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EZLN, Sub Marcos 14 de febrero de 1994

Hermanos:

Durante años y años cosechamos la muerte de los nuestros en los campos


chiapanecos, nuestros hijos morían por una fuerza que desconocíamos, nuestros
hombres y mujeres caminaban en la larga noche de la ignorancia que una sombra
tendía sobre nuestros pasos, nuestros pueblos caminaban sin verdad ni entendimiento.
Iban nuestros pasos sin destino, solos vivíamos y moríamos.

Los más viejos de los viejos de nuestros pueblos nos hablaron palabras que venían de
muy lejos, de cuando nuestras vidas no eran, de cuando nuestra voz era callada. Y
caminaba la verdad en las palabras de los más viejos de los viejos de nuestros
pueblos. Y aprendimos en su palabra de los más viejos de los viejos que la larga noche
de dolor de nuestras gentes venía de las manos y palabras de los poderosos, que
nuestra miseria era riqueza para unos cuantos, que sobre los huesos y el polvo de
nuestros antepasados y de nuestros hijos se construyó una casa para los poderosos, y
que a esa casa no podía entrar nuestro paso, y que la luz que la iluminaba se
alimentaba de la oscuridad de los nuestros, y que la abundancia de su mesa se llenaba
con el vacío de nuestros estómagos, y que sus lujos eran paridos por nuestra miseria,
y que la fuerza de sus techos y paredes se levantaba sobre la fragilidad de nuestros
cuerpos, y que la salud que llenaba sus espacios venía de la muerte nuestra, y que la
sabiduría que ahí vivía de nuestra ignorancia se nutría, que la paz que la cobijaba era
guerra para nuestras gentes, que vocaciones extranjeras la llevaban lejos de nuestra
tierra y nuestra historia.

Pero la verdad que seguía los pasos de la palabra de los más viejos de los viejos de
nuestros pueblos no era sólo de dolor y muerte. En su palabra de los más viejos de los
viejos venía también la esperanza para nuestra historia. Y apareció en su palabra de
ellos la imagen de uno como nosotros: Emiliano Zapata. Y en ella vimos el lugar a
donde nuestros pasos debían caminar para ser verdaderos, y a nuestra sangre volvió
nuestra historia de lucha, y nuestras manos se llenaron de los gritos de las gentes
nuestras, y a nuestras bocas llegó otra vez la dignidad, y en nuestros ojos vimos un
mundo nuevo.

Y entonces nos hicimos soldados, nuestro suelo se cubrió de guerra, nuestros pasos
echaron a andar de nuevo armados con plomo y fuego, el temor fue enterrado junto a
nuestros muertos de antes, y vimos de llevar nuestra voz a la tierra de los poderosos,
y cargamos nuestra verdad para sembrarla en medio de la tierra donde gobierna la
mentira, a la ciudad llegamos cargando nuestros muertos para mostrarlos a los ojos
ciegos de nuestros compatriotas, de los buenos y los malos, de los sabios y de los
ignorantes, de los poderosos y los humildes, de los gobiernos y los gobernados.
Nuestros gritos de guerra abrieron los sordos oídos del supremo gobierno y sus
cómplices. Antes, por años y años, nuestra voz de paz digna no pudo bajar de las
montañas, los gobiernos levantaron altas y fuertes paredes para esconderse de
nuestra muerte y nuestra miseria. Nuestra fuerza debió romper esas paredes para
entrar otra vez a nuestra historia, a la que nos habían arrebatado junto a la dignidad y
la razón de nuestros pueblos.

En ese primer golpe a los muros sordos de los que todo tienen, la sangre de los
nuestros, nuestra sangre, corrió generosa para lavar la injusticia que vivíamos. Para

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vivir morimos. Volvieron nuestros muertos a andar pasos de verdad. Con lodo y sangre
se abonó nuestra esperanza.

Pero la palabra de los más viejos de los viejos de nuestros pueblos no se detuvo. Habló
la verdad diciendo que nuestros pasos no podían caminar solos, que en la carne y
sangre de hermanos de otras tierras y cielos, nuestra historia de dolor y pena se
repetía y multiplicaba.

"Lleven su voz a otros oídos desposeídos, lleven su lucha a otras luchas. Hay otro
techo de injusticia sobre el que cubre nuestro dolor", dijeron así los más viejos de los
viejos de nuestros pueblos. Vimos en estas palabras que si nuestra lucha era sola, otra
vez, de nuevo sería inútil. Por eso encauzamos nuestra sangre y el paso de nuestros
muertos a encontrar el camino de los otros pasos que con verdad caminan. Nada
somos si solos caminamos, todo seremos si nuestros pasos caminan junto a otros
pasos dignos.

Hermanos, así llegó nuestro pensamiento a nuestras manos y a nuestros labios. Y así
empezamos a caminar. Que vengan sus pasos hacia nosotros, hermanos de la
Coordinadora Nacional de Acción Cívica para la Liberación Nacional, nuestro corazón
está ya abierto a su palabra y a su verdad. Poco tenemos que ofrecerles nosotros a
ustedes pues sigue siendo muy grande la pobreza de nuestras tierras y muy pequeño
nuestro lugar en la historia de México. Pero junto a su paso de ustedes y de todas las
personas buenas de este mundo habremos de crecer y encontrar al fin el lugar que
nuestra dignidad y nuestra historia merecen.

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