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PANDILLAS SALVADOREÑAS
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Roberto Valent. Foto El Faro
El Salvador es, a pesar de la tregua, el país con mayor tasa de jóvenes asesinados en el
continente. Roberto Valent no lo maquilla: “El fenómeno de la violencia social afecta a este
país como un cáncer en su estómago, y su avance es veloz”, dice. Sin embargo, el máximo
representante del Programa de Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD) en El Salvador
insiste en que no se puede valorar, entender ni enfrentar la violencia de forma aislada: “En un
contexto de inequidades, de brechas enormes de desigualdad, está claro que la violencia
emerge, se expresa, reina y no tiene límites”, dice.
Armado con el demoledor Informe de Desarrollo Humano 2013, que presentó el pasado
noviembre PNUD y que describe a la salvadoreña como una sociedad multidañada, en agonía
crónica, muy distinta a la de los spots oficiales de este y de cualquier gobierno anterior, Valent
insiste en que no hay soluciones fáciles a la criminalidad y en que las manos duras solo
agravan el problema. Reclama por eso soluciones políticas que no se limiten a lo policial. Pide,
por ejemplo, que nos preguntemos por qué los pandilleros se han consolidado como modelo
de éxito social en muchas de las comunidades que controlan, y que a partir de ahí nos
revisemos como sociedad en conjunto: “El pandillerismo se puede prohibir por ley, pero (no
remitirá) si no se desarrollan políticas de promoción cultural de una identidad nacional positiva
que pueda contrabalancear esa otra identidad, digamos, negativa”.
Dentro de esa misma lógica, PNUD apoya institucionalmente, casi desde su inicio, la
tregua/negociación con la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Valent insiste en que ese proceso
sigue vivo y que se trata de una oportunidad abierta. Las críticas van para quienes no la han
aprovechado casi dos años después de que iniciara: el Estado, los poderes fácticos y los líderes
políticos.
Aunque esta entrevista se celebró a finales de 2013 y no tenía como objetivo evaluar las
propuestas de los candidatos a la presidencia en materia de seguridad, Valent lamenta que la
campaña haya distorsionado temporalmente el debate público sobre el asunto: “El tema de la
tregua se ha vuelto una excusa para no abordar el tema de manera integral y en equipo”,
lamenta. Al mismo tiempo, admite que el pacto por la seguridad y el empleo promovido por
Funes como sostén de la tregua “no ha avanzado en la medida que se esperaba”.
Aun así, este italiano erguido y sonriente de 48 años está convencido, por alguna íntima razón,
de que la reflexión colectiva sobre la inseguridad en El Salvador está tomando un buen camino
y pide paciencia. Siendo funcionario de una organización tan flemática como Naciones Unidas
se podría suponer que Valent es optimista por método, por disciplina profesional, pero lo cierto
es que no parece un cínico. Queda para cada quien la opción de creerle.
Hay que ampliar la base tributaria. Es algo que se ha discutido por años.
El problema es que hay espacios de ejercicio y garantía de derechos humanos, que no se
están utilizando, pero también espacios de oportunidad: si se formalizara ese 60 % y pico para
poder ampliar el abanico fiscal... Cuando PNUD habla de políticas públicas habla de
universalización de la salud, de la educación, y de un marco legislativo para proveer una
protección social sistemática, no amarrada a programas, o iniciativas de un gobierno o del
otro. Eso es lo que decimos en el informe. Y llamamos la atención sobre factores devastantes
para El Salvador, porque no podemos ignorar que cada día un promedio de 102 salvadoreños
y salvadoreñas se ven obligados a salir del país. Más de 30 mil salvadoreños salen del país
cada año. La migración ha sido incontenible en los últimos 50 años.
Por años, administraciones de uno u otro signo han repetido que la inseguridad es
el gran lastre del país. Se supone que con menos violencia el país tendría mayor
desarrollo, etcétera. Pero ustedes dicen que aunque no tuviéramos este problema
de inseguridad el rumbo del país sería equivocado. ¿Estoy leyendo correctamente
sus conclusiones?
La inseguridad no es el principal problema de El Salvador. La inseguridad es la manifestación
de problemas mucho más estructurales que no pueden hacer otra cosa que generar violencia.
En un contexto de inequidades, de brechas enormes de desigualdad, está claro que la
violencia emerge, se expresa, reina y no tiene límites. ¿Hasta dónde le damos espacio para
poderse expresarse? Ese es el punto. Y no hay soluciones fáciles, pero todos sabemos que hay
soluciones que no han funcionado, que no funcionan y que además generan más inseguridad.
Explíqueme eso.
Hablo de un modelo centrado en la gente, que tome en cuenta que hay una interrelación muy
clara entre las dimensiones sociales, políticas y económicas. Hace falta una política cultural
transformadora, porque hay un problema de estigma y discriminación, de gente que está al
margen. Hablamos de poner a la gente en el centro y en El Salvador hay mucha más gente en
la periferia que en el centro, como las comunidades afroamericanas, o como las fuertes
comunidades indígenas, o como los pobres por ingreso, que no tienen las mismas
oportunidades y las mismas opciones... Es fundamental una transformación que no solo
integre en el centro de la atención a la gente que está en la periferia, sino que también pueda
dar un sentimiento de unión nacional y una identidad cuya fuerza se base en la diferencia de
identidades. Hay cierto tipo de identidades que consideramos negativas, pero una identidad
negativa se puede borrar cuando hay una identidad positiva que es más fuerte. Por ejemplo, el
pandillerismo se puede prohibir por ley, pero si no se inculca en la juventud, en los niños, si no
se desarrollan políticas proactivas de promoción cultural de una identidad nacional positiva que
pueda contrabalancear esa otra identidad, digamos, negativa… En otros países hay fenómenos
pandilleriles que no son necesariamente negativos. Se podría analizar, estudiarlo en Estados
Unidos, Francia, en algunos países en África del Oeste, en Brasil…No se trata de borrar
culturas, de aniquilarlas, sino de buscar cómo maximizar los intereses del joven en una
apropiación cultural positiva.
Está diciendo que mientras las remesas nos salvaban la economía, la exportación
de gente generó un problema social. Destacamos el impacto económico y no
atendimos el impacto social.
Y ten en cuenta que no solo por objetivos económicos la gente se va del país.
Pero regresemos al punto anterior: que el pandillero sea en las comunidades una
figura de éxito supone un salto cualitativo. Ya no solo estamos hablando solo del
pandillero opresor, del malvado que tiene sometida a la comunidad a través del
miedo. El pandillero se convierte en un modelo de autoridad y de éxito, que son
valores positivos. ¿Qué tenemos que entender de ese cambio?
Ahí se trata de entender cómo el joven o la joven que se está vinculando a la estructura
pandilleril mira a la persona. Probablemente ese joven no tiene muchos parámetros de
comparación. Hay que activar liderazgos positivos e impulsar incentivos para que los jóvenes
puedan crecer, desarrollar oportunidades. Los jóvenes salvadoreños son los que más sufren el
desempleo y el subempleo. No tienen oportunidades de trabajo decente; solo unos pocos las
tienen. ¡El mercado laboral provee de empleo decente solamente al 21 % de la población
económicamente activa! Y las mujeres, los jóvenes, los adultos mayores y el sector agrícola
están mucho más rezagados en el promedio. Hay que entender que buena parte de los
emprendimientos a nivel nacional son informales. ¿Cómo un emprendimiento informal puede
generar empleos decentes? Y si el tema de la inserción laboral es clave, la inserción educativa
también lo es. No es posible que la inversión en educación en el país se mantenga en el gasto
público de 1984 y no supere el 15 % del gasto total. Que el gasto en salud, desde el 81 no
haya superado un promedio del 10 % del gasto total. ¿Qué inserción social vamos a
asegurarnos así? Y las mujeres, los niños y los jóvenes son los más impactados por esta
realidad, porque la inversión muchas veces no se enfoca en el ciclo de vida preuterino y
postuterino: la educación parvularia, de los 0-4 años, o de los 4-6. No se hacen inversiones
ahí. Se deja a la familia a su merced, y en esa etapa es en la que se crean situaciones de salud
mental, salud física... porque donde hay desnutrición hay también impactos de discapacidad
mental en muchos de nuestros jóvenes.
Habla de políticas de país, pero el diagnóstico del PNUD se mueve a nivel micro, a
ras de suelo, habla de cómo están las comunidades. ¿Ha habido un divorcio entre
las políticas del país y la realidad de las comunidades?
El tema es que las políticas tienen que ser capaces de adaptarse a su entorno y tomar en
cuenta la diversidad, no solo las diversidades geográficas sino culturales. Si las políticas no
aterrizan, se quedan a nivel metafísico. Es tema un poco kantiano o hegeliano, del espíritu
absoluto, la gran política. Si no aterrizan, las políticas no son útiles. Como las leyes, que son
excelentes marcos normativos pero no se implementan. Así entramos en involución. Hay
políticas estratégicas nacionales con blindaje legislativo que no se llegan a aplicar porque las
instituciones no están equipadas a nivel territorial con los recursos para ello. Estamos en un
país que tiene 262 municipalidades en 20 mil kilómetros cuadrados… Sudáfrica, con 1 millón
800 mil kilómetros cuadrados, tiene 50 municipalidades y quiere achicar ese número. ¿Qué
puede hacerse en municipalidades con 500 personas? Se necesitan acuerdos de país para
poder abordar estos temas, porque si no hay acuerdos todo se vuelve incandescente e
imposible de manejar.
Cuando habla de políticas que “no aterrizan” pienso en la tregua entre pandillas.
Dialogar con ellas fue el giro político más agresivo que un gobierno haya dado en
materia de seguridad, pero en teoría debía traer consigo una serie de nuevas
políticas. Y eso no ha sucedido.
Este es un tema del que hay que hablar sin pelos en la lengua: la tregua no es una política, es
una iniciativa. Una política es la apertura a una estrategia de inserción de jóvenes a nivel
socioeconómico. La idea de un gran pacto para el empleo y la seguridad que anunció el
presidente en mayo de 2012, ¡esa era la política! El problema es que hemos dispersado mucho
las energías alrededor del tema de la tregua. La tregua -y es mi opinión personal- ha sido
capaz de activar un espacio para el acuerdo entre pandillas contrincantes, y lo hizo en un
espacio institucional, que son las prisiones. Y logró, de un día al otro, del 9 al 10 de marzo de
2012, reducir el número de muertos de manera exorbitante, salvando vidas. Esto lo valoramos,
a pesar de todo lo que se diga. Pero el tema de la tregua se ha vuelto a veces... -y esto es a
título personal, me quito el sombrerito de la ONU, porque soy un ser humano-... se ha vuelto
una excusa para no abordar el tema de manera integral y en equipo. Y pienso que el país y los
liderazgos no se pueden permitir este lujo. El tema es que hay que apostar por los jóvenes,
sacarlos de las condiciones de vida infrahumanas en las que están. Cuando hablamos de
tregua hablamos de humanización. Y eso incluye también una mejora del espacio carcelario.
Vivimos en el país con la tasa más alta de hacinamiento carcelario en Latinoamérica, por no
decir en el mundo. Tenemos cárceles en las que la gente tiene que tomar turnos para dormir.
Y es increíble que se haga distinción entre ciudadanos honrados y no honrados: cualquiera,
alguien que chocó con un vehículo, puede acabar en una bartolina de la Policía en la que
puede ser violado, tiene que dormir parado, puede ser golpeado... es inaceptable.
Pero volviendo a la tregua...
Volviendo a la tregua: ¿Yo voy a abrir espacios de diálogo aun con el diablo? Sí. Desde mi
punto de vista es coherente si se quieren encontrar soluciones. Si querés cambiar el enemigo,
debes conocerlo, ante todo.
Algo parecido me dijo usted a principios de 2013, y parece que no haya ocurrido
nada desde entonces. La tregua cambió la discusión sobre violencia, pero pasa el
tiempo y no estamos en el siguiente nivel. ¿Dónde está el pacto por la seguridad
que...?
9 de julio de 2012, “Pacto por la seguridad y el empleo”. Recuerdo la noticia internacional del
llamado del presidente Funes. A partir de ahí hemos compartido matrices, programas,
recursos, proyectos... hemos recurrido a la recuperación de recursos con la cooperación
internacional... Pero después no ha avanzado, tenés razón en eso.
Y un año después, ¿qué ha pasado? Parece que fue otra idea que no aterrizó y que
la vida en la comunidad va a ser la misma.
Lo que se denominó “Pacto por la seguridad y el empleo” no ha avanzado en la medida que se
esperaba. Las expectativas eran enormes y este tipo de proceso toma más tiempo del que
probablemente podemos fijar nosotros, como gente que tiene una cierta impaciencia con el
tema de la violencia. Pero hubo pasos importantes: impulso a reformas carcelarias, un
presupuesto nacional de 30 millones de dólares que probablemente no se siente en el terreno
todavía pero es para territorializar las actividades de apoyo a los procesos de reinserción
socioeconómica y de vinculación de actores territoriales a los planes de seguridad... Yo creo
que se está en una buena dirección. El tema aquí es que esto requiere muchos más recursos.
Pero hay actividades importantes. Por ejemplo USAID tiene recursos muy importantes en el
marco de la reinserción educativa. Lo mismo la UE. Y hay recursos nacionales y yo abogo para
que haya más. Insisto: el tema de los recursos es importante.
Dice que faltan recursos, pero lo que no acabo de ver es la línea de trabajo que se
quiere financiar con esos recursos. Si la tregua abrió un nuevo tablero, no sé qué
hay ahora mismo sobre ese tablero.
Está claro que lo ideal hubiera sido que todas las partes, los políticos en primer lugar, pero
todos los poderes fácticos de este país, se unieran. Que se unieran aún más allá de la
Comisión Humanitaria. Pero el tema es que ese proceso ha comenzado, y eso hay que
celebrarlo. Yo estoy de acuerdo contigo, pero hay que dar más impulso, poner más recursos,
más diálogo y lograr estrategias claras, bien comunicadas, y compartidas. No es novedoso que
la inserción socioeconómica se ponga en la mesa pero hay que apostarle con recursos. Se
dedica mucho presupuesto a erigir grandes muros, colocar cámaras, levantar infraestructura
de protección y seguridad, policías, guardias privados... pero la realidad es que si hubiera
reinserción socioeconómica fuerte, si hubiera una dignificación del entorno en el que viven
muchísimos salvadoreños y salvadoreñas, la violencia disminuiría.
¿Cree que el Estado ha hecho todo lo que podía por este nuevo contexto?
Yo pienso que las estructuras del Estado tienen mucho que hacer. Tienen muchísimo que
hacer…
¿Lo que está diciendo es que esa posibilidad de metástasis, de expansión del
cáncer por todo el organismo, en este caso la sociedad, no está ni mucho menos
descartada?
No lo está. Para nada. Cuando el Estado nos habla de 60 mil pandilleros y de una estructura
humana de 360 mil personas que de una u otra manera están vinculadas a estos grupos, o
atrapados en ellos porque son convivientes... Aquí no estamos hablando de personas que
llegan de Marte, Plutón o Mercurio. Estamos hablando de salvadoreños que nacen
intrínsecamente buenos y a quienes el contexto les impacta. No es una novedad decir que las
maras nacen en zonas que no son la Escalón.