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Basave Fernández del Valle Agustín. Vocación y estilo de México.

Fundamentos de la Mexicanidad. 1989. LIMUSA. México.

CAPÍTULO XVIII

Perfil del mexicano extraído de los dichos y refranes de la


sabiduría popular

SUMARIO: 1. Perfil del mexicano extraído de los dichos y refranes de la sabiduría popular. 2.
Significación y sentido de dichos, dicharachos y refranes mexicanos. 3. Sabiduría popular de
los dichos y refranes en México. 4. La honda sensatez del refranero mexicnao. 5. Altiveces y
jactancias en dichos y dicharachos de México. 6. La mujer mexicana en dichos y dicharachos.
7. Observaciones populares y consejos prácticos del refranero popular. 8. Balandronadas,
menosprecios y advertencias en el refranero mexicano. 9. Virilidad e ingenio en dichos y
dicharachos en México. 10. Posturas éticas y observaciones psicológicas en el refranero
popular. 11. Agudezas e ironías de nuestro pueblo. 12. Amor y sexo en el refranero mexicano.
13. Sentido del rídiculo y afirmaciones arrogantes en el refranero popular. 14. Dichos,
dicharachos y refranes como medios cognoscitivos y pautas de acción en la vida del mexicano.

1. Perfil del mexicano extraído de los dichos y refranes de la


sabiduría popular.

Los dichos y refranes atesorados por la sabiduría popular, no solamente son


pronunciados por labios incultos o por personas carentes de recto y limpio
sentido moral. Los oímos, a cada rato, en boca de personas sensatas, y hasta
en labios de consumados intelectuales. Los dichos, refranes y dicharachos
condensan, en pocas palabras, modos de ser de la condición humana. Son
dichos y refranes dirigidos al pueblo, por tanto, formulados en lenguaje de fácil
comprensión. Con frecuencia se cambia algo el giro idiomático del adagio o
dicho por el propio pueblo, pero permanece su valor moral operador. Los
hispanoparlantes somos muy aficionados a sentenciar con frases hechas. Los
refranes mexicanos conservan, a veces, su forma novohispana, pero han sido
modificados por giros locales o por voces de lenguas precortesianas. En otras
ocasiones –y son las que más nos interesan- los dichos, dicharachos y
refranes, nacen, se modifican y se difunden en México. El dicho describe un
suceso en frase corta y contundente. El dicharacho es modismo, sarcasmo,
epíteto, interjección, insulto. El dicharacho mexicano tiene sabor local. Se dice
que nuestros investigadores podrían encontrar más de 10,000 refranes
mexicanos de uso general. Muchos de nuestros refranes y dichos contienen
palabras fuertes, maldiciones inocultables. Sólo un espíritu mojigato, que me
precio de no tener, impediría decir los dichos y refranes como los dice el
pueblo.

Temas: La impasibilidad, la prudencia, el sentido de oportunidad, la


afirmación de la libertad, la violencia, el altivo menosprecio, el sentimiento
trágico de la vida, la adversidad, el fatalismo, el desdén hacia los arrogantes, la
amargura, el machismo, el valor petulante, la esperanza, la jovialidad, la
revancha, la psicología del amor, el realismo displicente, la altivez, el
fariseísmo, la primacía de la madre, el juego con las circunstancias, el miedo
supersticioso, la frustración del poder, el complejo de superioridad, la mala
suerte, la burla de la enfermedad, la valoración de la amistad, la muerte
inexorable, la hospitalidad, la envidia, el amor propio que minimiza con humor,
la frustración, el juego de la muerte, la compasión, perspectiva sobre las
mujeres, ironía, mala fe, incitación a la resistencia… Todo ello con inequívocos
color y calor mexicanos.

Me he dado a la tarea de clasificar dichos y refranes que pueden


encasillarse en ciertas categorías. Tengo la fundada esperanza de que
obtengamos una idea sobre el perfil psicológico del mexicano medio, si
atendemos a la reiteración de actitudes en dichos y refranes. Me llevaría muy
lejos –materia para otro libro- destacar los rasgos esenciales del mexicano que
surgen de los refraneros populares. Básteme seleccionar algunos dichos que
nos ofrecen rasgos psicológicos del mexicano.

Dentro de esta vida mexicana que es incertidumbre y riesgo, el hombre


del pueblo trata de ser prudente, de adaptarse a las circunstancias, de
proceder con cautela:

“A cama corta, encoger las piernas”. Es decir, adáptate a lo que tienes.

Y también respeta la experiencia y consejo de los viejos:

“A cazador nuevo, perro viejo”.


Combate la imprudencia, aconsejando evitar descuidos que propicien
robos:

“Abierto el cajón, hasta el más honrado es ladrón”.

Nuestro pueblo nos insta a ser cautelosos con quienes no conocemos:

“A animal que no conozcas, no le tientes las orejas”.

El mexicano no ignora la proclividad al mal y el poder del mal ejemplo.


Por eso aconseja una vacuna preventiva:

“A amigo vicioso, tratarlo poco”.

Con los vecinos hay que ser prudentes. Es preciso no meterse en la vida
de los demás, ni permitir que otros intervengan en nuestras vidas. Por eso reza
un dicho:

“Buenas noches y buenos días, tú en tu casa y yo en la mía”.

Es de elemental prudencia evitar dificultades inncesarias:

“Buscarle mangas al chaleco”.

(insensatez, puesto que el chaleco carece de mangas).

“Buscarle ruido al chicharrón”.

Los padres evitan las malas compañías a sus hijos, porque saben que el
mal ejemplo de los perversos puede mudar el natural de las personas buenas.
De ahí que el ranchero le diga a su vástago:

“El borrego manso no debe ver al bravo cuando topetea”.

No se debe menospreciar a ningún prójimo, por modesto que parezca es


mejor ser amigos que enemigos en el entrecruzamiento de las vidas:

“Hasta de una piedra necesita uno para darse un hocicazo”.

Hay, entre nosotros, un sencillo y sensato recordatorio que aconseja no


cometer imprudencias que pongan en peligro la existencia humana:
“La vida es corta y no retoña”.

El hombre de nuestro pueblo, ya entrado en años, adquiere una serena y


profunda sensatez. Hay jóvenes que desean lo que no alcanzan. Por eso se les
dice:

“No puede andar y quiere masticar”.

El realismo del mexicano, cuando no quiere evadirse de su


circunstancia, es verdaderamente vigoroso:

“No hay más cera que la que arde”.

El mexicano tiene una profunda fe en la providencia. Cuando las cosas parecen


situarnos en un callejón sin salida, surge la esperanza en un Dios vivo que nos
trajo a la existencia y nos protege:

“Dios aprieta, pero no ahorca”.

Claro está que la justicia de Dios es muy diversa a la justicia humana. La


justicia divina castiga de mil maneras sutiles sin el aparato y el guato que
acompaña las sanciones de la justicia humana:

“Dios castiga sin palo y sin cuarta”.

El sentido biológico del pueblo mexicano, resulta, a veces, asombroso.


La prueba y la tentación del mal no puede exceder a la gracia actual para vecer
el obstáculo:

“Dios da el frío según la cobija”.

Dios no es, para el mexicano, un Dios de bolsillo. Las gracias que


derrama Dios sobre sus creaturas no están sujetas a nuestro arbitrio.
Quisiéramos que Dios causase daño a quienes detestamos y favoreciese
nuestros anhelos:

Dios no cumple antojos, ni endereza jorobados”.


2. Significación y sentido de dichos, dicharachos y refranes
mexicanos.

Si todos los perversos tuviesen poder político y poderío económico serían


aún más peligrosos. Pero el mexicano advierte:

“Dios no les puso alas a los alacranes”.

El sentido didáctico en limpia y sencilla enseñanza moral, resplandece en


este dicho:

“Delante de los muchachos, persignarse bien”.

Es muy fácil caer en un pecado o en un vicio, pero qué difícil resulta pagar
las consecuencias del pecado, en lo individual y en lo social y qué duro resulta,
para el vicioso, enmendar hábitos:

“Barato es el pecar y caro el enmendar”.

El mexicano que se siente vengado por la divinidad exclama al saber la


desgracia que le ha acaecido al enemigo de mal comportamiento:

“Castigo de Dios”.

Todos llega a su tiempo. A los impacientes, el mexicano, con la provervial


paciencia de sus ancestros indígenas, le aconseja:

“Cálmate un año, qué tantos son doce meses”.

Aunque las mentiras abundan en el medio mexicano, el mexicano, está


convencido de que la mentira no prospera:

“Cae más pronto un hablador que un cojo”.

Hay refranes que amalgaman la petición a Dios, y el propósito de


enmienda:

“De ésta me saque Dios, que en otra no me meto yo”.


La muerte, término incierto de nuestra existencia, tendrá que llegar
inexorablemente; escapamos de los peligros, pero escapamos de la muerte
como situación-límite:

“Del rayo se salva uno, pero de la raya no”.

Aun así, el mexicano se burla de la muerte, de su propia muerte,


utilizando la imagen del cadáver que se traslada horizontalmente con los pies al
frente. De ahí que se diga:

“Con los pies por delante”.

El jugueteo con la muerte es constante. Es preciso sobreponerse al dolor


que causa el fallecimiento de los familiares y los seres queridos, es menester
volver a la vida cotidiana, al quehacer insoslayable de cada día:

“El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura”.

La imagen de la muerte: “cadáver”, “sepulcro” y “no embalsamado” sirve


para espantar a los arrimados en casa ajena que prolongan cínicamente su
estancia:

“El muerto y el arrimado, a los tres días apestan”.

Las galas humanas –un bello sarape de Saltillo, por ejemplo- perecen y
van a dar al bazar, esto es al cementerio de baratijas que iguala prendas como
los panteones igualan a ricos y pobres, a ignorantes y sabios.

“En el baratillo nos veremos, sarape de Saltillo”.

Otras formas de referirse festivamente a la muerte:

“entregar el equipo”, “con los tenis por delante”.

No obstante, el mexicano de la calle siente una profunda solidaridad con


los pobres. Los indigentes pueden, al menos, disfrutar los bienes que depara el
sol, el aire, la noche de luna, el bello paisaje. La naturaleza es madre de todos:

“El sol es la cobija de los pobres”.


El sentido de lo efímero lo encuentra el refranero popular en la
comparación con la alegría del pobre que está constantemente acicateado por
un problema y otro:

“Le duró lo que al pobre la alegría”.

El dinero mal habido es objeto de acre censura y hasta de altivo desdén


por parte del mexicano, sea pobre o rico:

“Lo que con las uñas se gana, tierra se vuelve”.

Esa sabiduría ética del mexicano medio se refleja en la advertencia y en


el reproche para los hijos ingratos:

“Lo que con los padres hagas, con los hijos lo pagas”.

Nuestro pueblo sabe que perdiendo se aprende. El camino del mundo


está llano de fracasos que son aleccionadores y nos dotan de carácter:

“Los porrazos hacen al jinete”.

Precisamente porque el mexicano suele ser inconstante, con bríos que


duran muy poco y entusiasmos que enseguida se apagan, comparan esa
inconstancia con la breve llamarada que se produce en el tule del petate. A la
persona inconstante y a la persona que explota en ira, pero que enseguida se
calma, le llaman:

“Llamarada de petate”.

El estoicismo del mexicano admira a quienes saben sufrir y aguantar sin


que apenas se ponga de manifiesto esa pena que se lleva en el hondón del
alma:

“Llevar la música por dentro”.

Condena esfuerzos inútiles y pérdidas lamentables de tiempo:

“Llevar piedras al cerro”.


La ironía del mexicano del pueblo se deja sentir cuando al que intenta
levantarse del suelo, después de que se le ha propinado una golpiza; o al que
ha comido o bebido algo de su agrado, se le dice:

“¿Más maíz, paloma?”.

A la maldad encarnada en hombres perversos, el mexicano le dedica


varios dichos:

“Más malo que pegarle a Dios”.

“Más malo que una mentada en ayunas” (la ira que produce una mentada
de madre cuando el estómago está vacío, causa un intenso malestar físico).

“Más malo que la carne de puerco”.

A quienes se lamentan de sus pérdidas, se les insta a la resignación,


diciéndoles:

“Más se perdió en el diluvio… y ni quien llorara”.

Un pueblo pobre, como suele ser el nuestro, tiene que tener sus
prelaciones:

“Más vale bien comido que bien vestido”.

“Más vale ir a la cárcel que al hospital”.

Y en este sistema de prelaciones, en ocasiones el hombre del pueblo, por


pobre que sea, muestra una admirable dignidad que envidiaría el rico:

“Más vale ser dueño de un peso, que esclavo de dos”.

La crítica a la indecisión queda plasmada en este refrán:

“Médico cobarde, o no cura, o cura tarde”.

A los que fallan inexplicablemente en algo propio de su oficio, se les


reconviene:

“Me extraña que siendo araña, te caigas de la pared”.


3. Sabiduría popular de los dichos y refranes en México.

Cuando el mexicano medio quiere mostrar menosprecio al que quiere


ofender, porque le ofendió, le convierte en su sirviente, al que dice mantener
con sobrantes:

“Me hace los mandados y se come los pilones”.

Cuando alguien está fastidiando hasta el exceso, se le dice


eufemísticamente que se vaya, que se largue:

“Mi molino ya no muele, ve a moler a tu metate”.

En riñas, cuando alguien le dice al otro: “yo soy tu padre”, se le puede


contestar con una provocación:

“Mi padre no alza la pata pa’ miar”.

La infidelidad en la amistad es severamente criticada y constituye un


objeto de burla:

“Muerta Jacinta, que se mueran los guajolotes”.

La inseguridad en la versión masculina de lo humano, lleva al machismo.


Ese barroquismo de la virilidad lleva a mostraciones espectaculares para dejar
fuera de duda la calidad masculina. Quien dude de esa calida afrenta terrible y
hondamente al mexicano medio.

Ser “muy macho” es un galardón. El macho “raja”, “chinga”, “rapta”. Yo


defino el machismo como un alarde de virilidad que se traduce en convicción.
Todo estaría bien si el machismo se quedase –aspecto positivo- en estoicismo
y en alegría de ser hombre. Lo malo son los alardes de virilidad, la
fanfarronería, la intolerancia, el gusto de reñir y de arriesgar la vida por el
menor motivo. El macho mexicano cree que la potencia sexual crece por el
hecho de que se frecuente el comercio sexual con una amplia variedad de
mujeres. Ostenta sus actitudes temerarias. La mujer mexicana del pueblo
considera como natural e inevitable la infidelidad de su marido y refuerza la
ostentación desmesurada de la masculinidad. Nuestro refranero es pródigo en
dichos y refranes de claro tinte machista.

El supermacho mexicano no considera que falta a la fidelidad conyugal


cuando se le reprocha que teniendo esposa, ande con una amante ocasional. Y
dice ufano:

“Casado, pero no castrado”.

Exhibe su brutalidad de golpeador cuando encuentra mujeres de la


familia en escarceos amorosos:

“A la tía se le apalea, a la prima se le arrima, a la hermana con más


ganas”.

El machismo fanfarrón es motivo de orgullo para padres de familia que


hacen del machismo uno de los “grandes” valores biológicos. No sólo toleran
las hazañas sexuales de sus hijos varones, sino que las celebran. Pero con
una falta total de congruencia reprueban posibles “hazañas” sexuales de las
mujeres.

He aquí un típico dicho del macho mexicano que se enorgullece del


machismo de su hijo:

“Amarren a sus gallinas, porque mi gallo anda suelto”.

Hay un grito altanero y retador del macho mexicano que es proferido con
una inocultable soberbia y con una fanfarronería ilimitada:

“No vengo a ver si puedo, sino porque puedo vengo”.

El macho que quiere salvar su hogar, porque se le ha ido la mujer, o el


resentido que terminó relaciones con la novia, suelen decir:

“La chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar”.

El machismo fanfarrón afirma que para él no hay imposibles porque es


muy hombre:
“Como me la pongan, brinco”.

“Como me la pinten, la borro”.

El machismo –cosa en verdad repugnante- transgrede para probarse,


hasta en la amistad desinteresada, hasta en el compadrazgo:

“Compadre que a la comadre no le llega a las caderas, no es compadre


deadeveras”.

O bien:

“El respeto a la comadre sólo obliga de la cintura pa’ rriba”.

El macho mexicano está desconfiando siempre de la debilidad de las


mujeres que no sean las de su propio hogar:

“Hijo de mi hija, mi nieto será; hijo de mi hijo, sólo Dios sabrá”.

Hay un grito que a la menor provocación sale de los labios del típico
macho:

“Le rajo la cara a cualquiera”.

El machismo se prueba poseyendo a las mujeres para que no caigan en


poder de otros hombres:

“Más valdría llorarlas muertas y no en ajeno poder”.

Cuando el mexicano común y corriente advierte payasadas e


irresponsabilidades que se pagan frecuentemente con la vida, o cuando piensa
en el voluble corazón de las mujeres que mudan sus preferencias
sorpresivamente, inventa dichos en tono de burla festiva, con humor agudo,
punzante. A los inexpertos que se aventuran a realizar hazañas sin tener
destreza alguna ni contar con medios adecuados, les espeta este refrán:

“Muertos los piojos, por hacer columpio”.

Al que piensa que tiene conquistada definitivamente a una casquivana y


ligera mujer se le advierte:
“Nadie diga que es querido aunque lo estén adorando, que hartos al
suelo han venido cuando estaban jineteando”.

4. La honda sensatez del refranero mexicano

Por supuesto, el mexicano de nuestro pueblo tiene una honda sensatez


en torno a lo que tiene y a lo que se sabe. Caundo alguien advierte un error a
un novato, éste puede responder diciendo:

“Nadie nace sabiendo”.

Novio que pierde a la novia por incomprensión o por impaciencia a


pequeños defectos, se arrepiente más tarde:

“Nadie sabe el bien que tiene, hasta que lo ve perdido”.

No se puede aplicar una misma medida a todos los hijos, ni se puede


exigir parejo rendimiento a todos lo alumnos. La singularidad de cada persona
es incuestionable:

“Ni los dedos de la mano son iguales”.

Cuando ya nada queda por hacer, el mexicano asume la realidad. Nos


tropezamos con imposibilidades en el orden físico, en el orden intelectual y en
el orden moral. Ante lo irremediable, el mexicano acepta la realidad tal como es
con este sabroso y breve modismo, que lo dice con un tono muy peculiar:

“Ni modo”.

La soledad y el desamparo, cuando se pierde al padre o al esposo, hace


decir a las mujeres campiranas este típico dicharacho:

“Ni padre, ni madre, ni perrito que me ladre”.

Ante la ambigüedad, ante una persona de carácter débil que no se


pronuncia por nada, ni quiere comprometerse, nuestro pueblo suele mostrar su
desprecio ante ese carácter de tan escaso valor:

“Ni chicha, ni limonada”.


“Ni pinta, ni tiñe, ni da color”.

La observación perspicaz de nuestro pueblo se pone de relieve en la


burla al que por callar no alcanza parte en el reparto de bienes o servicios:

“Niño que no llora, no mama”.

Y el sentido del justo medio aristotélico, la voluntad de no extremar las


cosas, la voluntad de evitar extremos ridículos o indeseables, queda expresado
en el clásico refrán:

“Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no le alumbre”.

Nuestro pueblo ridiculiza a los fisgones, a los llorones, a los avaros y a


los dilapiladores. Cuando una persona muestra en un asunto más interés que
el que tiene para el que realmente le concierne, o cuando fisgonea en la casa
de los vecinos todo lo que sucede, el mexicano típico dice:

“Ni yo, que soy la portera, me asomo tanto al zaguán”.

Para los llorones que andan contando sus cuitas a quienes nada pueden
hacer para remediarlas, se les aconseja:

“No enseñes tu camisa rota, a quien no te la ha de remendar”.

A los avaros se les fustiga con punzante ironía:

“No come tamales por no tirar las hojas”.

Y a los manirrotos que dilapidan su dinero en cosas superfluas, cuando


carecen de lo necesario, se les ridiculiza aleccionadoramente.

“No completas pa’l jorongo, y quieres comprarte tilma”.

Hay quienes no dan importancia –o fingen no darla- a una cosa o aun


suceso que son asuntos verdaderamente graves, serios:

“No era nada lo del ojo y ya lo tenía de fuera”.

El mexicano piensa en la ayuda que le presta la muerte cuando se lleva


a quien odia:
“No es mala la muerte cuando se lleva a quien debe”.

Cuando dos insensatos o dos desvalidos se unen en amistad o en


matrimonio, nuestro pueblo sonríe piadosamente y exclama:

“No falta un roto para un descosido”.

Nada hay perfecto. Nada hay totalmente imperfecto. El mexicano gusta


de formular un caballeroso elogio a la belleza y donaire de la mujer.

“No hay bonita sin pero, ni fea sin gracia”.

Ante un desmán y una injusticia el hombre del pueblo exclama


invariablemente:

“No hay derecho”.

Para levantar el ánimo a quienes sufren un mal, se les dice:

“No hay mal que no tenga su peor”.

Los defectos tienen su compensación. En forma humorística, se aceptan


los errores o defectos en el trabajo:

“No le hace que nazcan ciegos, luego pedirán limosna”.

Como en el mundo abundan los aprovechados, hay una justa


reclamación para los “gorrones”:

“Nomás ves burro y se te ofrece viaje”.

Salvo prueba en contrario, el mexicano cree que es más avispado que el


otro. Consiguientemente no tolera que el otro piense que puede engañarle. Hay
un dicho de la sabiduría popular, que confirma nuestra tesis de que el
mexicano no padece ningún complejo de inferioridad:

“No me quieras tomar el pelo, sabiendo que soy calvo”.

Caundo menosprecian o valoran en menos el valor de una persona que


puede valerse por sí misma, ésta contestará a los supuestos protectores:

“No necesito bules para nadar”.


Y cuando un torpe prójimo sale en defensa nuestra en alguna discusión,
perjudicándonos en lugar de ayudarnos, decimos el clásico dicho:

“No me defiendas compadre”.

Es preciso adecuarse al trabajo o a la situación en que se vive:

“No se puede sopear con gorra”.

Hay cosas que cuestan mucho trabajo realizarlas, no son nada fáciles y
no se pueden hacer tan aprisa como parece. Para que dejen de molestarlo, el
mexicano exclama:

“No son enchiladas”.

A quien falla en todo lo que se le encomienda en un ámbito determinado,


se le dice:

“No ataja la pelota”.

5. Altiveces y jactancias en dichos y dicharachos de México.

Hay cierta altivez en quien se burla de leyes y situaciones que rigen las
relaciones humanas, cuando exclama:

“Me vale grillo”.

La sumisa mujer del pueblo que piensa que su marido la golpea porque
tiene derecho a ello, se opone al intruso que intenta defenderla de una salvaje
golpiza que le propina su esposo:

“Me pega porque me mantiene”.

(Este tipo de actitudes de las mujeres humildes de nuestro pueblo,


fomentan el “machismo”).

El jactancioso quiere hacernos creer que las empresas arduas son


trabajos sencillos para él:

“Me parecen rieles todos los durmientes”.


El influyente se jacta de violar reglamentos y disposiciones legales. Las
órdenes recibidas le importan un comino:

“Me la paso por debajo del ombligo”.

Cuando las cosas no salen bien hay interjecciones varias que se


pronuncian eufemísticamente o en tono humorístico para disimular leperadas:

“¡Me lleva la china Ilaria!”.

“¡Me lleva gestas!”.

”¡Me lleva el tren!”.

Y la grosera expresión que pronuncia el mexicano cuando está muy


enojado y no le importa escandalizar a quienes le escuchan:

“¡Me lleva la chingada!”.

Para hacer un alarde de capacidad, cuando el mexicano puede hacer un


trabajo o realizar una tarea que se le ha encomendado con aptitud sobrada,
exclama en tono alegre y festivo:

“Me canso, me fatigo y me extenúo”.

A los exagerados que pretenden probar su destreza con recursos


desmesurados para situaciones simples, se les ridiculiza, diciendo:

“Matar pulgas a balazos”.

Cuando se quiere despedir, con cajas destempladas, a una persona que


nos molesta, se dirá:

“Mandar a la fregada”.

Vale la pena saberse conformar con lo necesario y dejar de afanarse por


lo superfluo. Lo que verdaderamente necesitamos para la vida es muy poco.
Hay un sapientísimo refrán mexicano que nos lleva a nuestro fin último:

“Lo que no requieres, para que lo quieres”.


El sentido de justicia exige que no se brinde trato preferente a una
persona en perjuicio de los derechos de otra: Se trata en otras palabras, de
postular un trato igual:

“Lo que es parejo no es chipotudo”.

Cuando la violencia verbal sólo puede hacer rodar por el suelo al


sombrero, se minimiza el peligro exclamando:

“Me hace lo que el aire a Juárez”.

La justicia vulnerada trae como consecuencia, por lo general, una


sanción. Lo robado no aprovecha definitivamente y se pierde con prontitud. En
una hacienda mexicana un peón que vendía varios litros de pulque y los
reponía con agua al llegar a un río, compró, con el producto de sus latrocinios,
un elegante y costoso sombrero con galones que el viento le arrebató, un buen
día, en las cercanías del riachuelo, que le sirvió para cometer sus hurtos. El
agua arrastró el sombrero sin rescate posible. La moraleja de esta antigua
fábula campirana expresa gráficamente:

“Lo del agua, al agua”.

No siempre los dichos, dicharachos y refranes consagran lo bueno.


Existen dichos inmorales que tratan de justificar algo injusto. Cuando se recibe
por equivocación un excedente en una transacción mercantil, no se quiere
devolver invocando con mala fe este dicho:

“Lo caido, caido”.

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