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LA MADONNITA
I
COMUNIÓN
HERTZ: Luz embalsamada señor Basilio... Ahí tiene lo que es una foto. En vez de formol
sales de plata, y papel al bromuro en cambio de estopa, pero al fin y al cabo una taxidermia
ordinaria. Embalsamar instantes, digamos.
HERTZ: (Un silencio esquivo) ¿Qué le parece...? Después de tanto tiempo de atenderlo
allá abajo al mostrador subió al final a los secretos del atelier... (Por el reclinatorio al que
Basilio observa con curiosidad) 8 de diciembre, Inmaculada Concepción... en un rato más
hay aquí un desfile de infantes de blanco. Y disculpe el olor a estofado: cocinamos en la
trastienda. (Basilio observa interesado una cama de rotunda decoración disimulada
tras unas cortinas) ¿Me reconoce el mueble?
HERTZ: Atrás del biombo. En esas perchas está su guardarropas. Ya sabe, en un estudio,
vestuario… Carteras para una matrona que no tiene ni un pañuelo para guardar. Corbatas
para un cretino que lo más elegante que ha tenido al cuello es su número de presidiario... La
utilería de un petit coliseo.
HERTZ: ¿...?
BASILIO: La Madonnita.
BASILIO: Decía...
HERTZ: Iluminado. Lo llamamos así en el gremio. Iluminado. Siguen sin entrar las
tinturas. Todo de la vieja Europa. La guerra está haciendo estragos en las paletas.
Imagínese: azul de Prusia, tierra de Siena, rojo de Venecia...
HERTZ: Colorada. Y bien subida, ya le dije. Sangre de toro. Cuando me entre el carmín
adecuado se la ilumino.
HERTZ: ¿Quién?
BASILIO: ¿Y entonces…?
HERTZ: (Se encoje de hombros) Complicaciones. (Evasivo). Pero qué casimir señor... ¿se
salió del escaparate de un sastre?
BASILIO: Bajo la cama, en una maletita de cartón piedra. Huele a pis de gato todavía.
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BASILIO: No.
HERTZ: Pero cuente... Hombre, le abro mi casa... (Silencio) Pero que parco es usted señor
Basilio. Quien diría es tan buen vendedor.
BASILIO: Las fotos se venden solas. Me conocen. Entro a los dancing, a las fondas. En los
retretes. Ni elegir necesitan: por la cara ya se lo que busca cada uno. (Una verdad como un
templo:) El hombre se parece a lo que lo pierde. Por la cara... si busca boca, si busca
argolla, o si busca marrón.
HERTZ: Ya le dije. Copias del stock que saque en estos meses nomás…
HERTZ: Lo lamento igual que usted, pero salvo que le encontremos la vuelta, otra cosa…
BASILIO: No trabajo afuera de la veintiséis. Y a los habitué los tengo a todos. Piden poses
nuevas.
HERTZ: Bueno sería. Pero usted sabe, Basilio: si se venden así no es porque sean sus fotos.
Es porque son las mías.
BASILIO: Fírmelas...
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HERTZ: Ni falta que hace. ¿Conoce a alguien que pueda hacerlas igual?
HERTZ: Intento ser cordial con usted pero veo que no se puede. Si hay otros porqué no va
a comprarle a ellos.
HERTZ: Sí, claro… Tendrán una nitidez como las mías seguramente. Estos claroscuros.
¿Se apreciará en esas que usted dice el calado del macramé del antifaz?, ¿los poros
sudados?, ¿las pecas del pezón? Chasiretes de plaza, por favor... Soy un retratista
Rembrand, señor.
HERTZ: Por esa mujer, por la luz, por el instante... El retrato es una unidad que…
HERTZ: Fijada en un gesto irrepetible. Compran el instante, señor. ¿Y quien ha cazado aquí
ese instante...? (Extiende la mano hacia el ventanal) Mire esta luz. Espesa. Se palpa.
Deliciosa. Mírela jugar con el polvo que flota en el aire. Deliciosa. Cualquiera diría que no
habrá en la vida de Dios una más encendida. Pero, ¿quiere saber?: le falta más de media
hora todavía para madurar. Conozco la luz que entra por esos vidrios como un repostero
conoce a su crema. A ésta hace una semana que la espero. Una semana. Cuando esté a
punto voy a ponerle debajo un cuerpo a bañar. Y recién ahí retrataré el milagro. Un catador
de luz este servidor, créame... La perfección, señor Basilio, es una luz de mediatarde de
diciembre entrando a la galería el norte. Es eso lo que compran sus clientes.
HERTZ: Lo tenía en más. Es un ordinario cualunque. Al fin y al cabo lo que sobran son
marchantes.
BASILIO: Me hizo ilusionar de gusto. Sabe que necesito más fotos. Se lo dije. Se lo pedí
bien.
HERTZ: Cómprese una cámara de mano y consígase una conchuda. Estamos en el Paseo de
Julio. Lo que sobran son polacas de la Varsovia. Puestas y dispuestas.
BASILIO: (Tomándolo de las solapas) ¡Tirifilo pulastrón a mi me hace más fotos nuevas
o... o...!
HERTZ: ¿Qué...? ¿Me va a quemar las patillas con el yesquero como a su mujercita?
BASILIO: Por el lituano es que no me deja ver a la Iris. Se sienta en la cama de la pensión
al lado de ella y le agarra la mano.
HERTZ: Averiguaciones.
BASILIO: Me espía...
HERTZ: Generalidades. Que frecuenta el culto espiritista, que bebe, y que practica Mauser
los sábados a la mañana en el Tiro Federal.
BASILIO: Yo...
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BASILIO: ¿Usted...?
BASILIO: El stock ya me lo había ofrecido. Y para eso no hacía falta hacerme espiar.
BASILIO: Qué.
HERTZ: (Un tiempo) Señor Basilio… Usted qué diría si le digo que está aquí.
HERTZ: Ella.
HERTZ: Excusas. Para que no me insista. Si entendiera algo de fotografía se habría dado
cuenta de que en la luz de esas placas no hay alumbrado. Una luz tan natural como la carne
que retrata.
HERTZ: (Asiente) Nada especial, ¿no? Menú doméstico: ropa vieja: mondongo, papa,
caracú... (Un tiempo. Basilio se sienta lentamente en una silla en tácita aceptación.
Hertz aliviado se acerca a la cortina que da a la trastienda) Filomena… Querida... El
señor Basilio se queda a comer con nosotros. (A Basilio que lo mira sorprendido) La
patrona tiene una mano especial para el potaje. Ya va a ver: no me le pida frito ni rotizado,
pero comida de olla...
Se abre la cortina que da a la trastienda y entra cargando una sopera humeante una
mujer algo renga, pequeña y de aspecto desangelado. Un rostro, sin embargo, bello y
triste. Un pañuelo de cocinera en la cabeza, y un delantal muy usado. No saca la vista
de la fuente. Basilio acusa la sorpresa.
Ella deja la fuente sobre la mesa de trabajo y secándose una mano en el delantal
estrecha fugazmente la del otro.
BASILIO: Placer...
HERTZ: ...Doña. Dígalo. Una patrona. Ocupación sus quehaceres. Nuestro secreto, ya
sabe…
HERTZ: Pensé que para usted sería obvio. ¿Cual pensaba que es la llave que ha abierto esta
humilde prosperidad?. Las bellezas de rouge y colorete, las rubias a la manzanilla, son
demasiado ajenas, señor... ¿Quiénes son los clientes suyos?: gringos, esclavos del trabajo,
inmigrantes. Una ciudad de hombres solos. Sin otra meta en su esfuerzo que la de echar
raíces. Sin tiempo para nada pero nada más. Ni el amor... Ni la carne... Apenas de vez en
cuando para la nostalgia. Ahí debajo de sus velitas de parafina, en sus camas de un peso la
noche, las fotos de mi Filomena son su módica panacea: su desnudez les anima la cama
desierta, su cara de dolor les calienta el morbo. Y su indiferencia le da un inconfundible aire
a esposa que los hace sentir como en su casa. En el fondo, ya se sabe Basilio, y perdone la
crudeza: el hombre se aburre, se queja, pero los mejores polvos al fin y al cabo son siempre
con la mujer de uno. ¿Sabe lo que es eso que llaman “cama caliente”?: las pensiones más
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miserables las alquilan en turnos de cuatro horas.: treinta centavos. Sale un ganapán y ya
hay otro esperando en el pasillo. A esos hombres, molidos, a gatas si les alcanza para soñar
en ellas un rato con que harán finalmente la América. Y con veinte centavos más de fotos,
con mi mujercita Filomena al lado. Una multitud de lomos agobiados adorando entre las
hojas de sus pasaportes la foto doblada de mi Filomena para prenderle su velita cada noche:
la estampita de la patrona... Nuestra Señora de los Gringos Solos... Su felicidad es un
relámpago magnésico. En este viaje frenopático que han hecho desde Europa, todo termina
dado vuelta: La Madonnita resulta al fin su quimera utopista... Y la Argentina apenas una
polución nocturna.
HERTZ: Perdone el sitio, señor Basilio, adentro apenas si hay un fogón y el cuartito
nuestro. (Saca de un estante una palangana y vuelca agua en ella) Enjuáguese en la
jofaina: con el calor las manos se ponen pringosas. (Se moja la cara, el pelo) Aflójese el
cuello, hombre, y refrésquese el cogote también...
HERTZ: (Con un gesto lo invita a la mesa mientras ella comienza a servir. A Filomena
¿Ayudo...? (Ella no contesta) Convengamos en que no es un día para guisotes, pero
abriendo las vitreas, y con un tinto fresquito... (Sirve los vasos) Señor Basilio: sin
vergüencita (Se lanza al plato) Bueno… De lo que hay no falta nada...
HERTZ: Bueno, bueno... (A ella) ¿Has visto qué serio el amigo? ¿Te lo dije o no?
HERTZ: Quién nos dice, Negrita, el señor Basilio nos ayuda a retomar la actividad... (A
Basilio) ¿Le gusta el plato?
HERTZ: (A ella) ¿El pimiento de la mala palabra? (Ella asiente) Mano santa… (Vuelve a
servir los vasos) Dele a esto que ayuda a bajar... (Beben) Así son las cosas señor... El
lenguaraz oriental que posaba para nosotros se ha vuelto a su Carmelo y nos ha plantado…
en el altar como quien dice. (Filomena acusa la frase. Su vaso cae sobre el mantel)
Alegría alegría... (Mojando el dedo en vino les toca la frente) Se creía indispensable el
muy charlatán. El bonito se nos ha hecho. Como si atrás del antifaz se apreciara algo... No
quiso entender que de partiquino aquí se trataba, y ha querido irla de capocómico del
miembro, con perdón de la señora. Así que vía. Desagradecido. Y así se encuentra ahora
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esta compañía, mi amigo, con tournee vendida y sin partenaire. Y según me dice: si
nosotros no montamos usted no abre la taquilla, ¿no?
HERTZ: Bueno… Para ver de abatatarlo. Ya se sabe: las pelirrojas en la cama... (Hace los
cuernos) Pero se ve que usted miedo a la yetatura...
BASILIO: (Descubierto) Ya le dije que la foto era para un cliente que me encargó.
HERTZ: Claro hombre, claro, si yo no dije otra cosa. (Revuelve la guisera) Epa, epa... Los
caracuses... Pongan plato, pongan plato... (Les sirve) Con los dedos, eh... A la criolla que
estamos entre amigos.
HERTZ:
Bueno amigo, lo cierto es que nos hemos quedado sin un segundo que le de los pies a mi
Filomena. Usted lo ha dicho hace un rato: una figura a la que nadie mira: un accesorio, un
utensilio como esos fondos con los que la gente se fotografía en el Parque Japonés. Un
aeroplano de cartón piedra: pero, aunque humilde, necesario. Usted lo expresó con claridad:
si las fotos viejas no se venden hará falta otro modelo nomás. Es así que pensando… se me
ha ocurrido, bueno… A rey muerto rey puesto, y ...
Va hasta ella y la alcanza. Conversan en voz baja. Ella vuelve. Se sienta y se abanica.
HERTZ: Sabrá disculparla. No es por usted. Una situación que quizá le comente a su
tiempo... Si usted aceptara, claro.
BASILIO: ¿Qué?
HERTZ: ¿Tiene que hacérmelo tan difícil? Creí que la situación era elocuente.
BASILIO: ¿...?
HERTZ: Como hacían los viejos retratistas para inmovilizar al modelo durante la toma:
necesito un arnés, una prótesis para fijar a mi Filomena en toda su belleza durante esas
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placas. Un apoyo, señor. Como el que nos proporcionaba el uruguayo de mierda ¿entiende?.
Una baranda. Que como cualquier pasamanos: debe ser sólido, sencillo, y de tamaño
adecuado. (Basilio empieza a entender. Hertz toma la decisión) Usted reúne las tres
condiciones.
BASILIO: (Entre pasmado y ofendido) ¿Usted… se piensa que yo… que yo…?
HERTZ: No. Esta vez el señor Mora: el violinista del Petit Trianón (Basilio se inquieta) Se
la chupaba a usted en un palco bajo por una leche malteada y tres tortas negras. Si además
se lo culeaba, quince fichas para el dancing. No se inquiete: un barrio de canallas. Acá se
sabe todo. No se niegue se lo ruego. El negocio sería para la sociedad, atrás del antifaz
nadie podría conocerlo, como siempre el único rostro descubierto sería el de ella. Por lo
demás: todo lo que se venda dividido tres, y yo pongo la materia prima.
BASILIO: Yo nunca...
HERTZ: Aprendería.
BASILIO: No sé si...
HERTZ: Cuestión de probar. No me es fácil decírselo, comprenderá, pero los dos sabemos
que al menos en foto la dama no le es indiferente.
BASILIO: ¿Y ella?
HERTZ: Le dije que no hablaba. No es lo mismo. Con gente desconocida. Otra de las
virtudes que valoro de usted es su laconismo. No se propasará como el otro dándole
cháchara. Soy su esposo. Frente a la ley y frente a Dios.
HERTZ: (Interrumpe) La luz... Está llegando la luz... Véala como se inflama... Véala que
corrediza se ha puesto...
Corre el toldo que baña de luz el ámbito. Descubre la cama y acomoda algunas
pantallas reflectoras que la iluminan puntualmente.
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HERTZ: Señor Basilio, me temo que no puedo darle mucho tiempo… (A Filomena) Mi
reina... Se pasa...
BASILIO: Es renga...
HERTZ: Y usted tiene olor a vino. Ninguna de las dos cosas salen en la foto.
Basilio no se mueve.
Un tiempo.
BASILIO: ¿Y tiene que ser hoy…? (Hertz lo mira con gesto hastiado. Basilio mira hacia
la cama. Un tiempo.) ¿Dónde... me cambio?
BASILIO: Sí...
HERTZ: Si el calzón le ha marcado la cintura con el elástico allí tiene alcohol y algodón:
frótese apenas que va a ir desapareciendo... (Pausa) Señor Basilio...
BASILIO: Sí...
BASILIO: De anoche...
BASILIO: Sí.
HERTZ: (De pronto) La luz... Pero carajo se está empezando a aguar la luz...
Hertz se mete bajo la tela negra que oscurece el visor del máquina. Desde allí mientras
hace señas con la mano para que comiencen.
Baja la luz
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II
CARNE VALE
HERTZ: ¿Puede dejar de golpear? ¡Son las tres de la tarde... hora de la siesta! ¿Quiere que
se lo lleven por alborotador...? No puedo atenderlo... Estoy sólo... enfermo... Vuelva otro
día...
HERTZ: Estoy pasando por un momento... (Nuevos golpes) ¡Está bien... Esta bien...! Pero
deje de llamar la atención...
Corre hacia la puerta de la trastienda y se cerciora de que esté bien cerrada. Toma un
llavero y sale hacia el piso bajo. Sus pasos bajando la escalera. Pasos rotundos luego
subiendo. Entra Basilio alzando a Hertz del cuello. Lo arroja a un lado. Basilio le
muestra el llavero y se lo echa al bolsillo
BASILIO: Me engatusó.
HERTZ: Por favor, señor Basilio... Si usted supiera mi calvario de estos días...
HERTZ: Créame que lo hice por... (Basilio va hacia él amenazante) ¡Por favor le pido,
violencia no...! No está en mí...
BASILIO: Me embrolló
BASILIO: A La Madonnita.
HERTZ: Es verdad... En eso... Descansa unos días en una isla del Tigre. ¿Desconfía?
Averigüe... Arroyo Gallo Fiambre.
HERTZ: Ni tiempo de avisar... ¿Cree que lo hice por gusto? Dejé sin entregar todos los
encargues de primera comunión... Una fortunita derrochada ¿no me cree? Mire en la mesa,
ni tiempo de guillotinarlas...
BASILIO: Me engrupe. Le dijo a ella que estaban saliendo bien. Negativos dijo.
HERTZ: Treinta años de oficio, señor... Difícil que una placa se me vele... Pero el motivo,
la toma...
BASILIO: Qué.
HERTZ: Descompuesta.
BASILIO: Descompuesta...
HERTZ: Fatalmente.
BASILIO: Siga.
HERTZ: ¿Qué es un cuerpo señor...? No es nada... Apenas la luz que se refleja sobre él.
Hay cuerpos que brillan. Todo reflejo. Hay otros opacos: comen luz como una comadreja
muerta de hambre. Y sin luz desaparecen. Todo el brillo de mi Filomena, todo su fulgor, su
resplandor desapareció en esas fotos. Se opacó. Se oscureció de tal manera que se veía
apenas como un pedazo de materia sin vida. Una comprobación desesperante señor. Sin ese
carajito al lado, sin ese uruguayo cursiento que me está haciendo la vida imposible, La
Madonnita ha desaparecido y ha quedado en su lugar una señora apagada y renga. Ha
dejado de reflejar y ha quedado solo sombra. Ya se puede imaginar usted donde ha quedado
mi dignidad. Revelé una por una con esmero especial. Y nada. Un cadáver violado si me
permite la expresión. ¿Quiere saber? Hay un solo lugar en esas placas, uno solo donde La
Madonnita brilla con su luz de siempre. Diminuta. Y sola, como si hubieran recortado la
foto alrededor. Un solo lugar señor Basilio, flotando en el aire como en un retrato viñeta.
BASILIO: Dónde...
HERTZ: En lo profundo de los ojos suyos. Un reflejo claro como un espejo. Si algo le
faltaba a la dignidad mía...
Abre un cajón de la mesa de trabajo y tira sobre el tablero un puñado de fotos. Basilio
queda mirándolas extasiado.
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HERTZ: ¿Lo ve en el reflejo...? Enmarcado por los agujeros del antifaz... Amplié los ojos
suyos hasta que el grano las volvió grotescas... El único lugar. Y en ningún otro. Por eso las
rompí. Conduélase de mi fracaso por lo menos... Ese hombre me quitó lo que más quería.
HERTZ: Qué...
HERTZ: ¡Está bien... Le mentí! Qué quería que hiciese. Me extorsionó. Le di trescientos
pesos, todos mis ahorros, para que se fuera y no volviera. Cuando los agarré estaban a
punto de fugarse a Montevideo. Pensaban montar el negocio en un local de altos. Cerca del
puerto. Sobre un despacho de carbón y forrajes que les facilitaba un primo. Morocho
amulatado igual que él. Ilusos... Como si el atributo animal de penetrarse los volviera
mágicamente artistas. Lo soborné. Era débil el muy charrúa. Le dije a ella que lo había
hecho matar para ver de ver de sacárselo de la cabeza. Del oído. Declamación le hacía.
Rimas. Atorrante. Una letra de tango... Cháchara y cháchara. Agarrada con las palabras la
tenía. Hacía de grupí en un remate de la calle Artes. Un lunar así en un costado de la
lengua. ¿Quiere creer? Una escarapela de elocuencia, se jactaba. Agarró los trescientos
enseguida, pero volvió al poco tiempo pidiendo más. Por eso cerré y me la llevé afuera.
Lejos. Anda rondando. Seguro. Y yo que le voy a dar si no acierto una.
BASILIO: Y ella...
HERTZ: ¿Otro intento dice usted? Inútil. Ya le dije. El... El... (Pausa) ¿A usted ni siquiera
le importa que los retrate o no, no?
Basilio calla
HERTZ: Dígamelo, no se preocupe... Hoy por hoy mi única dignidad está en conservarla.
BASILIO: Efeté..
Basilio asiente.
HERTZ: Ahí atrás. En la pieza. No sé que me daba dejarla allá. Todo me da miedo.
Sospecha... Sabe... Y él ronda, estoy seguro. Habló con los vecinos.
HERTZ: Sí. (Un tiempo. Basilio aguarda una respuesta.) Yo tendría que ir preparando
unas placas… (Comienza con la tarea. Un tiempo. Alza la vista) Una sola puerta. No
puede perderse.
Basilio lo mira. Asiente. Sale. Hertz trata inútilmente de recomponerse. Basilio vuelve
a entrar de pronto atropellado y pálido.
Vuelven a entrar y salir. A entrar y salir. Son dos autómatas descompuestos. Hertz
queda duro.
BASILIO: Se la llevó...
HERTZ: El canallita...
HERTZ: Usted... Usted tiene que traerla, señor... Usted sabe de... Usted es ducho... Yo qué
sé... Yo qué soy... Un pelele... Alfeñique...
HERTZ: Más para mí. Un disolvente el oriental. Desertor. Se agujereó el tímpano para no
hacer la conscripción. Una aguja de colchonero.
BASILIO: No se.
BASILIO: ¿Y si no quiere?
Basilio va a salir.
III
SÁBADO DE CENIZA
Amanece. Hertz duerme la mona sobre la cama usada en las fotos. Un porrón de
ginebra en el suelo.
Ruidos abajo y unos pasos que suben torpemente la escalera. Hertz se despierta
sobresaltado.
Entran Basilio y Filomena caminando con dificultad. Están ambos , también,
totalmente borrachos. Levantadas sobre las cabezas sendas caretas de cartón.
Filomena un espantasuegras en la boca. Basilio un lanzaperfume de vidrio, y el
maletín que llevó.
Permanecen allí bajo el vano de la puerta como reponiéndose.
BASILIO: Aquí estoy porque he venido. Porque he venido aquí estoy. Si no agrada mi
presencia, como he venido me voy.
HERTZ: Mi amor... mi vida... (Trata de ponerse en pie y trastabilla) Creo que tomé de
más... Ginebra con semillón: la mala mezcla.
HERTZ: (Va hacia Filomena) Yo... Yo... Mi cielo... Yo sé que no estamos pasando un buen
momento... Pero ahora que estás de vuelta en el nidito... Que todo se está arreglando...
(Mira hacia Basilio que asiente) Quiero decirte que... (Filomena lo mira ida, y comienza
a soplar enajenadamente su trompetita que suena como un aullido) No, no, Filita... no
me hagas una cosa así... Hablemos... Sin rencor... Yo entiendo que un paso en falso lo puede
tener... (Ella toca más fuerte aun para no escucharlo. Hertz queda sin saber qué hacer.
Basilio se sienta en un sillón armado contra un fondo de cortinados falsos) Yo... te juro
que las cosas van a ser distintas... Ese hombre no te... Ese hombre... (Filomena deja de
tocar y larga su llanto) No llores te lo pido... Que voy a llorar yo... Por piedad te lo pido...
(A Basilio) Eternamente agradecido... Eternamente agradecido...
HERTZ: Eternamente...
BASILIO: Lo que estaba por hacer se hizo. Ahora que haya cordura... Que el tiempo lime
todo... Señora Filomena... Que no haya rencor. (Filomena se acerca trastabillando y le da
a Basilio un cachetazo feroz) Un hombre no toca a una mujer ni con el pétalo de una
magnolia. (Filomena vuelve a pegarle. Camina unos pasos y se sienta junto a la mesa)
Yo solo cumplí con mi deber.
HERTZ: Vas a ver que va a ser distinto... Como al principio... Cuando llegamos de allá. Mi
muchachita... ¿qué nos pasó...?
HERTZ: Le tengo un aprecio inusual, señor... Inusual. (Tropieza y por no caer se sienta
en una escenografía)
Filomena se pone de pie. Toma algo de la mesa y sale a los tumbos hacia la trastienda.
HERTZ: Filomena...
HERTZ: Apenas quedé solo me di cuenta: no puedo vivir sin ella. Sin ella no soy nada. No
soy nada.
HERTZ: Filoso.
BASILIO: Una cosa parecer y otra ser. A los grandotes no nos queda remedio: marcados. O
hacemos el bruto o hacemos el panete. Pero una cosa parecer... Estos se fueron para ahí
para perderse en el gentío mientras arrima el vapor. Crucé el descampado por entre un
juncal, mire el barro en los tamangos, y me acerqué por atrás de una grúa a vichar entre los
fierros. Multitud. Estos me ven: levanto la perdiz. Ningún pelotudo: un puestito de la
parroquia vendía los cotillones, me fui derechito. Caretas serias no quedaban más, encima
yo de geta grande, menos mal ésta de Holandesa. Gorda rubia, qué me importa si es para el
disimule. Un vaporizador de agua florida y serpentina francesa tricolor. Me fui metiendo.
Desfilaba una comparsa de negros. De cartapesta los negros: como cien todos con la
mascarita igual. Y entre el gentío no va que: tac tac, tac tac... Le reconozco la ortopedia,
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con perdón: mascaritas a mi... Ella de negra bozal y el de negro Lubolo. Negro sobre negro
él...
BASILIO: Por lo menos... Vaya a saber el físico mío, lo que me faltaba disfraz, o el maletín
que me desentonaba, pero fue verme ellos y empezaron a firuletear entre el negrerío. De la
mano la iba orientando el oriental, mire como me salió decirlo. Y yo perro mastín, cada vez
más metidos en la multitud. Un segundito de duda que me paré mirando, el titubeo que me
agarró si para el lado del escobero o el de las negritas cebadoras, y va que siento una mano
atrás, vaya a saber la mascarita de gorda rubia seguro que dio pasto a la confusión: un falso
negro me acarició morboso el ojete. Con alevosía señor Hertz. Dedo. Me di vuelta y todos
iguales: una pesadilla. Encima el anís y el pecho morrongo. Le tire un manotazo a uno que
me pareció se reía. Vaya a saber si no era la careta. Se me vino gallito. Se ve entre ellos sí
se reconocían bajo el cartón piedra porque enseguida eran como cinco los que me
chumbaban. Como yo revoleaba al tuntún un esmirriadito se me arrodilló atrás, me dieron
el empellón y me tumbaron al suelo. Hormigas negras, señor Hertz. Hormigas negras.
Todos encima. El escobero me daba con el mango, míreme la ceja acá... Quise manotear el
chumbo, me habían refalado la maletita... Muerto me dije, Basilio: muerto. Estaba ya a
encomendarme al Señor y partir a la morada, va que un esclavo que llega se saca la
mascarita, y a las muecas los llama no se como a sosiego a los morenos. Vaya a saber será
que le ven las motas que eran de verdad, aflojaron los puntapiés; o que empezó el tamboril
de nuevo y se vieron obligados al desfile, volvieron a marchar con el pasito candombe y me
dejaron ahí en un empedradito medio patituerto, de la esquina como quien mira para el río.
Ella también se sacó la caretita Hertz. Eran los dos. Vaya a saber en qué súbito
arrepentimiento los empujó el Señor a salvarme. Me levantaron hasta la vereda y me
apoyaron en el paredón de un teatrucho de marionetas. El titiritero hacía reclame en la
puerta. No sé si el anís o los golpes: no podía saber en el momento si era de verdad el
gringo o cocoliche del corso. “¡Guarda il burattino! Guarda il burattino...!” Me pusieron
éter de un rociador en el pañuelito de ella para la hinchazón acá. ¿Monograma FC?
BASILIO: Bebida de negros. Una garrafa de a litro cada uno portaban. En un rato entre los
tres no quedó ni el perfume. Imagínese yo con el anís de base. Entonces él empezó a hablar,
señor Hertz. A hablar. Bajito. Y hondo, ya se sabe la voz morocha. Ninguna estridencia. Del
amor, de ella y él, del porvenir. Una caverna que hablaba. Unas palabras: como si todos los
seres humanos habláramos de confección, y él a medida. Justas... Y todo con un don.... Los
morochos vio son más sonrisa. ¿Será que los dientes se le destacan?. Me di cuenta que me
perdía, señor Hertz. Que me dominaba la labia. Un sermón negro que daban ganas de cerrar
los ojos y dejarse llevar. A medida, ¿le dije esa sensación?. Y ese gesto al final que me
pudo: la maletita. Me devolvió la maletita con el trabuco. Sentí que si no hacía algo estaba
perdido, señor Hertz. Perdido. Ganado. Ganado por el arte locuaz. El oscuro hablaba y yo le
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miraba en la boca el lunar de la lengua. Entramos al teatrino más por sentar el mareo que
por la función. Los tres. Una unión. Unos títeres de madera grandotes que los manejaban de
la cabeza con un gancho, meta pelear a espada, todo en idioma, vaya a saber que
argumento. Ni una palabra se entendía. “Sicilia, Sicilia”, por ahí, vaya a saber me pareció.
El uruguayo se descompuso: techo de chapa: un horno. Lo llevé al fondo, nauseó todo en
una pileta de lavar del emparrado: caña de durazno, un enchastre. Jarabe. Le lavé la boca.
En el trajín con este dedo le rocé el lunar: como una descarga en la mano. Una pila voltaica,
quiere creer. No reaccionaba bien el oscuro, me di cuenta. Cabeceaba el oscuro. Ahora o
nunca, me di cuenta, un pedazo de esa lengua medio afuera, el pedazo del atributo nada
menos. Una escarapela mora el lunar. Una condecoración. Saqué del chiquilín de los
lienzos la cortaplumas de nácar. Reclame del toscano Avanti. Un despuntador. Le agarré el
atributo con el pañuelito de su señora que me había quedado en el bolsillo. (Un tiempo.
Saca del bolsillo un pañuelo ensangrentado y lo pone sobre la mesa. Lo despliega.
Apenas se distingue entre la sangre la lengua del uruguayo.) Roncó un poco y
desfalleció del vahído. ¿Monograma FC?
BASILIO: Cuando ella lo vio entendió enseguida, porque se puso cadavérica de blanca y
no abrió la boca. Para mi que con la perorata le tenía encarnada el alma el pico de oro
porque cuando lo vio sin la sin hueso pasmó. No reaccionó todavía, para mí. Me siguió
hasta aquí como pichicho. Telépata y médium señor Hertz. Lo magnetiforme. Un embeleso
el atributo ese. Cruzamos el Parque Lezama por arriba. Amanecía. Un vía crucis la
escalada. El mareo, la neurastenia, y el pecho morrongo.
Corren hacia allí. Entran a la trastienda y vuelven a salir como idiotizados, una
y otra vez igual que al descubrir la huida. Salen finalmente y se dejan caer en sendas
escenografías. Dos retratos de la impotencia.
V
PASCUA DE RESURRECCION
En un rincón del estudio elementos de laboratorio, bandejas, frascos. Bajo la luz roja
de la lámpara de trabajo Hertz trajina entre sus enceres con aspecto desconsolado.
Una banda de luto sobre la manga del guardapolvo gris. A su lado Basilio sigue con
emocionada atención el manipuleo. Dos viudos.
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BASILIO: ¿Prende...?
Basilio escruta en las tinieblas una foto que cuelga, secándose, de un hilo
BASILIO: Esta ya prendió... La veo... Sí... Sí... La cofia de limpieza... De las primeras...
Tiempo
BASILIO: Nunca le conté lo que fueron aquellos meses... Cuando ustedes en la isla...
BASILIO: (Acerca los labios con cuidado y sopla como una caricia. La foto se mece
con el aire de su boca) Un purgatorio esos meses, señor. Una espera de vaya a saber qué.
Una ansiedad. ¿Sabe donde la tenía a La Madonnita en esos meses señor Hertz?. En la
cabeza pensará usted... No. En la mano. ¿Le duele que le cuente?
BASILIO: En la mano. Me despertaba en la mañana con la mano así. Una garra dirá usted.
No, uno de sus pechos Hertz. Me lavaba la cara con una sola mano para conservarlo en la
otra. Iba caminando y sentía en el dedo del medio el interior mojado de su... Esa pared
babosa y redondeada. Esa bolsita de lupines que pude sentir apenas aquel día mientras
usted nos retrataba. Me corté las uñas para no lastimarla en el sueño, que idiota dirá usted.
(Sopla) Debe ser que en las manos es el único lugar donde los brutos guardamos las cosas
que no están. Usted la tenía en sus placas, Hertz. El uruguayo la embalsamaba en las
parolas. Yo la conservo todavía acá. (Sopla) Entre los callos de llevar la maleta de viajante.
Está divina acá... Divina... Divina...
HERTZ: Divina. Un don. Donosa. Desde pimpollo, mire lo que le digo. Cuando la conocí
cebaba mate en el Safo, un quilombo de Pichincha. En Rosario. Hija de la portera. Esa
madrecita le guardaba el virgo como el último baluarte, créame. La hermana ya lo había
cedido, así que el sueño de altar quedaba en la cojita. Herminia la hermana. Un año menor.
Niña jamona Herminia, usted sabe, rellenita, vio como es: su cuarto de hora en la edad
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BASILIO: (...)
HERTZ: Ahí. En lo profundo. Como en aquella foto. Del día de la virgen, recuerda...
BASILIO: ¿Será que es ahí donde se vive después de la muerte...? ¿Será que es ahí?
BASILIO: (Rígido, sin moverse) ¿Y quedará allí cree usted? Posada, digo... Como una
mariposa... ¿Quedará...? ¿Usted cree?
HERTZ: (Mirando por el objetivo bajo el paño negro) ¡Ah, señor... qué bella y qué
fresca...! ¡Qué bella y qué fresca...!
Basilio sueña ahora sin pudor. Hertz dispara en su cámara una toma tras otra.
Parecen por primera vez ser realmente felices.