad, tanto más individuo;
o por decirlo brevemente: sola dxvisione individuum .
CORAJE PARA EL CIVISM O BURGUÉS.
ES RACIONAL QUIEN EVITA EL ESTADO DE EXCEPCIÓN
* Abschied vom Prinztpiellen es el título de una obra de Odo Marquard (rrad. cast.:
Adiós a los principios, Alfons el Magnánim, Valencia, 2000).
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CORAJE PARA EL C I V I S M O BURGUÉS
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CORAJE PARA EL C I V I S M O BURGUÉS
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T A I S R EF LEXI ONES SOBRE EL TEMA « F I L O S O F I A Y SABI DU R I A »
fía que propone Kant (y que yo, junto con otras definiciones poste
riores, tuve que revisar obligatoriamente para la elaboración del ar
tículo «Filosofía 14; 1781-1900» del Diccionario histórico de filosofía)
ofrecen una imagen asombrosa. En el Kant de la primera época crítica
dichas definiciones de la filosofía son extremadamente convenciona
les. Cuando se hacen menos convencionales (en las obras posteriores
del Kant crítico), el término «sabiduría» se hace en ellas cada vez más
importante. Ofreceré algunas muestras, tomadas sobre todo de algu
nos escritos tardíos de Kant fechados en 1796, y del primer legajo del
Opus postum um (es decir, del más tardío): «La filosofía — escribe allí
Kant— es [...] un acto de conocim iento cuyo producto [...] no solo
apunta hacia la ciencia [...], sino también [...] hacia la sabiduría»: es
«camino a la sabiduría», de modo que la filosofía (en tanto que crítica)
es «doctrina de la ciencia» e «investigación de la sabiduría». De este
modo, el último Kant define cada vez más la filosofía desde la perspecti
va de la sabiduría: «En lugar de sophus , sabio, la ciencia, la filosofía»;
pero «la filosofía [es] literalmente amor a la sabiduría», y por tanto
«amor del ser racional a los fines supremos de la razón humana», así
que puede afirmarse que «toda filosofía es 1. autognosis, 2. autono
mía: ciencia y sabiduría», pues «la filosofía (doctrina sapientiae) es [...]
el arte de aquello que [... el hombre] debe hacer de sí mismo (sapere
aude)». Y así sucesivamente. En todos los casos la filosofía se define
para Kant ante todo en relación con la sabiduría; y el último pasaje
citado permite reconocer algo extraordinariamente importante para
dar respuesta a la pregunta que nos guía: la fórmula sapere au de , que
Kant elevó a consigna de la Ilustración en su escrito sobre la Ilustración
de 1784 , es una definición de la filosofía con ayuda de la sapientia ,
una definición en la que, por supuesto, el am or sapientiae se convierte
en audacia sapientiae . La definición kantiana de la Ilustración inmor
taliza la definición de la filosofía como relación con la sabiduría, por
supuesto ahora ya no com o amor a la sabiduría, sino como coraje para
la sabiduría.
Por eso (me parece a mí) la respuesta a la pregunta: «¿Sigue sien
do la filosofía amor a la sabiduría?», es más complicada de lo que ex
presa la tesis del gran cambio. Por eso propongo otra tesis (usando de
forma extrema la licencia filosófica para formular enunciados histó
ricos muy globales), que quizás podría llamarse la tesis del pequeño
cambio, y que dice así: la filosofía fue desde el principio amor a la
sabiduría, y sigue siéndolo (todavía en la Edad Moderna, también en
la Modernidad, y aún hoy). Solo una cosa ha cambiado (limitadamen
te): la comprensión de lo que es la sabiduría. La sabiduría (repito) es
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THE* REFLEXI ONES SOBRE EL TEMA « F I L OS OF Í A Y S A BI DU R Í A »
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TRES R EF LEXI ONES SOBRE EL TEMA « F I L O S O F Í A Y S A BI DU R Í A »
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TRI S R t I L E X I O N E S SOBRE EL TEMA « F I L O S O F Ì A Y S A BI DU R I A »
1. Tipologías de las visiones del mundo . ¿Por qué hay varias filoso
fías? ¿Solo por el poder del error, de tal modo que solo una filosofía
es verdadera y todas las otras filosofías son falsas? ¿O por alguna otra
razón? ¿Y cuántas filosofías hay?
Les ruego que recuerden primero esa respuesta que Johann Gottlieb
Fichte intentó dar aquí, en Jena, en su Primera introducción a la doctri
na de ¡a ciencia de 1797. Hay (pensaba Fichte) fundamentalmente tres
clases de filosofía: el «idealismo» sediento de libertad, el «dogmatismo»
obediente con el destino y con las cosas, y el «escepticismo», una especie
de negación positivista de la filosofía. «El tipo de filosofía que se elige, de-
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pende [...] del tipo de hombre que se es»: esta célebre frase de Fichte, que
por cierto Schelling había formulado dos años antes casi literalmente, se
sitúa en este contexto. Pero «el tipo de hombre que se es», pensaba Fichte,
no tiene en todos los casos el mismo valor: el «idealista» es el hombre ver
dadero, el «dogmático» es el hombre equivocado, y el «escéptico» casi no
es un hombre. Por eso Fichte pensaba que el «idealismo» es la verdadera
filosofía; quien es partidario del «dogmatismo» o del «escepticismo» se
ha quedado retrasado (en el progreso hacia la verdadera filosofía), y es,
por decirlo así, reaccionario. Esto (esta respuesta de Fichte) es tendencial-
mente una respuesta, fundada en una historia progresiva, a la pregunta
de por qué existen varias filosofías. Hegel (de cuya obra Hans Leisegang
se ocupó intensamente) construyó (originalmente también aquí, en Jena)
sutil y detalladamente esta respuesta basada en una historia progresiva,
una respuesta que, más tarde, los hegelianos (por ejemplo Marx) tornaron
nuevamente más burda: las diversas filosofías son los estadios que la filo
sofía tiene que recorrer en su itinerario progresivo hacia la única filosofía
definitivamente verdadera, la cual (junto con esa realidad final que su
puestamente ya no necesita ilusiones) se convierte finalmente en esa única
filosofía definitiva que ha adelantado finalmente a las otras, consideradas
como estadios anticuados, de los que ahora la filosofía puede prescindir y
que, en casos extremos, tiene que expulsar por todos los medios.
Hans Leisegang no estaba satisfecho con esta respuesta, en primer lu
gar a causa de un hallazgo que realmente invita a reflexionar: en realidad
los principios filosóficos no envejecen y mueren como estadios previos
y ya superados de una filosofía avanzadísima, final y definitiva, sino que
retornan, de modo que podríamos calificar de resistente al envejecimien
to. No puede afirmarse que (de acuerdo con la ley del envejecimiento a
través del progreso) they never com e back [nunca vuelven], sino que (de
un modo que compensa el progreso) they ever com e back [siempre vuel
ven]. Esto es válido precisamente para esos tres principios que ya Fichte
había nombrado. Desde mediados del siglo xrx, esto lo subrayaron esas
filosofías que desarrollaron tipologías de las visiones del mundo, y que al
hacerlo se toparon (por regla general) con las tres clases de filosofía que
Fichte (como obediente kantiano) tenía a la vista: el «idealismo» o «cri
ticismo», el «dogmatismo» y el «escepticismo», con estos nombres o con
otros. Una cosa cambia en estas tipologías de las visiones del mundo. Ya
no hay un principio filosófico verdadero y dos principios filosóficos fal
sos, sino que (y esto explica por qué no envejecen, sino que retornan) los
tres tipos filosóficos fundamentales tienen el mismo valor. Esto se insinúa
en Adolf Trendelenburg, quien en su tratado de 1847 Sobre la diferencia
última de los sistemas filosóficos distinguió el «platonismo» idealista, el
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Pero la filosofía solo es real en plural: mediante filosofías que son varias
filosofías o incluso muchas filosofías. Quien prohíbe a la filosofía este
plural, la convierte en no-filosofía. Hans Leisegang se defendió contra
esto (contra esta perversión de la filosofía en una no-filosofía que niega
la pluralidad) mediante su doctrina de las formas de pensamiento, una
doctrina que despierta y cultiva la sensibilidad para la división de pode
res en filosofía. En mi opinión, en ello reside ante todo la importancia
filosófica de Hans Leisegang; en ello reside su actualidad filosófica, y por
ello debemos estarle agradecidos.
¿CIENCIA UNIFICADA O PLURALISMO CIENTÍFICO?
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¿ C I E N C I A U N I F I C A D A O P L U R AL I S MO C I E N T Í F I C O ?
estadios, esta ley del progreso de las ciencias, que no refleja mi opinión
sino la de Auguste Comte, quien la expuso detalladamente entre 1830
y 1842 en su Curso de filosofía positiva y la resumió sucintamente en su
Discurso sobre el espíritu positivo de 1844, es hoy (normalmente con algu
na variante) la doctrina de fondo casi obvia allí donde se defiende el pun
to de vista del progreso hacia la ciencia y por medio de la ciencia como
un poder real y decisivo del mundo moderno, un poder que expresa el
imperativo siguiente: allí donde no hay ciencia, debe haber ciencia.
Esta tesis del progreso, tal como aparece formulada en, por ejemplo,
la ley de los tres estadios, destruye la situación que he supuesto como
situación de partida: la fundamentación de la unidad de la realidad me
diante el monoteísmo, mediante el Dios único. De ahí que, si la tesis de la
unidad de la realidad debe mantenerse en la edad positiva y científica, esta
formulación debe sustituirse por una nueva forma de la tesis de la unidad.
Por eso en la cultura moderna el programa de la ciencia única sustituye a
la religión de la realidad única del único Dios: la «idea regulativa» (como
Kant la llamó) de la unidad de la realidad se ve sustituida por la «expe
riencia única» de la ciencia, que desde finales del siglo xix se radicaliza
mediante el monismo, y en el siglo XX mediante la tesis fisicalista de la
ciencia unificada. El motivo religioso monoteísta de la unidad de la reali
dad se seculariza modernamente (su impulso se realiza, o su decadencia se
compensa) mediante el postulado del monismo, el programa de la ciencia
unificada. Sobre esto diremos algo más en el siguiente apartado:
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¿ C I E N C I A U N I F I C A D A O PL U R AL I SMO C I E N T I F I C O !
de finales del siglo xix, vinculado a la revista The Monist desde 1890. El
«monismo» de Ernst Haeckel (de espíritu evolucionista) proclamaba la
ciencia como visión del mundo. Esto condujo a la «Liga Monista» y a los
Sermones dominicales monistas de Wilhelm Ostwald. Podría decirse que
después de 1968 (y después de que las guerras mundiales interrumpieran
el optimismo del progreso), una repetición del monismo se convirtió en
la vía de escape del clima revolucionario que ya desfallecía. Además de la
«larga marcha a través de las instituciones», interesaba la larga marcha a
través de las especies. Puede caracterizarse el clima científico de hoy como
un neo-monismo. Tras la Primera Guerra Mundial, el monismo fue releva
do (en el primer Círculo de Viena de Carnap y Neurath) por el programa
de una ciencia unificada «fisicalista». En sus Principios metafísicos de la
ciencia natural, Kant afirmó que «en cada doctrina natural particular solo
puede encontrarse tanta ciencia en sentido propio cuanto pueda hallarse
de matemática» (Akademieausgabe , t. 4, p. 327); hoy la física matemática
debe convertirse en la ciencia universal, lo que se hace más fácil adquirien
do aparatos carísimos (piénsese en el CERN) y dando vueltas a la cuasi
metafísica empirizada del Big Bang. La física es buena; la metafísica es más
barata: pero el espíritu de la época no aprecia este análisis de costes y uti
lidades, y lo rechaza. De este modo (y tal como sucede en los Annalen der
Philosophie y en su sucesora, la revista Erkenntnis), la física sigue siendo la
auténtica ciencia en la ciencia. Y en conexión con la tesis «fisicalista» de la
ciencia unificada del Círculo de Viena, se llega a la siguiente tesis extrema:
o la física, o el sinsentido. Este mismo enunciado no pertenece a la física
(llamo a esto la «paradoja monista»). ¿Qué es, entonces? ¿Un sinsenti
do? En este punto surgieron problemas que empujaron a los miembros
del Círculo, especialmente tras la emigración, a posiciones diferentes:
la «filosofía analítica», la Ordinary-Language-Philosopky y el retorno a la
metafísica.
Pero en primer término, fue decisivo (como implicación de la tesis
«fisicalista» de la ciencia unificada) el rechazo, a título de sinsentidos,
de los problemas que rebasan la física; de ahí surge la impotencia de esta
tesis. Pues el efecto más poderoso de esta proscripción de los problemas
que rebasan la física, considerándolos como sinsentidos, es la indiferen
cia hacia las diferencias en el seno de este «sinsentido» (que es eminen
temente significativo para la vida): se vuelve indiferente si este supuesto
«sinsentido» se vive de un modo razonable o irracional. Esto muestra,
en mi opinión, que la tesis de la ciencia unificada (o como yo pienso:
toda tesis de una ciencia unificada) no está a la altura de los requisitos
de racionalidad de la vida humana. De aquí extraigo algunas consecuen
cias en el siguiente apartado:
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¿ C I E N C I A U N I F I C A D A O PL URAL I SMO C I E N T I F I C O ?
tal modo que en las ciencias del espíritu aparece la ambigüedad o la poli
semia, la teoría de la ciencia hace a las ciencias del espíritu una objeción
errónea, pues pasa por alto que la univocidad (si prescindimos de las
operaciones auxiliares, sin duda muy importantes, como son la datación,
la crítica de las fuentes, etc.) no es para las ciencias del espíritu interpre
tativas un ideal que no se alcanza, sino un peligro que hay que evitar.
Hay que darse cuenta de contra qué se hizo necesaria la ambigüedad, y
de que costó sangre, sudor y lágrimas liberarse precisamente de la univo
cidad. Pues las ciencias del espíritu también son una respuesta (tardía) a
la mortífera experiencia de las guerras civiles confesionales, que fueron
guerras civiles hermenéuticas; pues unos y otros se mataban luchando por
la única comprensión absolutamente correcta del único libro absoluto, la
Biblia, y más tarde de la única historia absoluta. Solo se alcanzó una paz
hermenéutica estable cuando se descubrió que no solo hay un libro y no
solo hay una historia, sino que hay muchos libros (la literatura) y muchas
historias (las culturas pluralistas), y que existe el pluralismo cultural, y
que para cada libro y cada historia no existe solo una posibilidad de com
prensión, sino muchas posibilidades que hay que cultivar mediante la
hermenéutica de la pluralidad de la comprensión: mediante las ciencias
del espíritu. Estas responden al trauma de la guerra civil hermenéutica
(que surge cuando el ergotismo de la univocidad se pone rabioso) me
diante la construcción de ese benéfico logro que es la equivocidad.
Así pues, no solo hacen falta las ciencias cuantificadoras y experimen
tales que se hacen en los laboratorios y para las que la univocidad tiene
una importancia vital; también hacen falta las ciencias del mundo de la
vida, para las que la equivocidad es una ganancia. Los hombres necesitan,
pues, una pluralidad de ciencias que compensen mutuamente sus déficits.
Una teoría de la ciencia que solo admite una clase de ciencia, y que con
ello proclama una ciencia unificada, produce anteojeras e impone pro
hibiciones perceptivas. La ciencia unificada reduce la capacidad humana
de hacer preguntas; por eso es necesario el pluralismo científico. Surge
así el problema de la capacidad de cooperación de una multiplicidad o
pluralidad de ciencias, problema que se agudiza por la situación actual de
especialización que caracteriza a la ciencia moderna. Pero la respuesta a
este problema no es la ciencia unificada, sino la interdisciplinariedad. En
el último apartado haremos algunas otras observaciones acerca de este
asunto, con la vista puesta en un gran ejemplo relevante:
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I N D I V I D U O Y D I V I S I Ó N DE PODERES
del hombre son ciencias del espíritu. Pues también hay ciencias natura
les del hombre (y entre ellas hay también ciencias experimentales): el
mejor ejemplo son las disciplinas fundamentales de la medicina humana.
Y una de las más importantes ciencias del hombre es la biología. Es obli
gado preguntarse cómo se puede sacar a las ciencias humanas (incluyendo
las ciencias pragmáticas de la acción: la jurisprudencia y la economía, así
como la psicología, la pedagogía, la sociología y eventualmente también
la teología) de su aislamiento y su compartimentación en pragmática,
ciencia natural y ciencia del espíritu, y cómo se podría lograr que co
operasen. Esta intención ha conducido una y otra vez a la idea de una
ciencia total (una ciencia unificada) del hombre. Y en la Modernidad,
tradicionalmente se ha considerado que esa ciencia total (esa ciencia uni
ficada) de «todo el hombre» es la «antropología».
Wolf Lepenies (en su libro de 1978 El final de la historia natural, y
también en otros lugares) ha señalado competentemente un hecho im
portante: la institucionalización de esta ciencia humana total que es la
«antropología» (que, como saben los historiadores de esta disciplina, tuvo
su florecimiento y sus ensueños en la primera mitad del siglo xix, tras un
precedente en torno a 1772) fracasó en la segunda mitad del siglo XIX (a
pesar de todas las «sociedades antropológicas»). Paradójicamente, el lento
triunfo del pensamiento evolucionista sobre el pensamiento clasificador
hizo que esta ciencia se hiciese finalmente posible como no lo había sido
nunca, y al mismo tiempo pareciese superflua. Darwin, por ejemplo, de
cretó: man is no exception ; el hombre no es «una excepción» frente a los
otros seres vivos. De este modo, en el siglo xix se institucionalizó con
éxito la biología, en lugar de la antropología. Quedó excluido de la biolo
gía el tema de las singularidades (de los individuos excepcionales) y de las
particularidades del hombre; las ciencias del espíritu se apropiaron de ese
tema: de este modo (y hay que tener presentes las fechas de la siguiente se
cuencia de publicaciones: El origen de las especies , de Darwin, en 1859; El
origen del hombre , de Darwin, en 1871; la Introducción a las ciencias del
espíritu, de Dilthey, en 1885) en cierto sentido la fracasada institucionali-
zación de la antropología tuvo como consecuencia, a finales del siglo xix,
la definitiva imposición teórica e institucional de las ciencias del espíritu.
Este proceso (la no institucionalización de la antropología como dis
ciplina global y ciencia humana unificada) no es una desgracia, sino todo
lo contrario. No solo sucedió que las ciencias del espíritu pudieron desa
rrollarse en lo sucesivo con toda libertad y en toda su variedad; también
sucedió que las ciencias sociales pudieron superar su pubertad, al menos
a medias, con una cuarentena disciplinar. Al mismo tiempo, la biología
evolucionista pudo aprender por sí misma a convertirse a su vez (de for-
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¿ C I E N C I A U N I F I C A D A O PL U R AL I SMO C I E N T I F I C O ?
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LA MÚSICA EN LA FILOSOFÍA
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LA M Ú S I C A EN LA F I L OS O F Í A
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LA MÚ SI C A EN LA F I L OS O F I A
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M OTIVOS DE TEODICEA
EN LA PRIMERA DOCTRINA DE LA CIENCIA DE FICH TE
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definición del «arte bello» que Fichte propone en 1798, que «el punto
de vista trascendental sea el punto de vista común» (general). Doy las
gracias a todos los presentes por su presencia, y también por consentir
en pagar el precio de escucharme a mí. Y doy las gracias a Hans Robert
Jauss: te doy las gracias muy cordialmente, querido Hans, a quien tanto
tengo que agradecer, por tu arte para la laudario, que exagera mis pági
nas buenas y al mismo tiempo no deja de mencionar mis páginas malas.
Con esto paso a Fichte y su Doctrina de la ciencia de 1794, que hace
doscientos años, aquí en Jena, marcó una época en la historia de la fi
losofía; y paso a mi (atrevida) tesis: esta primera Doctrina de ¡a ciencia
de Johann Gottlieb Fichte tiene (o tiene también) motivos de teodicea.
Intentaré hacer plausible esta tesis en los siguientes cuatro apartados:
1) dificultades con Fichte; 2) teodicea por medio de la autonomía; 3) otros
motivos de teodicea en el primer Fichte; 4) eximentes del Yo. Siguiendo
la costumbre, comenzaré con el apartado...
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M O T I V O S DE T E O D I C E A EN LA PRI MERA D O C T R IN A DE LA C IE N C IA DE FI CHTE
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1. En las tres proposiciones que siguen resumo (en los términos de Fichte) lo que
este expone en su Fundamento de toda la doctrina de la ciencia de 1794. Cf. Fichtes Wer-
ke, ed. de I. H. Fichte, rcimpr. Berlín, 1971, vol. 1, pp. 83-328.
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UNA FILOSOFÍA DEL CIVISM O BURGUÉS.
JOACHIM R ITTER Y SU HERMENÉUTICA
DE LA ESCISIÓN POSITIVA
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J O A C H I M RI TTER Y SU H E R M E N É U T I C A DE LA ESC I SI ÓN POS I T I V A
tradición metafísica) escinde cosas que van juntas y al mismo tiempo ne-
:esita la escisión para tener éxito. Hegel (que no fue un reaccionario
ideólogo del Estado, sino el filósofo de la revolución, es decir, del afian
zamiento de la sociedad burguesa) afirma al mismo tiempo la sociedad
emancipatoria del futuro y la tradición histórica de la metafísica. Por eso
son falsas las negaciones de la mutua pertenencia de ambas cosas: por
tanto, es falsa la negación superprogresista de la tradición, que conde
na la tradición y solo quiere quedarse con el progreso; como falsa es
también la restaurativa negación del progreso, que rechaza el progreso
y solo quiere quedarse con la tradición. Tan malo es el futuro sin pasa
do como el pasado sin futuro, de modo que en el mundo moderno es
inevitable (porque es su razón) precisamente aquello que parece exclui
do por la «escisión»: la pertenencia mutua de lo escindido, es decir, el
futuro y el pasado. Al mismo tiempo, el reconocimiento de la «escisión»
impide que el futuro y el pasado queden nivelados: es una especie de
división de poderes que protege a los ciudadanos modernos de disol
verse en la emancipación total o en la total nostalgia de la sustancia. A
este respecto, la filosofía y el Estado son los defensores de la escisión:
impiden que el futuro niegue el pasado y que el pasado niegue el futuro.
Debemos soportar la «escisión» del futuro y el pasado. Esto es menos de
lo que reclaman quienes querrían mejorar el mundo, y es más de lo que
temen las Casandras: el mundo moderno (burgués) no es el cielo en la
tierra ni el infierno en la tierra, sino la tierra en la tierra.
Joachim Ritter plasmó en análisis concretos esta filosofía de la no
identidad. Así, en el ensayo La europeización com o problem a europeo
(1956) elaboró las experiencias de los tres años que pasó impartiendo
clases en Estambul, Turquía (1953-1955). Mediante la «europeización»,
la sociedad moderna que procede de Europa (y que es «el progreso posi
tivo hacia relaciones sociales más humanas») se convierte en la sociedad
del mundo entero, pero desprende violentamente (como sucedió antes
en Europa) al mundo entero de su pasado y sus tradiciones. El rigoris
mo del progreso es aquí de tan poca ayuda como el rechazo violento
y terrorista de lo extraño. Lo que en Europa ha crecido durante largo
tiempo (la vida con el problema del futuro y el pasado) debe resolverse
ahora a escala mundial, y presupone su solución precisamente en Euro
pa (mediante la positivación de la escisión).
Forma parte de esta solución el que la filosofía (como analizó Joachim
Ritter por primera vez en su ensayo Sobre la risa) haga valer lo que «exclu
yen» (también como lo positivo reprimido) el orden y la sensatez. Esto no
se logra solo mediante el humor, sino mediante el movimiento total por
el que los hombres «responden» a las modernizaciones: forma parte de
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PROCEDENCIA DE LOS TE X T O S
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O TRO S TÍTULOS
Ax e l H o n n eth
La sociedad del desprecio
JÜRGEN HABERMAS
Teoría de la acción comunicativa
I. Racionalidad de la acción y racionalidad social
II. Crítica de la razón funcionalista
Aclaraciones a la ética del discurso
Conciencia m oral y acción comunicativa
Ralf D a h ren d o rf
La libertad a prueba.
Los intelectuales frente a la tentación totalitaria
R e in h a r t K o s e l l e c k
Crítica y crisis.
\Jn ensayo sobre la patogénesis del mundo burgués
Historias de conceptos.
Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social
H a n s- G e o r g G a d a m er
Acotaciones hermenéuticas
H annah A r en d t
Lo que quiero es comprender. Sobre mi vida y mi obra
M ax H o r k h e im e r
Crítica de la razón instrumental
Sociedad, razón y libertad
M a x H o r k h e im e r y T h eo do r W. A d o r n o
Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos
Los ensayos aquí reunidos exponen, en palabras de su
autor, «un escepticismo fundado en una filosofía de la
finitud». La duda escéptica implica la sensibilidad hacia
la «división de poderes», esto es, entiende que el indi
viduo libre no puede surgir más que de una pluralidad
de convicciones y tendencias reales. En calidad de seres
finitos, los hombres solo adquieren su libertad a partir
de las múltiples realidades que los definen y se limitan
unas a otras, sin que ninguna determine de forma ex
clusiva al individuo: sola divisione individuum.
Por eso, este escepticismo filosófico de la finitud hu
mana, cuyo cam ino fuera emprendido por O do Mar-
quard «inmediatamente después de la Segunda Guerra
Mundial», haciéndose cargo del «horror y el desenga
ño» de la época, constituye asimismo una defensa del
civism o burgués frente a sus negaciones totalitarias.
O do M arquard