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Ilustres y desconocidas.
Una moderna madre artista
Ana Weiss tuvo éxito desde sus inicios pero una crítica de la
revista Sur la demolió cuando obtuvo un premio resonante.

Ana Weiss, "La abuelita", 1939, óleo sobre tela, 137 x 121,5 cm, (detalle) Museo Nacional
de Bellas Artes.

GEORGINA GLUZMAN

04/10/2018 - 18:51

 Clarin.com

Ella nació y creció en un ambiente propicio para el desarrollo de sus


actividades y el cultivo de sus intereses. Ligada familiarmente a la
imprenta Weiss y Preusche, Ana Weiss (1894-1953) realizó sus
primeros trabajos en la adolescencia: las portadas de la
revista Ilustración Histórica Argentina, que editaba la empresa
familiar. En 1909 ilustró una publicidad de cigarrillos, de amplia
circulación. De este modo, se insertaba profesionalmente en el
mercado de las artes gráficas.

En 1910 ingresó a la Academia Nacional de Bellas Artes, pero


abandonó sus estudios formales apenas tres meses después y continuó
su formación de modo particular con Alberto María Rossi (1879-1965),
con quien contraería matrimonio en 1915.

La artista ya había comenzado a exponer en el Salón Nacional en 1912.


En el año de su debut el Museo Nacional de Bellas Artes compró la
primera obra de Ana Weiss, quien está muy bien representada en el
acervo del museo. “Galvanoplastia” muestra el interior de una
imprenta, seguramente el emprendimiento familiar donde había dado
sus primeros pasos como artista. La figura de un trabajador se
confunde con las maquinarias. El cuadro está trabajado con pinceladas
largas, poca atención a los detalles y una paleta restringida.El tema y el
tratamiento están muy alejados del estereotipo de las producciones
femeninas (tratamiento preciosista, colores claros y predominio de
temas como mujeres y niños).

Cuando fue adquirido este óleo, la Comisión Nacional de Bellas Artes


sólo compró una obra de mano femenina entre las 23 de artistas
argentinos. Se inauguraba así un continuo interés institucional en la
obra de Weiss. Al año siguiente vendió su óleo “Domingo”.
Ana Weiss, Desnudo, 1926, óleo sobre tela, 93 x 98 cm, Museo Provincial de Bellas Artes
“Rosa Galisteo de Rodríguez”.

Weiss encarnó en aquel momento la figura de la artista moderna,


atenta a la composición y al color. Además, se destacaba con frecuencia
que estuviera abocada a un amplio rango temático. La pincelada
constructiva y evidente de Weiss se convirtió en un sello distintivo de
su producción. En 1913 Manuel Gálvez la destacaba por su “brío y
espontaneidad”, así como por la “figura vigorosamente pincelada” de
una de las obras.

En 1914, con apenas veinte años, la artista obtuvo un reconocimiento


de gran relevancia: la subvención gubernamental para viajar a Europa
a perfeccionarse (el llamado “Premio Europa”). La Primera Guerra
Mundial le impediría gozar de este privilegio, aunque viajaría más
tarde por Italia, Francia, España y Alemania junto a su marido. Allí
también expondrían conjuntamente.

Los envíos al Salón continuaron sucediéndose con éxito. En 1926


expuso una de sus obras más impactantes: “Desnudo”. Un crítico
destacó la “gracia inmaterial” de esta figura, que representa a una muy
joven modelo. El desnudo, de por sí un género controversial para una
mujer artista, se cargaba de nuevas tensiones: en lugar de ajustarse a
las convenciones del cuerpo adulto idealizado, la mirada de Weiss se
enfocaba en un momento de transición entre la infancia y la adultez. La
obra recibió el Tercer Premio Nacional de Pintura y, finalmente,
ingresó en el Museo Rosa Galisteo.

Ana Weiss ocupó, al menos durante sus primeros quince años de


trabajo, un lugar diferente al de las demás artistas, pues su obra fue
casi siempre considerada ejemplo de las tendencias renovadoras y, a
menudo, se exaltaba la fuerza de su trazo. Por lo tanto, su fama no se
cimentó sobre retratos de niños y tiernas escenas familiares, que sí
ejecutó desde fines de la década de 1920 con asiduidad. Tal vez haya
que ver estas obras como parte de los esfuerzos de la artista por
ingresar de lleno en el campo del retrato.

De modo creciente Weiss se perfiló como una madre de familia


abocada a tareas artísticas. En 1927 la revista Femenil publicó una nota
que mostraba ya perfectamente a Weiss en su rol de madre-artista. La
primera fotografía la dejaba ver haciendo modelar a uno de sus hijos.
En la imagen siguiente aparecía con dos de sus hijos. Cerraba la
secuencia la reproducción de su obra “En familia”. Weiss era descripta
como una mujer dichosa que había visto realizados “sus ensueños de
arte y sus anhelos sentimentales”.

En 1935 obtuvo el Primer Premio en el Salón Nacional por su obra “El


sibarita”. Luego, en 1939 alcanzó el Gran Premio Adquisición. Fue la
primera vez que esta distinción máxima era acordada a una mujer. La
obra distinguida fue “La abuelita”, una de las composiciones de tema
íntimo y familiar que también caracterizaban a la artista desde los años
20. “La abuelita” pasó a integrar las colecciones del Bellas Artes,
aunque la obra languidezca desde hace décadas en la reserva, de la que
sólo ha emergido temporariamente.

Diversos sectores de la crítica censuraron estas distinciones. En 1935


Horacio Linares, escribía en la célebre revista Sur que la decisión de
premiar a Weiss mostraba la tendencia del jurado a “ensalzar lo
mediocre y olvidar lo valedero”. Así, Ana Weiss quedaría fuera del
campo de aquel arte que supuestamente vale la pena conocer, pues
estaba excluida: por no haber adherido a los postulados más
renovadores de su tiempo. Sin embargo, fue sin duda una artista
moderna: inmersa en la sociabilidad artística de su tiempo e interesada
por los más diversos temas.

Su matrimonio con Rossi contribuyó sin dudas a su olvido, pues realizó


gran parte de su producción en silencio. La artista escribió: “La pintura
ha sido siempre mi ocupación exclusiva, cuando me lo consentían los
cuidados del hogar y las preocupaciones maternales”. Así, Weiss
expresaba una verdadera pasión por el trabajo artístico, que solo
“descuidó” por ocupar el rol tradicional de esposa y madre. Pareciera
haber en esa frase un nostálgico reclamo por “un cuarto propio”.

Hoy, lejos de los estándares evolucionistas propuestos por la crítica de


arte de la década del 30 y de los resquemores por su doble
posicionamiento como madre y artista, Ana Weiss se nos revela como
una pintora potente, constante y fiel a sí misma.

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