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E par che della sua labbia si mova Y parece que de sus labios se mueve
Un spirito soave pien d’amore, Un suave espíritu lleno de amor
Che va dicendo a l’anima: sospira. Que va diciendo al alma: suspira.
Non era l’andar suo cosa mortale No era su andar cosa mortal
Ma d’angelica forma, e le parole sino de forma angélica y sonaban
Sonavan altro che puer voce umana. sus palabras como no suena voz humana.
Uno spirito celeste, un vivo sole A un celestial espíritu, a un vivo sol miraba;
Fu quel ch’i’vivi; e se non fosse or tale y si ya no fuese igual la herida,
Piaga per allentar d’arco non sana. porque distienda el arco no me sana.
Se parte del regodeo en la visión física, los detalles estéticamente bellos de la
amada: pelo ondulado al viento, destellos luminosos de los ojos comparándolos con la
ausencia de esplendor en la actualidad, la pérdida de la juventud. Conoció a Laura el
Viernes Santo de 1327 y ésta murió en la peste de 1348 que asoló Florencia y toda
Europa.
El término parece: mi parea, que en Dante asumía la connotación de
afirmación, aquí denota duda: no sabe si es verdadero o falso el sentimiento de
piedad, hay una distancia entre la amada y el poeta, es exterior y por ende no
puede captar la realidad mental de la misma.
Dante la tenía internalizada, era su visión ideal por lo que no se generaba
conflicto.
Concepción más humana de la mujer, ya no la transposición a un ente ideal,
sino la mujer sujeto, misteriosa, problemática al hombre.
Tópico stilnovista de la potencia de amor latente en el corazón del hombre que
es despertada por la presencia femenina.
Idealización, connotación angélica de la mujer: todavía es mitad Beatriz.
Análisis de la permanencia de la pasión amorosa aunque la belleza primigenia
se haya perdido.
En Petrarca encontramos manifiesta la tensión lacerante entre el deseo amoroso, la
necesidad humana de vivir la pasión sin reparos y la conciencia de culpa, la necesidad
de explicarse, excusarse por la misma. Ello lo encontramos manifiesto en la pregunta
retórica que se hace el poeta por medio de la cual intenta legitimar su deseo amoroso.
Dichos reparos, dudas, tensiones, no existen en Dante pues su amor por Beatriz fue más
ideal que humano.
Con Boccaccio nos abrimos al pleno Renacimiento sin olvidar lo medieval. En los
cuentos de su Decamerón, la mujer se encuentra a menudo en el centro de los grandes
actos de la comedia del hombre y aparece representada en sus varios aspectos físicos y
morales y a través de las diversas reacciones que suscita en los individuos y la sociedad.
Es interesante estudiar las diversas configuraciones, los juegos de opuestos en la
exaltación de la eterna feminidad y que proviene de la diversidad de tipos sociales que
Boccaccio pinta en su obra: mujeres castas, bellas, ridículas o feas pero por sobre todo
humanas, representaciones poéticas de seres que conoció, amó o despreció.
El cura de Varlungo, “persona de apostura al servicio de las mujeres”, anhela una
“agradable y lozana rústica, morenaza y bien recia y más dotada para la molienda que
ninguna otra” que se llama Belcolore. Con temblores y expresiones animales demuestra
su afición: 2, VIII: 381.
Si los hombres doctos se expresan así, el lenguaje de los aldeanos y artesanos será
pueril y culinario. Los rústicos sienten y exaltan de forma sensual a la mujer como una
mórbida estatua de carne, fruto sabroso y apetitoso presto a ser comido con avidez: 2,
IX: 446.
Calandrino se enamora de una mujer de la vida y Bruno compone un escrito en
virtud del cual sólo con tocarla con el mismo, la muchacha irá con Calandrino.
Descubre la esposa del mismo la broma y se produce una enojosa situación:
“La joven era bella y en comparación a las de su clase, poseía trato educado.
Cierto día, salió de su alcoba ligera de ropas a lavarse en un pozo cercano.
Casualmente fue Calandrino a buscar agua y ella empezó a mirarle por parecerle un
personaje curioso. Calandrino también la miraba aunque no sabía qué decirle. Ella
quiso sacra partido y empezó a conquistarle con miradas y suspiros, cosa que
consiguió en el acto. Calandrino se enamoró en seguridad de ella... y cuando volvió a
trabajar no hacía más que resoplar... Debes entender rectamente (dijo a Bruno) que yo
no soy tan viejo como te parezco: ella se ha dado cuenta de ello y se lo haré ver mejor
si le pongo la mano encima, por el santo cuerpo de Cristo, que le haré tales cosas que
luego vendrá ella detrás de mí como va la loca tras su hijo. ‘Oh – dijo Bruno – tú te la
devorarás: me parece incluso verte cómo le muerdes con estos dientes tuyos que
parecen dos rosas, y cómo después te la comes toda entera’. Calandrino al oír tales
palabras le parecía que ya lo estuviera haciendo y cantaba y saltaba que no cabía en su
pellejo de tanto gozo”.
La misma contemplación y exaltación de la mujer, deben su entonación a un
registro estilístico distinto cuando los detalles físicos del cuerpo femenino despiertan no
la lascivia ni la ávida concupiscencia, sino la admiración, la adoración, el embeleso
producido en el paso de esa imagen desde los sentidos al espíritu, es así que Ifigenia,
dormida en el bosque con un vestido sugerente, despierta en el grosero, brutal y noble
Cimone, la gentileza dormida en su corazón. Cómo fundamentaba el Dolce Stil Nuovo:
la potencia de amor no es privativa de una clase social, ni es hereditaria, es un don
otorgado por Dios a los que tienen corazón gentil;
“sintió cómo se le ocurriría un pensamiento que, a pesar de su grosera y material
mente, consistía en que consideraba a esa mujer la cosa más bella que ningún ser
humano hubiese visto. Y de este modo empezó a distinguir las diversas partes de la
durmiente elogiando sus cabellos que le parecían de oro, la frente, la nariz, la boca, la
garganta y los brazos y sobre todo, el pecho, en el que no se había fijado mucho
todavía; y transformado enseguida de trabajador en juez de belleza, deseaba en sumo
grado ver sus ojos que, bajo el peso de un profundo sueño, ella tenía cerrados, y para
verlos estuvo tentado varias veces de despertarla. Pero, pareciéndole sin ninguna duda
mucho más hermosa que las demás mujeres que había visto en su vida, le entró la duda
de si no fuese una diosa; y le inspiraba tal sentimiento que juzgaba que las cosas
divinas merecían más reverencia que las mundanas y por eso, se retenía, esperando que
se despertara ella misma; y como le pareció demasiada la espera y aunque no hubiese
obtenido ningún placer empezó a considerar el marcharse... pero al ver de pronto sus
ojos abiertos él también la miró fijamente, pareciéndole que una gran dulzura emanara
de sus ojos y le llenara de un placer que nunca había experimentado”.
Y en el cuento final, encontramos la exaltación conclusiva de Griselda, donde, a
través de una lenguaje que alude a las representaciones características de la Virgen
María, se nos muestra la capacidad de vencer, humana cristianamente toda dificultad,
no a través de la astucia y la maldad, sino sobre la amorosa y heroica humildad. El arte
de la paciencia y la prudencia, de la generosidad, el amor verdadero y la afectuosa
inteligencia que vence a los desconfiados súbditos y al bestial marido, y las pruebas
sobrehumanas a que debe someterse y que hace que se la proclame mujer sapientísima y
llovida del cielo por los divinos espíritus:
“la habían gustado, ya hacía tiempo a Gualtieri, los vestidos de una pobre
jovencita que era de un pueblo cercano a su casa... Ella era... bella de cara y de
persona, y tan bella parecía, era tan agraciada, agradable y tan recatada que no
parecía haber sido pastora de ovejas e hija de Ginnucole, sino de algún noble señor:
por lo que hacía maravillar a todo hombre que la veía por primera vez. Y además de
esto era tan obediente y servicial con su marido que él se consideraba el hombre más
contento y satisfecho del mundo y del mismo modo, se comportaba tan graciosa y
benignamente con los súbditos de su marido que no había nadie que no la amara más
que a sí mismo y que no la honrase como merecía y todos rezaban por su bien, por su
estado y por su prosperidad. Y pronto, en muy poco tiempo, supo ella obrar de tal
modo, no sólo en su marquesado sino por doquier que supo hacer que se apreciara en
su valor y su forma de hacer el bien...”.
Concluyendo, si para Dante, Beatriz fue el ideal femenino creado para mostrar a
los sufrientes contemporáneos y al mismo poeta el camino a la Gracia y posibilitar el
acceso a la Salvación, en Petrarca, la pasión que su Laura le despierta lo hace debatirse
entre la posibilidad de un amor más terreno y la culpa del pecado, pues la visión
eclesiástica pervive poderosa en su alma y la desgarra. Y ya en Boccaccio, en el
Quatroccento italiano, confluyen dos tradiciones: la aristocratizante y la burguesa y se
alcanza la síntesis de las distintas imágenes femeninas que el hombre se forjó a lo largo
de la historia. ¿Mujer tonta o astuta? ¿Pecadora o sublime? ¿Maléfica o redentora?.
Boccaccio no se definió, se limitó a mostrarlas con toda su concreta humanidad,
mediatizadas tras su sonrisa burlona y festiva y las entregó para solaz de las refinadas y
aburridas damas a quienes dedicó su obra y a los millones de lectores a quienes les toca
en suerte la ingrata, ¿ingrata?, tarea de asumir una posición.