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Esta pregunta es mucho más que un simple interrogante, es un modo de expresar uno de los anhelos
más profundos de todo ser humano y, particularmente, de las mujeres.
Muchas de nosotras, con mayor o menor éxito, hemos puesto mucha energía en crear formas de
amar que den rienda suelta a nuestra libertad y de vivir nuestra libertad dando aliento al amor.
Hemos puesto mucha energía en todo esto porque no queremos elegir entre dos necesidades
fundamentales para nuestra vida.
Este tipo de experiencias hace que todas tengamos mucho que compartir, interrogarnos, nombrar y
aprender junto a otras. Todas tenemos algo que decir sobre los conflictos, el deseo, la relación, la
violencia, la apertura, el cuidado y, como no, sobre el amor y la libertad.
Este es el sentido de este espacio de reflexión e intercambio: mantener viva la posibilidad de crear,
reconocer o afianzar caminos en los que el amor y la libertad se den la mano.
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El espacio de reflexión '¿Es posible amar y ser libre a la vez?' es un lugar en el que, unas mujeres
junto a otras, intentamos responder a esta pregunta a partir de nuestra práctica y experiencia.
El primer grupo de mujeres con el que trabajé en torno a esta cuestión se formó en la Casa de la Mujer
de Alcobendas.
Fue una experiencia muy rica y, por ello, hace algo más de dos años propuse llevar esta misma
pregunta al espacio político de mujeres Entredós, lugar muy significativo para mí.
Iniciamos nuestro recorrido en este espacio tomando como punto de partida estos dos artículos: uno
referido al amor (está en las páginas 54 a 71 de este cuaderno) y el otro a la libertad (está en las
páginas 127 a 134 de este cuaderno).
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CUANDO EL AMOR Y LA LIBERTAD SE DAN LA MANO es una charla que impartí en junio pasado
contanto la experiencia del espacio de reflexión '¿Es posible amar y ser libre a la vez?'.
Han sido muchas las veces que Milagros me ha pedido que diera una charla sobre el espacio de
encuentro y reflexión ‘¿es posible amar y ser libre a la vez?’ y, sin decirle que sí ni que no, cada vez
que le oía esta pregunta, sentía cierta resistencia.
Una resistencia que tiene que ver con mi dificultad para traer aquí la chicha de un espacio que se ha
ido gestando de ese modo sutil, casi mágico, como a menudo se gestan las relaciones que son
realmente significativas en nuestras vidas.
Esta resistencia tiene que ver también con la dificultad para hablar sobre un espacio tan sencillo y
complejo a la vez. Digo sencillo porque lo que hacemos allí es juntarnos, charlar, compartir y poco
más, faltaría una mesa camilla para completar el escenario. Digo complejo porque de lo que hablamos
es sobre nuestras vidas y relaciones, lo que hace que el intercambio se llene de matices, riqueza,
misterio y, a veces también, de nudos, discrepancias y contradicciones.
Pero, gracias a la persistencia de Milagros y a que yo haya podido poner palabras a mis resistencias en
lugar de huir de ellas, hoy estoy aquí.
Al mirar el camino recorrido desde enero de 2008 hasta junio de 2009, me doy cuenta que este ha sido
un espacio donde el amor y la libertad se han dado, una y otra vez, la mano.
Hemos sido capaces de poner en juego, cada una a su modo, grandes dosis de verdad, de escucha, de
apertura, de reconocimiento, de empatía, de cuidado. Y, como toda historia de amor que aspire a ser
vivida con libertad, nuestras relaciones no han sido precisamente una balsa de aceite, ha habido
también pasión, cambios y, como no, conflictos. Pero, gracias a ese amor del que os he hablado,
hemos podido abrirlos, abordarlos, atravesarlos sin dañarnos, o sea, tomándolos como una
oportunidad para conocernos más profundamente y poder ser más libres en la propia relación.
Hace un mes vi en televisión la escena de tres parejas heterosexuales que pasaban sus vacaciones
juntas en un apartamento de playa. Las discusiones, las descalificaciones, la falta de escucha y de
consideración eran constantes en la relación de cada una de estas parejas. Cuando la periodista les
preguntó qué les llevaba a seguir junto a su pareja, las mujeres dijeron que era por amor. O sea,
hablaban de un amor que nada tiene que ver con el que traigo hoy aquí.
Estoy dando a las palabras libertad y amor un sentido que no coincide con muchas de las imágenes,
ideas, experiencias que a menudo se asocian a dichos términos. Intentaré ahondar un poco más en
ello, ya que es sobre ello precisamente sobre lo que hemos charlado en nuestros encuentros.
2.- RESPONSABILIZARSE DE SÍ
Aunque en ocasiones fantaseemos o nos parezca goloso liberarnos de las relaciones por las
dificultades que conllevan, en realidad no podemos liberarnos de ellas. Podemos liberarnos de
algunas, pero no de todas. No podemos prescindir de ellas porque sin relación no somos casi nada.
Y me explico. Si nadie nos hubiese cuidado y querido mínimamente, hoy no estaríamos aquí. Sin las
reflexiones, ideas, obras, experiencias creadas y vividas por otras personas, hoy no tendríamos
referentes para actuar y pensar ni para crear nuestras propias reflexiones, ideas, obras y experiencias,
y yo no podría estar aquí en esta mesa, hablando de todo esto. Sin relación no me veo en la tesitura de
darme a conocer y, por lo mismo, me es mucho más difícil llegar a conocerme.
Por todo lo dicho hasta ahora, en este espacio de reflexión, en vez de proponer que contemos
situaciones de libertad a secas, he hecho una invitación para charlar sobre situaciones de libertad
vividas en relación. Esta propuesta nos ha permitido reconocer situaciones en las que hemos podido
comunicar a alguien algo sobre lo que nos resulta difícil hablar, hemos enriquecido nuestra vida,
hemos encontrado el modo de hacer de un conflicto una oportunidad para conocer y darnos a conocer,
hemos dicho que no o que sí sintiendo en ese monosílabo una consonancia perfecta con nuestro deseo,
etc.
Todas estas situaciones conllevan un elemento común: en ellas hemos podido ser quienes en realidad
somos. Es más, han sido situaciones en las que ser la que se es no ha impedido escuchar y acoger a la
otra persona, más bien al contrario. O sea, son situaciones en las que ninguna ha sentido la necesidad
de ningunearse ante la presencia de la otra persona, ni de ningunear a la otra persona para hacerse
presente.
O sea, con esta reflexión hemos dejado constancia de que sí es posible amar y ser libres a la vez, ya
que todas habíamos tenido esa experiencia.
Ahora bien, a medida que fuimos quitando capas a la cebolla, surgió un matiz que, a mi parecer, es
fundamental. Para explicar qué hizo posible que fuéramos libres en cada una de estas situaciones, se
puso el acento, bien en la otra persona (es que me escuchó, fue amorosa, supo acogerme, no me
enjuició), o bien, en la sustancia de la relación (es una relación muy consolidada y no hay riesgo de
ruptura).
Estas explicaciones parecían sugerir que ninguna había tenido responsabilidad a la hora de vivir,
sentir y poner en juego su libertad, como si sólo fuera posible ser libre cuando la otra persona nos deja
o nos pone las cosas fáciles, o más aún, que si no somos libres es porque los y las demás nos lo
impiden.
Sin embargo, todas y todos conocemos a mujeres (y también a hombres) que han sabido encontrar la
mediación, el modo de hacerse presentes y de tomar la rienda de una relación en circunstancias
verdaderamente complicadas. Del mismo modo, conocemos a personas que, ante la acogida y
atención de otra, se han escudado detrás de una máscara o en la representación de un rol.
Es verdad que cuando alguien nos escucha, se interesa por lo que tenemos que mostrar y nos acoge es
más fácil poner en juego lo que somos, deseamos, sabemos, necesitamos, pensamos. Pero si no hay
una negociación interna de cada una consigo, esto es imposible, si no escucho qué pasa en mi interior,
si no me pregunto qué quiero o qué necesito, si no dialogo con mis propios fantasmas y también con
mi sabiduría y mis deseos, es fácil dejarme llevar por lo que me viene dado, aunque no me guste, sin
atreverme a SER.
Del mismo modo, si me atrevo a entrar en contacto con lo que hay en mí, si me tengo presente, podré
preguntarme en cada relación, en cada situación, por difícil y convulsa que ésta sea, qué pinto ahí, qué
quiero expresar a esa persona concreta que es así y no de otro modo, qué me es soportable y qué no lo
es, o sea, qué quiero y qué puedo crear con alguien que es como es y no como yo quisiera que fuera,
siendo yo así como soy y no de otro modo.
De lo que estoy hablando es de responsabilizarse de sí y de hacerlo en el marco de lo real, o sea,
sabiendo reconocer la fantasía o la ensoñación como lo que son, fantasías y ensoñaciones, en vez de
confundirlas con lo real. Y, por cierto, cuando digo realidad, no hablo sólo de lo que nos viene dado,
hablo también de nuestros deseos y de nuestra creatividad o imaginación a la hora de dar lugar a esos
deseos en cada relación, transformándola.
Estoy haciendo una invitación a no quedarnos en esa queja estéril que se da cuando echamos la culpa
de todo lo que nos pasa al mundo o a las otras personas. Es una invitación a no detenernos demasiado
tiempo en ideas como ‘si ella o él no fuera así como es todo sería más fácil’, ideas que nos hacen dar
vueltas y vueltas sobre un mismo eje, sin encontrar una salida. Es una invitación, por tanto, a intentar
mirar el mundo y a la gente tal cual son, para, desde ahí, buscar el modo de relacionarnos con
personas reales.
El registro de lo real permite tener un terreno sólido sobre el que caminar, permite reconocer el punto
de partida para continuar caminando, permite preguntarme cuál es en realidad mi deseo en la relación
con alguien que es así y no de otro modo, cómo dar forma a ese deseo con esa persona concreta. Esta
no es una cuestión baladí, son demasiadas las mujeres que aguantan relaciones infernales por la
esperanza de que él (o a veces ella) cambie, por el miedo a enfrentarse a lo que supone ver quien es él
o ella en realidad y también por el miedo a verse a sí misma. Es algo así como estar conduciendo y,
ante el peligro inminente de accidente, cerrar los ojos con la esperanza de que, no viendo, la realidad
se adapte a nuestros deseos.
Y os pongo un ejemplo. Tengo una amiga en Lanzarote (yo soy de allí) que me cautiva con su
inteligencia y agudeza mental. Sin embargo, cada vez que vuelvo a la isla no me pregunta cómo estoy
ni escucha cuando le hablo de mí, me da la sensación de que no le interesa demasiado cómo estoy o
como me siento. Asimismo, es una mujer con mucho nervio, no para quieta, habla con mucha pasión,
gesticula mucho, habla muy alto y muy deprisa. Han sido muchas las veces en las que he acabado
agotada al estar con ella, tanto por verme escuchándola sin sentirme escuchada, como por ese arrojo y
energía que pone ella al hablar.
La tentación de poner la pelota en su tejado es grande, sería fácil decir que el problema consiste en
que ella es una plasta que no escucha y es un torbellino cuando habla. O sea, es fácil quitarme
responsabilidad ante lo que siento, necesito y deseo en esa relación. Es fácil quedarme atrapada en el
intento de que ella deje de ser quien es para ser otra. Y ahora os confieso, así he estado mucho tiempo.
Cuando fui capaz de hacerme responsable de mi problema dentro de esa relación todo cambió, cuando
fui capaz de entender que me agota escucharla más tiempo del que realmente me apetece hacerlo, que
no me resulta fácil contar mis experiencias o sentimientos cuando no me siento escuchada por ella,
que se me hace difícil acoger tanta energía, pude enfrentarme a mis dificultades, a mis miedos y a
preguntarme qué puedo hacer ante esto, cómo puedo relacionarme con ella sin pasarlo mal. Ahora, por
ejemplo, sólo cojo el teléfono o quedo con ella cuando tengo realmente ganas de escucharla o cuando
a mi estado de ánimo le viene bien alguien con arrojo y energía. Asimismo, ya no busco que se
interese por mi estado de ánimo y le relato sólo aquellas cosas que sí sé que le gustan saber de mí o
intento derivar nuestras conversaciones hacia derroteros en los que ella pueda desplegar esa
inteligencia que tanto me gusta.
O sea, he dialogado con mis límites, con mi dificultad para relacionarme más profundamente con
alguien que es así, ojalá descubra el modo de ensanchar estos límites, ahí ando. Y así, en el terreno de
lo posible, vivo toda la libertad y todo el amor que hoy por hoy soy capaz, ni más ni menos.
Una mujer que ha acudido a este espacio nos contó que se ha pasado gran parte de su vida enfadada
porque su marido trabaja muchísimo y suele llegar a casa muy tarde. Ella le había pedido muchas
veces que llegara antes y estaba ya harta de esperar tanto. Cuando por fin asumió esta situación como
un problema propio, cuando asumió que él no reaccionaba ante sus demandas porque en realidad no
quería llegar antes, dejó de esperarle y empezó a llenar ese tiempo con cosas que le gustan, que le
hacen bien. Este cambio, a diferencia de la estrategia anterior, sí hizo reaccionar a su marido y ahora,
cuando a veces él llega pronto a casa, no siempre la encuentra allí.
En estos dos relatos, el hecho de hacernos responsables de la situación y de dialogar con lo real, nos
ha permitido crear un nuevo punto de partida, otro terreno, otra realidad, sobre la que seguir
caminando y, quizás, quien sabe, poder profundizar aún más en cada una de estas relaciones sin dejar
de estar presentes en ellas.
En fin, que la libertad no es algo que venga por arte de magia, implica negociación interna, puesta en
escena, trabajo de mediación, responsabilizarse de sí, creatividad…
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