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ELVIRA SÁNCHEZ, JOSÉ IVÁN, “ZANONI, UNA NOVELA

ROSACRUZ” SHJ, ISSUE I, nº 2, 2011

MAGIA

José Iván Elvira Sánchez, Independent Researcher

ZANONI, UNA NOVELA ROSACRUZ*

Category: Essay.

Resumen: Zanoni, novela de Bulwer-Lytton, es una de las obras cumbres del


ocultismo decimonónico, y uno de los productos más representativos y elaborados del
concepto que se tenía en la época acerca de las corrientes herméticas. Asimismo, se ha
escogido tal obra debido a su enorme valor artístico y obviamente a una inclinación
personal por la misma.

Palabras clave: Zanoni, Bulwer-Lytton, Ocultismo.

Abstract: Zanoni, a novel by Bulwer-Lytton, is one of the most excellent opuses


of the nineteenth Occultism, and one of the most representative and accurate products of
the concept established in the epoch on the Hermetic currents. Likewise, it has been
chosen due to its enormous artistic value and obviously to a personal devotion to it.

Key words: Zanoni, Bulwer-Lytton, Occultism.

Primera Parte

Adoro Zanoni. Zanoni (1842), como quizás muchos de los lectores ya sepan, es
una novela relativamente desconocida de Edward George Bulwer-Lytton, un famoso
escritor y político inglés de época victoriana. Y a modo de introducción, ¿qué se puede
decir de Zanoni? Sin lugar a dudas, que es una obra inscrita en una época fascinante
para Occidente, y sobre todo para el Imperio Británico, de hecho, la mayor potencia
europea y mundial durante toda la segunda mitad del siglo XIX, y por ende durante el
largo reinado de la Reina Victoria de Kent (1837-1901), que daría nombre a una época
de esplendor inigualable, una hegemonía sobre todo económico-tecnológica jamás

*
Originalmente publicado en la Revista Azogue, Studia Hermetica, Cuaderno de notas De Umbris
Idearum, entradas de sábado y domingo, 20-21 de febrero de 2010.

ISSN : 2174-0399 URL: http://studiahermeticajournal.com Page 35


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alcanzada hasta aquel momento. La Reina Victoria trajo consigo el fortalecimiento de


una monarquía desprestigiada por los sucesivos reinados de Jorge III y Jorge IV, y sobre
todo por Guillermo IV; el gobierno quedaba en manos de un poderoso ejecutivo y de un
parlamento dividido en dos grupos políticos de notables: los conservadores (tories) y los
liberales (whigs), y sus representantes más notorios: Robert Peel y Benjamin Disraeli
por el lado conservador y Rusell, Parmerston y Gladstone por el lado liberal. Hasta el
último tercio del siglo XIX, Inglaterra se convirtió en el centro neurálgico del mundo, y
a Londres llegarían ideas, mercancías y mano de obra de todos los confines del mundo.
Y esto, sin lugar a dudas, se traslucía en su literatura. En cuanto al resto de países
europeos, nos encontramos con la Francia del II Imperio y de Napoleón III, que marcará
igualmente toda una época (1848-1870), con la unificación italiana (en 1871, Roma se
proclama capital de Italia), y con la grandeza prusiana (la aparición del I Reich se
consumaría en 1871).

Volviendo a mí mismo, he de decir que estoy enamorado del siglo XIX, y sobre
todo de su segunda mitad, es decir, justo el reinado de nuestra poderosa monarca
británica.

Esto contrasta, quizás paradójicamente, con el desapego que me produce la


historia del siglo XX, sobre todo a partir de la terrorífica Gran Guerra (1914-1918) y sus
nefastas consecuencias para la civilización occidental. De hecho, supongo que si tuviera
que elegir una época para existir, elegiría este siglo: adoro sus costumbres, su elegancia
y moda, me deleito con sus clases de angustia y sufrimiento, sus ideas, sus escritores y
pintores, su arquitectura, su música... Adoro todo lo que representa, en definitiva. Esto
es una visión idealizada sólo en parte: me maravillan sus grandes corrientes culturales,
tanto el Romanticismo como el Realismo, y sus escritores se cuentan entre mis favoritos
ganando por goleada a los del XX o a los de cualquier otra época. Asimismo, me quedo
extasiado con las películas que tratan de representar este siglo, con The Elephant Man
(1980) de Lynch, Jeremiah Johnson (1972) de Pollack y Remando al Viento (1987) de
Gonzalo Suárez a la cabeza. En este sentido el siglo XIX ha escenificado la épica
moderna (lo que conocemos como Western), y la colonización de la por aquel entonces
ignota África (una película digna de ser tenida en cuenta es The Ghost and the
Darkness, de 1996).

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En el terreno literario, pictórico y filosófico (en definitiva, los terrenos con los
que me siento más identificado), hallo una fuente inagotable de inspiración en, por
poner algunos ejemplos, Edgar Allan Poe (Berenice, 1835), Dostoievski (Братья
Карамазовы, Los Hermanos Karamazov, 1880), Emily Brontë (Wuthering Heights,
1847), Alexandre Dumas (Les Trois Mousquetaires, 1844), Joseph Conrad (Heart of
Darkness, 1899), Leopoldo Alas Clarín (La Regenta, 1884-85), Novalis (Hymnen an die
Nacht, 1800), Abraham Stoker (Dracula, 1897), o Gaston Leroux (Le Fantôme de
l'Opéra, esta obra publicada pasados unos años de mi siglo, en 1910). En cuanto a la
pintura, como todo el mundo sabe, se originaron todos los movimientos pictóricos
modernos, pero si tuviera que quedarme con algunos nombres, pues J. H. Füssli (1741-
1825), William Blake (1757-1827), Francisco de Goya (1746-1828), Vincent Van Gogh
(1853-1890), o Egon Schiele (1890-1918). En cuanto a la filosofía y el pensamiento en
general, qué puedo decir: me asombra lo que representan "trastornadores" como
Friedrich Nietzsche (1844-1900), Karl Marx (1818-1883) o Sigmund Freud (1856-
1939). Asimismo, Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1775-1854) y Georg
Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), ambos exponentes del Idealismo alemán. Como
todo el mundo sabe, es además la era de la consagración del positivismo, y su pugna por
"desmitificar al mundo"... Y paradójicamente es la época de mayor exaltación del ideal.
En definitiva, el siglo XIX es una época de grandes pasiones, de incipientes corrientes
de pensamiento, de expansión, de violencia y de miseria terribles, y de esplendorosa
magnificencia de la Civilización Occidental, que desde entonces (es mi punto de vista)
ha caído en una irónica decadencia, y en luctuosos hechos sobre los que prefiero no
pensar ni un solo instante. Por supuesto, estoy simplificando, pero no quiero extenderme
más sobre esto.

Una obra resume lo que amo del siglo XIX: Also sprach Zarathustra. Ein Buch
für Alle und Keinen, 1883-1885 (Así habló Zaratustra. Una obra para todos y para
nadie, ¿tengo que decir de quién?). Muéstrenme semejante pasión y sublimidad en
nuestro tenebroso siglo XXI, y entonces me reconciliaré con él.

De cualquier manera, como todo el que lea sabe, en el terreno de la filosofía


prefiero la Antigüedad y el Renacimiento. En cuanto a la Historiografía, me siento
identificado con ciertos planteamientos "historicistas" de Leopold von Ranke (1795-
1886), aunque esto es un poco gratuito, porque en general (y sin desmerecer a los

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clásicos), podemos decir que la ciencia histórica tal y como la conocemos nació en este
siglo (no me olvido, claro está, del excelente historiador Theodor Mommsen). En
cualquier caso, absolutamente todas las diatribas (intelectuales, o no) actuales nacieron
en el siglo XIX. El siglo XX ha representado su desarrollo en muchos casos y su
"decadencia" en otros, aunque, como dije más arriba, esto es una apreciación muy
personal, debido a que me siento mucho más identificado con el modo de pensar de un
decimonónico ciudadano, antes que con la masa que me rodea en el glorioso siglo XXI.

Asimismo, el siglo XIX ha influenciado algunas visiones idealizadas actuales del


mismo, que podemos apreciar en movimientos estético-artísticos como el steampunk o
el movimiento ―neogótico‖, y algunos elementos del rock industrial o el metal. Pero en
esto nos tendríamos que detener demasiado, y lo cierto es que el tema no me interesa
mucho.

De acuerdo, ¿pero qué ocurre con el hermetismo? Pues bien, el siglo XIX y los
primeros años del XX, también marcan el inicio de nuestra andadura historiográfica,
pero hay que distinguir (como ahora mismo, vamos), entre dos corrientes bien distintas:
una historiográfica y otra "ocultista" o "practicante". En cuanto a la primera (de la única
que hablaremos en esta introducción), yo destacaría sobre todo a historiadores como
Richard August Reitzenstein (1861-1931), Eduard Zeller (1814-1908), Franz Cumont
(1868-1947), y Louis Ménard (1822-1908). La labor de estos historiadores y filólogos
conduciría a una mejor comprensión del fenómeno filosófico-religioso helenístico-
romano, y a la revalorización del estudio de la filosofía hermética como un apartado
digno de tener en cuenta a nivel académico, al margen de la morralla ocultista que por
aquel entonces estaba en su apogeo en muchos círculos "intelectuales". Y de uno de
estos círculos intelectuales "ocultistas" bebería nuestro magnífico escritor Bulwer-
Lytton.

En cuanto a las ediciones de los Hermetica inscritas en este periodo (1854-


1906), nos encontramos con las siguientes:

- Hermes Trismegistus. Poemander, Ed. G. Parthey. Berlin 1854.

- Hermes Trismegistus. Einleitung in's höchste Wissen: von Erkenntnis der Natur und sich darin
offenbarenden grossen Gottes. Begriffen in siebenzehn Büchern, nach griechischen und lateinischen
Exemplaren in's Deutsche übersetzt [...] Verfertigt von Alethophilo, 1786. Stuttgart, J. Scheible 1855.

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- Hermès Trismégiste Traduction complète précédée d'une étude sur l'origine des livres
hermétiques, par Louis Ménard. Paris 1866.

- Hermes Trismegistus. The theological and philosophical works. Translated from the original
Greek, with preface, notes, and indices by John David Chambers. Edinburgh 1882.

- Hermes Trismegistus. The divine Pymander. Translated from the Arabic by Dr. Everard [1650].
With introduction & preliminary essay by Hargrave Jennings. [Ed. R.H. Fryar]. London 1884.

- Hermes Trismegistus. The virgin of the world. Now first rendered into English with Essay
Introductions
and Notes by Anna Kingsford and Edward Maitland. [Ed. R.H. Fryar]. London 1885.

- [Hermes Trismegistus]. The Pymander of Hermes. Ed. W. Wynn Westcott. London and New
York 1894. Collectanea Hermetica, vol. II.

- Richard Reitzenstein. Poimandres. Studien zur Griechisch-Ägyptischen und frühchristlichen


Literatur, Leipzig 1904.

- G.R.S. Mead. Thrice-Greatest Hermes. Studies in Hellenistic Theosophy and Gnosis. London
1906, 4 pts.

Hay que decir, no obstante, que en los círculos ocultistas de la época el


desconocimiento hacia el hermetismo tardoantiguo era, por lo que sé y he podido
comprobar, casi total. Tan sólo unas vagas referencias a "Hermes Trismegisto", a la
"magia egipcia", y otros tópicos, pero en realidad nada tangible. El ocultismo
decimonónico bebe de otras fuentes, sobre todo platónicas y neoplatónicas (las más
fáciles de conseguir en la época), y sobre todo de grimorios "clásicos" (de los que no
sabría identificar la procedencia exacta: algunos supongo que se remontan a la Baja
Edad Media y otros son de época renacentista y posterior); e ignoro qué podría conocer
esta gente sobre los filósofos naturales plenomedievales y sobre las ciencias que se
practicaban en el Medievo, pero desde luego no mucho, dado que las ediciones críticas
y los estudios serios sobre este tema no se remontan muchísimo más allá, creo yo, de
Lynn Thorndike, 1882-1965), asimismo, se nutre de alguna clase de abstrusa imaginería
alquímica extraída -supongo- de algunos manuscritos de época renacentista (ss. XV-
XVI), y de la que me atrevo a afirmar que no entendían nada, y de alusiones brumosas a
la "cábala y sus misterios" (de esto quizás me atreva a hablar en otra ocasión, porque
actualmente Moshe Idel desarrolla una labor investigadora encomiable), y en definitiva
de una hipostasiada tradición ancestral que se remonta a los "gimnosofistas", a los
"hierofantes", y a los "iniciados", procedentes del Oriente.

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Segunda Parte

"Kuranes no era un hombre moderno, y no tenía las miras de otros que también escriben.
Mientras ellos pugnaban por despojar a la vida de las ornadas vestimentas del mito, Kuranes tan sólo
aspiraba a la belleza. Cuando la verdad y la experiencia no se la mostraron, se volvió hacia la fantasía y la
ilusión, hallándola en sus mismos umbrales, entre los nebulosos recuerdos de los cuentos de su niñez y
entre los sueños".

H. P. Lovecraft, Calephaïs.

Sin más preámbulos, procedo a hablar del tema que nos ocupa este fin de
semana: Zanoni (1842), una novela de Edward George Bulwer-Lytton, 1st Baron Lytton
(1803-1873). Esta novela proviene de otro relato del autor que ha obrado de germen de
nuestro Zanoni: Zicci (1838), que se centra en la relación entre los personajes
principales de la trama: Glyndon, Mejnour, Zanoni (Zicci, en este relato) y Viola
(Isabel). La obra transcurre en Italia (principalmente en Nápoles y en el castillo de
Mejnour), así como en alguna isla jónica (la morada de Zanoni), en Inglaterra, y
finalmente en Francia (París). Se nos muestra la Italia típicamente idealizada por los
gentlemen ingleses del s. XIX, sobre la base de una auténtica contraposición entre el
norte de Europa, con su frialdad y su filosofía, y el sur, donde "la naturaleza basta": el
locus amoenus de toda alma sensible que busca las raíces de la Civilización Occidental
en un entorno cálido e idílico.

J. M. W. Turner, "Eruption of Vesuvius" (1817).

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Zanoni ha sido adornada con numerosos subtítulos desde su aparición: A


Rosicrucian Tale, Novela Ocultista, o El Secreto de los Inmortales. Eso ya nos da
información sobre el tema de la novela. En efecto, Zanoni pretende ser una novela
inspirada por la tradición rosacruz, una supuesta secta de "iniciados" que se remonta al
alba de la civilización, y cuyo inicio formal se inscribe en la Edad Media, con el viaje al
oriente del famoso caballero cristiano Rosencreutz, o según el mismo Lytton escribe:

"that there were no mystic and solemn unions of men seeking the same end
through the same means before the Arabians of Damus, in 1378, taught to a wandering
German the secrets which founded the Institution of the Rosicrucians? I allow, however,
that the Rosicrucians formed a sect descended from the greater and earlier school. They
were wiser than the Alchemists,—their masters are wiser than they". (Libro IV, cap. II)

El siguiente subtítulo nos da aún más información: Zanoni puede ser


considerada, en efecto, una novela ocultista. El mismo Lytton pertenecía a una sociedad
que se consideraba heredera de la tradición rosacruz, fundada en 1865 por el
francmasón Robert Wentworth Little, la "Societas Rosicruciana in Anglia" (SRIA). Este
Little se llamaría a sí mismo Magus, y sería sucedido en su cargo por Robert Woodman
y William Wynn Wescott. Esta organización no sólo atraería a Lytton, sino también a
otro escritor "ocultista": Hargrave Jennings.

Edward George Bulwer-Lytton

El carácter ocultista o esotérico de la novela se comprueba sobre todo en el Libro


IV, The Dweller of the Threshold (capítulos I-IV), donde se nos narra el proceso de

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iniciación en los misteriosos caminos rosacruces de un aspirante o neófito: Glyndon, del


que hablaremos más adelante. El neófito pretende aspirar a conocer los secretos de la
naturaleza. A conocer la realidad divina y espiritual de las cosas, la ciencia sagrada o
teúrgica y el descubrimiento de los secretos de la cábala y de la alquimia. Pero para ello
necesariamente debe aprender a despreciar las bajas pasiones que arrastran el alma hacia
la locura y el apego a las cosas terrenales, porque esto podría suponer "un gran mal para
la humanidad". Se nos habla además sobre el porqué de no divulgar tan recónditos
secretos.

Asimismo, este proceso de iniciación contiene sus propias trampas: la prueba


frente a la pasión terrenal y la presencia de ánimo ante lo desconocido que acecha en el
umbral, son dos pruebas casi imposibles de salvar para la mayoría de los mortales. La
abstinencia, el sacrificio, la templanza, la fortaleza, la prudencia y la paciencia, son
virtudes "platónicas" a la par que iniciáticas. Y como si de los arcanos mayores del
Tarot se tratase, se nos muestra un proceso repetido una y otra vez desde la noche de los
tiempos, con el fin de seleccionar a aquellos que han de velar por la humanidad,
aquellos que están destinados a perpetuar la orden "rosacruz" y continuar el legado de
los antiguos. Este "mito" transmitido por las órdenes esotéricas y ocultistas "modernas",
hace que incluso hoy día Zanoni sea una novela venerada y respetada en muchos
círculos, como si contuviera en sus páginas todo el saber reservado a una minoría de
iniciados en los misterios. A decir verdad, no es oro todo lo que reluce, amigos míos. La
novela no contiene más que lugares comunes "ocultistas", eso sí: generados en un tono
menos "brumoso" que en otras novelas como Der Golem (1914) de Gustav Meyrink, el
Faust (1807-1832) de Goethe, o en algunos poemas de Blake. Esta novela de Lytton, no
obstante, no se inscribe tampoco en otra clase de relatos ocultistas menos apasionados y
menos fantásticos, como el ciclo de relatos de John Silence (supongo que publicados
por primera vez en 1908), de Algernon Blackwood, o bien del mismo autor de nuestra
novela, como The Haunted and the Haunters or The House and the Brain (1857) y A
Strange Story (1862), que dan buena cuenta de algunos de los supuestos secretos
reservados a una minoría, etcétera, pero en un tono casi periodístico, analítico y
"racional" (¡esto sacaba de quicio de Lovecraft!). Yo creo, humildemente, que Zanoni
puede ser colocado al lado de otros relatos más fantásticos como el The Coming Race,
del mismo Lytton, de Celephaïs (1922) del citado H. P. Lovecraft, de Las Ruinas
Circulares (1944) de J. L. Borges, o de Uranie (1889), de C. Flammarion (sobre esta

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última novela leí boquiabierto una siniestra interpretación freudiana, ¡qué lástima que
no recuerde dónde!). En fin, éstos son relatos de ciencia-ficción y fantasía, que nos
ofrecen una visión del cosmos y la conciencia radicalmente distinta a la del positivismo
campante de la época: un universo vivo, sometido a fuerzas incontrolables, y plagado de
elementos maravillosos, fantásticos y atractivos. Toda una delicia para los sentidos.

Es más, podemos analizar detalladamente qué elementos "esotéricos" podemos


encontrar en Zanoni, más allá de vagas referencias a los rosacruces, a la teúrgia, a los
alquimistas y a los cabalistas:

En primer lugar nos encontramos una referencia directa a Apolonio de Tiana, un


"santo" neopitagórico de época altoimperial, que es ubicado sin más en la "tradición
primordial" de nuestros rosacruces.

En segundo lugar, la obra misma se supone que está escrita en caracteres que a
mí me recuerdan a los planetarum sigilla de algunas obras de magia (que representan a
los seres angélicos), es decir, que estaba escrita en un lenguaje encriptado cuya clave
fue dada por el enigmático rosacruz al curioso estudiante de estas materias.

En tercer lugar, se nos cita a algunos ocultistas dieciochescos: Alessandro conte


di Cagliostro (1743-1795), Pierre Morissoneau, y a Joachim Martinès de Pasqually
(1727-1774), este último el fundador de l'Ordre de Chevaliers Maçons Élus Coëns de
l'Univers, en 1761.

En cuarto lugar, se cita a algunos filósofos naturales y escritores medievales, y


algunos magos y alquimistas del Renacimiento y del Barroco, como San Alberto
Magno, Dante, Paracelso, Trithemius, Giovanni Battista della Porta, Jean Baptista van
Helmont o Michael Sendivogius.

En quinto lugar, se nos citan algunas entidades espirituales, principalmente


Adon-Ai, una deidad magnífica y bondadosa de orden superior, consejera y protectora
de Zanoni (Libro IV, cap. IX):

Adon-Ai! Adon-Ai!—appear, appear! (...) Son of Eternal Light," said the


invoker, "thou to whose knowledge, grade after grade, race after race, I attained at last,
on the broad Chaldean plains; thou from whom I have drawn so largely of the
unutterable knowledge that yet eternity alone can suffice to drain; thou who, congenial

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with myself, so far as our various beings will permit, hast been for centuries my familiar
and my friend,—answer me and counsel!

Asimismo, se nos habla de un espíritu tentador, maligno, que se aparece durante


el proceso de iniciación a todos los neófitos, y que perseguiría a nuestro Clarence
Glyndon, a la vez que trataría infructuosamente de acabar con Zanoni (Lib. VII, cap.
XIII):

And the invocation was heard,—the bondage of sense was rent away from the
visual mind. He looked, and saw,—no, not the being he had called, with its limbs of
light and unutterably tranquil smile—not his familiar, Adon-Ai, the Son of Glory and
the Star, but the Evil Omen, the dark Chimera, the implacable Foe, with exultation and
malice burning in its hell-lit eyes. The Spectre, no longer cowering and retreating into
shadow, rose before him, gigantic and erect; the face, whose veil no mortal hand had
ever raised, was still concealed, but the form was more distinct, corporeal, and cast
from it, as an atmosphere, horror and rage and awe. As an iceberg, the breath of that
presence froze the air; as a cloud, it filled the chamber and blackened the stars from
heaven.

Resumiendo, el carácter ocultista de la novela se basa en una serie de vagas


lecturas de Lytton y su círculo, basadas en malas traducciones, ediciones e
interpretaciones de los textos "esotéricos" y "científicos" de antes del siglo XVIII. De
hecho, sólo desde el siglo XX comenzamos a saber muy lentamente algo de esto, y sólo
desde hace poco más de veinte años la Historiografía ha comenzado a centrarse
seriamente en estas cuestiones... En cuanto a los rosacruces, sólo ahora, con la obra de
Carlos Gilly, comenzamos a despejar las incógnitas sobre su origen (y lo mismo con
respecto al paracelsismo), con lo que imagínense qué podían saber sobre esta sociedad
esotérica. En lo referente a los alquimistas, peor me lo ponen (¿qué podían saber estos
supuestos "rosacruces" de los textos alquímicos en mitad del siglo XIX? Nada o casi
nada, eso seguro). En definitiva, el ocultismo del que hacía gala Lytton es una clase de
ocultismo de raíz dieciochesca, absolutamente ignorante de los textos renacentistas y
barrocos, y ya no digo de los textos tardoantiguos, herméticos y gnósticos. Su dialéctica
está basada en una retórica abstrusa, simbolista e interpretativa, como la de todos los
movimientos "esotéricos" contemporáneos.

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El otro subtítulo, empleado en la edición de Valdemar Gótica, es "El Secreto de


los Inmortales". Siguiendo con el tema de los rosacruces, nos topamos con los dos
personajes principales, representantes de la secta rosacruz, y de mucho más: de una
alianza inmemorial de la que sólo quedaban dos miembros: Mejnour y Zanoni, dos seres
sobrenaturales aureolados con el don de la "santidad" (no en términos cristianos, sino la
misma clase de divinidad que otorga la filosofía neopitagórica y la práctica de las
"ciencias ocultas", como unos Apolonios de Tiana del siglo XVIII); en consecuencia,
estos dos grandiosos personajes son inmortales, y han asistido a muchos de los
acontecimientos generados por las grandes civilizaciones del pasado:

Dost thou remember in the old time, when the Beautiful yet dwelt in Greece, how
we two, in the vast Athenian Theatre, witnessed the birth of Words as undying as
ourselves? Dost thou remember the thrill of terror that ran through that mighty
audience, when the wild Cassandra burst from her awful silence to shriek to her
relentless god! How ghastly, at the entrance of the House of Atreus, about to become
her tomb, rang out her exclamations of foreboding woe: "Dwelling abhorred of
heaven!—human shamble-house and floor blood-bespattered! (Libro VII, cap. III)

Cambiando de tercio, he leído por ahí la existencia de una supuesta relación


entre el sentido de esta obra y el übermensch nietzscheano; pero bueno, aunque el
mismo Lytton conociera algo de Nietzsche, resulta forzado tratar de establecer una
relación entre ambos pensadores. Tanto Zanoni como el citado concepto vitalista, del
mismo modo que otro tipo de personajes como Maldoror (éste creado por el Conde de
Lautréamont), nos remiten a una de filosofía que denominaremos "romántica",
exaltadora de valores como la independencia, la fuerza, la rebeldía, el amor sensual, la
pasión y los sentidos, a menudo en oposición de una concepción monolítica o
monoteísta de la divinidad, y a favor de una especie de "divinización" de la Naturaleza y
de la Tierra, unos elementos fuertemente sazonados con el poder de la imaginación, y
del éxtasis, la manía, y el eros platónicos. Es más, a mí se me representa el personaje de
Zanoni como un Giordano Bruno inmortal, y me refiero tanto a su imagen como a su
ánimo exaltado y a su filosofía.

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He aquí el retrato de Giordano Bruno, mi propia imagen mental de Zanoni.

Tengo que decir, además, que mi amor por esta obra victoriana no se debe a que
esté ubicada en alguna clase de ocultismo o corriente esotérica, que en cierto modo es el
objeto de mi estudio. Es más, a mí otros autores encuadrados en esta etiqueta no se
puede decir que me apasionen (me estoy refiriendo a autores como Meyrink,
Blackwood o Machen); no, mi pasión por esta obra se debe a su profunda capacidad
evocadora, a su exaltación sin ambages de la belleza sensual e intelectual y de la vida, y
a la delicada factura de sus personajes (Gaetano Pisani y su hija Viola son dos ejemplos
magníficos). En definitiva, si tuviera que etiquetar a Zanoni, la tildaría de "Novela
Platónica", no de ocultista ni nada parecido. De hecho, así lo establece uno de sus
personajes introductorios (el enigmático erudito rosacruz):

Plato here expresses four kinds of mania, by which I desire to understand


enthusiasm and the inspiration of the gods: Firstly, the musical; secondly, the telestic or
mystic; thirdly, the prophetic; and fourthly, that which belongs to love (Int.)

Estas clases de manía y entusiasmo platónicos de las que habla nuestro sabio,
son descritas en términos parecidos en el Fedro de Platón (según he visto, en 244a-
250a), en un bellísimo pasaje digno del filósofo ateniense:

Aquel, pues, que sin la locura de las musas acude a las puertas de la poesía,
persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecto,
y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsada por la
de los inspirados y posesos. (245a-b)

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La música, la belleza, la divinidad del Todo, la imaginación y la fantasía, la


contemplación, el estudio, la búsqueda de la verdad, la naturaleza... Todos estos
elementos hacen de Zanoni una delicia para los sentidos, al tiempo que un producto raro
y precioso en nuestros días. En efecto, Zanoni es una novela "victoriana" -aunque desde
luego esto no la convierte en "gótica"-, y da la impresión de ser un relato "clásico", de
un clasicismo greco-romano que lo distingue netamente de los herederos del Castillo de
Otranto. Es más, Zanoni está salpicada de referencias a la mitología clásica (hipogrifos,
Titanes, Baco, Adonis, Apolo, Laoconte, Eros y Psique, Venus, Medusa, Saturno…), y
sobre todo de constantes alusiones a autores antiguos (Filóstrato, Sócrates, Catón,
Platón, Homero, Heráclito, Plinio, Juliano, Demóstenes, Virgilio, Ovidio, San Agustín,
Pitágoras, o Jámblico), así como de artistas renacentistas (Miguel Ángel, Tiziano,
Ludovico Ariosto, Torquato Tasso, o Rafael son buenos ejemplos). Lo mismo
podríamos decir de los autores modernos citados: Shakespeare, Racine, Goethe, Byron,
o Schiller. Asimismo, Lytton cita a pintores "clasicistas": Antoine Watteau, Guido Reni,
Jacques-Louis David, o David Teniers. Esto, aparte de dar una idea precisa de la gran
erudición de su autor, nos informa muy bien del sustrato esencial de la novela.

Del mismo modo, el carácter platónico u ocultista de la novela no la aleja de la


realidad de su tiempo. De hecho, la trama de Zanoni está centrada en buena parte en una
determinada vicisitud histórica: la Revolución Francesa y sus implicaciones ideológicas.
Sus personajes muestran gran interés por el significado de la Revolución y sobre todo
por su degeneración en mera matanza y locura colectivas, sobre la base de supuestos
bellos ideales. Este mensaje de la novela bien puede concebirse como una
reivindicación de las raíces filosóficas de Europa, y no sólo de las raíces cristianas, sino
de su trasfondo clásico. Se condena al ateísmo como desprecio a la divinidad del
mundo, y se critica la vacuidad de una supuesta filantropía que esconde el más inmundo
de los vicios (Jean Nicot es la personificación de esto), o bien una clase de educación
que ignora a Dios (la historia del anciano ilustrado traicionado por su pupilo es un
ejemplo). Asimismo, se nos relata la suerte de algunos de los filósofos ilustrados, en un
alarde de ficción histórica encomiable (un ejemplo lo encontramos en el "cónclave"
ilustrado del capítulo VI del libro II), liderado por Condorcet y formado por otras
personalidades como Malesherbes, Jean Sylvain Bailly, Jacques Cazotte, o Jean-
François de La Harpe. Esto adquiere su correspondiente clímax en el último libro, cuyo

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ELVIRA SÁNCHEZ, JOSÉ IVÁN, “ZANONI, UNA NOVELA
ROSACRUZ” SHJ, ISSUE I, nº 2, 2011

título reza significativamente The Reign of Terror, y que culmina con la muerte del
"tirano" Robespierre.

Pero no nos confundamos. Lord Lytton no desprecia las ideas ilustradas, sino
que trata de evidenciar sus contradicciones: el desprecio de la belleza natural del
mundo, el cinismo de estos hombres nuevos que pretenden vivir sin un sentido de lo
divino, alejando la piedad y la virtud de sus vidas, y despreciando cualquier idea de
trascendencia más allá de la muerte. En definitiva, su crítica es parecida -salvando las
distancias- a la que brinda Platón a los impíos y ateos en Las Leyes. Pero sobre todo, su
crítica es la misma que construyen otros autores ilustrados ante el viraje "ateo" de la
Revolución, como la formulada por Montesquieu al comienzo de su De l'esprit des lois
(1748). Por lo tanto, se rechazan los trastornos y las matanzas provocadas por la
Revolución Francesa, y en consecuencia es significativo que el mismísimo Zanoni
perezca en la debacle guillotinadora, sacrificándose por el fruto de su propio amor y por
la humanidad, la "buena humanidad".

No obstante, la propia novela da una explicación esquemática al final de la


misma, sobre la base de los propios personajes. Así, Mejnour simboliza "la ciencia",
Zanoni el "idealismo", Viola, el "instinto humano y maternal, y el amor ", y su hijo
representa el "renacimiento del instinto" y el producto perfecto del amor. En cuanto a
Glyndon, representa la curiosidad y la aspiración sin talento y determinación, así como
la convencionalidad del hombre medio, que no puede aspirar a la sublimidad debido a
su lucha desigual contra la sensualidad y las bajas pasiones, y además su incapacidad
para el sacrificio. Asimismo, podemos decir que Zanoni representa el carácter
sanguíneo, mientras que Mejnour hace gala del temperamento típicamente melancólico
y saturnal de los amantes de la ciencia y el estudio.

Procedamos ahora con cosas más prosaicas. Como por ejemplo, que no hay
excusa para no leer Zanoni o alguna otra obra de Lord Lytton, dado que éstas se pueden
comprar por cuatro perras, o bien se pueden encontrar íntegramente en Internet sin
mayor dificultad. De hecho, hace días que compré por una cantidad irrisoria una edición
de 1888 de esta obra inmortal, así como una edición de su bosquejo literario, Zicci
(Dodo Press). En cuanto a la bibliografía, he encontrado este título que habla
directamente del autor y de su obra:

- STEWART, Nelson, Bulwer Lytton as Occultist, Kessinger Publishing, 1996.

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Pero poco más que valga la pena reseñar, la verdad. Al menos por lo que yo
conozco. Finalmente, me gustaría resaltar el sentido providencialista de la obra (aunque
esto no es extraño en una novela victoriana), como demuestra el siguiente pasaje (Lib.
VII, cap. XVII), de hecho, su colofón:

The infant smiled fearlessly on the crowd, as the woman spoke thus. And the old
priest, who stood amongst them, said gently, "Woman, see! the orphan smiles! THE
FATHERLESS ARE THE CARE OF GOD!

Así, lo que al parecer acaba en tragedia se torna felicidad, luz y exaltación del
sentido divino de la vida. Del alto destino de la humanidad y del hombre piadoso y
bueno que se sacrifica. ¿Qué más puedo decir para que se anime a leerla, querido lector?

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