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CAMBALACHE:
ARG. M. TRUEQUE DE DIVERSOS OBJETOS, VALIOSOS O NO.
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Primera Edición.
Editado por Laura Fernández Campillo en Octubre de 2009
Datos de contacto lmfdezc@hotmail.com
Pintura Portada por María Reé
Ilustraciones en Azafrán por José Antonio Calvo
Portada Azafrán por Laura Fernández
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“Al Loco…”
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Prólogo del autor
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Por eso prefieren vivir en el olvido de ninguna parte, en
un limbo divino de esperanza eterna. Todas ellas,
Renés, Renecitos y Descartes, son la placenta de mis
hijas, las palabras indígenas del Tao, las excelsas, las
elegidas. Sin las otras, éstas no vivirían. Como siempre,
alguien tiene que morir en detrimento de la ascensión
de otros. Así es el cosmos, así se viste de jerarquías,
así el pez grande se come al chico. Mis queridas niñas,
mis palabras descartadas, a vosotras también, también
a vosotras os amo.
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CAMBALACHE
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EL MARINERITO
El día amaneció soleado. Ella se había pasado
toda la semana rezando y llevando huevos a las
clarisas para que el cielo estuviera despejado el
domingo. Su hijo mayor, por fin, tomaba la primera
comunión. Lo vistió de marinerito, a la antigua usanza,
a pesar de la insistencia del niño por llevar un traje
corriente. A él le importaban muy poco los asuntos de
su madre, pero aún no tenía edad para llevarle la
contraria. No durmió en toda la noche. Miraba el
trajecito colgado de la puerta del armario y pensaba en
las palabras del cura de su parroquia, que les había
dicho que sería el día más importante de sus vidas. Así
que, se fabricaba la ilusión con todas las ganas, para
sentir que aquello que le decían era cierto. Tomaría, por
primera vez, el cuerpo de Jesús, ese gran hombre dios
que un día pasó por la Tierra para enseñarnos a todos
a amar incondicionalmente. Quería creer que todo lo
que le contaban era tal y como se lo contaban.
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paraba de arreglarle el cuello, una y otra vez, mientras
le decía que tenía que portarse bien, que saludase a
todo el mundo con afecto y que pusiera mucha atención
al leer las peticiones en misa, para no equivocarse. Él
se había aprendido de memoria las cuatro líneas que
debía declamar ante el auditorio católico. Por los
pobres, por los niños pobres… debía pedir por ellos a
Dios… y no paraba de preguntarse por qué razón le
pedíamos comida a Dios, Él, que no era ni el panadero
de la esquina, ni la dueña de la tienda de golosinas.
¿No sería mejor pedírselo a los agricultores del pueblo
de su madre? Ellos sí que tenían en sus huertas,
tomates, patatas, pepinos… Se supuso que Dios debía
de tener un huerto mucho más grande, lleno de
alimentos, y que por eso le pedían a Él todo lo
necesario.
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contárselo a Mila, su mejor amiga. Por eso llevaba días
soñando con las olas del mar, que le recordaban al
cabello ondulado de la pequeña. Unas alegres pecas
color marrón se situaban dulcemente por los carrillos,
como las estrellas se apoyan en el cielo nocturno para
poder sobrevivir. Margarita Garcinuño era hija de su
profesora de dibujo, por eso le decían “la enchufada”.
Pero él la defendía de las críticas de sus compañeros, y
ella se lo agradecía siempre con una sonrisa cómplice y
un guiño del ojo derecho.
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Margarita apareció radiante, con un vestido blanco
de princesa y su pelo recogido en una coleta alta,
faltando a su palabra, pero sí ondulada, como había
prometido a sus amigas. Se colocó a su lado y le pasó
la mano por el hombro, con nerviosismo. A él se le
revolvió el estómago con un calambre por el tacto de la
niña, y se sonrieron mientras escuchaban al sacerdote
mandar silencio a los niños y familiares para comenzar
la ceremonia.
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Y volvieron a sonreírse después de compartir su
experiencia, olvidando ya la decepción que les había
producido la sencillez del asunto.
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día tan importante para ella. Así que, salió al patio,
como el resto de niños, a hacerse las fotos para el
álbum. Sonrió cuando se lo pidieron y se armó de valor
para decir unas cuantas palabras de afecto a sus tíos,
que no paraban de preguntarle cosas y de hacerle
comentarios sobre su traje de marinerito.
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LA IDENTIFICACIÓN
-¿Ha identificado ya el cuerpo?
“¿El cuerpo? El cuerpo tiene un nombre, señor
inspector”.
- Si.
- ¿Se trata de su esposa?
- Si.
- Lo siento, Señor Enríquez. Mis condolencias.
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Subió a su casa, embebido en el acto mecánico de la
inercia. Abrió la puerta sin apenas ser consciente de
ello, y escuchó un sonido que procedía de la cocina,
como si un agua estuviera hirviendo. Se acercó, movido
únicamente por el movimiento de las ondas sonoras, y
allí encontró a Adela, con su delantal de mariposas
rojas y azules, cocinando, como siempre, y mirándolo,
esperando el beso del mediodía.
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nación ocupaba todas las cadenas. Se sentaron a
comer los pimientos rellenos de pescado que Adela
llevaba preparando toda la mañana.
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Cuando Adela terminó de limpiar la cocina, se sentó
en el sillón de cuero, frente a la televisión, a escuchar el
debate político con mucha atención. Sacó el punto que
tenía guardado en una bolsa detrás del sofá, y continuó
con la bufanda que estaba tejiendo para su marido. Fue
consciente absolutamente de todo lo que sucedía en
aquel momento, y una sensación de embriagadora
felicidad le recorrió todo el cuerpo. Miró a su marido y
disfrutó de su descanso. Sonrió y volvió nuevamente a
su tarea. Las imágenes de Adela, por fin, se habían
disuelto.
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EL DICCIONARIO VIEJO
Cuando tenía siete años llevaba al colegio un viejo
diccionario usado, de esos que habitan en todos los
hogares, con la elegancia de pasar inadvertidos y
convertirse en temporales sanadores de ignorancia. Era
el diccionario más viejito de toda la clase. Tenía las
páginas usadas, de aspecto bíblico. Yo lo cuidaba con
esmero y lo arreglaba para que pareciera nuevo. Lo
forraba con plásticos de colores y le ponía grapas
donde había grietas. Mis compañeras tenían
diccionarios que, comparados con el mío, adquirían
inmediatamente un porte diplomático, casi monárquico.
Todos ellos disponían de una amplia gama de colores
vivos, mapas físicos y políticos, banderas del mundo,
fotografías de focas marinas y de águilas imperiales. El
de mi compañera Susana tenía el aspecto de un pan
recién hecho, sano, fuerte, cargado de proteínas y
dispuesto a alimentar el espíritu. Pero, entre aquella
amalgama de sensacionales maestros, el mío brillaba
por encima de todos con el orgullo de pertenecerme, y
por eso lo cuidaba y lo amaba tanto que no quería
cambiarlo por ninguno más nuevo y aparente.
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Una mañana, entré en la clase y me dirigí a
buscarlo al cajón en el que se asomaba mi nombre en
una estantería de veinte cubículos. Allí estaba él,
brillando con sus colores tenues de siempre y con la
serenidad que irradiaba a través de su humildad. Fui a
buscar una palabra, y encontré que alguien me había
roto las primeras páginas de mi viejo y querido
compañero. Entonces pensé cómo era posible que
alguien pudiese ser tan descorazonado como para
romper un libro. Lo llevé a casa, se lo dije a mis padres,
cogí una rosca de celo, y arreglé, una por una, las
páginas de mi viejo amigo.
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inocencia. Busqué la última página rasgada y me di
cuenta de que, justo en el último renglón de aquella
tragedia bárbara, estaba un nombre: “Agustino/a:
religioso o religiosa de San Agustín”. Agustín era el
nombre de mi padre. Él me compró otro diccionario
nuevo, y el segundo día de llevarlo a clase, alguien
volvió a romperlo, y yo volví a arreglarlo. Desde
entonces, cada vez que alguien ha roto una parte de
mí, he tratado de arreglarla, y me pregunto dónde está
aquella pureza de corazón y aquella bonita inocencia, y
las reclamo de nuevo, y les pido que no me abandonen
nunca, que tengo miedo de que se vaya y sólo quiera
diccionarios nuevos, y cada vez que me rompan uno
quiera otro mejor y acabe convirtiéndome en el
monstruo que vende diccionarios de oro bajo un rótulo
dorado prometiendo la Felicidad.
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¿Dónde duermen los sueños que no se
cumplen?
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LA INGENIOSA VISITA DEL SEÑOR WATERLOO
Cuando Petter Waterloo se presentó en casa de la
Señora Suárez, nadie lo esperaba. Llamó tres veces a
la puerta con los nudillos de la mano derecha. Lo
atendió una voz desde dentro, ¿quién es?, Señora
Suárez, soy el Señor Waterloo, abra, por favor.
Esmeralda Suárez pareció no darse por enterada. No
conocía al tal Señor Waterloo que parecía tratarle con
tanta confianza. A los desconocidos no se les abre la
puerta, se lo enseñó su padre más de ochenta años
atrás, y ella era una niña muy responsable y muy bien
mandada. Pensó que era mejor que pasara el tiempo
sin ofrecer más respuestas. Todos se cansan de
esperar. Fue hacia la cocina a ponerse un té de canela.
Calentaba el agua con el fuego de siempre, lo encendía
con cerillas porque nunca se acostumbró al sofisticado
mechero que le regalaron sus hijos por Navidad. A
veces se le olvidaba poner en la taza el sobrecito de té,
y tomaba el agua caliente con azúcar. Su cara era de
tal placer que se diría que el gusto es una cuestión
puramente de la sugestión. Sonaron tres nuevos golpes
secos en la puerta. ¿Quién es?, Señora Suárez, soy el
Señor Waterloo, por favor, abra la puerta, llevo
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esperando aquí un rato. ¿Quién sería ese tal Waterloo
que parecía tratarla con tanta confianza? Ella no hacía
caso de desconocidos, se lo enseñó su padre siendo
una niña, y ella siempre había sido una niña muy bien
educada. Cuando se canse se marchará. Escuchó un
ruido que venía de la cocina. Encontró un puchero con
agua hirviendo. Aprovechó que alguno de sus duendes
le habría calentado el agua para hacerse un té.
Sonaron tres golpes secos en el cristal de la ventana de
la cocina. El rostro de un hombre le hacía señas para
que se acercara. ¿Quién es usted?, Señora Suárez, soy
yo, Petter Waterloo, ¿no me recuerda? No era una cara
desconocida para ella, pero no lograba identificarlo.
Pensó que el hombre se veía muy bien parecido a
pesar de sus años. ¿Qué edad tiene usted?, ochenta y
ocho, se le ve bien, ¿cómo hace para conservarse así?,
tomo mucho té, ¿le gusta el té?, sí, pase entonces,
gracias Señora Suárez. Se dirigió hacia la puerta, quitó
las cadenas que la mantenían protegida de posibles
intrusos, y abrió unos centímetros para ver al visitante.
Lo examinó primero de arriba abajo. Se conserva bien
este hombre, ¿qué edad tendrá?, buenos días Señora
Suárez, ¿cómo está hoy?, bien, gracias a Dios, ¿no me
invita a pasar?, no lo conozco, pero me gusta el té,
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¿sí?, pase entonces, haré té para los dos. El Señor
Waterloo pasó por fin a la entrada de la casa, y sintió,
como todos los días, el olor a naftalina de los armarios.
Estiró su espalda para parecer menos encorvado y más
joven. Se apoyó lo justo en su bastón, para no creer
que lo necesitaba. Está usted muy hermosa hoy,
Señora Suárez. Ella se ruborizó y se llevó las manos a
las mejillas. Es usted muy galante, ¿cómo dice que se
llama?, Petter, encantada, lo mismo digo, ¿Quiere
usted un té?, será un placer. El Señor Waterloo vio sus
llaves en la mesita de la entrada, y se repitió a sí mismo
que nunca volvería a olvidarlas.
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PÍO Y BICHITO
Pío era un pollito amarillo, corriente, sencillo y feliz, que
disfrutaba rebozando su cuerpo en los charcos de
lluvia, y cantando al amanecer los éxitos de los gallos
más conocidos. Pío no tenía familia, no tenía a nadie, ni
siquiera primos lejanos. Pero tenía un pequeño amigo.
Bichito era lo que se puede denominar “un bichito
común”. Pío y Bichito iban a todas partes juntos. Les
gustaba compartir juegos, risas, miradas… y aunque
hablaban idiomas diferentes, consiguieron entenderse a
la perfección con signos. Generaron su propio sistema
de comunicación. Por ejemplo, cuando Bichito movía
dos veces el ala izquierda, eso significaba que quería
jugar. Y lo movía sólo una, que quería descansar.
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Bichito estaba triste y cansado, no tenía ganas de jugar.
Pero Pío no sabía qué le pasaba. Como ninguno de los
dos había estado nunca antes triste, no tenían modo de
comunicarse tal circunstancia aún. Bichito alzó su patita
y a la vez, alzó el ala derecha dos veces, porque le
picaba una antena, y Pío entendió que Bichito estaba
enfadado con él, aunque no entendía el porqué de
aquel enojo.
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LOS OJOS NUEVOS
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cincuenta. Pienso en el Empire State, y me pregunto
cuál sería hoy la vista desde allí.
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LOS OFICIOS
Cuando Jaume Ripoll abrió los ojos la tarde del 17
de agosto de 2009, se encontró despertando de una
larguísima siesta en su despacho del Hospital
Internacional de Damecay. Su frente aprisionaba los
expedientes que esperaban su firma, amontonados en
la mesa de roble macizo que decoraba con exquisita
elegancia una estancia adusta y correcta. Se desperezó
al tiempo que sus párpados iban tomando cuenta de la
ley de la gravedad, y se acarició a sí mismo el cabello
para comprender que ya no estaba soñando y quizás,
para devolverse la confianza y la responsabilidad en el
trabajo que sentía perdidos por las horas de sueño. No
sólo se le amontonaban los expedientes y el papeleo,
sino también las preocupaciones, que parecían no tener
definición ni lugar en su atormentada cabeza.
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panderetas al modo habitual; tres toques iniciales,
sonido de campanitas, y un golpe seco y largo que
daba inicio a la función. Trató de concentrarse de nuevo
en los papeles, leyendo con la máxima atención posible
los comentarios de sus colegas. Era admirado en la
misma forma en la que respetaba a todos y cada uno
de los médicos que se encontraban a su cargo, así que,
dedicaba el tiempo preciso a cada uno para elaborar un
informe definido de sus conclusiones. Sintió un soplo de
aire fresco en la nuca, y trató de no sonreír a las
travesuras de su visita. Los saltos de Pere el Mago
seguían produciendo el mismo viento fresco y ligero
que años atrás. A pesar del tiempo transcurrido, de los
cuarenta y cinco años de compañía y de sus más
férreas pretensiones de ignorarlo, no conseguía
mantenerse indiferente ante él. Escuchaba su risa,
presentía sus movimientos circulares y su nariz redonda
y sonrosada. Como un susurro, atendía todos y cada
uno de sus chistes. “Vamos Jaume, concéntrate, ya
queda poco y te vas a casa. Ya se acaba el día”… “La
medicina es tu vida”… “la medicina es tu vida”… “la
medicina es tu vi….” Pero la sonrisa, dicen, es más
fuerte que cualquier medicina…. “No te escucho”…”No
te escucho”… Señoras y señores, niños y niñas,
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hombres y mujeres de todas las edades… el truco que
tengo esta tarde para ustedes, no tiene comparación
con ningún otro antes jamás presentado… Sólo tienen
que atender al gran… Pere el Mago… El joven
ilusionista reía cada vez más sonoramente, orgulloso de
su último descubrimiento, al tiempo que arrugaba sus
labios mostrando el lunar exquisito que identificaba su
carismática presencia. La ovación comenzaba a ser
presente en el despacho del facultativo. Se levantó de
la mesa de un respingo y dio un golpe seco a su mesa,
que en absoluto amedrentó las intenciones de la visita.
Tapó desesperadamente sus oídos bajo unos brazos
firmes y poderosos que se debatían entre alzarse al
vuelo para presentar el último espectáculo de Pere el
Mago, y continuar firmando los tediosos expedientes
que le miraban ansiosos de ser finalizados desde el
oscuro rincón de los aplazamientos. Finalmente, y ante
la intensidad de las ovaciones, los chinchines, las
panderetas, las carcajadas y los aplausos… alzó sus
manos al aire, elevó su cabeza hasta donde el cuello
tenso le permitía y levantó la voz, segura y potente…
“¡Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo!”… El
éxtasis de Pere y Jaume alcanzó entonces su punto
máximo, y ambos se enzarzaron en una constante de
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bailes, danzas, saltos y piruetas que acompañaron su
espectáculo de magia. Los aplausos se escuchaban
desde todos los rincones del despacho. El aire se había
condensado, las risas eran ya una necesidad, no
quedaba ya una sola palabra exenta de misterio y
magia… hasta que, en el medio de la mayor algarabía,
apareció la sublime y respetable presencia de la visita
de las diez. Ringo Pioletti, ataviado con su peculiar
vestimenta de médico rural, provisto de su inseparable
botiquín y su estetoscopio colgado al cuello, debatido
entre el arquetipo y la obviedad, miró fijamente a
Jaume, embebido de la furia producida por la
irresponsabilidad. Ambos quedaron largo rato
manteniéndose la mirada, en una lucha tan poderosa
como la surgida en los mejores rings del mundo de los
grandes boxeadores. Firmes ambos, distantes ambos,
furiosos ambos… “LA MEDICINA ES TU VIDA”… la
sonrisa es la mejor de las medicinas… “No os escucho,
no os escucho, no os escucho”… y salió corriendo del
despacho, como alma perseguida por el diablo,
moviendo su cabeza para vaciarla de las
especulaciones vividas.
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Abandonó el hospital llevado por la furia y el
desprecio a su propia existencia, arrancó el coche con
la inútil intención persistente de mantener la mente
quieta, como aquellos que se recuerdan a sí mismos,
cada día, aquello en lo que no deben pensar. Condujo
varios kilómetros en círculo antes de tomar la dirección
hacia su casa. Volvió a tocarse el labio superior,
buscando ese peculiar lunar que enamoraba a las
jóvenes de hasta veintinueve años (las de treinta ya no
podían percibir su presencia, salvo casos
excepcionales), y cuando sintió que, ya no se
encontraba allí el apéndice, redujo la marcha y
comenzó a tranquilizarse. Lentamente, fueron
desapareciendo las ovaciones, los gritos, los
chinchines, las panderetas y la potente voz de Ringo
Pioletti. Dejó el vehículo en el garaje y, como aquel que
entra por la puerta de atrás, se introdujo
silenciosamente en su habitación, para no despertar a
su mujer, que parecía dormida, y se metió en su cama,
una vez más, vestido de los pies a la cabeza. La señora
de Ripoll dejó escapar una lágrima nocturna por la
locura de su marido, que a éste le pasó totalmente
desapercibida. De nada habían servido las visitas al
psiquiatra, los tratamientos constantes, el sufrimiento
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silencioso de la familia… no existía cura para aquella
enfermedad que había querido cebarse con tan
distinguidas personas. Ya se lo advirtió su suegra antes
de casarse. “De niño decía que tenía un amigo invisible.
Nunca fue como los demás, pero, por suerte para él, mi
marido supo encauzarlo por el camino que le
correspondía. Si no llega a insistir tanto el pobre en que
estudiara medicina… ¡qué se yo!, hubiera sido un
saltimbanqui cualquiera… Eso si, entre los dos hemos
conseguido que sea un hombre de provecho, y fíjate,
ahora, director de Traumatología del Hospital
Internacional… toda una eminencia…“
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Mientras tanto, Pere el Mago hizo la última voltereta
del día, sonriendo pícaramente convencido de que no
dejaría a Jaume perder la batalla.
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EL VECINO ALEMÁN
Andreas Rosenbauch, como cada tarde de
sábado, ha vuelto a encender su viejo gramófono para
escuchar a la Piaf. Las paredes de mi habitación son
finas, y dejan traspasar el sonido. Hace tiempo solía
acudir un joven a su piso, cada tarde de sábado.
Sonaba el timbre de la puerta y un segundo después
sonaba su agitación. Corría por toda la casa, mirándose
en todos los espejos para coquetear con su ya delicado
aspecto de cuarenta y cinco, y quizás, ensayar alguna
que otra mirada sensual antes de abrirle la puerta a su
invitado. Lo recibía con la magnificencia de Wagner,
llevado por la energía de la victoria, alentándose a sí
mismo con la potencia musical alemana. Sin embargo,
los gustos del joven diferían bastante de los de mi
elegante y wagneriano vecino. A los pocos minutos de
entrar en casa de Andreas Rosenbauch, el joven
alteraba la grandeza alemana por aquel sentimental
gramófono con sonido del treinta y seis y olor a vino
rancio de taberna parisina. La voz de mi vecino se
sentía temblorosa, tímida, en contraste con su seria y
segura personalidad. Sin embargo, el joven manejaba
perfectamente la situación. El de cuarenta y cinco se
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dejaba llevar como un niño ante sus padres que lo
dirigen por primera vez a la escuela. Después se oían
sus pasos dirigiéndose al dormitorio y se podía
escuchar el ritmo de unos gemidos a los que, a pesar
de ser tentador seguir prestándoles atención, siempre
ignoré para respetar la intimidad de aquellos dos
amantes que, en el silencio de su verdad, me
resultaban fascinantes.
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Miss Manitas
Mido casi un metro y setenta y cinco centímetros.
Soy de constitución fuerte. Peso unos sesenta y ocho
kilos. Tengo una larga melena negra y me pongo
tacones para ser más alta. Cuando paseo por la calle
piso fuerte y altiva, para no quedarme tan pequeña que
un día no me reconozca. Me cuido, soy coqueta. Paso
mucho tiempo frente al espejo. Me pinto los ojos de
negro intenso, para que me recuerden al Universo que
veo cuando los cierro. Nunca pinto mis labios porque
siempre esperan besos, besos que llegan y besos que
no llegan. Uso colonias, zapatos y bolsos caros.
Compro faldas a tres euros y pantalones a cinco. Tengo
cremas corporales, exfoliantes, hidratantes, tónicos
faciales, antiarrugas, aceites relajantes, sales de baño y
elixires afrodisíacos que nunca utilizo. Canto por las
mañanas debajo de la ducha, si me levanto de buen
humor. Tengo una ventana en el techo que me enseña
las estrellas por la noche. Conozco dos o tres
constelaciones y si encuentro a Orión entre la niebla me
pongo tan contenta que sueño con príncipes y
princesas. Tengo una crema de manos de Aloe Vera
que las cuida como una madre a sus hijas. Es suave y
comprometida, lucha por ellas contra el ambiente, la
sequedad y las arrugas. Huele magníficamente y las
acompaña casi todo el día. Mis manos son pequeñas,
pequeñas, pequeñas, pequeñas, pequeñas,
pequeñas… son chiquitas y bonitas… un día alguien
me dijo: “Tus manos no pegan con el resto de tu
cuerpo”. Y nunca oí una frase tan desacertada en toda
mi vida. Mis manos son la eyaculación de mi energía y
contienen toda la fuerza que habita en mí. Mis manos
son amigas de quien las cobija, de quien las trata con
cariño. Mis manos son traviesas y no les gusta arreglar
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collares, ni enganches de bisutería. Mis manos tienen la
magia de haber sido poco queridas, y ahora que las
quiero, nunca consentiría que les llamaran feas. Son
gorditas, con dedos cortos y sinceros. Son como una
pequeña esencia, escasa y bendita. Mis manos son
algodón, son canción, son toda mi expresión, y al
mundo entero las entrego.
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Unas cuantas cuestiones
Son las cuestiones del atardecer, las tenues luces del
sol, cuando va decidiendo que llega la hora de
marcharse, o al menos, de hacerse invisible a nuestros
ojos, que la ciencia ya nos dejó claro hace tiempo que
el sol no es el que se va, somos nosotros. Así es como
el hombre crea el atardecer junto al sol, y crea la noche
junto a la luna. Es el instante en el que los poetas y los
vampiros salen al olor de la inspiración, cuando los
aromas de la hierba explotan, cuando la intensidad del
descanso recubre los corazones humanos y divinos,
que lo mismo son, arriba que abajo, como dijo Hermes.
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EL FLAUTÍN DE LORENZO
El joven y hermoso Lorenzo Bombarda, virtuoso
del flautín y distinguido y ejemplar amante, murió a la
edad de veintiún años, tras una breve vida repleta de
experiencias y de amor. Visitó todos los países que se
puedan conocer, y en cada uno de ellos enamoró a
damas de todas las edades y razas, con el sonido
exquisitamente delicado de su flautín. Conquistó a
solteras, casadas, viudas y separadas. Amó a todas
con la pasión de su música y las olvidó como se pierde
una nota en el viento. Asimismo fue amado por ellas, y
también olvidado en la misma forma. Lorenzo abría sus
puertas secretas y se introducía con la astucia de un
prestidigitador experto. Conocía todos y cada uno de
los rincones que le proporcionan placer a una mujer.
Despertaba sentimientos dormidos y arrinconaba
complejos con la magia de un Merlín errante. Lorenzo
transportaba en su sangre el sabor del Universo, y
transmitía con su tacto los secretos del deleite más
excelso. Lorenzo dejaba almas rehabilitadas, espíritus
resucitados, cuerpos fortalecidos, sentimientos recién
nacidos… y a cambio, se llevaba el hiriente regalo del
olvido.
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Lorenzo Bombarda, natural de Bolonia, músico
errante y soñador de amores apasionados, custodiaba
una pequeña cajita dentro de su pecho, en la que
conservaba a una temperatura media de dieciocho
grados, quinientos gramos de amor para repartir en el
mercado de la incondicionalidad. Dosificaba sus regalos
con exquisito mimo; cada miligramo de la quintaesencia
contenía ingentes cantidades de amor y felicidad, que al
fin y al cabo, es lo mismo.
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alimentara, aunque fuera tan solo un segundo más, sus
momentos en compañía de Aravela. Pero la cajita cerró
sus puertas definitivamente ante la imposibilidad de
entregar ni un solo miligramo más de amor a su
propietario.
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tranquila y serenamente a que la cajita de aire de sus
pulmones dejase de emitir oxígeno para él.
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LINDA ABEJITA CURIOSA
Bssss… me decía juguetona, saltando a mi alrededor,
borracha de placer entre las plantas, convirtiendo un día
cualquiera en el día más feliz de su brevísima
existencia. Bsss… cantaba la abejita haciendo círculos
incomprensibles… contenta, fascinada, ilusionada por
el segundo eterno, viviendo el presente, despertando a
las flores de mi jardín, enturbiando un silencio
prácticamente infinito. Recogía su néctar con la
compostura imperturbable que sólo proporciona la
locura transitoria. Parecía decidida a comerse el
mundo. Bsss… me cantaba de nuevo, de vuelta al viaje
de la humanidad concentrado en la única persona del
jardín… “Bsss…” le contesté yo… “Linda abejita,
cuéntame tus secretos, ¿por qué estás tan contenta
esta mañana?”… Bsss… la seguí a donde quiso, corrí
tras ella por los límites del jardín y más allá, dibujé con
ella los círculos inconclusos que comenzaba a cada
segundo, reímos juntas a carcajadas sin pensar en el
mañana, como si ninguna preocupación existiera…
Bsss…bss…bs…b… paró en su planta favorita,
extrajo el néctar exquisito… una vez más, y la sonrisa
que llevaba dibujada en mis labios durante todo el
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camino, se convirtió en cómplice de su secreto. Sí,
hermosa abejita que extraes la esencia del cáliz de
María… guardaré silencio contigo… pero déjame probar
a mí también…
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EL JUGADOR
He recorrido kilómetros y kilómetros de desierto
buscando las más bellas palabras de amor. Fui a
China y volví en el mismo día, para conocer a la
hermosa Ciao Meng, portadora legendaria de las
dotes de belleza más poderosas del mundo. Pero la
joven Ciao Meng se cansó de leerme los halagos más
bellos que había recibido, y ninguno satisfacía mi
ansia de poesía. Salté durante días por los muros del
Oriente Medio, buscando leyendas de las Mil y una
noches, buscando a la Scherezade que me regalase
los oídos de la más hermosa declaración de amor.
Pero no tuve éxito. Volé por encima de las Cataratas
del Niágara, del Iguazú, por el Cañón del Colorado…
visité la Patagonia, los Grandes Lagos, el Mar Muerto,
el Caspio, el Estrecho de Bering y el Lago Ness…
pregunté en un susurro a las ballenas de las costas
de Alaska, y me dijeron que en Anchorage había un
viejo mago que hacía pócimas de amor para
jovencitas vírgenes. Pero, cuando después de
recorrer estepas de nieve, y kilómetros de
agotamiento, me dijeron que el mago se había
convertido en águila real para explorar una visión
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nueva del mundo, perdí la confianza de encontrar
aquella hermosa poesía. Me encerré en mi casa para
leer a Rilke, a Bécquer, a Cavafis, a Benedetti… leí a
Neruda, a Huidrobro, a Valle Inclán, leí a Tagore, a
Kahlil Gibran, Whitman, lord Byron, Shackespeare,
Lorca… busqué en Museos, en Colegios, en joyerías
y librerías, en tiendas de ropa de hombre y de
mujer… pero no había rastro alguno de mis ansiados
versos.
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usted la veo. Y lo demás me tiene sin cuidado.”… “Yo
mismo no sé por qué la amo así. ¿Sabe que, acaso, no
tenga usted nada de hermosa? Créame, yo no sé si
usted es bella, ni siquiera de rostro. Tal vez su corazón
no sea bondadoso, ni su alma noble. Tal vez”…”¿Sabe
usted que un día la mataré? No porque haya dejado de
quererla, ni por celos. Sencillamente la mataré porque,
a veces, siento deseos de comérmela.”
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La Principita
Me preguntó muy bajito por qué ya no iba a jugar
con ella, yo le contesté que ya era mayor, que ya no
podía jugar a tirar globos de agua, ni podía inventarme
otros mundos imaginarios. Le dije que los príncipes
azules no existen, que los padres no viven
eternamente, que no iba a ser tan guapa toda la vida,
que, con el tiempo, haría muchas cosas que no son
divertidas, y haría cosas malas, aunque sus padres le
enseñaran que no tenía que hacerlas.
Le corté la ilusión de raíz, para que no viviera en la
inocencia de Los Reyes Magos. Le dije que en el Lago
Ness sólo hay peces, y que las hadas nunca más la
protegerían.
Le dije que se aferraría a la filosofía y a los cuentos
de Kahlil Gibran para poder sobrevivir, y que escribiría
poesía obscura de baja categoría. Le dije que le
romperían el corazón, y que de las partes nunca sale el
todo. Se lo dije en negro, porque sólo tenía negro para
hablar. Y hoy sueño en rosa para ella, para poder ir
recuperándola un poquito. Porque no quiero volver a
cortarle la cabeza a aquella preciosa niña que sabía
mucho más sobre la vida que los dirigentes políticos de
las naciones. Ahora, cada noche, en el silencio del
Universo que se me aparece cuando cierro los ojos, la
invoco, como si se tratase de un alma intranquila que
navega por el limbo, y cada día, un poquito más, me
viene una brizna de su olor, y con él hago pastas de
nueces, para hacerle la digestión.
53
Algunas cuestiones sobre el Ego
A uno, preguntarle a uno, preguntarle a uno mismo:
¿quién soy? No es sencilla la respuesta, cuando existe,
cuándo existe. Tengo infinitas razones para
proclamarme UNO, e infinitas más para proclamarme
TÚ, y no soy el tú de Julieta, que ese va con
minúsculas, sino el TÚ del mundo, de éste y de otros.
Sin embargo me dicen: “Destruye el ego”, pero yo me
siento toda EGO, y me siento también TU EGO, y el
simbolismo de otros muchos egos en otros mundos.
Escucho cuando me hablan los que saben, y también
cuando me hablan los ignorantes, y a veces distingo
entre todas las voces, palabras de sabiduría. Otras
muchas me creo sabias palabras que no lo son. Pero
siempre, al final del camino, los desescucho con
impaciencia para deshacer las murallas que comencé a
construir mientras los escuchaba. “Escucha tu interior”,
me dicen… “entonces no he de escucharte a ti”, me
digo… o sí… no sé… la duda, viene y va, es bastante
vespertina. Al despertarme me siento firme en lo que
creo, pero a medida que avanza el día me
desconduzco, me descompongo, me desencaramo de
la cúspide del amanecer, me desconozco… en
definitiva, y vuelvo a preguntarme nuevamente: ¿quién
soy?, y mientras responde la lechuza de la noche
oscura del alma, trato de ignorar su susurro, y me digo
a mi misma, “no, eso no soy yo”, “¿y entonces quién
eres?”, me dice de nuevo el ave nocturno, “soy un
sueño”, y esa es la única respuesta de todas a la que
tomo en consideración.
54
LA NIÑA DE NIEVE
Cuando cumplí siete años, me regalaron un libro
que contenía treinta y seis cuentos. Lo leí tantas veces
que acabé aprendiéndolos de memoria. No me
importaba repetirlos porque, cuando terminaba de
leerlos todos y pasaba de nuevo al primero, comenzaba
con la misma ilusión que la primera vez. Una de
aquellas increíbles historias se titulaba “La niña de
nieve”. Se trataba de dos ancianitos que nunca tuvieron
hijos. Un día de invierno, hicieron a la puerta de casa
una muñeca de nieve, y tanta ilusión pusieron en
crearla, que terminó por convertirse en realidad, se hizo
de carne y hueso para aquellos dos entrañables y
estériles viejitos. La cuidaron con todo el cariño que
habían ido acumulando durante los años que no
tuvieron a quién entregárselo, y ella les devolvió su
dedicación llenándoles de felicidad. Pero, cuando llegó
la primavera, y con ella los primeros rayos de sol,
desaparecieron sus sueños. Salieron al bosque a
pasear, para que la niña, tan blanquita y tan fría, entrara
por fin en calor y pudiera olvidar su origen de nieve. A la
mañana siguiente, al despertarse, encontraron un
charco de agua, y la ropa de la pequeña sobre el suelo.
55
Aquel cuento era mi favorito. Me daba siempre un
dolor inmenso en el corazón cuando leía las últimas
letras, y pensaba en los dos ancianos, frente a aquel
charquito de agua, llorando por el sueño efímero que
vieron desvanecerse ante ellos.
Me pregunto cuántas veces ponemos al sol a la
gente que queremos, pensando que les vamos a quitar
el frío, sin darnos cuenta de que son de nieve.
56
EL ÉXTASIS DE LA SEÑORITA MONROE
La Señorita Monroe pasea por las calles de Toledo,
investigando con su sonrisa los albores de una ciudad
que le entregó su invitación en un susurro viajero. En
este momento está examinando la Sinagoga del
Tránsito con la inquietud de unos ojos adolescentes que
brillan al tiempo que admiran. La Señorita Monroe
estudia Arte en la Universidad de Columbia, en Nueva
York. Escucha con atención la extensa y detallada
ilustración que puede oírse a través del aparato guía
que acaba de adquirir en la entrada del recinto. La
Señorita Monroe se dirige ahora hacia la Sinagoga
Blanca. Parece cansada. Lleva toda la mañana
visitando monumentos, y se pregunta si es posible que
en una sola ciudad existan tantas maravillas reunidas.
No extraña rascacielos, ni las frías miradas de la gente.
A primera hora entró en la Catedral, y salió de ella con
la expresión cómplice que produce la visión de una
estrella fugaz, aquella en la que se confía para proveer
mágicamente los deseos.
57
sólo conocen los herederos de su familia. Pertenece a
una saga única en el mundo, transmisora de los genes
del éxtasis de la felicidad. El primero de los miembros
de la familia Monroe en adquirir el don fue Bryan, hijo
de Arthur Monroe y Catalina Mataloni, procedentes de
un pequeño pueblo de Tennesse, en el interior de
Estados Unidos. A la edad de cuarenta y siete años,
después de haber pasado la vida entera soñando con
conocer el océano, Bryan Monroe, zapatero de
profesión, padre de dos hermosas criaturas, y más
pobre que una rata, recorrió más de ochocientas millas
sufriendo todo tipo de inclemencias, para ver, tan solo
un minuto, ese mar que tanto añoró. Cuando llegó a la
costa, el Señor Monroe tuvo una sensación
perturbadora, sin duda alejada de toda semejanza con
cualquier otra. Admirando la belleza y la inmensidad del
mar que tenía ante sí, deseó profundamente algo más
que la simple expectación de la beldad de aquel agua
interminable. Sintió un abismo de anhelo, un grito
ahogado en la garganta que le proponía salir de su
cuerpo y convertirse, así, en el océano eterno. No le era
suficiente contemplar la grandeza de la creación,
ansiaba intensamente formar parte del agua, moverse
con el oleaje al tiempo que marcan los vientos, disfrutar
58
de la respiración de los peces, del cosquilleo de las
algas. De pronto, su cuerpo se estremeció con una
intensidad magnética, casi eléctrica, al tiempo que se
vio a sí mismo flotando en medio del universo,
convertido en el océano absoluto.
El Señor Monroe, como Alfonsina, dejó de ser uno
para ser uno con el mar.
Lo que nunca supo él, es que, este magnífico don
de convertirse en los más ansiados destinos del
espíritu, sería heredado por sus hijos, de forma más
inconsciente que genética, legando así a su saga el
beneficio del éxtasis del que él mismo disfrutó.
Los hijos de Bryan, Linda y Alex, recibieron
automáticamente el don del éxtasis, conociendo su
inmortalidad a través de la fusión de sus cuerpos y sus
almas con la pasión que llevaban de inquilina en su
interior desde el mismo instante de su nacimiento. La
pequeña Linda acabó pronto su existencia en el mundo
material, convirtiéndose a la edad de once años, en una
estrella, luminosa y expectante, viajera a través del
tiempo como un vigía de lo invisible.
59
mejores orquestas sinfónicas del país. Una noche, en el
estreno de la sinfonía número cinco en mi bemol mayor
de Sibelius, llegando al final del tercer movimiento,
como atraído por el canto inspirador de los cisnes, se
convirtió en el sexto silencio después del sexto y último
acorde, embriagando al público con su propia
apoteosis.
60
PAPÁ
Hay padres de todos los tamaños, edades, pesos y
profesiones. Los hay gordos y gruñones, los hay bajitos
y serios, los hay altos y coquetos, los hay borrachos,
maltratadores, y los hay de corazón bueno. Hay padres
para hijas, para hijos, para padres, madres y abuelos.
Hay padres de colores y padres en blanco y negro.
Todo el mundo tiene un padre, ya sea malo o sea
bueno. Mi padre era alto y delgado, luego fue alto y con
barriga, y después fue otra vez alto y delgado. Era
guapo, guapísimo, era más guapo que el mismísimo
demonio. Era tan guapo que le tenían envidia incluso
los dioses del Olimpo. Apolo me dijo una vez que
tendría que matarlo porque era más guapo que él. Yo le
dije que si le mataba, tendría que hacer lo mismo
conmigo, pero él me dijo: “Tú no eres tan guapa”.
Conversamos hasta la madrugada, negociando la forma
de afearle la cara, o de retirarle del mundo sin tener que
llegar a acabar con su vida. Finalmente decidimos
llevarlo a juicio, para que fueran los tribunales los que
tomaran una decisión en tan complicado caso.
61
Fuimos a ver al gran Júpiter, para que nos diera un
veredicto justo, y estas fueron sus palabras: “Apolo,
efectivamente, tú tienes el derecho a ser el ser más
guapo del Universo y de todos los Universos paralelos
que con él conviven, por lo tanto, condeno a este
hombre… condeno a este hombre…” Y nos dimos
cuenta de que, el mismo Júpiter, se había quedado sin
palabras al mirarle a la cara a mi padre. Pasados unos
minutos sin decir nada, Júpiter decidió no dar veredicto
alguno, ya que le había consternado enormemente la
belleza de aquel hombre tan maravilloso, y se marchó
sin decir palabra, dejándonos a Apolo y a mí la
complicada empresa de resolver aquel problema.
62
reconociéndome que le había quitado el cuerpo para
quedárselo él, que le parecía la solución más justa.
Evidentemente no era justa, pero sí fue bien inteligente,
Apolo sabía que yo nunca lo mataría si veía en sus ojos
los ojos de mi progenitor. Y así fue como, de un tiempo
a esta parte, desde el 16 de Julio de 1.991, Apolo es
más guapo que nunca, y yo me quedé mitad huerfanita,
porque mi padre vive en el Olimpo con el resto de
dioses, aunque, siendo justos, tengo que decir a favor
de Apolo que, desde allá arriba, está haciendo un buen
papel, y me echa una mano cuando puede. Anoche,
mientras dormía, vino a por mí, y nos bañamos en la
Laguna Estigia, cantamos, reímos y soñamos juntos
con el silencio de Júpiter…
63
LOS SILENCIOS ESCRITOS
Existe un mundo en el que los silencios se
escriben, para que no se pierdan, porque los habitantes
de ese mundo saben que el silencio es lo más
importante que tienen. Escriben sin parar, día y noche,
para que no se llenen las mentes vacías, para que no
se dejen colorear de falsos rojos y grises oscuros. Ellos
saben que los corazones se tiñen de malva al
amanecer, y trabajan intensamente para que el color no
suba hacia la mente. Conectan con el terciopelo para
tener calor en invierno y refrescar el verano con gotas
de rocío, esas que los alquimistas les enseñaron a
querer por ser la lluvia divina con la que se inicia la
materia. Describen sus silencios con la pasión que les
entrega el convencimiento de saber lo que hacen, y día
tras día, los convierten en arte con versos mágicos e
inexpugnables. Dominan las palabras inexpresables y
danzan a través de lenguas que no se conocen.
64
no entenderme, después utilicé gestos para hacerme
comprender, pero sus miradas eran la expresión de la
incertidumbre al verme en un intento desafortunado por
transmitir mis ganas de comunicarme con ellos. Pasé
días tratando de encontrar el lenguaje que me hiciera
ponerme en contacto con aquel pueblo tan extraño.
Trabajé en las lenguas muertas y en los códigos
secretos milenarios. Aprendí a descifrar los jeroglíficos
más complejos y fabriqué tablas con dibujos con todas
las preguntas que tenía para hacerles. Pero todo aquel
trabajo de nada servía. Sólo recibía a cambio su mirada
indecisa y su incomprensión a mis esfuerzos.
65
los habitantes de aquel mundo, y pusieron sus manos
sobre mí con un amor que nunca antes había conocido.
Sentí sus miradas de cariño, sus generosidades
intactas, las que se exponen sin ser intermediadas por
las palabras, sus esencias abiertas para mí, sin tratar
de ocultar sus miedos con las expresiones del ego.
Entonces comprendí que aquel pueblo se comunicaba a
través del silencio, que sus almas y la mía no eran en
absoluto diferentes, sino que su expresión era tan pura,
que no necesitaban las palabras para compartirlas.
66
EL REY KING
Eran más de las cinco, y se puede decir que
ningún toro había muerto todavía, y ningún té había
sido bebido aún en Londres. Quizás, porque en
realidad, no eran más de las cinco.
67
máximo su rebeldía y su valor, para poder mantener
sus espíritus indemnes y no ser arrasados por el
efusivo y convincente “gas de la realidad”, que era
expulsado, cada tarde, a las cinco en punto, desde
todas y cada una de las grandes ciudades del mundo.
68
nada. Ni siquiera pretendió nunca algo que no fuera
más que ignorarles. Dejaba en manos de sus súbditos
prisioneros la importante misión de hacer de la vida de
los impertinentes rebeldes una constante lucha y un
insufrible infierno. Así, por el más puro cansancio,
entraban a respirar la resignación, sin necesitar emitir
gases nuevos, y obtenía adeptos sin gastar una gota
más de su elemento alquímico.
69
Un cierto día de Otoño, con el cambio de tiempo,
una sensación comenzó, inesperadamente, a
producirse en el ambiente. La excesiva aspiración del
gas del Rey King, comenzó a causar serias lesiones en
los habitantes de la tierra. Comenzaron a sentirse
realmente incómodos, enfermos, cansados… y no
encontraban la causa, por más que se hacían miles de
preguntas. “Es el gas”, les contestaban los de las
mascarillas. Pero ellos seguían buscando alguna otra
explicación más coherente, mientras ignoraban las
señales ya patentes en sus propios cuerpos.
Comenzaron entonces a producirse algunos
avistamientos. Médicos de varias universidades,
avisaron del peligro de un gas tóxico que se generaba
en el ambiente y que producía malestares de todo tipo.
De esta forma, la población empezó a comprar
mascarillas, tratando así de salvaguardar sus vidas y su
integridad. Muchos se hicieron pasar por rebeldes y
aprovecharon la ocasión para enriquecerse vendiendo
mascarillas, aunque, en lo más íntimo de su ser,
estaban seguros de que aquello no solucionaba nada.
Sin embargo, comprendieron que era un negocio muy
rentable y se avivaron en su distribución. Otros,
esperaban que aquellos que les vendían las mascarillas
70
les solucionaran la vida, y les perseguían con la
esperanza de encontrar, a través de su mano
“milagrosa”, la felicidad eterna. Y eran muy pocos los
que se dieron cuenta de que, en aquel mundo del Rey
King, no existía otra solución que la de aprender por
uno mismo a generar una inmunidad en su propio
cuerpo hacia el gas letal de la infelicidad.
71
Un ego sospechosamente verde
Me arribo y me abajo con la destreza de una
ardilla, pero siento que el diluvio de las noches de luna
llena no viene a verme este mes, porque no tengo
cabida en el alma para él. No entiendo lo que escribo,
ni escribo nada que entienda, porque no quiero hacerlo.
Me aplaudo con los dientes y me inscribo en el registro
de los besos dulces, esperando que me toque la vez.
Adivino, entre sombras de gran estatura, que mi
sombra es gigante, a veces, y otras me da la risa al
mirarla.
72
Voy a sembrar cebollas en un campo pequeño, a
pocos kilómetros de mi ciudad, y cuando crezca el
primer tubérculo, le voy a hacer un altar con rosas y
perejil, para que cuide mi huerto.
73
ELION
Allí estaba William Mulligan, ataviado con sus ropas
al más puro estilo oeste norteamericano, con su
inseparable sombrero y sus botas de cuero con la punta
de hierro. Observaba el horizonte con la mirada
perdida, en el ensueño de la tierra prometida. “Esta es
la tierra de las oportunidades”, se decía, “aquí
construiré mi hogar”. Todos los días talaba un árbol y
trabajaba intensamente para fabricarse la casa de sus
sueños, junto al lago. Tenía un caballo blanco, siempre
reluciente, llamado McNeil, al que profería más
cuidados que a un bebé recién nacido. “Esta será
nuestra casa”, le decía a su jamelgo mientras le
acariciaba el lomo con su fría ternura. No sonreía
nunca, porque creía que era un desgaste de energías, y
las necesitaba todas para sus proyectos. “Ellos saben
que la risa no sirve para nada”, le decía a McNeil, “Tú
también lo sabes, viejo”. Había labrado también un
pequeño huerto que le proveía de lo necesario. No
aceptaba nunca la ayuda de sus familiares, que le
llevaban todo tipo de ropas y comida. No necesitaba
más que su chaleco de cuero, su camisa vaquera y sus
Lewis Strauss raídos por el paso del tiempo. A veces,
74
se bañaba desnudo en el lago, y pasaba el resto del día
sin volver a ponerse su ropa, “como tú, McNeil,
desnudo se vive más cómodo, eso es lo natural, ellos
me lo dijeron”. Cada noche dormía con la única
compañía del cielo estrellado, bajo el manto lácteo del
universo, y soñaba con sus amigos, que venían
nuevamente a visitarlo, para llevárselo a Elion una vez
más. Le contarían sus secretos, y los secretos del
hombre, guardados desde tiempo inmemorial bajo la
Esfinge. Él había leído esos libros, sabía todo lo que le
sucedería a la humanidad, por eso había decidido
marcharse a vivir al oeste. Cuando la raza humana
sufriera la daga acusadora del juicio final de Elion, él
estaría preparado. “Compra un terreno, crea un huerto”,
le dijeron. Y así lo hizo. Dejó la casa de sus padres,
cambió su nombre, e hizo realidad sus sueños.
Francisco González, se llamó una vez. Cuando era niño
leía con ansia desesperada todas las colecciones de
indios y vaqueros que llegaban a sus manos. Su madre,
Doña Jacinta, le decía que esos libros eran del
demonio, que se volvería loco si los leía, pero él sabía
que todo aquello no era cierto. Una noche, mientras
dormía, una intensa luz a los pies de su cama lo
despertó. Un hombre de color azul y cabeza alargada,
75
de más de tres metros de estatura le tendió la mano. Se
fue con él en su nave, hacia el lejano planeta Elion. Allí
le explicaron que tenía que hacer realidad sus sueños.
Le contaron que la Tierra estaba a punto de sufrir un
cambio, que tenía que estar preparado. A la mañana
siguiente les dijo a todos que a partir de aquel día, lo
llamaran William Mulligan, que se marchaba a vivir al
campo para cumplir una misión, todo ello lo decía con el
convencimiento férreo de hacer lo que debía, y dejó de
sonreír para no desgastar inútilmente las energías que
ahora necesitaba más que nunca. Compró una enorme
cartulina blanca y pintó en ella a su amado McNeil, que
inmediatamente, como bien le habían dicho los eliones
que sucedería, tomó vida al instante. Esperó a que
vinieran a buscarlo, y así fue. Al cabo de una semana
aparecieron cuatro eliones vestidos de blanco,
haciéndose pasar por humanos, con un extraño objeto
en forma de camisa con cuerdas que lo
teletransportaría inmediatamente al lugar elegido. Fue
entonces cuando llegó a la tierra prometida. Al ver el
lago lo supo, “Aquí construiremos nuestro hogar,
McNeil”, dijo. A los pocos minutos de su estancia allí se
sintió solo. Desapareció ante sus ojos el enorme edificio
en forma de hospital que parecía haberlo acogido, y
76
entonces, vio la gran estepa norteamericana ante sí,
toda para él, regalándole los sueños que había creado
desde niño. Los dos amigos comenzaron, por fin, el
auténtico viaje de la vida, ése que consigue hacer
realidad imposibles, el que fabrica la materia a partir del
deseo. “Por fin sé quien soy, viejo”.
77
LA ENFERMEDAD
Héctor Salmerón. Varón, veintisiete años de edad,
sesenta y cuatro kilos, independiente, saludable,
callejero, amable y extranjero. Existen miles de
definiciones para describir a alguien, millones, pero yo
he elegido ésta, porque es la mía, y porque, para
contarles la historia que aquí quiero relatar, es
accesible y necesaria.
78
personas como kilos pesara en el instante del parto
artístico. Tanta era la furia y la visceralidad que
expresaba en cada creación, que perdía tres o cuatro
kilos hasta su consecución. El día que Héctor pintó la
búsqueda del logos pesaba exactamente sesenta y
cuatro kilos. Así que, invitó exactamente a sesenta y
cuatro personas, entre amigos y conocidos, para
realizar su ansiada exposición.
79
obra de Miguel Ángel se tratara. Aprendía de la
intelectualidad de él, de sus elucubraciones, de sus
pensamientos, de sus experimentos filosóficos, e
incluso aprendía de sus ojos. Sin embargo, Héctor
vestía su relación amorosa de la independencia que le
proporcionaban sus ideas sobre la esencia de la vida.
Amaba a Esther, sí, como también amaba a todas y
cada una de las mujeres que pasaban por la cama de
su pequeño habitáculo. Ella lo entendía. Se había
propuesto aceptarlo tal y como era, y eso incluía,
obviamente, su desmedido amor por el sexo femenino.
80
tuvo discusión alguna con nadie. Entregaba su
amabilidad a diestro y siniestro, como un millonario de
bondades que reparte por el puro placer que aporta la
solidaridad.
81
excelso, de grandísimo poeta, del mayor de los
filósofos. Y Héctor, al que su ego le impedía ya
moverse hacia ninguna parte que no fuera la única
expresión artística del apartamento, rompió la obra
emocionado con la experiencia, brincando de furia y
expresividad, extasiado con el destrozo de la misma.
“Todo fluye, amigos, no podemos quedarnos en esta
obra, fue magnífica, sí, ya no lo es, el ahora es lo único
que vale, sólo tenemos el presente”. Y ante aquel
alarde de equilibrista, apostando por el riesgo como
sólo él sabía hacerlo, se alzaron nuevamente las voces
de alabanza que ya lo habían encumbrado, momentos
antes, al cielo de los grandes.
82
Héctor hizo el amor aquella noche, sobre el cuadro
destruido, honrando su propia valentía desapegándose
de su obra. Cuando quedó solo, en silencio, se sintió
inmenso. Abrió la ventana para mirar las estrellas. Se
preguntó cómo se verían aquella noche desde su país.
Fue un instante de nostalgia al que dejó pasar. “Todo
fluye”, se dijo. Buscó entre las sombras con la mirada
perdida, y no encontró nada. Quiso amarla, sentirla,
saberla, como siempre, a su lado, esperándolo,
silenciosa, tímida, embebida de su saber. Se dio cuenta
entonces, de que había llegado el momento de partir de
nuevo. “Nada perdura, nada me ata”, se dijo. Recogió
sus materiales de pintura y un pequeño atillo de ropa y
abandonó el apartamento.
83
cuerpo, no le permitía hacer otra cosa más interesante
que dormir.
84
La Caprichosa
Entraste en mi mundo de forma imprevista, llenando
de música mi silenciosa vida. Bailamos un tango que
nos dejó perplejos a ambos, y disfrutamos del sabor de
lo oportuno con la intensidad de la pasión. Hoy escucho
aquella canción que bailamos por primera vez, y siento
una nostalgia que me arranca unas lágrimas perezosas,
insensatas, que me llenan de amargura por mi
necedad, y por mi cansancio. Me cansé de ti, igual que
me cansé de tantas canciones, de tantos cantantes, de
tantas películas. Me cansé de ti como se cansa uno del
color negro por la mañana. Nunca volvería a estar
contigo, porque prefiero recordarte y condenarme por
caprichosa, que odiarte por exceso. Es la única forma
que tengo de quererte.
85
Ingenuidad
Corrijo mis versos para completarme, pero no lo
consigo, y mientras, paseo por el pasillo de mi casa con
la mirada perdida y el horizonte puesto en todo lo que
no entiendo. Me prometo, una y otra vez, que no
descansaré hasta que me encuentre. Me desvanezco
entre el rojo de mis pensamientos, y paradójicamente,
me siento negra, como la cara oculta de la luna. Me
fumo una sensación de incredulidad ante el egoísmo
humano, y me bebo sin complejos mis despertares,
para emborracharme de la nueva sensación de haberte
perdido, aún sabiendo que no es así, querida
Ingenuidad…
86
La necesidad de amarme me persigue desde hace
tiempo porque se quedó perdida en el tren de la
entrega. Dios me pidió que me diera toda a él, me pidió
que aceptara todo lo que él me daba. Me pidió que me
sintiera uno con mis hermanos. Me pidió que me
sintiera perdida, para después encontrarme en un Tao
al que intuye mi mente, pero que yo aún no practico.
Siento que me han pedido tanto todos los dioses que
ya no tengo nada más que dar. ¿Será tiempo de
recibir? Y el miedo de quedarme esperando y saber
que si no doy nada nunca tendré nada, me persigue.
87
LA MUSA DIMINUTA
Una tarde de invierno, paseando por el parque de
Los Añoros, me senté bajo un árbol a darle rienda
suelta a mi pasión por la poesía. Aquel parque me
diluía en un halo de nostalgia y añoranza de tiempos
pasados, que yo utilizaba como inspiración en mis
creaciones. La Musa que me acompañaba por aquel
entonces solía acudir muy a menudo a mis llamadas.
Era muy morena y muy bajita, y era conocida en el
entorno de los artistas como “La Musa Diminuta”.
La conocí una noche de lluvia, mientras me
encontraba disfrutando del agua recorriendo mi cuerpo,
sentada en una roca de la bahía, escuchando las olas
del mar. Se sentó a mi lado, me miró con la preciosa y
tranquila sonrisa que se dibujaba en su rostro perfecto,
y me dijo: “Quiero ser tu Musa”.
Aquella tarde en el parque de los Añoros, la llamé
con las invocaciones que me enseñó el día que nos
conocimos y apareció unos segundos más tarde,
vestida con un precioso traje verde de seda hindú que
ensalzaba aún más su ya estilizada y pequeña figura.
Ella sintió especialmente el influjo mágico en el que
los árboles envolvían al pensamiento, y comenzó a
88
susurrarme, con lágrimas en los ojos, una preciosa
historia de amor y de labios rojos que nunca antes le
había contado a nadie, y que marcó mi vida desde
entonces hasta ahora…
89
más la misma. En aquel momento sentí que podría vivir
eternamente en el Paraíso si aquel artista decidía
pintar mi cuerpo desnudo y conocer conmigo el placer
del amor. Sin embargo, su mirada, que a mis ojos fue
eterna, fue simplemente un destello efímero que un
segundo más tarde desapareció.
Lo veía cada día y cada tarde, y soñaba con él
cada noche. Siempre estaba allí, sentado en su caseta
oscura, con una cortina roja cubriéndole las espaldas,
tapando el habitáculo donde ejercía su elegante y
delicado trabajo. Allí estaba él, pero yo no estaba en
sus miradas. Estaba él, pero para Él, no estaba yo.
Su indiferencia me comenzó a hacer sentir
pequeña, poco atractiva, me sentía invisible y
miserable. Me sentía tan mínima, tan indefensa… ¡si al
menos hubiera podido sentir el más mínimo rencor
hacia él!… pero no podía odiar a alguien que no me
ofrecía ni siquiera su desprecio, simplemente, me
ignoraba inintencionadamente.
90
vinieron cinco más, y otros cinco… hasta que me
quedé del tamaño que soy ahora. Me encontraba
sumida en una nube de tristeza y oscuridad tales, que
me impedían ver los cambios que estaba sufriendo mi
cuerpo en toda su dimensión. No fui consciente hasta
días más tarde del diminuto ser en el que me había
convertido la ausencia de sus besos.
91
no era una mentira que me habían prometido desde
niña en la Iglesia. Me hizo pasar a aquel cuartito rojo y
oscuro con el que tantas veces había soñado, y tal sólo
me dijo: “¿Quieres ser mi musa?” Antes de responderle
un gigantesco SI profundo, nacido de lo más hondo de
mi alma, le pregunté por qué lo hacía ahora que era
tan diminuta y no antes que era una mujer bella y
erguida, “Porque ahora me gustas”, dijo.
92
creador y darle el prestigio y el status que la calidad de
la obra merecían. Inmediatamente yo adquirí una fama
de Musa milagrosa que se extendió más allá del mundo
que conocemos como tal, y comencé a ser requerida
por los mejores y más conocidos pintores, músicos y
escritores de todas las esferas del Universo. Sin
embargo, aquella intensa historia me permitió aprender
algo muy importante, y es que uno no puede
entregarse a todo aquello para lo que le solicitan y,
como aquel que me dio el poder de otorgar el arte,
solamente me acerco a aquellos que me gustan.”
93
De Bécqueres y Rosalías
94
He grabado la vez que soñé contigo y querías amarme
durante toda la vida.
95
Romeo y Julieta
96
- El de treinta y cinco: Me lo regalaste tú, ¿no te
acuerdas? Te tocó en aquella tómbola… si
mujer… en la que te dieron además el carnet de
conducir…
- Gloria: ¿Te he dicho que te quiero? (Se dan un
abrazo)
97
- Roberto: Hola preciosa. ¿Llego tarde? No veas
qué atasco había en Goya. Por lo visto a un
coche se le ha abierto la puerta de atrás en
plena curva y ha montado un tapón increíble…
98
- El de treinta y cinco: Tú mejor que no me
llames.
- Gloria: ¡Perfecto! ¡Qué idea tan magnífica! De
ahora en adelante vas a ser nadie, pero nadie,
no de nombre “nadie”, sino nadie, con letras
superminúsculas. Eso sí, no me hables, porque
no puedo contestar a nadie.
- El de treinta y cinco: Será un placer no hablar
contigo.
“Deja de beber.”
99
- Luis: ¿No ha llegado tu Romeo todavía?
“No.”
100
- El de treinta y cinco: Pues permíteme que yo
no lo entienda. ¿Tú te crees que es normal eso
que dices?
- Gloria: Depende de lo que entiendas por
“normal”
- El de treinta y cinco: Lo que no es como tú.
- Gloria: Me halagas, lo sabes.
- El de treinta y cinco: Lo sé.
“Hola.”
- Romeo: Hola.
101
- Roberto: Este es gilipollas… (en un susurro)
“Melocotón en almíbar”
102
insoportable?
El de treinta y cinco: Yo siempre he sido un
cochino, Gloria, con alma de sacerdote, pero
cochino.
- Luis: Bonita paradoja.
- Esther: ¿Es que no teníais una música más
entretenida que ésta?
- El de treinta y cinco: Tengo ahí un disco de los
monjes de Silos que está de puta madre. ¿Qué
te parece Esther? ¿Lo pinchamos?
- Esther: Este chico es tonto.
- El de treinta y cinco: Me niego a responder a
eso.
103
- Romeo: Yo ahora mismo no puedo recordar
nada, de hecho, solamente tengo siete letras en
la cabeza, y están ocupando todo el espacio que
quedaba libre.
104
EL OJO
Atrás quedaron los días en que era posible la
experiencia de caminar por la calle sin esa oscura
sensación de ser constantemente observado. Ya nadie
era capaz de mantenerse concentrado en sus
problemas, en sus cuestiones diarias, en sus pequeñas
o grandes inquietudes… caminar con el sólo propósito
de desgastar las neuronas con las preocupaciones,
atemperando el fuego de la nostalgia, o el de la desidia,
según si el día era par o impar, o si la luz de las farolas
era anaranjada o amarilla. Ahora sólo es posible
caminar desde la inquietud del perseguido, con veinte
ojos delante y otros tantos detrás. Enmarañado en la
propia condición de observado, atento, como la araña
se concentra solamente en su tejer. En armonía directa
con el ojo despierto, siguiendo su compás, no como
antes, mucho antes, cuando ni siquiera sabíamos de su
existencia. Cuando aún creíamos en la intimidad como
uno de los principales valores humanos.
105
inmenso, penetrante, gigantesco, rodeado por una
nebulosa difusa que iba disipándose a medida que
elevaba el gran y único párpado que lo recubre. Fue
entonces, en el momento en el que despertó, cuando
finalizó también nuestro sueño. Algo sucedió en las
mentes de todos. Aprendimos al instante el significado
de todas las cosas que antes se nos tenían ocultas.
Dignificamos la visión como si fuera el mismo Dios
inventado por tantas y tantas generaciones. Ni siquiera
corrimos horrorizados o atemorizados por la nueva
experiencia. Simplemente, asentimos, y a partir de ahí,
continuamos caminando, ahora sí, sabiéndonos
observados.
106
TAROLOGÍA Y OTRAS ESPECIES MUSICALES
Hay una preciosa canción que suena… Take my
love, dice Frank Sinatra, true love,…, mine is a true
love,…, hold me tight… say that you feel as I… y yo le
consulto al tarot por un amor así… pero el tarot hoy no
me dice lo que espero, hoy no me contesta si me quiere
o no me quiere, quizás sea más sencillo acercarme al
parque y arrancar una margarita, y hacerme con todos
los secretos prohibidos que esconde esa pequeña flor,
y subírmela a mi casa con nocturnidad, pero sin
alevosía… y encender un par de velas azules e iniciar
el ritual, deshojar una por una, mientras repito un
sonoro “me quiere” en voz alta, y oculto entre dientes
un pequeñísimo “no me quiere”… y mientras mi flor
favorita se decide a hablarme sonará otra canción… y
Cómplices dirán que cuentan con tu risa… desde la
noche oscura hasta el alba… cuento con tu risa, que es
lo mismo que no tenerle miedo a casi nada…
107
modo perfecto en el que yo encajo dentro de él. Me dice
que escuche música, que lea libros, que no vea
televisión, que exprese todo el arte que se acumula
dentro de mí, que pinte cuadros, que haga velas, que
pinte camisetas, que haga bufandas rosas y azules, que
coma ensaladas, que me pinte por las mañanas como
si fuera a una fiesta, que acabe con la negación, que
muera todos los días, que le pierda el miedo a la
guadaña, que me renueve por dentro, que cante
canciones, que toque la guitarra, que me levante un día
cualquiera para ver amanecer, que me reboce entre la
nieve, que camine descalza por la hierba, que me
escape una tarde y me haga quinientos kilómetros para
ver la playa cinco minutos,…, me dice tantas cosas…
yo no me aburro nunca dentro de él, porque me acoge
con su justa injusticia y me rebela secretos mientras me
golpea con el basto del sufrimiento; me asoma a los
balcones de la degeneración y el puritanismo, y
corrobora conmigo que es imposible que alguien pueda
ser feliz conformándose con una vida “tranquila”.
108
haberlo visto nunca. Yo sé cosas, y no sé porqué las
sé, pero forman parte de un conocimiento innato que
me permite crecer un poco cada día.
109
El Mundo tiene dentro tres niños, que son parte de
un mundo mágico de hadas, que también ha creado El
Mundo. Tiene dentro un cuadro de Boticelli, una
sinfonía de Sibelius, varios cuadernos de notas y un
corazón muy revuelto. El Mundo también tiene una
película que se titula Habana, en la que un hombre ama
a una mujer como yo quiero que un hombre me ame a
mí. El Mundo tiene al Dr. Fleishman, a Ed, a O´Connell,
a Ruth Anne y a Chris Stevens. El Mundo reserva un
rincón especial a Whitmann, a Rilke, a Bennedetti, a
Saramago, a Cavafis, a Sturgueon, a García Marquez…
y el más especial de todos lo tiene reservado para
Dostoievsky. El Mundo descubre a Celentano, descubre
a mi familia, a un amigo que tengo en alguna parte y a
otros tantos que dejé en la ciudad invisible. El Mundo
tiene lo que yo no tengo… Y yo tengo dentro de mí al
Mundo, y a mis pequeñeces, y a mis tranquilas
obsesiones, y a mis complejos, y a mis necedades,…
110
el cuento de Peter Pan y de los niños perdidos, y del
último pétalo que dijo SI …
FIN
111
APÉNDICE
112
AZAFRÁN
Azafrán y Canela
113
tuvo un espíritu aventurero y un gran deseo de conocer
qué había más allá del bosque, sabía que, en lo más
profundo de sí, se encontraba toda la sabiduría
necesaria.
114
tranquilo y seguro. El Anciano Olmo era muy exquisito a
la hora de acoger a sus inquilinos, por eso, cuando
decidió abrir sus puertas a uno de los duendes del
pueblo, realizó una competición entre varios de ellos,
poniendo a prueba sus buenas intenciones y la
transparencia de su corazón. Se presentaron más de
cien duendes a la propuesta del viejo árbol, y éste les
hizo una pregunta muy sencilla, a la mejor de cuyas
respuestas se le otorgaría el honor de poder vivir en su
tronco.
115
entorpecieran la vida de las que estaban jóvenes y
verdes.
116
Canela era coqueta y muy alegre, se diría que daba
la impresión de ser un pan recién hecho, con una
sonrisa eterna grabada en su rostro. Tejía para Azafrán
cada invierno siete bufandas, que hacían los colores del
Arco Iris, y fabricaba las cestitas más hermosas del
bosque, para que el duende recogiera, como sólo él era
capaz de hacerlo, las mejores setas, para venderlas en
el pueblo a 15 donaires el kilo.
117
de un enigma indescifrable, hasta que un día, el extraño
matorral dejó de vibrar, y cuando los duendes se
acercaron a ver en su interior, descubrieron que se
escondía una magnífica sorpresa; una pequeña duende
de apenas unos días, que parecía ser fruto de la
naturaleza.
118
119
Nube
120
materiales, le faltaban otras cosas que para ella eran
mucho más importantes.
121
Nube preparó una maleta con lo más necesario, se
despidió de su amado príncipe y salió en busca de su
destino, ligera de equipaje y con el alma llena de
sueños. Pasó varios meses en el barco, hasta que vio
por la escotilla un paisaje que le resultó lo
suficientemente agradable como para cumplir sus
propósitos. Caminó durante días por el bosque sin
encontrar un atisbo de vida. Durmió a la intemperie con
la única protección que le ofrecía el cielo estrellado, se
alimentó de los frutos que le proporcionaba la tierra y se
guió por su intuición hasta que, al amanecer del primer
día de la primavera, vio a lo lejos una especie de humo
blanco y luminoso, lleno de estrellas brillantes, que
flotaba por encima de un grupo de árboles grandiosos y
verdes, que se imponían en belleza al resto de árboles
de la región.
122
todo tipo, huertas de las que crecían pequeñas
verduras de colores intensos y con un aspecto que,
hasta la fecha, Nube no había sido capaz de encontrar.
Pequeños duendes de aspecto simpático y amable
caminaban por las calles, trabajaban en sus negocios y
cultivaban la tierra cantando acompañados de
pequeñas hadas de colores que reían y jugaban con
ellos al compás de músicas sumamente agradables y
pegadizas.
123
Especias, y haciendo honor a esta fama, la duende le
ofreció amablemente su casa.
124
colores y 3 hadas blancas, y entre todas sumaban los
388 habitantes de El Jardín de las Especias. Justo el
día que un nuevo duende nacía, en Aishelín explotaba
una estrella de la que emergía su hada protectora. Los
duendes comunes tenían hadas de los colores del arco
iris, que eran las encargadas de indicarles los caminos
de luz en el bosque, les enseñaban a escoger las
mejores setas, les aconsejaban sobre cuál podría ser el
mejor trabajo a elegir en el pueblo, iluminaban el
camino hacia sus medias naranjas y, en general, les
protegían de los posibles peligros que les pudieran
acechar. Las hadas de colores eran muy juguetonas, y
les gustaba gastar bromas constantemente. Tenían un
humor muy inteligente, y eran muy cultas. Conocían a la
perfección la historia de los duendes y la gramática de
su idioma. Además, realizaban unas sedas de exquisita
calidad que ofrecían en toda la comarca. Cosían para
los duendes unos magníficos trajes que ellos
reservaban para los acontecimientos más importantes
de su vida.
125
sus caminos y que ahora su misión en el Bosque había
pasado a ser un poquito más importante. Las hadas
blancas fueron inicialmente de colores, pero a medida
que sus duendes se iban haciendo más sabios, ellas
iban tomando un tono más brillante y blanquecino. El
motivo era que el color blanco incluye a todos los
colores dentro de sí, y por eso, a medida que uno se
hace más sabio y aprende más cosas, va unificando su
alma y su corazón en un solo color que une todos los
que existen. Los tres duendes de hadas blancas eran
los consejeros del pueblo, aquellos a los que todo el
mundo acudía cuando tenía un problema, porque
sabían que tendrían la mejor de las respuestas.
126
que estaba haciendo, no era propio de un duende
sabio. Así, las hadas blancas ayudaban a los duendes
elegidos a continuar siendo aquello para lo que
nacieron; ser los maestros y consejeros de sus
hermanos los duendes del Jardín.
127
En aquel momento tan mágico todos los duendes
supieron que podían aceptar a Nube como una más en
el Jardín.
128
Azafrán, Canela y Nube
129
En su deseo de aprender a ganarse la vida por sí
misma, Nube compró un local de madera de roble a
Orégano Ticú, cuñado de Albahaca Marea, prometida
de Curri din dang Ebeish Tuarugah, sobrino de Azafrán,
y montó una preciosa peluquería. Al sentirse tan bien
recibida en El Jardín, decidió ofrecerles a sus
habitantes algo de lo que ella sabía, y como se había
dedicado durante años únicamente a ponerse cada día
más hermosa, montó para ellos un fantástico salón de
belleza al que los duendes acudían encantados a
ponerse guapos de forma habitual. Lo decoró con los
colores del horizonte al atardecer y lo iluminó con
luciérnagas y con estrellas de las hadas de Aishelín.
130
pueblecito de duendes en el que su única riqueza era la
bondad de aquellas personitas que procuraban hacer
de su vida un lugar feliz.
131
El Concurso
132
vez que lo hizo, y a pesar del extraño y nuevo dolor que
sentía por la añoranza del Príncipe, sonrió tiernamente
al darse cuenta de que, aquella tristeza, le producía en
lo más íntimo de sí, una extraña felicidad.
133
Los Recuerdos
134
desde muy lejos, recordó que el Viejo Pimentón nunca
se marcharía del todo, porque la música es infinita, y
sonaría eternamente en su corazón.
135
El Premio
136
en la costa, coge el barco que está atracado allí, habrá
un grumete esperándote que te indicará el resto de tu
viaje.”
137
El Gran Barco Real
138
unas cejas en forma de V invertida que ejercieron de
libros abiertos para la intuición de Azafrán. El joven se
presentó como Junior G., hijo del Capitán G, nieto de
Barba R. G., procedente de una larga saga de piratas y
marines oscuros, dedicados al comercio de talismanes
y al saqueo de barcos hundidos. Le invitó a pasar
amablemente y le instó a que lo siguiera para mostrarle
la que sería su casa durante los días que durase aquel
trayecto. A medida que el joven le iba enseñando al
duende algunas de las estancias del navío, le fue
contando la historia de su vida con el tono simpático y
parlanchín que ya anunciaban la forma de sus cejas.
Azafrán comprendió entonces que, más allá de El
Jardín de las Especias, la gente seguía acudiendo a él
para contarle sus experiencias, y que la confianza que
ofrecía no tenía límites en su pueblo.
139
Junior G. tenía una beca de la Universidad Naval de
Perlanegra, por la que estaba haciendo prácticas de
Grumete Primero en aquel galeote. Su mayor deseo en
la vida era resolver un enigma familiar: “¿Por qué razón
todos sus antepasados se habían dedicado a la
piratería?”, y su gran anhelo era no terminar
convirtiéndose en uno de ellos, no continuar con la
estirpe a la que la vida le había llamado a pertenecer.
Estaba empeñado en desmarcarse de aquel siniestro
destino y poder llevar una vida propia, poder elegir por
sí mismo su propio camino. Con la dedicación de un
alfarero de mano pequeña, estudió las vidas de cada
uno de sus antepasados para descubrir la clave que le
haría romper la tradición familiar. Desde que era tan
sólo un niño analizó paso por paso el comportamiento
de todos sus familiares, hasta que encontró un punto
común entre todos ellos: el enorme odio que todos los
hijos profesaban a sus padres, creando una espiral de
rencor de la que no era posible salir. Se dio cuenta de
que, los hijos odiaban a sus padres por no haberles
dado la posibilidad de elegir una vida diferente a la que
ellos tenían, culpaban a sus padres de haberles traído a
un mundo en el que lo único que podían hacer era robar
barcos y dedicarse a la piratería. Junior G. se dio
140
cuenta de que, lo primero que tenía que hacer era
desprenderse del odio que sentía hacia su padre por
haberlo convertido en un heredero de la familia G. Así
que, decidió pasar tres años en aquel barco, para que
el trabajo duro de grumete le ayudara a transformar en
amor y perdón un odio al que ya no admitía más en su
corazón.
141
El Periodista
142
sin embargo, disfrutaban de un viaje que les resultaba
reconfortante por el simple hecho de ser una aventura.
143
mundo. Les habló de sus viajes al planeta del Pequeño
Principito, y sus contactos con los Siete Ejecutivos
Enanos de Wall Springs. Acariciaba con sus historias
de aventuras la curiosidad inocente de un Azafrán que,
sin haber salido nunca de su pequeño pueblecito,
comenzaba a ser consciente de que todo un mundo
nuevo se presentaba ante sí. El pequeño duende giró la
vista hacia su hada y encontró en sus ojos una total y
profunda admiración. Se sentaron los tres a charlar
sobre la vuelta de las gaviotas de Marzo y sobre las
últimas composiciones del flautista Jamel Llin. Crearon,
alrededor de una botella de licor de miel de Maya, una
preciosa tertulia que les supo a guisado de champiñón.
144
extraño sabor a tristeza, que le llamó inmediatamente la
atención.
145
son universales y que, aunque no hayamos
experimentado nunca ciertas emociones, dentro de
nosotros están impresas como un sello en el corazón, y
si en nuestra vida no somos capaces de disfrutarlas,
sentiremos su ausencia como si se tratara de un ser
querido que se fue.
146
Aquella noche Azafrán se durmió en su camarote de
color de melocotón que lo acogió dulcemente,
meciéndolo con el oleaje como una nana del hada Gin.
147
El Viejo Txiquín
148
diferenciaban del resto por tener un deseo irrefrenable
de vivir intensamente cada minuto. Estos personajes no
se conformaban con sus vidas, no se conformaban con
nada, eran rebeldes y despiertos, y creían fuertemente
en sus sueños. Todos y cada uno de ellos, fueron
lanzándose al vacío con la confianza y la seguridad que
les ofrecía el convencimiento interno de que, algún día,
serían capaces de volar, a pesar de que todo el mundo
les había tomado por Locos. Y desde entonces, sus
vidas se convirtieron en un vuelo constante por un cielo
que, para ellos, siempre es azul. En aquel momento
Azafrán sintió un pequeño anhelo convertido en un
deseo imposible: surcar el cielo infinito como aquel
bello pájaro que parecía mirarlo desde arriba con una
enorme comprensión.
149
Sentado en el suelo de la cubierta, contemplando
atónitamente el cielo, Azafrán sintió que sus piernecitas
se elevaban por encima del suelo del barco y que
emprendían un vuelo protegido entre nubes y estrellas.
Adivinó una sombra entre miles de espirales de colores
que se alzaba grandiosa extendiendo unas alas
enormes sin dejar lugar a dudas de su magnífico poder.
El viejo Txiquín se veía más grandioso aún en vuelo.
Azafrán sintió que el ave se comunicaba con él de una
forma que no había conocido hasta aquel momento. Se
vio envuelto en una lluvia de palabras sin sonido con las
que sintió que, a partir de aquel día, sería capaz de
volar siempre que estuviera en la presencia del viejo
ave, que él protegería su vuelo. El duende se sintió
mecido por el más dulce de los sueños… En su vuelo
se encontró con los personajes más remotos de los
cuentos más impensables, y sintió a su vez que
ninguno de ellos le era desconocido. Todos ellos
volaban con seguridad, y lo saludaban sonrientes al
cruzarse en su camino aéreo. El duende aprendió en
aquel vuelo que aquellos que confían plenamente en
sus alas no pierden nunca la capacidad de volar, y que
aquel sueño que en principio le había parecido
impensable, se convertía ahora en una realidad por la
150
confianza que le había dado el viejo Txiquín. Sintió que
nada es imposible, sino que hacemos que las cosas
sean inalcanzables cuando nos aferramos al Miedo.
151
Rock Enano, y pasó años preparándose en silencio.
Primero asistió a clases clandestinas de música
electroduende. Después aprendió piano, batería,
saxofón y, por supuesto, guitarra. Un martes de junio,
se levantó con la sensación de un vómito repentino, y
ese mismo día les dijo a sus hermanos que dejaba el
negocio familiar en Wall Springs para irse a viajar por el
mundo con su guitarra y ser, por fin, lo que siempre
quiso ser. A partir de aquel día su carácter se
transformó. Sus habituales protestas y gruñidos
pasaron a sonar al ritmo de los “Guns and Lunis”. Y
sólo entonces Gruñón comenzó a ser sinónimo de feliz.
152
Lizabel Dinmurguen
153
Idabelihúu, enclavado en la montaña. Lizabel se crió en
una pequeña cabaña en lo alto del monte, con su
abuelo Eleodor, y ambos se encargaban de cultivar
plantas medicinales para toda la región. El abuelo de
Lizabel era conocido más allá de los confines de la
comarca, por su sabia utilización de las plantas y por su
interés en todo lo que tuviera que ver con la naturaleza,
así como por su carácter altamente insociable. Algunos
lo acusaban de Mago, y otros de Brujo, pero él siempre
decía que simplemente se entendía mejor con los
vegetales que con los humanos, y que las plantas le
devolvían su dedicación con regalos de sanación.
Eleodor le enseñó a su nieta los secretos de esas
plantas a las que tanto amaba. Le enseñó cómo
comunicarse con ellas y cómo cuidarlas de un modo
exquisito para recoger después las mieles del trabajo
bien hecho. Al principio, Lizabel ponía mucho
entusiasmo en todo lo que aprendía de su abuelo, pero
a medida que se fue haciendo mayor, fue perdiendo
interés por aprender, porque empezó a creer que tenía
mucho que enseñar, ya que, consideraba que había
aprendido todo lo necesario. Eleodor le instó en
repetidas ocasiones que la sabiduría es un tesoro que
nunca se alcanza, y que debemos aprender
154
constantemente de todo lo que nos rodea. Le trató de
inculcar que el día que el hombre pierde su interés por
aprender, también pierde esa inocencia infantil que lo
mantiene vivo. Pero toda la insistencia del abuelo
Eleodor no fue suficiente para detener el inmenso Ego
en el que se estaba sumergiendo ya Lizabel.
155
fueron notando que los efectos no eran los mismos, y
decidieron volver a comprarle al abuelo Eleodor, que les
ofrecía un producto infinitamente mejor.
156
vería su rostro reflejado en él, sino todo aquello que
normalmente, uno no quiere ver.
157
El mundo de la imaginación del niño
inquieto
158
Junior G. vino al camarote para decirle que lo
esperaban en palacio, que el Príncipe Arthur Tres
Veces Azul le había preparado una recepción en la que
estaría muy agradecido de ser honrado con la
presencia del duende. El Príncipe estaba emocionado y
nervioso a partes iguales por la visita de Azafrán, y
había cuidado con esmero cada detalle de su
recibimiento para que todo se encontrase sumamente
perfecto.
159
mundo. Saludó al príncipe y le agradeció enormemente
tamaño recibimiento. Azafrán no tenía palabras para
expresarle su gratitud y su alegría por todos los honores
de los que había disfrutado desde el principio de su
viaje, así como por la amabilidad de todos los
tripulantes del barco, que le habían hecho sentirse
como en casa.
160
querido aquello que la vida nos ha ofrecido, y nunca
hemos anhelado nada que no poseyéramos puesto que
nuestra naturaleza está hecha para disfrutar de lo que
la tierra nos provee y amar a cuantos seres se cruzan
en nuestro camino.”
161
ante aquel nuevo sentimiento que le congelaba el
corazón. Sintió tanto miedo que, tres lágrimas
aventureras se asomaron a sus ojos con la intención de
desbordar el pequeño río que se había formado en
aquellas dos pequeñas ventanitas de ilusión. Azafrán
estaba aterrado porque no sabía qué significaba el
sentimiento que le producía el joven príncipe. Su
pequeña Beatrice comenzó en aquel momento a llorar
desconsoladamente, mientras su intensa luz blanca se
tornaba en tonalidades grises, del color de la nostalgia.
162
había llevado a ambos a pasearse por sus vidas a sus
anchas, con la idea de ser eternos.
163
Se despidieron con un intenso abrazo, en el que se
transmitieron una nueva emoción en forma de amistad
profunda, y ambos supieron que, a pesar de que no
volverían a verse, habían descubierto juntos el secreto
de las diez mil cosas, y por tanto sabían asimismo que,
nunca perderían esa bonita amistad que les había
enseñado a conocer los resultados de la imperfección y
a amar el universo “desde otro hermoso lugar”.
164
Fin
165
Cuando volvió a su pueblo, abrazó a Canela con un
amor profundo que embriagó a la duende de un modo
exquisito. Conversó largamente con Nube,
agradeciéndole su presencia entre ellos, por haberle
mostrado que el verdadero valor se encuentra en la
búsqueda de uno mismo, tal cual es, mirándose con sus
defectos.
166
AGRADECIMIENTOS
167
Índice
El Marinerito…………………………………………. 11
La Identificación…………………………………….. 17
El Diccionario Viejo………………………………… 21
¿Dónde duermen los sueños……………………... 24
La Ingeniosa visita del Señor Waterloo.....……… 25
Pío y Bichito…………………………………………... 28
Los Ojos Nuevos…………………………………….. 30
Los Oficios……………………………………………. 32
El Vecino Alemán…………………………………….. 39
Miss Manitas………………………………………….. 41
Unas cuantas cuestiones…………………………... 43
El Flautín de Lorenzo………………………………... 44
Linda Abejita Curiosa……………………………….. 48
El Jugador…………………………………………...... 50
La Principita…………………………………………... 53
Algunas cuestiones sobre el ego…………………. 54
La Niña de Nieve……………………………………... 55
El Éxtasis de la Señorita Monroe…………………. 57
Papá…………………………………………………….. 61
Los Silencios Escritos………………………………. 64
El Rey King……………………………………………. 67
Un ego sospechosamente verde………………….. 72
Elion……………………………………………………. 74
La Enfermedad……………………………………….. 78
La Caprichosa………………………………………… 85
Ingenuidad…………………………………………….. 86
La Musa Diminuta……………………………………. 88
De Bécqueres y Rosalías…………………………… 94
Romeo y Julieta………………………………………. 96
El Ojo………………………………………………… 105
Tarología y otras especies musicales……………107
Apéndice: Azafrán………………………...…………112
168
169