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ESTAMPAS NUEVE JULIENSES Y UN CADÁVER QUE NO APARECE

“¿Qué hombre no es un paisaje? En los ojos tenemos la canción de la tierra…”


Enrique Catani. “El pueblo”

Una tragedia digna de Shakespeare: dos hermanos enamorados de la misma mujer. Sólo que
ocurre en estas tierras, entre araucanos que, provenientes de Chile, sometieron por el temor
o la masacre a los aborígenes locales que se remontaban, según hallazgos arqueológicos, a
prehistóricos asentamientos de nómades cazadores y recolectores, antecesores de nuestros
tehuelches y pampas. La muchacha apenas era una niña y, el amor, uno más entre tantos
juegos. De uno y de otro aceptaba cariño y dulces palabras; a uno, y a otro, la pasión los
arrebataba cada día más. El dominio efectivo del naciente territorio nacional aparejó la
guerra. Esta zona había sido elegida por el cacique chileno Calfucurá como centro de sus
malones. Todos debieron aprestarse para partir, incluidos los dos hermanos. Por eso, esta
vez, fueron terminantes: ella debía tomar una decisión. Sin embargo la muchacha nada quería
saber de compromisos. Los dioses, el destino, quizá, decidirían. Ellos tomaron ese sino entre
sus manos y se enfrentaron a muerte en un médano solitario, lejos de la toldería, no sin antes
despedirse con un abrazo fraternal que dejaba en claro que no era el odio, sino el amor el que
empuñaría la lanza. En cruenta lucha ambos se hirieron malamente y así se separaron en sus
monturas, agonizando, hasta que sus cuerpos cayeron en la tierra.

El regreso de los caballos solitarios anunció la desgracia. Ella corrió por la llanura hasta
encontrarlos, y allí cayó, muerta de dolor y de pena. El viento socavó la tierra alrededor de
cada cuerpo; la lluvia inundó las pequeñas cavidades. Poco a poco las sucesivas
precipitaciones fueron ensanchando las hoyas, hasta formarse las tres lagunas.

Al oeste de la laguna central, el Coronel Julio de Vedia, con regimientos de Bragado y


contingentes de los caciques aliados, Rondeau, Raylef y Coliqueo, estableció en 1863 un
campamento, en lo que hoy es el parque General San Martín y, ya al año siguiente, comenzará
a surgir el poblado que en 1865 contará con 165 viviendas y será abastecedor de fortines de
la zona.
Un laureado poeta del pago, Enrique Catani (1914-1974) pasea por ese parque:
“El Parque San Martín, claro diamante / -uno de aquellos tres que se recuerdan- / con el ojo
azulino de su lago / y sus islas verdosas, representa // el ensueño, la paz. Surca sus aguas / el
cisne luminoso…”

A su vez, estos versos de “Canto de amor final” (“Poema Histórico de Nueve de Julio”)
rememoran la casa de la niñez (“con su ventana al cielo y el alfeizar, / por donde contemplaba
los rebaños / de nubes hacinadas…”); los “bosques de tilos y de plátanos, /con sus risas
fragante y ligeras; las avenidas, la plaza “de pinos y palmeras, / con la antigua pirámide / o
la rotonda aquella / donde surgió la ninfa de una fuente…”; la estatua en esa plaza del General
Julio de Vedia “venerada, perpetua / de admiración…” A este mismo héroe fundador dedica
el soneto “Hoy”: “Desde la tumba heroica, consagrada, / de nuestro General Julio de Vedia,/
destrozando la sombra que lo asedia, / desenvaino la aurora de su espada…”

Un solo poema de Catani basta para conocer el pueblo, pero para adentrarnos en su espíritu
de amor por el terruño hace falta un poco más.
Plaza, calles, palmeras conforman una torre donde anida su voz “atada como el río / que no
persiste fuera de la tierra.” (“El pueblo”). Es la misma roja torre de la iglesia de la ciudad que
abre “el clavel de su voz”. También, en “A mi ciudad”, retoma los mismos motivos: “En un
principio aquí, las Tres lagunas, / el tordo y el ombú y el infinito; / la tierra desmayada como
un grito / y siempre el pajonal entre las dunas…”

Catani nació en 1914 en esa “¡Nueve de Julio! Joven y esbelta en su vertical blancura. Tibia
flor, almenada en vistudes solariegas.” el mismo año que Cortázar y que Bioy Casares. Con
el primero quizá tenga otro vínculo. Se menciona que el poeta por 1944 publicaba en una
revista llamada “Oeste”. En el mismo año, Julio Cortázar editaba con su sueldo en Chivilcoy
un denominado “volante” de poesía de igual nombre, donde se publicaba lo más conocido
de España y América. Se lo integra a Catani en la generación del ‘40, conformada por varios
escritores de renombre - Silvetti Paz, Lahitte, García Saraví, Venturini, Granata- pero,
curiosamente, también, por otro vate local, Horacio Núñez West.
***

Si alguien quisiera intentar la novela de una pesquisa policial, podría comenzar aquí, en 9 de
Julio. Se ha mencionado ya al fundador, Julio de Vedia. Pues bien, según una nota del diario
“El 9 de julio” de junio de este año, hacia 1979 la ciudad quiso, en torno a los actos por el
centenario de la Campaña del Desierto, trasladar los restos de aquel general para ser
enterrados en la catedral. Se entronaría la urna en un mausoleo que se construiría para tal fin.
Contaban ya las autoridades con el beneplácito de la familia del guerrero, pero, cuando van
en la búsqueda, se encuentran con que en “el mausoleo de su yerno, Octavio Molina (ubicado
en las sepulturas 5 y 6 del tablón nº 14, sección 13 “A”)” no había nada. Se revisaron otros
sepulcros ligados a la familia, nada; la “Dirección de Cementerios de Buenos Aires de entonces
ordenó una intensa búsqueda en los registros de inhumaciones de 1892 hasta 1901…”, nada; se siguió
investigando en los ´90 y posteriormente… todo sin resultado alguno hasta la fecha.

De los misterios surgen toda clase de conjeturas fantásticas, claro. Pero también los ingredientes
necesarios para una buena novela policial.
Imágenes de internet: Espejo de agua del parque San Martín; Iglesia de 9 de julio; Busto de
Julio de Vedia

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