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Muchos países se discute acerca del evidente problema de la desigualdad en los trato
preferencial que tienen algunos países por sus introducción y comercialización de sus
productos a diferentes de los de ellos. Tratándose de un problema ancestral que no ha sido
atacado de manera definitiva, es irónico que muchos señalen al tratado de libre comercio de la
región norteamericana como su causa. El TLC constituye un instrumento que puede servir para
apalancar el desarrollo del país, pero no es, nunca fue concebido para ser, una estrategia
integral de desarrollo. Es posible que al país le falte justamente eso: una estrategia integral de
desarrollo que se apuntale en los dos instrumentos clave más exitosos de los últimos tiempos
Oportunidades y el TLC- pero que vaya mucho más allá: que se proponga no sólo crear
oportunidades, sino sesgar todas las políticas públicas a fin de avanzar decididamente hacia un
desarrollo general que incluya a toda la población. El reporte de la Comisión Independiente
sobre el Futuro de Norteamérica ofrece una perspectiva útil en esa dirección.
Vayamos por partes. La desigualdad es un hecho ostensible. Basta con observar el panorama
nacional para identificar vastos contrastes de pobreza y riqueza, acceso y aislamiento. Aunque
sin duda se trata de un problema ancestral, eso no lo justifica ni excusa su persistencia. De
hecho, su existencia es el testimonio más convincente sobre los insuficientes, y muchas veces
infructuosos, esfuerzos por impulsar el desarrollo del país, incluso de aquellos que fructificaron
en tasas de crecimiento elevadas por largos periodos.
En todo esto, ¿qué tiene que ver el TLC con la desigualdad? La respuesta directa y exacta es
que el TLC no tiene nada que ver. En su esencia, el TLC fue concebido como un instrumento
para facilitar los flujos de inversión extranjera y eliminar barreras al comercio entre los tres
países de Norteamérica. Si uno observa la forma en que ha crecido la inversión extranjera y el
comercio, es evidente que esos objetivos se han logrado con creces. Pero así como son
innegables los beneficios del TLC, una buena parte de la población no se siente satisfecha con
su situación particular. La verdad, simple y llana, es que el TLC es un mero instrumento de
política pública y no constituye una estrategia de desarrollo; aunque ha logrado sus objetivos
de manera espectacular y sobrada, al país le sigue haciendo falta una estrategia integral de
desarrollo. No hay vuelta de hoja.
Aunque se pueden identificar muchas diferencias entre el sur y el norte del país, una por
demás significativa es la de la infraestructura. No cabe la menor duda de que el sur del país
está mucho más desconectado del resto del mundo que el norte. Si bien nuestra
infraestructura de por sí deja mucho que desear, las diferencias regionales son enormes. Y
esas diferencias entrañan graves consecuencias para el desarrollo de la población en cada
localidad. La falta de infraestructura favorece la existencia de cacicazgos y les confiere un
enorme poder a los gobiernos local y estatal, a la vez que el aislamiento relativo crea inmensas
oportunidades para la corrupción. No menos importante, esas carencias se traducen en
gobernadores abusivos, inseguridad pública y, sobre todo, una impotencia ciudadana para
forzar cambios a su realidad social y económica. El punto es que las diferencias en
infraestructura favorecen (de hecho, promueven) el rezago en que vive una buena parte del
país.
Los países desarrollado se aprovechan de la situación A través de los convenio y TLC, como ser
Estados Unidos impone reglas, leyes y políticas a su favor anulando el poder soberano de los
gobiernos latinoamericanos para determinar y decidir sus políticas a favor de los productores
nacionales para su desarrollo y para encarar el proceso de competencia que configura la
economía abierta y la reducción de aranceles que establecen los TLC; EUA no otorga derechos
especiales a los países latinoamericanos.