MARÍA A. SALGADO
The University of North Carolina at Chapel Hill
modelos viables.7 La lucha por construirse tal discurso fue ardua y no siempre
productiva. Barba Jacob expresó en innumerables poemas su frustración
tanto con el lenguaje como con el fracaso de su busca de trascendencia; en los
textos que estudio en este ensayo, lo hizo glosando versos en los que Darío
había expresado emociones paralelas. Examino las coincidencias así como
las diferencias del discurso con que ambos poetizaron sus inquietudes, si bien
antes de examinarlas contextualizo brevemente la estética que enmarca sus
versos, subrayando que fue Rubén Darío quien inició la búsqueda. La vía
hacia el misterio que él abrió la recorrió Porfirio Barba Jacob sin vacilar,
y parte del camino lo hizo de la mano del Maestro, dialogando con él en
poemas que elaboran temas existenciales y tan esencialmente modernistas
como lo son la frustración de la búsqueda de lo absoluto, la angustia ante el
paso del tiempo, la dificultad de concretar en verso sus visiones poéticas y el
fracaso de la busca a través del amor erótico.
La función de la poesía como instrumento de cognición fundamenta
el pensamiento modernista. Cathy Jrade especifica que el Modernismo
postulaba “una perspectiva filosófica que imaginaba el cosmos como un
sistema de correspondencias en que el lenguaje era capaz de revelar las
verdades más profundas del universo” (“Rubén Darío y su contexto” 51).
Al privilegiar el lenguaje como un espacio de conocimiento revelador de
los secretos del cosmos, la estética modernista convirtió el arte en objeto
de adoración, facilitando que el poeta asumiera el papel de visionario o
intérprete del universo auspiciado por Charles Baudelaire.8 En su esfuerzo
por desentrañar los misterios inscritos en las ocultas correspondencias del
mundo empírico los visionarios modernistas se apropiaron del imaginario
esotérico, el pitagorismo en particular, seducidos por la promesa que ofrecía
de develar la oculta armonía cósmica.9 El eventual fracaso de semejantes
búsquedas utópicas fue devastador en la psique de estos “místicos” del fin
de siglo. Ignacio López-Calvo ha descrito concisamente el efecto de este
proceso en la vida y en la poesía del Maestro modernista:
Las diferencias en el discurso poético tanto como en la actitud vital que estos
dos poetas dejan claramente inscritas en estos versos iniciales, se repiten en
los que entregan el mensaje al final de ambos poemas. El de Darío concluye
afirmando su aportación individual, subrayando la trascendencia implícita en
la vida interior:
Los versos revelan que por un lado, y contrario a Darío, Barba Jacob no
culpa de su mal a la poesía, pero por el otro, también muestran, y lo elaboran
en la estrofa siguiente, que la raíz del mal que le agobia es análoga a la que
tortura a Darío: no entender de dónde viene ni para qué ha nacido, pero sí ser
dolorosamente consciente de que ha de morir:
Esas palabras imaginarias que Darío dice perseguir para poetizar su visión de
la Diosa son tan inexistentemente ilusorias como las que Barba Jacob rastrea
en vano para expresar sus propias visiones en “Canción ligera”:
OBRAS CITADAS
Jrade, Cathy L. Rubén Darío and the Romantic Search for Unity. The
Modernist Recourse to Esoteric Tradition. Austin: U of Texas P, 1983.
Impreso.
192 Cuadernos de ALDEEU
Levy, Kurt. “Porfirio Barba Jacob: Nostalgia por la vida.” Thesaurus 44.1
(1989): 83-91. Impreso.
Peckham, Morse. Beyond the Tragic Vision. The Quest for Identity in the
Nineteenth Century. New York: George Braziller, 1962. Impreso.
Rama, Ángel. “Prólogo.” Rubén Darío. Poesía. Ed. Ernesto Mejía Sánchez.
Cronología Julio Valle-Castillo. Caracas: Biblioteca Ayacucho. IX-LII.
Impreso.
María A. Salgado 193
NOTAS
1
Morse Peckham explora en detalle la búsqueda de identidad en el siglo
XIX, subrayando la importancia de la identificación estilo-hombre en
la estética de románticos y simbolistas tales como Charles Baudelaire y
Arthur Rimbaud (234 y siguientes). Heredada por los modernistas, tal
identificación apuntaló la asociación vida-obra tanto como el culto a la
personalidad idiosincrásica que rigen la poesía de Darío y de Barba Jacob.
2
Juan Gustavo Cobo Borda emplea estos términos cuando describe la obra
del poeta resumiendo opiniones críticas muy generalizadas (“Relectura de
Barba-Jacob” s.p.).
3
Posada Mejía coincide implícitamente con mi apreciación cuando
comienza por clasificarle como un post-modernista—apartado
desacreditado por la crítica literaria actual—tan solo para contradecir
su propia clasificación algo más tarde, describiendo la contribución del
colombiano a la poesía en lengua española por medio de una laudatoria
comparación que rebasa los estrechos límites del post-modernismo y le
ubica dentro del más amplio marco del modernismo asociado a la obra
de varios poetas con quienes le equipara: “Barba-Jacob es uno de los
grandes líricos hispanoamericanos del siglo XX, junto a Darío, la Mistral,
Vallejo, Neruda y Paz, así como una de las voces más intensas de la lengua
castellana en su tiempo, junto a Unamuno, Machado, Jiménez, Lorca y
Hernández. En medio de ellos Porfirio hace oír su voz desesperada de
hombre que va a la muerte y que no espera nada más allá de la muerte”
(216-17).
4
Barba Jacob demuestra su inmensa admiración por el pensamiento y
el discurso modernistas cuando subraya, en “La Divina Tragedia,” su
entusiasta lectura de poetas como Darío y Guillermo Valencia: “leía yo a
Darío y a Valencia, a Darío y a Emerson, a Valencia y a Guyau, a Darío y a
Renán, a Valencia y a Cervantes, a Darío y a Carlos Marx, a Valencia y a
Edgard Guinet…” (Rosas negras 9).
5
Como no podía ser de otro modo, tratándose de un poeta modernista,
el tema central de su poesía es su propio “yo.” Tanto Barba Jacob como
sus críticos lo reconocen; según Barba, “bajo ese modesto pronombre
se esconde lo único que creo conocer y, sobre todo, lo único que me ha
interesado hasta hoy” (“Interpretaciones” 338); entre sus críticos, Eduardo
María A. Salgado 195
traducción).
9
Los estudios de Raymond Skyrme (1975) y Cathy Jrade (1983) sobre el
Modernismo y las religiones esotéricas son esenciales para contextualizar
el uso de los símbolos en la obra de ambos poetas.
10
Fernando Vallejo, biógrafo de Barba Jacob, comenta que en una carta
a Rafael Arévalo Martínez de 1916, Barba identificó a la Dama como
“Nuestra Señora la Voluptuosidad, o, más claramente, de nuestra tirana la
Lujuria,” pero que en 1919 ofuscó este referente cuando escribió varios
artículos sobre la marihuana, al primero de los cuales tituló “La dama de
los cabellos ardientes se bebe la vida de sus amantes” (Vallejo 68).
11
Levy describe “El son del viento” como un “íntimo autorretrato del
poeta, recuerda el tema de ‘Yo soy aquél’” (88).
12
“Yo soy aquél” es uno de los poemas más comentados de Darío. Entre
otros muchos estudios de interés, María Luisa Ponte, Guillermo de Torre
y Allen W. Phillips se enfocan en su contexto autobiográfico; Sylvia
Molloy en su relación con la vida/obra del autor; y Ángel Rama destaca su
propuesta de la teoría de la selva sagrada.
13
Gil Jaramillo subraya la magia con que el poeta narraba tanto sus
aventuras escabrosas como las supernaturales que tuvieron lugar en el
Palacio (14-15); Arévalo Martínez recoge ambas en su novela Las noches
en el Palacio de la Nunciatura.
14
La nota al pie del poema “Oh, noche” indica que “este título fue la última
voluntad del poeta en vez de Antorchas Contra el Viento, como lo tituló
primero” (OC 166). Barba escribió este poema en 1906, un año después
que Darío publicara “Melancolía.” Dentro del simbolismo de Barba, la
imagen original sugería el triunfo de la luz / poesía (antorchas) sobre la
muerte (el viento). El cambio a “Oh, noche” (muerte), que evidentemente
tuvo lugar en los últimos días de su vida, subraya el mismo desengaño en la
trascendencia de la palabra poética que expresa en “El son del viento.”
15
En sus correspondientes estudios sobre la función de las religiones
esotéricas en el pensamiento modernista, Raymond Skyrme y Cathy Jrade
señalan la importancia del amor erótico como vía de conocimiento. En el
contexto de la poesía de Darío, Skyrme indica que “el amor es un medio
de conocimiento, y en este sentido las imágenes eróticas en Darío son
metáforas de conocimiento místico” (27).
16
Posada Mejía también señala el contraste en la representación de la
María A. Salgado 197