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EL ÚLTIMO MATERIALISTA

Por Roger Koza

Como su colega Alain Badiou, Jacques Rancière


es un filósofo profesional que dedica bastante tiempo a escribir sobre cine. Los tres libros
anteriores a Béla Tarr. Después del final, ensayo breve y lúcido sobre el cineasta vivo más
grandioso, son títulos fundamentales e ineludibles. En El espectador emancipado, La fábula
cinematográfica y Las distancias del cine Rancière ha demostrado una combinación perfecta
y equilibrada de cinefilia y filosofía: los conceptos se ponen al servicio de las imágenes.

En tan sólo 85 páginas divididas en cinco capítulos, Rancière busca los signos que
singularizan la obra del director húngaro. No son muchas películas y, aparentemente, no
habrá nuevos filmes para el asombro y el análisis. Rancière se ubica, privilegiadamente,
frente a la obra como un todo, en un estadio preciso y frente a un gesto radical por parte del
autor que resulta constitutivo de su poética. Tarr no cumplió todavía 60 años, pero ya ha
anunciado su prematuro retiro (ahora enseña cine, pero ese dato no forma parte del libro).
¿Por qué retirarse en vida? ¿Tarr ya ha agotado las posibilidades de su cine y no tiene nada
que decir? La tesis de Rancière es precisa: “Haber hecho su último filme no es entrar
forzosamente en el tiempo en que ya no es posible filmar. El tiempo después del final es más
bien aquel donde se sabe que en cada nuevo filme se planteará la misma pregunta: ¿por qué
hacer un filme más sobre una historia que, en su principio, es siempre la misma?”.

La pregunta no es retórica y de ahí se predica un concepto clave para intelegir la sustancia de


la obra de Tarr: la repetición. Este concepto obsesiona a filósofos, teólogos, psicoanalistas y
también a los mejores cineastas. En Tarr, tanto las historias elegidas como la forma de
contarlas no alcanzan a traspasar o superar la ley de la repetición: los motivos musicales de
Mihály Víg, los planos secuencia que transmiten el tiempo en su duración, el blanco y negro
que estaciona los filmes maduros en un temple específico funcionan como materia compuesta
de la repetición. Pero frente a esa intensidad sin horizonte cada película de Tarr, como
experiencia en sí, es un salto hacia un acontecimiento, una esperanza sostenida en una
materialidad radical que modela de otro modo la sensibilidad del espectador. Es la fuerza del
estilo, que Rancière define en el sentido de Flaubert: una “manera absoluta de ver”. Y agrega:
“Una visión del mundo que se vuelve creación de un mundo sensible y autónomo”.

Si bien Rancière admite la interpretación del propio Tarr sobre su obra como una unidad sin
grandes diferencias, entiende que en el período comunista la indignación es el sentimiento
predominante, lo que se traduce formalmente en movimientos agitados de una cámara en
mano. En el período maduro, poscomunista, el pesimismo se impone como un estado de
ánimo ineludible y los planos secuencia devienen eternos. Los aportes de Rancière sobre la
gramática de Tarr funcionan como relámpagos: a partir de sus señalamientos quien vio los
filmes puede ahora percibir algo más. Y para quien nunca ha visto una película de Tarr la
inquietud será mayúscula: ¿cómo puede un director transformar la lluvia, los perros, una
ballena gigante en una plaza, un caballo en piezas estéticas que determinan material y
espiritualmente la puesta en escena? Además, Rancière extrae de la obra de Tarr un conjunto
de personajes conceptuales: la familia, los estafadores, los idiotas, los falsos profetas y los
locos cifran el dilema político y filosófico de sus filmes. Son signos de una obra.

La tesis de Rancière a lo largo de todo el libro es que Tarr es el cineasta materialista por
excelencia. En su propia materia sensible, que excede al orden visual, las películas de Tarr
interpelan sobre una experiencia límite, todavía negada en un mundo que sigue dispuesto a
entregarse distraídamente a cualquier evento histérico que reavive el encanto por la
superstición. Esa experiencia es en sí el cine de Tarr, que confronta todas nuestras
certidumbres: “El tiempo después del final no es el tiempo uniforme y moroso de quienes ya
no creen en nada. Es el tiempo de los acontecimientos materiales puros a los que se
enfrenta los que se enfrenta la creencia durante todo el tiempo que la vida pueda soportarla”.

Béla Tarr. Después del final / Jacques Rancière/ El cuenco de plata editores / 85
páginas

Esta crítica fue publicada en otra versión en Ciudad X, suplemento de cultura de La


voz del interior en el mes de agosto 2013

Roger Koza / Copyleft 2013

Tags: Béla Tarr, cine del este, cine y filosofía, Jacques Rancière, poscomunismo

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