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NACIONALES

PANDILLAS SALVADOREÑAS

"La inseguridad no es el principal


problema de El Salvador"
La violencia es síntoma de problemas más profundos y mientras El Salvador no encuentre
soluciones sociales, las pandillas seguirán ganando poder. Eso dice el principal vocero de
Naciones Unidas en el país, apoyado en el Informe de Desarrollo Humano 2013. Valent
recuerda que las manos duras fracasaron, defiende la tregua como camino de avance y pide
cordura a los liderazgos partidarios y a los poderes fácticos: “El tema de la seguridad se utiliza
en la batalla electoral", critica, "y esto tendría que ser una acción conjunta, de país”.
José Luis Sanz
Domi ngo, 9 de febr ero de 2014

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Roberto Valent. Foto El Faro
El Salvador es, a pesar de la tregua, el país con mayor tasa de jóvenes asesinados en el
continente. Roberto Valent no lo maquilla: “El fenómeno de la violencia social afecta a este
país como un cáncer en su estómago, y su avance es veloz”, dice. Sin embargo, el máximo
representante del Programa de Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD) en El Salvador
insiste en que no se puede valorar, entender ni enfrentar la violencia de forma aislada: “En un
contexto de inequidades, de brechas enormes de desigualdad, está claro que la violencia
emerge, se expresa, reina y no tiene límites”, dice.

Armado con el demoledor Informe de Desarrollo Humano 2013, que presentó el pasado
noviembre PNUD y que describe a la salvadoreña como una sociedad multidañada, en agonía
crónica, muy distinta a la de los spots oficiales de este y de cualquier gobierno anterior, Valent
insiste en que no hay soluciones fáciles a la criminalidad y en que las manos duras solo
agravan el problema. Reclama por eso soluciones políticas que no se limiten a lo policial. Pide,
por ejemplo, que nos preguntemos por qué los pandilleros se han consolidado como modelo
de éxito social en muchas de las comunidades que controlan, y que a partir de ahí nos
revisemos como sociedad en conjunto: “El pandillerismo se puede prohibir por ley, pero (no
remitirá) si no se desarrollan políticas de promoción cultural de una identidad nacional positiva
que pueda contrabalancear esa otra identidad, digamos, negativa”.

Dentro de esa misma lógica, PNUD apoya institucionalmente, casi desde su inicio, la
tregua/negociación con la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Valent insiste en que ese proceso
sigue vivo y que se trata de una oportunidad abierta. Las críticas van para quienes no la han
aprovechado casi dos años después de que iniciara: el Estado, los poderes fácticos y los líderes
políticos.

Aunque esta entrevista se celebró a finales de 2013 y no tenía como objetivo evaluar las
propuestas de los candidatos a la presidencia en materia de seguridad, Valent lamenta que la
campaña haya distorsionado temporalmente el debate público sobre el asunto: “El tema de la
tregua se ha vuelto una excusa para no abordar el tema de manera integral y en equipo”,
lamenta. Al mismo tiempo, admite que el pacto por la seguridad y el empleo promovido por
Funes como sostén de la tregua “no ha avanzado en la medida que se esperaba”.

Aun así, este italiano erguido y sonriente de 48 años está convencido, por alguna íntima razón,
de que la reflexión colectiva sobre la inseguridad en El Salvador está tomando un buen camino
y pide paciencia. Siendo funcionario de una organización tan flemática como Naciones Unidas
se podría suponer que Valent es optimista por método, por disciplina profesional, pero lo cierto
es que no parece un cínico. Queda para cada quien la opción de creerle.

El Informe de Desarrollo Humano de El Salvador de 2013 fue especialmente duro:


dice que nuestros problemas son profundos, medulares.
Nuestro informe pretende responder una simple pregunta: ¿por qué El Salvador no ha sabido
otorgar a su gente niveles de vida adecuados, es decir, “altos” o “medio-altos”. El Salvador se
caracteriza por brechas de inequidad enormes. Tenemos a gente que viaja en un bus y no
sabe si llegará a su destino viva o muerta, y al mismo tiempo gente que, en un país de 20 mil
kilómetros cuadrados, viaja en helicóptero de un punto a otro de la capital. Y no estamos
hablando de una capital del tamaño de Tokio o Los Ángeles. Por eso no debemos tener
problemas para reflejar las realidades que se viven todos los días. Debemos tener el coraje de
leer la verdad en los periódicos, en los informes de desarrollo de la ONU, del PNUD, etcétera.

Una verdad incómoda.


La verdad es que si un niño o una niña tiene la oportunidad de ir a la escuela, en muchos
casos, no en todos, entra a un ambiente inseguro. Vemos en televisión todos los días los
enormes problemas que están teniendo las escuelas salvadoreñas para ejercer el poder y para
enseñar, y vemos cómo no solo los niños, sino también los profesores, se sienten de una
manera u otra obligados a salir del ámbito escolar. Y si miramos al entorno laboral, los
trabajos en El Salvador son, en su gran mayoría, indecentes. Estamos hablando del 60 % de la
economía en un país que no tiene más de 275 o 300 mil contribuyentes directos al fisco. En un
país de 6 millones de habitantes, 275 mil contribuyentes es muy poco.

Hay que ampliar la base tributaria. Es algo que se ha discutido por años.
El problema es que hay espacios de ejercicio y garantía de derechos humanos, que no se
están utilizando, pero también espacios de oportunidad: si se formalizara ese 60 % y pico para
poder ampliar el abanico fiscal... Cuando PNUD habla de políticas públicas habla de
universalización de la salud, de la educación, y de un marco legislativo para proveer una
protección social sistemática, no amarrada a programas, o iniciativas de un gobierno o del
otro. Eso es lo que decimos en el informe. Y llamamos la atención sobre factores devastantes
para El Salvador, porque no podemos ignorar que cada día un promedio de 102 salvadoreños
y salvadoreñas se ven obligados a salir del país. Más de 30 mil salvadoreños salen del país
cada año. La migración ha sido incontenible en los últimos 50 años.

Desde antes de la guerra y de que nacieran siquiera Arena y el FMLN.


No estamos hablando de una administración o de otra, sino de problemas estructurales,
sistémicos, que se repiten y a los cuales hay que mirar muy atentamente, sin enfoques
político-electorales sino centrados en dar soluciones a la gente. Ese es el afán de este informe.
Y otro tema que abordamos, y que junto con el de la migración es una de las principales
consecuencias de las brechas de inequidad, es el de la violencia, la inseguridad. El fenómeno
de la violencia social afecta a este país como un cáncer en su estómago, con la posibilidad de
que haya una metástasis total. Y su avance es veloz, porque la articulación y la organización
de las pandillas, su capacidad de desarrollo, es muy clara. Y hay que añadir que, en el marco
de las dinámicas de criminalidad transnacionales, el territorio de El Salvador se utiliza como un
punto de transferencia de mercancías —droga, e incluso trata de personas— desde Colombia,
Panamá, Costa Rica hacia el norte. Pasan buses con gente, con materiales... ¿Qué tipo de
solución se da a eso?

Por años, administraciones de uno u otro signo han repetido que la inseguridad es
el gran lastre del país. Se supone que con menos violencia el país tendría mayor
desarrollo, etcétera. Pero ustedes dicen que aunque no tuviéramos este problema
de inseguridad el rumbo del país sería equivocado. ¿Estoy leyendo correctamente
sus conclusiones?
La inseguridad no es el principal problema de El Salvador. La inseguridad es la manifestación
de problemas mucho más estructurales que no pueden hacer otra cosa que generar violencia.
En un contexto de inequidades, de brechas enormes de desigualdad, está claro que la
violencia emerge, se expresa, reina y no tiene límites. ¿Hasta dónde le damos espacio para
poderse expresarse? Ese es el punto. Y no hay soluciones fáciles, pero todos sabemos que hay
soluciones que no han funcionado, que no funcionan y que además generan más inseguridad.

Se refiere a las manos duras.


Lo dicen el Corán, la Biblia: la violencia genera violencia. No es a través de la violencia
institucional, de la mano dura, de la mano súper dura, que se va a resolver el problema. Eso
puede satisfacer nuestra voluntad de activar el “ojo por ojo, diente por diente” pero no va a
resolver nada. Ya lo hemos experimentado en América Latina, en América Central.

¿Se ha utilizado la violencia, el debate sobre las estrategias antipandillas, como


una excusa para evitar debates más de fondo?
Yo no quisiera juzgar voluntades. Sería una especulación de mi parte. Pienso que hablar de
seguridad e inseguridad es muy importante. Estamos teniendo 7 o 7.8 muertos cada día. El
Salvador es el país con más muertos entre sus jóvenes. Estamos hablando de 98 jóvenes
muertos por cada 100 mil habitantes jóvenes (entre 16 y 24 años). Evidentemente es un tema
que obliga a la sociedad a plantearse y replantearse estrategias, discutir soluciones... Pero
soluciones que se acoplen a todos los estratos y todas las aristas de esta sociedad, que es
compleja, como todas las sociedades en el mundo. La violencia es expresión de una serie de
elementos que se acoplan, como la pobreza extrema, como el hambre... En este país todavía
tenemos un número importante de niños, jóvenes y adultos que sufren desnutrición, tenemos
problemas de empleo, de acceso a espacios públicos libres de violencia... ¿Cuántos son los
espacios o veredas para que los jóvenes caminen en San Salvador, San Miguel, Santa Ana?

Es evidente que faltan espacios públicos de convivencia, pero romper el miedo es


difícil. El mismo informe explica que la familia, la escuela, al mercado laboral, han
cambiado por efecto de la violencia. Lo difícil ahora es encontrar un punto de
incisión para empezar a revertir la situación.
Para empezar, el debate no debe circunscribirse al problema de las pandillas. Sería un enfoque
reduccionista. Lo que hace falta es un afán del país por darse un rumbo común alrededor de
un modelo de desarrollo humano. Porque desde los años 50 El Salvador se ha centrado en el
modelo de crecimiento económico, que está bien, porque es parte de un modelo de desarrollo
humano, pero hay que entender que el crecimiento económico es un medio, no es un fin. Es la
persona humana lo que debe estar en el centro del desarrollo.

Explíqueme eso.
Hablo de un modelo centrado en la gente, que tome en cuenta que hay una interrelación muy
clara entre las dimensiones sociales, políticas y económicas. Hace falta una política cultural
transformadora, porque hay un problema de estigma y discriminación, de gente que está al
margen. Hablamos de poner a la gente en el centro y en El Salvador hay mucha más gente en
la periferia que en el centro, como las comunidades afroamericanas, o como las fuertes
comunidades indígenas, o como los pobres por ingreso, que no tienen las mismas
oportunidades y las mismas opciones... Es fundamental una transformación que no solo
integre en el centro de la atención a la gente que está en la periferia, sino que también pueda
dar un sentimiento de unión nacional y una identidad cuya fuerza se base en la diferencia de
identidades. Hay cierto tipo de identidades que consideramos negativas, pero una identidad
negativa se puede borrar cuando hay una identidad positiva que es más fuerte. Por ejemplo, el
pandillerismo se puede prohibir por ley, pero si no se inculca en la juventud, en los niños, si no
se desarrollan políticas proactivas de promoción cultural de una identidad nacional positiva que
pueda contrabalancear esa otra identidad, digamos, negativa… En otros países hay fenómenos
pandilleriles que no son necesariamente negativos. Se podría analizar, estudiarlo en Estados
Unidos, Francia, en algunos países en África del Oeste, en Brasil…No se trata de borrar
culturas, de aniquilarlas, sino de buscar cómo maximizar los intereses del joven en una
apropiación cultural positiva.

El informe dice, textualmente: “la infraestructura moral ha legitimado por temor la


figura del pandillero”, pero dice algo más: dice que el pandillero se han convertido
en “un referente de éxito”. ¿Qué tipo de política puede revertir esto? Si es una
cuestión de modelos, de identidades, esto va más allá de una estrategia policial
anticriminal .
Absolutamente. De un lado está el tema de asegurar que rija el estado de derecho: unas
reglas del juego, una Constitución, leyes, reglas de convivencia ciudadana que hay que
respetar. Y si no se respetan hay medidas que se deben tomar desde el sistema de justicia.
Hace falta un fortalecimiento del sistema de justicia, de Fiscalía pero también de defensoría, y
ampararlo y equipar al sistema de jueces. La simple concepción de un sistema de justicia que
es eficaz, eficiente y justo, es un elemento de disuasión poderosísimo, y hay que brindarlo. Y
hay que acompañar esto con la activación de esquemas de inteligencia comunitaria, policial,
fiscal... No hablo de inteligencia a lo James Bond 007, sino de centros de observación
ciudadanos, del poder que tienen los medios de comunicación para analizar los problemas de
realidad y poner en vista en lo que no va bien, pero también en lo que sí va bien. Y de
aprovechar las críticas para construir soluciones alrededor de estas.

Cuando dice lo de la “inteligencia comunitaria” suena a que quiere convertir a los


vecinos de comunidades en informantes de la Policía.
La gente de las comunidades es el capital humano visible e inteligente que está en el territorio
y es importante su relación con la Policía. Si la Policía entra a mi casa derribando la puerta, me
tumba en el piso y solo después me pregunta si soy un criminal, o si hay un problema de
violencia policial contra mis niños, mis jóvenes, mi familia o mis amigos, se crea una
contraposición entre la comunidad y la autoridad. Hay que crear una comunicación fluida entre
la comunidad y la Policía, hay que fortalecer la Policía comunitaria, porque es la que se
relaciona con la gente y recoge información. Eso es lo que quería decir. Atender a la
comunidad no es simplemente contestar los teléfonos de emergencias o estar ahí con una
patrulla, mirando qué pasa. Estar presente es otra cosa.

Se lo planteo en sentido contrario: si en muchas comunidades las familias están


desbordadas y la escuela no tiene condiciones de seguridad para desarrollar su
labor, están fallando las dos herramientas principales de prevención y desarrollo de
un modelo social alternativo a las pandillas. ¿Qué políticas pueden regenerar esos
espacios de socialización?
Políticas que puedan estimular a los salvadoreños a vivir en sus comunidades sin que cada día
de los últimos cinco años 102 vecinos tengan que salir del país, quebrando al hacerlo
estructuras familiares. Se están desarticulando las familias, y eso es un problema de Estado.

Está diciendo que mientras las remesas nos salvaban la economía, la exportación
de gente generó un problema social. Destacamos el impacto económico y no
atendimos el impacto social.
Y ten en cuenta que no solo por objetivos económicos la gente se va del país.

¿Pero cómo saberlo si estábamos viendo los números de la migración, no a las


personas que migraban o se quedaban?
Así es. Regreso a la premisa del informe de desarrollo: “En el centro de los modelos de
desarrollo humano está la gente; la economía es solo un medio”. No se vive de
macroeconomía, sino de bienestar. No se vive de promedios, se vive de verdadero
entendimiento de dónde están las brechas y de abordar estas brechas. La migración, desde
una perspectiva macroeconómica, nos da confort, pero los 3 millones o más de salvadoreños
que están afuera son una enorme pérdida de capital humano competitivo. ¿Y cuáles son las
soluciones? Las soluciones están en el trabajo decente, la educación de calidad, la seguridad,
la salud integral, y en hogares saludables y decentes. Todos merecemos vivir en un hábitat
que nos permita potenciar nuestras capacidades. El problema es que nuestros liderazgos
nacionales no están centrados en eso. Hacen falta acuerdos claros y de nación. Ningún país
avanza al desarrollo humano sin una relación de conjunto que incluya dónde estamos y
adónde queremos ir; qué queremos hacer y cómo. Es el tipo de acuerdo que, tras una
negociación básica, se establece entre dos estudiantes, entre un hijo y una madre, entre dos
colegas, o entre dos contrincantes. ¡No hay ni siquiera necesidad de quererse bien! Basta
tener la voluntad de sentarse a una mesa para establecer acuerdos claros y duraderos.

Pero regresemos al punto anterior: que el pandillero sea en las comunidades una
figura de éxito supone un salto cualitativo. Ya no solo estamos hablando solo del
pandillero opresor, del malvado que tiene sometida a la comunidad a través del
miedo. El pandillero se convierte en un modelo de autoridad y de éxito, que son
valores positivos. ¿Qué tenemos que entender de ese cambio?
Ahí se trata de entender cómo el joven o la joven que se está vinculando a la estructura
pandilleril mira a la persona. Probablemente ese joven no tiene muchos parámetros de
comparación. Hay que activar liderazgos positivos e impulsar incentivos para que los jóvenes
puedan crecer, desarrollar oportunidades. Los jóvenes salvadoreños son los que más sufren el
desempleo y el subempleo. No tienen oportunidades de trabajo decente; solo unos pocos las
tienen. ¡El mercado laboral provee de empleo decente solamente al 21 % de la población
económicamente activa! Y las mujeres, los jóvenes, los adultos mayores y el sector agrícola
están mucho más rezagados en el promedio. Hay que entender que buena parte de los
emprendimientos a nivel nacional son informales. ¿Cómo un emprendimiento informal puede
generar empleos decentes? Y si el tema de la inserción laboral es clave, la inserción educativa
también lo es. No es posible que la inversión en educación en el país se mantenga en el gasto
público de 1984 y no supere el 15 % del gasto total. Que el gasto en salud, desde el 81 no
haya superado un promedio del 10 % del gasto total. ¿Qué inserción social vamos a
asegurarnos así? Y las mujeres, los niños y los jóvenes son los más impactados por esta
realidad, porque la inversión muchas veces no se enfoca en el ciclo de vida preuterino y
postuterino: la educación parvularia, de los 0-4 años, o de los 4-6. No se hacen inversiones
ahí. Se deja a la familia a su merced, y en esa etapa es en la que se crean situaciones de salud
mental, salud física... porque donde hay desnutrición hay también impactos de discapacidad
mental en muchos de nuestros jóvenes.

Cuándo hablamos de empleos decentes estamos hablando de…


Trabajo decente se define como alguien que tiene contrato, seguridad social y salario mínimo.
Tener seguro de salud, provisiones para las pensiones, y que básicamente haya una
contribución para ahorros relacionados con esquemas de vivienda.

¿Y el empleo no decente en qué se distingue oficialmente del desempleo? Si no hay


contrato, ¿qué define al otro 79 %?
Según la Digestyc, es alguien que trabajó ocho horas en total a lo largo de última semana.
Aunque no tenga contrato, seguridad social ni salario mínimo.

Es irónico que se suela distinguir entre “gente trabajadora” y “delincuentes”


porque, en El Salvador, un 80 % de los trabajadores considerados honrados trabaja
en la ilegalidad.
Y en un entorno de vulnerabilidad enorme.

Habla de políticas de país, pero el diagnóstico del PNUD se mueve a nivel micro, a
ras de suelo, habla de cómo están las comunidades. ¿Ha habido un divorcio entre
las políticas del país y la realidad de las comunidades?
El tema es que las políticas tienen que ser capaces de adaptarse a su entorno y tomar en
cuenta la diversidad, no solo las diversidades geográficas sino culturales. Si las políticas no
aterrizan, se quedan a nivel metafísico. Es tema un poco kantiano o hegeliano, del espíritu
absoluto, la gran política. Si no aterrizan, las políticas no son útiles. Como las leyes, que son
excelentes marcos normativos pero no se implementan. Así entramos en involución. Hay
políticas estratégicas nacionales con blindaje legislativo que no se llegan a aplicar porque las
instituciones no están equipadas a nivel territorial con los recursos para ello. Estamos en un
país que tiene 262 municipalidades en 20 mil kilómetros cuadrados… Sudáfrica, con 1 millón
800 mil kilómetros cuadrados, tiene 50 municipalidades y quiere achicar ese número. ¿Qué
puede hacerse en municipalidades con 500 personas? Se necesitan acuerdos de país para
poder abordar estos temas, porque si no hay acuerdos todo se vuelve incandescente e
imposible de manejar.

Cuando habla de políticas que “no aterrizan” pienso en la tregua entre pandillas.
Dialogar con ellas fue el giro político más agresivo que un gobierno haya dado en
materia de seguridad, pero en teoría debía traer consigo una serie de nuevas
políticas. Y eso no ha sucedido.
Este es un tema del que hay que hablar sin pelos en la lengua: la tregua no es una política, es
una iniciativa. Una política es la apertura a una estrategia de inserción de jóvenes a nivel
socioeconómico. La idea de un gran pacto para el empleo y la seguridad que anunció el
presidente en mayo de 2012, ¡esa era la política! El problema es que hemos dispersado mucho
las energías alrededor del tema de la tregua. La tregua -y es mi opinión personal- ha sido
capaz de activar un espacio para el acuerdo entre pandillas contrincantes, y lo hizo en un
espacio institucional, que son las prisiones. Y logró, de un día al otro, del 9 al 10 de marzo de
2012, reducir el número de muertos de manera exorbitante, salvando vidas. Esto lo valoramos,
a pesar de todo lo que se diga. Pero el tema de la tregua se ha vuelto a veces... -y esto es a
título personal, me quito el sombrerito de la ONU, porque soy un ser humano-... se ha vuelto
una excusa para no abordar el tema de manera integral y en equipo. Y pienso que el país y los
liderazgos no se pueden permitir este lujo. El tema es que hay que apostar por los jóvenes,
sacarlos de las condiciones de vida infrahumanas en las que están. Cuando hablamos de
tregua hablamos de humanización. Y eso incluye también una mejora del espacio carcelario.
Vivimos en el país con la tasa más alta de hacinamiento carcelario en Latinoamérica, por no
decir en el mundo. Tenemos cárceles en las que la gente tiene que tomar turnos para dormir.
Y es increíble que se haga distinción entre ciudadanos honrados y no honrados: cualquiera,
alguien que chocó con un vehículo, puede acabar en una bartolina de la Policía en la que
puede ser violado, tiene que dormir parado, puede ser golpeado... es inaceptable.
Pero volviendo a la tregua...
Volviendo a la tregua: ¿Yo voy a abrir espacios de diálogo aun con el diablo? Sí. Desde mi
punto de vista es coherente si se quieren encontrar soluciones. Si querés cambiar el enemigo,
debes conocerlo, ante todo.

Algo parecido me dijo usted a principios de 2013, y parece que no haya ocurrido
nada desde entonces. La tregua cambió la discusión sobre violencia, pero pasa el
tiempo y no estamos en el siguiente nivel. ¿Dónde está el pacto por la seguridad
que...?
9 de julio de 2012, “Pacto por la seguridad y el empleo”. Recuerdo la noticia internacional del
llamado del presidente Funes. A partir de ahí hemos compartido matrices, programas,
recursos, proyectos... hemos recurrido a la recuperación de recursos con la cooperación
internacional... Pero después no ha avanzado, tenés razón en eso.

En enero de 2013 se lanzó la llamada “segunda fase” de la tregua, los municipios


libres de violencia, y se vislumbró un aterrizaje. Pero un año después ha sucedido
poco. A principio de 2013 le pregunté a usted si la Comisión Humanitaria, de la que
PNUD forma parte, no iba demasiado lenta. Ha pasado un año y…
En aquel momento te dije que la responsabilidad de ir de prisa no era de la Comisión
Humanitaria…

... Sino del Estado.


Absolutamente.

Y un año después, ¿qué ha pasado? Parece que fue otra idea que no aterrizó y que
la vida en la comunidad va a ser la misma.
Lo que se denominó “Pacto por la seguridad y el empleo” no ha avanzado en la medida que se
esperaba. Las expectativas eran enormes y este tipo de proceso toma más tiempo del que
probablemente podemos fijar nosotros, como gente que tiene una cierta impaciencia con el
tema de la violencia. Pero hubo pasos importantes: impulso a reformas carcelarias, un
presupuesto nacional de 30 millones de dólares que probablemente no se siente en el terreno
todavía pero es para territorializar las actividades de apoyo a los procesos de reinserción
socioeconómica y de vinculación de actores territoriales a los planes de seguridad... Yo creo
que se está en una buena dirección. El tema aquí es que esto requiere muchos más recursos.
Pero hay actividades importantes. Por ejemplo USAID tiene recursos muy importantes en el
marco de la reinserción educativa. Lo mismo la UE. Y hay recursos nacionales y yo abogo para
que haya más. Insisto: el tema de los recursos es importante.

Dice que faltan recursos, pero lo que no acabo de ver es la línea de trabajo que se
quiere financiar con esos recursos. Si la tregua abrió un nuevo tablero, no sé qué
hay ahora mismo sobre ese tablero.
Está claro que lo ideal hubiera sido que todas las partes, los políticos en primer lugar, pero
todos los poderes fácticos de este país, se unieran. Que se unieran aún más allá de la
Comisión Humanitaria. Pero el tema es que ese proceso ha comenzado, y eso hay que
celebrarlo. Yo estoy de acuerdo contigo, pero hay que dar más impulso, poner más recursos,
más diálogo y lograr estrategias claras, bien comunicadas, y compartidas. No es novedoso que
la inserción socioeconómica se ponga en la mesa pero hay que apostarle con recursos. Se
dedica mucho presupuesto a erigir grandes muros, colocar cámaras, levantar infraestructura
de protección y seguridad, policías, guardias privados... pero la realidad es que si hubiera
reinserción socioeconómica fuerte, si hubiera una dignificación del entorno en el que viven
muchísimos salvadoreños y salvadoreñas, la violencia disminuiría.

Está diciendo que la ventana de oportunidad de la tregua…


No está cerrada. Para nada. Y de hecho hay que mantenerla abierta. El contexto político
electoral no ha ayudado al proceso de diálogo y de búsqueda de encuentros, de soluciones.
Hay posiciones que han cambiado. No voy a entrar en detalles pero recuerdo exactamente
cómo ha evolucionado la posición y el planteamiento de varias mentes de los sectores políticos
en el país. Cuanto la campaña se hace ardua, los mensajes empiezan a tener otras tonalidades
y el tema de la seguridad se utiliza en la batalla electoral. Y esto tendría que ser una acción
conjunta, de país, la gente mano a mano, no un proceso de diatriba total, donde se repiten las
mismas cosas por un año y medio, se le pone un poquito más de tinta, ahí es con ajo, ahí es
con sal, pimienta... y al final el discurso es distinto al inicial.

¿Quiere decir que es la campaña la que ha provocado la confontación política


alrededor de la tregua?
El ambiente empezó siendo más de conciliación. Los sectores políticos eran bien claros y había
un encuentro alrededor del tema, pero ahora estamos ahora en un momento de desencuentro.

¿Cree que el Estado ha hecho todo lo que podía por este nuevo contexto?
Yo pienso que las estructuras del Estado tienen mucho que hacer. Tienen muchísimo que
hacer…

Volvió el diplomático, ja, ja.


No. Digo que tienen mucho que hacer en el sentido de que el reto es enorme. Yo pienso que
las buenas intenciones estuvieron ahí, de parte de todas las estructuras del Estado.
Sinceramente, tengo un concepto positivo de la integridad moral y del discurso de los actores
políticos nacionales. Todos quieren una solución, todos tienen buenas intenciones. No creo que
haya esquemas ocultos ahí detrás, alianzas oscuras y todo eso. No. Tenemos que ser
positivos. El tiempo es corto, pero lo tenemos. El asunto es que estamos tratando con un
cáncer con varios tentáculos y con la capacidad de ampliarse en una metástasis muy fuerte.

¿Lo que está diciendo es que esa posibilidad de metástasis, de expansión del
cáncer por todo el organismo, en este caso la sociedad, no está ni mucho menos
descartada?
No lo está. Para nada. Cuando el Estado nos habla de 60 mil pandilleros y de una estructura
humana de 360 mil personas que de una u otra manera están vinculadas a estos grupos, o
atrapados en ellos porque son convivientes... Aquí no estamos hablando de personas que
llegan de Marte, Plutón o Mercurio. Estamos hablando de salvadoreños que nacen
intrínsecamente buenos y a quienes el contexto les impacta. No es una novedad decir que las
maras nacen en zonas que no son la Escalón.

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