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Siempre ha estado tras nosotros

una boca de infinitos dientes


que nos muerde una pierna
cada que damos un paso largo
o corto; nos lame con mucha
y depravada fuerza el cuello
en cada rincón tranquilo;
describe fuerte y claro la muerte
de nuestra madre si buscamos
ser libres. Y nos habla. Siempre
nos habla de todo, salvo de sí.
Una noche pregunté por su cara
y me besó. Cerré los ojos y,
al abrirlos, hallé su espalda
extendida sobre la cama
y una nuca eterna junto a mí,
muda y ciega, negra y honda.
Dormimos juntos. Le llamé Futuro.
Besé sus hombros y sus piernas,
y hallamos juntos nuestro rincón tranquilo.
Ya nunca más obedeció a su padre
y a cambio sólo le ruego una mirada.

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