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Traductor: Pío de Luis, OSA

SERMÓN 34

COMENTARIO DE SAN AGUSTÍN AL SAL 145,2


1. 1. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo
conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si lo consideramos más
atentamente, es expresión de amor. Por tanto, quien sabe amar la vida nueva, sabe
cantar el cántico nuevo. El cántico nuevo se convierte en ocasión para encarecernos
la vida nueva. Pues todo pertenece al único reino: el hombre nuevo, el cántico
nuevo, el testamento nuevo. En consecuencia, el hombre nuevo cantará el cántico
nuevo y pertenecerá al testamento nuevo.

2. No existe nadie que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. Por
tanto, no se nos invita a no amar, sino a elegir lo que vamos a amar. Pero ¿qué
vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no
amamos si antes no somos amados. Escuchad al apóstol Juan. Él es el apóstol que
se reclinó sobre el pecho del Señor y en aquel banquete bebía los secretos
celestes1. De aquella bebida y de aquella dichosa borrachera eructó: En el principio
existía la Palabra2. ¡Excelsa humildad y sobria embriaguez! Aquel gran eructador,
esto es, predicador, dijo también, entre otras cosas que bebió del pecho del
Señor: Nosotros amamos porque él nos amó antes3. Mucho había dado al hombre,
porque hablaba pensando en Dios cuando decía: Nosotros amamos. ¿Quiénes? ¿A
quién? Los hombres, a Dios; los mortales, al inmortal; los frágiles, al inmutable; la
hechura, al hacedor. Nosotros hemos amado, y ¿de dónde nos viene esto? Porque
él nos amó antes. Busca de dónde viene al hombre amar a Dios, y no hallarás otra
razón que esta: porque Dios le amó antes. Aquel a quien hemos amado se entregó
a sí mismo; nos dio con qué amarle. Oíd claramente de boca del apóstol Pablo lo
que nos dio para que le amáramos: El amor de Dios -dice- se ha difundido en
nuestros corazones. ¿De dónde? ¿De nosotros tal vez? No. ¿De dónde, pues? Por
el Espíritu Santo que se nos ha dado4.

2. 3. Teniendo, pues, tanta confianza, amemos a Dios desde Dios. Más aún, puesto
que el Espíritu Santo es Dios, amemos a Dios desde Dios. ¿Puedo decir más aún
que este amar a Dios desde Dios? Puesto que dije: El amor de Dios se ha difundido
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado5, es lógico que,

1
Cf Jn 13,23
2
Jn 1,1
3
1Jn 4,10
4
Rm 5,5
5
Rm 5,5
Traductor: Pío de Luis, OSA

como el Espíritu Santo es Dios, y no podemos amar a Dios sino mediante el Espíritu
Santo, amemos a Dios desde Dios. Hay lógica perfecta. Escuchad más claramente
aún al mismo Juan: Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en
Dios y Dios en él6. Poco es decir: el amor procede de Dios. ¿Quién de nosotros se
atrevería decir: Dios es amor? Lo dijo quien sabía lo que poseía. ¿Por qué la
imaginación humana y el pensamiento volátil se fingen un Dios y en su corazón se
fabrican un ídolo, haciendo a Dios tal como el hombre lo puede imaginar, no como
mereció encontrarlo? -«¿No es Dios de esa manera?» -«No, sino de esta otra».
¿Por qué le asignas rasgos, le haces compuesto de miembros, le atribuyes una
estatura a tu gusto? ¿Por qué te imaginas la belleza de su cuerpo? Dios es
amor. ¿Cuál es el color de la caridad? ¿Cuáles sus rasgos, su forma? No vemos
nada de esto y, sin embargo, amamos.

4. Me atrevo a decirlo a vuestra caridad: advirtamos aquí abajo lo que encontramos


que se da arriba. Incluso el amor ínfimo y terreno, el amor sucio y lascivo que va
unido a las bellezas del cuerpo, nos llama la atención sobre algo a partir de lo cual
nos elevemos a realidades superiores y más puras. Un hombre lascivo y deshonesto
ama a una mujer bellísima. Es la belleza del cuerpo la que le mueve, pero en su
interior busca correspondencia en el amor. Pues, si oye que ella le odia, ¿no se
enfría toda aquella pasión e ímpetu hacia los miembros bellos? ¿Acaso no se aleja,
se aparta y se siente ofendido con aquello a lo que antes tendía y hasta comienza
a odiar lo que amaba? ¿Cambió acaso la belleza? ¿No sigue existiendo lo mismo
que le había atraído? Allí está todo: ardía en deseos de lo que veía, pero exigía del
corazón lo que no veía. Si, por el contrario, descubre una reciprocidad en el amor,
¡cuánto más intensamente arderá su deseo! Ella le ve a él; él, a ella; al amor,
ninguno lo ve y, sin embargo, se ama lo que no se ve.

3. 5. Elevaos de este deseo impuro para permanecer en la caridad, radiante de luz.


A Dios no le ves: ámale y le posees. ¡Cuántas cosas se aman con deseos
condenables, sin poseerlas! Se buscan suciamente y no se consiguen de momento.
¿Acaso es lo mismo amar el oro que tenerlo? Muchos lo aman y no lo poseen.
¿Acaso es lo mismo amar extensísimos y magníficos predios que poseerlos?
Muchos los aman y no los poseen. ¿Es lo mismo amar el honor que tenerlo?
Muchos, carentes de él, arden por poseerlo. Buscan poseerlo, pero frecuentemente
mueren antes de encontrar lo que buscaban. Dios se nos ofrece como compendio
de todo. Nos grita: «Amadme y me poseeréis, porque no podéis amarme sin
poseerme».


6
1Jn 4,16
Traductor: Pío de Luis, OSA

6. ¡Oh hermanos, oh hijos, oh retoños católicos, oh semillas santas y sublimes, oh


regenerados en Cristo y nacidos de lo alto! Escuchadme; o mejor, a través de
mí: ¡Cantad al Señor un cántico nuevo!7 «Ya lo canto» -dices-. Cantas; es cierto que
cantas, lo oigo. Pero no aduzca la vida un testimonio contra la lengua. Cantad con
vuestras voces, cantad con los corazones, cantad con las bocas, cantad con las
costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Buscáis qué celebrar de aquel a
quien amáis? Sin duda quieres celebrar cantando algo de aquel a quien amas.
Buscas sus alabanzas para cantarlas. Escuchasteis: Cantad al Señor un cántico
nuevo. ¿Buscáis alabanzas? Su alabanza está en la asamblea de los
santos8. Cuando se alaba el canto, lo que se alaba es el cantor mismo. ¿Queréis
entonar alabanzas a Dios? Sed vosotros lo que decís. Sois su alabanza si vivís bien.
Su alabanza está no en las sinagogas de los judíos, ni en la locura de los paganos,
ni en los errores de los herejes; tampoco en los aplausos de los teatros. ¿Buscáis
saber dónde está? Pensad en vosotros mismos; sedlo vosotros. Su alabanza en la
asamblea de los santos. ¿Buscas de qué alegrarte cuando cantas? Regocíjese
Israel en quien lo hizo9. No hallará de qué alegrarse, sino de Dios.

4. 7. Bien, hermanos míos, interrogaos a vosotros mismos, examinad vuestros


depósitos interiores. Ved y mirad cuánta caridad tenéis; aumentad la que halléis.
Poned los ojos en ese tesoro para ser ricos interiormente. De lo que tiene un precio
elevado se dice que es caro, y no en vano. Considerad vuestra forma común de
hablar: «Esto es más caro que aquello». ¿Qué quiere decir «es más caro», sino
«tiene un precio mayor»? Si se dice que es más caro lo que tiene un precio mayor,
¿hay cosa más cara que la caridad misma, hermanos míos? ¿Cuál pensamos que
es su precio? ¿Dónde se encuentra este? El precio del trigo es tu moneda; el de
una finca, tu plata; el de una perla, tu oro; el precio de la caridad eres tú. Buscas,
pues, cómo poseer una finca, una piedra preciosa, una bestia de carga; buscas una
finca para comprarla y la buscas cerca de ti. Si quieres poseer la caridad, búscate
a ti y encuéntrate a ti mismo. ¿Temes darte a ti mismo, porque temes consumirte?
Lo verdadero es lo contrario: te pierdes si no te das. La misma caridad habla por
medio de la Sabiduría y te dice algo para que no te asuste lo dicho: «Date a ti
mismo10». Si alguien quisiera venderte una finca te diría: «Dame tu oro». Y si otro
quisiera venderte otra cosa cualquiera: «Dame tu moneda, dame tu dinero».
Escucha lo que te dice la caridad por boca de la Sabiduría: Dame tu corazón, hijo11.
Dame -dijo-. ¿Qué? Tu corazón, hijo. Estaba malo cuando dependía de ti y era para


7
Sal 149,1
8
Sal 149,1
9
Sal 149,2
10
Pr 23,26
11
Pr 23,26
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ti; te arrastraban frivolidades y amores lascivos y dañinos. Quítalo de allí. ¿A dónde


lo llevas? ¿Dónde lo pones? Dame -dice- tu corazón. Sea para mí y no se pierde
para ti. Ve, pues, si quiso dejar algo en ti, con lo que te ames incluso a ti, quien te
dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente12. ¿Qué queda de tu corazón para que te ames a ti mismo? ¿Qué queda de
tu alma? ¿Qué queda de tu mente? Con todo -dijo-. Quien te hizo te exige
entero. 5. Pero no te entristezcas como si nada te quedase en que puedas
alegrarte. Regocíjese Israel no en él, sino en quien le hizo13.

8. «Si no me quedó nada con que amarme a mí mismo, puesto que se me ordena
amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente14 a quien me hizo,
¿cómo en el segundo mandamiento se me manda amar al prójimo como a mí
mismo?15». Aquí está precisamente la razón por la que debes amar al prójimo con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. ¿Cómo? Amarás a tu prójimo
como a ti mismo16. A Dios, con toda mi persona; al prójimo, como a mi persona.
¿Cómo tengo que amarme a mí y cómo a ti? ¿Quieres oír cómo te amas a ti mismo?
Te amas a ti mismo por el hecho de amar a Dios con todo tu ser. ¿Piensas que trae
algún provecho a Dios el que le ames? Por el hecho de que le ames, ¿qué se añade
a Dios? Y si tú no le amas, ¿tendrá menos? Cuando le amas, eres tú quien saca
provecho; estarás allí donde no cabe que perezcas. Pero responderás diciendo:
«¿Hubo algún momento que no me amase?» Ciertamente; no te amabas cuando
no amabas al Dios que te hizo. Pensabas que te amabas, cuando en realidad te
estabas odiando. Quien ama la maldad odia su alma17.

9. Vueltos con corazón puro al Señor, Dios Padre todopoderoso démosle las
máximas y más abundantes gracias en cuanto es posible a nuestra pequeñez.
Supliquémosle con toda el alma su extraordinaria mansedumbre para que se digne
escuchar en su benevolencia nuestras preces, aleje también con su poder al
enemigo de nuestras acciones y pensamientos, nos multiplique la fe, gobierne
nuestra mente, nos conceda pensamientos espirituales y nos lleve a su
bienaventuranza. Por Jesucristo su Hijo, nuestro señor que vive y reina con él en la
unidad del Espíritu santo, por los siglos de los siglos. Amén.


12
Dt 6,5
13
Sal 149,2
14
Cf Dt 6,5
15
Cf Mt 22,39
16
Mt 22,39
17
Sal 10,6

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