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En este trabajo pretendo comentar uno de los textos del obispo de Lyon en donde hable de ese
progreso paulatino en el acostumbramiento de Dios al hombre y viceversa en la economía de la
salvación. Para ello en primer lugar abordaré la biografía del autor mostrando su contexto teológico
fundamentalmente, luego su producción literaria, la ubicación del texto y finalmente el comentario.
1. EL AUTOR1
Ireneo nace en Asia Menor entre los años 135 y 140 dC. Debido a las migraciones comunes de la
época por la cuenca del Mediterráneo y sus rutas comerciales, le encontramos ya en el 177 en Lyon
siendo presbítero de la comunidad. En ese mismo año es enviado a Roma como delegado de la
comunidad a razón de las controversias montanistas y a su regreso es elegido obispo como sucesor
de Fotino, quien había sido martirizado. Realiza un segundo viaje a Roma para mediar en la disputa
de la fecha de Pascua, y al retornar se encuentra con una comunidad desmembrada por las las
influencias de las corrientes heréticas internas, especialmente el gnosticismo, por lo que se
embarca en la composición de su célebre obra Adversus haereses. Su muerte se suele datar en el
año 200, probablemente durante la persecución de Septimio Severo, pero no es sino hasta el siglo
IV cuando tenemos referencia de la misma por vía de san Jerónimo.
Los siglos II y III pueden considerarse en su conjunto como la época del establecimiento de las
bases de la reflexión teológica ortodoxa, y en este contexto Ireneo tiene el mérito de realizar la
primera síntesis argumentativa de esta índole combinando la fidelidad a la Tradición con el uso
correcto de la Escritura, convirtiendo su obra en una apologética ad intra con una articulación que
gira en torno a la economía de la salvación, haciendo frente con ello al auge del gnosticismo, su
principal contrincante.
2. PRODUCCIÓN LITERARIA2
Aunque Eusebio de Cesarea habla de una gran serie de obras de nuestro autor, y de hecho conserva
algunos fragmentos, sólo nos han llegado dos de manera íntegra: su principal obra
Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis, o como es más frecuente
citarla Adversus haereses, y Demostración de la enseñanza apostólica, que suele citarse Epidexis.
1
En esta parte hago uso de los datos aportados por H.R. DROBNER, Manual de patrología, Herder, Barcelona 1999,
135; C.I. GONZÁLES, San Ireneo de Lyon. Contra los herejes, CEM, México D.F. 2000, 7; y R. TREVIJANO, Patrología
(Sapientia Fidei), Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1994, 77-9.
2
Cf. H.R. DROBNER, o.c., 135-38.
1
HBT
Patrología
Prof. Fernando Rivas
La primera obra, datada del año 180, está compuesta por cinco libros y representa una lucha frontal
contra el gnosticismo, la herejía de la época. Su estructura es la siguiente:
3. TEXTO Y COMENTARIO
De cara a nuestro tema, hemos seleccionado el capítulo 38,1 del libro IV de Adversus haereses
para nuestro comentario.
«38,1. Tal vez alguien diga: “Pero qué, ¿acaso Dios no podría haber creado al ser humano perfecto
desde el principio?” Sépase que Dios siempre es el mismo e idéntico a lo que él mismo es, y que
todo le es posible. Pero las cosas creadas por él, puesto que comenzaron a existir cuando fueron
hechas, por fuerza son inferiores a aquel que las hizo. Las cosas que llegaron a ser, no podían ser
increadas; y por el hecho de no ser increadas les falta ser perfectas. Como fueron producidas más
tarde, en ese sentido son niñas, y como niñas no están ni habituadas ni ejercitadas en un modo de
actuar perfecto. Sucede como con una madre capaz de dar al bebé un alimento de adulto, pero él
aún no puede comer ese alimento demasiado pesado para sus fuerzas. De modo semejante, Dios
pudo dar la perfección al ser humano desde el principio, pero éste era incapaz de recibirla, pues
también fue niño. Por eso nuestro Dios en los últimos tiempos, para recapitular todas las cosas en
sí mismo, vino a nosotros, no tal como podía mostrarse, sino como nosotros éramos capaces de
mirarlo. [1106] Porque podía venir a nosotros en su gloria inexpresable, pero nosotros no
hubiéramos resistido soportar la grandeza de su gloria. Por eso, como a niños, aquel que era el pan
perfecto del Padre se nos dio a sí mismo como leche, cuando vino a nosotros como un hombre; a
fin de que, nutriendo nuestra carne como de su pecho, mediante esa lactancia nos acostumbráramos
a comer y beber al Verbo de Dios, hasta que fuésemos capaces de recibir dentro de nosotros el Pan
de la inmortalidad, que es el Espíritu del Padre.»
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HBT