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Cita original de Mario Benedetti

"Les presento formalmente al azar ese necio ese escéptico


ese improvisador ese espontáneo ese implacable
sepan no obstante que no dejamos ni dejaremos el azar
[al azar
pero claro esto es un mero juego de palabras
y ustedes buscan un juego de verdad
pero créanme la verdad no siempre está en la tercera
[docena
o en el color o en los impares o en la línea
a lo mejor la verdad está en cada uno de ustedes
o cerquita de ustedes
o debajo de ustedes
si tuviéramos tiempo quizá podría ayudarles a
[desentrañar
esa verdad subterránea subcutánea subestimada y
[subdesarrollada
pero como no lo tenemos y por otra parte
mi ámbito es la superficie más superficial
y no el subsuelo subsolar
simplemente les digo
señores y relojes / niños y disimulos / señoritas y fuegos
ha sido un verdadero placer acompañarlos
y dejarlos aquí junto al azar
y un último consejo
catequícenlo
y ganen
si los dejan
pero si no los dejan
catequícenlo
y ganen..."
1–

Azar, juego de palabras o casualidad. Intentando buscar o entender la verdad en un


sinfín de situaciones; siendo lo que es, impredecible y espontáneo.
2 – A veces juego al suicidio

…a veces juego al suicidio… lo se… puede que suene sádico y un tanto extraño… no te
preocupes… no es de mayor importancia… procedo a explicarme… simplemente sucede… es
una práctica como cualquier otra… las crisis existenciales de seres frustrados suelen ser de mis
motivaciones predilectas… las encuentro exquisitas… el hombre en crisis es como la historia y a
veces nos sorprende con algún giro inesperado, regalándonos un espectáculo diferente al que
nos tiene acostumbrados el mundo y su chatura habitual, situaciones interesantes que casi
siempre no duran sino unos breves instantes… después del clímax llega algún final, si es que el
clímax no lo era, y así… otra vez vuelvo a hacerlo… en los últimos tiempo se me torno un vicio
que encuentro entretenido y eficaz para pasar los días… debo confesarte que “a veces” es un
tanto mezquino en lo que a mi habito de juego refiere… jugar al suicidio… ja… ingenioso… y me
lo tomo muy en serio… elijo con minusiosidad... mayormente son tipos fracasados... tipos
comunes… de ese tipo de tipo que como no llego a ser lo que soñaba, se masturba
mentalmente para no asumir su realidad… gusto particularmente de aquellos que se pegaron
contra una pared… que se la dieron de ser algo y les salió mal… la contradicción es tan grande
en ellos que la implosión que resulta de sus crisis es a mis ojos simplemente encantadora… de
seguro te cruzaste con miles de ellos… tipos que se refugian en habladurias... en minusias... en
palabras que suenan raro y frases armadas que creen de gente inteligente... conceptos que
escucharon por ahí, que aprendieron a repetir y que casi con seguridad no tienen ni la más
remota idea de lo que signifiquen… tipos que ostentan orgullosos filosofías de barsuchos
sucios y vinos agrios… siempre es así, hasta que empiezo a jugar… y cuando eso sucede, te
puedo apostar lo que quieras… y cuando digo lo que quieras me refiero a… ¡¡¡Lo que
quieras!!!... que cuando juego, juego fuerte y voy hasta el final… siempre!!!... como
consecuencia de mi intromisión en la escena… y esto es casi como jugas al ajedrez solo, otra
actividad que también suelo practicar con frecuencia… terminan dándose cuenta de la lástima
que se dan y lo en vano que fue invertido todo su tiempo y esfuerzo en alpiste para perdices…
cuando llegan a ese punto, ahí precisamente es cuando comienza mi mayor goce, la panacea
del entretenimiento y el regocijo… es curioso… esto esta relacionado directamente con una
cosa… siempre me excitó la muerte… lo ajena que me resulta… el misterio que la envuelve…
todo lo envuelto por los velos del misterio es atractivo… y te juro por dios… ja… si… por
dios!!!… que no es propaganda… figurate que a esta altura, si hay alguien a quien no le hace
falta propaganda… ni por una cosa, ni por la otra… es a mi… creeme… el secreto está en jugar
para ganar… eso me recuerda… hablando de tipos decadentes… se me vino una imagen vaga,
como lejana a la memoria… quizás ni tan vaga, ni tal lejana… no se… eso no es de mayor
importancia... te lo cuento… asi, casi como excusándome… es una escena que supongo de
alguna vez… seguramente noche… quizás drogado como siempre o hasta como nunca… con
certeza en el baño de algún antro obscuro y turbio como los hay tantos en tantos abastos… un
chabón me tiro una frase… escucha bien… muy de ficción guionada… con la seriedad con la
que se dice una verdad absoluta… la dijo mientras agitaba la mano derecha con el dedo índice
apuntándome y alternaba la mirada media perdida con gran dificultad al ritmo de un
bamboleo que oscilaba entre mi cara y su mano izquierda que en ese momento estaba
comprometida a sacudir su chota… en ese contexto el tipo dijo… presta mucha atención a lo
extraordinario de la frase… dijo… “dios juega a la puta suerte apostando a los dados”…

yo no lo debo haber podido creer… me encantaría recordarlo… pero de seguro fue


desconcertante… no sé si el tipo tenía idea de lo que estaba diciendo o simplemente repetía la
frase del estribillo de alguna canción de rock nacional que acababa de sonar en los viejos
parlantes desconados… no lo se... pero mierda… lo dijo… y lo dijo tan fuerte que debe haber
sido como una molotov explotándome en el cerebro… aunque pensándolo bien… si hubiese
sido así creo que lo recordaría… hay cosas que no se olvidan… igual no ha de ser de mayor
importancia… como te digo… no recuerdo con claridad… cada vez me cuesta un poco más esto
de la memoria… deben ser los siglos… pero… volviendo… de seguro esa alguna noche cargaba
con tal mufa que fue justo en el momento en que empezaba a bajar y con la inevitable
depresión del bajón, a darme cuenta de que estaba perdiendo el ultimo tirón de aceite y que
esa última vuelta me iba a fundir el motor… debo haber cargado con tanta mufa que seguro
fue en uno de esos momentos donde sentís saber que el mecánico te va a romper el culo y a
pasarte factura por los lustros y lustros de pelotudes acumulada, y por la ceguera de no ver
que había que parar antes de romperme todo… bueno… eso… ¿Cómo se le dice una frase así a
un patético reventado que está en un baño asqueroso 6:30 de la ya fallecida noche peinando
del espejito para sostener lo que ya es insostenible?... por más reventado que haya estado ese
oráculo del inframundo, por llamarlo de alguna manera, hay cosas que no se hacen… tuvo que
haber sido un reverendo hijo de puta… o capaz fue casualidad… ja… cualquiera puede
encontrarse con un vago igual de deplorable que uno que casi inconsciente tire azares al aire
como palabras… no lo sé… me gusta creer en la suerte… pero poniendo las cartas arriba de la
mesa… ja… el tipo claramente no sabía lo que decía… ese esperpento grotesco estaba
nockeado… tan suficientemente borracho y drogado que resulta imposible poder adjudicarle el
mérito de hilvanar una frase de manera autónoma sin la ayuda de un motor externo… en fin...
el muy inoportuno la escupió como quien escupe un cacho de carne que lleva días atrancado
en la mandíbula y que de repente logra sacar con la punta de la lengua del agujero de una
muela que ya no está… y sin embargo… a pesar de esa displicencia de fatalidad asumida… fue
tan eficaz que se sintió como si toda la escena hubiera sido planeada de antemano … tan
contundente que quebró la poca cordura que a duras penas salvaguardaba, castigada y ya
bastante endeble a causa del estado de rotura que venía arrastrando de hacia un par de siglos
pasando de largo... a veces los días, las semanas, y en ocasiones hasta los años se me suceden
en continuo y no me percato de dormir… no obstante esta circunstancia, la reflexión fue
instantánea e incluso en mi estado de decadencia pude pensar… y pensé tan extrañamente
claro, que las palabras se me aparecieron como balas penetrando en el centro de la
conciencia… y me pregunte… “¿el azar es dios… o... dios es azar… o… dios es susceptible al
azar… o… lo que es peor... en realidad quizás todo solo sea azar… azar sin dios?"… en ese
momento creo que cualquiera de todas las posibilidades deben de haber sido igual de terribles
para mi psicología… estoy seguro que era una de esas algunas tantas malas noches… quizás la
última… tiene que haber sido una revolución interna de esas que exceden incluso a la antigua
historieta berreta, ya obsoleta y gastada del cuestionamiento universal de si existe o no el
omnipresente padre todo poderoso que blablá y toda la maraña de especulaciones y gansadas
de siempre… no tiene mayor importancia… de hecho…ahora que caigo en la cuenta… jamás la
tuvo…y nunca va a tenerla porque… ciertamente… no me interesa... excedo todo eso… incluso
es hasta ridículo el solo hecho de plantearlo… ja… yo se la respuesta a todas esas preguntas…
perdón… me disperse…ahora que me percato… creo que ni siquiera era yo… ja… estaba
jugando de nuevo?… se me volvió un tanto problemático esto del vicio este del juego… es
como una especie de narcolepsia… creo que otra vez estaba jugando al suicidio y me distraje…
ya estaba en el clímax no?... suerte por el… es como despertar de un sueño intenso e intentas
dilucidar que fue sueño y que real… las cosas se tornan un tanto confusas…que lastima… se me
fue… curioso… a veces me pasa… simplemente sucede… cuando me logro relajar y separar un
poco de la monotonía cotidiana divago y fabulo … me olvide a donde iba… muy curioso… creo
que perdí el hilo… que misterio... exquisito misterio… como me sucede con la muerte y todo
aquello que los velos del misterio envuelven… me resulta irresistiblemente atractivo… y de
verdad… lo del misterio... te lo puedo jurar por Dios... ja… que absurdo suena… no es
propaganda… te repito… a esta altura… si hay alguien a quien no le hace falta propaganda… ni
por una cosa, ni por ninguna otra… créeme… es a mi… el secreto está en jugar para ganar… si...
jugar para ganar… siempre termino yéndome por las ramas y al final nunca hay final… así que…
otro día la seguimos… esta memoria frágil que tengo… tendría que empezar a escribir las
cosas… es menester hacerme de una agenda donde anotar que haceres y urgencias... por
momentos me asusta un poco la idea de olvidar algo de verdad trascendente… deben ser los
siglos… últimamente me pasa todo el tiempo… como ahora… otra vez… hablando de memoria
frágil… me acabo de acordar que tengo un compromiso… casi se me pasa… me ocurre seguido
cuando juego al suicidio… menos mal que lo recordé… seguro son los siglos… igual no es de
mayor importancia… pero tengo programada una partida de teg... acá es un juego bastante
popular desde hace ya algún tiempo... encontraras entendible el hecho de que cuando el
tiempo abunda el ocio es imprescindible para no enloquecer... espero los dados me
acompañen esta noche… ja… hay un tipo… comunista el hombre… tengo que decirlo… odio a
los comunistas… los detesto desde los tiempos en que ni siquiera se llamaban así… estoy
ansioso por ganarle… vino del sur ardiente específicamente a desafiarme junto con un par de
segundones suyos… va a apostar fuerte y la partida de esta noche promete definir algunas
cuestiones de esas que no debo olvidar… como vos no debes olvidar mis palabras… el secreto
está en jugar para ganar… me retiro… tengo que concentrarme y armar la estrategia…
deséame suerte que de lo contrario la vas a necesitar...
3–

si, ganen
y si eso cuesta
recuperen la palabra que dejaron
abajo del colchón
fíjense que el azar y su casualidad
esconde sus límites entre las sábanas
esas sucias, mal planchadas
pero que en fin
y al cabo
es en ese algodón dormido
-ese que absorbió todo el sudor de estos días-
donde yace la verdad encontrada
en los significados vacíos
de las cadenas nacionales.
4–

Tras el breve periodo de tiempo estipulado los discos se detuvieron en seco. La línea
central horizontal, por la que había jugado, no marcó premio: se observaban tres dibujos, de
izquierda a derecha, representando dos bochas de helado de tono rosado en una pequeña
copa de boca ancha más azulada que transparente, seguido por un simplificado tractor
amarillo de apariencia rechoncha y simpática. Cada uno, pensó, suplente de una de las frutas
clásicas de las antiguas maquinas. Último a la derecha, negro pleno, un siete grande sin gracia.

Lo del girar de los discos es una forma de decir, no más que un juego de imaginación.
Tratándose de una maquina digital, lo que se percibe como discos girando no es sino una
sucesión de imágenes fijas en la pantalla que varían en cantidad dependiendo de la calidad del
aparato. En este caso, se podía estimar en siete cuadros por símbolo o por ciclo. El primero del
ciclo tomado arbitrariamente incluye la cara de un mono con su sonrisa – ¿suplente del viejo
ananá?-, incontaminado por otro. En la parte superior del siguiente asoma un rectángulo
blanco sin símbolo bordeado en su base y laterales por negro, y, estando el rostro completo
deslizado hacia abajo en el encuadre, una franja de la barbilla del mono ya no aparece y se la
intuye, si bien esto no es estrictamente así, oculta en la parte inferior del cuadro bajo una
marquesina de ribetes negros que le recuerdan, aun siendo la máquina de diseño y
construcción chinos bastante recientes y lo otro posiblemente dejó de existir hace no menos
de treinta años, a los viejos fileteados de la despensa del barrio de la infancia y las latas de
galletas de chapa pintada de las que Don Francisco (Pancho, solo para los grandes) saca la
próxima merienda que será acompañada por el mate cocido con leche y demasiada azúcar que
preparará tía Elisa para servir a la manada de primos en el patio de la casa de vacaciones de la
familia. El tercer cuadro implica un segmento inferior de la copa azulada; en el cuarto se
ausenta la sonrisa del primate, quedando únicamente de ella unos picos a los lados; en el
quinto son las esferas de sus ojos el rasgo identificable que persiste, geminándose, arriba, con
las bochas rosadas de helado; el sexto es la intuición de la victoria irrevocable de los colores
chillones del nuevo símbolo forzado a aparecer por el sentido de giro del disco, que por ser un
artificio intelectual no es menos cierto ni absoluto; el séptimo es símbolo pleno aunque
inevitablemente maculado por la franja blanca bordeada de negro de quién lo precedió, ahora
en la parte inferior, cercada debajo por el fileteado voluptuoso del ya finado Don Pancho y el
reconocimiento patente y trágico, bien sabido simulacro cinematográfico, de la pérdida del
mono anhelado y necesario para recuperar los pocos pesos que se han invertido en la maquina
tragamonedas.
Contrario a lo que se esperaría, la pérdida o el triunfo le provocan indiferentemente el
mismo sentimiento de relajación. Nada tiene que ver el juego con la posibilidad de obtener un
beneficio económico ni con las descargas de adrenalina que suponen la espera pasiva y tensa
de un resultado favorable, sino, más bien, con el goce casi morboso de esa pasividad. Con los
dados uno puede encerrarse durante varios meses y llegar, al fin, a adquirir la capacidad para
lanzar de manera de obtener los números deseados dentro de un margen de probabilidades
más que razonable, y ello simplemente con el entrenamiento exhaustivo de ciertas habilidades
psicomotrices y una concentración precisa estando frente al paño. Habían pasado ya algunos
años de eso y ni el tedio ni el exceso de alcohol ni los administradores del casino le permitieron
seguir haciéndolo.
En el caso de estas máquinas la cosa era distinta: el algoritmo que hace funcionar el
generador de números aleatorios era, si no perfecto, lo suficientemente complejo en la
cantidad de variables que conmueven los tres rodillos virtuales como para no poder pensar en
un cálculo mental, un método de predicción, que no implicara la intervención física del aparato
y la llana estafa, imperdonable no por cuestiones morales sino por despojar a la práctica de
todo sentido. Siendo también el tipo de maquina más sencilla, el modelo clásico, tampoco
requería otra cosa del usuario que un suministro constantemente de fichas y el tirar de la gran
palanca que tras una escandalosa cubierta de plástico brillante solo activa un pequeño
pulsador, sin que ninguna diferencia en la ejecución del movimiento afecte los resultados.
Siendo así, si se ganaba o perdía no podía producir otra reacción que un nuevo movimiento de
su mano para tirar otra vez de la palanca.

Pensó en su padre y en sus amigos jugando, como un ritual, el mismo número durante
décadas y estallando en gritos de desconsuelo cada vez que comprobaban la no coincidencia
con las cifras de la pizarra; el «pucha che… la próxima será» y el escupitajo sucesivo junto al
cordón. Pensó que morirse sin nunca haber sacado el premio no le resultaría para nada
problemático, después de todo la única decisión que se había tomado era la de elegir el
número por primera vez, única responsabilidad en el asunto además del tan mentado pacto de
seguir haciéndolo todas las semanas que sellaron el viejo y «los muchachos», cuando pibes,
apoyados en la pared del almacén de ramos generales frente a la plaza del barrio desde donde
podían ver pasar a las chicas de corte y confección. También pensó en la posibilidad de que ese
mismo número saliera, luego de la muerte del tío Luis, que fue el último en irse, de manera
consecutiva en todos los sorteos durante la misma cantidad de tiempo que ellos lo habían
estado jugando infructuosamente. A pesar de la poca probabilidad y la inevitable intervención
de las autoridades que se produciría después de un par de concurrencias, pensó que sería algo
de lo más poético, y que si eso hubiera sucedido y él fuera su viejo, y si existe una manera de
conocer lo que acontece en este mundo una vez que no se está más en él, estaría feliz de
presenciar un prodigio así.

Según su cronograma, llagaba a la hora de salir de la sala para cruzar al bar de enfrente
y pedir, siendo martes, el carlito y el café grande que había reemplazado al pingüino de vino de
la casa servido con el sifoncito a un lado. Fue más este detalle que la proximidad el que lo
había hecho elegir ese bar, pero cuando decidió dejar de beber ya se había encariñado con las
anacrónicas sillas plegables de chapa bermellón de la vereda y el grupo de viejos jugando
dominó adentro, en el extremo opuesto, cuyo tablero veía en posición casi perpendicular al
suelo por obra del gran espejo de bordes biselados bastante picado que hacía de telón de
fondo a la vieja barra de madera de algarrobo mal restaurada con Cetol caoba varios años
atrás.
Los días de frio se sentaba adentro, cerca del grupo, manteniendo la distancia
suficiente para no poder, por el escaso ángulo dibujado entre su línea de visión y el plano de la
mesa, identificar las fichas. Se regocijaba en observar los rostros y gestos de esos hombres
mayores que habiendo vivido mucho (pensó en su padre) daban sin embargo tanta
importancia a esos pequeños momentos. Las narices se colorean y los movimientos se vuelven
los de jóvenes cuando uno de ellos, con ojos brillantes, ofrece a sus amigos y al mozo una
sonrisa que nacía ya al momento que el jugador anterior soltaba definitivamente su ficha y el
otro sentía estremecer su cuerpo ante la confirmación de la perdida de contacto entre el dedo
del compañero y la ficha recién depositada, lo que marca la imposibilidad de cambiar de
jugada a pesar de que ya se podía ver nacer bajo el bigote blanco avejentado por el tabaco la
sonrisa completa de el de enfrente mientras que toma la última ficha propia coincidente en
uno de sus lados con el número de la que se apoyó en la mesa fruto de la última elección de la
partida, y que habiendo sido cualquiera de las otras tres que aún conserva el compañero,
ahora suspirante, podría haber cambiado el resultado del juego. Ese fragmento temporal de
incorporación plena de la actividad agonal no le ocurría a él al detenerse los discos de su
máquina; esa confirmación de la existencia de una relación implacable entre el valor del saber
y la percepción lineal del tiempo le había comenzado a resultar intolerable. No había vuelto a
aceptar la invitación de los viejos.

Durante el café, el cuál bebía luego de haber acompañado la comida con el vasito de
soda que el mozo sabía debía traer antes a la mesa, pensó en Sofía. Pensó, cómo tantas veces,
que la cosa no iba tan mal en ese tiempo, que incluso podía considerarse la fallida relación
como una de las mejores de entre sus conocidos. Pensó que el desencadenante de la pelea
que llevó a la ruptura definitiva no había sido más que una actuación puntual que irritó un
conjunto de tensiones tal vez no totalmente intrínsecas a la pareja, y que tarde o temprano
podrían haberse resuelto o disuelto, si esa noche, en esa hora de gritos y lamentos acotada
entre el reproche doméstico de ella y el portazo propio intencionado más hacia la puerta con
el gran vidrio ahumado de la oficina del jefe que hacia la puertita de lata blanca de la concina
que daba al patio de la casa, una reacción en caliente, una mala jugada como cualquier otra,
no hubiese desencadenado la puesta en abismo de todo lo que conocía y que a la distancia se
recuerda con tanto anhelo. Terminó su café.
Pensando aún en Sofía, miró con desagrado las fichas como puertitas blancas y salió
del bar. Se detuvo antes de llegar al cordón, en el límite imaginario trazado entre la última fila
de mesas y la senda de la vereda que se conservaba peatonal, y se giró arrepentido y algo
avergonzado para saludar al grupo del dominó. «El viejo tendría la edad de ellos», pensó,
emitiendo entre dientes un siseo ininteligible, «si no lo hubiéramos operado capaz se
recuperaba, o tiraba unos años más… cómo iba a saber yo».
Sofía se borró de su cabeza y en este momento ve a su padre entrando al quirófano en
la camilla, saludándolos con esos ojos despiertos que sostienen las cejas de búho siempre
alborotadas y al médico serio saliendo por la puerta doble de un blanco marfil aséptico
mirando al suelo, y el velorio con los ojos y toda la cara de búho ya dormidos. Lo veía en otra
jugada, corriendo de la manera que su avanzada vejez se lo permite, con rengueos
intermitentes, de la mano de su nieta que lo arrastra y ahora debe estar cumpliendo quince o
dieciséis años y quizás ya no recuerda la cara de su padre como él tampoco está seguro de
recordar fehacientemente la cara del suyo. La niña pequeña de tiempo atrás apura a su abuelo
que lucha por llegar, viejo como es ahora, a la agencia que está a la vuelta del hospital antes
de que el dueño termine de cerrar la puerta blanca de doble hoja porque con los muchachos
jugaron ese número durante casi ya medio siglo y siendo él el último no podía faltar al pacto
que hizo con sus viejos amigos, que en paz descansen.

Se soltó del cordón a la superficie firme del asfalto. Cruzó la calle y entró al local con
rumbo a donde lo esperaban las máquinas, brillantes, siempre despiertas.
5 - El caos de lo que no importa

señores y relojes / niños y disimulos / señoritas y fuegos/ al azar/ no hay método no hay
coreografía/ siempre se nos escapa/ le perdemos el paso a/ la fórmula del swing cósmico para
entender vencer enfrentar el caos/ mi caos tu caos el caos/ y nos ponemos existencialistas/ así
que piérdanse en el humo/ o en un pedacito de oscuridad que esté dejando sin color la
habitación/

Que tiemble el piso/ eso es azar/ Ayer me caí dormida/ Me desperté en el suelo que temblaba
y con miedo/ Eso fue de una pequeña gravedad y/ culpa de la pesadilla o el insomnio / Ayer te
escribí y me evitaste respuesta/ ¿Eso lo explicaría el azar?/ Las causas/ / Hay que diferenciar/
Siempre vamos a intentar de cosas al azar culpar/ Pero las cosas/ Las cosexcusas /Los sentidos
que no sienten/ Las palabras y las cosas/ Las unimos por engaño (y nos las creemos)/

Seguimos creyendo en un dios/ Y seguimos creyendo tentar al diablo/ Con miedo o por
miedo/al más allá/ al salvaje acá nomás / a los agujeros negros/ al karma/ ¿Lo inventamos/ lo
arrastramos?/ ¿O todo eso y unas horas de máquina?/

Con sumo y consciente arreglo / La maldita suerte/ La mediocre realidad/ nacida del azar/
Puede estar más o menos justificada/ Por alguna que otra condición/ caótica

Es la intención/ Lo único que puede enfrentar el azar/ Por ejemplo/ tu indiferente intención/ al
no decirme ayer que no/
6 – «Encontré lápiz, mas perdí sentido de la perspectiva»

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