que nos muerde una pierna cada que damos un paso largo o corto; nos lame con mucha y depravada fuerza el cuello en cada rincón tranquilo; describe fuerte y claro la muerte de nuestra madre si buscamos ser libres. Y nos habla. Siempre nos habla de todo, salvo de sí. Una noche pregunté por su cara y me besó. Cerré los ojos y, al abrirlos, hallé su espalda extendida sobre la cama y una nuca eterna junto a mí, muda y ciega, negra y honda. Dormimos juntos. Le llamé Futuro. Besé sus hombros y sus piernas, y hallamos juntos nuestro rincón tranquilo. Ya nunca más obedeció a su padre y a cambio sólo le ruego una mirada.