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Nureya Abarca
Profesora
Escuela de Administración
Pontificia Universidad Católica de Chile
Clase 5
AUTOGESTION
Un manejo adecuado de las emociones
En la clase anterior nos referimos al autoconocimiento como la habilidad para percibir
la forma y el momento preciso en que ocurren las emociones propias, así como entender
las conductas y tendencias que uno realiza en distintas situaciones. Vimos que un alto
grado de autoconocimiento requiere de la voluntad para tolerar la incomodidad de
centrarse en emociones que pueden ser negativas, ya que la única manera que tenemos
de comprender realmente nuestras emociones es pasar suficiente tiempo pensando en
ellas, tratando de ver de dónde vienen y porqué surgen.
En esta clase veremos el autodominio otra competencia personal muy relacionada con el
autoconocimiento. El autodominio determina cuando uno decide actuar o no actuar. Es
dependiente de la autoconciencia ya que consiste en la habilidad de usar el
conocimiento de las propias emociones para ser flexible y poder dirigir el
comportamiento en forma positiva. Esto implica manejar las reacciones emocionales de
acuerdo a las distintas situaciones y personas. Algunas emociones crean un temor que
paraliza, lo cual hace que el pensamiento se torne borroso, por lo que no es posible
llevar a cabo una acción. En esta circunstancia el autodominio se manifiesta en la
habilidad para tolerar la exploración de las emociones propias. Una vez que se
comprenda las emociones propias y que se sienta cómodo con ellas, el curso de acción se
nos aparecerá por sí solo.
Una de las consecuencias perniciosas que sufren los directores a raíz de la incesante
demanda de su tiempo es que tienden a confiar casi exclusivamente en el mundo de los
hechos y de la razón. Los sentimientos les parecen fenómenos incontrolables.
Los sentimientos nos suministran, a cada instante, durante todo el día, datos
potencialmente aprovechables. Pero no basta con tener los sentimientos. Es necesario
saber reconocerlos y apreciarlos, tanto en uno mismo como en los demás, así como
reaccionar a ellos correctamente. Las personas que saben hacerlo utilizan la inteligencia
emocional, que es la capacidad para sentir, entender y aplicar eficientemente el poder de
aquel cúmulo de emociones del cual proviene parte de la fuerza e influencia que tiene el
líder sobre los demás.
Las emociones son reacciones internas fisiológicas frente a nuestras experiencias. Son las
corrientes de energía que surgen en nuestro interior —frente a los estímulos del
ambiente— y orientan nuestras percepciones y conductas. Luego, esta energía fluye
hacia el exterior y afecta a los demás.
Uno a veces se pone a temblar, transpirar, se llena de energía, o se pone a llorar. Todos
estos son signos externos de algo que sentimos internamente, las emociones. La tristeza
o la rabia son emociones internas pero se expresan externamente a través de algunos
signos, por ejemplo llorar o fruncir el ceño.
Se han identificado seis emociones básicas: alegría, enojo, tristeza, miedo, erotismo y
ternura. De acuerdo a Susana Bloch, estas emociones se consideran básicas, porque
corresponden a invariantes del comportamiento, presentes en el ser humano y animal en
etapas muy tempranas del desarrollo. El conjunto de respuestas corporales asociadas a
estas emociones básicas cumplen funciones de adaptación y supervivencia, como por
ejemplo, enfrentar el peligro (miedo), perseguir a un competidor (rabia), proteger una
cría (ternura), etc. Estas reacciones emocionales, por lo general se traducen en conductas
tales como reír, llorar, gritar, hacer cariño, etc. A veces estas emociones se pueden
transformar en estados de ánimo que se mantienen en el tiempo —ya no vinculadas a un
estímulo — como se puede apreciar cuando de la tristeza se pasa a un estado depresivo.
Uno de los descubrimientos más sorprendentes de los estudios realizados en el cerebro
de las personas bajo estrés es la demostración que el cerebro emocional trabaja en
formas que perjudican el trabajo de los centros ejecutivos del cerebro. Cuando la mente
está en calma, la memoria trabaja al máximo, pero cuando hay una emergencia, el
cerebro se pone en un modo defensivo que le resta recursos a la memoria, en un
esfuerzo de supervivencia. Durante estos períodos de emergencia el cerebro retorna a
sus rutinas y respuestas más familiares, dejando de lado el pensamiento complejo,
creativo y de largo plazo. Esto puede implicar por ejemplo, quedarse con la mente en
blanco al dar un discurso frente a un público que espera que uno comience a hablar. Las
emergencias pueden hacer que uno se paralice o que responda con emociones negativas,
tales como preocupaciones, estados de ansiedad, pánico, frustración y rabia. La
amígdala es la memoria emocional del cerebro, donde se depositan todos nuestros
momentos de triunfo y fracaso, esperanza y temor. El cerebro usa estas memorias
acumuladas como un guardián de la información entrante para detectar si en la
situación que enfrentamos existen oportunidades o amenazas, al compararlas con las
experiencias guardadas.
Mientras más pronto podamos monitorear nuestros desagrados emocionales, más
rápido nos recuperaremos del estrés. Tener claridad acerca de lo que sentimos nos
permite manejar mejor los estados de ánimo negativos.
El autocontrol de las emociones no solo implica deshacerse del estrés o detener un
impulso, sino también puede significar provocar intencionalmente una emoción, aún
cuando sea desagradable. Esto se puede dar, por ejemplo, en los médicos cuando
tienen que dar una mala noticia a sus pacientes o a sus familiares y se deben poner en
un estado de ánimo sombrío.
La noción de control emocional no significa reprimir o negar los verdaderos
sentimientos. El “mal genio” por ejemplo tiene sus usos; el enojo, la tristeza y el miedo
pueden ser fuentes de creatividad y energía. La rabia puede ser una fuente muy
poderosa de la motivación, especialmente cuando se trata de enmendar una injusticia o
inequidad. Una pena compartida puede unir a distintas personas.
La regulación de las emociones no es lo mismo que el exceso de control, que ahoga los
sentimientos y la espontaneidad. En el exceso de control hay un costo físico y mental; las
personas que lo experimentan pueden percibir un aumento en los signos de tensión
emocional o un alza en la presión arterial. Si esto se hace crónico puede dañar el
pensamiento y deteriorar su desempeño, junto con interferir en sus interacciones
sociales. Por el contrario, la competencia emocional implica que podemos elegir la forma
de expresar nuestros sentimientos.
La autogestión en el liderazgo
Los líderes más que otras personas, deben saber sintonizar con los que trabajan, manejar
las emociones y las relaciones interpersonales, muchas veces articulando un sentimiento
colectivo no expresado, de modo de guiar a un grupo hacia sus objetivos. Hemos visto
que el aprender a expresar en forma adecuada nuestras emociones, tiene una incidencia
importante en las relaciones interpersonales que establecemos y por lo mismo es una
gran responsabilidad de los líderes, ya que sus estados de ánimo contagiarán
inevitablemente al resto de la organización.
• Autocontrol: las personas con esta competencia manejan bien sus impulsos y
emociones perturbadoras, mantienen la compostura aún en situaciones
críticas, piensan con claridad y se mantienen concentradas bajo presión.
• Confiabilidad y Meticulosidad: las personas con esta competencia actúan
ética e irreprochablemente, construyen lazos de confianza, admiten sus
propios errores y se enfrentan a las acciones reñidas con la ética. Por otro
lado, cumplen sus compromisos, se hacen responsables de sus acciones y son
organizados y cuidadosos en sus tareas.
• Innovación y Adaptabilidad para enfrentar el cambio: buscan nuevas ideas a
partir de varias fuentes, se les ocurre soluciones originales a los problemas,
generan nuevas ideas, perspectivas novedosas y arriesgadas. Por otro lado,
pueden manejar con tranquilidad distintas demandas, cambiar prioridades y
efectuar rápidamente los cambios, son flexibles en la forma de ver los
eventos.