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EXCELENTE MEMORIA
Colección TÉCNICAS Y HABILIDADES
CONSIGUE UNA
EXCELENTE MEMORIA
Trucos y técnicas
para todas las edades
EDITORIAL CCS
Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com
INTRODUCCIÓN .................................................................... 7
5
C a p í t u l o 9 . EL CÓDIGO FONÉTICO / 2 .......................... 87
ANEXOS
1. PALABRAS CLAVE PARA EL MÉTODO FONÉTICO . . . . . . . . . . . . . . 175
2. HOJAS DE EJERCICIOS. SOLUCIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182
6
INTRODUCCIÓN
9
que merecen justo reconocimiento: «Wikipedia, la enci-
clopedia libre» (es.wikipedia.org) y «La Real Academia
Española» (www.rae.es). Vaya desde aquí mi agradeci-
miento a todos aquellos cuyo esfuerzo las hacen posibles.
Ahora ya sólo me queda decir: ¡Bienvenido a la aven-
tura de Mnemósine! ¡Consigue una excelente memoria!
10
Capítulo 1
EL MÉTODO
DE LA CADENA
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de un instante nos sorprendemos pensando en la
ciudad perdida de Machu Picchu. ¿Por qué?
Si pudiéramos seguir el hilo de nuestro pensa-
miento, veríamos que el volante nos recordó el co-
che de nuestro primo, un todoterreno con un tacto
muy especial. Alguna vez hemos tenido la tenta-
ción de comprarnos un 4x4 pero claro, si circula-
mos sólo por ciudad, no tiene mucho sentido. Si
viviésemos en la montaña, con sus ríos, sus bos-
ques… aunque también es verdad que si los bos-
ques fuesen como en el documental que vimos ayer
sobre el Amazonas, tan tupidos que debes abrirte
paso a base de machetazos, de poco nos serviría. Lo
cual me hace pensar: ¿cómo se las ingeniarían los
incas? Sin ninguna maquinaria fueron capaces de
levantar una ciudad en la cima de una montaña, en
la inmensidad de la selva…
Es decir, la idea del volante nos ha llevado al to-
doterreno de nuestro primo, éste nos ha hecho
pensar en el bosque, el bosque en la selva, la selva
en los incas, los incas en Machu Picchu. ¿Y si esta
secuencia de pensamientos, en lugar de dejarlos al
azar, pudiéramos programarla para que fuera si-
guiendo los distintos puntos que son de nuestro in-
terés?
Esto es perfectamente factible si echamos mano
de nuestra imaginación.
Volvamos al principio. Vas a enfrentarte nueva-
mente al reto de memorizar esas diez palabras cita-
das, pero de la siguiente forma: como en una pelí-
cula, vas a imaginar escenas en las que cada uno de
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estos objetos interactúa con el siguiente. ¿Prepara-
do? Empecemos con las cinco primeras.
Teléfono. Piensa en un teléfono, puede ser el
clásico teléfono rojo de las películas de espía, o
quizá un teléfono de época, o ese mismo teléfo-
no que tienes en casa. El primero que te venga a
la mente servirá.
Avión. Ahora imagínate ese teléfono situado en
el extremo del ala de un avión. Imagínate a los
pasajeros —como en una escena de la película
Aterriza como puedas, ¿la has visto?— saliendo
por la puerta de emergencia y gateando, con cui-
dado de no ser llevados por el viento, acercándo-
se al extremo del ala del avión para coger el telé-
fono y realizar su llamada. Vale, es una escena
absurda, pero de eso se trata, precisamente.
Garaje. El avión ha aterrizado pero todos los
hangares están llenos. Hay un momento de
confusión aunque al final encuentran un garaje
de coches desocupado. Al introducir el avión
resulta que no han calculado bien y las alas cho-
can contra los muros de la entrada, cayendo en
pedazos. Ahora van todos tras el genio al que se
le ha ocurrido tan magnífica idea.
Pantano. Resulta que se ha puesto de moda
construir garajes flotantes en medio de los pan-
tanos, para aprovechar el espacio. Unos con-
ductores están discutiendo con el encargado del
garaje por la humedad del ambiente, cuando
otro vehículo, haciendo maniobras, se ha salta-
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do el bordillo y ha ido a parar al fondo del pan-
tano. Ahora a ver cómo lo recuperan.
Cascada. Recientemente han construido un
pantano muy original. En vez de compuertas, el
agua cae por una cascada muy pintoresca.
Cuando se acumula mucha agua acuden turis-
tas para hacer fotos, con impermeables para no
mojarse.
¿Bien hasta aquí? Se trata de imaginar escenas
que involucren las palabras que deseamos memori-
zar para luego recordarlas siguiendo el hilo de
nuestros pensamientos. Veamos qué tal funciona:
sin mirar atrás, intenta repetir estas cinco primeras
palabras. Te echaré una mano, la primera era teléfo-
no… ¿dónde estaba situado el teléfono?
Al pensar en teléfono seguro que te viene a la
mente la escena de los pasajeros arrastrándose has-
ta el extremo del ala del avión… ¿Y dónde guarda-
ban el avión? Garaje. ¿Y dónde están construyendo
nuevos garajes? Pantano… y así sucesivamente.
Ahora resulta mucho más fácil memorizar una lis-
ta de palabras, ¿verdad?
Sigamos con las cinco siguientes:
Persiana. Pero no sólo hay cascadas en la natu-
raleza. En el centro comercial, una tienda ha
construido una cascada artificial, pero en vez de
agua caen persianas que están de oferta. Una
muchedumbre recoge las persianas al caer en
cascada. Imagínate la escena, con algunos niños
sentados sobre una persiana y tirándose por la
cascada como si fuera un tobogán.
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Cohete. En la última misión espacial han pues-
to persianas dentro del cohete para que no en-
tre la luz del sol, pero algunas se han atascado y
los astronautas no han podido subirlas para ha-
cer fotos. Imagina al astronauta con sus gruesos
guantes intentando desatascar las persianas del
cohete.
Almacén. En el aterrizaje del cohete ha habido
un error de cálculo y se ha estrellado contra el al-
macén, al final de la pista, organizando un gran
alboroto. Ya había informes que aconsejaban
construir almacenes a los lados de la pista de ate-
rrizaje, y no al final. ¡No aprenderán nunca!
Autopista. El propietario de un almacén grandí-
simo —ocupa varias hectáreas— no ha querido
ceder los terrenos para la construcción de la au-
topista, por lo que han terminado construyéndo-
la por dentro del almacén. Los operarios que tra-
bajan allí se han quejado del ruido de los coches
a toda velocidad, y de la incomodidad de utilizar
pasarelas que crucen por encima de la autopista
para ir de un lado al otro del almacén.
Pino. Al proyectar la nueva autopista encontra-
ron un pino centenario en su trayecto. Para no
cortar el pino, han construido un extraño puen-
te que se eleva por encima del árbol. Al ver la
copa del pino rozando el puente, un niño ex-
clamó: «Parece que le esté haciendo cosquillas a
la autopista».
Bien, cuesta más explicarlo que hacerlo. Como
ya he dicho, se trata de imaginar escenas que invo-
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lucren las palabras que tratamos de memorizar. Por
supuesto, éstas son las escenas que yo me he ima-
ginado, pero tú eres libre de componer otras situa-
ciones; eso sí, cuanto más extravagantes y origina-
les, mejor, pues resultan más fáciles de recordar.
Esta técnica es conocida como el método de la
cadena. Si se te escapa algún término, repasa las es-
cenas que hemos imaginado e inténtalo de nuevo.
Verás que memorizar una lista de palabras con este
método es un juego de niños.
¿Lo intentamos de nuevo? Aquí tienes una nue-
va lista con otras diez palabras:
16
Trucos
1. ACRÓNIMOS Y ACRÓSTICOS
17
humor que realmente significa «Rogamos
Empujen Nuestros Ferrocarriles Estropeados»
o «Retraso Enorme, Necesitamos Fuerza,
¡Empujen!»).
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cocina lentejas» (Ningún = N, Ama = A, Cocina =
C, Lentejas = L).
Y rizando el rizo, podemos utilizar como acró-
nimo la palabra implícita en un acróstico; es decir,
componer frases donde la letra inicial de cada pa-
labra represente la inicial de otra palabra que debe-
mos recordar. Por ejemplo: para memorizar los tres
tipos de vasos sanguíneos en el cuerpo humano
—arterias, capilares y venas— compondremos la
frase «arar con vacas» (Arar = Arterias, Con = Ca-
pilares, Vacas = Venas).
Otro ejemplo: para recordar el nombre de los
nueve planetas del sistema solar se ha propuesto la
siguiente frase: «Mi vieja tía Marta jamás supo un-
tar nada al pan» (Mi = Mercurio, Vieja = Venus,
Tía = Tierra, Marta = Marte, Jamás = Júpiter, Supo
= Saturno, Untar = Urano, Nada = Neptuno, Pan
= Plutón).
(Ya sabes que Plutón ya no se considera un pla-
neta, sin embargo he querido reproducir el ejem-
plo tal como se creó originalmente.)
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Capítulo 2
PRINCIPIOS
DE LA MNEMOTECNIA
Primer principio
La mente humana no trabaja con números o pala-
bras, sino con imágenes. Por tanto, no trates de
memorizar números o palabras, sino imágenes que
evoquen esos números y palabras.
Desde tiempos de Aristóteles se considera que el
pensamiento está formado por imágenes (El alma
nunca piensa sin imagen, decía el filósofo) y, aunque
investigaciones más recientes demuestran que esto
no es exactamente así, lo cierto es que cuando al-
guien pronuncia una palabra, por ejemplo «silla»,
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en nuestra mente no se dibujan los trazos de una
«s» más una «i», etc., sino que instintivamente «ve-
mos» una tabla con cuatro patas y un respaldo, es
decir, imaginamos las formas de un objeto identi-
ficado con la palabra «silla».
Unos imaginarán una basta silla de madera,
otros verán un asiento circular más vanguardista,
pero lo importante es que en nuestra mente no se
guarda la palabra, sino la imagen del objeto que re-
presenta. Por tanto, cuando queramos memorizar
alguna cosa, lo que hemos de guardar en nuestra
mente es la imagen de esa cosa.
Si tienes que recordar la palabra «valla», no
pienses en una «v» más una «a» más…; no, simple-
mente imagínate una valla, sin más.
Segundo principio
La mente humana trabaja a un enorme nivel de op-
timización y no pierde el tiempo reteniendo imá-
genes cotidianas que se repiten todos los días. Por
tanto, solamente memoriza las cosas inusuales que
llaman la atención, sean reales o imaginadas.
Esto se conoce como el efecto Von Restorff, o efec-
to del aislamiento: todo elemento que destaque o
rompa las normas será más recordado que los demás.
Recuerdo la primera vez que asistí a una demos-
tración de videoconferencia. La principal dificul-
tad de este sistema es transmitir con suficiente ra-
pidez las imágenes —que suponen un gran
volumen de datos— al otro extremo de la línea. En
21
aquella ocasión empleábamos cuatro líneas RDSI
simultáneamente. Aun con todo, para lograr un
mejor resultado se recurría al siguiente truco: antes
de enviar la imagen de un fotograma, se comparaba
éste con el anterior para descartar aquellas partes
que, no habiendo variado, ya existían en el sistema
receptor. Es decir, si la cámara estaba captando la
imagen de una persona con un cuadro de fondo,
como el cuadro permanecía inamovible, solamente
se transmitía la figura de la persona, lo único que
cambiaba de una escena a otra; de esta forma se
economizaba el volumen de datos que transmitir y
la comunicación resultaba más fluida.
Resulta extremadamente curioso ver que nues-
tro cerebro parece utilizar un sistema similar a la
hora de almacenar nuevos datos en la memoria.
Supongamos un día cualquiera. Sales de casa pa-
ra dirigirte a tu trabajo o tu colegio, andas por la
calle, tomas el autobús, ves a gente ir de un lugar a
otro… Si al llegar, alguien te preguntase a quién
has visto esa mañana, tendrías que pararte a recor-
dar y aun así no acertarías a hablarle del vecino con
quien has coincidido a la puerta de casa, del cama-
rero a quien has saludado al pasar por delante del
bar, del policía dirigiendo el tráfico, etc.; son imá-
genes comunes que se repiten todos los días y a las
que no prestas atención, por tanto, no las recuer-
das, no se han transmitido a tu memoria.
Sin embargo, si ese mismo día el policía apare-
ciera dirigiendo el tráfico vestido únicamente con
un bañador, seguro que ese hecho insólito llamaría
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tu atención y antes de que te preguntasen, ya se lo
estarías contando a todos tus compañeros. Incluso
años después, todavía recordarías aquel día que vis-
tes a un policía en bañador.
Así pues, si tengo que memorizar la palabra «va-
lla», no solamente trataré que de imaginar una valla,
sino que además trataré de que sea una valla muy
peculiar y original para así acordarme de ella.
En el capítulo anterior teníamos que memori-
zar, mediante el método de la cadena, una lista de
palabras que empezaba por valla y sol.
Cuando alguien me habla de una valla yo ima-
gino una larga sucesión de listones de madera, con
un extremo hundido en el suelo, para mantenerse
de pie, terminados en punta de flecha y pintados de
blanco, limitando el jardín que rodea a una casa. El
sol puede ser esa cara color naranja que dibujan los
niños, redonda, sonriente, de donde parten rayos
de luz.
Como tengo que relacionar valla con sol, me
imagino una valla formada, no por listones largos
y estrechos, sino por maderas redondas con el di-
bujo del sol, con su sonrisa y sus rayos de luz que
sirven para enlazar un sol con otro y así formar la
vall; además, está pintada con un blanco tan ra-
diante, que para verla tienes que ponerte unas ga-
fas de sol…
23
Saber más
24
Esta idea se mantendrá durante casi mil años
hasta que Leonardo Da Vinci, en sus estudios de
anatomía, compara cerebros de personas con cere-
bros de animales, principalmente bueyes. Al no ha-
llar diferencias entre los ventrículos de una y otra
especie, pensó que estos elementos poco tenían que
ver con las capacidades intelectuales.
Descartes situó la «sede del alma» —son sus
propias palabras— en la glándula pineal, partiendo
del hecho erróneo de que los animales no poseen
este órgano, de ahí que careciesen de intelecto.
Será en siglos venideros, pero principalmente ya
entrados en el siglo XX, cuando se irán abriendo ca-
mino nuevas teorías; éstas se debieron a notables
descubrimientos, como las investigaciones de Ra-
món y Cajal con las neuronas, o las de Ivan Pavlov
y el condicionamiento de los perros.
Durante la década de 1950, el neurocirujano
Wilder Penfield descubrió que estimulando con
una sonda eléctrica diferentes zonas del cerebro po-
día inducir distintas funciones, lo que animó a di-
señar un «mapa del cerebro» donde se mostraba ca-
da zona y las funciones que tenía asignadas (todavía
se sigue investigando en este campo).
A partir de esta idea, el psicólogo Kart Lashley
realizó un experimento para determinar qué región
del cerebro era responsable de la memoria. En un
grupo de ratas adiestradas provocó una lesión a ca-
da una de ellas en una zona distinta del cerebro, al
objeto de estudiar cuál de ellas perdía la capacidad
de memoria (la rata que no pudiese recordar es la
25
que habría sufrido la lesión en la zona de la me-
moria). Pues bien, no logró ningún resultado satis-
factorio: ninguna lesión parecía afectar directa-
mente a la memoria. Sin embargo, Lashley se lo
tomó con buen humor: concluyó que su experi-
mento podía tomarse como base para la teoría de
que, en realidad, la memoria no existe.
Actualmente se considera que la base física de la
memoria la constituye esa intrincada red que for-
man las múltiples conexiones de unas neuronas
con otras, aunque también se está poniendo de re-
lieve la importancia del hipocampo. En pruebas
realizadas a taxistas londinenses se ha constatado
cómo su hipocampo es mayor que en la mayoría de
personas, ¿influye el hecho de que allí sea obligato-
rio superar exámenes en los que se exige tener me-
morizadas un gran número de calles y rutas?
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Capítulo 3
EL MÉTODO LOCI
27
que las imágenes de las cosas denoten las cosas mis-
mas…» (Cicerón, De oratore, II, 354).
Cicerón está describiendo lo que durante siglos
—hasta mediados del XVII aproximadamente— fue
el método mnemotécnico por excelencia, hoy co-
nocido como método loci o de los lugares. Veamos
un ejemplo.
Ahora estoy en el salón de casa. Mirando alre-
dedor, empezando por la izquierda, veo la lámpara
de pie, unas sillas, el televisor, la mesa, la ventana,
etc. En el momento en que deba memorizar una
lista de palabras como
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«Como si el que huviesse de hablar en navegación en la
primera parte, y en el segundo lugar huviesse de hablar de
alguna batalla o guerra, y en el tercero de tractar de religión
o religiosos, este tal, con la ymaginación, en el primero lugar
que tuviese conocido, ymaginaría y pornía una nave que
fuesse a todas velas; y, en el segundo lugar, señalaría un
hombre peleando con otro; y en el tercero, un religioso vesti-
do de ábitos de religión. Después, llegando al primero, se re-
presentaría con la ymaginación la nave y se acordaría que
avía de hablar de navegación; y, en el segundo, los hombres
peleando le traerían a la memoria la materia de guerra o
batalla; y el religioso, en el tercero lugar, le acordaría que
avía de hablar de estado de religión. Y por esta manera pa-
ra otros muchos propósitos, guardando la orden por muchos
lugares, se pueden poner muchas ymágines».
Se ha sugerido que el origen de la expresión «en
primer lugar… en segundo lugar… en tercer lu-
gar…» deriva del empleo de método loci en los dis-
cursos.
30
porque de no ser así, tan sólo podría recordar la lis-
ta de palabras cuando estuviese en casa con los
muebles a la vista; entonces el sistema no resultaría
demasiado útil, ¿verdad? Es decir, debemos utilizar
como referencia un lugar que conozcamos perfec-
tamente de modo que, estemos donde estemos,
mentalmente podamos ver los objetos ocupando
su sitio. De esa forma no necesitamos estar física-
mente allí.
Es más, en realidad ni siquiera necesitamos te-
ner un salón amueblado, basta con que ese salón
exista en nuestra mente. Siempre que puedas for-
mar una imagen clara y precisa del lugar, no im-
portará que la estancia sea real o ficticia. San Agus-
tín ya menciona los palacios de la memoria (lata
praetoria memoriae), y a lo largo de la historia no
faltan autores que describen cómo deben ser, a su
juicio, estas imaginarias construcciones a las que
dan forma de castillos, teatros, jardines, etc. ¿Llegó
alguna a construirse en realidad? Hay quien afirma
que sí: diseñadas para la enseñanza religiosa, con
toda su ornamentación, las catedrales serían buena
prueba de ello.
Pero volvamos al salón de casa para seguir con
nuestro ejemplo. En estos momentos tengo me-
morizada una lista de palabras y he de aprender
otra. ¿Qué hacemos?
Si en el momento de recordar una nueva lista, la
anterior ya no tiene valor, simplemente me olvido
de ella y vuelvo a construir nuevas asociaciones en-
tre los muebles del salón y las nuevas palabras. Pue-
31
de generar alguna duda el hecho de que al volver a
utilizar los mismos objetos para recordar distintas
palabras, alguna se nos confunda y al pensar en el
televisor, por ejemplo, nos venga a la mente la pa-
labra, no de esta lista, sino de una anterior que te-
níamos memorizada (interferencias). No suele ocu-
rrir. En el momento que dejas de prestar atención
a una relación y la sustituyes por otra más novedo-
sa, en tu mente se queda lo más reciente, y aun
cuando recuerdes la relación primera, ésta aparece
en un segundo plano y eres perfectamente capaz de
distinguir cuál es la última palabra que asociaste al
televisor, no hay problema.
Si por el contrario intento memorizar una lista de
palabras sin olvidar la anterior, en lugar de relacio-
narla con los objetos del salón utilizaré, por ejemplo,
el cuarto de baño o la cocina, de modo que cada lis-
ta aparezca ubicada en un lugar diferente.
Se ha dado el caso de estudiantes que preparan-
do un examen han agotado todas las habitaciones
de su casa y de sus parientes, utilizando el método
loci para memorizar temarios enteros. En estos ca-
sos, cuando el volumen de datos es elevado, para
no quedarnos sin ubicaciones, podemos emplear
nuestro método conjuntamente con el método de
la cadena.
El mecanismo es el siguiente: preparo una pri-
mera lista para memorizar con el método de la ca-
dena, pero incluyendo como primer ítem la lám-
para de pie, que es mi primer lugar o elemento del
método loci; compongo la siguiente lista inicián-
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dola con el ítem sillas, que son mi segundo objeto en
el método loci; la tercera lista empezará con el tercer
objeto —televisor— la cuarta con el cuarto, etc. A la
hora de rememorar los datos, la lámpara de pie pre-
sentará la primera lista aprendida con el método de
la cadena, las sillas traerán a la mente la segunda lis-
ta, el televisor la tercera… y así con todas.
De esta forma, para retener diez listas de diez
elementos cada una —lo que da un total de 100
ítems— tan sólo necesitamos una habitación con
diez elementos.
Otra opción es crear nuestra mansión virtual
con infinidad de objetos y habitaciones. Para refor-
zar la imagen de estas estancias que solamente exis-
ten en nuestra mente, es buena idea tomar lápiz y
papel y, aun cuando no sea más que con burdos
trazos, dibujar las habitaciones y objetos con los
que asociamos el material para recordar. Hasta que
adquiramos habilidad con nuestra casa imaginaria,
podremos rememorar el material aprendido repa-
sando los dibujos.
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tuado en la pantorrilla un mapa geográfico de mi
tierra), etc. De esta forma, para recordar la lista de
palabras no tendré más que mirarme a mí mismo.
Una dificultad que presenta el método loci
—también el método de la cadena— es que si en
un momento dado me interesa recordar la séptima
palabra de una lista, tendré que empezar por lo que
iba en primer lugar, en segundo, en tercero…, e ir
contando hasta llegar a siete. Por eso, se ha pro-
puesto incluir en las escenas, elementos que indi-
quen la posición.
Por ejemplo, cuando compongamos una ima-
gen con el objeto ventana —quinto locus— y el
elemento que queremos memorizar, incluiremos
en medio una mano que indique la quinta posi-
ción. De esta forma, para recordar el séptimo ele-
mento, pensaré en la escena donde aparece una
mano y a partir de ahí, las dos siguientes (no em-
piezo a contar desde el uno sino desde el cinco, se-
ñalado con la mano).
Para indicar la décima posición podría introdu-
cir una cruz, y bien proseguir de esta forma con un
objeto distinto cada cinco posiciones, o bien repe-
tir la mano en las posiciones terminadas en cinco
(15, 25, etc.) y la cruz en las terminadas en cero
(20, 30, etc.).
Uno de los textos más antiguos que ha llegado
hasta nuestros días (Rhetorica ad Herennium, Ro-
ma, 87 a. de C.) dice: «[…] para evitar cualquier
error en la enumeración de los entornos, conviene se-
ñalarlos de cinco en cinco: por ejemplo, si en el quin-
35
to entorno colocamos una mano de oro, en el décimo
a algún conocido que se llame Décimo; después será
fácil poner signos semejantes cada cinco entornos».
Durante el medievo el nombre «Décimo» no debía
ser muy popular, por lo que la tradición cristiana
mantuvo la mano —por aquello de los cinco de-
dos—, pero sustituyó al conocido «Décimo» por el
signo de la cruz.
En una época en la que el papel constituía un
bien escaso incluso para aquellos pocos que sabían
escribir, las enseñanzas de Cicerón debieron tener
mucho más valor del que podamos otorgarle hoy
día. La memoria era el único registro donde poder
dejar constancia de los hechos y no es de extrañar
que estas técnicas alcanzaran gran popularidad.
Durante el Renacimiento los libros sobre el arte
de la memoria constituían auténticos best-sellers, y se
mencionan numerosos ejemplos de memorias pro-
digiosas. Cito, por ejemplo, el caso de Gonzalo Fer-
nández de Oviedo, primer cronista oficial de Amé-
rica bajo las órdenes del emperador Carlos V, que a
su regreso a España escribe el Sumario de la natural
historia de las Indias íntegramente de memoria, sin
consultar apunte alguno. Algún contemporáneo su-
yo lo tachó de fanfarrón —resultaba inconcebible
que pudiera tener tan extraordinaria memoria—,
pero no cabe duda de que este personaje dominaba
y supo aplicar muy bien las técnicas mnemotécnicas,
tal y como queda reflejado en su obra.
36
El cuerpo humano como referencia para el método loci. Cos-
mas Rossellius (Thesaurus artificiosae memoriae, Venecia,
1579).
37
Trucos
007-727-180-7-10-2230-2300-2
39
Capítulo 4
SUPERAR LAS
DIFICULTADES
40
mucho había en televisión un anuncio en el que
aparecía un mayordomo, llamado Ambrosio, ofre-
ciendo bombones a los invitados de una fiesta.
Pues bien, para recordar ambrosía me imaginaría a
Ambrosio, pero sirviendo bombones con la forma
de la letra A: Ambrosio + A = ambrosía. Es decir,
recurro a un término que me es familiar y que sue-
na muy parecido a aquello que trato de recordar.
Otra técnica consiste en utilizar símbolos que
representan el concepto que tenemos que memori-
zar. Por ejemplo, libertad no es una palabra que
defina algo tangible, pero puedo memorizar este
término recordando la famosa estatua de la liber-
tad. O educación puede ser la imagen de aquel an-
tiguo profesor que impartía determinada materia.
En resumen, a ese término indefinido le dare-
mos sentido con algo que suena muy parecido o
con una figura de algo que lo represente.
Por cierto, ambrosía es un sabor delicioso, ex-
quisito. La Real Academia Española lo define co-
mo manjar o alimento de los dioses aunque, curio-
samente, en algunos lugares también se utiliza
como sinónimo de hambre. Sobre la tinaja… algu-
nos años después tuve ocasión de visitar la locali-
dad de Valdepeñas, famosa por sus bodegas, y yo
añadiría que también por sus tinajas, pues es fácil
pasear por la localidad y encontrar en los jardines
enormes tinajas utilizadas en su día para almacenar
vino.
41
Algunos consejos
Ahora ya tienes los conocimientos: utilízalos, pon-
los a prueba. Solamente la práctica te dará la habi-
lidad necesaria para solventar todo tipo de dificul-
tad y la capacidad de memorizar cualquier lista por
larga y compleja que sea.
Algunos consejos para lograr una mejor retención:
1. Como ya he dicho anteriormente, uno de los
pilares de la mnemotecnia se basa en imaginar es-
cenas insólitas, extrañas, sorprendentes…, en defi-
nitiva, que llamen la atención. Un recurso muy útil
para lograrlo es dar a los objetos una aplicación dis-
tinta a aquella para la que fueron diseñados.
Por ejemplo, ver a una señora sentada en una si-
lla no tiene nada de particular, pero si imaginamos
a esta señora llevando una silla por sombrero, esto
desde luego sí que es original.
2. Debemos dotar de acción a nuestras escenas.
Es decir, lejos de ser como una fotografía —una
imagen estática—, deben ser como un fragmento
de película donde hay movimiento y vemos a los
objetos interactuar.
En el ejemplo anterior, donde los protagonistas
son una señora y una silla, podemos ver a la seño-
ra poniéndose la silla sobre la cabeza, mirándose en
el espejo para ver cómo le queda, ajustando la silla
sobre el peinado, etc.
3. Familiaridad. Si esta señora se parece a nues-
tra tía Enriqueta y la silla que está probándose a
42
modo de sombrero es como la de nuestro dormito-
rio —esa donde dejamos la ropa—, seguramente
compondremos nuestra escena con más facilidad
que si los objetos nos resultan ajenos. Además, al
tratarse de cosas que nos atañen directamente, las
recordaremos sin dificultad.
4. Adornar, enriquecer las escenas con diversos
detalles. Hoy día no es habitual el uso de sombre-
ros, sin embargo sí lo era a principios del siglo XX,
así que podemos imaginar a nuestra protagonista
con un vestido de época en un ambiente como los
de las viejas películas en blanco y negro, probán-
dose sobre la cabeza una silla de estilo victoriano.
5. Destacar en la escena los objetos que tratamos
de memorizar. En nuestra imaginación podemos
crear cierto ambiente para darle originalidad al
conjunto, pero resulta más importante profundizar
en detalles de los objetos que nos incumben antes
que en los elementos accesorios.
Por ejemplo, pensar en el diseño del vestido de
época de la señora sería darle importancia a un ele-
mento que no lo tiene, pues no es vestido lo que
queremos memorizar, sino señora y silla.
Así pues, para reforzar nuestra imagen nos de-
tendremos en detalles de esta señora (¿es flaca o
gorda?, ¿baja o alta?, ¿rubia o morena?, etc.), y de
la silla (¿es metálica o de madera?, ¿las patas son re-
dondas o cuadradas?, ¿el respaldo está recto o in-
clinado?, etc.).
A menudo también se aconseja, como truco pa-
ra componer una escena insólita, exagerar —por ex-
43
ceso o defecto— el tamaño de los objetos. Estoy de
acuerdo siempre y cuando no se lleve a unos extre-
mos aberrantes y totalmente sin sentido.
Por ejemplo, la señora Enriqueta, que luce un
buen trasero, al sentarse en el tren ha quedado en-
cajonada entre los reposabrazos del asiento ¡Si es
que los hacen muy estrechos! Ahora no puede le-
vantarse y otros viajeros están tirando de ella tra-
tando de liberarla… En este caso hemos exagerado
un poco «ampliando» la figura de la señora y dis-
minuyendo el tamaño de la silla o asientos del tren,
de forma que la escena resulta, sin lugar a dudas, de
lo más singular. Ahora bien, hacer una silla tan al-
ta como un edificio, tal que la señora tuviese que
escalar por una de las patas para poder llegar a la ci-
ma y sentarse… esto sería, a mi juicio, una barba-
ridad totalmente fuera de lugar.
La eficacia y la práctica
Aun con todo, no existen reglas fijas. Cada persona
es un mundo, y los consejos útiles para unos pueden
ser tonterías para otros. De hecho, en muchos libros
las explicaciones van escasamente acompañadas de
ejemplos, y se incentiva más la creatividad que el
aprendizaje por imitación. Las técnicas desarrolladas
por nosotros mismos suelen ser más eficaces que las
dictadas por otros, aunque no por ello dejan de ser
útiles como punto de partida.
Entonces, ¿cómo saber si lo estamos haciendo
bien o no? Pues fácil. Si logras resultados, es decir,
si luego recuerdas las palabras que tratabas de me-
44
morizar, enhorabuena, has compuesto una imagen
muy eficaz. Si, por el contrario, se te despistan o re-
cuerdas palabras que no son, ¡ojo!, ahí falla algo
que debes mejorar. En ese punto te serán de ayuda
las recomendaciones expuestas anteriormente.
Una puntualización: se ha observado que los jó-
venes suelen tener una imaginación más viva,
mientras que los mayores, por lo general, tienen es-
ta facultad abandonada. De ahí que, al principio,
al utilizar las técnicas de memorización —que se
apoyan fundamentalmente en la imaginación—,
las personas jóvenes las adopten con más rapidez,
pues están más entrenadas. Pero quiero señalar que
nuestra capacidad para imaginar situaciones extra-
ñas o insólitas nada tiene que ver con la edad: co-
mo todo, es una habilidad que se adquiere y desa-
rrolla con la práctica (no es excusa aquello de que
«ya estoy muy mayor para estas cosas»).
Y no desaproveches nunca la ocasión de ejerci-
tar tu memoria. Un atleta, aunque tenga al mejor
entrenador del mundo, nunca logrará buenas mar-
cas si no se calza las deportivas y empieza a sudar
en los entrenamientos. Un pintor, por más libros
que estudie sobre pintura, nunca logrará un gran
trabajo hasta que no adquiera cierta experiencia
con el pincel.
Otro tanto puede decirse de nuestra memoria,
que será más eficaz en tanto que más nos ejercite-
mos en esa tarea. Así que, por ejemplo, la próxima
vez que vayas al hacer la lista de la compra, no
apuntes nada, ¡memorízala! (o, en todo caso, apún-
45
tala para luego comprobar que te has acordado de
todo). O si tienes que exponer algún tema en una
conversación, crea una lista de palabras representa-
tivas de cada uno de los puntos que vas a tratar y
memorízala. Con un poco de práctica, te asombra-
rás de lo que eres capaz de lograr.
46
Saber más
2. EL CEREBRO EN CIFRAS
El peso medio de un cerebro humano adulto
está entre 1.300 y 1.400 gramos.
Comparativamente existe una diferencia entre
sexos, siendo el cerebro de la mujer un 10%
más liviano que el del hombre. No obstante,
considerando que el peso de las mujeres es me-
nor que el de los hombres, la relación peso ce-
rebro/cuerpo no sólo se iguala, sino que inclu-
so resulta ligeramente mayor en las mujeres que
en los hombres.
Por otra parte, no está demostrada ninguna re-
lación directa entre tamaño o peso del cerebro
e inteligencia. Si esto fuera así, los animales
grandes —como el cachalote, que posee el ré-
cord con cerebros que llegan hasta los nueve ki-
logramos— serían inteligentísimos, y no parece
que sea el caso.
Cuando se encontró el cerebro de Einstein con-
servado en formaldehído, se pensó que un estu-
dio anatómico podría determinar las caracterís-
ticas físicas del genio, representado por esta
gran figura del pasado siglo. No obstante, para
47
decepción de muchos, no se encontró ningún
rasgo destacable que estableciera o señalara una
diferencia con el común de los cerebros, ni en
forma, tamaño o peso. El mito de que las gran-
des mentes reposan en grandes cerebros es falso.
Un estudio posterior, realizado en 1999, sí
constató una pequeña diferencia en la región
inferior parietal —un poco más ancha—, pero
está lejos de demostrarse que esto sea causa de
mayor inteligencia.
En el reino animal se observa que los animales
pequeños tienen cerebros relativamente gran-
des, y al revés, cuanto más tamaño, menos rele-
vancia toma el cerebro. Es decir, el tamaño del
cerebro no aumenta en la misma proporción
que el tamaño del cuerpo; para ser exactos, au-
menta a un ritmo de 0,7 (alometría negativa del
cerebro).
Así, mientras el cerebro de una musaraña supo-
ne el 10% de su cuerpo, en una ballena azul
—uno de los animales más grandes que se co-
nocen— este porcentaje se reduce apenas a un
0,01%. En el caso de las personas, tomando co-
mo valores promedio un peso de 70 kg y un ce-
rebro de 1.400 gramos, obtendremos un por-
centaje del 2%. Un valor bastante elevado en
comparación a otros animales, pero no excep-
cional.
El cerebro se compone básicamente de dos ti-
pos de células: las neuronas, conductoras de im-
pulsos nerviosos, y las neuroglías (o simple-
48
mente glías, «pegamento» en griego), encarga-
das de nutrir y, en cierta forma, mantener a las
neuronas, ocupando el espacio que pueda haber
entre ellas.
Todas las neuronas están conectadas unas con
otras a través de las dentritas y axones, forman-
do una compleja red neuronal. Se denomina si-
napsis a los puntos de contacto. Un cerebro
adulto puede poseer unas 100.000.000.000
neuronas y 1.000.000.000.000.000 sinapsis
(unos 500 millones por milímetro cúbico de
cerebro). Cifras astronómicas: hay tantas neu-
ronas en un cerebro como estrellas en nuestra
galaxia, la vía láctea.
Si la velocidad del pensamiento equivale a la ra-
pidez con que se transmiten los impulsos ner-
viosos por las neuronas, ésta es muy variable:
oscila desde los 0,5 hasta 120 metros por se-
gundo (entre 1,8 y 432 kilómetros por hora).
El análisis químico del cerebro revela que en su
mayor parte, como todo tejido vivo, está for-
mado por agua (entre un 60 y 70%). Sin em-
bargo, no podría llevar a cabo su actividad sin
otros componentes esenciales como potasio, so-
dio, magnesio, hierro y calcio.
El rápido movimiento de iones de sodio y po-
tasio dentro y fuera de las células nerviosas es lo
que provoca los estímulos eléctricos.
49
Hoja de ejercicios
Figura A Figura B
Figura C Figura D
50
Las respuestas son figura A: 3 cubos; figura B: 4
cubos; figura C: 7 cubos; figura D: 9 cubos.
Inténtalo de nuevo con estas otras figuras:
Figura A Figura B
Figura D
Figura C
51
Capítulo 5
EL MÉTODO
DEL ABECEDARIO
ILUSTRADO
A: Abeja
B: Burro
C: Casa
D: Dedo
E: Ernesto…
52
de con la letra del abecedario a la que representan.
Para la A, abeja, palabra que empieza por A; para la
B, burro, que empieza por B… y así con todas.
Una vez compuesto nuestro abecedario, ya po-
demos empezar a aplicar el método. Supongamos
que debemos memorizar una lista de palabras tal
como:
Variantes
Este método tiene, sin embargo, la limitación del
número de letras. Sólo podemos emplearlo para
memorizar listas de no más de las 27 ítems, el nú-
mero de letras del abecedario. No obstante, al igual
que con el método loci, podíamos recurrir a varias
estancias para memorizar diversas listas; de forma
similar también podemos emplear varios abeceda-
rios con la misma finalidad.
Por ejemplo, puedo construir un alfabeto con
nombres de animales, otro con nombres de herra-
mientas y utensilios, un tercero con los nombres de
familiares y amigos, o con personajes históricos, etc.
54
Alfabeto Alfabeto Alfabeto
con animales con herramientas con personajes
y utensilios históricos
A B C
55
De esta forma, para recordar nuestra lista de pa-
labras (mantequilla, perfume, cartas, abogado…)
podemos imaginar escenas de un compás untado de
mantequilla, un barco con las velas desplegadas
dentro de un frasco de perfume, unas cartas llevadas
por el viento hasta la luna, etc. Al repasar el abece-
dario, la A con forma de compás nos recordaría la
mantequilla, la B como las velas desplegadas de un
barco nos recordaría el frasco de perfume, etc. Se
trata de aplicar el mismo mecanismo que ya he ex-
plicado anteriormente.
Apunte histórico
Existen varias referencias al poeta alemán Konrad
Celtes como inventor del método del abecedario
(Epitoma in utramque Ciceronis rhetoricam cum ar-
te memorativa nova et modo epistolandi utilisimo,
1492), no obstante, Frances A. Yates señala que el
concepto es habitual en los tratados de la época y
cita dos precedentes: Boncompagno da Signa men-
ciona un alfabeto imaginario en 1235 (Rhetorica
Novisima) y Jacobus Publicius imprime en Floren-
cia la primera ilustración de un alfabeto alrededor
del año 1470.
56
abeja
ALFABETO VISUAL
zapato
57
Fragmento del alfabeto visual de Jacobus Publicius
(Artis oratoriae epitoma. Ars epistolandi. Ars memorativa,
Florencia, 1482).
59
toria como teólogo ya tenía también fama por su
larga y portentosa memoria, y juntos marcarán un
hito en la historia de este arte.
Aunque san Alberto escribe sobre la materia, sus
textos no pueden considerarse un manual de reglas
mnemotécnicas, pues aun cuando hace referencia a
ellas, sus discursos son más de índole filosófico y si-
gue la línea de Aristóteles en obras como De me-
moria et reminiscencia. En este sentido es más co-
nocido el título Del arte memorativo de su ilustre
contemporáneo Roger Bacon, quizá el único, o
uno de los pocos personajes de la época que pudie-
ran equiparársele en estudios y conocimiento.
Tan notables eran sus capacidades respecto al
hombre común, que el filósofo Feijoo escribe:
«[…] fue celebérrimo Rogerio Bacon, que por razón de
sus admirables, y artificiosísimas operaciones, fue sos-
pechoso de Magia; y dicen algunos autores, que fue a
Roma a purgarse de esta sospecha. El vulgo fingió de
él lo mismo que de Alberto Magno; esto es, haber fa-
bricado una cabeza de metal, que respondía a cuanto
le preguntaban».
La cabeza parlante de Roger Bacon siempre se
ha considerado un mito, aunque todavía hay quien
le cita como precursor de los autómatas.
En la misma aparición citada, la Virgen dice: «Y
para que sepas que sí fui yo quien te la concedí [la me-
moria], cuando te vayas a morir, olvidarás todo lo
que sabías». Cuentan las crónicas que un día, mien-
tras impartía una clase, se quedó en blanco y per-
dió toda lucidez. Dos años después fallecía pláci-
60
damente durante una conversación con otros her-
manos del convento a la edad de 74 años.
San Alberto Magno es patrón de los estudiantes
de ciencias naturales y está considerado, junto con
Roger Bacon, uno de los padres de la ciencia actual.
61
Capítulo 6
RECORDAR NÚMEROS
1415926535
1 4 59 535
1 26
141 59 26 535
o también:
14 15 92 65 35
63
Aunque parezca una tontería, lo cierto es que re-
sulta mucho más fácil recordar cinco cifras de dos
dígitos que no una sola cifra de diez. ¿Has obser-
vado que los números de teléfono siempre se escri-
ben agrupando los dígitos de dos en dos o de tres
en tres? Es lo que se conoce como segmentación.
Parece ser que nuestra memoria almacena datos
en unidades de información. «1» es una unidad de
información, pero «14» también constituye una úni-
ca unidad de información. Así, cuando nuestra lar-
ga lista de números la separamos en dígitos indivi-
duales 1 4 1 5 9 2 6 5 3 5 tenemos diez unidades,
mientras que si lo agrupamos de dos en dos 14 15
92 65 35, tenemos la misma cifra pero reducida a
tan solo cinco unidades. Y siempre será más fácil re-
cordar cinco unidades de información que no diez.
Un sistema de apoyo que suele resultar muy
efectivo es imaginar la gráfica que formarían estos
pares de dígitos:
100
80
60
40
20
0
64
que empieza por dos cifras bajas (14, 15) para lle-
gar al pico (92) y luego seguir en orden descen-
dente (65, 35).
Otra técnica empleada principalmente con los
números de teléfono consiste en memorizar, no el
número en sí, sino el trazo de nuestro dedo sobre
el teclado. Por ejemplo, para marcar el número
141592 realizaré el siguiente recorrido:
65
ro tenía el inconveniente de que no sabía el núme-
ro al que estaba llamando. Si me cambiasen el mo-
delo de teléfono o tuviera que decirle el número a
alguien, me vería en un serio apuro.
66
Trucos
67
Con esta otra oración puedes recordar el núme-
ro π con 26 decimales:
«¿Qué? ¿Y cómo π reúne infinidad de cifras? ¡Tie-
ne que haber períodos repetidos! Tampoco comprendo
que de una cantidad poco sabida se afirme algo así,
tan atrevido».
3,14159265358979323846264338
68
Francés:
Inglés:
Alemán:
Wie? O Dies π
Macht ernstlich so vielen viele Müch!
Lernt immerhin, Jünglinge, leichte Verselein,
Wie so zum Beispiel dies dürfte zu merken sein!
(3,14159265358979323846264)
69
Capítulo 7
EL MÉTODO DEL
CASILLERO NUMÉRICO
1 2 3
Etc.
71
las que asociamos el objeto que representa a cada
número con el término que debemos recordar.
1 2 3 4 5
6 7 8 9 10
Ventajas e inconvenientes
Aun siendo similar al método del abecedario, este
sistema presenta una ventaja importante. Si en el
capítulo anterior nos hubieran preguntado, de la
lista memorizada, cuál era la palabra que aparecía
en séptimo lugar, hubiéramos tenido que empezar
a contar las letras del abecedario hasta llegar a siete
para saber que la séptima letra es G, y a partir de
72
ahí recordar qué palabra teníamos asociada a esta
letra.
Sin embargo, utilizando números, este proble-
ma desaparece, pues en séptima posición aparecerá
el término que he asociado con el objeto del nú-
mero 7, y no necesito contar porque es obvio que
en séptimo lugar está el número 7.
Otra ventaja evidente es que ahora ya tenemos
un sistema para memorizar cifras. Si por ejemplo
quiero acordarme del número 210, sólo tengo que
imaginar una escena en la que intervienen un cis-
ne, una columna y, por ejemplo, una rueda con la
que represento el número cero.
2 1 0
Otra posibilidad es representar los números con
objetos, no relacionados con su forma, sino con su
sonido al ser pronunciados. Así, el 1 podría ser hu-
no (como Atila el huno); el 2, tos; el 3, tez; el 4,
cuadro, etc. La cifra 210 estaría representada con la
tos (dos) de Atila el huno (uno) en la cima de un ce-
rro (cero).
Ahora bien, este método también tiene sus in-
convenientes, pues la cosa se complica un poco a
partir del décimo ítem: representar números de dos
73
dígitos requerirá dos objetos que ya hemos utiliza-
do anteriormente. Por ejemplo, el 12 será un pilar
más un cisne, elementos que hemos empleado pa-
ra el 1 y el 2; el 21 de febrero será lo mismo que el
2 de diciembre, y lo mismo que la cifra 212 (cisne,
pilar, cisne).
Una solución sería elegir un elemento, por ejem-
plo una naranja, que represente el número 10. Así,
la figura de un cisne es el número 2, pero un cisne
con una naranja en la boca sería el número 12: cis-
ne (2) + naranja (10) = 12.
Otra alternativa es, sencillamente, crear una
imagen única para cada cifra. Así, por ejemplo, el
11 estaría representado por un equipo de fútbol
(que se compone de 11 jugadores), el 12 sería una
docena de huevos (en las tiendas suelen venderse
en cartones de 12 unidades), el 13 podría estar en-
carnado por este personaje supersticioso que siem-
pre evita dicho número, etc. De esta forma, al pen-
sar en el 12 no necesito recurrir nuevamente al
cisne, sino a la imagen de la docena de huevos que
es el elemento exclusivo para esta cifra.
No obstante, aunque a partir de estas ideas po-
damos elaborar un sistema más o menos eficaz, no
insistiré en ello. Comprobarás en los siguientes ca-
pítulos que para trabajar con números hay un mé-
todo más acertado.
74
Apunte histórico
La idea de los números se la debemos a un profe-
sor de Cambridge llamado Henry Herdson (Ars
memoriae: the art of memory made plain, 1654). Se-
gún cuenta, se le ocurrió utilizar números cuando
trataba de hallar una alternativa al método loci. La
novedad de utilizar objetos cuyo nombre suene de
forma similar al número que representan —esta-
bleciendo un vínculo sonoro en lugar del tradicio-
nal vínculo visual—, la introduce John Sambrook
también en Inglaterra alrededor del año 1879.
75
Hoja de ejercicios
2. AJEDREZ
76
Este ejercicio no es tan sencillo como pueda pa-
recer a primera vista, pues no sólo tienes que re-
cordar de qué pieza se trata (peón, rey, alfil, etc.) si-
no también su color (blanca o negra) y la posición
sobre el tablero. Esto último es lo que suele pre-
sentar mayor dificultad.
En esto caso, acordarse de la ubicación del rey
blanco es fácil —justo en la esquina—, sin embar-
go, no es tan sencillo tomar referencias para la po-
sición del rey negro —anda un poco perdido entre
tanto escaque vacío— y no sería raro equivocarse
situándolo en una posición errónea.
Afrontaremos este problema dividiendo el table-
ro en cuatro partes o cuadrantes:
77
quierdo y justo por encima de la mitad). Como
siempre, la técnica del «divide y vencerás» vuelve a
mostrar su eficacia, pues es mucho más fácil me-
morizar cuatro fragmentos sencillos que no uno so-
lo más complejo.
Es hecho comprobado que las cosas confusas o
sin sentido son material difícil de recordar. El paso
previo consiste siempre en cuadricularlo, dividirlo,
simplificarlo hasta que los fragmentos sean claros y
evidentes. Recuerda que todo puzle, por complejo
que sea, siempre parte de piezas sencillas.
Los buenos jugadores de ajedrez suelen hacer
gala de una excelente memoria, pues son capaces,
en apenas unos segundos, de memorizar la posi-
ción de todas las piezas. Se ha comprobado cómo
grandes maestros pueden incluso jugar de espaldas al
tablero, reteniendo en su memoria la posición de las
piezas según su oponente va indicando de viva voz
el movimiento realizado. Ahora bien, el hecho real-
mente curioso es que en el momento en que distri-
buyas las piezas sobre el tablero de forma aleatoria
—totalmente al azar y sin sentido—, su memoria no
resultará mejor que la de cualquier principiante.
78
Capítulo 8
EL CÓDIGO FONÉTICO / 1
0 r rr
1 t d
2 n ñ
3 m w
4 c k q
5 v l ll
6 s z
7 f j
8 g x ch
9 p b
81
Esta tabla es mi propuesta personal. Cada cual
es libre de componerla según sus propios criterios.
Por ejemplo, si te encuentras más cómodo relacio-
nando la letra l con el número 1, adelante. De he-
cho, creo que hay tantos modelos del código foné-
tico como autores han escrito sobre el tema —yo al
menos, entre los libros consultados, no he encon-
trado dos que coincidan con la misma relación de
números y letras—. Unos, por ejemplo, mantienen
juntas la v y b asociadas al número 1; otros trasla-
dan la g al número 5, etc.
Hasta cierto punto, esta disparidad tiene su ra-
zón de ser, pues, aparte de que cada cual emplea
sus propios criterios a la hora de seleccionar las
consonantes, hay que tener en cuenta la necesidad
de adaptar el sistema a las particularidades de cada
idioma. Algo tan propio del español como la ñ no
figurará en la tabla de un autor francés, por ejem-
plo, igual que detalles del francés no tendrán su
equivalente en español.
En cualquiera de los casos, lo importante es que
al pensar en un número inmediatamente lo rela-
cionemos con las letras correspondientes, y vice-
versa. Con objeto de mantener un cierto criterio,
todos los ejemplos que se describan en este libro se
basarán en la tabla aquí expuesta.
Nuevas aportaciones
Con la generalización de teléfonos móviles y los
mensajes cortos «sms» ha surgido una nueva posi-
bilidad, que consiste en confeccionar la tabla del
82
código fonético siguiendo la disposición de las le-
tras conforme aparecen en el teclado del teléfono:
1 2 3
-,@ ABC DEF
4 5 6
GHI JKL MNO
7 8 9
PQRS TUV WXYZ
0
+#
1 2 3
AB C DEF
4 5 6
GHI JKL MNO
7 8 9
PQRS TUV WX
0
YZ
83
e «y», y al igual que antes, uniremos la «ch» con
«x», «ll» con «l» y «rr» con «r»):
0 y z
1 b
2 c
3 d f
4 g h
5 j k l ll
6 m n ñ
7 p q r rr s
8 t v
9 w x ch
84
Trucos
4. EL CÓDIGO MORSE
85
Aquí tienes una de las tablas más conocidas:
A ·— Asno N —· Noche
B —··· Bonaparte O ——— Oporto
C —·—· Cocacola P ·——· Pisotones
D —·· Docena Q ——·— Qocoricó
E · Él R ·—· Ramona
F ··—· Facilona S ··· Sevilla
G ——· Góndola T — Tos
H ···· Himalaya U ··— Único
I ·· Iris V ···— Ventilador
J ·——— Jabonoso W ·—— Wavonpost
K —·— Koinor X —··— Xochimilco
L ·—·· Limonada Y —·—— Yosimoto
M —— Moto Z ——·· Zocoyula
86
Capítulo 9
EL CÓDIGO FONÉTICO / 2
88
do la cifra en grupos de dos o tres dígitos que for-
marán números fácilmente convertibles en pala-
bras. Veamos un ejemplo: supongamos que nunca
logras recordar el año en que Cristóbal Colón descu-
brió América: 1492. La verdad es que no se me ocu-
rre ninguna palabra con las consonantes necesarias
para este número, así que lo divido en dos, 14 y 92.
Ahora sólo tengo que imaginarme a Colón bajando
de la carabela comiendo un taco (14) y fumando un
habano (92).
O si prefieres, podríamos componer la escena para
los números 1 y 492: Colón, que es todo un caballe-
ro, baja de la carabela llevando a tu tía (1) en brazos
para que no se moje los pies y dejándola en una cer-
cana cabaña (492). Si tu tía es muy habladora, imagí-
nate que va dándole la lata a Colón y éste, con una ca-
ra como pensando «¿no se atragantará esta mujer?», en
cuato ve una cabaña la encierra allí para no oírla más.
O si tu tía pesa algún kilo de más, el esfuerzo de Co-
lón para llevarla en brazos hasta la cabaña…
Un caso concreto. No sé por qué no había for-
ma de que me entrara en la cabeza el número de
matrícula de mi moto: 9029. Hasta que un día me
di cuenta de que cuando se ensucia de barro (90) la
tengo que limpiar con una nube (29). Y ya no he
vuelto a tener dificultad.
Ahora enfrentémonos al reto de memorizar, no 10,
sino los primeros 20 decimales del número pi:
14159265358979323846
89
Así de pronto puede parecer una tarea imposi-
ble, pero en realidad es tan sencillo como aplicar el
método de la cadena —por ejemplo— para recor-
dar la siguiente lista de palabras:
Apunte histórico
La idea original de convertir números en palabras la
debemos al matemático francés Pierre Hérigone
(Cursus Mathematicus, 1634). El primer código fo-
nético, sin embargo, corresponde a Stanislaus Mink
von Wenusheim (Relatio Novissima ex Parnassus de
Arte Reminiscentiae, 1648), cuyo trabajo, con el tiem-
po, será adaptado y mejorado por varios autores, en-
tre los que cabe mencionar, como mínimo, a Ri-
chard Grey (Memoria Technica; or a New Method of
Artificial Memory, 1730) y M. Gregor von Feinaigle
(The new art of memory, 1807). Es a finales del siglo
XIX cuando ya queda más o menos perfilado el mo-
delo que llega hasta nuestros días.
91
Hoja de ejercicios
3. SUMAS
92
Bien, ahora que ya has desempolvado algunas
telarañas, vamos con el verdadero ejercicio.
A continuación, te presento otra serie de sumas.
Escoge una, memoriza los números y, con el libro ce-
rrado, realiza mentalmente la operación sin auxilio
de lápiz ni papel, y evidentemente, sin mirar los nú-
meros, que para eso los has memorizado primero.
Cuando tengas el resultado, anótalo. Ahora abre el
libro, comprueba si tus cálculos han sido correctos
—vale, si, puedes utilizar la calculadora para verificar
el resultado— y repite el mismo procedimiento con
las siguientes sumes hasta completarlas todas.
93
Hacer una simple suma sobre el papel es fácil,
pero memorizar los números y resolver la opera-
ción de cabeza es una habilidad que requiere talen-
to. No obstante, el verdadero desafío no es hacer
sumas, sino multiplicaciones.
Cuando tengas cierta práctica con las sumas, es-
coge unos números al azar e intenta resolver de ca-
beza operaciones como estas:
94
Calculistas
De vez en cuando encontramos en la historia per-
sonajes que parecen haber nacido con una habili-
dad especial para el cálculo. Son los llamados calcu-
listas, individuos a los que les preguntas: «¿cuánto
es 21.734 multiplicado por 543?», e inmediata-
mente nos responden la cifra exacta con la misma
naturalidad de quien da la hora tras mirar el reloj.
Quizá uno de los más destacados fuese Alexander
Craig Aitken, quien curiosamente era contrario al
uso de técnicas de memorización: «Nunca he utili-
zado reglas mnemotécnicas, y recelo profunda-
mente de ellas. No hacen más que perturbar con
asociaciones ajenas e irrelevantes una facultad que
debe ser pura y límpida».
95
Capítulo 10
LAS PALABRAS CLAVE / 1
96
al 9, de dos sílabas para el resto hasta el 99. Si-
guiendo con el caso del 0, normalmente solemos
asociarlo mejor con la palabra aro o rey antes que
con arroyo, por ejemplo, aunque los tres términos
son válidos.
Si además cada una de las sílabas se compone de
sólo dos letras, en el orden consonante más vocal,
mucho mejor. Por ejemplo, para el número 10 una
buena palabra clave podría ser toro o torre (la primera
sílaba empieza con t, número 1, la segunda sílaba con
r, número 0), aunque palabras como atar, autor, hie-
dra, idear, odre, teoría, trío, útero, etc., también repre-
sentan el número 10 y perfectamente pueden consti-
tuir una palabra clave. Normalmente, la primera que
te venga a la mente suele ser la más acertada.
También suelo recomendar que si en una palabra
clave eliges la letra t para el número 1, siempre que
sea posible, continúes utilizando la t también en el
resto de palabras clave. Así, si elegiste toro para el nú-
mero 10 (letra t), podrías seleccionar teta para el 11,
tuna para el 12, timo para el 13, etc. Si por el con-
trario elegiste duro (letra d), aconsejaría dedo para el
11, duna para el 12, dama para el 13, etc.
Bien, pues pasemos a la acción. Ahora te toca a
ti tomar papel y lápiz para confeccionar una lista
con tus palabras clave (sugiero el lápiz por si más
adelante para un número dado se te ocurre algún
término más acertado y quieres cambiarlo). Si no
viene la inspiración o se te hace muy largo, no pa-
sa nada, ya lo terminarás más adelante. Pero eso sí,
recuerda que hasta que no completes la tabla con
las 100 palabras clave no podrás seguir avanzando.
97
0 10
1 11
2 12
3 13
4 14
5 15
6 16
7 17
8 18
9 19
20 30
21 31
22 32
23 33
24 34
25 35
26 36
27 37
28 38
29 39
40 50
41 51
42 52
43 53
44 54
45 55
98
46 56
47 57
48 58
49 59
60 70
61 71
62 72
63 73
64 74
65 75
66 76
67 77
68 78
69 79
80 90
81 91
82 92
83 93
84 94
85 95
86 96
87 97
88 98
89 99
99
Hoja de ejercicios
4. EL OBSERVADOR
100
Una variante, especialmente útil para hacer más
entretenidas las esperas, consiste en elegir una letra
al azar y buscar objetos cuyo nombre empiece por
esa letra. Por ejemplo, supongamos que estoy en la
estación esperando la salida del tren. Elijo una le-
tra, como puede ser la R, y empiezo a observar co-
sas a mi alrededor que sugieran palabras cuya ini-
cial sea R: los raíles de las vías; las ruedas del tren;
un mendigo de aspecto roñoso; el reloj de la esta-
ción; los cristales redondos de las gafas de este pasa-
jero; etc.
En lugar de una letra también puedo elegir un
color, por ejemplo, el rojo. ¿Qué hay a la vista que
sea rojo? El jersey de aquella señora; el lazo en el
pelo de esa niña; las letras del panel informativo;
el fondo de ese cartel publicitario; el carmín de es-
ta chica; etc.
Este ejercicio es mucho más interesante de lo
que su sencillez pueda hacernos pensar, pues ejer-
cita dos cualidades esenciales para la memoria:
concentración y observación. Normalmente, no se
puede recordar algo que primero no hayamos visto
(¿cómo vas a sacar de la memoria algo que nunca
ha entrado?). La costumbre de observar las cosas
con detenimiento puede ser —de hecho lo es—
muy provechosa.
101
Capítulo 11
LAS PALABRAS CLAVE / 2
102
dentro; imagínate la sorpresa al tomar un sorbo, la
rana saltando por la pista de baile, etc.
Bien, y así sucesivamente con las restantes pala-
bras según muestra la siguiente tabla:
103
cual nos permite saber en qué lugar tenemos me-
morizada cada palabra. Si en un momento dado
necesito saber qué aparece en séptima posición,
pienso en la palabra clave para el 7, que es hoja.
¿Qué término he asociado con hoja? Sombrero,
luego en séptimo lugar figura la palabra sombrero.
Por otro lado, los métodos expuestos en capítu-
los anteriores son muy eficaces para rememorar lis-
tas de palabras breves, no tanto para listas de pala-
bras largas. Con el método fonético no hay
ninguna limitación: solamente empleando nuestras
100 palabras clave ya estamos en condiciones de
memorizar una lista de 100 ítems sin ningún pro-
blema. Y llegado el caso, podemos seguir amplian-
do nuestra lista de palabras clave hasta donde sea
necesario.
Un recurso para llegar rápidamente hasta el 1.000
consiste en lo siguiente: partiendo de las 100 pala-
bras clave, tomamos un elemento, por ejemplo un
pilar —que recuerda la forma del 1— para repre-
sentar el número 100. A partir de este momento,
siempre que en la escena aparezca la palabra clave
junto con un pilar, al número de la palabra clave hay
que sumarle 100; si en lugar de un pilar interviene
un cisne —que recuerda la figura del 2—, en vez de
100 habrá que sumarle 200; un tridente —triden-
te=3— representa el 300… y así hasta 9. Ahora, la
figura de una hoja es el 7, pero una hoja con un pi-
lar es el 107, con un cisne será el 207, con un tri-
dente el 307, etc. (una combinación de las 100 pa-
labras clave con el casillero numérico).
104
No obstante, en el día a día, la cantidad de co-
sas que debemos memorizar son relativamente cor-
tas (lista de la compra, tareas pendientes, etc.). Es-
to hace que las palabras clave del 1 al 10 sean
mucho más utilizadas que las del 90 al 100, lo que
puede inducir a:
• Interferencias. Si tienes memorizadas varias
listas con las mismas palabras clave, puede
ocurrir que al pensar en una de ellas, la ima-
gen que te venga a la mente no sepas a cuál de
las listas corresponde.
• Olvido. Al no utilizar nunca una determinada
palabra clave, es posible que cuando la necesi-
tes no recuerdes cuál era.
Entonces resulta interesante utilizar la lista de
palabras clave por tramos.
Por ejemplo, si deseas llevar tu agenda semanal
de memoria, puedes asociar las tareas para el lunes
con las palabras clave del 10 al 19, martes con las
del 20 al 29, miércoles con las del 30 al 39, jueves
con las del 40 al 49, viernes con las del 50 al 59, sá-
bado con las del 60 al 69 y domingo con las del 70
al 79. Cuando quieras relajarte pensando en todo
lo que vas a hacer este domingo, bastará con que
repases los números a partir del 70 para evocar las
imágenes que asociaste con sus correspondientes
palabras clave.
Como vas a ir de pesca, no puedes olvidarte de
la cerveza —¡claro que no!—, de la gorra para el
sol, un ahuyentador de mosquitos, por si acaso,
etc. Entonces imaginarás una escena donde rela-
105
cionas feria (palabra clave para el 70) con cerveza,
foto (71) con gorra, Juan (72) con mosquito, etc.
Por cierto, que como no te queda cerveza en casa
tendrás que ir el sábado a comprar, por tanto, de-
bes imaginar otra escena de sierra (palabra clave pa-
ra el 60, sábado) con cerveza… En fin, puede que
pesques mucho o no, pero el día se te dará muy
bien porque, repasando las palabras clave, no te ha-
brás olvidado de nada.
El único inconveniente que presenta el método
fonético de palabras clave es que, al ser un sistema
más elaborado, requiere algo más de práctica para
dominarlo con fluidez, además del necesario paso
previo de elaborar la lista de 100 palabras clave y
familiarizarse con ellas. No obstante, el tiempo in-
vertido en aprenderlo bien merece la pena, pues sus
posibilidades son prácticamente ilimitadas (no en
vano se conoce también con el nombre de método
principal).
Así, habiendo adquirido un poco de práctica,
podemos hacer demostraciones de una memoria
prodigiosa. Pídele a un amigo que escoja 10 pala-
bras al azar y que, al mismo tiempo que las dice, las
vaya anotando en un papel. Mientras él escribe,
mentalmente vas creando la escena donde asocias
la palabra clave con el término que te ha mencio-
nado. A continuación, le pides que pregunte, de
forma aleatoria, qué palabra ha dicho en tal lugar.
Él dirá: «¿Cuál es la séptima palabra? ¿Y la tercera?
¿Y la quinta?». Para responderle, simplemente pien-
sas en la palabra clave para el 7, para el 3, para el 5.
106
Rememorando la escena que has creado con cada
palabra clave, sabrás la palabra que tu amigo ha
anotado en esa posición.
Y para terminar la demostración, le repites las
10 palabras del revés, desde la última a la primera.
Para ello basta con contar del 10 al 1, es decir, re-
memorar las palabras clave del 10, del 9, del 8…
hasta el 1.
Quien no conoce los métodos mnemotécnicos
se queda asombrado. Algunos artistas de variedades
incluyen en sus espectáculos demostraciones de
una memoria portentosa, pidiéndoles a los espec-
tadores que citen términos que después recordarán
en cualquier orden. En realidad, no hacen más que
aplicar el método fonético con las palabras clave y
adornarlo con una actuación muy teatral, por su-
puesto.
Otro ejemplo: un día vas por la calle y tropiezas
con un amigo al que hacía años que no veías. Os
saludáis sorprendidos: «¡Qué pequeño es el mun-
do! ¡Cuánto tiempo!». Preguntáis por la familia,
qué ha sido de su vida durante todo este tiempo,
etc. Pero el encuentro es breve porque tenéis que
seguir con vuestros quehaceres. «A ver si quedamos
un día para tomar una cerveza y charlamos, apun-
ta mi teléfono: 36 92 70…». Pues no, no necesitas
ir desesperado tras un lápiz y papel para anotar el
teléfono: ahora tienes la lista de palabras clave.
Conforme va diciendo los números, en tu mente
vas formando escenas con las palabras clave corres-
pondientes: mazo (36), pan (92), jarra (70)…
107
En otras circunstancias tendrías que escribir el
número en un papel para posteriormente analizar-
lo —descomponer el número en cifras de dos o tres
dígitos, buscar palabras que representen a estos nú-
meros, etc.—, pero ahora tienes una lista de pala-
bras clave para todos los números entre 0 y 100,
con lo cual, conforme van diciendo el teléfono, es-
tás imaginando las escenas que compondrán este
número con las palabras clave (tu amigo tiene un
mazo con el que está haciendo migas una barra de
pan, y como no sabe dónde guardarlas, las esconde
en una jarra…). Estás memorizando el número
conforme lo dice, ¡esto es eficacia! No tengas mie-
do de pedirle que repita su teléfono agrupando los
número de dos en dos y despacito, para que te dé
tiempo a formar las imágenes en tu cabeza. Des-
pués, puedes recitarle los números para comprobar
que los has memorizado correctamente. ¿Muy
complicado? En absoluto. Como siempre, sólo es
cuestión de práctica.
108
Saber más
4. CAMPEONATOS DE MEMORIA
109
su memoria se basa exclusivamente en una minu-
ciosa e intensa preparación. ¿Cómo logran recordar
tantos datos? Empleando métodos mnemotécnicos
—como los que se describen en este libro— y mu-
chas, muchísimas horas de entrenamiento.
Uno de los participantes que más renombre ha ad-
quirido en esta competición es Dominic O’Brien,
ocho veces campeón del mundo y autor de varios
libros. Ha llegado a desarrollar métodos propios a
los que presta su nombre —en realidad, adaptacio-
nes de métodos clásicos—, enfocados principal-
mente a superar las pruebas de este campeonato.
110
Capítulo 12
LA BIBLIOTECA MENTAL
111
1. Que la biblioteca tenga este libro
Evidentemente en la biblioteca no me podrán faci-
litar un libro que no tienen. De igual forma, no-
sotros no podemos recordar algo que primero no ha
entrado en nuestra memoria. Es el clásico ejemplo
de las llaves.
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez que al sa-
lir de casa e ir a coger las llaves, no recuerda dónde
las ha dejado? Esto se debe a que no prestamos
atención a nuestros actos; cuando llegamos a casa
nuestra mano soltó las llaves en algún sitio, pero nues-
tro pensamiento estaba en otra cosa y no hemos si-
do conscientes de dónde las hemos dejado. Por
tanto, no vamos a poder recordar dónde están por-
que nunca lo hemos sabido.
A mí esto me ha ocurrido con el coche. En cier-
ta ocasión estuve trabajando en un sitio donde era
complicado encontrar aparcamiento, normalmente
había que dar un par de vueltas por las calles de al-
rededor en busca de algún hueco. Esto hacía que ca-
da día estacionara en un sitio distinto, y muchas ve-
ces, cuando salía de trabajar, no era capaz de
recordar dónde había dejado el coche. Una vez estu-
ve más de media hora buscando a ver dónde demo-
nios lo había aparcado, recorriendo a pie todas las
calles de alrededor (llegué incluso a plantearme si era
posible que alguien hubiese tenido la brillante idea
de robar mi viejo cacharro desvencijado).
Evidentemente, decidí que no me volvería a
ocurrir. A partir de entonces, cada día, al bajar del
coche presto atención al lugar donde estaciono, si
112
está frente a un edificio o una casa, de qué color es-
tá pintada, si tiene muchas o pocas ventanas, si ha-
ce esquina o está a media calle, cómo es la acera,
nueva o llena de baches, si hay cerca una panade-
ría, un taller o algún tipo de comercio, si he apar-
cado al lado de una farola o bajo un árbol que da
sombra a mediodía, etc.
Esto es suficiente para que nunca haya olvidado
dónde he estacionado el coche. Lo curioso del ca-
so es que, sin habérmelo propuesto, cuando llega el
domingo aún soy capaz de recordar dónde he apar-
cado el lunes, dónde el martes, el miércoles…
Es decir, el primer paso para una buena memo-
ria es prestar atención a aquello que queremos re-
cordar. De ahí que muchos ejercicios de memori-
zación estén enfocados a reforzar nuestra capacidad
de concentrarnos y prestar atención. De ahí tam-
bién que los métodos mnemotécnicos se basen en
imaginar escenas extrañas, insólitas… ¡que llamen
nuestra atención!
Así pues, si quieres acordarte de dónde tienes las
llaves, cuando las sueltes fíjate bien dónde las estás
dejando. Y además, dilo en voz alta: «Estoy dejan-
do las llaves sobre el televisor que, por cierto, tiene
un palmo de polvo porque hace tres semanas que
no lo limpio...». No necesitarás más para recordar
dónde están las llaves (y también que tienes pen-
diente limpiar el televisor).
Una puntualización: siempre que hablamos de
atención, invariablemente surge otra palabra ínti-
mamente relacionada con ella: interés. Está en la
113
naturaleza humana prestar atención solamente a
aquello que nos interesa.
Es el ejemplo también clásico del chaval que, te-
niendo problemas en la escuela, puede recitar el
nombre, edad y nacionalidad de todos los jugado-
res de su equipo de fútbol sin ninguna dificultad.
¿Cómo es posible que tenga tan buena memoria
para unas cosas y tan poca para otras? La respuesta
es sencilla: como buen aficionado, no pierde deta-
lle de lo que ocurre en su equipo de fútbol, mien-
tras que las lecciones del profesor le resultan tedio-
sas y anodinas.
Por eso, siempre que emprendamos una activi-
dad es bueno buscar una motivación, es decir, en-
contrar ese aspecto que nos permitirá aprovechar
nuestro esfuerzo en favor de algo que realmente
nos interesa. Por ejemplo, en el caso del chaval que
se aburre con las fórmulas matemáticas del seno y
coseno, si le explicas que mediante trigonometría
puede medir la altura de un árbol —y sin moverse
del suelo—, quizá empiece a ver los números de
otra forma.
114
Haz la siguiente prueba: toma un diccionario y
busca una palabra de dos sílabas que empiece por
«tu». Como en el diccionario todos los términos
vienen ordenados alfabéticamente, la tarea no ha
de suponer ningún problema. ¿Cuánto tiempo has
tardado? Ahora busca otra palabra de dos sílabas
que termine en «tu»; ¡ojo! que termine en «tu». En
este caso, el orden del diccionario no vale de nada
y es como si todos los términos estuviesen dispues-
tos al azar. ¿Cuánto tiempo has empleado esta vez?
Pues esa es la diferencia entre el orden y el caos.
San Agustín lo expresó con la siguiente frase: «El
orden conduce a Dios, el desorden al diablo».
Así pues, cualquier cosa que queramos aprender,
tanto si se trata de la lista de los reyes godos como
si es la lista de la compra, la recordaremos más fá-
cilmente si primero la «catalogamos». Esto implica
tres acciones:
115
mente se identifican con una serie de números (di-
rección ip), sin embargo, recordamos antes una palabra
como «google» que la combinación «216.239.39.104»
(y ambas cosas son lo mismo).
En otras palabras, que para memorizar algo pri-
mero hemos de tenerlo claro, y si es algo que des-
conocemos, habrá que recurrir a alguna estratage-
ma que le dé sentido. ¿Recuerdas cuando en un
capítulo anterior recurría a la imagen de un ma-
yordomo llamado Ambrosio ofreciendo bombones
en forma de A para representar la palabra ambro-
sía? Pues de eso se trata.
116
en la cocina lo primero que veo es la alacena, a con-
tinuación aparece el frigorífico, más adelante está
el fregadero, ¿qué falta en cada sitio? Patatas y arroz
para la alacena, leche y huevos en el frigorífico, de-
tergente en el fregadero. Luego en el supermercado
repasaré nuevamente esta ruta —alacena, frigorífi-
co, fregadero— y al igual que con los planetas del
Sistema Solar, lograré recordar todos los artículos
más fácilmente, siguiendo este orden sin emplear
método alguno.
He conocido estudiantes de Derecho que literal-
mente destrozan los libros de leyes para reordenar los
artículos de tal forma que aparezcan expuestos si-
guiendo un criterio más lógico y fácil de memorizar.
117
puedo imaginar cómo se le cae la baba de ver la co-
mida tan sabrosa que están sirviendo en el bufé
que, por cierto, tiene las mesas decoradas con esta-
tuas de antiguos dioses mitológicos. Así, aunque se
me olvide el nombre del mayordomo, sé que es al-
go relacionado con comida muy sabrosa, comida
de dioses.
119
actividades físicas también repercute en favor de la
memoria.
Si a pesar de todo nos vemos en la situación de
que no logramos recordar algo, aún queda un últi-
mo recurso. Pensemos de nuevo en nuestra biblio-
tecaria que, al ir a coger el libro, resulta que no es-
tá en el sitio donde se supone que debería estar.
Bueno, habrá habido alguna confusión pero, ¿có-
mo encontrarlo? Cabe una posibilidad, y es que si
se trata de un libro de matemáticas, quizá esté al la-
do de otros libros de matemáticas; es decir, no hay
ninguna garantía, pero puede que encuentre nues-
tro libro buscando junto a otros que tratan del mis-
mo tema.
Traducido esto a los hechos que nos atañen, sig-
nifica que cuando no logremos recordar algo, pue-
de ser de ayuda pensar en todo aquello relacionado
con el asunto que tratamos de recuperar.
Siguiendo con el ejemplo de las llaves que men-
cionábamos al principio, ¿dónde sueles llevarlas?,
¿en el bolso? De acuerdo, piensa en el último bol-
so que cogiste con las llaves, ¿dónde lo tienes?, ¿qué
otras cosas llevabas?, ¿qué ropa vestías?, ¿llevabas
bolsillos? Es fácil que, si tenías las manos ocupadas,
guardaras las llaves en un bolsillo. ¿O quizá, como
venías cargado con la compra, las dejaste sobre la
mesa de la cocina?, etc.
Otro ejemplo: en un momento dado necesitas
de aquella fórmula que aprendiste en la escuela pa-
ra calcular la longitud de una circunferencia. ¿Có-
mo era? Quizá resulte de ayuda recordar al profe-
120
sor de matemáticas, el pupitre donde te sentabas, el
compañero del que intentabas copiar en los exá-
menes, la libreta con las fórmulas del triángulo, del
cuadrado, etc.
Si esta técnica da algunos resultados es porque
cuando hacemos o aprendemos algo, involuntaria-
mente solemos vincularlo al contexto de ese mo-
mento. Resulta curioso, pero no es menos cierto,
que una cosa que leímos descansados en una tum-
bona en la playa la recordaremos más fácilmente si
volvemos a estar recostados que de pie, mejor en la
playa que dentro de una habitación.
Si te fijas en el detalle, los futbolistas —y depor-
tistas en general— cuando juegan en el extranjero
suelen salir de casa con unos días de antelación, pa-
ra familiarizarse y poder entrenar en el estadio don-
de al día siguiente tendrán que competir. Es más
fácil repetir una jugada en el mismo sitio donde ya
la has realizado alguna vez, que no en un lugar des-
conocido.
Los libros de texto que se estudian en las escue-
las suelen estar profusamente ilustrados, porque es
posible que durante el examen no recuerdes una
respuesta, pero sabes que estaba en la página don-
de aparecía tal dibujo, y al pensar en el mismo, tal
vez te venga la respuesta allí expuesta.
121
Saber más
122
Pero si algo destacaba por encima de lo demás
era su habilidad para el cálculo. Así, se cuenta que
cuando estuvo listo para funcionar uno de los pri-
meros ordenadores, propusieron un problema, para
ver si la máquina respondía correctamente. Empe-
zando al mismo tiempo, Von Neumann fue capaz
de hallar el resultado antes que la computadora. Si
bien la potencia de cálculo de los primeros ordena-
dores hoy nos puede parecer irrisoria, comparada
con la de una persona era netamente superior.
En uno de sus últimos trabajos, El ordenador y el
cerebro, publicado tras su muerte por la universidad
de Yale en 1958, Von Neumann realiza el cálculo de
cuánta información puede almacenar nuestra memo-
ria, la memoria humana. Partiendo de la base de que
a través de los sentidos cada neurona recibe unos 14
estímulos por segundo, si en el cerebro encontramos
aproximadamente unas 1010 neuronas, multiplicado
por un promedio de vida de 60 años (lo que equiva-
le a 2 x 109 segundos), el resultado es 14 x 1010 x 2 x
109 = 2,8 x 1020 bits, o lo que es lo mismo,
35.000.000.000.000.000.000 bytes.
Considerando que los ordenadores requieren de
un byte para representar una letra, esto podría tra-
ducirse en un libro compuesto por 35 trillones de
letras (el voluminoso Quijote de Cervantes, su-
mando prólogo, primera y segunda parte, apenas
supera los dos millones).
Sin embargo, hay algunos argumentos que inva-
lidan estos cálculos. En primer lugar, no está claro
que nuestra memoria almacene toda la informa-
123
ción que nos llega a través de los sentidos. Es más,
las investigaciones parecen señalar la existencia de
un proceso inhibidor que filtra los datos que llegan
a nuestro cerebro, por lo que es imposible estable-
cer una medida de cuánta información almacena
nuestra memoria en un período dado de tiempo.
Además, las neuronas no son algo tan simple co-
mo un transistor (la biología de una neurona es
más compleja que un «0 o un 1»). Por otro lado,
basar los cálculos en un promedio de vida implica
estar cambiando la capacidad de la memoria cada
vez que este promedio varía (si hubiéramos nacido
en la época del Imperio romano, donde la media
de vida apenas alcanzaba los 30 años, ¿tendríamos
la mitad de memoria que tenemos hoy?).
Von Neumann falleció a la edad de 54 años
aquejado de un cáncer de huesos, quizá inducido
por la radiación a la que estuvo expuesto durante
su participación en el proyecto «Manhattan».
124
Capítulo 13
ELEGIR Y RECORDAR
CONTRASEÑAS
Contraseñas seguras
Existen dos normas de seguridad básicas a la hora
de utilizar contraseñas:
1. Nunca repetir la misma contraseña. Cada co-
sa debe tener su contraseña propia, distinta
de las demás, de tal forma que si alguien lo-
gra descubrir una, bueno, tendrá acceso a ese
servicio, pero no a los demás, que siguen pro-
tegidos con otras contraseñas distintas.
2. Jamás anotar la contraseña. Escribir la contra-
seña es correr el riesgo de que alguien la lea y,
por tanto, que pueda hacerse pasar por no-
sotros, con todos los problemas que eso puede
conllevar.
Cumplir estas normas implica tener memoriza-
das un conjunto más o menos extenso de contrase-
ñas, cuestión que para el común de los mortales su-
pone un verdadero incordio, a no ser que hagamos
uso de principios mnemotécnicos.
En primer lugar, veamos cómo recordar contra-
señas relativamente sencillas, como el pin de nues-
tro teléfono móvil o la clave para operar en un ca-
jero automático. Aunque poco a poco se irán
imponiendo sistemas biométricos (lectura de la
huella dactilar, o del iris, o de las venas de la mano,
126
etc.), aún es común que nos identifiquemos con
una clave numérica de cuatro dígitos.
Aunque parezca que fue el otro día, el primer ca-
jero automático lo puso en marcha Barclays Bank en
el norte de Londres en 1967. El número de dígitos
—que originalmente iban a ser seis—, se debe a que
la mujer del inventor, John Sheperd-Barron, duran-
te una conversación en la cocina le dijo que ella no
se veía capaz de recordar una cifra con más de más
de cuatro números.
La mayoría de las personas optan por elegir ci-
fras que les son familiares, como fechas de naci-
miento —muy popular—, la matrícula del coche,
documento de identidad, o incluso alguna combi-
nación de los mismos números que aparecen en la
tarjeta. Esto hace que dar con la contraseña sea una
tarea relativamente fácil, habitualmente sólo re-
quiere unos pocos intentos. Elegir números com-
pletamente al azar, que no guarden relación con
nosotros ni con ningún familiar, es más seguro, pe-
ro también más difícil de recordar, salvo que le de-
mos algún sentido.
Para este propósito podemos utilizar el código fo-
nético. Por ejemplo, alguien que se llame Juan Díaz
podría utilizar como clave la cifra 7216 (Juan = 72,
Díaz = 16).
No obstante, este ejemplo no es muy acertado,
pues presenta un par inconvenientes. Primero: al-
guien que también conozca el código fonético va a
dar en seguida con nuestra clave, pues sigue siendo
un dato relacionado con nosotros mismos (¡nues-
127
tro propio nombre!). Segundo: si tenemos que
identificarnos en varios sitios porque, por ejemplo,
tenemos varias tarjetas de crédito, ¿a cuál de ellas
corresponde esta clave?
Bien, la solución es escoger una contraseña que
guarde cierta relación, no con nosotros, sino con el
sitio donde la utilizamos. Es decir, para la tarjeta
del banco «Caja Pepe» no emplees una cifra como
4799 —es muy obvia (Caja = 47, Pepe = 99)—,
pero si te llama la atención la fachada de este ban-
co, pintada de un color rojo muy vivo, podrías se-
leccionar la cifra 4507 (color = 45, rojo = 07); o si
la entrada está decorada con una planta muy lla-
mativa, otra opción sería la cifra 9521 (planta).
Así, recordar la clave de cada banco es muy fácil
(el de color rojo, 4507; el de la planta, 9521) y quien
quiera adivinar tu contraseña, aun cuando conozca
el código fonético, lo tiene realmente complicado,
pues ésta no constituye ningún dato obvio (salvo
que vayas comentando a todos lo llamativa que te
resulta la fachada roja del banco, claro).
Ahora consideremos el tema de las contraseñas
que utilizaremos frente al ordenador.
Las normas para crear una clave segura nos di-
cen que ésta debe formarse con letras mayúsculas
y minúsculas, que también debe incluir números
—algo así como «kI8hR45m»— y que además de-
be ser fácil de memorizar. Aquí se da una de esas
curiosas incongruencias de la informática, porque,
vamos a ver, ¿cómo va a ser fácil memorizar algo
del tipo «kI8hR45m»? Es lo mismo que cuando el
128
ordenador detecta algún problema con el teclado y
aparece en pantalla un mensaje diciendo que pul-
ses cualquier tecla para continuar («Keyboard Fai-
lure. Press any key to continue»). Pero si el teclado
está averiado, ¿de qué va a servir pulsar una tecla?
No obstante, todo tiene su razón de ser.
Supongamos por un instante que deseo acceder
a un apartado de tu ordenador protegido por con-
traseña. Sólo una clave separa mis manos de esos
datos confidenciales, una clave que voy a tratar de
descifrar.
Empezaré probando cosas obvias, como Car-
los95 (nombre + año de nacimiento). O quizá uti-
lices el nombre de tu novio/a, o de tus hijos/padres,
etc. ¿Tienes un perro, un gato o alguna mascota?
También lo intentaré con su nombre. ¿Eres aficio-
nado al fútbol? Pues probaré con nombres de fut-
bolistas, del estadio, etc. Las posibilidades de acer-
tar son más elevadas de lo que en principio puedas
suponer, pues aproximadamente un 50% de las
contraseñas se forman con palabras de cosas muy
próximas al usuario, principalmente derivadas de
la familia y aficiones.
Si no acierto con ninguna de estas cosas proba-
ré a teclear términos como solrac («carlos» escrito
del revés), o K@rl0z (K en lugar de C, @ en vez de
a, un 0 en vez de o, etc.). Y, cómo no, también lo
intentaré con algo del estilo «111111» o «aaaaaa»
(se calcula que aproximadamente el 10% de los
usuarios forman contraseñas simplemente repitien-
do varias veces la pulsación de una misma tecla).
129
Si al cabo de 10-15 minutos tecleando varias
combinaciones aún no he logrado dar con la con-
traseña, pasaré a la siguiente fase: iniciaré un ata-
que por diccionario. Esto consiste en ejecutar un
programa informático que de forma automática va
probando, una por una, todas las palabras del dic-
cionario hasta dar con aquella que permita el acce-
so. Así, si tu clave es algún término como planeta,
juguete, lavabo, etc., sólo será cuestión de pocos
minutos que el programa acierte con dicha contra-
seña. Incluso si tus vacaciones en Brasil te inspira-
ron algún término como saudade, no hay problema,
pues mi programa también maneja diccionarios de
varios idiomas.
Si después de todo esto aún no he conseguido
descubrir tu contraseña —vaya, has sido lo bastan-
te listo como para utilizar algo que no logro adivi-
nar y que además no figura en ningún dicciona-
rio—, todavía me queda un último recurso: iniciar
un ataque por fuerza bruta. Consiste en poner en
marcha un programa informático que vaya pro-
bando todas las combinaciones de letras, empezan-
do por aaaaaa, aaaaab, aaaaac... hasta zzzzzz. Este
método es infalible, pues sea lo que sea lo que uti-
lizas como contraseña, tarde o temprano el progra-
ma dará con ello.
Ciertamente, el número de combinaciones es
muy elevado, pero también debemos considerar que
los ordenadores son bastante rápidos. En Internet se
hizo popular una tabla de tiempos donde se calcula-
ba que una contraseña de seis letras podía descifrar-
se, por fuerza bruta, en apenas 5,15 minutos.
130
Ahora bien, si esa misma contraseña, en lugar de
escribirse sólo en minúsculas incluyera alguna letra
mayúscula, un número o incluso caracteres del tipo
@, #, $, etc., el número de posibles combinaciones
aumentaría exponencialmente y, por consiguiente,
también el tiempo necesario para descifrarla, que
pasaría de apenas cinco minutos a más de ocho
días. Y si en lugar de seis estuviera formada por
ocho caracteres (tan sólo dos más), el tiempo reque-
rido para descifrar esa contraseña pasaría de ocho o
nueve días a más de doscientos años.
Así pues, damos por sentado que cualquier con-
traseña puede ser descubierta mediante fuerza bru-
ta, pero si elegimos algo lo suficientemente com-
plejo (por un lado, que nadie pueda adivinarlo; por
otro, que la cantidad de combinaciones sea eleva-
dísima), el tiempo necesario para dar con ella será
tan grande, que prácticamente se convierte en in-
descifrable. De ahí que una contraseña segura deba
constar, como mínimo, de ocho caracteres, y debe
estar formada con letras minúsculas, mayúsculas y
también algún número.
132
bra base, a partir de ella generaremos las contrase-
ñas para los servicios de correo electrónico: para
Hotmail podría ser ePalomaHotmail y para Gmail
ePalomaGmail. Pero ahí nos faltan números, así
pues, cambiemos el nombre del servicio por su co-
rrespondiente número según el código fonético:
ePaloma135 para Hotmail (Hotmail = 135) y ePa-
loma835 para Gmail (Gmail = 835)
Sin embargo, estos números son muy evidentes.
Seamos más originales: Hot, de Hotmail, significa
caliente, mientras que la G de Gmail proviene del
buscador Google. Así pues, sustituyamos Hotmail
por caliente (4521) y Gmail por Google (885).
Nuestras contraseñas definitivamente quedarán
así: ePaloma4521 para el correo electrónico de
Hotmail y ePaloma885 para el correo electrónico
de Gmail. Ambas cumplen las normas de seguri-
dad (más de ocho letras, combinando minúsculas,
mayúsculas y números), pero sobre todo, son muy
fáciles de recordar, pues el propio servicio nos in-
dica cuál es la contraseña que le corresponde.
133
ta señale cuál fue la clave que en su día seleccio-
naste. Pero cuidado, la respuesta a la pregunta secre-
ta debe indicar la contraseña, no ser la contraseña.
134
donde se requiere una contraseña nueva todos los
meses (o incluso todos días, si se exige un nivel de
seguridad alto). Para mantener cierta seguridad se
aconseja cambiar las claves cada 90 días o una vez
al año, ¡qué menos!
Puesto que el trabajo de estar improvisando nue-
vas contraseñas cada dos por tres resulta bastante in-
grato, no es de sorprender que la mayoría de usua-
rios recurran a series predefinidas. Es decir, se crea
una serie tipo a, b, c, etc. y cada vez que hay que
cambiar la clave, se usa el siguiente elemento al ac-
tual (si en enero utilizábamos la contraseña a, en fe-
brero emplearemos la b, en marzo la c, etc.). Hay
quien se ha inspirado en la religión, usando como
clave nombres de personajes bíblicos; otros ponen el
nombre de bares que frecuentan, y no son pocos los
que sencillamente utilizan como contraseña el nom-
bre del mes en curso: enero, febrero, marzo, etc.
Bien, emplear la estrategia de series predefinidas
para contraseñas que deben cambiarse periódica-
mente creo que es una buena opción, siempre que
sepamos camuflarlas para lograr un adecuado nivel
de seguridad. En primer lugar, seleccionemos una
clave segura y fácil de recordar, como pueda ser
RadioRadio87. A partir de ella, podríamos crear
una serie como RadioRadio87Enero, RadioRa-
dio87Febrero, RadioRadio87Marzo, etc.; sin em-
bargo, alguien que descubriese nuestra contraseña
de enero fácilmente podría deducir el resto de con-
traseñas para todo el año.
Solucionaremos el problema empleando una
técnica similar al método del abecedario. Como re-
135
cordarás, en el método del abecedario construía-
mos una tabla donde cada letra estaba representa-
da por un objeto que identificaba a la letra en cues-
tión. Pues bien, si debemos cambiar nuestra
contraseña mensualmente, construyamos una tabla
donde cada mes esté representado por un objeto
que lo identifique, objeto que utilizaremos para
formar nuestra clave. Por ejemplo, enero es un mes
de invierno, un mes muy frío (enero = frío); febre-
ro es el mes de los carnavales, donde no puede fal-
tar música, como la samba (febrero = samba); mar-
zo es cuando se celebra el día del padre, por san
José (marzo = papá); etc.
Así, mis contraseñas serán RadioRadio87Frio
para enero, RadioRadio87Samba para febrero, Ra-
dioRadio87Papa para marzo, etc. Aún cuando al-
guien descubra la primera contraseña, incluso aun-
que llegue a relacionar frío con enero, tiene muy
complicado saber cuál será mi siguiente clave, pues
sabe Dios qué habré elegido para febrero. El resul-
tado es un sistema de contraseñas seguras fácil de
componer y, sobre todo, fácil de recordar.
136
Hoja de ejercicios
5. REFLEJOS
137
Bloque 3: dibuja a la derecha Bloque 4: dibuja a la izquierda
el reflejo de la figura izquierda. el reflejo de la figura derecha.
138
Capítulo 14
MEMORIZAR NOMBRES
139
dar nombres. En un segundo paso aprenderemos
cómo asociar ese nombre a un rostro. Empecemos.
Memorizar nombres
¿Cómo acordarse de un nombre? Vamos a analizar
nuestras posibilidades a través de un ejemplo. Su-
pongamos que estoy en la peluquería. Mientras lle-
ga mi turno, hojeo una revista que haga más entre-
tenida la espera. La casualidad me lleva a leer un
artículo sobre aves que resulta muy interesante; pa-
ra los que deseen profundizar más en el tema, a pie
de página se recomienda un libro escrito por el
doctor… Perfecto: voy a memorizar el nombre de
este doctor, autor del libro recomendado, para des-
pués buscarlo en la librería.
Aunque parezca obvio, el primer paso es leer co-
rrectamente el nombre con cuidado de no omitir o
cambiar de sitio alguna letra. Por ejemplo, es fácil
confundir «Peres» con «Pérez», o sustituir «Llam-
brich» por «Lambrich» (omisión de una l). Y crée-
me, luego resultará muy difícil encontrar el libro
de un autor inexistente.
Una vez seguros de haber leído correctamente el
nombre, tenemos tres opciones.
140
jito en una mano y un lápiz en la otra, escribiendo
el libro conforme observa al animal. Cuando llegue
a la librería recrearé la escena del escritor con un
ave en la mano. ¿Quién escribía? Mi primo Félix,
luego el autor del libro se llama Félix.
Si no tengo ningún familiar, pero el nombre
coincide con el de un conocido futbolista, pues
compondré una escena de este futbolista sentado
en medio del campo de fútbol, con el balón en los
pies, el parajito en una mano y el lápiz en la otra,
escribiendo un libro sobre aves. Puede resultar ab-
surdo, pero ya sabes que cuanto más improbable
sea la escena, mejor nos acordaremos de ella. Acto-
res, deportistas, políticos…, cualquier personaje co-
nocido estará encantado de prestarnos su nombre.
142
muy bien (pronuncia la s como z ceceo) y que a to-
dos los que ve les pide un beso con urgencia: «Bezo
¡ya!». Nuestro autor, siempre que ve a alguien inte-
rrumpe su escritura para salir a pedirle un beso.
En resumen, se trata de fijarse bien e improvi-
sar alguna estratagema que nos recuerde el nom-
bre en cuestión de la forma más fiel posible. Aquí
es donde verdaderamente toma cuerpo la frase:
«Para tener memoria, hay que tener astucia». Al-
gunos ejemplos:
— A Hurtado lo han atracado, robado, hurta-
do (hurtar y robar son sinónimos).
— A Valverde le han dado en el supermercado
un vale verde (vale + verde = Valverde).
— A Bennasar siempre le llaman para asar po-
llos (ven a asar = Bennasar).
— A Andersen le gustaría visitar los Andes en
compañía (Andes en = Andersen).
— Kawalski es un hombre muy cabal al que le
gusta el esquí (cabal + esquí = Kawalski).
— Etc.
Como observarás, no siempre utilizo elementos
que coincidan exactamente letra a letra con el
nombre, sino que me conformo con aproximacio-
nes. Es porque normalmente primero hemos pres-
tado atención a cómo se escribe el nombre, y lo sa-
bemos bien, por lo que tan sólo necesitamos una
pequeña indicación que nos de pie a recordarlo. Y
en ese punto una similitud resulta suficiente.
143
Si aun con todo necesitas asegurarte de recordar
perfectamente todas las letras —porque has de es-
cribirlo en una carta o un examen, o buscar refe-
rencias en la biblioteca, etc.—, seguramente ten-
drás que recurrir a escenas más elaboradas. Un
nombre complejo como «Shakespeare» podría re-
presentarse como un Sha que espera arena: Sha (Sha
de persia), k (que), espe (espera), are (arena). Ade-
más podría ir asociado con el número 3143, un
número de cuatro dígitos —porque el nombre lo
hemos dividido en cuatro partes— donde cada dí-
gito indica un número de letras: Sha = 3, k (que) = 1,
espe (espera) = 4, are (arena) = 3.
Como último recurso, si no hay forma de dar
con una composición que coincida con las mismas
letras del nombre, siempre podemos recurrir a las
imágenes del método del abecedario —donde cada
letra estaba representada por un objeto— y con los
objetos correspondientes a las letras del nombre
formar una pequeña historia. Así, «Abba» estaría
compuesto por una abeja (a) dos burros (bb) y otra
abeja (a): podemos imaginar una abeja (a) persi-
guiendo a dos burros (bb) hasta que éstos se dan
cuenta de que, «¡vaya, si nosotros somos dos y ella
sólo una!»; entonces se dan la vuelta y son ellos los
que empiezan a perseguir a la abeja (a).
Recordar nombres
Bien, ahora que ya sabemos cómo memorizar un
nombre, vamos con el siguiente paso. Nos están
presentando a alguien, ¿cómo recordar su nombre?
144
Como ya supondrás, lo primero es prestar aten-
ción y oír bien cómo se llama esta persona (no re-
sulta muy práctico memorizar nombres equivoca-
dos). No pasa nada por decir: «Perdón, ¿cómo ha
dicho?», o bien: «Ha dicho Gómez, ¿verdad?», y ase-
gurarnos de que lo hemos entendido correctamente.
Muchos autores recomiendan durante la con-
versación repetir de viva voz, y siempre que surja la
ocasión, el nombre que estamos tratando de me-
morizar. «¡Ah! Señor Gómez, pues tengo unos pa-
rientes que también se apellidan Gómez. No ten-
drá usted parentesco con los Gómez de la comarca
de… Ha sido un placer, señor Gómez. Espero que
podamos volver a vernos pronto. Hasta pronto, se-
ñor Gómez.» Está claro que la repetición es un fac-
tor que ayuda a la memorización, pero tampoco
hay que exagerar. Si bien oír en boca de otros el
nombre de uno mismo resulta halagador, que se lo
tomen a broma provoca el efecto contrario, y no
parece serio tener alguien repitiendo nuestro nom-
bre sin cesar. Así pues, seamos cautos: si surge oca-
sión pronunciemos el nombre (por ejemplo, al des-
pedirnos), pero no forcemos la conversación.
El factor importante es nuestra capacidad de ob-
servación. En el ejemplo anterior en el que debía-
mos memorizar el nombre del autor de un libro, en
nuestra mente componíamos una escena en la que
asociábamos la imagen del escritor con otros ele-
mentos que nos recordaban el nombre del mismo.
En este caso procederemos igual, pero asociando
elementos que nos evocan el nombre con rasgos
propios del individuo.
145
Por ejemplo, cuando me presentan a Sebastián
observo que cojea un poco. La iconografía cristiana
siempre representa a san Sebastián atravesado de fle-
chas, así que imagino a mi nuevo amigo con una fle-
cha clavada en la pierna que le impide andar bien, y
por eso cojea. Cuando vuelva a verle con su paso
desequilibrado pensaré en la flecha en la pierna y eso
me llevará a recordar su nombre, Sebastián.
De ahí la importancia de ser buenos observado-
res: al ver a la persona debemos fijarnos en algún
detalle suyo característico que destaque y con el
que asociaremos su nombre. De esta forma, al vol-
ver a verle, ese rasgo particular nos evocará el nom-
bre en cuestión.
Veamos algún otro ejemplo:
— En una fiesta me presentan a Carmen, que
es un nombre que siempre relaciono con la
ópera de Bizet. Si es una chica de voz bri-
llante, en mi mente compondré una escena
en la que aparece cantando en el escenario
de una ópera; si va muy bien vestida, la ima-
ginaré bajando por las escaleras de la ópera
con un elegante vestido.
— Por el contrario, si me presentan a Amparo,
que a mi gusto viste bastante mal, la imagi-
naré recogiendo ropa en la beneficencia,
donde a todos dan amparo.
— Cuando me presentan a Ana observo que
tiene unos dedos muy finos, excelentes para
escribir a maquina: la imaginaré mecanogra-
146
fiando unos apuntes como la secretaria de la
oficina, que también se llama Ana.
— Rosa lleva un bonito peinado, donde sólo
falta una flor (una rosa, por supuesto).
— Sandra tiene una pequeña cicatriz en la ma-
no, me la imagino con una herida por don-
de sangra (Sandra y sangra son dos palabras de
sonido muy similar).
Al cabo de un rato, cuando las vea por la fiesta,
no tendré problema ninguno en recordar sus nom-
bres: la del bonito vestido es Carmen (bajando por
la escalera de la ópera); la que parece que viste con
harapos es Amparo (sacando los trapos de la bene-
ficencia); la chica de dedos finos es Ana (mecano-
grafiando notas como la secretaria de la oficina); la
del bonito peinado es Rosa (con la flor en el pelo);
y la de cicatriz en la mano, Sandra (sangra).
Si observas bien, he empleado las tres técnicas
mencionadas al principio del capítulo: Ana y Car-
men las he relacionado con otras personas conoci-
das del mismo nombre (en este caso Carmen es un
personaje ficticio, pero sirve perfectamente a nues-
tro propósito); Amparo y Rosa son términos co-
munes, con lo cual es fácil relacionar el nombre
con su significado; y para Sandra he recurrido a
una palabra sustituta, sangra, que suena muy pare-
cido al nombre real.
Con un poco de práctica nuestra habilidad para re-
cordar nombres mejorará de forma notable. Cuen-
tan que el general romano Publio Escipión era ca-
147
paz de llamar por su nombre a cada uno de sus
35.000 soldados. ¡Ánimo!
Debo señalar, no obstante, que los tratados clá-
sicos de memoria insisten en relacionar el nombre
con algún detalle físico del rostro: unas orejas gran-
des, una nariz espigada, unos labios finos, unas ce-
jas pobladas, etc.
La razón es obvia, y es que una persona puede
cambiar de vestido, de peinado, de trabajo, de ciu-
dad, etc. y si asociamos el nombre con un traje de
noche, por ejemplo, cuando esta persona cambie
de ropa nos veremos en dificultades para recordar
su nombre. Así, si vuelvo a ver a Carmen —la del
elegante vestido— pero en el parque haciendo de-
porte con un chándal, el chándal no me va a evo-
car la escena de la ópera (que al fin y al cabo es el
elemento que me señala el nombre de Carmen).
De ahí que se recomiende imaginar escenas en las
que se asocia el nombre con algún rasgo menos
proclive al cambio, como pueda ser la forma de la
nariz, de los ojos, del mentón, etc. Leonardo da
Vinci recomendaba, en sus escritos sobre pintura,
fijarse en la frente, la nariz, la boca y la barbilla;
siempre ha sido una incógnita por qué no mencio-
na los ojos, siendo éste un elemento tan caracterís-
tico del rostro.
Sin embargo, personalmente me encuentro más
cómodo haciendo asociaciones con otros detalles
que no con rasgos faciales, por lo que muchas ve-
ces debo echar mano de un recurso muy útil. Con-
siste en volver al momento en que conocí a la per-
148
sona, rememorar la situación, el entorno y la esce-
na que compuse en mi mente cuando me la pre-
sentaron. Es decir, si vuelvo a ver a Carmen en el
parque, independientemente de cómo esté vestida,
pensaré en el momento en que la conocí, en aque-
lla fiesta en la que lucía un elegante vestido, y en la
escena en que la imaginé bajando por las escaleras
de la ópera, lo que me llevará a recordar su nom-
bre. En resumen, bien sea andando por un camino
u otro, la conclusión es que se llama Carmen.
Y aunque he estado empleando ejemplos senci-
llos, si se presentara el caso de querer memorizar
nombre más apellido, esto no debería suponer nin-
gún problema. Por ejemplo, si nos presentan al se-
ñor Bernardo Morán, lo imaginaré a cuatro patas
en el suelo (imitando un perro San Bernardo, con su
pequeño tonel de aguardiente incluido) y con un
ojo morado (de Morán). Si este señor además es
contable, puedo enriquecer la escena del San Ber-
nardo rescatando a alguien, no de la nieve, sino de
entre un mar de hojas contables. Todo es cuestión
de práctica e imaginación.
En cierta ocasión me contaba un amigo que pa-
ra acordarse de Demetrio lo imaginaba vestido de
soldado romano, con las sandalias, casco emplu-
mado, lanza y escudo, pues era un nombre que le
recordaba mucho a las películas de romanos. A mí,
siempre que me presentan a alguien llamado Paco
lo imagino en la peluquería cortándose el pelo o
afeitándose la barba o cualquier cosa similar. ¿Por
qué? Pues simplemente porque mi peluquero se
llama Paco, así que a todos los Pacos los imagino
149
en la peluquería. Cuando tratando de recordar el
nombre de alguien me viene a la mente una escena
relacionada con algo de corte de pelo, barba o bi-
gote, automáticamente ya sé que se llama Paco.
Con estas anécdotas quiero señalar que si bien
existen una serie de reglas de contrastada eficacia
—empleadas con éxito por muchas personas du-
rante mucho tiempo—, esto no implica que debas
seguirlas al pie de la letra, sino que puedes utilizar-
las de referencia, y a partir de ellas improvisar tus
propias alternativas, componer tus sistemas y exa-
minar qué variaciones te resultan más útiles, pues
no siempre aquello que es ideal para unos resulta
tan acertado para otros. Desata la imaginación y
que la experiencia sea tu guía.
150
Saber más
151
y cuando me escriben, las cartas llegan a la direc-
ción de mi vecino Andrés.
El objetivo es que al pensar en dirección, auto-
máticamente recuerde a Andrés y, por similitud, ad-
dress, que es la nueva palabra que quiero incorpo-
rar a mi vocabulario. En efecto, cuando quiera
recordar cómo se dice dirección en inglés, recorda-
ré la escena donde asociaba dirección con Andrés, lo
me indica que la traducción es un término muy si-
milar a Andrés: address.
En resumen: primero, a esa palabra extranjera
desconocida le damos sentido sustituyéndola por
otra que suena muy parecido (palabra clave), para,
a continuación, establecer una relación entre la pa-
labra sustituta y el significado del término en nues-
tro idioma.
Una vez creada la palabra clave y la asociación,
el proceso inverso se da de igual forma. Cuando le-
yendo un texto aparezca la palabra address, pensaré
en su palabra clave —es muy fácil, pues se pro-
nuncia muy parecido— y ella me apuntará su sig-
nificado. Es lo que se conoce como el proceso 3R:
— Reconstrucción: ¿qué palabra suena muy pa-
recida a address? Andrés.
— Relación: ¿qué imagen tenía en la que figu-
raba Andrés? El alcalde dando el nuevo
nombre a la calle, mis cartas que llegan a la
dirección de mi vecino.
— Recuperación: ¿qué término aparece asocia-
do a Andrés en esa escena? Dirección. Lue-
go, address significa dirección.
152
Para formar buenas palabras clave, Atkinson da
tres recomendaciones:
a) La palabra clave tiene que sonar lo más pare-
cido posible a la palabra extranjera. Al menos
deberían coincidir, como mínimo, con la
pronunciación de la primera sílaba.
b) La palabra clave tiene que significar algo con-
creto con lo que sea fácil componer una ima-
gen. Por ejemplo, es más sencillo formar una
imagen con la palabra mesa que no con justi-
cia, que es un término más abstracto.
c) Para evitar confusiones, la palabra clave no de-
bería significar lo mismo que alguno de los tér-
minos extranjeros que estamos aprendiendo.
Al principio es necesario seguir la técnica paso a
paso, pero con el uso, el recuerdo se vuelve automáti-
co y llega un punto en que no necesitamos recurrir a
la palabra clave ni rememorar la escena imaginada.
Sobre la eficacia del método, algunos estudios
han constatado cómo el ritmo de aprendizaje es
más elevado (se aprende antes) y el recuerdo del
material aprendido es mucho más duradero (casi el
doble que con el clásico método de «hincar co-
dos»)1. Además, personas con dificultad para el
aprendizaje, mejoran su rendimiento y aprenden
con más facilidad2.
1
Estudios llevados a cabo por el propio Atkinson y Raugh (1975).
2
Griffith (1981). Realizó pruebas con el aprendizaje de coreano,
por ser un idioma con un sistema fonético y vocabulario comple-
tamente ajeno a los sujetos de estudio.
153
El éxito del método ha dado pie a su uso, no só-
lo en la adquisición de vocabulario extranjero, sino
también para aprender los países y sus capitales,
nombres de personajes históricos, términos cientí-
ficos como la clasificación de los minerales, voca-
bulario médico, etc., basándose siempre en el prin-
cipio de la palabra sustituta o palabra clave.
154
Hoja de ejercicios
6. MAPAS
Toma un mapa de carreteras. Selecciona una zona
al azar —por ejemplo, una como la que se muestra
bajo estas líneas— y dedica medio minuto a obser-
varla detenidamente. A continuación, cierra el ma-
pa y reproduce sobre una hoja en blanco el trazado
de las carreteras.
155
Luego comprueba que lo has hecho correcta-
mente. Cuando tengas un poco de práctica y te sal-
ga bien, intenta reproducirlo cada vez con más de-
talle, incluyendo los nombres de las localidades, el
código de las carreteras, los ríos, etc.
También puedes realizar este ejercicio con un
callejero, dibujando primero solamente el esquema
de calles, perfeccionándolo después con la inclu-
sión de todos los nombres y detalles.
156
Capítulo 15
REPASAR Y OLVIDAR
Tipos de memoria
En ocasiones, se ha equiparado el olvido a un «sis-
tema de limpieza», encargado de retirar de la me-
moria toda «basura» que de otra forma terminaría
por colapsar nuestra mente. Ahora bien, cuando se
habla de memoria, cabe distinguir básicamente dos
tipos.
159
mos los resultados para dejar constancia durante
mucho tiempo.
No obstante, el olvido sigue haciendo su trabajo
de limpieza también en la memoria a largo plazo.
Muchas veces se ha recurrido al símil de los sen-
deros que cruzan por campos y montañas. En tan-
to que se transita por ellos, cada paso los remarca
manteniéndolos visibles, pero en el momento en
que se abandonan, la maleza poco a poco los va cu-
briendo hasta hacerlos desaparecer. Así, los datos
en nuestra memoria, en tanto que los recordemos
de vez en cuando reforzaremos su presencia, pero
terminarán por desaparecer en el momento que de-
jemos de utilizarlos.
Pensemos, por ejemplo, en el dependiente que
conoce de memoria todos los códigos de artículos
de una tienda. Si en un momento dado cambiase de
trabajo y se dedicara a otra actividad, con el tiem-
po olvidaría los códigos porque, simplemente, ha-
bría dejado de utilizarlos. El olvido habría hecho su
trabajo eliminando de la memoria información in-
útil, borrando datos que no se usan.
No obstante, aun siendo esta explicación válida,
no es completa, pues al parecer, frente al hecho de
que se hayan borrado los datos es más frecuente que
éstos sigan en la memoria, pero que no logremos
acceder a ellos. Por ejemplo, si transcurrido el tiem-
po pidiésemos a nuestro dependiente que recitara
la lista de códigos, probablemente no sería capaz;
pero si lo llevamos de nuevo a la tienda, a la vista
de los artículos, es posible que sí recordara el códi-
160
go de muchos de ellos. Es decir, el recuerdo sigue
ahí, pero ha hecho falta ese elemento, esa chispa
que lleve a recordarlo.
Otra posibilidad es que nuestro dependiente se
hubiese trasladado a otro comercio donde los artícu-
los tuviesen un código distinto. Entonces lo vería-
mos en apuros para aprender la nueva lista de có-
digos, porque en su mente chocarían los datos
viejos con los nuevos (este código de artículo…
¿corresponde a esta tienda o es el que figuraba en la
anterior?). E incluso transcurrido el tiempo, si le
planteásemos la posibilidad de recordar los viejos
códigos, le sería más difícil habiendo tenido que
aprender una lista nueva, que si sencillamente los
hubiera abandonado al cambiar de actividad.
Según me comentaban en cierta ocasión —lo oí
de boca de un matemático que me regaló un pro-
grama de ordenador escrito a base de agujeros so-
bre una cinta de papel, verdadero objeto de mu-
seo—, hubo un tiempo en que IBM requería de
sus nuevos empleados una buena capacidad de ol-
vido, pues la rápida evolución tecnológica hacía
que las instrucciones aprendidas para una máquina
no fueran válidas para la nueva máquina que al ca-
bo de pocos meses reemplazaba a la anterior, con
unas instrucciones de manejo completamente nue-
vas. Es decir, constantemente tenían que estar sus-
tituyendo unos conocimientos por otros, por lo
que era bien valorada la capacidad de olvidar.
Al margen de todas estas consideraciones, está la
teoría de Sigmund Freud, según la cual los aconte-
161
cimientos desagradables se esconden en el incons-
ciente para, no recordándolos, no sufrir el dolor de
su presencia. También está el hecho de que muchas
veces recordamos las cosas de forma distorsionada,
no como realmente son. ¿Te ha ocurrido alguna vez
volver a un lugar donde estuviste hace tiempo y en-
contrar las cosas cambiadas respecto a como las re-
cordabas? Por ejemplo, esos árboles tan majestuo-
sos hubieras jurado que estaban al lado mismo del
camino y no 100 metros campo adentro (y que se
sepa, los árboles no andan cambiando de lugar se-
gún les venga en gana).
En resumen, no existe una respuesta simple y
llana al hecho de cómo y por qué olvidamos. Y aun
cuando el olvidar sea una actividad necesaria, el
problema es que actúa de una forma tan eficaz, co-
mo indiscriminada.
1. Calidad
Supongamos la siguiente situación: un día de tra-
bajo ajetreado, de esos que estás con mil cosas a la
vez, nos dan el número de teléfono de alguien con
quien no tenemos mucho interés en hablar. Por el
162
contrario, imaginemos otro momento más tran-
quilo en el que nos facilitan el teléfono de una per-
sona a quien andábamos buscando hace tiempo;
además, nos lo aprendemos mediante un método
mnemotécnico. ¿Cuál de los dos teléfonos crees
que olvidaremos antes?
En efecto, las cosas que dominamos y sabemos
bien —calidad— no se olvidan tan fácilmente co-
mo aquello otro que a duras penas ha entrado en
nuestra memoria. Esa es una de las razones por las
que los métodos mnemotécnicos ofrecen tan buen
resultado, porque ponen en marcha estrategias que
nos permiten memorizar realmente bien, de forma
que no se olvide fácilmente.
Por el contrario, el clásico recurso de repetir las
cosas una y otra vez, si bien puede dar algún resul-
tado, por sí solo no garantiza nada. De ser así, co-
noceríamos perfectamente la disposición de las bal-
dosas que forman el suelo de nuestra casa —las
hemos pisado miles de veces— y, sin embargo, por
más que haya repetido el camino, es difícil encon-
trar a alguien que sepa decir cuántas baldosas for-
man el pasillo que va al cuarto de baño.
Ahora bien, la repetición, en tanto que aporte
nuevos detalles que afiancen el objeto memorizado
—es decir, en tanto que nos permite volver a pres-
tar atención—, sí resulta útil para dar más calidad
al recuerdo y lograr que éste permanezca mucho
más tiempo en nuestra memoria.
Por ejemplo, la primera vez que acudimos a un
determinado lugar, a buen seguro nos habrá hecho
163
falta un mapa o seguir unas indicaciones que nos
permitan llegar al destino. Pero cuando ya hemos
repetido la misma ruta infinidad de veces decimos
que la conocemos «de memoria» porque, cada vez que
la repetimos, nos fijamos en más detalles, lo cono-
cido se observa mejor, y llega un momento en que
estamos tan familiarizados con todos los puntos del
camino, que podríamos recorrerlo con los ojos ce-
rrados. En este caso, la repetición proporciona un
sobreaprendizaje (hemos seguido transitando por
el mismo camino aun después de tenerlo ya bien
sabido), y en consecuencia, el recuerdo perdurará
más tiempo en la memoria.
2. Repasar
Allá por 1885, el psicólogo alemán Hermann Ebbin-
ghaus (1850-1909), pionero en el estudio experi-
mental de la memoria, publicó los resultados de
sus trabajos en esta materia. En una de sus conclu-
siones divulgó lo que se conoce como la curva del
olvido, que viene a ilustrar el hecho de que el olvi-
do no actúa de forma constante, sino muy rápida-
mente al principio y poco a poco después.
En una de sus pruebas, Ebbinghaus memorizó
una lista de sílabas sin sentido y se dispuso a com-
probar a qué ritmo olvidaba: constató que al cabo
de una hora ya sólo recordaba el 44% de las sílabas,
nueve horas después su recuerdo disminuía al 36%
de la lista, al 28% a los dos días y al 21% al cabo de
un mes.
164
100%
80%
60%
40%
20%
0% Tiempo transcurrido
165
y lo que es más interesante, disminuye la probabi-
lidad de que se nos olvide.
100%
Segundo
80% repaso
Primer
repaso
60%
40%
20%
Tiempo transcurrido
0%
166
recuerdo no sólo porque utilizara un método mne-
motécnico, también porque durante todo este tiem-
po, de vez en cuando me he dicho, a mí mismo:
«¿A ver si recuerdo aquellas diez palabras?», y el
desafío de lograrlo ha servido de repaso, por lo que,
aun habiendo transcurrido tanto tiempo, todavía
hoy puedo recitarlas sin ningún problema.
167
Saber más
7. MEMORIA Y EDAD
En un test realizado con personas de edades próximas
a los 60 años, a un primer grupo se le informó que par-
ticipaba en una prueba orientada a medir la respuesta
de la memoria en personas mayores cercanas a los 70
años; al otro grupo se le dijo que el propósito era sim-
plemente medir la memoria en adultos de más de 20
años. Pues bien, siendo la misma prueba, los partici-
pantes del primer grupo obtuvieron peores resultados
que los del segundo. Es como si tuvieran asumido que
por ser mayores su memoria obligatoriamente ya debía
de empezar a fallar, y así se comportaron. Esto no tie-
ne necesariamente que ser así.
Enciende una vela. Fíjate en ella. Con el trans-
currir del tiempo observarás que la cera se va con-
sumiendo poco a poco, sin embargo, ¿qué ocurre
con la llama? La llama permanece siempre brillan-
te de principio a fin. Algo similar sucede con las
personas, donde la cera es el cuerpo y la llama el in-
telecto: aunque con los años se haya consumido
una buena parte de la cera, no hay razón para que
la luz de la llama pierda su brillo.
De hecho, la historia está llena de personajes
que han mantenido o incluso alcanzado su madu-
168
rez intelectual a una edad avanzada: Tiziano pinta
su famoso cuadro La batalla de Lepanto con 80
años cumplidos; la ópera Falstaff —considerada
por algunos entendidos como su obra maestra—,
la compone Verdi también con los 80 a la vista; el
arquitecto Frank Lloyd Wright diseña el museo del
Guggenheim de Nueva York a los 88 años (inicia
su etapa más productiva con 63). También es co-
nocido que Picasso pintó algunos de sus cuadros
con más de 90 primaveras e inviernos a sus espal-
das, pues siempre se mantuvo en activo.
Enfermedades tan terribles como el Alzheimer o
la demencia multi-infarto (de síntomas similares
aunque menos frecuente) han motivado numero-
sos estudios sobre el envejecimiento y la cognición.
Se calcula que aproximadamente en el 80% de las
ocasiones, las causas de una mala memoria se de-
ben a factores que nada tienen que ver con la edad.
Una mala dieta con falta de vitaminas, el exceso de
alcohol o incluso los medicamentos que nos receta
el médico pueden ser el motivo. También diversos
estados emocionales como estrés, ansiedad, depre-
sión, etc., afectarán negativamente.
Consideremos en primer lugar la base física,
nuestro cerebro. Como cualquier otro órgano del
cuerpo, también sufre los cambios propios del pa-
so del tiempo; sin embargo, éstos no son tan signi-
ficativos como para justificar una pérdida impor-
tante de facultades.
Hasta hace poco se consideraba que, una vez el
cerebro alcanza la madurez, las neuronas ya no se
desarrollan más, lo que implicaría un cierto estanca-
169
miento de las capacidades intelectuales del indivi-
duo. Sin embargo, en un experimento hecho en el
MIT con un método de obtención de imágenes co-
nocido como imagen por dos fotones, con una reso-
lución capaz de mostrar tejidos hasta nivel celular, se
constató que neuronas de un cerebro adulto siguen
adaptándose y creciendo durante toda la vida. Es de-
cir, mientras reciban estímulos, las neuronas segui-
rán trabajando e incluso pueden llegar a suplir lagu-
nas dejadas por el deterioro de otras neuronas.
Consideremos también que el cerebro necesita
de una relativa buena salud de nuestro organismo
para llevar a cabo sus funciones. Por ejemplo, pro-
porcionalmente apenas supone el 2% del cuerpo,
pero consume el 20% del oxígeno que respiramos.
Esto implica, entre otras cosas, la necesidad de un
buen sistema cardiovascular que no tenga proble-
mas en hacer llegar la sangre hasta el cerebro. Se
impone pues llevar una vida sana: vigilar las enfer-
medades (hipertensión, colesterol, diabetes, etc.),
seguir una dieta saludable, preferiblemente alta en
antioxidantes, y realizar algún ejercicio físico (bue-
nos paseos y gimnasia en piscina es lo más reco-
mendado).
Por otra parte, entrar en la tercera edad a me-
nudo supone enfrentarse a cambios importantes en
la vida, como aquellos que vienen dados por la ju-
bilación o la muerte del cónyuge. Depresión, tris-
teza, soledad, preocupación o incluso aburrimien-
to son enemigos a los que hay que combatir y
vencer. Lo peor que se puede hacer es precisamen-
te no hacer nada.
170
Una buena memoria requiere llevar una vida ac-
tiva. Tener la mente ocupada con pasatiempos que
agudicen nuestro ingenio —tipo crucigramas y si-
milares— es una buena opción, al igual que tam-
bién se aconseja participar en actividades sociales,
que pueden ir desde organizar un campeonato de
petanca hasta participar en un taller de pintura o
apuntarse a un cursillo de Internet (las escuelas pa-
ra adultos suelen ser de gran ayuda).
En este punto, no puedo dejar de destacar las
nuevas posibilidades que Internet brinda a las per-
sonas de la tercera edad (en buena parte gracias a
los programas de ordenador cada vez más intuiti-
vos y sencillos de manejar, que reducen el tiempo
de aprendizaje a apenas unas horas).
Al margen de otras cuestiones, en la red encon-
tramos todo tipo de comunidades, desde los ami-
gos de las hortensias hasta organizaciones preocu-
padas por los derechos humanos en el tercer
mundo. Lo interesante es que prácticamente todas
tienen su web abierta a la participación, donde po-
demos escribir nuestros comentarios y expresar
nuestra opinión. Poner por escrito nuestras ideas
de forma que se entiendan no sólo es un desafío,
también resulta un excelente ejercicio para nuestra
mente (aparte de que, compartir nuestras expe-
riencias, puede ser de interés o resultar de ayuda a
los demás). Incluso es fácil que llegues a iniciar diá-
logos con gentes de intereses afines. Y si se te da
bien escribir, sugeriría que abras tu propio blog.
¿Qué no sabes qué es un blog? ¿Y a qué esperas pa-
ra averiguarlo?
171
AN E XO S
Anexo 1
PALABRAS CLAVE PARA
EL MÉTODO FONÉTICO
0 r rr
1 t d
2 n ñ
3 m w
4 c k q
5 v l ll
6 s z
7 f j
8 g x ch
9 p b
175
Listado de palabras
0 aire, aro, euro, ira, ora, oro, raya, rayo, reo, río.
1 ateo, ato, auto, día, dúo, hada, idea, oda, oído, té, tea,
tía, yate, yodo.
2 ana, año, eón, heno, hiena, nao, no, Noé, uña, yen.
3 ama, humo, maya, mayo, miau, moho, ohm, yema.
4 cayo, eco, oca, yak, yuca.
5 alá, aloe, aula, ave, hiel, hielo, hilo, huella, huevo, hule,
leo, ley, lío, ola, vaho, vía.
6 as, haz, hez, hoz, hueso, osa, óseo, oso, sayo, yeso, zoo.
7 ajo, eje, feo, hijo, hoja, joya, ojo.
8 agua, chao, gay, geo, hacha, higo, hucha, yegua, yoga,
yugo.
9 apio, baya, boa, boya, buey, búho, haba, hipo, oboe,
opio, pi, pie, púa.
10 atar, atrio, autor, duro, éter, hedor, hiedra, odre, tahúr,
tara, tarro, tauro, tiara, tierra, tiro, tirria, tora, toro,
torre, Troya.
11 ataúd, dado, dato, dedo, deuda, dieta, diodo, dote,
duda, dueto, tata, tato, tedio, teta, tute.
12 adán, aduana, atenea, atún, daño, diana, don, duna,
edén, etnia, otoño, taina, tenue, tina, tuna.
13 átomo, dama, doma, ítem, tema, timo, tomo.
14 ático, dique, duque, ética, taca, taco, taque, teca, tic,
toca, Tokio.
15 dalia, dial, diva, dolo, dual, duelo, dula, edil, hotel,
idilio, ídolo, Italia, tala, talle, tallo, tela, tila, toalla,
tollo, tv.
176
16 adiós, audaz, dehesa, deseo, dios, odisea, tasa, taza, tieso,
tiza, tos.
17 atajo, dejo, tajo, teja, tufo.
18 adagio, daga, dicha, Diego, ducha, tacha, taiga, taxi,
techo, tocho, toga.
19 adobe, etapa, tabú, tapa, tapia, tebeo, tibia, tipo, tope,
topo, tuba, tubo, tupé, utopía.
20 anuario, enero, henar, heñir, honra, inri, noria, nuera,
Nuria.
21 ánodo, ante, añada, hindú, honda, indio, nata, náyade,
nido, nieto, nota, nudo, onda, oyente.
22 enano, nana, nena, neón, niña, ñoño, unión.
23 anemia, ánima, ánimo, enema, nimio, nomo.
24 anca, encía, eunuco, inca, inocuo, necio, nuca, yanqui,
yunque.
25 anillo, envío, nave, navío, nieve, Nilo, novia, nulo.
26 anís, añoso, ensayo, Inés, nasa, náusea, nazi, nos, nuez,
onza.
27 anafe, añejo, enojo, hinojo, naife, naja.
28 anchoa, anexo, enagua, hincha, hongo, nexo, nicho,
noche, ónix.
29 inopia, nabo, naipe, napa, nube, nubia.
30 mar, marea, María, mero, miar, miura, mora, moro,
muro.
31 mate, media, meta, miedo, mito, moda, mota, mote,
moto, mudo, mutua.
32 amén, himno, imán, maná, manía, mano, menú, meón,
mina, mono, moño.
33 Mahoma, mamá, memo, mimo, momia.
177
34 hamaca, maca, meca, mica, mico, moco, mueca.
35 Emilio, homilía, mal, malla, mella, miel, mil, milla,
mole, muela, muelle, mula.
36 maíz, masa, masía, mazo, mes, mesa, misa, mohoso,
moza, mus, musa, museo.
37 mafia, maja, mijo, mofa, moje.
38 amigo, macho, magia, mago, mecha, meiga, miga,
mocho, omega.
39 ameba, hampa, impío, mapa, miope.
40 acera, cara, carro, cera, cierre, cirio, coro, correa, corro,
cría, cuero, cura, curia, curry.
41 aceite, ácido, acta, caída, cata, cayado, cid, cita, codo,
cohete, cota, coto, coyote, cuota.
42 acné, Caín, can, cana, canoa, caña, cena, ceño, cieno, cine,
cono, cuna, cuña, cuño, icono, Kenia, océano, quina.
43 cama, cima, coma, kiwi, quema.
44 acequia, caca, cacao, caco, cauce, cayuco, coca, coco,
cuco, hocico, hockey, kayak, quicio.
45 cal, cala, calle, callo, cava, celo, cielo, col, cola, cuello,
cueva, culo, kilo, koala, quilla.
46 caos, casa, caza, cazo, cese, coz, ocaso, queso.
47 café, caja, ceja, cofia, cojo, queja.
48 cacha, caucho, ciego, coche, quechua.
49 cabo, caoba, capa, capó, cebo, cepa, cepo, cobaya, copa,
copia, copo, cuba, cubo, cupé, equipo.
50 alero, hilera, lar, Laura, leer, lira, lirio, lloro, loro, oler,
olor, ovario, vara, ver, vera, virrey, voyeur.
51 lado, lata, laúd, lidia, lodo, lote, loto, luto, vado,
vahído, vatio, veda, vid, vida, vídeo, viuda, voto, vudú.
178
52 lana, leña, leño, león, liana, línea, lino, llano, lleno,
lona, luna, ovni, vaina, vena, vino, viña.
53 álamo, alma, lama, lema, lima, limo, llama, loma, lomo,
olmo.
54 Alicia, hélice, laca, lacayo, lacio, laico, liceo, loco, lucia,
lucía, vaca, vacío, vicio.
55 lava, leal, lelo, leva, lila, llave, lluvia, olivo, valla, valle,
vela, vello, vial, villa, viola, viva, volea, vuelo.
56 alas, lazo, losa, loza, Luis, luz, vaso, visa, voz.
57 elfo, lejía, lija, lujo, oleaje, oveja, viaje, viejo.
58 alga, lago, laxo, leche, lego, legua, liga, llaga, lucha,
vago, vega, viga, vigía.
59 alba, labia, labio, lapa, libia, lobo, lupa.
60 sarao, sarro, saurio, serie, sierra, siria, Soria, suero, sur,
zahorí, Zaire, zar, zorro, zurra.
61 saeta, sed, seda, seta, sida, soda, soto, suite, zeta, zote.
62 saña, sauna, Sena, seno, seña, sien, Sonia, sueño, zaina,
zen, zona.
63 asma, semi, show, simio, suma, sumo, zoom, zumo.
64 saco, sake, sauce, seco, secuoya, sequía, socio, sueco,
zoco, zueco.
65 asilo, isla, sal, sala, savia, sello, silla, sol, suela, suelo,
zalea, zulo, zulú.
66 oasis, seso, sisa, soez, sos, sosa, suiza, zas, zazo, Zeus.
67 sofá, Sofía, soja, sufí, zafio.
68 saxo, sexo, siega, soga, zaga.
69 aspa, espía, sabio, sapo, sebo, sepia, sopa, sub, zapa,
zupia.
179
70 faro, feria, férreo, ferry, fiera, foro, forro, frío, furia, jara,
jarra, jauría, joyero, ojera, ujier.
71 fado, feto, feudo, fideo, foto, fuet, jade, jet, jota, judía.
72 fan, fauna, fin, fino, Jaén, jonio, Juan, junio.
73 ejem, fama, fumo, Jaime, jeme.
74 faca, foca, foco, jaca, jaque, jeque, juicio.
75 falla, falo, fiel, fila, folio, fuel, fuelle, jalea, jaula, java,
Jehová, julio, ojal.
76 fase, faz, Fez, fosa, fusa, jaez, José, juez.
77 faja, fajo, fofo, jauja, jefe.
78 efigie, fax, fecha, ficha, fuego, fuga, juego, jugo.
79 efebo, fobia, jeep, job, jopo.
80 agora, chorro, churro, garra, gorra, grao, grúa, guerra,
gurú, ogro, yogur.
81 chata, chota, chut, gaita, gato, godo, gota, gueto,
hígado, óxido.
82 chino, gen, genio, Ghana, Guinea, guiño, guión,
iguana.
83 axioma, gama, gamo, gema, goma, gumía.
84 chaqué, cheque, chic, chico, goce.
85 águila, axila, chal, chavo, chile, chivo, chollo, chulo,
gala, gallo, gel, gol, gula, iglú.
86 chas, chaza, choza, chuzo, gas, gasa, geisha, gozo, guiso,
hachís, hechizo, hogaza.
87 aguja, chef, chufa, gafe, gajo, guaje.
88 chacha, chicha, chucho, gacha, gago, gaucho.
89 chapa, chepa, chip, chopo, giba, guapa, guayaba.
180
90 bar, barra, barrio, barro, berro, brea, burro, pareo, parra,
pera, perro, piara, pira, poro, porra, proa, puerro, puré.
91 bata, bate, bayeta, beato, beodo, beta, bidé, bit, boda,
bota, bote, buda, pata, paté, patio, pato, pedo, peto,
podio, poeta.
92 baño, boina, bono, pan, pana, paño, peana, peine, peña,
peón, piano, pino, piña, poni, puño.
93 bioma, bohemio, poema, pomo, puma.
94 baca, beca, bici, boca, buceo, buque, Paco, peca, pecio,
pico.
95 baile, bala, baúl, biela, bol, bola, paella, pala, palio,
pavo, pelea, pelo, piel, pila, playa, polea, pollo, polo.
96 bazo, beso, boza, bus, buzo, país, paseo, payaso, paz,
pesa, pez, piso, poesía, pozo, pus.
97 boj, bujía, paja, paje, peaje, piojo, puja.
98 bache, bicho, boxeo, buche, pachá, paga, pago, pecho.
99 baba, babia, bebé, bobo, papá, pepe, pipa, pipi, pub.
100 derruir, terrario, terror, torear, torero.
181
Anexo 2
HOJAS DE EJERCICIOS.
SOLUCIONES
Hoja de ejercicios
1
2
3 4
5 6
182
7
8
9 10
11
12
13 14
183
15
16
17 18
19 20
21 22
184
23 24
25
26
27
28
185
29 30
31 32
186
Soluciones:
Figura 1: 5 cubos.
Figura 2: 8 cubos.
Figura 3: 9 cubos.
Figura 4: 12 cubos.
Figura 5: 13 cubos.
Figura 6: 13 cubos.
Figura 7: 16 cubos.
Figura 8: 16 cubos.
Figura 9: 16 cubos.
Figura 10: 18 cubos.
Figura 11: 22 cubos.
Figura 12: 22 cubos.
Figura 13: 23 cubos.
Figura 14: 23 cubos.
Figura 15: 26 cubos.
Figura 16: 29 cubos.
Figura 17: 32 cubos.
Figura 18: 33 cubos.
Figura 19: 34 cubos.
Figura 20: 25 cubos.
Figura 21: 26 cubos.
Figura 22: 27 cubos.
Figura 23: 29 cubos.
Figura 24: 31 cubos.
Figura 25: 31 cubos.
Figura 26: 33 cubos.
Figura 27: 40 cubos.
Figura 28: 46 cubos.
Figura 29: 47 cubos.
Figura 30: 47 cubos.
Figura 31: 59 cubos.
Figura 32: 64 cubos.
187
Hoja de ejercicios
2. AJEDREZ
Memoriza y reproduce sobre el tablero de ajedrez la disposición
de las piezas, tal como se muestra en las siguientes figuras.
188
189
190
191
Hoja de ejercicios
3. SUMAS
Localiza los errores que pueda haber en la solución de estas
sumas.
192
193
194
195
196
197
198
Realiza las siguientes operaciones de memoria.
199
200
201
202
Hoja de ejercicios
3. SUMAS
Dibuja sobre la cuadrícula el reflejo del trazo que aparece al
otro lado de la linea divisoria.
203
204
205
206
207
208
209
Nos vemos en Internet:
http://www.mnemotecnia.es
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