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Albert Ciccone2
Para que la vida psíquica de un sujeto se desarrolle, y más particularmente para que
el pensamiento, la actividad de pensar - en tanto que movimiento principal del mundo
psíquico-, un cierto número de condiciones deben ser reunidas. Las podemos esquematizar
en tres categorías de condiciones:
1) Primero hace falta un equipamiento somático, neuropsicológico, suficientemente
adecuado, suficientemente performado.
2) Se hace necesario también un entorno que piense, que posea y que testimonie una vida
mental, una vida psíquica; se puede decir que un sujeto no puede pensar, sino junto o
que entre otros pensantes, apuntalándose sobre el pensamiento de un otro o de más de
otro.
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Traducido por la Psic. Silvana Vignale del original en francés “L’eclosion de la vie psichique”
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Albert Ciccone, doctor en psicología, psicoanalista, Viena.
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3) Hace falta al final que este entorno invista al sujeto, al niño, y que le preste sus
pensamientos. No se puede pensar solo; para pensar, se hace necesario de un otro, de un
otro que nos invista. Se puede decir que uno piensa primero con el aparato para pensar
de un otro.
Una de las grandes lecciones de Freud, es el poner en evidencia el hecho de que uno
solo no ve claro. Uno no puede comprender, simbolizar, representar sino con la ayuda de un
otro, primero de fuera de uno mismo, después interiorizado, metido adentro de uno mismo,
constituido en objeto interno. La subjetividad se funda en la alteridad.
El bebé tiene por lo tanto necesidad del otro, la madre, el padre que le preste sus
pensamientos, que lo imagine pensando, y entonces interprete sus actos, sus gestos, sus
posturas, sus mímicas, sus gritos, etc. La interpretación parental es necesaria, aunque
represente, de una cierta manera, una violencia hecha al niño, como lo dice Piera Aulagnier;
es una violencia necesaria. La interpretación es una inter-prestación, como dice Salomón
Resnik: el padre presta, o da, un pensamiento, una capacidad de pensar, un sentido a la
expresión del bebé, y el bebé a su tiempo gratifica al padre de ese reconocimiento: el
reconoce al padre como padre - y entonces lo hace nacer a la parentalidad-, y es
reconociendo el don del cual ha sido beneficiario que se vuelve “donante” a su tiempo.
La interpretación parental, inter-prestación intersubjetiva - que a la vez funda la
intersubjetividad y testimonia su llegada- esta interpretación reposa sobre una ilusión. Se
trata de una ilusión primaria necesaria, característica de la matriz simbiótica posnatal:
ilusión de que el bebé es una persona, de que comprende lo que uno le dice y de que
nosotros podemos comprender todo de él. Esta ilusión a la vez dice o habla de la alteridad
del bebé (el bebé es otro por lo cual nosotros le podemos hablar) y revela este punto de
simbiosis originaria a partir del cual se podrá constituir la alteridad – la alteridad del bebé
hacia el padre y la alteridad del padre hacia el bebé-, y entonces se constituye la
subjetividad. La ilusión simbiótica originaria es entonces paradojal, paradojal porque ella
anuncia la separación al mismo tiempo que la desconoce; reconoce y desconoce al mismo
tiempo; la puede enunciar porque la desconoce; y el desconocimiento es necesario para su
reconocimiento.
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Décevant, significa también decepcionante. Puede referirse a un niño que al nacer produce en la familia decepción,
desilusión, por ser una decepción para ellos. (G.Baeza)
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puede venir dramáticamente a alimentar una depresión que ya estuviera ahí por ell hecho
mismo de la maternidad.
Voy hablar ahora de una experiencia de consulta como psicólogo, en un servicio
hospitalario de maternidad, donde trabajo algunas horas por semana desde hace varios años.
En la gran mayoría de las situaciones que voy a contar, las madres demandan la visita del
psicólogo por dos tipos de razones: la primera está ligada a un sentimiento de depresión que
vive la madre o también al temor de volver a tener un afecto depresivo experimentado en
una maternidad anterior. La segunda razón que no voy a desarrollar acá, pero que testimonia
también la decepción y la persecución que puede engendrar el bebé, está ligada a los
miedos, temores que siente la madre en cuanto a las reacciones del primer hijo, enfrentada a
esta maternidad nueva para ella, y a los temores de no saber responder a estas situación, es
decir a la envidia. En lo concerniente a la depresión maternal ligada a la experiencia de
la maternidad, conocemos la frecuencia de las reacciones depresivas enseguida de un parto:
algunos autores hablan de un 50% de madres afectadas por el “posparto blues”, un 20 %
desarrollando una depresión “posparto” propiamente dicha.
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Las incertidumbres de estos estudios han sido muchas veces subrayadas. Es pertinente
pensar que, en cada madre “común”, se movilizan afectos depresivos en la ocasión
de la puesta al mundo de un bebé. En algunas, la depresión es un poco más discreta,
mantenida en secreto. Es pertinente decir también - de algo que no se habla nunca-
que existe igualmente una vivencia depresiva en los padres, en la ocasión de este
trastorno y de esta neo-organización psíquica que supone la experiencia de la
parentalidad.
Conocemos bien los efectos tóxicos de la depresión parental sobre el niño. La depresión
“normal” del posparto conduce a la madre a lanzarse emocionalmente a su bebé y
la vuelve temporariamente indisponible para comprender y reconocer sus
necesidades. Ella cuenta entonces con el bebé para “curarla” de su depresión. Esto
supone que el bebé sea investido de esa capacidad, que no sea muy frustrante, ni
esté muy alejado de la imagen preinvestida por la madre, pues este apartamiento
puede alimentar la depresión.
En las situaciones comunes donde todo transcurre bien, mientras el bebé puede curar a
esa madre de la perturbaciones de la maternidad, mientras el bebé puede hacerla nacer como
madre, ella olvida progresivamente el dolor, las angustias, los miedos que forman parte de la
experiencia normal del embarazo y de la parentalidad, dolor psíquico, identificación a la
fragilidad del bebé, miedos a una eventual mal formación, etc. Todas estas angustias y
temores se van, son son reprimidos, son relegados al inconsciente, tomados por la amnesia,
bajo el efecto de la desmentida que sirve para el encuentro con el bebé real. Por el contrario
cuando todo no transcurre bien, cuando un accidente llega para mostrar la verdad, cuando
un imprevisto se presenta dramáticamente, se produce no una amnesia pero si una
hipernesia selectiva de la experiencia perinatal traumática, en la cual la realidad viene a
confirmar la fantasía o los fantasmas.
La decepción original que hace vivir al bebé o al contexto perinatal alimentan
entonces la depresión posparto. La depresión se alimenta también de las experiencias
traumáticas anteriores de duelo, de pérdida, etc. La depresión posparto es intensa y
particularmente patógena cuando la madre ha investido demasiado al feto, como un objeto
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destinado a consolar en ella una depresión ya existente, una profunda soledad, o una
profunda desesperanza. Como lo dice Tustin, una madre que ha sentido y vivido al niño que
ella tenía en su cuerpo, como una garantía contra el sentimiento escondido de una pérdida
insoportable, vive el nacimiento de su hijo como la pérdida de esta parte reasegurante de su
cuerpo.
El nacimiento es entonces una experiencia tan angustiante que hace a la madre tan
depresiva y tan poco confiable en ella misma, que no está a la altura de proteger al lactante
contra una experiencia que se parece mucho a la suya propia. Una experiencia de separación
prematura, de pérdida narcisista. Es muy impactante ver cuando uno encuentra a los
lactantes atravesando estados que uno podría calificar de autistas, y hasta qué punto ciertas
madres son capaces de ir a buscar a sus bebés, hasta lo más profundo de su retracción o
retirada, y de llevarlos, podríamos decir, nuevamente a la vida, de hacer lo que se podría
llamar una reanimación psíquica.
Es probable además que la mayoría de los episodios autistas transitorios en los bebés,
pase desapercibidos por los profesionales porque ellos son curados por su propia madre.
Otras madres, al contrario están tan dañadas por el desvío de la mirada de sus bebés, tan
angustiadas y desesperadas ellas mismas, que no son capaces de ir en su ayuda.
La depresión posparto se alimenta entonces de la experiencia actual de la maternidad
y de las experiencias pasadas, modulando la historia del sujeto y la historia del desarrollo de
su personalidad, dicho de otra manera, de lo que del pasado viene a transformarse en la
situación actual. Mientras la depresión materna se instala, ella se amplifica si la madre no
encuentra apoyo cerca de sus propios objetos, objetos internos y objetos externos: el padre
del niño, pero también su propios padres, su propia madre (en el caso de conflicto
separación, duelo etc). La depresión peligra de ser amplificada si las circunstancias
perinatales han sido dramáticas: una cesárea no prevista, incidentes vividos como
catastróficos, etc. Se puede decir entonces, que todo lo que pone en peligro el estado
psíquico de la madre (aislamiento familiar y afectivo, parto en un país extranjero,
antecedentes traumáticos, por ejemplo, la pérdida de un bebe anterior, etc.) es considerado
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como un factor de riesgo, y todo lo que puede mejorar el estado psíquico de la madre es un
acto de prevención.
Lo que puede mejorar el estado psíquico de la madre es evidentemente el poder elaborar
la depresión, lo que supone, primero de todo, hablar de ello y ser entendida. Además, es
muy difícil, para el entorno de una mujer que viene de estar, de meterse en el mundo del
niño, de entender y suponer que un hecho tan feliz puede engendrar también afectos
depresivos y un dolor mental muchas veces violento. No dejar a las madres vivir solas y
desprovistas, sus movimientos depresivos de los primeros días, participa modestamente en
la prevención del riesgo para la madre y para el bebe, ligados a la depresión.
El bebe o el contexto de su llegada al mundo pueden entonces precipitar un proceso
depresivo coyuntural, o bien desvelar o repetir una depresión que ya estaba allí. Esto
comprometerá las capacidades del entorno a volverse disponibles a las necesidades
psíquicas del bebe.
¿Cuáles son? ¿Cuál es el rol del entorno, del objeto en el reconocimiento o en el darse
cuenta en el tratamiento de las necesidades del niño, del sujeto? Trataré tres tipos de
necesidad.
El bebe tiene desde el principio necesidad de ser contenido, y es clásico decirlo. ¿Qué
es lo que debe ser contenido? Son entre otras cosas, y lo primero de todo, las angustias en
que es sometido el bebe y que amenazan su estado de integración, que lo desintegra.
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Se puede en efecto representar el estado mental del primer año como un estado
caótico, oscilante entre un momento de desorganización, de disociación, de dispersión, y
momentos donde el bebé se reencuentra con su persona, en su cuerpo y en su vida mental
(donde se vuelve a armar en su persona, en su cuerpo y en su vida mental). El bebe va
entonces a volver a buscar el mantenimiento del estado de integración, que le dará un
sentimiento de existir. La capacidad de mantener la integración es débil, y toda experiencia
nociva, desagradable, como el hambre por ejemplo ataca ese frágil estado de integración, de
unificación, y desorganiza al bebe.
La situación prototípica de realización de la función continente, es el amamantamiento.
Mientras el amamantamiento, los padres, el objeto maternante, van a transformar la vivencia
caótica del bebé en una vivencia de integración. Durante el amamantamiento, el lactante
hace la experiencia de la desaparición de un sentimiento malo con el arribo de un
sentimiento bueno gratificante. Hace la experiencias de unión, gracias a la atracción que
ejerce el objeto nutricio. La conjunción entre las diferente modalidades sensoriales, entre la
sensación de ser sotenido, envuelto, la interpenetración de las miradas, el contacto del pezón
en la boca, las palabras tiernas, apaciguantes y la plenitud interna, esta reunión da al bebe
una experiencia de un sentimiento de reunión interna, un sentimiento yoico, un sentimiento
de existir. Era una primera organización de la imagen del cuerpo, un sentimiento basal de
identidad, en el caso de que todo transcurre más o menos bien.
Si esta experiencia es suficientemente buena y repetida de manera suficientemente
rítmica, y entonces suficientemente previsible, el bebe la interiorizará poco a poco, y podrá
reencontrarla en el caso de necesitarla (siempre con la ayuda de otro, suficientemente
comprensivo e interpretativo). Por ejemplo, mientras el bebe tenga hambre, su sentimiento
será siempre aquel de un aniquilamiento, y no podrá más que hacer evacuar este sentimiento
por la motricidad (agitarse gritar, llorar). Si la madre comprende este malestar del bebe y lo
toma en brazos, lo consuela, le habla, el bebe se calmará. Sin embargo tendrá siempre
hambre. Pero esta fea sensación será desintoxicada de angustias catastróficas. Será
transformada en un sentimiento soportable y podrá siempre poco a poco dejar lugar a una
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Comunicación personal.
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Término tomado de R. Roussillon.
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creativa de lazo con un personaje de su entrono, puede guardar vivo al interior de sí mismo,
al interior de su psiquismo, este personaje. Puede guardarlo vivo su imagen un cierto
tiempo. El bebe que por ejemplo se separa de su madre, puede guardar viva su madre al
interior de sí mismo un cierto tiempo. Después de ese tiempo, su madre interna no está más
viva y el bebe se reencuentra entonces con la situación urgente de tener que recuperar su
madre real, de tener que reencontrar el contacto con su madre externa. Es importante, para
la seguridad interna del bebe, que su madre esté realmente allí en el momento dado. La
madre puede y debe ausentarse, pero su ausencia no debe sobrepasar el tiempo en que el
bebe puede conservar una imagen viva de ella misma en el interior de sí mismo.
Un bebe que vive experiencias tales como esta, que no puede desarrollar esta capacidad de
guardar el objeto vivo en el interior de sí mismo, es un bebe que, por ejemplo, no podrá
jamás dormirse solo. Llora , reclama de una manera desesperada la presencia real y
permanente de sus padres, porque en la ausencia de los padres, ellos no tiene más vida en la
mente del bebe. Un bebe así no puede consolarse y contenerse por la actividad
representativa, tiene necesidad de la percepción. La percepción no deja lugar a la
representación. O también, se puede pensar que, en una situación así, si la madre no es
percibida, por una parte es perdida, y por otra parte el bebe se siente puesto fuera del
psiquismo maternal. Dicho de otra manera, lo que interioriza el bebe, al mismo tiempo que
pierde el objeto, es la imagen de un objeto que deja caer fuera de su psiquismo, porque,
mientras se está ausente, no se piensa más en el bebe. La representación no podrá entonces,
en efecto, ser investida en el lugar de la percepción, porque ella contendrá mucho riesgo de
pérdida.
He discutido a propósito de la actividad de pensar, el juego del autoerotismo, he tratado el
sueño, recién he hablado de la representación. El bebe tiene entonces necesidad de ser
contenido en su vida mental, para, a esos efectos, encontrarse con la realidad; tiene
necesidad de descubrir la realidad y de integrar la alteridad, es lo que hace en gran parte con
el juego y con el sueño. Y es el tercer tipo de necesidad lo que voy ahora a subrayar: el bebe
tiene necesidad de jugar, de soñar, tiene necesidad de representar, dicho de otra manera tiene
necesidad de simbolizar, que es lo que caracteriza la actividad de pensar.
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Podemos repetir lo que estoy intentando describir tratando a otros autores que, fuera del
campo del psicoanálisis, han descrito de manera muy concreta estos procesos de
simbolización primaria. Así, Anne Decref, apoyándose en los trabajos modernos de la
epistemología de los sistemas, explica cómo el psiquismo, confrontado a una tensión
interna, va a crear un objeto, va a figurar (simbolizar) en un objeto su estado de tensión (se
tratará, por ejemplo, de una creación concreta o de un juego). El psiquismo, de esta manera,
va a dar una forma a sus tensiones internas, forma que limita su expansión, y va a dar un
origen a sus desagrados que implanta en la realidad concreta. Así, considera como objetivo
su estado interno, y hace del objeto creado una fuente de información sobre el estado
psíquico mismo.
Una vez creado este objeto, el sujeto siente, entonces el impacto efectivo del objeto
que figura (simboliza) “su malestar’’ y el tratamiento de este objeto testimoniará sobre su
vínculo con esta experiencia afectiva (el sujeto podrá por ejemplo hacer desaparecer el
objeto, creyendo así hacer del mismo modo desaparecer su malestar, como el niño que,
repetitivamente, hace un dibujo que destruye, que juega repetitivamente escenas de creación
de un objeto inmediatamente aniquilado), etc. Las modalidades primarias de simbolización
dan, por lo tanto, una representación de los objetos de relaciones, de los lazos con esos
objetos y de las experiencias emocionales que contienen esos lazos.
La simbolización construye representaciones. Podemos decir que construye objetos
internos, que construye los objetos en tanto objetos internos, los objetos internos del mundo
interno. Los términos “objetos internos”, contrariamente al término “representaciones”,
tienen la ventaja de dar un relieve al mundo interno, como dice Salomón Resnik. Los
objetos internos pueblan el espacio mental, lo animan. Como dice Meltzer, nosotros vivimos
en dos mundos paralelos: el mundo de los objetos externos y el mundo de los objetos
internos. Al mismo tiempo que nosotros comerciamos con los objetos externos, las
transacciones se realizan entre los objetos internos. Cuando esas transacciones tienen lugar
mientras dormimos, lo llamamos un sueño. Cuando tienen lugar mientras que estamos
despiertos, lo llamamos una fantasía o un fantasma inconsciente.
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La simbolización construye entonces los objetos del mundo viviente interior. Muchas
veces decimos, y con razón, que la simbolización nace en la ausencia, que el pensamiento
supone la falta, etc. Los ejemplos que he dado contienen este lazo entre pensamiento y falta,
pensamiento y ausencia. Pero, subrayan también el rol del objeto-presente- en la realización
misma de esos procesos de simbolización. Podemos decir que lo previo a la simbolización
de la ausencia, es la simbolización de la presencia, como lo dice Roussillon. Si hemos
podido olvidar el objeto en su presencia, podremos simbolizar su ausencia; sino la pérdida
no producirá simbolización, no producirá más que angustia (como lo trataba a propósito de
los niños que tienen necesidad de percibir siempre su objeto). Olvidar el objeto en su
presencia- Winnicott habla de la “capacidad de estar a solas en presencia del otro”- es lo que
permite el objeto que sostiene, tolera, protege los autoerotismos del sujeto como de lo que
he hablado, es lo que permite el adulto que respeta el ritmo del niño, que respeta sus
retiradas cíclicas en un intercambio como de lo trataba., etc. La simbolización primaria está
en obra en el “trabajo de juego”, como yo lo decía. Conocemos la importancia del juego en
el niño. Sabemos hasta qué punto un niño que no juega es inquietante. He insistido sobre los
juegos autoeróticos. Se necesitará insistir de la misma forma sobre la función de los juegos
intersubjetivos.
La práctica de consultas y de terapias familiares o madre-hijo conduce regularmente
a la constatación según la cual el espacio de la consulta o de la terapia es, a menudo, el
único lugar donde el padre juega con su hijo. El padre descubre entonces las capacidades de
juego de su hijo que no suponía, porque nunca se había tomado el tiempo de observarlo, de
prestarle atención, de jugar con él.
Dominique Thouret, un maestro y amigo, trae así un recuerdo de Rosenfeld
hablándole de un bebé anoréxico que había ido a ver al hospital: “Rosenfeld había pedido
una mamadera que la había colocado para llevársela a la mano del bebé. Después de haberse
presentado, había emprendido el hablar con el bebé, de su situación, de sus nietos. De
cuando en cuando ponía la tetina en contacto con la boca del bebé o la mamadera en
contacto con su mano. Hablaba como un abuelo, con seriedad y lúdicamente, susurrando
(parloteando) aquí y allá, uniendo el contacto, el gesto y la palabra. De repente el bebé tomó
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y que él podía realizar juegos de imitación (no sé si es la traducción correcta porque faire
semblant literalmente significa aparentar)
Esta primera consulta también ha puesto en evidencia la manera en que la pareja
madre/hijo podía disfrutar de un espacio terapéutico para representar algo de la falla
originaria de su lazo. En el momento en que David manipulaba cartas, al revés, y que su
madre me indicaba su inquietud en cuanto a su comportamiento un poco estereotipado, yo le
preguntaba si ella ya había jugado con él y si ella le había interrogado, lúdicamente, sobre lo
que representaban las figuras dibujadas sobre el recto de las cartas. Ella se comunicó
entonces con David y, un poco escéptica, le preguntaba lo que representaba tal o cual carta.
Ella se sorprendió mucho al constatar que, poco a poco, David se puso a hablarle cada vez
más auténtica y claramente y que él comprendía lo esencial de las escenas que
representaban las cartas que manipulaba. Cuando la madre se apartó de él para tratar
nuevamente su decepción y sus temores, David retomó su juego estereotipado, cartas al
revés.
Este juego con las cartas al revés me pareció que trataba el repliegue defensivo de los
primeros cinco meses. Cuando la madre apela a la representación, poco a poco el niño entra
en su comunicación, cartas al derecho. Hay aquí un movimiento de apertura. Si la madre lo
deja a su actividad espontánea, invadido por sus propios aspectos depresivos, el niño vuelve
a una posición de encierro (cartas al revés).
Todo parece transcurrir como si se reactuara un poco la situación de origen: la madre,
tomada en su fantasma de mala madre, no tenía representación del estado del niño, y este
estaba entonces en el repliegue, en la ausencia de actividad mental; cuando la madre tuvo
una representación, cuando tomó contacto con el sentimiento de dolor del bebé, este se
abrió, comenzó a desarrollarse.
Como lo decía al principio de esta exposición, un bebé puede pensar solamente si los
adultos en unión con él piensan (piensan en él, piensan en parte por él y piensan por ellos
mismos). Cuando una familia piensa, el pensamiento nace y se desarrolla en cada uno de sus
miembros. Y es lo mismo para toda institución. Sabemos, por ejemplo, hasta qué punto es, a
veces, difícil y laborioso perseguir y mantener una actividad de pensamiento en las
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