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Ángel de Jesús González Contreras

07/03/2019

LAS ASOCIACIONES PRIVADAS DE FIELES EN LA IGLESIA CATÓLICA


En virtud del principio de igualdad, la condición constitucional del fiel, implica una serie de derechos
y deberes comunes de los que derivan o determinan las demás situaciones jurídicas (cfr. Vide IX, 2)
de esta condición fundamental del fiel se deriva un número considerable de asociaciones de fieles,
que se fundan en la naturaleza social del hombre y en el principio de socialidad eclesial, las cuales
con su trabajo constituyen un elemento importante de la vida y estructura de la Iglesia.
El Código de Derecho, reconoce a los fieles su derecho de fundar y dirigir libremente asociaciones
para fines de caridad o piedad, o para fomentar la vocación cristiana en el mundo (cfr. C. 215), es
decir, fines que correspondan a la misión eclesial del fiel en cuanto fiel y entorno a su legítima
autonomía, no obstante, existen normas que el CIC denomina “comunes” aplicables a cualquier tipo
de asociación, ya que contiene los aspectos básicos de la regulación del ejercicio del derecho de
asociación en la Iglesia; algunas de ellas son: (cfr. Vide XI, 1)
I. Los fieles tienen la libertad para inscribirse en asociaciones, incluso más de una a la vez (cfr.
C 307§ 2).
II. Cada asociación ha de tener unos estatutos que determinen su fin, regulen su gobierno, su
funcionamiento y establezca las condiciones para formar parte de ellas (cfr. C. 304§1).
III. Las asociaciones de la potestad de gobernarse con arreglo al Derecho y sus estatutos (cfr. C.
309)
IV. Para garantizar la comunión eclesial en su actuación y vida toda asociación de fieles está
sujeta a vigilancia y régimen de la autoridad eclesiástica, según a la naturaleza de cada uno
(cfr. 305)
Las asociaciones privadas de files (CC. 321-326) son el marco de aplicación más directo del derecho
de asociación (cfr. C.215), pero la libertad de asociación incide también en la creación y gobierno en
las demás entidades asociativas recogidas en el CIC, incluso en las asociaciones públicas, que la
autoridad eclesial puede erigir a partir de una iniciativa privada previa, en las que debe tenerse en
cuenta el derecho de inscripción, y en las que se da cierto margen de autonomía. El derecho de
asociación del fiel actúa como criterio inspirador de toda la normativa canónica sobre la materia (cfr.
Vide IX, 3, g).
En el CIC 17 las asociaciones de fieles se regularon sobre el patrón de la persona jurídica constituida
mediante erección canónica (C. 687), mientras que la aprobación solamente otorgaba el
reconocimiento expreso como asociación eclesiástica (C. 686§1), y mencionaba también las
categorías de las recomenzadas (C.684) deteniéndose el legislador en las peculiaridades normativas
propias de los tipos asociativos al uso: terceras órdenes, cofradías y uniones pías; no otorgaba
personalidad jurídica, pero si reconocía su existencia y la capacidad de recibir gracias espirituales,
sobre todo indulgencias (C.708).
Por su parte en el CIC 83, además de las asociaciones públicas (aquellas erigidas por la autoridad
eclesiástica competente, con posibilidad de actuación en nombre de la Iglesia y con personalidad
jurídica), puede haber otras que son y se llaman privadas. La distinción de este tipo de asociaciones,
públicas y privadas, se da según su vinculación funcional con la autoridad eclesiástica, que reclama
los fines perseguidos en cada caso, teniendo como consecuencia la determinación de su régimen
jurídico.
Las asociaciones privadas en ningún momento pueden hablar en nombre de la Iglesia (C. 116) por
ser fruto de una iniciativa privada de fieles (al menos tres cfr. C. 115), que las constituyen, redactan
libremente sus estatutos y las gobiernan (cfr. C. 321); aunque pueden adquirir personalidad jurídica
por decreto de la autoridad. Las asociaciones privadas no personificadas necesariamente deben ser
reconocidas por la Iglesia (aprobadas o revisadas) (cfr. C. 299) se trata de comprobar la conformidad
de los estatutos con la doctrina de la Iglesia y con las prescripciones del derecho común y particular,
exigiendo que se cumplan las enmiendas necesarias; sin que por esto pase la autoridad a ser fuente de
los estatutos, que conservan carácter estrictamente privado, fruto de la voluntad de quienes desea
asociarse.
Ahora bien, antes de hablar de una asociación privada personificada o no, es necesario recordar la
noción de persona jurídica, cuya aparición la tuvo hacia el siglo XIX, y puede definirse como: “entes
de base colectiva o patrimonial, capaces de ser centro de imputación de situaciones jurídicas y a los
que el Derecho da la calificación formal de sujetos.” (Vide V,6) De modo que no solo la persona
humana (persona física) es capaz de obligaciones y derechos; sino también otros entes sociales sujetos
de relaciones jurídicas congruentes con su propia índole (cfr. C.113 §2) además de que así lo
establezca una disposición general del Derecho o una concesión, especial, de la autoridad competente
dada mediante decreto (cfr. C.114 §1).
El CIC 83 maneja la noción de persona jurídica e incluye en ella ciertos entes surgidos de la libertad
y responsabilidad de los fieles: Las personas jurídicas privadas, las cuales actúan a título personal o
privado, bajo la exclusiva responsabilidad de sus miembros (Molano) y aunque muchas veces puedan
coincidir en sus fines y actividad con las públicas, son creadas por iniciativa de los fieles, sus bienes
no son eclesiásticos, actúan y son gobernadas por sus miembros con gran autonomía, entre ellas están
las asociaciones privadas de fieles a las que la autoridad eclesiástica concede personalidad.
En el comienzo de las personas jurídicas es posible diferenciar tres momentos principales, a saber: la
constitución de su sustrato material; la aprobación de sus estatutos; y el acto de atribución de
personalidad jurídica a esa entidad, adquirida mediante decreto, “(…) personae iuridicae privatae
hac personalitate donantur tantum per speciale competentis auctoritatis decretum eandem
personalitatem expresse concedens” (C. 116 §2)
Las personas jurídicas son en principio perpetuas, pero, pueden extinguirse si son suprimidas
legítimamente por la autoridad competente, sí ha cesado su actividad por espacio de cien años, cuando
queda disuelta a los propios estatutos, o si, a juicio de la autoridad competente, la misma fundación
ha dejado de existir según sus estatutos (cfr. C120 §1) también pueden fusionarse, dividirse o
desmembrarse de distintas maneras.
No obstante, el concepto de persona jurídica deja afuera a algunas colectividades o patrimonios que
pueden actuar como sujetos de diversas situaciones jurídicas a los cuales el Derecho les reconoce y
se les suele denominar sujetos sin personalidad o sujetos no personificados. (cfr. Vide V,7) en este
punto encontramos a las asociaciones privadas de fieles no constituidas aun en personas jurídicas y
las demás corporaciones ya materialmente en la iglesia, pero que no gozan de personalidad jurídica
por falta de aprobación de sus estatutos o por otra razón (cfr. C 117).
Las asociaciones privadas personificadas además de haber sido reconocidas, revisados los estatutos
y aprobados, han requerido una especial concesión por decreto de la autoridad (cfr. C. 114 §1)
teniendo como consecuencia ser sujeto de derechos y obligaciones (cfr. C. 113 §2) a ellas se refiere
directamente el C. 322, según el cual una asociación privada puede adquirir personalidad jurídica por
decreto formal de la autoridad eclesiástica competente, siempre que sus estatutos hayan sido
aprobados por la misma autoridad, dicha aprobación no modifica la naturaleza privada de la
asociación, como dispone el mismo canon, a lo que cabe añadir que tampoco el decreto de
personificación le convierte en persona jurídica pública, sino que sigue siendo privada, sustentada
constitutivamente en el pacto de los fundadores.
Las asociaciones no personificadas pueden ser reconocidas en la Iglesia de dos modos: mediante
aprobación de los estatutos (cfr. C. 322) y mediante revisión de los mismos (cfr. C. 299 §3). En ambos

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casos son reconocidas mediante acto expreso de la autoridad y no hay duda de su naturaleza
eclesiástica, tanto por el fin como por el acto de la autoridad.
La revisión significa que la autoridad, sin introducir innovaciones ni modificaciones, se limita a
examinarlos y a visarlos mediante su visto bueno por no apreciar en su contenido contradicción con
las normas canónicas y, concretamente, que se observan los límites asociativos que establece el C.
223, es decir: el bien común de la Iglesia, los derechos ajenos y los deberes de los fieles que se asocian
respecto de otros, de forma que la aprobación requiere mayor exigencia en el examen y valoración de
los estatutos, pues, además de no estar en contradicción con la legislación canónica, se debe tener en
cuenta su aspecto positivo, la regulación completa y armónica de la asociación en orden a los fines y
medios de que dispone, así como su adaptación al mandato que recibe de la Jerarquía, cuando se trata
de asociación pública.
Estas asociaciones privadas no personificadas están reconocidas por la Iglesia y su régimen jurídico
se establece por el C. 310: “La asociación privada no constituida en persona jurídica no puede, en
cuanto tal, ser sujeto de obligaciones y derechos; pero los fieles que son miembros de ella pueden
contraer obligaciones conjuntamente y adquirir y poseer bienes como condueños y coposesores; y
pueden ejercer estos derechos y obligaciones mediante un mandatario o procurador”.
Son sujetos sin personalidad, pero constituyen una unidad social y jurídica en cuanto que hay un
grupo de personas que se integran para la realización de determinadas actividades ordenados a fines
concretos especificados en los estatuto, vinculándose los miembros mediante el pacto asociativo y
limitándose la intervención de la autoridad eclesiástica a ejercer sobre ella su vigilancia en los
términos establecidos por el C. 305 y 323, cánones que habrán de interpretarse en términos que no
padezca la autonomía que a estas asociaciones reconoce el C. 321: “Consociationes privatas
Christifideles secundum statutorum praescripta dirigunt et moderantur”.
Las asociaciones privadas designan libremente al presidente y a los restantes cargos de gobierno,
según lo dispongan sus estatutos; si desean tener un sacerdote como consejero espiritual de la
asociación pueden elegirlo libremente entre los sacerdotes que ejercen legítimamente su ministerio
en la diócesis, pero el nombramiento debe ser confirmado por el Ordinario del lugar (cfr. C. 324).
En aplicación al C. 1277 §2 administran libremente sus bienes conforme a sus estatutos, sin eliminar
la función de general de vigilancia de la autoridad (C. 305), que se concreta en asegurar que los bienes
se empleen para los fines de la asociación (cfr. C. 325 §1).
El C. 326 §1 dispone que las asociaciones privadas tengan o no personalidad jurídica se extinguen
conforme a lo dispuesto en sus estatutos y pueden también ser suprimidas por la autoridad, si su
actividad produce grave daño a la doctrina o a la disciplina eclesiástica, o es causa de escandalo para
los fieles. El destino de los bienes en el caso de su extinción debe estar determinado necesariamente
en los estatutos (cfr. 326 §2).

Bibliografía:
CENALMOR D.,  MIRAS J., El Derecho de la Iglesia curso básico de Derecho Canónico, EUNSA,
Pamplona 2010. (para las citas el este manual sea cogido la palabra Vide—ver que remisión los capítulos)
Código de Derecho Canónico, edición anotada, EUNSA, 2018.

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