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HAY QUE LEER O NO LEER

Los libros pueden ser muy cómodamente divididos en tres


clases:

1ra. Los libros que hay que leer, como las Cartas, de Cicerón;
Suetonio; las Vidas de los pintores, de Vasari; la
Autobiografía de Benvenuto Cellini; sir John Mandeville,
Marco Polo, las Memorias de Sain-Simon, Mommsen, y (hasta
que tengamos otra mejor) la Historia de Grecia, por Grote.

2da. Los libros que hay que releer, como Platón y Keats en la
esfera de la poesía, los maestros y no los artesanos en la
esfera de la filosofía, los videntes y no los sabios.

3ra. Los libros que no hay que leer nunca, como las
Estaciones, de Thomson; todos los Santos Padres, excepto
San Agustín; todo John Staurt Mill, excepto el Ensayo sobre
la libertad; todo el teatro de Voltaire, sin excepción alguna; la
Inglaterra, de Hume; todos los libros de argumentación y
todos aquellos en que se intenta probar algo.

La tercera clase es, con mucho, la más importante. Decir a


las gentes lo que deben leer es generalmente inútil o
perjudicial, porque la apreciación de la literatura es cuestión
de temperamento y no de enseñanza.

No existe ningún manual del aprendiz del Parnaso, y nada de


lo que se puede aprender por medio de la enseñanza vale la
pena de aprenderse.

Pero decir a las gentes lo que no deben leer es cosa muy


distinta, y me atrevo recomendar este tema a la Comisión del
proyecto de ampliación universitaria.

Realmente, es una de las necesidades que se dejan sentir,


sobre todo en este siglo en que vivimos, en un siglo en que se
lee tanto, que ya no tiene uno tiempo de admirar, y en que se
escribe tanto, que ya no tiene uno tiempo de pensar.

Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los


Cien peores libros y publique la lista de ellos, hará un
verdadero y eterno favor a las generaciones futuras.

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