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están muy dispuestos -de una forma totalmente autoritaria, eso sí-, a decir a la gente lo que
es bueno y lo que interesa como norma de vida. Si tomamos la filosofía moral de
Inmmanuel Kant como punto de apoyo para nuestra concepción de autonomía personal nos
encontramos con la idea de que el agente moral es su propio legislador; por lo tanto, tiene
valor en sí mismo y debe ser respetado como tal por los otros. La autonomía es una
finalidad en si misma y nunca puede ser utilizada como medio instrumental para que otros
alcance sus intereses o propósitos. Sartre nos diría que actuásemos siempre como alguien
que tiene autodeterminación y es responsable de lo que hace; según él, en todas las áreas de
la vida humana, podemos ciertamente tener éxito en la tarea de engañarnos a nosotros/as
mismos/as y renegar así de nuestra autonomía evadiendo nuestra propia responsabilidad, ya
que, en cierto modo, la autonomía es un peso que la mayoría de la gente preferiría evitar;
pero, definitivamente, es muy difícil escapar de la libertad y la autonomía que nuestra
existencia humana implica.
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La pregunta es, ¿cómo hemos de formarnos para consolidarnos como agentes
autónomos que han de tener la oportunidad de elegir de una forma real?, y ¿qué papel debe
jugar la cultura colectiva en la conformación de esos sujetos autónomos?
La acción educativa, -al plantearse las metas de construir el aprendizaje del valor,
introducir transformaciones y traducir éstas en comportamientos que impliquen cierta
estabilidad-, tiene como reto -en sus vertientes individual y comunitaria-, actuar en varios
campos de trabajo (en lo cognitivo y en lo valorativo; en lo afectivo y en lo racional; en las
acciones y en las herramientas de reconceptualización;...). En definitiva, la acción educativa
tiene como reto, potenciar tanto la construcción como las tareas de de-construcción y re-
construcción de conocimientos, así como favorecer procesos de retroalimentación que
fomenten el surgimiento de conciencias críticas en valores (Freire 1990).
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Para que la educación en valores pueda fomentar un desarrollo sustentable -que
respete el medio ambiente y que sea consecuente con un equilibrio ecológico-,
necesariamente ha de enfrentarse a los problemas ambientales, que son, como dice T.
Romañá (1994:141-142), “... problemas creados y mantenidos por los seres humanos en un
diálogo siempre incierto y mejorable consigo mismo y con el mundo, diálogo que está
siempre mediado por categorías socioculturales”. Como estrategias de trabajo en este
ámbito pedagógico, señalamos las siguientes:
3. Valorar la solidaridad como el resultado de una actitud y como una estrategia para la
acción y la construcción social de una colectividad más justa.
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5. Aprender a identificar, a descubrir, a analizar críticamente y a ejercer la oposición en la
acción; todo lo cual debiera formar parte del aprendizaje transversal de las
comunidades, tanto en su interior como en las relaciones externas. No por ser más
eficiente se ha de perder la aportación democrática a los conflictos.
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Para Manzini y Bigues, “la democracia ambiental es el derecho a saber, el derecho a
participar y el derecho a corresponsabilizarse” (2000: 64); se trata de un concepto reciente,
en relación con la ampliación del concepto clásico de los derechos humanos. La
problemática de la democracia ambiental nos remite a la presentación crítica de los déficits
y de las insuficiencias de las democracias actuales.
Desde otro punto de vista, podemos afirmar que en los países occidentales en los
que el sistema de gobierno es la democracia, existen cauces formalmente establecidos para
que los/as ciudadanos/as puedan contribuir al funcionamiento de la vida social y que, de
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este modo, se conviertan en responsables de la calidad de su medio ambiente. Sin embargo
podríamos preguntarnos: ¿qué está ocurriendo para que cada vez sean menos los/as
ciudadanos/as que participan en los procesos electorales?; ¿por qué la tan pregonada
desafección de los/as ciudadanos/as respecto del ámbito político formal? Las respuestas a
estas cuestiones no pueden ser ni simples ni unívocas pero, evidentemente, sí es cierto que
los datos de participación en procesos electorales han de provocar un análisis riguroso
sobre lo que está ocurriendo.
La dificultad actual deriva de que la ley del mercado se ha apoderado de los medios
sin criterios que tengan que ver con la racionalidad ética. Por ello, la educación de el/la
ciudadano/a es un instrumento fundamental para la instauración de una democracia
ambiental en la que cada ciudadano/a tenga derecho a disfrutar de una calidad ambiental
adecuada. En este sentido, se podría afirmar con R. Folch, que “(...) la democracia no es un
sistema de gobierno. La democracia es un sistema de entender la vida, una forma de
concebir las relaciones entre los humanos. La democracia garantiza la prevalencia de los
criterios mayoritarios frente a oligocracias y a despotismos, pero también asegura el
derecho a la discrepancia minoritaria, porque dista tanto de someterse tanto al
totalitarismo, como de reducirse a una grosera y simple dictadura de la mayoría (...) .
Desarrollo y democracia son, pues, en la práctica diaria, conceptos directamente
correlativos.” (1993:130).
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desarrollar ambas dimensiones del ser humano. Esto implica que, en el contexto educativo,
la persona puede experimentar e ir aprendiendo a tomar decisiones sin temor a
equivocarse.
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opción de una participación de los/as ciudadanos/as dentro de una concepción elitista de
democracia, unida a la mercantilización y a la privatización del poder político1, no nos
ofrece las posibilidades pertinentes para conseguir la participación real y con compromiso
de la población en general. De esta forma, la solución del conflicto ambiental o social no se
convierte en prioritario, sino más bien en un conflicto de intereses y de poder. En este
marco, lo público y lo colectivo se miran con recelo y los/as propios/as ciudadanos/as son
concebidos/as como meros/as consumidores/as. En numerosas ocasiones hemos
comprobado que la acción política (hegemónica, podríamos decir) se limita a realizar un
recambio ordenado de las élites (políticas) legitimando un determinado orden establecido o
status quo, no resultando para nada permeable a políticas alternativas.
Cada vez hay más ciudadanos/as que quieren y necesitan tener voz y capacidad de
decisión sobre los temas que les afectan (sobre todo en los países democráticos), y que no
están dispuestos/as a ser gobernados/as por un sistema que, en numerosas ocasiones, no
sólo no les resuelve sus problemas, sino que les excluye a la hora de participar. Es preciso
que se convierta en un/a ciudadano/a protagonista que consiga eludir la alienación y la
homogeneización de conciencias que caracteriza la actual sociedad de masas en la que reina
un conformismo generalizado en torno a una propaganda bien construida e informada2. No
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Con este término me refiero a los grupos que sin ostentar públicamente el poder, ya que no han participado
en el proceso electoral, sí tienen una desmesurada influencia en los gobiernos,
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La soberanía del consumidor/a, los derechos del consumidor/a,....
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obstante, es importante reconocer y valorar de forma positiva los avances del sistema
democrático y el logro que ha supuesto para la consolidación de los derechos de los/as
ciudadanos/as (ahora, quizás, más consumidores/as que ciudadanos/as). En base a esto, y al
entender que puede seguir evolucionando, es por lo que hoy por hoy hemos de exigir y
potenciar el desarrollo del modelo democrático que queremos.
Desde otra óptica, las cuestiones anteriormente señaladas pueden ser contestadas,
desde el plano de lo concreto y lo local, a través de las medidas enunciadas en la Agenda
XXI Local, en la que se apuesta por la creación de núcleos de intervención participativa -
consejos ciudadanos- que, dependiendo del momento y de los objetivos, se podrán dedicar
a aportar soluciones para los presupuestos locales, para las obras e infraestructuras, para la
educación, etc.; en definitiva, fomentar la participación en todo aquello que tenga que ver
con su vida cotidiana como ciudadanos/as. Hacer participar a la ciudadanía es facilitar que
ésta tome partido a lo largo de todo el proceso de la toma de decisiones: plantear
problemas, elaborar propuestas, deliberar según su conveniencia, implicarse en su
aplicación.
La crisis ambiental llega a unos límites bastante preocupantes, como nos ponen de
relieve indicadores tan evidentes como: contaminación de ríos y mares; contaminación
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acústica, lumínica y del aire; cambio climático; aumento del agujero de la capa de ozono;
eliminación de recursos; etc. No obstante, todo esto tiene una repercusión relativa, ya que la
apatía de las masas es una verdadera forma de desintegración de la capacidad que tiene la
población de generar soluciones. Autores como F. Fdz. Buey y J. Riechmann (1996), T.
Romana (1996), E. Leff (1998), llegan a relacionar la crisis ambiental con una crisis
civilizatoria derivada del abandono de la responsabilidad política por parte de la sociedad.
Esto da lugar a que quienes detentan el poder lleven a cabo actuaciones en función de
intereses particulares, si bien suelen disfrazar estas acciones al intentar confundir sus
propios intereses con el interés público.
Hemos señalado, hasta aquí, la necesidad de que los/a ciudadanos/as empiecen a ser
protagonistas en la búsqueda de soluciones encaminadas a paliar la crisis ambiental que el
modelo económico imperante ha ido generado. Pero, ¿por qué resulta tan difícil la
participación responsable en el seno de un estado protector y asistencial? Nuestra
habituación a tener derechos nos remite al modelo socioeconómico vigente, en el cual la ley
del mercado ha devaluado la participación democrática de los/as ciudadanos/as, ya que la
dimensión solidaria y colectiva es incompatible con un consumo exacerbado3.
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Sólo por poner un ejemplo: si todos/a los/as chinos/as e hindúes tuvieran, como media, el mismo número de
automóviles que poseen los/as norteamericanos/as, la degradación medioambiental del planeta experimentaría
una brusca aceleración.
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La responsabilidad de la ciudadanía ante los problemas que acucian al planeta se ve
totalmente diluida ya que escapan a sus problemas particulares que, por otro lado, se
presentan corporativamente; incluso en la solución de estos problemas particulares, los
grupos corporativos excluyen a aquellas personas que, en cierto modo, no ocupan un
determinado status dentro del funcionamiento de dichos grupos. Esto significa que, incluso
dentro los grupos pequeños en los que se desarrolla la vida cotidiana, el proceso de
exclusión y de manipulación vuelve a reproducirse.
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en los procesos de toma de decisiones ante el estado y ante la empresa. Por tanto, es
necesario que los/as ciudadanos/as se sientan responsables de los problemas comunes que
la sociedad les plantea; es necesario que se avance hacia un concepto de ciudadanía que sea
capaz de unir la racionalidad de la justicia y sus exigencias, con el sentimiento de
pertenencia a una comunidad y su empeño en participar en ella.
Así pues, para salir de la crisis ambiental en la que nos encontramos, y siguiendo a
T. Romañá (1994:141-150), nuestra acción participativa tiene la urgente necesidad de un
planteamiento ético a partir del cual han de revisarse en profundidad las bases culturales de
la civilización moderna. Desde esta perspectiva, la educación en valores y la
profundización en una democracia ambiental son imprescindibles para situarnos en un
futuro sustentable4. La degradación ambiental se manifiesta como una crisis de la
civilización, ante la que hemos de plantear propuestas formativas que modifiquen la
relación histórica del hombre con su medio. Dicha formación implica unos planteamientos
éticos ambientales que justifiquen un cambio ético saludable.
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Usamos aquí sustentable por sostenible; el primer término es la traducción más correcta y latina del inglés
sustainable; su significado incluye los matices relacionados con la participación y el desarrollo comunitario,
no sólo con las cuestiones ambientales (más cerca del término sostenible).
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La segunda variante (ecologista), está presente en los movimientos sociales
ecologistas y centra su discurso en la idea de que los problemas de la naturaleza son una
consecuencia de las estructuras sociales que generan injusticias y desigualdades entre los
seres humanos. El reto de la Educación Ambiental, desde esta perspectiva, es preparar a las
personas para una integración crítica y participativa en la sociedad. Este planteamiento es
esencialmente político y se desarrolla desde el llamado ecologismo social.
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de cada uno/a de nosotros/a con nuestro medio, pero también con los/as otros/as: trabajo,
seguridad personal, relaciones sociales, sentimiento de pertenencia. Por ello, dicha calidad,
al relacionarla con la sustentabilidad, queda más allá del disfrute de equipamientos y
servicios, acercándose a la connivencia satisfactoria de una plena ciudadanía. En este
punto, nos hacemos eco de la Declaración de Aalborg: “(...) queremos la creación de un
modelo sostenible mediante un proceso participativo, que incluya a todos los sectores de la
comunidad” (Plan de acción local de Aalborg, parte III). Se hace cada vez más necesario
agilizar la ciudadanía plena, lo que conlleva la posibilidad de expresar los problemas y
debatir sus posibles soluciones. La sustentabilidad y el desarrollo se inician desde lo local,
si bien teniendo presente su repercusión en lo global. La vuelta al territorio, a la ciudad y a
los barrios como lugares desde los que potenciar el desarrollo económico y social refuerza
los procesos de la democracia participativa (Villasante 1995). Desde esta perspectivas, tan
importantes son las conquistas concretas (un parque, un empleo, viviendas sociales, etc.)
como el proceso, la implicación y las redes de reflexión y acción que van surgiendo en la
praxis dialógica.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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MANZINI, E. y BIGUES, J. (2000): Ecología y democracia: de la injusticia ecológica a la
democracia ambiental. Barcelona: Icaria.
RODRÍGUEZ VILLASANTE, T. (1995): Las democracias participativas: de la
participación ciudadana a las alternativas de la sociedad. Madrid: HOAC.
ROMAÑÁ, T. (1994): Entorno físico y educación : reflexiones pedagógicas. Barcelona:
Promociones y Publicaciones Universitarias.
ROMANA, T. (1996):
SARTRE, J. P. (1999) : El existencialismo es un humanismo. Barcelona: Edhasa
TEZANOS, J. F. (ed.) (1996): La democracia post-liberal. Madrid: Sistema.
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