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Denes Martos Los Espartanos

LOS
ESPARTANOS

Semblanza de un pueblo que hizo del heroísmo


una forma de vida

La Editorial Virtual
Segunda edición — Buenos Aires — Agosto 2003

— 1 — 
Denes Martos Los Espartanos

 
INDICE 
Introducción 
El país y sus hombres. 
La monarquía espartana. 
Los éforos 
La Asamblea Popular. 
El Senado. 
La educación espartana. 
Las fidicias. 
Las mujeres de Esparta. 
El dinero en Esparta 
La paiderastia 
Los lacónicos laconios. 
El pensamiento en Esparta. 
Los guerreros de Esparta 
Los persas y los griegos 
La batalla de Maratón. 
Interludio democrático. 
Vuelven los persas. 
Interviene el Vaticano. 
Es la guerra. 
Los espartanos. 
ANEXOS 

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Denes Martos Los Espartanos

Introducción 
INTRODUCCIÓN 
Es muy humano recordar solamente aquello que nos gusta.

Nuestra memoria suele ser agradablemente misericordiosa con nuestra


conciencia y con nuestras emociones. Trata de guardar aquello que nos ha
complacido o, por lo menos, no nos ha herido demasiado. Los
acontecimientos, vistos en retrospectiva, pierden generalmente sus filos y
sus amarguras hasta volverse melancólicamente deseables. Así, ante los
siempre renovados avatares cotidianos, nos consolamos pensando en los
"buenos viejos tiempos". Y cuando esos buenos viejos tiempos quedan ya tan
atrás que se han hecho Historia, no es infrecuente que tratemos de sobornar
al futuro pensando en que, de todos modos, cualquier tiempo pasado fue
mejor.

Históricamente, esta actitud tan humana nos lleva a escribir una Historia
subjetivamente acomodada a nuestros deseos. Dejemos ahora de lado la
falsificación o el manipuleo consciente de los hechos históricos. Aun sin caer
en la falsedad deliberada, tenemos la tendencia de encontrar en el pasado las
virtudes de las cuales hoy carecemos. Ese es el fundamento emocional de
todas las leyendas que hablan de una Edad de Oro; la explicación de todos
los Paraísos Terrenales que alguna vez habríamos tenido y de los cuales —
por culpa de nuestros propios defectos — habríamos sido expulsados. Las
teorías evolucionistas han tratado desesperadamente de borrar esta imagen
de nuestras mentes. Científicamente, en muchos casos, hemos aceptado la
racionalidad del postulado lógico que dice que lo complejo surge de lo
simple y que la perfección es un largo proceso de autocorrecciones sucesivas.
Al lado de la leyenda de la Edad de Oro está la convicción de que,
sencillamente, no es lógico pensar en que todo tiempo pasado fue mejor.

Es cierto: no es lógico. Pero es lindo. Tiene la hermosura de lo trágico y la


credibilidad de lo dramático. El evolucionismo construyó el mito del
Progreso, con mayúscula, poniendo toda fe y toda esperanza en un futuro
inverificable. Fue, y lo es aún hoy, no hay por qué negarlo, un mito poderoso.
Es quizás, la actitud natural de los conquistadores, los emprendedores y los
hombres de acción. Estos hombres probablemente no sabrán muy bien de
dónde vienen, ni hacia dónde van, pero hallan su orgullo en estar siempre
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avanzando. Consecuentemente, ¿qué más lógico que suponer que todo


avance es "Progreso"? ¿Qué mayor justificativo se puede pedir?. Por eso todo
evolucionismo científico es enemigo natural de cualquier Edad de Oro. La
lógica dice que no hubo tal cosa. Descendemos de los monos. Nuestros
antepasados australopitécidos son unos hominoides de aspecto repugnante y
es realmente curioso que, en las ilustraciones, se los represente siempre de
sexo masculino. Si, en vez de un Hombre de Neandertal hubiésemos tenido a
una Mujer de Neandertal, probablemente muchos hubieran entendido mejor
las ventajas de la evolución.

Sin embargo, en otro nivel de nuestra personalidad, no terminamos de


quedar satisfechos con la lógica perfecta de nuestras teorías científicas. Por
un lado, no todos los hombres son hombres de acción. Y quienes lo son, no
lo son constantemente. Hasta los guerreros reposan. Y, cuando reposan,
recuerdan. Y, si los recuerdos no fuesen hermosos, más de media
humanidad ya se hubiese suicidado. Porque aún cuando los recuerdos sean,
en sí mismos, atroces, la remembranza los suaviza haciéndonos terminar
creyendo que no todo fue tan terrible al fin y al cabo.

Por el otro lado, la cosa también es una cuestión de orgullo. ¿Quién aceptaría
de buena gana a un Pitecantropus en su genealogía familiar? ¿Quién
admitiría ser descendiente de ese monigote ignorante, feo y hediondo que
emitía gruñidos irreproducibles y corría a esconderse su caverna cada vez
que caía un rayo?. Podemos consolarnos pensando en que — aún así — el
monigote era lo que se llama un verdadero genio. Podemos tratar de
acariciar nuestro orgullo malherido afirmando que la invención de la
manera de hacer fuego, el descubrimiento de la palanca o la manía de
caminar sobre las extremidades inferiores requirió diez veces más genialidad
que desarrollar el transatlántico a partir del tronco flotante o la máquina de
vapor a partir de la tapa de cacerola que entra a moverse cuando hierve la
sopa. Pero estos recursos argumentales no dejan de ser consuelos. Como
todos los consuelos, alivian. Pero no convencen del todo.
Sería realmente difícil precisar el momento histórico exacto, pero un buen
día nuestra civilización actual se vio frente a un terrible dilema. O
admitíamos la teoría de la Edad de Oro, o admitíamos la teoría del monigote.
Nuestro orgullo y nuestra emoción votaban a favor del Paraíso Terrenal.
Nuestra lógica y nuestra razón depositaban sus sufragios en favor del
australopitécido. Si lo miramos detenidamente, el dilema no era tan
insoluble después de todo: entre perder el Paraíso por culpa de nuestra

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propia estupidez, o descender de un lemur más o menos genialmente


estúpido, bien mirado, no hay mucha diferencia. Con un mínimo de
sinceridad, los grandes intelectuales hubieran podido llegar fácilmente a la
un tanto perogrullesca conclusión de que los Hombres somos seres
racionales profundamente enamorados de nuestra hermosa irracionalidad.
Con un mínimo de honestidad, se hubiera podido cortar el aparente nudo
gordiano revelando que la constante histórica de la hominización es
precisamente la lucha contra la estupidez, la mediocridad y la hipocresía. Es
la lucha que el ser humano viene librando desde el nacimiento de la especie
contra sus propias limitaciones, debilidades y falencias. Pero claro, muchas
veces a los intelectuales se les puede pedir todo menos, precisamente,
sinceridad y honradez.
Por ello, los intelectuales sopesaron democráticamente los votos de la razón
y los de la emoción para llegar, finalmente, a un resultado que cualquiera
hubiera podido prever: empate. No un empate cualquiera, sin embargo. No
un empate vulgar, liso y llano. La moralina burguesa de los intelectuales
exigía la moraleja de la Historia y una historia empatada no tiene moraleja
posible. En toda novela policial que pretenda pertenecer honrosamente a su
género tiene que haber "chicos buenos" y "chicos malos". Más precisamente:
debe haber un chico bueno frente a, por lo general, muchos, chicos malos. Es
cierto que — en las versiones baratas — la novela termina siempre con el tan
obvio como inevitable triunfo del bueno sobre los pésimos. Pero hay novelas
y novelas. Y, cuando el que las escribe tiene pretensiones de intelectual, la
tentación de no caer en lo normal es casi irresistible. Así es como se
terminan escribiendo esas historias en donde "el bueno" es solamente casi
bueno y los malos pierden pero sobreviven porque nadie es tan totalmente
malo corno para merecer una derrota total. La sutil moraleja de la novela
termina siendo siempre muy aleccionadora: hay que tratar de ser bueno, aún
cuando por desgracia resulta condenadamente difícil lograrlo.  
 
Un tipo de novela así es lo que contiene la mayoría de nuestros tratados de
Historia. En nombre del racionalismo a ultranza hemos decidido mandar el
mito del Paraíso Terrenal al estante de los libros de religión. Pero,
simultáneamente, mitificamos generosamente a los persona]es históricos,
ensalzando a los elegidos y denostando a los réprobos. Que en esto
incurrimos en una deliciosa serie de incongruencias es algo que, por lo visto,
molesta sólo a muy pocos.

Cuando se trata del mundo griego, las incongruencias se vuelven


especialmente significativas. Cualquier análisis desprejuiciado de la sociedad
griega produce pudibundos estremecimientos de alarma entre los que han
escrito la novela de la Historia Universal. Lo que sucede es que los griegos
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han sacado patente de ser los inventores del sistema político vigente. Del que
imperó a ambos lados de la Cortina de Hierro pues, aunque parezca
increíble, capitalistas y comunistas nunca se pelearon por la democracia. Se
pelearon por establecer cual de ellos era más demócrata que el otro. En el
debate entre las superpotencias del mundo bipolar del Siglo XX todo estuvo
en discusión. Menos una cosa: la democracia. Estuvo permitido matar por
cualquier otro tema: propiedad de los medios de producción, imperialismo
económico o imperialismo político, dictadura del proletariado o dictadura
del dinero, comité o soviet. Pero por la democracia no. La democracia estuvo
y sigue estando fuera de discusión. A la democracia la heredamos de los
griegos. Lo único que aún hoy todavía está permitido discutir es si Platón fue
— o no — el primer comunista o el primer teórico de la oligarquía. Lo único
que todavía se discute a rabiar es quién resulta ser el heredero más directo.
De los griegos. Los padres de la democracia. Por supuesto.

Es decir: de todos los griegos no. Porque la novela — como toda policial
comme il faut​ — exige griegos buenos y griegos malos. Para usar los
términos acuñados en 1939: griegos aliados y griegos del Eje. De un lado los
demócratas liberales y, del otro, los fascistas. Si Platón es el predecesor de
Marx, entonces Licurgo tiene que ser el precursor de Hobbes. Si Solón es
casi un George Washington, entonces Leónidas con sus trescientos
espartanos inevitablemente tiene que ser algo así como... bueno, elija usted
mismo con total libertad el personaje de su preferencia en la populosa
galería de tiranos, dictadores, déspotas, opresores, represores y personajes
malditos que nos presenta la historia oficial.

Esta visión estereotipada, binaria y maniquea, de Grecia es el dogma vigente.


Es la historia de la buena y democrática Atenas contra la oscura y totalitaria
Esparta. Es la historia de los nobles, ponderados, tolerantes y pluralistas
atenienses contra los rígidos, belicosos, fanáticos y autoritarios espartanos.
Son los chicos buenos de Atenas contra los malos de Esparta.

A la larga, el dogma no puede dejar de despertar sospechas. Tanta perfección


de un lado y tanta perversión del otro resulta sospechosa. Es como si el
argumentista desconociera sus propias reglas en cuanto a que los buenos no
pueden ser totalmente buenos ni los malos completamente malos.
Naturalmente, tratándose de algo tan importante como nuestra instrucción
cívica, cierta licencia poética es admisible. Pero, aun así, la historia apesta a
manipuleo. Sobre todo cuando uno descubre que grandes luminarias de
Atenas — como nada menos que Sócrates y Platón — tenían un sólido
respeto por los espartanos y su estilo de vida. Pero claro, para descubrirlo
hay que leer a Platón. Y ¡quién se va a poner a leer a Platón hoy en día!

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Sin embargo, si uno toma los propios autores griegos, muy pronto descubre
la terrible y monstruosa verdad: ¡los griegos no fueron "demócratas" en
absoluto! Para Aristóteles, la democracia es una perversión de la politeia —
así como la tiranía lo es de la monarquía — y hace falta la tendenciosidad
increíble de los traductores para tergiversar los términos. Para Platón, la
democracia es simplemente una reverenda estupidez política ya que, según
él, el Gobierno debe estar en manos de una minoría de sabios. En Atenas
había más esclavos y ciudadanos de segunda que hombres libres. En
realidad, toda la mentada democracia ateniense no es sino un lujo político
que en ciertas circunstancias se permitió la aristocracia terrateniente y la
burguesía comerciante.

Los espartanos simplemente no tuvieron la veleidad de permitirse


semejantes lujos. Eran sobrios. Enfrentaban las épocas de paz y prosperidad
con el pesimismo natural del campesino que sabe que las buenas cosechas
no se dan todos los años. Sabían que es muy saludable ser previsor y medido
en las pretensiones. Por eso, cuando tuvieron que enfrentar épocas de
angustia y peligro, sencillamente se ajustaron los cinturones y — sin cambiar
en nada su organización social — se pusieron a resistir. Estaban organizados
para resistir. Grecia no se hubiera sostenido de haberle fallado sus
espartanos. Cuando Esparta dejó de resistir, Grecia se esfumó haciéndose
macedónica primero y simple provincia romana después.

Ésa es la verdad. La cruda verdad. Nada en esta vida nos es dado de un


modo aproximadamente duradero si no luchamos por defenderlo. Y para
luchar con alguna probabilidad de éxito hay que estar organizado para
combatir. De otro modo, al primer embate del enemigo se produce una
estampida. Y siempre hay un enemigo. Sobre todo en política. Esto es así y
siempre fue así aunque hoy muchos pretendan negarlo. Aunque actualmente
haya surgido cierta plaga de individuos sosteniendo que, para no tener
enemigos, es suficiente con declarar la sincera intención de no querer
tenerlos. Es ridículo. Más de diez mil años de Historia contradicen esta
fantasía. Es como pretender acabar con los ladrones declarando nuestra más
honesta intención de no resistirnos a un asalto.

Los espartanos no toleraban ser asaltados y se organizaron para resistir.


Tenían orgullo y determinación. Tenían sobriedad y disciplina. Supieron
tener grandes defectos, es cierto. Pero también supieron tener grandes
héroes. Plutarco dice de ellos que se adiestraban sistemáticamente en el
ejercicio de cuatro virtudes fundamentales. Primero: no querían ni podían
soportar la idea de un individualismo egocéntrico, contrario al espíritu de su
comunidad. Segundo: cada uno de ellos se sentía conscientemente parte
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orgánica de la sociedad y, por ello, todos se mantenían firmemente unidos


detrás de los jefes. Tercero: se esforzaban por vencer su egoísmo mediante la
exaltación de lo heroico y la moderación en las pretensiones personales. Y
cuarto: concebían sus vidas como un acto de servicio realizado en beneficio
de los demás.

Solidaridad, lealtad, disciplina, autocontrol, heroicidad, sobriedad, vocación


de servicio. Son las virtudes duras de hombres duros que toman la vida en
serio. Algunos dicen que fueron excesivamente duros y que, aún así,
estuvieron lejos de ser perfectos. Por supuesto que no fueron perfectos.
Estuvieron tan lejos de la perfección como cualquier ser humano puede
estarlo. Y, en cuanto a que fueron duros: ¿acaso la vida es blanda? La vida
dilapidada en idioteces puede llegar a ser fácil, pero una vida vivida con
intensidad y honradez es cualquier cosa menos un paseo por el parque.
¿Acaso no es cierto que resulta terriblemente difícil vivir la vida de tal modo
que uno no tenga de qué arrepentirse cuando llega el momento de morir?

Los espartanos creyeron que sí, Quizás haríamos bien en creerlo de nuevo
nosotros también. Y no hay por qué amargarse: los espartanos no fueron
menos felices que nosotros.

Es más, tuvieron algo que sólo muy pocos tienen hoy : tuvieron de qué
sentirse orgullosos.
 
   

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EL MUNDO DE LOS ESPARTANOS

El país y sus hombres.  
La ciudad de Esparta se levantaba en la región de Laconia. Por esta comarca,
en un sentido Norte—Sur, fluye el río Eurotas y todo el país constituye la
parte austral del Peloponeso.

En la epopeya homérica, Esparta es la ciudad en donde reina Menelao, de


quien la saga cuenta que tuvo muchas virtudes, menos la de saber cuidar a
su esposa. Porque el príncipe Paris, un buen día, decidió robársela y después
de eso, como todos sabemos, ardió Troya.

En la descomunal trifulca que se produjo por esta cuestión de polleras


participó Agamemnón, hermano de Menelao y gobernante de Micenas.
Estuvo también Néstor, el soberano de Pilos. Los súbditos de estos tres reyes
no se daban a sí mismos el nombre de "griegos". La denominación de
"griego" se la debemos a los romanos. En la época de Homero y durante
muchísimo tiempo aquellos hombres se llamaron "aqueos". La situación se
alteró recién cuando en Argólida, Laconia y Mesenia aparecieron los dorios
cuyos jefes se llamaron "heráclidas" por derivar su árbol genealógico del
héroe Heracles. El mismo que los latinos llamarían Hércules más tarde.

La invasión doria es el último gran movimiento demográfico registrado en la


Grecia antigua y el recuerdo de la epopeya quedó siempre presente en la
memoria de los griegos. Como pueblo, éstos muy probablemente surgieron
de la amalgama de los dorios con las demás estirpes y razas que ya habitaban
esa región del Mediterráneo. En Esparta, sin embargo, parece ser que los
dorios mantuvieron más sus características originales puesto que no se
mezclaron tanto con el resto de la población. Como en la India, esta voluntad
de mantener la idiosincrasia particular del estrato conquistador condujo a
una forma muy especial de organización social y política.

La población campesina original — los "helotas" (o "ilotas") — quedó al


servicio de los Señores espartanos. Los dorios que vivían en las ciudades
alrededor de Esparta — los "periecos" (literalmente = los "periféricos") —
mantuvieron su libertad individual y, en buena medida, sus propiedades,
pero perdieron sus derechos políticos.

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Los descendientes del antiguo ejército dorio se concentraron en la ciudad de


Esparta. Quizás fue el orgullo de estos guerreros, o quizás fue la fama de
terribles combatientes que se supieron conseguir, pero el hecho es que la
ciudad nunca estuvo rodeada de ninguna muralla defensiva. Y estos
hombres — a quienes la Historia después llamó "​ espartanos​ "o
lacedemonios​
"​ " — constituían el estrato minoritario de la población.

Eran pocos e hicieron lo que siempre hacen los pocos. Porque cuando uno
está en minoría, lo único que garantiza la supervivencia es la calidad. Eso fue
exactamente lo que hicieron los espartanos: sabiéndose pocos, se dedicaron
a ser mejores.

Por de pronto, erradicaron de sus vidas todo lo que podía llegar a


debilitarlos. Se sometieron a una férrea disciplina que, en pocas
generaciones, convirtió la estirpe de guerreros en una comunidad
políticamente sólida y combativa. Se adiestraron con tenacidad en aquellas
virtudes que necesitaban para garantizar las posiciones conquistadas y así
lograron producir un tipo de ser humano que, aún con sus debilidades, fue
capaz de lograr los más difíciles objetivos militares y políticos.

La organización sociopolítica de Esparta descansaba sobre cuatro


instituciones fundamentales: la monarquía, el Senado, los éforos y la
Asamblea Popular.

La monarquía espartana.
 
Por lo general, la mayoría de los Pueblos del mundo se ha conformado con
tener un rey. Los espartanos no. Tuvieron dos. La idea de la doble
monarquía es realmente curiosa y, quizás por eso, se han ensayado varias
explicaciones más o menos plausibles. Algunos han querido ver en esta
bicefalía del Poder Ejecutivo espartano un antecedente de los Presidentes y
Vicepresidentes modernos. Otros han insinuado que se trataba meramente
de una cuestión práctica pues, de hecho, cuando uno tiene dos reyes,
siempre puede mandar uno a la guerra mientras el otro se queda en casa.

El inconveniente de todas estas explicaciones es que podrán ser muy


convincentes pero, por desgracia, faltaría saber si son ciertas. Lo único
realmente concreto que sabemos es que los espartanos descubrieron mucho

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antes que los ingleses la tremenda ventaja de tener reyes que reinan pero no
gobiernan.

Los reyes espartanos, como cuadra a todo monarca, tenían varias funciones
y prerrogativas. Eran los Sumos Sacerdotes, eran los Comandantes en Jefe
de las Fuerzas Armadas con la obligación de ser los primeros en salir a la
guerra y los últimos en regresar; tenían el derecho de disponer de una
Guardia personal, selecta, de cien hombres; recibían las partes más
apetecibles de los animales sacrificados y doble ración en las comidas; cada
uno de ellos designaba dos representantes ante el oráculo de Delfos y
guardaban los oráculos que les hubiesen sido revelados. Decidían en materia
de herencias y adopciones; participaban de los debates del Senado; cuando
morían, recibían un impresionante funeral y — he aquí un detalle simpático
— cuando un nuevo rey ocupaba su trono se anulaban las deudas contraídas
con el rey anterior o con el Estado.

Eran personajes importantes, sin duda. Gozaban de múltiples honores,


como que provenían de las dos familias heráclidas más antiguas de Esparta:
los Agidas y los Euripóntides. Tenían autoridad militar y eran, por cierto,
superiores en dignidad al resto de los ciudadanos.
Lo único que no podían hacer era gobernar. Para eso estaban los éforos.

Los éforos

Preguntarán ustedes ahora quienes eran los éforos. Pues, según Jenofonte,
Platón y Aristóteles, eran personajes que disponían de una considerable
cantidad de poder político.

No necesitaban ponerse de pié en presencia de los reyes. Podían decidir


sobre la vida y la muerte de cualquier ser humano, los propios reyes
incluidos. Eran policías y jueces. Resolvían la guerra o la paz y convocaban al
ejército. En tiempos de guerra, acompañaban a los reyes y podían dar
órdenes a los Generales. Recibían a embajadores y podían multar, destituir o
juzgar a cualquier magistrado. Según Aristóteles, procedían de las clases más
humildes y ejercían su Poder según su propio criterio, sin estar atados a
leyes o normas establecidas. Sin embargo, aún cuando Aristóteles los critica
bastante, no puede dejar de reconocer que eran los éforos los que le daban
estabilidad y cohesión al Estado espartano.

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Denes Martos Los Espartanos

Los éforos eran cinco, Curiosamente, su magistratura no fué prevista por


Licurgo, el padre de la Constitución espartana. Según algunos, el cargo fué
creado por Teopompo; según otros, por Chilón. Lo cierto, en todo caso, es
que originalmente Esparta se había subdividido en cinco asentamientos. Por
lo general, a estos asentamientos se los ha llamado los "pueblos" o "barrios"
de Esparta. No fueron eso exactamente. En realidad eran cinco guarniciones
militares que, en conjunto, formaron aquella fortaleza militar sin murallas
llamada Esparta. Los capellanes de cada una de esas cinco guarniciones se
convirtieron con el tiempo en éforos.

¿Un rasgo teocrático de la política espartana? Algo así, Pero, por favor, no
piensen ahora en los egipcios ni en cosas por el estilo. En realidad, ni
siquiera es muy correcto pensar en Esparta como una ciudad, como una
urbe. Esparta no fue eso. Fue una fortaleza militar y ,más propiamente, el
centro cívico, militar y religioso de una Orden.

La ausencia de murallas alrededor de Esparta no revela tan sólo el orgullo y


la seguridad en sí mismos que tenían los espartanos. Revela que Esparta
estaba "abierta". No fue, como Atenas, Tebas o Corinto, un pequeño pueblito
de provincia hinchado — por crecimiento vegetativo y por inmigración —
hasta alcanzar el rango de ciudad. Fue la sede de una Orden que, al
principio, rigió los destinos de Laconia y, luego, impuso la unidad a la mayor
parte del Peloponeso. Esparta fue la única entre las Ciudades—Estado de
Grecia que, desde el comienzo, se acostumbró a pensar en términos políticos
supraindividuales. La única que no fue un Estado en y por si misma, sino la
capital de un Estado. La Orden podría haber hecho de la Grecia antigua, no
un mosaico de pequeños Estados más o menos confederados, sino un Pueblo
con unidad de destino diferenciada en lo universal. No lo consiguió por dos
motivos: no fue comprendida por los demás y su Poder resultó ser
cuantitativamente insuficiente.

En este contexto resulta ilustrativo señalar cómo llamaban los espartanos a


su Estado. Lo llamaban "​ Cosmos​ ". Era su "mundo". Fueron los únicos
griegos con capacidad para convertirse en Nación. Por eso Grecia vivió
mientras hubo espartanos para defenderla. Cuando los espartanos se
extinguieron, murió Grecia.

Pero volvamos a los éforos. Muchos, apresuradamente, han catalogado a


estos cuasi—dictadores de origen eclesiástico como la prueba irrebatible del

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Denes Martos Los Espartanos

"autoritarismo" espartano. Les ha pasado a estos autores lo que les sucede a


todos los que no revisan bien sus papeles. Porque resulta ser que estos
éforos, por más autoridad que revistiesen, no surgían de ningún "Diktat"
individual o de clase. Puede parecer sorprendente, pero se los designaba a
través de un procedimiento absolutamente democrático. Más todavía: se los
relevaba y cambiaba todos los años. Los elegía anualmente el voto de la
Asamblea Popular.
 
La Asamblea Popular.

La Asamblea estaba constituida por todos los ciudadanos libres mayores de


treinta años.

Su función consistía en designar a los miembros del Senado y en elegir a los


éforos, seleccionando a los candidatos que se presentasen espontáneamente
para ocupar estos cargos. También, en determinadas oportunidades, la
Asamblea votaba las propuestas presentadas por las otras instituciones del
Estado.

Con esto, la Constitución espartana incorporó un rasgo indiscutiblemente


democrático. Aún Aristóteles, a pesar de hacerle fuertes críticas, no puede
dejar de reconocer que el Estado lacedemonio funcionaba de un modo muy
satisfactorio:

"​
... el Estado no puede encontrarse bien sino cuando de común acuerdo los
ciudadanos quieren su existencia y su estabilidad. Pues esto es lo que
sucede en Esparta. El reinado se da por satisfecho con las atribuciones que
le han concedido; la clase superior lo está por los puestos que ocupa en el
senado, la entrada en el cual se obtiene como un premio a la virtud; y, en
fin, lo está el resto de los espartanos por la institución de los éforos, que
descansa en la elección general.​ "
 
Si después de esto, el buen Aristóteles aún insiste en hallarle defectos al
sistema, el hecho no puede sino interpretarse como la tendencia típica de los
intelectuales de todos los tiempos: nunca están conformes con la realidad. Ni
siquiera los realistas tan realistas como Aristóteles.

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Por ejemplo, uno de los defectos que el gran estagirita le halla a la


democracia espartana es su sistema electoral. El hecho es que los espartanos
no cometieron el error de agregarle al capricho de la mayoría la cobardía del
anonimato. En Atenas se votaba utilizando pequeñas piedras. En Esparta se
votaba por aclamación. El método no habrá sido matemáticamente muy
exacto y hasta es muy posible que hayan habido varios casos discutibles o
dudosos. Pero permitía identificar a quienes habían votado y, de todos
modos, como lo describe Tucídides cuando relata la Guerra del Peloponeso,
los espartanos no eran tontos. En los casos realmente importantes se
procedía a un simple y sencillo método para el recuento de votos: los que
estaban a favor se ubicaban de un lado y los que estaban en contra se
situaban del otro. Expeditivo y simple. Pero, sobre todo, muy efectivo a la
hora de deslindar responsabilidades que es la hora que más suelen temer los
que más se desesperan por votar.
 
El Senado.
 
En ningún lugar de Grecia se respetaron tanto a los ancianos como en
Esparta.

Cicerón nos cuenta que, en una oportunidad, un anciano ingresó al teatro de


Atenas donde se estaba celebrando una fiesta. Los atenienses se hicieron los
distraídos — igual que los pasajeros de cualquier medio de transporte
público de hoy — y nadie se levantó para ceder su asiento. Sin embargo,
cuando el anciano llegó al sitio privilegiado dónde estaban ubicados los
embajadores de Esparta, éstos, como la cosa más natural del mundo, se
levantaron en bloque para hacerle un lugar. En ese momento sucedió algo
típicamente ateniense: al unísono, todos los espectadores se pusieron a
aplaudir el gesto espartano. No sin ironía uno de los embajadores comentó:
"​
Los atenienses ciertamente conocen las buenas costumbres; pero sucede
que ni se les ocurre comportarse de acuerdo con ellas.​ "
 
El Senado de Esparta — la "​ Gerusia​
" — estaba constituido por 28 "gerontes".
Debían tener más de sesenta años; debían presentarse voluntariamente a
ocupar el cargo; los elegía la Asamblea Popular y — he aquí probablemente
el único error grave cometido por Licurgo — el cargo era vitalicio.
Biopolíticamente hablando: un sinsentido. Por supuesto, Aristóteles no
pierde la oportunidad de señalar que la Gerusia era.. "​
...una institución cuya
utilidad puede ponerse en duda, porque la inteligencia tiene su ancianidad
como el cuerpo​ ".

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Denes Martos Los Espartanos

 
Realmente no hay que hacer demasiados esfuerzos de imaginación para ver
ante nosotros a una venerable colección de 28 distinguidos gerontes
haciendo desesperados esfuerzos para no dormirse durante complicados
debates que escuchan mal y entienden peor. Sin embargo, en nuestros
Senados actuales, aun cuando la edad promedio de los señores senadores es
sensiblemente inferior, los bostezos hipopotámicos no son tan infrecuentes
como podría creerse. ¿Alguien de ustedes recuerda el debate en el Senado
argentino sobre la cuestión del Beagle?.

Sea como fuere, es cierto que el Poder político del Senado espartano no debe
haber sido demasiado grande. Los venerables ancianos de Esparta, al
parecer, sufrieron el triste destino que en todas partes parece estarle
reservado a los viejos sabios: todo el mundo los respeta pero nadie los
escucha. Excepto cuando ya es demasiado tarde.

La educación espartana.
 
Para darnos una idea de la estructura social espartana es conveniente tener
una noción cuantitativa de esa Orden que fue el Estado lacedemonio.
Por la época del Siglo V AC, el territorio de la Orden abarcaba a Laconia,
Mesenia y partes de Argólida y Arcadia. Esto, con algo más de 8.000
kilómetros cuadrados, representa unos dos tercios de la peninsula del
Peloponeso.

Dentro de este espacio vivían por aquel tiempo unos 200.000 a 225.000
habitantes. De éstos, unos 120.000 eran helotas y aproximadamente unos
80.000 habrán sido periecos. El número de los espartanos, por la época de
las guerras contra Persia, difícilmente haya sido superior a los 20.000 o
25.000. Esto nos da una población masculina de unos 8.000 hombres
mayores de 20 años aproximadamente. Las cifras, por supuesto, son muy
elásticas y varían considerablemente de un autor a otro. Pero — a grandes
rasgos — pueden servir como marco de referencia.

Estos 8.000 hombres eran los auténticos espartanos. Poniéndolos a todos


juntos, a razón de 4 hombres por metro cuadrado, habrían ocupado unos
2.000 metros cuadrados; es decir: la quinta parte de una plaza común. Un
político actual no podría organizar con ellos ni un medianamente pasable

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Denes Martos Los Espartanos

cierre de campaña electoral. Y, sin embargo, este puñado de hombres


mantuvo a Esparta y a Grecia dentro de la Historia Universal durante siglos.
Con las constantes guerras y los desplazamientos sociales que veremos más
adelante, el número se redujo rápidamente a cifras increíblemente bajas.
Para el 418 AC difícilmente quedaban más de 3.000 hoplitas en la infantería
pesada espartana. Para el 317 AC es casi imposible que fuesen mucho más de
1.000 o 1.500.
En comparación, Atenas contó aproximadamente con unos 50.000
ciudadanos de alrededor de 20 años; aun cuando su territorio fue mucho
menor. Así pudo poner 9.000 hoplitas sobre al campo de batalla de Maratón
y además tripular sus barcos. En la batalla naval de Salamina, si aceptamos
que participaron 180 trirremes de la flota griega armadas por Atenas, la
cuenta nos arroja un total de 27.000 remeros atenienses solamente.

Los hombres libres de Esparta se designaban a sí mismos como ​ homoioi ​. La


palabra quiere decir "los iguales". Como la enorme mayoría de los conceptos
de igualdad inventados por el Hombre, también el de "homoioi" era
excluyente. En Esparta, ser "igual" significaba simplemente pertenecer al
núcleo de aquellos que eran mejores que los demás. No crean que la
costumbre ha sido exclusivamente espartana. Ciertos romanos, para
entender exactamente lo mismo, se llamaron "pares". Y ciertos ingleses,
precisamente con el mismo criterio, se llaman "​ peers​
" hasta el día de hoy.
El camino que debían transitar aquellos que querían ser iguales a los
mejores era duro. En realidad, era durísimo.
 
Con siete años el pequeño espartano le decía adiós a su mamá y pasaba a
ingresar al Cosmos. Según nos cuenta Plutarco, los padres de un niño poco
tenían para decidir en cuanto a su educación más allá de los siete años.
Hasta ese momento las madres espartanas lo habían educado para ser sano,
equilibrado y valiente. A veces, lo bañaban en vino porque creían que las
criaturas enfermizas o epilépticas morían con el tratamiento mientras que
las sanas se fortalecían. A las criaturas no se les ponían pañales. Se las
educaba para comer lo que hubiere; se las dejaba a oscuras para que
perdiesen el miedo a la oscuridad y a solas para acostumbrarlas a valerse por
sí mismas. Las madres espartanas, ciertamente, no eran sobreprotectoras.
Freud, en Esparta, probablemente se hubiera muerto de hambre.

Ya al nacer, el niño espartano era llevado a un lugar llamado ​lesje​


. Allí, los
ancianos de su estirpe examinaban a la criatura y, si la hallaban apta, podía

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Denes Martos Los Espartanos

apothete ​
volver con su madre. En caso contrario, se la dejaba en la ​ — un
acantilado del Monte Taigeto — para que muriese porque, como relata
Plutarco, los espartanos eran de la opinión que "​
..dejar con vida a un ser
que no fuese sano y fuerte desde el principio, no resulta beneficioso ni para
el Estado ni para el individuo mismo​ ".

¿Otros tiempos, otras costumbres? En parte sí. No nos olvidemos que


estamos hablando de una época en que no había antibióticos, diagnóstico
por imágenes, ni salas de terapia intensiva. De hecho, no existía ni siquiera
la aspirina. Pero, por otra parte, la práctica no deja de ser terriblemente
cruel. Sobre todo si uno tiene en cuenta que, durante la Edad Media por
ejemplo, tampoco había antibióticos, diagnóstico por imágenes, ni salas de
terapia intensiva y, sin embargo, a una criatura simplemente débil o delicada
de salud todavía se la dejaba crecer para que se convierta en poeta, filósofo,
pintor o matemático. Admitámoslo: el cristianismo ha hecho un buen
trabajo en ese sentido. Dejemos a la muerte en manos de Dios. O del destino.
O de la fatalidad. O de como quieran llamarlo. Pero, por favor, no la
pongamos en manos de los hombres. Nunca ha resultado algo bueno de eso.

Sea como fuere, en Esparta, a la edad de siete años, los sobrevivientes de la


eutanasia ingresaban al Cosmos. A partir de ese momento vivían en "hordas"
cuyo jefe era un niño mayor. Siete años más tarde, a los 14, se convertían en
efebos​
; guerreros versados en las armas, la música, la poesía y la mitología, e
impregnados hasta la médula de los conceptos del Deber, el Honor y la
Obediencia. Seis años más tarde eran hombres. Su educación había
terminado.

Trece años de adiestramiento intensivo. Trece años durante los cuales


quedaban expuestos al capricho del jefe de la horda; años durante los cuales
los ancianos los observaban jugar, los incitaban a combatir entre sí y
trataban de descubrir las habilidades de cada uno. Trece años en los que se
los adiestraba a mirar, observar, aprender, aguantar, apretar los dientes,
resistir y a callarse la boca. Y, después de los veinte, tardaban todavía diez
años más en hacerse ciudadanos de pleno derecho. Luego de educarlos
durante trece años todavía se los tenía en observación por diez años más
para ver si el proceso educativo había producido los resultados esperados.

A medida en que crecían las exigencias iban en aumento. En cierto momento


se los dejaba calvos. Se los obligaba a caminar descalzos y a jugar desnudos.
A los doce años se les daba una única pieza de vestimenta, sin ningún tipo de
ropa interior, que debían usar durante todo el año. Los quemaba el sol y se
bañaban en agua fría hasta en invierno. Dormían juntos, comían juntos,

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Denes Martos Los Espartanos

vivían juntos y jugaban juntos. Debían preparar sus lechos con hierbas
arrancadas a mano de las orillas del Eurotas. Debían hacer de policía para
vigilar a los helotas rebeldes y, para ello, quedaban, afectados a una sociedad
secreta llamada ​ krypteia​. En Esparta, la KGB estaba en manos de los niños.  

En el Limneo, ante el retrato de Artemisa Ortia sostenido por una


sacerdotisa, los efebos espartanos aprendían a soportar el dolor. Se los
flagelaba hasta hacerlos sangrar y, si la ceremonia no se desarrollaba según
el — probablemente bien sádico — gusto de la sacerdotisa, ésta pretendía
que el cuadro se le hacía cada vez más pesado por lo que los latigazos debían
ser más fuertes. Y, en esto, no sólo tenían que disimular el dolor. ¡Hasta
tenían la obligación de mostrarse alegres!

¿Eran crueles?. Por sorprendente que parezca: no; no lo eran. Eran duros.
Feroces quizás, pero crueles no. En la verdadera crueldad hay siempre
mucho de arbitrario y caprichoso. Las personas realmente crueles lo son más
por placer que por necesidad. Los espartanos tenían un objetivo: adiestraban
hombres duros para una vida dura.

Y la prueba está en que, aun a pesar de este adiestramiento infernal,


siguieron siendo humanos. Con todas las virtudes y con buena parte de los
defectos de todos los demás griegos. Esparta produjo una nada despreciable
cantidad de poetas, escultores y arquitectos. Las mujeres espartanas fueron
codiciadas en toda Grecia como institutrices. Los templos dóricos, con sus
estupendas columnas, nos hablan de un exquisito sentido de la armonía. El
hermoso trono de Apolo, en Amiklai, nos demuestra la intensidad de la fe
espartana. Eran entusiastas de los hermosos colores y de los elegantes
atuendos, aún cuando los viejos guerreros andaban, a veces, un poco
zaparrastrosos, con la indolencia típica de los veteranos de todos los tiempos
y todas las guerras. Amaban a sus madres con una intensidad conmovedora
y honraban a sus abuelos con un respeto que llamó la atención de toda
Grecia.

El adiestramiento no siempre borraba sus defectos. Alguno fueron volubles;


otros, sobornables. Tuvieron mentirosos, egoístas, malvados y hasta hubo
entre ellos grandes traidores. Pero, con virtudes y defectos, fueron de una
sola pieza. Fueron íntegros en el sentido orgánico — casi diría estructural —
de la palabra. No les interesó ser "buenos" o "malos". En realidad, eso es algo
que nunca le importó un comino a ningún griego. Los griegos jamás
pretendieron ser "buenos". Cualquiera que profundice en su cosmovisión no
puede pasar por alto el hecho indiscutible que la vida en Grecia no estaba
determinada por la bipolaridad del Bien y el Mal. El griego jamás tuvo

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Denes Martos Los Espartanos

noción de lo que es el pecado. La bipolaridad que galvanizó la vida griega es


de índole estética. Pero no de índole estético—contemplativa sino de un
orden estético—práctico.

La "virtud" y el "vicio" de los pensadores griegos no es equivalente a nuestro


Bien y a nuestro Mal. De haber usado nuestras palabras los griegos habrían
dividido las cosas de este mundo en "lindas" y "feas"; en hermosas y en
horribles. Los peldaños de su escala de valores se afirmaban en las dos varas
de lo hermoso y lo horrendo. Por eso no se preocuparon nunca de ser
"buenos". Siempre fueron tremendamente mentirosos. Pero mentían con
elegancia. Toda su mitología no es sino un hermoso cuento en el que creían,
no porque fuese cierto, sino porque era, y sigue siendo, hermoso. Vivieron
traicionándose mutuamente. Pero casi cada traición es una obra maestra de
la intriga. Nunca pretendieron ser moralmente intachables. Quisieron ser
espléndidos. Y lo lograron.

Entre ellos, los espartanos consiguieron ser todavía más que eso: fueron
formidables. Bastó una formación de 800 hoplitas espartanos para hacer
temblar a toda Grecia y una de apenas 300 para cubrirla de gloria. Hoy, a
más de dos mil años de su desaparición, todavía seguimos recordándolos y
hablando de ellos. Algunos los exaltan, quizás más allá de sus verdaderos
méritos. Otros los denigran, quizás porque los seres pequeños nunca
entenderán a los grandes. Pero nadie los ha olvidado. A más de dos milenios
de la muerte del último hoplita espartano, los hombres de la Orden siguen
viviendo.

¿Nunca lo han pensado? ¿Hablará alguien de nosotros en el año 4300? ¿De


quién se acordarán los historiadores y los pensadores dentro de dos mil
trescientos años? ¿De quién? Piensen en cualquier personaje famoso, ya sea
de la actualidad o de los últimos 60 o 70 años. ¿Se animarían a pronosticar
que dentro de dos mil años alguien todavía sabrá quién fue y qué hizo? ¿De
quién hablarán los que quieran recordar nuestra época dentro de más de dos
milenios? Nosotros hablamos de los espartanos. Desaparecieron hace más
de noventa generaciones y seguimos recordándolos.

¿Estarían ustedes de acuerdo conmigo si digo que fueron inmortales?

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Denes Martos Los Espartanos

Las fidicias.

fidicias​
Una de las extrañas costumbres de los espartanos eran las ​ (o
syssitias​
).

Todos los varones adultos tenían la obligación de comer juntos. Para ello se
formaban "cofradías" de alrededor de quince personas — las mismas que, en
la guerra, compartían una carpa más algunos ancianos — y cada uno debía
aportar una cantidad establecida de alimentos por mes. Los cofrades debían
suministrar: unos 60 Kg, de harina de cebada, 26 litros de vino, 2Kg.de
queso y 1 Kg. de higos, amén de una muy pequeña suma de dinero en
efectivo para otras compras.

Síganme, por favor, y hagamos un poco de cuentas. Con este aporte por
parte de 15 personas los alimentos ascienden a: 900 Kg, de harina, 390 litros
de vino, 30 Kg. de queso y 15 Kg. de higos. Esto quiere decir que, por día y
por persona (suponiendo un mes de 30 días de acuerdo al calendario de
Solón) cada uno de los cofrades podía comer: 2 Kg. de harina; 0,86 litros de
vino; 66 gramos de queso y 33 gramos de higos; más lo que se pudiese
comprar con la pequeña suma de dinero. Evidentemente ningún espartano
corría peligro de engordar.

A todo esto, estaba terminantemente prohibido comer fuera del marco de la


cofradía. El que, para mitigar la excesiva frugalidad de la mesa común,
comía a escondidas en su casa era severamente amonestado por su
"glotonería". Tampoco había borrachos. Platón nos confirma que, si en
Esparta un ebrio se hubiera atrevido a salir a la calle, lo hubieran molido a
palos inmediatamente. El plato nacional de los lacedemonios era la famosa
"sopa negra". Los atenienses ironizaban diciendo que "​ Después de probarla
se comprende por qué los espartanos van con tanta alegría a la muerte​ ".
Plutarco, por su parte, nos relata el caso de un rey del Asia Menor quien,
habiendo oído hablar de la susodicha sopa, hasta contrató a un cocinero
espartano para que se la preparara. Luego de la primer cucharada, parece
que el buen monarca montó en tal cólera que casi se come al cocinero. El
pobre, para salir del paso, no encontró mejor excusa que decir: "​ ¡Majestad!
¡Lo que sucede es que a esta sopa hay que ingerirla luego de bañarse en el
Eurotas!​". Con todo, no es imposible que éstas fuesen tan sólo viles
calumnias atenienses. Probablemente, la "sopa negra" — sin llegar a ser el
delirio de un gourmet — era bastante pasable. Aunque, como es
universalmente admitido, sobre gustos no hay nada escrito…

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Denes Martos Los Espartanos

Con o sin sopa, el hecho es que las comidas comunes eran realmente una
institución importante en Esparta. El espíritu de cuerpo que debió reinar en
las cofradías queda bastante bien ejemplificado por la discreción con que se
trataban las palabras que pudiesen haberse pronunciado durante las
conversaciones de sobremesa. Cuando entraba algún comensal, el más
anciano de los presentes le señalaba la puerta y le advertía: "​
¡Por esta puerta
no sale palabra alguna!​ "

En otro orden de cosas, mucho se ha criticado la sanción social que recibía


quien — por cuestiones económicas — no podía ya aportar la cantidad
mensual de alimentos. El que no cumplía con sus aportes no sólo era
expulsado de la cofradía sino, además, resultaba desclasado de su posición
homoioi​
social. Dejaba de ser un ​ para convertirse en perieco. Eso
significaba, ni más ni menos, que debía ir a trabajar. Con ello dejaba de ser
un auténtico guerrero pues, como todo el mundo sabe, los guerreros
auténticos no trabajan. Se juegan la vida. Pero no trabajan.

Aristóteles critica ácidamente este rasgo "capitalista burgués" de la sociedad


espartana y son muchos los que se han unido con entusiasmo a esta crítica.
Lo que todos pierden de vista es un par de hechos importantes. Por de
pronto, la "cuota" de alimentos a aportar era la misma para todos los
cofrades. Fuesen pobres o ricos, todos aportaban lo mismo, todos
compartían la misma mesa, todos comían lo mismo y todos podían hablar a
sus anchas en un marco de rigurosa discreción. Por otra parte, repasen
ustedes las cantidades mensuales: hoy hablaríamos de una bolsa de harina,
dos damajuanas grandes de vino, dos kilos de queso y un kilo de higos. Es
cierto que, en aquella época, era un poco más difícil que hoy juntar esas
cosas todos los meses. Pero tampoco entonces pudo haber requerido un
esfuerzo sobrehumano.

La crítica interesada siempre es fácil y siempre resulta parcial. ¿Acaso un


gentleman​ inglés no pierde hoy su categoría de tal si ya no puede aportar la
"mísera" cuota mensual de su club? Un rasgo típicamente burgués, sin duda.
Pero también típicamente anglosajón. En el mundo de la ética protestante
una persona no sólo tiene que ser eficiente y capaz sino que, además, debe
demostrar que es exitosa para probar que goza del favor de Dios. Quien no
puede hacerlo no es ni realmente eficiente ni realmente capaz. Y quien no lo
es, no puede pretender que se lo considere como un ​ homoioi ​; un igual a los
mejores.

Además, tiene que haber un mínimo establecido para medir la eficiencia y la


capacidad. En Inglaterra, este mínimo es el carnet de determinado tipo de

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Denes Martos Los Espartanos

club. En los Estados Unidos es el barrio y la casa en la que uno vive, la


profesión que se tiene y el cargo en la compañía para la cual se trabaja. En
Alemania es la profesión que se tiene y los títulos de "Herr Profesor" o "Herr
Doktor" que se han conseguido juntar.

En Esparta, el mínimo establecido era una bolsa de harina, unos litros de


vino, un poco de queso, algo de higos y unos centavos en efectivo. Quienes
vean en esto una cuestión de discriminación económica están mirando al
mundo a través de los anteojos de un contador. Esto no es una cuestión
económica. Es una cuestión de orgullo. Quizás un tanto difícil de entender
para los latinos, pero detrás de esta cuestión está la respuesta a por qué la
mayoría de los anglosajones es protestante mientras que la mayoría de los
latinos es católica.

Es un poco la cuestión de la fe y la predestinación. La fe se tiene; la


predestinación hay que demostrarla. Ciertos hombres no se conforman con
ser; quieren demostrar lo que son. Ciertos hombres no se conforman con
declaraciones; exigen pruebas. La fe puede simularse; la predestinación no.
homoioi​
Para los ​ , quien declara ser un "igual" es, por supuesto, bienvenido.
A, condición de que demuestre su igualdad. Si no lo consigue, estaba
equivocado y pretendió más de lo que le corresponde. Y nadie puede
pretender eso.

Otros hombres son más comprensivos. Ciertamente son muchísimo más


agradables de tratar. Comprenden las debilidades humanas. Comprenden
esas imperfecciones, pequeñas y grandes, que todos tenemos y que nos
convierten en seres humanos necesitados de un hombro sobre el cual llorar y
de una mano que nos sostenga el corazón. Otros hombres aceptan que, a
veces, se tiene mala suerte. O que, simplemente, no se tiene suerte. O que de
pronto tienen una suerte increíble quienes menos se la merecen. Estas
personas son, sin duda, muchísimo más simpáticas y más cálidas. Es
infinitamente más agradable convivir con ellas. Pero no llegan a la luna. No
rompen la barrera del sonido. No levantan Potencias Mundiales. No fundan
ciencias por afán de exactitud ni dominan situaciones por voluntad de
vencer. Lo intentan a veces cuando los dioses les regalan un gran conductor.
Y, a veces, hasta lo logran. Pero ¡pobre del conductor si fracasa!

Los desagradables eficientistas también necesitan, por supuesto, un


conductor, un Jefe. Nunca hubo, no hay, ni habrá sociedad humana alguna
sin dirigentes. Hasta las sociedades anónimas tienen sus presidentes y sus
ejecutivos ante quienes tiembla toda la empresa. Pero los antipáticos
eficientistas, los insoportables exitistas, siguen a sus Jefes hasta el final. Los

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Denes Martos Los Espartanos

amables comprensivos, en cambio, los destierran o los matan cuando


fracasan. No siempre, por supuesto. Pero muchas, muchísimas veces. La
Historia nos presenta tantos casos de esto que las excepciones no hacen sino
confirmar la regla. 
 
Las mujeres de Esparta.
 
Llegado a la edad adulta y terminado su adiestramiento, en la vida del
espartano se producía un acontecimiento capital: podía volver a su casa. Por
lo tanto, podía casarse. Es decir, perdón: ¡​
debía​
casarse! Debía tener hijos.
En todo caso, eso es lo que el Cosmos esperaba de él.

El Estado espartano tenía muy serios problemas demográficos. El índice de


natalidad de la Orden — al igual que en varias partes de nuestro Occidente
actual — era negativo. Por eso, la Orden exigía hijos. Los seleccionaba y
hasta los dejaba morir si no eran aptos; pero los exigía. Los solteros
empedernidos resultaban castigados. Entre los periecos hasta se esperaba
que, en una familia estéril, el hombre recurriese a su hermano o a su mejor
amigo.

Ante esta necesidad, se comprende la enorme libertad de que gozaban las


mujeres espartanas. En ninguna parte de Grecia las mujeres fueron más
libres que en Esparta. La recatada burguesía de las demás ciudades griegas
incluso se horrorizó de la "desfachatez" de las jóvenes espartanas.
¡Imagínense! ¡Las desvergonzadas caminaban por la calle mostrando los
muslos! ¡Oh!

Por favor, no piensen que estas exclamaciones son un invento mío. Son de
hijas de los espartanos​
Eurípides. Es él quien se escandaliza de las "​ " que
salen de sus casas​
"​ se mezclan con los varones mostrando los muslos​
" y "​ ".
¡Y todo por la vestimenta un tanto atrevida de las niñas de Esparta!

Porque es cierto: el vestido de las espartanas estaba abierto por el costado


hasta la cintura. Los muslos exhibidos, en todo caso, no deben haber sido
desagradables porque — en primer lugar — las espartanas eran eximias
deportistas y — en segundo lugar — la moralina burguesa todavía nunca se
ha escandalizado por el exhibicionismo de las mujeres feas.

Con todo, difícilmente las niñas habrán conseguido sacar de sus casillas a un
candidato espartano mostrando un poco de muslos. Los varones de Esparta

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Denes Martos Los Espartanos

tenían oportunidades de sobra para calibrar íntegramente los atributos de


las jóvenes. La mujer espartana vivía su juventud casi constantemente en el
campo de deportes. Generalmente desnuda. Fue la única mujer en toda
Grecia que tenía permitido el acceso a los torneos. Excepto las Olimpíadas —
a las cuales, por la mojigatería de los demás griegos, no podía asistir — las
espartanas participaban de todos los deportes. Todos los años, durante diez
gimnopedias​
días, tenían lugar las ​ en donde la juventud de Esparta
competía y bailaba completamente desnuda.

No obstante, para los mirones bobos la cosa no carecía de riesgos. Las niñas
tenían la lengua muy suelta y muy aguda y, en medio de una representación
pública, podían tomar a un varón de blanco para destruirlo con burlas y
socarronerías. Delante de reyes, éforos, senadores y pueblo en general, el
pobre diablo quedaba hecho un estropicio en cuestión de minutos.
Indudablemente, un remedio definitivo y eficaz contra la lascivia. Porque,
sin duda, a veces es más agradable caer en una mezcladora de hormigón que
en la boca viperina de una perfecta bribona — hermosa para colmo — dotada
del condenado talento de adivinar nuestros puntos vulnerables. El que no lo
crea, que haga la prueba.

De modo que podemos creerle a Plutarco, a Jenofonte y a Platón cuando nos


dicen que la desnudez femenina en Esparta no daba lugar a ningún tipo de
comportamientos lascivos. Cuando una mujer tiene la oportunidad de
ponerlo en ridículo a uno ante todo un estadio lleno de gente, el portarse
como un idiota debe ser bastante peligroso.

Como madres resultaron insuperadas. Si las jóvenes espartanas fueron


compañeras de guerreros, las madres de Esparta fueron engendradoras de
héroes. Se dice que una espartana que había mandado sus cinco hijos a la
guerra se ubicó en las afueras de la ciudad para recibir más pronto las
noticias del desenlace de la batalla. Cuando comenzaron a llegar los
primeros guerreros, la mujer detiene a uno de ellos y lo interroga. El
hombre, visiblemente incómodo, comienza a relatar cómo los cinco cayeron
en el combate. "​¡Esclavo estúpido!" ​—​lo interrumpe la espartana ​ —​"¡No te
pregunté por la suerte de mis hijos! ¡Te he preguntado por el resultado de
la batalla!​
" En otra oportunidad, una anciana trató de consolar a una madre
que estaba dándole sepultura a su hijo muerto en combate. "​ ¡Pobre mujer!​"
— se compadeció la anciana — "​ ¡Que triste destino!​ ¿Triste?​
" — "​ "—
preguntó la madre y agregó: "​ No es triste. Lo eduqué para servir a la Patria
y murió por ella. ¡Logré mi objetivo! ¡Eso no tiene nada de triste!​"

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Denes Martos Los Espartanos

¿Exagerado? ¿Presuntuoso? Quizás. No es infrecuente que los seres


humanos escondan el dolor detrás de la máscara del orgullo. Pero hay que
encontrar la máscara del orgullo en un momento de dolor. Y eso, por favor,
créanlo, no es nada fácil.

En Esparta, una de las ignominias más grandes era perder el escudo en la


batalla. Debido a la particularidad de la formación de combate espartana, el
escudo no solamente cubría a su
portador sino, en gran medida,
también al hombre de al lado. Por
eso, el escudo espartano era
considerado un supremo símbolo
de camaradería. Por otra parte,
oficiaba también de féretro ya que a
los caídos en combate se los
transportaba sobre sus escudos.
Sabiendo esto se comprende algo
que, quizás, haya sido una mera
fórmula. Una costumbre. Una de
esas frases que se repiten como un
ritual sin darles siempre todo su
significado: el joven espartano recibía su escudo siempre de su madre quien
Hijo mío: vuelve con él o sobre él​
se lo entregaba con estas palabras: "​ ".

Mujeres así eran respetadas. Tenían que serlo. Es inútil que Aristóteles las
critique y objete el gran poder que tenían las espartanas. La verdad es que se
lo merecían. A Gorgo, una mujer extranjera le comentó una vez, llena de
admiración: "​¡Ustedes, las espartanas, son las únicas que todavía tienen
poder sobre los hombres!​ ". A lo cual la espartana respondió: "​
¡Por supuesto!
¡Como que somos las únicas que aún traemos hombres a este mundo!​ "

Las mujeres espartanas no tenían necesidad de ser feministas: tenían a su


lado hombres a quienes podían admirar. Y en boca de Gorgo la afirmación
resulta creíble. Más que eso: resulta indiscutible. Gorgo era la esposa de
Leónidas.
 
El dinero en Esparta
 
A muchos seguramente les habrá llamado la atención el hecho que los
homoioi​no trabajasen y que hasta tuviesen prohibido trabajar. A quienes les
entusiasme la idea sólo les pido que no caigan en conclusiones apresuradas.

— 25 — 
Denes Martos Los Espartanos

Porque los "iguales" no trabajaban; pero tampoco podían ser ricos en el


sentido actual de la palabra.

Por de pronto, no podían acumular dinero. Mucho menos, pues, podrían


haber vivido de rentas o cobrar intereses. Directamente, los espartanos no
podían tener dinero en absoluto. En primer lugar, porque lo tenían
prohibido. En segundo lugar, porque prácticamente casi no había dinero en
Esparta. Hablando en términos financieros, el dinero no existía. No hacía
falta. ¿Increíble? No si lo miramos con ojos espartanos.

Para empezar, los "iguales" no estaban para ganar dinero, ni para hacerse
notables por sus riquezas. En Esparta la fama no se adquiría en la Bolsa sino
sobre el campo de batalla. Allí, un acaudalado cobarde no podía comprar la
gloria que recibía gratis un valiente pobre. Durante toda su juventud los
lacedemonios eran educados para valorar solamente aquellas actividades
que garantizasen la soberanía del Cosmos. Y los hombres de la Orden — a
diferencia de muchos politicastros actuales — sabían que la soberanía de un
Estado no se compra. Se la conquista o no se la tiene jamás.

Por eso no tuvieron dinero. No hubieran podido comprar con él lo que


realmente les importaba: su soberanía, su autarquía, su libertad. Tampoco lo
necesitaban para lo demás. En Esparta no había pantagruélicos banquetes ni
dionisíacas libaciones. Todos aportaban lo mismo a la mesa común y todos
consumían lo mismo. ¿Comunismo primitivo? Brasidas, Leónidas o
Pausanias se hubieran muerto de risa ante la sola mención de la posibilidad.

Para producir lo que se necesita sobre una mesa, y hasta para fabricar la
mesa misma, estaban los periecos. Para algo gozaban de la protección del
Cosmos. Y, si los periecos necesitaban ayuda, para eso estaban los helotas.
Los esclavos helotas eran parte de la familia como podía serlo la vaca, el
caballo, el perro o la cabra. ¿Maltratados? ¡Qué estupidez! Ninguna persona
decente maltrata a su caballo si su caballo es un buen caballo. Nadie
desprecia una buena vaca lechera o a un excelente can, a menos que sea un
cretino. Todo lo contrario: se les da de comer y se los protege. Uno los
considera parte de la familia. Uno los cura cuando están enfermos. Los
chicos juegan con ellos. Terminan siendo queridos porque, al fin y al cabo,
uno se ha pasado la vida con ellos y dependiendo de ellos. Se vive, se convive
con ellos. Ningún hombre bien nacido los maltrataría. Castigarlos, para que
aprendan, quizás; pero maltratarlos, nunca.

Ningún espartano decente vivió maltratando esclavos. Lo que sucedió fue,


simplemente, que los helotas fueron cada vez más mientras los ​
homoioi
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Denes Martos Los Espartanos

fueron cada vez menos. Y sucedió también que los enemigos de Esparta no
eran ciegos y no se les escapó que la gran masa de helotas y periecos podía
llegar a ser instrumentada para quebrar el poderío de los lacedemonios. De
hecho, en Atenas muchas veces decidía la masa. Fue la que expulsó a
Arísitides y condenó a muerte a Sócrates. El fenómeno se repetiría también
más tarde. En Roma, los ciudadanos de tercera llegaron a decidir con sus
caprichos la suerte del Imperio. Los caprichos llegaron a tener nombre y
apellido: se llamaron Calígula, Nerón, Heliogábalo.

No nos dejemos engañar por los dogmas solapados de muchos historiadores.


"Calígula" no es un nombre; es un apodo. Significa "botitas". Calígula fue el
niño mimado, la mascotita, de las guarniciones militares romanas
acantonadas a la vera del Rin. Cuando Tiberio murió y el Senado romano
vaciló brevemente en elegir al sucesor, la plebe de Roma (no hay intención
plebs​
despectiva en el término; la palabra latina es ​ ), la muchedumbre
romana, invadió la Curia y forzó la designación de Calígula. ¡Calígula fue
popular! ¿Cuando vamos, por fin, a admitir eso? ¡Se dice que para festejar su
nombramiento se sacrificaron 160.000 animales! Calígula gobernó durante
casi cuatro años. ¡Nerón se mantuvo catorce años en el Poder! Por supuesto:
la masa los maldijo y escupió sus tumbas cuando murieron. Pero eso fue al
final. Al principio habían sido "populares". ¿Es que nadie va a tener jamás la
honestidad intelectual de admitirlo y de sacar las consecuencias pertinentes?

Los espartanos lo hicieron. Los helotas no gobernaron jamás. Esparta pudo


tener hombres admirables y hombres detestables. Lo que no tuvo fueron
hombres despreciables. Nunca tuvo un Calígula. Tuvo sus esclavos pero
éstos nunca pudieron imponer a un Heliogábalo o a un Nerón. Es cierto que
Atenas tampoco llegó a tanto pero, por la forma en que trató a gran parte de
sus mejores estadistas, estuvo bastante más cerca. A los espartanos les bastó
con mirar hacia Atenas para curarse en salud.

Porque la plutocracia ateniense fue poderosa. Los ricos comerciantes del


Pireo — el puerto de Atenas — le disputaron el Poder a la nobleza
terrateniente en más de una oportunidad. Siempre invocando al Pueblo.
Siempre en nombre de la democracia. ¿Cuando los traductores de Aristóteles
van a ser tan honestos como para dejar de traducir su concepto de ​politeia
con la palabra "democracia"? Dentro del contexto del pensamiento
aristotélico y estrictamente hablando, la democracia es sinónimo de
demagogia. Es la argucia de los ricos que se apoyan en la masa de los pobres
para vencer a los nobles . El verdadero motor de las democracias ha sido
siempre una caja fuerte llena de dinero.

— 27 — 
Denes Martos Los Espartanos

En Esparta los plutócratas nunca pudieron venderle a la masa el cuento de la


soberanía popular por la sencilla razón de que nunca hubo plutócratas en
Esparta. La moneda era de hierro. Tan incómoda y pesada que hasta una
suma pequeña resultaba de un volumen y de un peso considerables. La
posesión de oro y plata estaba prohibida y se la castigaba con severas penas.
Además, la posesión subrepticia e ilegal de estos metales tampoco hubiera
servido de gran cosa a quien se arriesgase a violar la ley. Los espartanos no
se adornaban con cadenas de oro sobre adiposos abdómenes. Las espartanas
no se emperifollaban hasta parecer cacatúas. Su adorno más preciado era su
propio cuerpo y, en lugar de cubrirlo con idioteces, lo cultivaban para que
fuese hermoso y para que pudiesen mostrarlo sin vergüenza.

Lógicamente, el dinero de hierro no valía absolutamente nada fuera de


Esparta. Nadie lo aceptaba. Era, como diríamos hoy, inconvertible. Como
consecuencia de esto no existían en Esparta los artículos suntuarios de
consumo masivo ni los comerciantes como los que hacían pingües negocios
en el Pireo de Atenas. Los comerciantes, mercachifles, banqueros, bufones,
adivinos, charlatanes, baratijeros y otros vividores que abundaban y
pululaban por toda Grecia, evitaban a Esparta como a la peste. No había
nada que hacer allí. No había ningún dinero fácil para ganar. El ejemplo
quizás nos sirva, algún día, cuando nos decidamos a sacarnos el parasitismo
de los mercaderes de encima. La autarquía espartana condujo a que, por
ejemplo, los carpinteros lacedemonios y los alfareros fuesen los más hábiles
y renombrados de toda la Hélade. Especialmente el jarro de los guerreros
era muy codiciado porque su diseño permitía tomar agua sucia sin que las
impurezas llegasen a la boca del bebedor. En una época sin cloro ni
antibióticos, el utensilio sin duda tuvo sus sólidas ventajas.

Indiscutiblemente, la sociedad espartana fue austera. Hasta el día de hoy


hablamos de la "sobriedad espartana". Lo que pasa es que, en la enorme
mayoría de los casos, se la entiende mal. Sobriedad no significa conformarse
con menos. Significa no arruinarse la vida deseando más de lo necesario. Ser
sobrio significa no gastar toda una existencia persiguiendo lo prescindible.
Ser austero no significa ser "menos", o tener "menos". Ser austero significa
exigir lo preciso y desechar lo superfluo. No es una cuestión de cantidad. Es
una cuestión de sabiduría.
 
La paiderastia

No me cabe ninguna duda de que muchos me odiarán por tratar el tema que
sigue a continuación. La enorme mayoría de las obras escritas acerca de
Grecia ignoran olímpicamente la cuestión y, seguramente, muy pocos se

— 28 — 
Denes Martos Los Espartanos

habrían percatado de algo si hubiésemos adoptado aquí el mismo


procedimiento. Desgraciadamente, el recurso no es admisible porque no
sería honesto. Además, no serviría para nada. En definitiva, no hay
historiador serio que no lo sepa y aparte de ello la ignorancia sólo puede
conducir al desastre a quien, de algún modo, intente copiar a tontas y a locas
ethos​
el ​ de los griegos.

Digámoslo directamente y sin subterfugios: la homosexualidad y la


pederastía se hallaban muy extendidas por toda Grecia. Especialmente en lo
referente a la pederastia no creo que sea un rasgo para aplaudir. Sobre todo
si se conoce el significado exacto del término. No es equivalente a
homosexualidad. La pederastia es una forma específica de la
homosexualidad. La palabra proviene del griego ​ pais​que significa "niño",
"adolescente". La "paiderastia", o pederastia, es la relación homosexual con
adolescentes, con ​efebos​.

Los griegos la practicaban y en gran escala. Según la mitología, Zeus mismo


se enamoró del niño Ganímedes y lo elevó al Olimpo bajo las alas de un
águila para tenerlo a su lado por toda la eternidad. En la punta de un dedo
de la estatua del Zeus de Olimpia, en Atenas, Fidias inscribió secretamente
Cuán hermoso eres, Pantarkes​
la frase: "​ ". Pantarkes era un jovenzuelo de
Atenas. Prácticamente no hay personaje famoso en Grecia que no haya sido
un ​pais​o que no haya tenido un ​pais​
.

El hecho se ha querido explicar de mil maneras distintas. Desde los que lo


condenan, amurallados detrás del fariseísmo de su hipocresía, hasta los que
lo justifican en nombre de un esteticismo y un permisivismo que se
desbarranca por el tobogán de lo anormal con la alegre despreocupación de
la decadencia. Incuestionablemente, el hecho es complejo. Porque no se
trataba de un mero hedonismo sexual entre los griegos. La relación entre el
pais​y su ​mentor​ no fue nunca simplemente sexual. El hombre tenía una
tremenda responsabilidad, públicamente asumida, para con el efebo. Debía
educarlo; debía transmitirle todo su saber, toda su experiencia y sabiduría.
Para el ​pais​ mentor​
el hombre era el modelo a seguir y todo ​ debía ocuparse
de ser un modelo digno de imitar. El efebo no era un juguete, no era un lujo
sexual. Era una responsabilidad. La costumbre no se practicaba a
escondidas. Muchísimas veces el ​ mentor​ era casado, con una familia
completamente normal, con hijos propios. ¿Alguien puede entenderlo?.
Varios lo han intentado. Algunos, probablemente, con sinceridad.
Personalmente, no creo que lo hayan logrado.

— 29 — 
Denes Martos Los Espartanos

Se ha tratado de disculpar a los griegos afirmando que la costumbre


provenía del Asia Menor, de Babilonia y hasta de Egipto. Es posible. Más
todavía: es muy probable. Que Babilonia — la "ramera entre las rameras"
según la Biblia — fue un foco de tremenda y exagerada sexualidad es algo
que puede considerarse fuera de toda duda. Pero, aun así, el argumento no
disculpa a los griegos. Que la degradación provenga de otra parte no
disculpa a quienes se degradan. Es como si los norteamericanos trataran de
disculparse argumentando que la cocaína les viene de Colombia y la
pornografía de Europa.

Esparta, con toda probabilidad, no se habrá sustraído por completo al


ambiente cultural de la época. Pretender que Esparta, como afirman
algunos, fue un reducto de castidad y rectitud sexual en medio de una Grecia
por demás tolerante y permisiva en esta materia es poco creíble. Es cierto, en
todo caso, que los espartanos fueron marcadamente xenófobos en materia
de importar costumbres. Pero, aún así, la sorprendentemente gran libertad y
poder de la que gozaban las mujeres espartanas hablaría más a favor de la
heterosexualidad que un supuesto conservadorismo moralizante.

Lo que sí puede desecharse con fundamento es la acusación — proveniente


en su enorme mayoría de personalidades adversas a los lacedemonios — en
cuanto a que Esparta habría sido algo así como la capital de la pederastia en
Grecia. Por más extendida que sea esta fábula, lo concreto es que no hay
pruebas sólidas para demostrarla. Ni siquiera el arte la confirma. Por
ejemplo, en las piezas de alfarería que ha rescatado la arqueología de las
regiones de Esparta y Laconia no se encuentran motivos explícitamente
homosexuales, siendo que es bastante frecuente encontrarlos en la alfarería
de otras regiones griegas. Incluso Aristóteles, que critica bastante a los
espartanos en muchos aspectos, indirectamente los absuelve de la acusación
de homosexualidad generalizada cuando los objeta precisamente por lo que
él considera un excesivo dominio de las mujeres por sobre los hombres.

Con todo, también es cierto que no hallaríamos en Esparta un manifiesto


rechazo a la homosexualidad ni tampoco una condena terminante de la
pederastia. Cualesquiera que fuesen las causas de la costumbre en otras
partes, en Esparta es bastante evidente que el hecho tiene que haber tenido
también raíces biopsíquicas y sociales. Entre los siete y hasta los veinte o
veinticinco años el espartano vivía exclusivamente entre hombres. Es mucho
tiempo. Probablemente demasiado. Sobre todo a esa edad.

Por otro lado, las espartanas eran insuperables camaradas e inmejorables


madres. Eran sanas, eran atrevidas y eran hermosas. Pero durante toda la

— 30 — 
Denes Martos Los Espartanos

adolescencia y buena parte de la vida adulta del varón, estaban


prácticamente fuera de alcance. Durante buena parte de los mejores años de
su vida los hombres pertenecían a la Orden. Hacían su vida en ella.
Entregaban su existencia al Cosmos. Eran Caballeros de la Orden de
Esparta. Monjes-soldados. Igual que, mucho más tarde, los Templarios.

Sólo que el monje-soldado espartano no había hecho voto de castidad. Ni se


le hubiera ocurrido semejante cosa, ni había tampoco intención metafísica
alguna que lo justificara. La Orden de Esparta no exigía el sojuzgamiento de
lo sexual a la voluntad; todo lo contrario. Según una versión, en el ejército
espartano había toda una sección formada por "parejas" que combatían
atadas entre sí para garantizar que les tocaría el mismo destino. Ninguno de
estos hombres tenía nada de afeminado. Eran guerreros y, según se dice,
terribles.

Complementariamente, es muy posible que las mujeres espartanas a pesar


de su belleza no tuviesen demasiado de "femeninas". Eran atletas.
Cualquiera que haya tenido algún trato con las atletas actuales sabrá a qué
me refiero. Es siempre un poco difícil imaginarse cómo hacer el amor con
una atleta. En realidad, a las atletas no se las ama. Se la aplaude. Se les
cuelga una medalla al cuello y se les da una palmada en la espalda. En lugar
de un ramo de flores uno casi estaría tentado de regalarles un cronómetro.
Una atleta es un poco lo mismo que una profesional de hoy en día: la
igualitarización niveladora borra las diferencias y la mujer se convierte en un
compañero de trabajo. Con ello, las profesionales dejan de ser mujeres y se
convierten en competencia. Y las atletas son competencia casi por definición.
¿Qué pasa con un pueblo cuyos varones son Caballeros de una Orden y cuyas
mujeres son atletas?.

No es forzoso que suceda, pero pueden pasar cosas poco edificantes. La


Historia nos habla de las madres espartanas, de los guerreros espartanos y
de los ancianos de Esparta. No deja de llamar la atención que nos hable
bastante poco del padre espartano.

Pues sí. Seguramente los espartanos tenían sus defectos y nadie gana nada
con barrerlos bajo la alfombra. En mi opinión particular y personal creo que
es muy posible que trataran de forzar las leyes del Cosmos universal
creándose un Cosmos particular. En ese caso, seguramente les pasó — al
menos en alguna medida — lo que les pasa y les pasará a todos los que tratan
de hacer algo así.

— 31 — 
Denes Martos Los Espartanos

La Naturaleza podrá dejarse usar y hasta engañar por un tiempo pero,


después, inexorablemente, sobreviene su venganza. Quienes ofenden
irresponsablemente a Madre Natura descubren de pronto que no pueden
respirar por el smog. Y quienes la engañan, algún día terminan dándose
cuenta con horror que están condenados a la muerte por extinción.

Los lacónicos laconios.


 
Los espartanos, con toda seguridad, no fueron impolutos. Posiblemente este
hecho agrade una enormidad a todos los pequeños enanos que sienten
estremecimientos de placer al descubrir que los gigantes también tienen sus
fallas y sus debilidades. Lo que los enanos callan es que los gigantes nunca
tuvieron la pretensión de ser perfectos. A los gigantes les basta con ser
gigantes. Con eso es suficiente.

Esparta, como todos los gigantes, fue un gigante con defectos. Tuvo sus
personajes oscuros y sus costumbres poco recomendables. Lo que no tuvo
fue la tremenda logorrea ateniense. En Atenas se hablaba y se hablaba. Es
muy cierto que los oradores debían hacerlo ante la clepsidra y que, por ello,
tenían el tiempo limitado. Nuestros políticos actuales también hablan contra
el reloj del estudio de televisión y no por ello dejan de vomitar palabras con
un caudal oceánico. En Esparta la oratoria ampulosa tenía poco público. Los
espartanos, como diríamos hoy, eran lacónicos. El término mismo, como es
obvio, proviene de ellos.

En Laconia a los niños se les enseñaba a ser breves, concisos y veraces con
elegancia. Si esta elegancia implicaba el sarcasmo, el hecho habla en favor de
la inteligencia de los lacedemonios pues el sarcasmo es el humor de las
personas inteligentes, como — con bastante poca modestia — decía el
inefable Bernard Shaw.

Si la moneda espartana era grande, pesada, y de poco valor, todo lo contrario


sucedía con la palabra espartana. En su expresión, los espartanos trataban
de poner la mayor cantidad de médula en la menor cantidad posible de
sílabas. De este modo, Esparta tuvo algo que en otras partes se ha
desconocido casi por completo: el pudor intelectual; la vergüenza que cada
uno de nosotros debería sentir de hablar sin haberlo pensado antes.
Confucio decía que el hombre sabio piensa dos veces antes de hablar una
vez. Muchos chinos han seguido este consejo y es probable que, por ello,
China nos dé una gran sorpresa cualquier día de éstos. Los vietnamitas ya lo
han hecho.

— 32 — 
Denes Martos Los Espartanos

El laconismo espartano ha entrado en la tradición como modelo de agudeza


y brevedad. Se dice, por ejemplo, que una vez se presentó ante Licurgo un
personaje que hizo un largo y encendido discurso en favor de la democracia.
Licurgo escuchó la tirada de cabo a rabo y cuando, por fin, el entusiasmado
ideólogo hubo terminado, le aconsejó: "​¡Excelente! Ahora vete y danos el
ejemplo instaurando una democracia en tu propia casa"​ . Buen consejo, sin
duda.

La palabra espartana era como la espada de los guerreros lacedemonios:


corta e hiriente. Cuando los atenienses se burlaban de la escasa longitud de
las espadas laconias, alegando que hasta un aprendiz de tragasables podía
hacerlas desaparecer, los espartanos retrucaban diciendo: "​Quien no teme
acercarse al enemigo no necesita largas​ espadas​
​ ".

Como ya hemos visto, Esparta nunca estuvo amurallada. Para explicar el


hecho, sus habitantes solían decir: "​Los hombres de verdad son mejor
muralla que un montón de ladrillos​ ". En otra ocasión, un orador comenzó a
dar una larga perorata para explicar un breve problema, haciéndole perder
innecesariamente un tiempo precioso a todos los oyentes. Leónidas lo
interrumpió: "​Amigo​ " — le dijo — "​
Estás usando lo necesario
innecesariamente​ ". Cuando al sobrino de Licurgo le preguntaron por qué
había tan pocas leyes en Esparta, la respuesta fue no menos lacónica: "​ Quien
con pocas palabras entiende, pocas leyes necesita​ ". Por otra parte, cuando
al filósofo Hecateo se le quiso echar en cara el no decir palabra a lo largo de
toda una tertulia, Arquidámidas lo defendió diciendo: "​ El que sabe palabras
razonables, sabe también cuando vale la pena pronunciarlas​ ".

Las anécdotas podrían multiplicarse aquí por decenas. La mayoría de los


testigos de la época abunda en ellas. Está, por ejemplo, el caso de un sujeto
que, no siendo espartano, se quiso hacer el simpático ante Teopompo
diciéndole: "​En todas partes, mis conciudadanos me llaman el amigo de
Esparta​ ". El espartano lo debe haber mirado con toda la lástima y el
desprecio que los conquistadores siempre han sentido por los cipayos. El
hecho es que le respondió: "​ Si te llamaran el patriota te respetaría más​
".

Los atenienses constantemente acusaban a los espartanos de ser incapaces


de aprender. Al hacérsele esta acusación al hijo de Pausanias, su comentario
fue: "​
¡Absolutamente cierto! ¡Somos los únicos que no hemos aprendido los
vicios atenienses!​
".

— 33 — 
Denes Martos Los Espartanos

El por qué los charlatanes, adivinos y prestidigitadores no tenían suerte en


Esparta lo ilustra otra anécdota. Es la del ateniense que le pregunta a un
espartano, de visita en Atenas, si no quería ir a escuchar a un fulano que
imitaba casi perfectamente el canto del ruiseñor. Para su sorpresa, la
reacción del espartano fue de total indiferencia: "​No gracias​" — dijo — "​
Ya
escuché al pájaro​ ". Realmente: ¿para qué ir a ver a un imitador si uno ya
conoce el original?

Uno de los casos más típicos es el que relata Heródoto del espartano
Diénekes. Poco antes de la batalla de las Termópilas, un individuo de las
tropas aliadas que estaban junto a los espartanos comentó visiblemente
preocupado: "​ Cuando los persas lanzan sus flechas, se produce una nube
tan grande que tapa la luz del sol​". Diénekes, haciéndose cargo
instantáneamente de una situación que podía degenerar en pánico colectivo,
se volvió hacia los espartanos y comentó: "​¿Oyeron? .¡Vamos a pelear a la
sombra​ ".

Por último, permítanme terminar con un caso que siempre me ha llamado la


atención. En el mundo automotriz es conocida la anécdota aquella del
norteamericano que quería comprarse un Rolls Royce allá por los tiempos en
que el Rolls Royce era el automóvil de los magnates y los reyes. La cuestión
es que el yanqui va a Inglaterra y — apasionado por carromatos enormes y
poderosos como todo buen norteamericano — lo primero que le pregunta al
gerente de ventas es: "​¿Cuantos HP tiene un Rolls Royce?​ ". El inglés, a su
vez, se saca la pipa de la boca, se sacude una inexistente ceniza de la solapa,
lo mira con conmiseración y le responde impertérrito: "​ ¡Los suficientes!​ ".

Lo curioso es que se trata del calco exacto de un original espartano relatado


por Heródoto. En un momento dado, un sujeto — probablemente un espía —
quiso saber cuántos espartanos había preparados para la batalla. La
respuesta que obtuvo de Arquidamas fue precisamente ésa: "​ ¡Los
suficientes!​
".

O bien hay almas gemelas en materia de humor, o bien los gerentes de la


Rolls leían a Heródoto. En cualquiera de los dos casos, el hecho es notable.

El pensamiento en Esparta.
 
Universalmente se supone y se afirma que los espartanos eran, poco más o
menos, tan sólo unos militarotes brutos, carentes de intelectualidad o
refinamiento. La imagen, con toda seguridad, fue creada por los
— 34 — 
Denes Martos Los Espartanos

supercosmopolitas y liberales atenienses siendo después monótonamente


repetida por los historiadores; incluso por aquellos que deberían haberlo
sabido un poco mejor.

Por supuesto, nadie pretende que Esparta haya sido la central de la


especulación filosófica o la bohemia artística. Positivamente no fue un
Heidelberg ni un Montmatre. Pero quienes insisten en la supuesta
esterilidad cultural de los espartanos se olvidan de la gran opinión que
ilustres griegos tuvieron de los lacedemonios. Jenofonte en sus "Memorias"
o "Recuerdos de Sócrates" nos habla, en varios pasajes, de la opinión que el
filósofo ateniense tenía de Esparta. Y conste que Sócrates, siendo hijo de un
escultor y de una partera, no tenía motivos de clase para sentir una especial
solidaridad con la nobleza espartana.

Aún así, Sócrates señaló muy acertadamente que, en muchos terrenos, la


supremacía de Esparta obedecía a que los espartanos eran rigurosos en el
acatamiento de las normas y leyes que regían su vida en comunidad. Hasta
un joven ateniense se ve obligado a confesar ante el maestro que la "brecha
generacional" — observable ya en la Atenas de aquella época — se debía a la
escasa consideración que los atenienses tenían por la sabiduría de los
ancianos y a que, en general, se notaba en Atenas el efecto de la
hiperintelectualización producida por el descuido de las costumbres que
exige una vida sana. Es obvio que, en esta materia, no hay mucho de nuevo
bajo el sol. Ya hace más de dos mil años cierta juventud ostentaba el mismo
desprecio intelectual por los fundamentos básicos de la vida que observamos
hoy. No en vano los buenos demócratas atenienses condenaron a muerte a
Sócrates justamente por "corromper a la juventud", entre otras cosas.

Pero Sócrates no fue ajusticiado tan sólo por eso. En realidad, fue una de
esas personas tan fundamentalmente honestas que resultan condenadas a
meterse siempre en problemas. Habiendo sido nombrado para la
magistratura pública, Sócrates había tenido que prestar el juramento de
rigor en virtud del cual todo magistrado se comprometía a hacer respetar las
leyes vigentes. Sin embargo, en un momento en que se desempeñaba como
Arconte, nueve jefes militares de Atenas adoptaron una decisión que
desagradó a la masa. Nada más natural, pues, que ésta se autoconvocase
para exigir la ejecución lisa y llana de los jefes militares.

El procedimiento era, por supuesto, inconstitucional pero ¿quién se


preocupa por esos tecnicismos jurídicos cuando se trata de la intangible
voluntad del pueblo? La inconstitucionalidad de una medida se agita con
bombos y platillos solamente cuando alguien arruina un buen negocio, o

— 35 — 
Denes Martos Los Espartanos

cuando alguno pretende poner tan solo un poco de orden en el caos infernal
que normalmente producen los adalides del capricho masivo. A la inversa, la
Constitución le importa un bledo a la masa cuando ésta quiere sacudirse de
encima a ciertos incómodos sujetos que tienen la osadía de querer evitar el
suicidio político del Estado.

De cualquier modo, el hecho es que Sócrates cumpliendo con su deber y su


juramento al más puro estilo espartano, se opuso a la medida e impidió la
votación ilegal. El escándalo fue, por supuesto, mayúsculo. Toda Atenas se
puso fuera de sí. ¿Cómo alguien osaba ponerse en contra de la voluntad
popular? ¿Cómo Sócrates podía atreverse a no dejar votar al pueblo, aun
habiendo por ahí alguna ley según la cual la votación era improcedente? ¡La
voluntad popular! ¿Acaso no es irrecusable? ¿Acaso no descansa toda la
esencia, toda la misma razón de ser de la democracia en la voluntad
soberana de una mayoría expresada a través del sufragio?.

Sócrates se mantuvo en sus trece. Lo amenazaron, lo presionaron, lo


insultaron y, seguramente, hasta intentaron sobornarlo. No hubo nada que
hacer. El hombre fue del criterio, un tanto ingenuo y espartano, de que las
leyes están para ser respetadas y los juramentos para ser cumplidos. La
moción no prosperó y la masa tuvo que soportarlo.

No es improbable que Sócrates firmara su sentencia de muerte ya en ese


momento. Porque, poco más tarde, cuando ya no estaba en el cargo, la masa
se salió con la suya de todos modos. La votación tuvo lugar bajo otro
magistrado menos imbuido de espíritu lacedemonio y más democrático. El
resultado fue el previsible: ocho de los nueve jefes militares resultaron
condenados a muerte. ¿ El motivo?. ¡Oh el motivo! Quizás deberíamos decir
más bien el pretexto.

Todo había comenzado en uno de esos múltiples enfrentamientos


producidos entre Atenas y Esparta después de la guerra contra los persas. La
flota espartana, comandada por Calicrátidas, se había enfrentado a la
ateniense en las Arginusas. Los atenienses, comandados por nueve brillantes
estrategas navales, ¡ganaron la batalla! Calicrátidas cayó en combate y la
victoria sonrió a la Armada ateniense. Sin embargo, finalizadas las
operaciones, se levantó un violento temporal y los capitanes de los barcos
atenienses con muy buen criterio abandonaron los cadáveres de los que
habían caído al agua, puesto que tratar de rescatarlos hubiera significado
poner en peligro a toda la flota.

— 36 — 
Denes Martos Los Espartanos

Oficialmente eso fue lo que no le quiso perdonar el Pueblo de Atenas a los


responsables por la conducción militar. De haberse rescatado a los cadáveres
se hubiera podido organizar en Atenas una gran fiesta popular, con marchas
fúnebres, procesiones, pitos, flautas, mucho luto, mucha emoción, muchas
frases al estilo de "los hijos del Pueblo caídos en defensa de la democracia".
Y, sobre todo, muchos, muchos discursos. Toda esa pompa y ceremonial
estaba ahora arruinada por la estúpida decisión de nueve ballenas
autoritarias que habían preferido dejar los cadáveres librados a las olas de
una tempestad salvando a la flota. ¡Imperdonable!

Se intentó forzar una condena a muerte bajo la magistratura de Sócrates


pero, como vimos, la moción no prosperó. ¡Desplacen al fascista espartano
de Sócrates! Sócrates fue desplazado. Ocho militares victoriosos, héroes de
las Arginusas, condenados a muerte. Seis fueron efectivamente ejecutados.
¿A que no saben quién figuró entre ellos?. No lo adivinarían nunca. Entre los
ejecutados estaba el último hijo del gran Pericles. El mismo Pericles que
había contribuido decisivamente a consolidar la democracia en Atenas.

Lo más inaceptable en la estereotipada versión oficial acerca de Atenas y


Esparta es que, en último análisis, las diferencias entre ambos Estados —
con ser importantes — no fueron tan múltiples como se afirma. Ambos
tenían su Asamblea Popular, sus leyes, sus autoridades y sus magistrados.
Atenas padeció a un buen montón de tiranos que no tuvieron absolutamente
nada que envidiarle a la dureza de los éforos y ni hablemos del hecho que, en
Atenas, los tiranos no resultaban pacíficamente relevados todos los años. Por
otra parte, casi todos los grandes prohombres democráticos de Atenas
provinieron de rancias familias oligárquicas eupátridas como en el caso de
Arístides, Temístocles, Solón, Pericles y tantos, tantos, otros. La dicotomía
entre la "popular" Atenas y la "aristocrática" Esparta es, básicamente, falsa
de toda falsedad. Lo único cierto es que, en Esparta, se tenía respeto por la
función y por la jerarquía de las distintas funciones mientras que, en Atenas,
al igual que en buena parte de nuestro Occidente actual ese respeto, o se
ignoraba, o se había perdido.

Para ilustrar en qué consiste ese respeto tenemos que volver a los hechos
simples y básicos de la vida cotidiana sacando de ellos las conclusiones
pertinentes con honestidad. Nadie subiría a un avión cuyo piloto fuese un
aprendiz. Nadie se haría operar del corazón por un enfermero o por un
hechicero africano. Nadie dejaría que un peón de albañil construyese una
torre de quince pisos para oficinas. Cuando se trata de reparar su automóvil
el profesor de física nuclear se subordina y se somete al dictamen del
mecánico. Cuando se trata de un buen peinado la doctora en leyes se
subordina de buen grado a la habilidad y criterio de su peluquero. Cuando se
— 37 — 
Denes Martos Los Espartanos

tiene que arreglar la dentadura, el médico se somete al criterio del


odontólogo y cuando se tiene que curar los callos el odontólogo se subordina
al criterio del pedicuro. En todas las situaciones, en todos los actos de
nuestra vida cotidiana, vivimos ejerciendo nuestra autoridad en la medida
en que lo requiere la función para la cual estamos capacitados y nos
subordinamos a la autoridad de otras personas en aquellas funciones para
las cuales no estamos capacitados. Lo hacemos tan automática y
espontáneamente que ni nos damos cuenta de ello. Casi ni se nos ocurre
sacar de este hecho conclusiones más amplias.

Deberíamos hacerlo, sin embargo. Porque hay un rubro en el cual tiramos


este respeto por la borda y procedemos de un modo completamente
arbitrario y hasta contrario. Ese rubro es la política. Fue justamente Pericles
el que, para precisar la esencia de la democracia, dijo: "​
Bien es cierto que
pocos de nosotros somos arquitectos de la política, pero todos somos
buenos jueces de la misma​ ". ¿Cómo demonios puede una persona ser buen
juez de algo que no sabe construir?. El hijo de Pericles pagó con su propia
vida el hecho de que su padre creyese en semejante estupidez y, aun así,
nosotros insistimos alegremente en la misma tontería.

En todo lo que se refiere a la administración y al gobierno de los asuntos


públicos afirmamos, igual que los atenienses, que todo el mundo tiene el
mismo derecho a participar. En todo lo referido al Estado, cualquier Juan de
los Palotes se cree con títulos suficientes para entrometerse, hablar, opinar,
decidir y hasta gobernar. A nuestros presidentes no les exigirnos
constitucionalmente más que cierta ciudadanía, cierta edad y — a veces —
cierta religión. Permitimos y hasta exigimos que se les permita hablar de
política a quienes no se han detenido ni cinco segundos a pensar sobre
ningún aspecto fundamental del endiabladamente difícil arte de gobernar.
Dejamos tranquilamente las decisiones más importantes en manos de una
mayoría casual y generalmente ignorante. Aceptamos implícita y
explícitamente que el voto de dos imbéciles vale más que la opinión fundada
de una persona capaz. En una palabra, procedemos igual que los atenienses.
En este sentido, realmente es muy cierto que heredamos nuestro sistema
político de ellos.

Ante eso, no es de extrañar que un pensador del calibre de Platón se


inspirase generosamente en el Estado espartano. Al margen ahora de la
componente utópica en el pensamiento de Platón (que es grande, sin duda),
hay varias ideas en su obra que aparecen estrechamente relacionadas con
Esparta. Los estamentos básicos de la República de Platón, correctamente
entendidos, deben considerarse como sectores sociales complementarios
dedicados a las funciones específicas de la educación, la defensa y la
— 38 — 
Denes Martos Los Espartanos

alimentación, con todas las demás actividades derivadas de estas funciones.


Este esquema no solamente resultó construido más tarde, durante el
Medioevo, en la estructura típica de monjes, caballeros y campesinos.
Preexistió en Esparta.

El modelo del Estado platónico es el espartano; nunca el ateniense. En


Esparta, la alimentación estaba encargada a los helotas, bajo la supervisión y
dirección de los periecos. Este estamento producía los alimentos, la
vestimenta, los objetos de uso y consumo, además de los servicios
indispensables a la comunidad. A los "guardianes" de Platón les
corresponden los ​ homoioi​, a quienes se les ha encomendado la función de
garantizar el orden interno y la seguridad externa de la comunidad. Por
último, según Platón, los intereses científicos, religiosos y espirituales deben
estar en la República ideal encomendados a los "filósofos", es decir: a los
sabios. Aquí es dónde los historiadores, casi unánimemente, concurren a
señalar que este estamento faltó en Esparta. La opinión de que Atenas
habría ejercido el monopolio de la filosofía y la ciencia es, prácticamente,
unánime.

Desgraciadamente el primero en no compartir esa opinión sería el propio


Protágoras​
Platón. En el ​ , Platón le hace decir a Sócrates que la ignorancia
espartana es puro cuento. De hecho — siempre de acuerdo a Platón — en
ninguna parte el amor por la sabiduría estuvo tan extendido como en
Lacedemonia y en ninguna parte existieron tantos sabios como en Esparta.
Lo que sucedió fue que, como vimos, los espartanos eran "lacónicos". Los
sabios lacedemonios no padecieron de la logorrea ateniense. No escribían
gruesos volúmenes ni se pasaban el día hablando y discutiendo como, dicho
sea de paso, lo hacía el propio Sócrates. Los atenienses tuvieron algunos
grandes sabios famosos. Los espartanos eran sabios. Esa es la diferencia.

Además, Platón nos cuenta que en Esparta incluso se simulaba la ignorancia


como una especie de ardid para engañar a los extranjeros. No hay mayor
dificultad en creerle. Hasta el día de hoy es común en el Levante la figura del
pobre diablo, aparentemente ignorante y tonto, que al final termina
desvalijando limpiamente a los desprevenidos turistas. Según el testimonio
de Platón, los espartanos (y hasta las espartanas) cultivaban el saber con
mucho celo, aun cuando después lo disimularan. Hablando con cualquier
espartano generalmente no se obtenía gran cosa más allá de algunos
monosílabos y unas pocas banalidades. Pero, de pronto, aparecía una
observación corta, precisa y certera como un latigazo, que dejaba al
extranjero con la boca abierta. Platón llega hasta el extremo de afirmar que,
bien mirada, la educación espartana estimaba en realidad más lo espiritual
que lo corporal. Sorprendente sin duda, y probablemente un poco
— 39 — 
Denes Martos Los Espartanos

exagerado. Pero el hombre argumenta, no sin razón, que la certeza de juicio


sólo es posible en seres humanos integralmente formados.

No olvidemos que Chilón — nada menos que uno de los Siete Grandes
Sabios de Grecia — era espartano. Tampoco puede negarse que los otros seis
eran grandes admiradores de Esparta. Y de todos ellos solamente Solón era
ateniense. Tales era de Mileto; Pitaco, de Mitilene; Hias, de Priene;
Cleóbulo, de Lindos y Misón era de Khen. Es muy cierto que otros autores
suplantan a algunos de estos nombres por Periandro, Epiménides, Ferécides
o Anacarsis. Pero Ferécides fue oriundo de Siros; Periandro fue tirano (!) de
Corinto. Anacarsis era escita, se radicó en Atenas en el 590 AC y se hizo
amigo de Solón a quien, por otra parte, costaría muy poco presentar como
un dictador en el sentido romano del término. Epiménides era de Cnosos.
Aún cuando corrijamos la lista de los Siete Sabios suministrada por Platón,
no obtendríamos mucho mayor brillo para Atenas.

Es más que dudoso que los griegos de aquella época hubieran estado de
acuerdo en catalogar a Atenas como la ciudad más culta de la Hélade. ¿La
más internacional? ¡Indudablemente! ¿La más rica? Sí. ¿La más influyente?
Es posible. Pero, ¿la más culta? ¿La más sabia? Lo dudo. Lo dudo
muchísimo.

La famosa frase de "​conócete a ti mismo​" es del espartano Chilón. La no


menos conocida inscripción del Templo de Delfos — el Vaticano de la época
— que rezaba: "​ Todo en su medida y armoniosamente​ ", fue una ofrenda con
la cual los espartanos honraron a Apolo. (En realidad, la traducción literal es
mucho más lacónica. Dice tan sólo: "​ ¡Nada en demasía!​ ").

Y el culto a Apolo explica muchas cosas. Era el dios del Sol y de la Luz. Era
“El Radiante”. Un joven vigoroso de mirada penetrante y cabellos dorados
que volvía cada primavera de las regiones hiperbóreas en un carro tirado por
cisnes al igual que su símil germánico Lohengrin. Apolo: el dios de la
juventud y de la gimnasia; el dios de la guerra, la lucha, la carrera, la caza.
Una deidad armada con casco, lanza y espada, igual que un hoplita.

Pero también Apolo, el patrono de los poetas y los juglares. El protector de la


poesía y de la música. El dios que, coronado de laureles, se hacía rodear por
las nueve musas para cantar y bailar al son de la cítara.

Apolo el guerrero. Apolo el poeta. ¿Contradictorio?, ¡En absoluto!.


Muchísimos excelentes poetas fueron grandes guerreros. El General Patton
— 40 — 
Denes Martos Los Espartanos

escribía poemas. Byron, además de deportista, político y aventurero, fue el


jefe de los carbonarios de Pisa y terminó muriendo en Grecia, en medio de la
guerra de la independencia que en 1822 los griegos libraron contra la
dominación turca.

No me consta, pero estoy seguro que en algún momento de su vida Byron se


acercó a alguno de los templos de Apolo y repitió el gesto que otrora tuvieron
muchos espartanos. Apostaría a que, en algún momento, también Byron le
llevó rosas a Apolo.

Porque a Apolo — aunque muchos no lo crean — le agradaban la guerra y las


rosas.

Igual que a los espartanos.

— 41 — 
Denes Martos Los Espartanos

Los guerreros de Esparta 
Los persas y los griegos
 
Una de las tragedias más grandes de Grecia fue su incapacidad de entender a
los persas. El cuadro, obligadamente oscuro y sombrío, que tenemos de la
Persia de aquella época; esa casi automática identificación que se hace entre
lo "persa" y el llamado "absolutismo oriental", proviene de la distorsión
griega que hemos heredado sin revisar.

Nunca olvidemos una cosa: los griegos eran unos incurables, incorregibles y
fenomenales mentirosos. Nos hablan de 600.000 persas en la batalla de
Maratón con el mismo descaro con que hoy algunos políticos se ufanan de
concentraciones masivas de varios cientos de miles de personas en una plaza
de 10.000 metros cuadrados. Si dudan de lo que digo, hagan una cosa muy
simple: tomen un mapa de Grecia. Fíjense en la superficie de la llanura de
Maratón. Si alguien consigue meter a 600.000 guerreros peleando en ese
espacio, me como el mapa.

Es cierto que los griegos eran muy distintos de los persas en muchos
aspectos. Como que también es cierto que la comparación no favorecería a
los griegos en todos los casos. A los persas, por de pronto, les importaba un
cuerno llevarle rosas a ninguna deidad. Para ellos, la ciudad perfecta era la
ciudad inexpugnable. La pederastia les resultaba abominable. Los persas
eran puritanos. Monoteístas. Zaratustra los había educado para eso. Era
proverbial su amor y su apego por la verdad. Y, contra todo lo que se diga,
también lo fue su caballerosidad.

Cuando una vez, poco antes de la segunda invasión, dos embajadores persas
llegaron a Esparta para ofrecerle la posibilidad de una rendición a los
lacedemonios, éstos — ni cortos ni perezosos — los tiraron a un pozo.
Después, parece ser que, tanto el Ministerio de Relaciones Exteriores
espartano como su propia conciencia, no los dejó dormir tranquilos durante
un buen tiempo. Pronto se hizo evidente que tamaña violación del Derecho
Internacional constituía, por una parte, una barbaridad y, por la otra, un
peligroso precedente que podría llegar a ser imitado por los persas con los
embajadores espartanos. El hecho es que, en un gesto muy típico, el Estado
espartano pidió dos voluntarios para ir a la corte del rey persa Jerjes y para
ofrecerse como víctimas expiatorias por el crimen cometido. Algo así como:

— 42 — 
Denes Martos Los Espartanos

"Te maté dos embajadores. Aquí te mando dos míos. Los matas y quedamos
a mano".

Los dos voluntarios, efectivamente, aparecieron: Espertias y Bulis. Ambos de


buena posición y familia, como corresponde a embajadores de categoría, se
ofrecieron para ir y morir a fin de lavar el honor espartano. Otra vez, muy
típico de Esparta. ¿Por qué no decirlo?: ¡Digno de Esparta!

Los dos voluntarios parten. Pasan por Susa, en donde Hidarnes, el


Comandante persa de la ciudad, trata de sobornarlos con promesas. Los
espartanos rechazan la oferta. Vinieron a morir por el Honor de la Patria y
no para entretenerse con corruptelas diplomáticas. ¡Digno de Esparta! ¡Sin
duda! Los voluntarios dejan Susa y llegan, por fin, ante el Gran Rey. Allí, los
adulones de la corte quieren obligarlos a caer de bruces ante Su Majestad
como lo requiere el protocolo persa. Los dos espartanos se niegan
rotundamente. Voluntarios dispuestos a morir por su Patria no caen de
rodillas ante ningún ser humano. Ni aunque se llame Jerjes y sea el rey de
todas las Persias habidas y por haber. ¡Bien por los espartanos!. Uno casi
puede escuchar el aplauso cerrado de los que quedaron en casa ¡Esos son
hombres! Los voluntarios levantan, orgullosos, la cabeza y de pié, plantados
como corresponde a dos guerreros espartanos, le informan a ese Rey persa
Comosellame que han venido para morir y expiar el crimen cometido con los
emisarios.

Y en ese momento sucede lo inexplicable. Jerjes los mira y ordena que se


vayan. Se niega a matarlos. Su argumento es tan simple como obvio: los
espartanos violaron el Derecho Internacional matando a dos embajadores.
Por lo tanto, cometieron un crimen. Ese es su problema. Él, Jerjes, Rey de
Persia, no piensa librarlos de su culpa cometiendo exactamente el mismo
crimen por segunda vez. Un Rey de Persia no hace justicia cometiendo
crímenes. Si los espartanos violaron la ley, pues que carguen con la culpa y
asuman la responsabilidad por su bajeza. Además, el Gran Rey no se ensucia
las manos matando embajadores. Punto. Retirarse. Siguiente asunto.

Eso fue lo que los griegos no entendieron jamás. Ni siquiera los espartanos.
Me pregunto si, incluso hoy, habría muchas Cancillerías en dónde un gesto
así sería correctamente apreciado.

— 43 — 
Denes Martos Los Espartanos

La batalla de Maratón.
 
Las colonias griegas del Asia Menor siempre habían vivido rodeadas de
"bárbaros", término que — dicho sea de paso — los griegos usaron para
designar simplemente a todos los extranjeros. No se las habían arreglado
mal con ninguno de ellos. Se habían llevado razonablemente bien con los
frigios, los lidios y hasta con los asirios y los babilonios.

Algunas colonias incluso florecieron, sobrepasando bastante a las ciudades


de la Madre Patria. Mileto, Pérgamo, Samos o Mitilene fueron centros
importantísimos de la Hélade; a veces muy adelantados respecto de Atenas,
Tebas, Paros o Esparta. Mientras en Delfos todavía se creía en una Tierra
plana, Anaximandro de Mileto y Pitágoras de Samos ya trabajaban con
planetas esféricos y órbitas en el espacio. El eclipse del año 585 AC fue
prolijamente calculado por Tales. Y Tales también era de Mileto.

Lo que sucedió fue que — allá por el reinado de Ciro — los persas, poco a
poco, fueron convirtiéndose en Potencia Mundial. Mientras Atenas trataba
de organizar su vida bajo la tiranía de Pisístrato, los persas conquistaron
Media, Asiria, Babilonia, Elam, Siria y Lidia. Después, con Cambises, la
aplanadora persa se dirigió más hacia el Sur y allanó Palestina hasta llegar a
Egipto en donde el Rey persa tuvo la humorada de hacerse coronar faraón.
Alrededor del 550 AC ya todas las ciudades griegas del Asia Menor se
encontraban dentro de la esfera de influencia persa. Aun así, no existe
absolutamente ningún dato fehaciente que nos permita afirmar que el
"imperialismo" persa hubiese sido excepcionalmente duro o intolerable.
Comparada con la de las anteriores potencias, la hegemonía persa hasta
puede considerarse razonablemente benigna.

Pero, como ya lo dijimos, los griegos no entendieron nunca a los persas.


Dicho sea de paso, tampoco los persas entendieron jamás a los griegos. La
enemistad creció. Las colonias jónicas se rebelaron. Darío intervino y
aniquiló la rebelión. Las ciudades jónicas fueron abandonadas a su suerte
por la Madre Patria continental. Solamente unos veinte barcos atenienses
molestaron un poco a la flota persa. El resto de Grecia se hizo la distraída y
miró para el otro lado mientras los persas iban liquidando una ciudad jónica
tras otra.

Cuando, en el verano del 490 AC, la flota persa se hizo a la mar para ajustar
cuentas con los demás griegos, el pánico entre las ciudades del continente se
hizo bastante difícil de disimular. El miedo les hizo ver los famosos 600.000

— 44 — 
Denes Martos Los Espartanos

persas con sus 600 trirremes allí en donde solo hubo unas 100 naves y
aproximadamente 20.000 hombres.

Datis, el Comandante en Jefe de los persas, no era sanguinario. Pero era


efectivo. Delos cayó. Eretria cayó. Atenas pidió socorro. Cleomenes de
Esparta prometió ayudar pero necesitaba tiempo para juntar al ejército
espartano. Los persas zarparon de Eretria y desembarcaron en Maratón. La
cosa se hacía una cuestión de horas. No había tiempo para esperar a los
espartanos.

Así lo comprendió también Miltíades y, perdido por perdido, decidió hacer


lo único que le quedaba: jugarlo todo a una sola carta. Salió de Atenas con
unos 10.000 hombres en total y le hizo frente a Datis en Maratón. Los persas
tiraron su famosa nube de flechas pero Miltíades lanzó sus hoplitas a la
carrera y todos pasaron por debajo de los proyectiles. El truco resultó. Los
atenienses ganaron la batalla y los persas huyeron para volver a sus barcos y
partir.

El ejército griego, extenuado, no pudo perseguirlos. Pero un hombre cubrió


corriendo los 42 kilómetros que hay entre Maratón y Atenas para llevar la
noticia de la victoria a la ciudad. Cuando llegó, dió la buena nueva y cayó
muerto, agotado. La Historia ha sido terriblemente injusta con él. Se
llamaba Fidípides y hoy ya nadie lo recuerda porque la carrera que le costó la
vida, y que aun se corre en todas las Olimpíadas, ha tomado el nombre de
"maratón" por el lugar de la batalla.

El ejército ateniense volvió a marchas forzadas a Atenas. Para cuando la


Armada persa también arribó al puerto de la ciudad, los militares persas casi
no pudieron creer lo que veían sus ojos. Las tropas griegas estaban otra vez
allí, dispuestas a hacerles frente. Datis era un hombre práctico. Decidió dejar
el ajuste de cuentas para otra oportunidad. Dijo "¡Volveremos!" como Mac
Arthur, dio la media vuelta y regresó al Asia Menor.

Exactamente al día siguiente llegaron los espartanos. Justo veinticuatro


horas demasiado tarde.

Atenas había producido lo increíble: había vencido sola a los persas.

No me hubiera gustado ser espartano en ese momento.

— 45 — 
Denes Martos Los Espartanos

Interludio democrático.
 
Durante casi medio año los atenienses vivieron y gozaron la ebriedad de la
victoria. El genio, la rapidez y la inventiva atenienses habían superado a la
pesada eficiencia de la máquina bélica persa.

Miltíades, el héroe de Maratón. estaba en la cumbre de su gloria. Como la


mayoría de las personas que llegan a esa cumbre, también él se mareó. A
principios del 489 AC concibió un plan realmente estúpido. Consistía en lo
siguiente: como recompensa por su brillante desempeño en Maratón, la
ciudad de Atenas le "prestaría" la flota y el ejército de la ciudad para invadir
la isla de Paros, lugar en donde el buen hombre pensaba construir un
imperio privado y dar rienda suelta a su vocación particular que era la de
tirano. ¿Locura? Seguramente. Pero no les pareció así a los atenienses que,
luego de Maratón, hubieran emprendido cualquier aventura.

La de Miltíades se puso en marcha pero Paros cometió la imperdonable


desfachatez de no rendirse. Más aún: combatió. Peor todavía: ¡ganó la
batalla! Miltíades, gravemente herido, apenas si pudo volver a Atenas.
¡Inconcebible! ¡El vencedor de los persas derrotado por los habitantes de
una isla de mala muerte! ¿Quién lo hubiera creído? El Pueblo de Atenas se
reunió en las calles comentando los hechos. El Pueblo de Atenas se puso a
discutir. El Pueblo de Atenas se puso furioso y la cosa terminó como siempre
terminan estas cosas: la multitud pidió la cabeza del derrotado.

El Arconte de Atenas por esa época era Arístides. En los libros de Historia
figura como Arístides "El Justo", aunque la traducción correcta del apodo
sería, probablemente, "El Intachable", "El Impoluto"; quizás hasta "El
Perfecto". Proveniente de una familia de rancio abolengo, había sido no
solamente el primer estratega de Maratón sino, incluso, amigo íntimo de
Miltíades. También supo ser íntimo amigo de Temístocles, su rival político
más importante. Pero dejemos eso para más adelante.

Concretamente, Arístides no se había opuesto demasiado a la aventura de su


amigo Miltíades. Por más intachable que fuese — y realmente era intachable,
de eso no hay duda — también a él terminó arrastrándolo la ola del exitismo
y, en su momento, había votado favorablemente la expedición a Paros. Pero,
ahora que Miltíades — herido y derrotado — había vuelto y el Pueblo pedía
su cabeza, con Xantipo y su yerno Megacles lanzando grandes peroratas al
respecto, ¿qué podía hacer? La ley lo obligaba a iniciar una investigación.

— 46 — 
Denes Martos Los Espartanos

Era el Arconte encargado del tema. Lo llamaban "El Justo". No había


escapatoria. Tuvo que dar luz verde para que se hiciera la investigación.

Con ello, automáticamente, el caso se le escapó de las manos. Arístides era


sólo un Arconte. En la Atenas de esa época el juez era la masa. Y la masa
estaba furiosa. Por de pronto metió a Miltíades en la cárcel, aún a pesar de
sus heridas. Al final, no lo condenó a muerte pero lo sentenció a pagar una
suma sideral en concepto de indemnizaciones. Hoy hablaríamos de unos 50
millones de dólares — por supuesto que sólo aproximadamente.

Pero la masa ateniense no llegó a cobrar esa suma. Miltíades, el glorioso


héroe de Maratón, murió en la cárcel del pueblo a causa de sus heridas.

Con todo, el mundo no se detuvo. El espectáculo tenía que seguir. Otra isla,
la de Egina, comenzó a preocupar seriamente a los atenienses. La gente de
Egina proporcionaba los mejores marineros de toda Grecia. Pero, por un
lado, los de Egina eran un poquitín piratas y, por el otro, eran aliados de los
espartanos. Atenas envió sus barcos contra Egina. ¡Y fue otro fracaso, igual
al de Paros! Nuevamente los gloriosos vencedores de los persas resultaron
apaleados por los habitantes de una isla de mala muerte. ¡Era como para no
creerlo! Después de Maratón: ¡Paros! Después de Paros: ¡Egina!
Parafraseando el dicho shakespeareano sobre Dinamarca, algo forzosamente
tenía que estar muy podrido en el Estado de Atenas.

De hecho, lo estaba.

Había un buen montón de cosas podridas en Atenas. Por de pronto, había


una institución llamada "ostracismo". Instaurada probablemente por
Clístenes, el ostracismo era una fiesta popular. Todos los años se sometía al
plenario de la Asamblea la pregunta de si el querido y estimado pueblo
deseaba celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que casi siempre quería! ¡Es
tan fascinante ejercer el Poder! Aunque más no sea una vez al año, ¡es tan
lindo jugar a Dios y decidir el destino de los hombres más ilustres!

Porque precisamente de eso se trataba con lo del ostracismo: de decidir el


destino de una figura destacada.

Si la mayoría se decidía por la celebración de la fiesta, se repartían entre los


asambleístas unos fragmentos de arcilla parecidos a ostras. Cada uno debía
luego grabar en su fragmento el nombre del ciudadano que consideraba

— 47 — 
Denes Martos Los Espartanos

peligroso para la democrática evolución del Estado. Si un mínimo de 6000


"ostras" presentaba el nombre de una persona, el individuo en cuestión era
desterrado por 10 años. Nada dramático ni deshonroso. No perdía ni sus
derechos ni sus bienes. Simplemente debía irse al demonio por la pequeñez
de toda una década y después, si le quedaban ganas, podía volver y nadie le
iba a negar el saludo. También podían llamarlo y hacerlo volver antes. Eso,
en caso de necesitarlo desesperadamente, claro.

En realidad, lo que estaba sucediendo en Atenas era nada menos que una
feroz pugna entre criterios políticos contrapuestos. La masa se sentía
contenta y feliz luego de las glorias de Maratón. Se organizaban expediciones
idiotas que terminaban en desastres. Se metía en prisión a los culpables. Se
votaba el ostracismo de los notables. Se discutía, se hablaba, se disputaba, se
gritaba, se oraba, se amaba, se comía y se dormía. ¿Los persas? A los persas
se les había dado la gran paliza en Maratón. ¡Y conste que sin la ayuda de los
espartanos! ¿A quién le importaban los persas?

A nadie excepto a Arístides y a su íntimo amigo Temístocles. Los hombres


con más de dos dedos de frente — que no parecen haber sido más en Atenas
que en cualquier otra parte — sabían positivamente que los persas volverían.
Maratón había sido un golpe de suerte y de audacia. Ese demonio de
Miltíades había hecho pasar a los hoplitas por debajo de la nube de flechas y
había conseguido sorprender a Datis. Esas son triquiñuelas brillantes,
extraordinarias, todo lo que se quiera; pero que se pueden usar una sola vez.
A la próxima oportunidad, los arqueros persas, o tirarían antes, o tirarían
más bajo. Y, en ese caso: ¡adiós victoria! Los persas volverían. La masa no
entendía nada de eso. No quería entenderlo ni le importaba demasiado. Al
fin y al cabo, ¿cuándo vendrían? ¿Dentro de un año? ¿Dentro de dos? ¿Tres?
¿Cinco?

Volvieron en el 480 AC; diez años después de Maratón.

Arístides y Temístocles supieron todo el tiempo que sucedería. Pero se


enfrentaron con dos problemas. En primer lugar, ¿cómo explicarle a la masa
que había que hacer diez años de sacrificios y prepararse para un
acontecimiento políticamente inevitable pero que, con todo, podía llegar a
no materializarse? Y, en segundo lugar, ¿cómo prepararse para el futuro:
montando un ejército o una poderosa flota?.

El primer problema no fue resuelto en realidad. A ningún pueblo se le puede


explicar un plan contingente a diez años. La masa vive en el hoy pensando,
quizás, en el mañana. Lo que está más allá de pasado mañana es algo que ya
— 48 — 
Denes Martos Los Espartanos

veremos. En esto, los estadistas de Atenas recurrieron al método que


inevitablemente han tenido que usar todos los políticos, antes y después de
Maquiavelo: sencillamente engañaron a la masa y, con una serie de medidas
y de discursos bien ubicados, la llevaron de las narices hacia el cumplimiento
del objetivo necesario.

Había, pues, que prepararse. La gran cuestión era cómo. Ejército o Armada,
that is the question​
. La solución salomónica de montar ambas cosas al
mismo tiempo resultaba económica y políticamente imposible. Arístides dijo
"¡Ejército!" Temístocles dijo: "¡Armada!" Al día siguiente se formaron dos
partidos políticos contrapuestos. Veinticuatro horas más tarde, los dos
amigos estaban tan peleados como sólo pueden estarlo dos amigos que
militan en partidos opuestos.

La masa ateniense aullaba de alegría. Hubo peleas, discursos, polémicas y


clamores a granel. El piso de la ciudad quedó sembrado de fragmentos de
arcilla. En el 487 AC, el Arconte Hiparco fue mandado al ostracismo. En el
486 le tocó a Megacles. Dos años más tarde, en el 484, lo mandaron de
paseo por diez años a su suegro Xantipo, el mismo que había encabezado el
griterío contra Miltíades.

Pasaron otra vez dos años. En el 482, como siempre, a la Asamblea se le


pregunta si desea celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que sí!

Se reparten los fragmentos de arcilla. Arístides está en el Ágora, en medio de


la multitud. De pronto, el sujeto parado a su lado — un analfabeto total — le
alcanza su "ostra" y le pide que escriba en ella el nombre de... ¡Arístides!

¿Conoces a Arístides?​
—​ — le pregunta el ex—Arconte al ignorante.

—​ No​
. — es la respuesta un tanto sorprendente pero obvia, dadas las
circunstancias.

¿Te ha hecho algún daño?​


—​ — pregunta nuevamente Arístides.

—​No​ — confiesa el otro con ingenuidad bovina y agrega: —​ Pero estoy harto
de escuchar por ahí que lo llamen "El Justo", "El Perfecto"​
.

Sí. Eso era. Ya en aquella época la masa no perdonaba ningún atentado a la


mediocridad. Cualquiera que levantara la cabeza por sobre el nivel de la

— 49 — 
Denes Martos Los Espartanos

mediocridad masiva ya entonces corría el riesgo de perderla. O, por lo


menos, se arriesgaba a recibir una bofetada.

Arístides no perdió la cabeza. Ni se desesperó, ni se la cortaron. El


ostracismo aun no era la guillotina de la Revolución Francesa. Pero el Pueblo
de Atenas lo abofeteó. Arístides escribió su propio nombre sobre la "ostra"
del analfabeto y, no lo sé, pero supongo que habrá ido a su casa, asqueado, a
hacer sus valijas sin esperar el recuento de los votos del Pueblo soberano.

Los votos cayeron en su contra. Los analfabetos lo mandaron al ostracismo.

Se fue a Egina.

Por favor, no lo malinterpreten. No necesariamente debemos entenderlo


como un gesto de malevolencia. Es poco probable que fuese a Egina porque
la isla había sido la enemiga y vencedora de Atenas. Egina queda a apenas 25
Km. de Atenas. Más bien creo que eligió a Egina porque desde sus playas
todavía puede verse la Acrópolis contrastando contra el cielo azul de Grecia.

La Acrópolis de Atenas 

Vuelven los persas.


 
El hombre del momento pasó a ser Temístocles. La discusión amainó. Sería
una Armada y el ejército quedaría en un segundo plano.

Algunos insisten en hablar del "partido aristocrático" de Arístides y del


"partido democrático" de Temístocles. Considerando que el primero perdió
la controversia, el criterio no es sino un transparente recurso para tratar de
prestigiar a la democracia. Porque, en realidad, no hubo nada de eso. Tanto
— 50 — 
Denes Martos Los Espartanos

Arístides como Temístocles eran nobles y cultos. A los efectos sociales,


ambos eran netamente aristócratas.

La discusión de "Ejército versus Armada", sin embargo, tenía sus grandes


implicancias sociales y políticas. Un ejército habría fortalecido la posición
política de la nobleza terrateniente. Una Armada, en cambio, solidificaría la
posición de los acaudalados comerciantes del Pireo. La discusión, como se
ve, no fue entre aristócratas y demócratas. Si hemos de catalogarla de algún
modo, deberíamos decir que fue entre terratenientes y plutócratas. Y la
ganaron los plutócratas. Los dueños del dinero.

Indiscutible, en todo caso, es que ya resultaba más que urgente adoptar


medidas definitivas. Era el 481 AC. Habían pasado nueve años de
discusiones políticas, idas, venidas, ostracismos y diatribas. Resultado:
Atenas no tenía ni ejército ni flota. La democracia ateniense se había pasado
nueve años discutiendo. Mientras tanto, los persas se habían dedicado a
consolidar su Imperio.

Al noveno año, sin embargo, las noticias provenientes de Persia eran como
para poner nervioso al más pintado. Persia era eficiente. Podía darse el lujo
de la eficiencia ya que no se había dado el de la democracia. Los espías y los
embajadores griegos informaban de 100.000 hombres bajo armas; de 700
barcos de guerra; de un "Camino Real" de 2.000 Kilómetros, prolija y
eficientemente sembrado de 111 postas. El ejército persa había recibido
órdenes de movilizar y de estar dispuesto para otoño del 481. Debía cruzar el
Bósforo sobre un puente hecho con barcos y luego marchar en dirección Sur,
acompañado por la flota que navegaría a lo largo de la costa.
Definitivamente, Jerjes no se andaba con pequeñeces. Esta vez, la cosa iba
en serio.

Temístocles se lanzó a una carrera armamentista. Si había una cosa que no


se podía perder, esa cosa era tiempo. Ordenó la ampliación y fortificación del
Pireo. Tomó la decisión de construir 200 barcos. Invirtió en la empresa
hasta el último centavo disponible en las arcas del Estado. Presionó a los
comerciantes y a los hombres de negocios para que cada uno de ellos armase
un barco de su propio bolsillo. Asumió todos los riesgos políticos que la
operación implicaba.

Por ejemplo, la masa de obreros empleada en los astilleros, ni era de Atenas,


ni tenía derechos ciudadanos. La gente había sido traída del interior de
Grecia y, para colmo, nadie había venido solo sino con toda su familia.
Atenas se llenó de extranjeros, de los cuales uno trabajaba y el resto eran
— 51 — 
Denes Martos Los Espartanos

tres, cuatro o seis bocas para alimentar. Y, por si fuera poco, a esta gente se
la podía hacer trabajar pero — puesto que no eran ciudadanos — no se la
podía incorporar a la Marina de Guerra. Ahora, las 200 trirremes
proyectadas necesitarían nada menos que la friolera de 30.000 remeros. ¿De
dónde sacarlos?. Temístocles tomó el toro por las astas. Le otorgó la
ciudadanía a los obreros — los ​ tetes ​
— en un hermoso y democrático gesto
que levantó un huracán de aplausos en las masas proletarias.

tetes​
Al día siguiente, decenas de miles de ​ — de los cientos de miles que
había — fueron reclutados en masa y quedaron bajo bandera como
conscriptos por la Armada. Ahora que eran ciudadanos libres se los podía
obligar a cumplir órdenes. Ni Maquiavelo lo hubiera organizado mejor. El
problema militar quedó resuelto. El problema político y social así creado no
se resolvió jamás.

A todo esto, Jerjes continuaba desarrollando su plan con la minuciosidad de


un Jefe de Estado Mayor descendiente de una familia de relojeros. El plan
persa no sólo preveía una ofensiva militar. Incluía también una campaña de
acción psicológica y una ofensiva diplomática. Los persas eran eficientes, ya
lo dijimos.

Por toda Grecia aparecieron de repente emisarios y embajadores con la


misión de convencer a las ciudades griegas de la conveniencia de rendirse.
Esta ofensiva diplomática — que ni siquiera fue demasiado hábil si vamos al
caso porque en esta materia los persas procedieron aproximadamente con el
tacto del proverbial elefante en el bazar de porcelanas — resultó más bien
triste para los griegos: Tesalia, Epiro, Etolia, Fitiotis, Locris, Eubea del
Norte, Tebas, las Cícladas orientales, Aquea y Argos se sometieron al Rey
persa. Focea, Eubea del Sur, Tespia, Platea, Atenas, las Cícladas
occidentales, Megara, Egina, Argólida y Elis rechazaron la oferta.

Esparta tiró los emisarios persas a un pozo.

Media Grecia se había entregado sin combatir.

Incluso los que se negaron a someterse anduvieron de largos cabildeos. El


Servicio Secreto persa había intoxicado a la Inteligencia griega y los
estrategas manejaban cifras aterradoras. Los agentes griegos informaban ya
de 1.207 barcos de guerra y 3.000 naves de transporte; de 80.000 jinetes
persas, 1.700.000 infantes regulares a los que aún había que agregar las
tropas de los pueblos aliados y una infinidad de carros de combate. Se
— 52 — 
Denes Martos Los Espartanos

hablaba de 2. 317.000 hombres en total por tierra y por mar. A esto, todavía
había que sumar el enorme convoy de Intendencia, con sus cocineros, sus
eunucos, sus prostitutas y sus esclavos. La CIA griega terminó trabajando
sobre una hipótesis de 5.000.000 de enemigos en marcha.

¿Les parece ridículo? Es posible que lo sea. Pero la Historia Universal, la


contemporánea incluida, está plagada de este tipo de cifras. Un poco de
miedo, un poco de intereses creados, un poco de acción psicológica, un poco
de propaganda, y las cifras crecen, engordan, se multiplican, crían ceros y se
hinchan que es un contento. ¿Les interesaría saber cuántos persas movilizó
realmente Jerjes?. Las estimaciones de los especialistas varían pero, en todo
caso, fueron no más de 175.000 guerreros y 1.200 barcos en total. Aun así,
una maquinaria de guerra enorme para la época. Esparta mandó solamente
300 hoplitas con Leónidas y, en Platea, las fuerzas conjuntas griegas no
pasaron de los 30.000 hombres. Casi seis veces menos.

No es de extrañar que aquellos Estados griegos que rechazaron la oferta


persa estuviesen sumamente preocupados. Los Generales fruncían el ceño;
los Almirantes se rascaban la barbilla; los estrategas trabajaban horas extras
analizando alternativas.

Temístocles no debe haber dormido mucho en esos días.

Interviene el Vaticano.
 
Por suerte quedaba aún un último recurso: consultar a los Dioses.

Grecia tenía la fortuna de no depender de los caprichos de una revelación


divina esporádica y casual. Tenía su propia línea de comunicación con el
Olimpo. Delfos, el Vaticano de la Hélade, tenía un aparato que comunicaba
directamente con los Dioses: la célebre Pitonisa de Delfos.

Por cierto que, en cierta medida, estas comunicaciones no eran tan fáciles de
establecer. Al fin y al cabo, se trataba de una comunicación de muy larga
distancia en el año 481 antes de nuestra Era. Por de pronto, el delicado
aparato se hallaba custodiado por expertos sacerdotes. Además y
obviamente, no cualquier infeliz mortal podía ir y molestar a la Pitonisa con
preguntas imbéciles. Por otra parte, la comunicación no era del todo clara de
modo que, aún cuando el infeliz mortal se hubiera puesto directamente al

— 53 — 
Denes Martos Los Espartanos

habla, lo más probable es que no hubiera entendido absolutamente nada.


No; decididamente el sistema no funcionaba persona-a-persona.

Era un poco más complicado. El infeliz mortal venía con su pregunta


(adecuada ofrenda mediante) al sacerdote. El sacerdote (tasaba la ofrenda y)
transmitía la pregunta a la Pitonisa. La Pitonisa se ponía en trance y
establecía la comunicación. El sacerdote escuchaba atento, descifraba el
mensaje entre los crujidos, los silbidos y los chillidos de la línea, tomaba
nota y después pasaba todo el telegrama en limpio.

Es decir: en todo lo limpio que podía. Porque, aún así, las palabras emitidas
por la Pitonisa no siempre tenían mucho sentido. A todo esto, el infeliz
mortal esperaba pacientemente el texto definitivo como corresponde a todo
creyente bien educado. Salía, pues, el sacerdote y se lo entregaba, con lo cual
nuestro atribulado consultante podía regresar a su casa a tratar de entender
el galimatías.

Discúlpenme si acabo de pecar de irrespetuoso pero no puedo remediarlo.


Consultar a Dios sobre nuestro destino personal; pedirle un favor para
satisfacer nuestras pequeñas y grandes mezquindades humanas siempre me
ha parecido un sacrilegio. No es que me parezca inútil. De última, Dios
puede contestar o darnos una mano si se le da la gana. Pero pedírselo así,
explícita y descaradamente, es algo que siempre he considerado como una
falta de respeto. Sobre todo, si no se tiene el coraje de hacerlo en persona y
se terminan usando intermediarios.

Frente a la amenaza persa, los intermediarios de Delfos no se hacían muchas


ilusiones. Los Vaticanos de todos los tiempos han tenido siempre los mejores
Servicios de Informaciones del mundo. En Delfos no se trabajaba con la
hipótesis absurda de los 5.000.000 de persas, por supuesto. Pero 175.000
zoroastristas puritanos y monoteístas eran harto suficientes como para
infundir un saludable respeto al más aplomado sacerdote de Apolo.

Además, en materia religiosa, los persas eran bastante tolerantes. Tenían, es


cierto, su concepto bien definido de Dios; su visión muy particular de la
eterna lucha entre las fuerzas del Bien y del Mal, su código de honor y sus
ritos rigurosos. Pero no se metían mayormente con los dioses de los pueblos
sojuzgados. Por las dudas. Y lo más interesante era que tampoco se metían
mucho con los sacerdotes de esos dioses. Por cálculo político.

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Denes Martos Los Espartanos

De modo que, en Delfos, había fundadas esperanzas de capear el temporal


de la invasión persa, aún a través de una rendición. Los primeros telegramas
de Zeus, recibidos por la Pitonisa, apuntaban bastante claramente en esta
dirección. Podían interpretarse como un llamamiento a la neutralidad y, con
un poco de perspicacia, hasta podía percibirse cierto tufillo filopérsico entre
líneas. A medida en que el Batallón de Inteligencia de Delfos fue procesando
su información, los telegramas de Zeus se fueron haciendo cada vez más
sombríos. De pronto, un día, Atenas recibió el siguiente mensaje:

"¡Oh desdichados! ¡Huid hasta el fin del mundo!


¡El rápido Ares lo derribará todo!".

Temístocles no sufrió un infarto por pura casualidad. Considerando la


gramática habitual de Delfos, eso se llamaba hablar claro. El clero daba por
perdida la batalla.

El revuelo que se produjo fue fenomenal. Para empezar, los creyentes


atenienses hicieron lo que hacen todos los creyentes cuando su Iglesia
dispone algo que no les gusta: no estuvieron de acuerdo con el mensaje.
Exigieron un segundo oráculo.

Mientras tanto, no nos consta (nunca quedan documentos de estas cosas)


pero, seguramente, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Atenas
inició febriles tratativas con el Nuncio Apostólico de Delfos. La situación era
grave, de acuerdo, pero todavía quedaban alternativas. Esparta haría lo suyo
por tierra. Por mar se tenía a la flota ateniense creciendo a toda la velocidad
que se podía exprimir de los flamantes ciudadanos. Además, Delfos ya había
hecho lo humanamente posible... Ningún rey persa podría argumentar que el
clero había azuzado a la guerra. Nadie podía decir que no había sido
adecuadamente neutral.. ¿Qué podía Apolo perder?. Todo lo que en Atenas
se necesitaba era un oráculo un poco menos... ¿cómo ponerlo?...digamos:
¿menos derrotista?

Que fuese ambiguo no importaría tanto. De última, los telegramas de Zeus


nunca se habían destacado por ser unívocos. Todo lo que Temístocles pedía
era algo que no alarmase al Pentágono persa pero que, al mismo tiempo,
pudiese interpretarse en Atenas como un guiño entre conspiradores que
están de acuerdo en engañar a un tercero.

brain trust​
El "​ " de Delfos se reunió y, ante la segunda requisitoria, produjo
una insuperable obra maestra de ambigüedad jesuítica. Fue un oráculo de
— 55 — 
Denes Martos Los Espartanos

esos que lo decía todo sin decir nada; que prometía cualquier cosa sin
comprometerse en absoluto; que afirmaba lo que negaba y que negaba lo que
se suponía que podía haber afirmado; que era lo suficientemente claro como
para ser legible y lo suficientemente incoherente como para ser
incomprensible; que se prestaba a, por lo menos, tantas interpretaciones
como palabras había en el texto pero que, buscando los sinónimos
adecuados, podía tener versiones interpretativas en cantidad exponencial.
En suma, una verdadera obra de arte.

Una parte del oráculo rezaba:

"¡Oh divina Salamina!


Perderás o llevarás a la desdicha
a los hijos de las mujeres."

De esta parte se agarró Temístocles como de un clavo ardiendo. Lo de


"perderás" y "desdicha" parecía hablar de derrota, de acuerdo. Pero Zeus
decía allí "divina" Salamina y eso significaba que nadie había perdido el
favor del Olimpo. De haberlo hecho, el mensaje habría tenido que decir
"miserable" Salamina, ¿no es cierto?. Además, decía allí: "los hijos de las
mujeres". Pero ¡no decía de qué mujeres!. La desgracia, la pérdida y la
desdicha podía muy bien ser para las mujeres persas. ¿O acaso los persas no
eran hijos de mujeres? Por otra parte, los hijos de las mujeres de Salamina
no podían ni perderse ni desdicharse si Salamina era "divina". Si hubiese
sido "miserable", o simplemente "Salamina", vaya y pase. Pero, siendo
"divina", ¡jamás! ¡Nunca! ¡Zeus no permitiría que los divinos hijos de las
divinas mujeres de la divina Salamina se volviesen desdichados o se
perdiesen! ¿No era eso evidente de toda evidencia?.

Por aquella época, Temístocles tenía alrededor de unos 46 años. Resulta


increíble las cosas que un político tiene que inventar a esa edad cuando, en
una democracia, hay que obligar a los respetables ciudadanos a cumplir con
el elemental deber de defender a la Patria.

Con todo, Temístocles debe haber sido un orador con gran poder de
persuasión porque, créanlo ustedes o no, su argumento de la "divina"
Salamina prendió. Puede parecer fantástico, pero los atenienses se lo
creyeron. La masa lo aceptó porque ¿a quién no le gustaría ser "divino"? Y
los entendidos le dieron su apoyo porque, divina o miserable, la palabreja
"Salamina" era la clave del mensaje. La clave secreta. El guiño entre
conspiradores.

— 56 — 
Denes Martos Los Espartanos

No me digan que no se les ocurrió ya. ¿No lo descubrieron? ¿No recuerdan la


historia del colegio secundario? ¡Hagan un poco de memoria! Es bastante
obvio, dentro de todo. ¿De dónde sacó Delfos lo de Salamina en absoluto?
Nosotros sabemos que en Salamina se libró la batalla final y decisiva contra
los persas, pero estamos a más de 2.400 años ​después​ de los hechos.
Cuando la pitonisa dio su célebre oráculo, Delfos estaba a casi un año ​
antes
de esa batalla.

El plan de Temístocles, efectivamente, consistía en destruir la flota persa en


Salamina. Pero la "Operación Salamina" forzosamente tuvo que haber sido
uno de los secretos militares más celosamente guardados de todos los
tiempos. Y, así y todo, en Delfos, la expresión "divina Salamina" fue
elegante, pulcra y cuidadosamente plantada en el texto del oráculo. Es
innegable: los Vaticanos de todas las épocas siempre han tenido los mejores
Servicios de Informaciones del mundo.

Pero lo más brillante de la diplomacia de Delfos fue algo que, seguramente,


no se le escapó al mismo Temístocles, ni tampoco a su Estado Mayor. Si los
griegos hubiesen perdido la guerra, la diplomacia de Delfos hubiera podido
esgrimir tranquilamente ante Jerjes el argumento de que el clero había
prestado un inapreciable servicio a la Gran Persia puesto que ¿no había sido
acaso Delfos la primera en revelar (dentro de lo humanamente posible,
claro) el lugar exacto en el cual los atenienses pensaban librar la batalla
decisiva?

¿Brillante? No. Es más que eso. ¡Es hermoso! ¡Es griego! Sólo un Consejo de
Sacerdotes de Apolo podía producir un oráculo que fuese un valioso servicio
al Estado y, simultáneamente, un acto de la más acabada traición a la Patria.

Temístocles se lanzó a terminar su Armada a ritmo febril. Ya no había forma


de detenerse. Cuando viniesen los persas hallarían a — media — Grecia
dispuesta a combatir.

Los persas no faltaron a la cita.

— 57 — 
Denes Martos Los Espartanos

Es la guerra.
La guerra es el padre de todas las cosas 
Heráclito
 
A fines de Mayo del 480 AC Jerjes ordenó poner en marcha a la aplanadora
persa. En Julio estaba en Tesalia. Eficiencia persa. La aplanadora avanzó
hacia el Sur — hacia Atenas — mientras la flota la acompañaba siguiendo la
costa. Sincronización persa. De pronto, estalló una feroz tormenta que
hundió a 400 barcos de la flota de Jerjes. Suerte griega.
Y ahora, les pediría que, por
favor, tomen un mapa de
Grecia. Me temo que no puedo
contar lo que sigue sin la ayuda
de un mapa. Por si no tienen
uno pasablemente práctico a
mano, incluyo aquí un pequeño
esquema que, espero, podrá
servir.

Después de la tormenta, la flota


de Jerjes siguió navegando. De
pronto, al llegar a Artemisión, se
topó con la Armada griega. Al
verla, los persas desconfiaron.
¿Sólo 270 barcos? No podía ser.
Tenía que haber alguna trampa. En alguna parte tenían que estar las demás
naves helenas. Era una trampa, sin duda. ¿Acaso el Servicio Secreto no había
estado constantemente diciendo algo acerca de una trampa de Temístocles?
La verdad es que no había ninguna trampa y, en cuanto a Temístocles, el
pobre hombre debía estar de un humor de los mil demonios. Por esas cosas
que tienen las alianzas político-militares, se había decidido que el
comandante de la flota sería el espartano Euribíades. Temístocles sólo había
llegado a ser el primer estratega.

La idea de Euribíades era simple: había que parar a los persas y derrotarlos.
Para eso había dos lugares óptimos:

1. Artemisión, que es la entrada al canal que separa la isla de Eubea del


continente y

— 58 — 
Denes Martos Los Espartanos

2. Las Termópilas, que es un sitio de la ruta por tierra hacia Atenas en


donde las montañas se acercan tanto al mar que apenas si queda un
estrecho desfiladero muy fácil de cerrar.

Por lo tanto, plan de batalla, según Euribíades:


● Cerrar las Termópilas y frenar al ejército persa por tierra.
● Destruir la armada persa en Artemisión.
● Llevar las fuerzas liberadas luego de la batalla naval de Artemisión
hasta las Termópilas y tomar al ejército persa entre dos fuegos.

Así de fácil.

Así de imposible. El buen Euribíades era un gran soldado, de un coraje a


toda prueba. Pero era espartano y sabía tanto de batallas navales y de barcos
como sólo puede saber un eximio General de infantería. Temístocles debe
haberse agarrado la cabeza con ambas manos. Pretender el cierre de
Artemisión con 270 barcos — frente a 800 del enemigo — es algo así como
tratar de cubrir el arco dejando solo al arquero frente al avance masivo de
los diez jugadores del equipo contrario.

De hecho, cuando apareció la Armada persa, hasta Euribíades tuvo que


darse cuenta de que no podía ni soñar con ganar una batalla naval en
Artemisión. Los barcos griegos tuvieron que limitarse a navegar de un lado
para el otro en el estrecho, haciendo fintas pero sin presentar batalla.

La situación se puso descabellada. El ejército griego ya estaba apostado en


las Termópilas. Si se abandonaba Artemisión, la flota enemiga podía meterse
en el canal y tomar a las Termópilas por el flanco. Si no se abandonaba
Artemisión, el ejército persa quedaba libre para atacar a las Termópilas y —
en caso de abrirse paso — terminaría colocándose a las espaldas de la flota
griega.

Por suerte para los griegos, la situación también resultaba endiabladamente


compleja desde la óptica persa. Mientras la Armada persa observaba con
desconfianza los ridículos 270 barcos de Termístocles, el ejército persa, en
su avance hacia el Sur, se topó con las vallas que cerraban el paso de las
Termópilas. La aplanadora de 175.000 hombres se detuvo. Jerjes analizó la
situación y se rascó la barbilla. ¿Cuántos hombres podía haber detrás de esas
vallas? El lugar estaba lleno de bosques y podría haberse escondido en ellos,
tranquilamente, a todo un ejército. ¿Dónde estará el resto de la flota griega?

— 59 — 
Denes Martos Los Espartanos

¿Qué puedo hacer? Si fuerzo el paso por Artemisión, y es una trampa, pierdo
mi flota. Si ataco las Termópilas, y en ese lugar los griegos tienen 30.000
hombres, pierdo el ejército.

Durante días enteros las dos fuerzas estuvieron allí, frente a frente,
midiéndose, observándose y estudiando el tablero de ajedrez. Euribíades
rompiéndose la cabeza buscando una forma de batir a los persas en
Artemisión. Temístocles sudando sangre y rezando a todos los dioses para
que las Termópilas resistiesen. Jerjes mandando espías para todos lados
tratando de enterarse del plan griego. Pasaron cuatro días.

Por fin, Jerjes se cansó y decidió tomar la iniciativa. Ordenó a parte de su


flota rodear la isla de Eubea, entrar al canal por el Sur y atacar a la Armada
griega por la retaguardia. Simultáneamente, dispuso que la aplanadora
forzase el paso por las Termópilas al precio que fuese.

Los persas se pusieron en marcha.

Los espartanos.
 
A lo largo de las últimas páginas muchos se habrán preguntado dónde están
los espartanos. Hemos hablado de Arístides, de Temístocles, de Atenas, de
Delfos y, en suma, de media Grecia. ¿Y los espartanos? Pues ahora vienen.
Mejor dicho: ya están allí. En las Termópilas.

Lo que pasa es que lo que sigue no tendría sentido si no hubiésemos trazado


un cuadro medianamente detallado de toda la situación. Ciertos hechos,
ciertos acontecimientos, ciertos actos de algunos seres humanos son tan
grandes que quitarlos de contexto implica desmerecerlos sin remedio.
Robarles el sentido.

Por eso es tan fácil pararse y perorar acerca de que este o aquél acto heroico
carece de sentido y llegar, por extensión, a afirmar que todos los actos
heroicos son, al fin y al cabo, una reverenda estupidez. Ese es el criterio
imperante hoy en día. Hoy se festeja más al cobarde que sobrevive que al
valiente que se sacrifica para que otros puedan sobrevivir. Es que el
beneficio emergente del acto del cobarde resulta inmediato y su motivación
es obvia: quiere salvarse y lo logra. No hay ninguna dificultad para entender
eso. Que, en ello, muchas veces deja el honor por el camino es algo que sólo
importa a quienes saben en absoluto qué es el honor. Nuestra época ya no lo

— 60 — 
Denes Martos Los Espartanos

sabe. Por eso no entiende y hasta desprecia a los valientes cuando se


encuentra con ellos fuera del cine y de la pantalla del televisor.

Sucede que el "beneficio" que obtiene el valiente, en primer lugar, no es para


él; en segundo lugar, no es inmediato sino que puede llegar a surgir años,
décadas o siglos más tarde — y hasta puede no surgir en absoluto — y, en
tercer lugar, su motivación es compleja, enmarañada, a veces hasta muy
probablemente subconsciente. Nunca obvia. Nunca evidente.

Un acto heroico es ininteligible para quienes han nacido con un espíritu


ruin. Es incomprensible para quienes no ven nunca más allá de su propio
provecho. Un héroe de carne y hueso es un enigma de siete sellos para quien
vive sumergido en lo cotidiano. Un acto heroico es perfectamente "inútil".
Un acto heroico es siempre "en vano". Las explicaciones que se le
encuentran después son siempre fortuitas y, a veces, hasta forzadas.
Entenderlo no es una cuestión de raciocinio. Es una cuestión de resonancia.
Ante un acto heroico vibran solamente quienes — sea en la medida en que
fuere —tienen el heroísmo en la sangre. Los demás quedan afuera. Como
convidados de piedra. Vociferando peroratas acerca de la "insensatez", la
"locura" y hasta la "irresponsabilidad" de quienes se arriesgan y se atreven.

El heroísmo es música para músicos; poesía para poetas; mística para


místicos. Los que han apagado la chispa divina de lo heroico en sus
corazones se vuelven sordos e insensibles para apreciarlo.

Por eso, si entre ustedes hay alguien que piensa que un Hombre que se deja
cortar en pedazos por cumplir con su Deber es un idiota; si alguno de
ustedes llamaría estúpido a un Hombre que arriesga absolutamente todo lo
que tiene para que este mundo se vuelva solamente un poco menos
miserable de lo que es; si alguno de ustedes está convencido de que el
Hombre que muere sin tener un beneficio inmediato a la vista es un loco
irresponsable; a ese hipotético lector sólo le pido una cosa: no siga leyendo.
Lo que viene ahora no es para Usted. No lo entendería. Y, perdóneme por
decírselo tan brutalmente, pero estoy seguro de que, al final, hasta
terminaría ensuciándolo. Sin embargo, para que no me eche en cara que le
robo el final de la historia, voy a romper todas las reglas del suspenso y se lo
cuento ya: los persas fueron derrotados. No fue fácil, pero al final
terminaron perdiendo. ¿Conforme?.

¿Cómo? ¿Que, entonces los héroes se justifican porque obtuvieron la


victoria?. No, mi amigo. Justo lo contrario. La victoria, como casi todas las

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Denes Martos Los Espartanos

victorias, la obtuvo la diosa Fortuna y un par de personas inteligentes. Los


héroes fueron derrotados.

Y ahora sí, por favor, deje de leer . . .

**************

Detrás de las vallas que cerraban el desfiladero


de las Termópilas había apenas 7.000 griegos.
Los comandaba el rey de Esparta, Leónidas, que
había traído consigo a 300 espartanos.

Cuando los exploradores persas inspeccionaron


la zona para averiguar el número de las fuerzas
griegas, lo único que consiguieron ver fue,
precisamente, a los espartanos. Estaban delante
de la valla. Delante. No detrás. Habían apoyado
sus armas contra el muro y algunos hacían
gimnasia mientras los otros se peinaban el
cabello.

Cuando se informó de esto a Jerjes, el Gran Rey


no entendió nada. Tuvieron que explicárselo: los espartanos, antes de
combatir, hacían gimnasia para estar en forma y, antes de morir, se
arreglaban como corresponde porque en Esparta no se estilaba ir a la muerte
hecho un zarrapastroso. Jerjes creyó que era una bravuconada. Se equivocó.

Cuando, al quinto día, dio la orden de ataque, la aplanadora persa de


175.000 hombres se estrelló contra la formación griega. Hora tras hora,
oleada tras oleada, a lo largo de todo el día, las formaciones de los medos y
los quisios del ejército persa trataron de romper el frente heleno. En vano.
Clavados en sus puestos, los griegos resistieron como un bloque de granito y
causaron terribles bajas, sobre todo entre los medos.

Jerjes montó en cólera. Al día siguiente decidió lanzar sus mejores tropas.
Según cuenta la leyenda, les decían "Los Inmortales" porque su número era
constante: a las bajas producidas por el combate o por la enfermedad se las
cubría inmediatamente. De este modo, el número del contingente era
siempre estable. Ascendía a 10.000 hombres.

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Denes Martos Los Espartanos

Y tampoco pudieron. Sus lanzas eran más cortas. No tenían espacio para
maniobrar a fin de hacer valer su número. Además, no tenían ni el
adiestramiento ni la disciplina de los lacedemonios. Durante la batalla, los
espartanos jugaron con ellos al gato y al ratón, empleando una táctica que,
más tarde, sería la favorita de Atila y sus hunos: a la vista de un ataque
enemigo, las tropas espartanas simulaban batirse en retirada como presas
del pánico. El enemigo, creyendo que huían, se les tiraba encima
desordenadamente. En el último momento, sin embargo, las formaciones
espartanas daban media vuelta, tomaban posición y se lanzaban al ataque
tomando a todo el mundo de sorpresa. Los perseguidores, antes de darse
cuenta, se transformaban en perseguidos. La mayoría de ellos, en
perseguidos muertos.

A lo largo de todo el segundo día los persas, con sus tropas de élite, trataron
de forzar la resistencia de los griegos. Sin éxito. Las vallas seguían allí y,
delante de ellas, los espartanos encabezados por Leónidas no cedieron ni un
milímetro. Iban 48 horas de combate. Desde el amanecer hasta la caída del
sol. Oleada tras oleada. Escaramuza tras escaramuza. Combate tras combate.
Sangre. Muertos. Gritos. Órdenes. Ataques. Retiradas simuladas.
Contraataques. Maldiciones. Amigos que caen bañados en sangre.
Camaradas de toda la vida que se tiran contra el enemigo y terminan
atravesados por dos, tres, cuatro lanzas. Heridos que gimen antes de morir.
Estertores. Alaridos. Ruido. Sangre. Más muerte.

Pero nadie abandona su puesto. Al camarada que cae adelante lo vengan los
que vienen atrás. La formación resiste. La formación aguanta. La formación
da un paso al frente y ataca. La formación se cierra. Los persas se estrellan
contra la falange erizada de lanzas. No pasan. No pueden pasar. No deben
pasar. Si pasaran, quedarían a la retaguardia de la flota.

No pasaron. Cayó la noche y Jerjes tuvo que admitirlo: estaba atascado.


Atascado en Artemisión. Atascado en las Termópilas. ¿De qué sirven
175.000 hombres si no se tiene entre ellos a un Leónidas con 300
espartanos? ¿De qué sirve el número cuando no se tiene la calidad? ¿De qué
sirve llamar "inmortales" a un cuerpo de ejército solamente porque siempre
son 10.000, cuando ninguno de ellos tiene verdadera vocación de gloria?
¿Para qué sirve la masa de un Imperio? ¿Para qué sirve la muchedumbre?

Los persas — los auténticos persas — eran, en realidad, tan escasos como los
espartanos. Se habían conquistado un Imperio y ahora arreaban delante de
sí a una masa de otros Pueblos, con la esperanza de lograr la fuerza por la
cantidad. ¡Oh la cantidad! Esa eterna ramera que ha engañado a tantos

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Denes Martos Los Espartanos

grandes hombres. ¡Cuantos han pasado por alto el hecho que la Naturaleza
sólo produce la cantidad para tener la oportunidad de elegir a los mejores!

Jerjes, sin duda, se dio cuenta de ello después de 48 horas de mandar a una
masa a estrellarse contra las aristas de un diamante. Estaba realmente
empantanado. Pero, quizás... la parte de la flota que debía circunnavegar
Eubea... si tan sólo pudiese conseguir tomar con ella a los barcos griegos
entre dos fuegos... O desembarcar y tomar las Termópilas por el flanco...
Quizás...

Al tercer día hasta esta esperanza se le desvaneció. Los barcos que debían
dar la vuelta a Eubea fueron sorprendidos por otra tormenta y no quedaba
ya casi nada de ellos. ¡Cochina suerte griega!

Las opciones se reducen. En realidad, queda sólo una: ¡forzar las


Termópilas! Es la única forma de saber si Artemisión es, o no, una trampa.
Después de dos días enteros de combate estos griegos tienen que estar
cansados. ¡Forzosamente tienen que estarlo! ¡Manden todo lo que tenemos!
Muertos o vivos pero los quiero ver al otro lado de esas malditas vallas! ¡Al
precio que sea!

La aplanadora persa volvió a ponerse en movimiento. Volvió a mandar


oleada tras oleada con una monotonía tan aburrida como macabra. Los
mejores hombres trataron de arrastrar a la masa para abrir una brecha,
aunque fuese mínima.

Imposible.

Las formaciones griegas resisten. Los espartanos parecen estar en todas


partes y, dónde están, los otros los imitan. Las formaciones permanecen
cerradas. No hay un hueco en toda la línea y, cuando lo hay, es una trampa
que se traga decenas y decenas de persas. Los mejores hombres de Persia
caen en primera fila y los que vienen detrás no están a la altura de sus jefes.
La masa vacila. Retrocede. Los griegos atacan. Retirada. No se puede. Es
imposible.

Tres días de combate. Tres largos días de lucha, sangre, muertos, esfuerzo,
jadeos, lanzazos, gritos, marchas y contramarchas. Órdenes y contraórdenes.
Tensiones sobrehumanas y breves minutos de relajamiento. Luego, otra vez
a lo mismo. Mi amigo murió anteayer. Tu hermano cayó ayer. El camarada

— 64 — 
Denes Martos Los Espartanos

que hoy por la mañana compartió con nosotros el pan está agonizando.
¿Cuando me tocará a mí? ¿Cuándo te tocará a ti? ¿Cuanto tendremos para
vivir todavía? ¿Cuanto tiempo? ¡Oh dioses! ¿Por qué la vida de un hombre
estará atada a un tiempo y ni siquiera podemos saber de cuanto tiempo
disponemos?

Y en ese momento, cuando — según Heródoto — el Gran Rey ya no sabía


cómo salir de la situación, un factor inesperado vino en su ayuda. Apareció
un traidor. Siempre aparece un traidor.

Apareció un griego que le reveló el camino por el cual se podía rodear a las
Termópilas y llegar a espaldas de Leónidas y su gente. Yo lo llamo traidor
pero sé que hoy muchos lo llamarían tan sólo un tipo inteligente. La
recompensa debe haber sido jugosa. Lo que no sé es si la disfrutó. Murió
asesinado.

Jerjes destacó a su General Hidarnes con un ejército para que avanzara por
el paso que el traidor había revelado y apareciese por la retaguardia de
Leónidas. Hidarnes juntó a sus hombres y partió al anochecer. Marchó
durante toda la noche y a la mañana del día siguiente estaba del otro lado.
Arriba de la montaña pero ya a espaldas de Leónidas. Consiguió engañar a
los focenses encargados de guardar ese paso y amenazaba ya con atrapar a
los espartanos entre dos fuegos.

Al amanecer, en el campamento griego podía verse la larga fila de enemigos


descendiendo de la montaña. Era el fin. Pocas horas más y el camino a
Atenas quedaría cerrado. Las Termópilas se convertirían en una trampa
mortal.

Leónidas supo entonces que le quedaba poco tiempo. Muy poco tiempo. Es
probable que haya sabido también que, en ese instante, Grecia estaba en sus
manos. Los 7.000 hombres de su ejército original era toda la infantería que
se había podido movilizar. Todos los demás estaban sobre los barcos, en
Artemisión. ¿Dar una batalla hasta el último hombre? Se perdería todo el
ejército. La Armada quedaría sola frente a los persas. Sería el fin; el fin
definitivo de toda Grecia. ¿Retirarse?, ¿Huir?. También sería el fin. La
Armada también así quedaría sola. El ejército, en campo abierto, no tendría
ninguna oportunidad contra la aplanadora.

Leónidas levantó la cabeza, vio el sol que nacía, escuchó los augurios —que
eran pésimos — se enteró de que algunos griegos de entre los presentes
— 65 — 
Denes Martos Los Espartanos

estaban pensando en retirarse, miró a sus hombres, y con voz tranquila


comenzó a dar órdenes. Cortas, concisas, precisas y secas. ¡Oh el laconismo
espartano!.

Avisen a la Armada. Que deje Artemisión y que vaya al Sur lo antes posible.
No puedo mantener a las Termópilas por mucho tiempo más. La pienso
mantener hasta que los barcos estén a salvo. ¡Pero que la marina se
mueva!¡Y rápido! En cuanto al ejército: todo el mundo me levanta
campamento y se retira hacia el Sur mientras el camino todavía está libre.
Los tebanos se quedan. Esparta se queda. Los demás: ¡fuera de aquí!.
¿Alguna pregunta?

No hubo preguntas. Pero 700 tespios no se fueron. Le pidieron a Leónidas su


autorización para quedarse y tener el honor de morir con él. ¿Locura?,
¿Histeria colectiva? ¿Insensatez? Dejemos que los enanos respondan a esa
pregunta si es que pueden. Dirán que sí de todos modos. Incapaces de una
actitud semejante, su único recurso es denigrarla. Lo que sucedió aquella
mañana con los tespios en las Termópilas fue simplemente el fenómeno de
resonancia. ¿Esparta se queda? Pues Tespia se queda también, ¡qué tanto
embromar! Entre valientes el coraje es contagioso.

A eso de las diez de la mañana de ese día comenzó el último acto en las
Termópilas. Poco a poco y lentamente, los barcos griegos fueron desfilando.
Sobre las cubiertas, los remeros y los marineros que navegaban hacia el Sur
seguramente habrán mirado hacia el desfiladero con una angustia sorda en
el corazón. Más de uno habrá inclinado la cabeza en señal de admiración y
respeto. Quizás alguno dejó caer una lágrima. Seguramente más de uno
masticó una maldición.

Porque allá, en las Termópilas, Leónidas y sus espartanos no esperaron a


que llegara Hidarnes y se cerrara la ratonera por delante y por detrás.
Salieron, se pusieron en formación de combate sobre una lomada delante de
las vallas y avanzaron contra las tropas de Jerjes. ¿Quedó claro? ¡Contra las
de Jerjes! Es decir; se lanzaron ¡hacia adelante! Ni siquiera intentaron
forzarlo a Hidarnes a presentar batalla. De haber atacado a Hidarnes quizás
podrían haber tenido alguna remota esperanza de salir de la ratonera hacia
el Sur, hacia Atenas.

Pero, en este tipo de situaciones, una "remota esperanza" no es una opción


para un hombre de honor. Leonidas, sus espartanos y los tespios estaban
más allá de toda especulación. No se trataba de ponerse a jugar a la ruleta
con esperanzas. Se trataba de algo similar a lo que sucedió en medio de la
— 66 — 
Denes Martos Los Espartanos

batalla de Waterloo cuando el Mariscal Ney se puso a juntar las tropas


dispersas y en retirada gritándoles: "​ ¡Vengan a ver cómo muere un mariscal
de Francia!​". Se trataba del final. Y cuando llega el final, los hombres de
verdad siempre quieren que sea a toda orquesta.

Lo fue.

Los persas cayeron sobre los espartanos como langostas. Pero esta vez los
jefes persas no iban adelante. Venían atrás, arreando a la masa. ¡A latigazos!
Heródoto nos cuenta que a la masa del ejército persa hubo que empujarla a
latigazos para que enfrentara a los espartanos. Arreados como una manada
de búfalos, muchos persas cayeron al mar. Otros perecieron pisoteados por
su propia tropa.

Los espartanos resistieron a pie firme la avalancha hasta que se les


quebraron las lanzas. Después, desenvainaron sus cortas espadas y se
tiraron sobre el enemigo.

Ése fue el momento en que cayó Leonidas.

Alrededor de su cadáver se produjo un tumulto infernal. Los espartanos


defendían el cadáver mientras miles de persas trataban de llegar hasta él.

Dos hermanos de Jerjes: Abrocomas e Hiperantes, cayeron muertos en el


mismo lugar. Y, aunque parezca increíble, los espartanos llegaron a rescatar
el cadáver de su Jefe. No sólo eso: batieron a los persas en retirada cuatro
veces. ¡Cuatro veces!

Pero, por último, llega Hidarnes y es — definitivamente — el fin. Para no


quedar completamente entre dos fuegos, el puñado de tespios y espartanos
que aún resiste se repliega contra un farallón. De espaldas al mismo, deben
soportar una lluvia de proyectiles. Sí: ¡proyectiles! Más de 100.000 hombres
contra un centenar, apretado contra la espada y la pared en el más literal de
los sentidos, y todavía se los remata a flechazos y a lanzazos.

¿Es que todavía los persas no se atrevían a acercarse?

No. No se atrevieron. Esa es la verdad. Hasta el día de hoy los enanos no se


atreven a acercarse a un gigante y se conforman con escupirlo de lejos.
— 67 — 
Denes Martos Los Espartanos

Siempre ha sido así. Desgraciadamente, quizás siempre siga siendo así. Pero
en los gigantes derrotados de antaño los gigantes de mañana hallarán un
espejo en el cual mirarse y reconocerse. Y, algún día, cuando hayamos
llegado al fondo de la decadencia, la estupidez, la hipocresía, la falsedad, la
mentira, el egoísmo y la mediocridad; cuando el mundo entero esté
convertido en un ciénaga infame que devorará y corromperá hasta a los
mismos idiotas que la han producido; cuando los seres humanos nos
hallemos como Leónidas, con los caminos cerrados por delante y por detrás;
ése día — ¡Oh Dioses! ¡Cómo quisiera vivir para ver ese día! — ese día los
enanos se arrastrarán de rodillas a los pies del último gigante y llorando le
implorarán que los salve.

Y el último gigante mirará hacia las Termópilas y los salvará. Aún a riesgo de
que, una vez a salvo, los pequeños energúmenos mediocres terminen
escupiéndolo a él también. Porque para eso están los gigantes. Para eso son
héroes. Por eso existen. Por eso, hace ya más de 2400 años, alguien colocó
un león de piedra sobre la tumba de Leónidas. Por eso, desde hace más de
2400 años, los que pasan por el lugar en que se batieron los 300 espartanos
se encuentran con aquella vieja, triste, terrible pero hermosa inscripción:

Viajero:
Si vas para Esparta, dile a los espartanos
que aquí yacen sus hijos,
caídos en el cumplimiento de su deber.

Hace más de 2400 años esta inscripción le grita su mensaje al mundo desde
la tumba de aquellos gigantes, y en todo ese tiempo muy pocas personas
demostraron entender realmente su significado.

Quizás, en los próximos 2400 años serán algunos más.

Quisiera creerlo.

Creo que — al menos en parte — por eso escribí este libro.

— 68 — 
Denes Martos Los Espartanos

Monumento a Leónidas y a los caídos en las Termópilas 
(Erigido por el Rey Pablo de Grecia en 1955) 

*******************************
PILOG
Librada de su atascamiento la aplanadora persa cayó sobre los helenos.
Focea fue invadida. Beocia fue invadida. Atenas tuvo que ser evacuada.
Tespia fue destruida; Platea arrasada; Atenas incendiada.

Después de largos cabildeos se aprueba, por fin, la "Operación Salamina" de


Temístocles. Los 180 barcos atenienses y los 90 de otras ciudades navegan
hasta la isla y anclan cerca de la costa. Llegan los barcos persas y se
introducen en el estrecho canal que separa a Salamina del Continente. De
espaldas a la incendiada Atenas, mirando hacia dónde están los griegos, las
naves persas se ponen en fila.

Es una trampa tan obvia como evidente. Jerjes no es ningún idiota y,


además, ya ha aprendido a conocer a los griegos. Disimuladamente, manda a
parte de su flota a rodear la isla para que, en el momento oportuno, aparezca
de sorpresa. Temístocles desde su fondeadero no ve la maniobra.

Pero detrás de Salamina está la isla de Egina. Y en Egina está Arístides. "El
Justo". El desterrado. El acérrimo enemigo político de Temístocles.
— 69 — 
Denes Martos Los Espartanos

Arístides ve pasar a los barcos persas y comprende inmediatamente el


peligro. Por la noche toma una barcaza pequeña y se hace a la mar.
Navegando como un fantasma en medio de la noche, evita el cerco persa y
desembarca en Salamina. Ubica a Temístocles y lo pone al tanto de la
situación. Los dos amigos se abrazan. Al día siguiente Temístocles da la
orden de atacar sin demora.

Para cuando el día termina, la Armada persa está destruida. Incapaces de


maniobrar en el estrecho pasaje, los barcos persas chocaron entre sí y se
destruyeron mutuamente. Jerjes, amargado, regresa a Sardes pero aún
queda en Grecia su ejército al mando del General persa Mardonias.

Al año siguiente, Mardonias le ofrece la rendición a Atenas. Es Arístides el


que contesta. La respuesta es: No. Por segunda vez Atenas debe ser
evacuada. Una delegación es enviada a Esparta: ¡Hay que derrotar a los
persas al precio que sea! De otro modo, tarde o temprano, Jerjes volverá con
otra flota y, entonces sí, ya no habrá nada que hacer.

Los espartanos están de acuerdo. Pausanias regente de Esparta, puesto que


el hijo de Leónidas aún es menor de edad, pone toda la maquinaria bélica de
Lacedemonia en marcha. En el Istmo de Corinto se concentra un ejército
formidable. Aparte de los espartanos, están allí los hombres de Platea, de
Corinto, de Egina, de Megara, de Atenas... ¡Casi 30.000 hombres! Sin
embargo el persa, con más de 100.000, está todavía en una superioridad de
más de tres a uno.

Las dos fuerzas se encuentran, por fin, en Platea.

La batalla, seguramente, fue durísima. En un momento la suerte de toda


Grecia pendió de un hilo. Fue cuando Pausanias dio la orden de efectuar un
movimiento con el ala izquierda. Arístides, que comandaba a los atenienses
de ese sector, malinterpretó la orden. Los atenienses perdieron el contacto
con el resto y se produjo un hueco en las filas griegas. Apenas producido,
Mardonias inmediatamente dio la orden para que la caballería persa atacase
por ese lugar. ¡Era la oportunidad! El General persa en persona se puso al
frente de 1.000 jinetes y se lanzó al ataque.

Imagínense mil caballos al galope. Hoy, en la era de los blindados, los


misiles y las bombas "inteligentes", la palabra "caballería"" ha perdido casi

— 70 — 
Denes Martos Los Espartanos

todo su esplendor. Sin embargo, hagan la prueba una vez que puedan;
párense al lado de un hombre a caballo e imagínense, por un instante, que es
un enemigo dispuesto a atacar. Pueden creerme: se sentirán bastante mal.
Un infante se siente como un gusano al lado de un jinete. Y lo que
Mardonias lanzó a la carga no fue un jinete. Fueron mil. Mil caballos son una
topadora horrorosa. Mil jinetes al galope hacen temblar la tierra. No en
sentido figurado. Literalmente. Cuatro mil patas de caballo golpeando el
suelo convierten la tierra en un tambor. Viéndolos venir uno debe creer que
la Cordillera de los Andes se le viene encima.

Pausanias ordenó a sus espartanos cerrar la brecha. Los hombres de


Esparta, en una maniobra tan rápida como impecable, tomaron posición.
Clavaron sus lanzas en la tierra, apoyaron sus escudos en el suelo, se
afirmaron contra ellos, apretaron los dientes y se prepararon para resistir el
embate. Resistieron. Estaban hechos para resistir.

El choque fue tremendo. Las primeras filas de los espartanos terminaron


aplastadas por caballos persas moribundos. Los jinetes que venían atrás
chocaron, a su vez, contra los que habían caído. En cuestión de segundos se
formó una pila de hombres y caballos muertos. Los espartanos de la segunda
y tercera fila se juntaron, pusieron escudo junto a escudo, levantaron las
lanzas y avanzaron. La próxima oleada persa los encontró unos metros más
adelante. La siguiente, otro par de metros. Mardonias cayó. La brecha se
cerró. El contacto con los atenienses fue restablecido.

Pausanias lanzó un suspiro que podría haber llegado a barrer las nubes del
Olimpo.

La batalla estaba ganada.

Grecia era libre.

***********************

La libertad es una hermosa palabra. Quizás sea la palabra mis gastada del
vocabulario político pero, aun así, ni uso ni abuso han conseguido quitarle su
aura mágica; su destello de grandeza; su sabor a Paraíso.

¡Libertad!

— 71 — 
Denes Martos Los Espartanos

¡Cuantas veces, cuantos hombres han exclamado esta palabra! ¡Y qué pocos
se han detenido a meditar si, en absoluto, la empleamos correctamente!
¡Cuantos hasta desconocen su sentido!

Porque lo tiene, por supuesto. Pero, ¿es tan obvio como parece?. Pregúntenle
al primero que encuentren: "¿Qué es la libertad?" Lo digo en serio. Hagan la
prueba. Les garantizo que las respuestas serán sorprendentes.

El joven les dirá que la libertad es poder hacer lo que a uno se le da la gana.
El adulto les dirá que es realizar la vocación de cada uno sin molestar al
prójimo, lo cual es lo mismo pero con condicionamientos. El anciano les dirá
que es la posibilidad de vivir en paz, lo cuales otra vez lo mismo pero con
claudicaciones. El político les dirá que es la posibilidad de votar y elegir
entre los cuatro, cinco o cuarenta candidatos que consiguieron juntar el
dinero para pagarse una campaña electoral. El sacerdote les dirá que es una
gracia divina en virtud de la cual somos responsables por nuestros actos.
Algunos filósofos les dirán que es un estado de ánimo; otros, que es una
entelequia; otros, que no existe tal cosa. El abogado penalista les dirá que es
aquello de lo cual goza una persona cuando no está en prisión; el
constitucionalista dirá que es lo que resguardan las garantías
constitucionales. El militar les dirá que es lo que tiene un Pueblo cuando es
lo suficientemente fuerte como para poder defenderse con éxito. El médico
les contestará que es el goce de la plenitud de las potencialidades de un
organismo. El sociólogo que es la ausencia de coerción sobre las tendencias
normales y naturales del individuo...

¿Para qué seguir? Hay tantas respuestas a la pregunta como disciplinas,


oficios, dogmas, doctrinas, ideologías, opiniones y criterios puedan
imaginarse. Incluso una misma persona puede llegar a dar dos respuestas
distintas en un solo día. Pregúntenle a un periodista político qué es la
libertad cuando el hombre está en su oficina, con aire acondicionado, y
háganle la misma pregunta a la hora de volver a casa, cuando está
conduciendo su automóvil en medio de un embotellamiento de tránsito.
¿Cuanto apuestan a que las dos respuestas serán distintas?

Hemos hablado de los griegos y hemos hablado de los persas. Hablando de


persas uno, inevitablemente, se acuerda de Zaratustra y — acordándose de él
— es casi imposible evitar la tentación: ¿cómo decía el viejo Nietzsche?...

— 72 — 
Denes Martos Los Espartanos

"​
¡Existen tantos grandes pensamientos que no hacen más de lo que hace un
fuelle! ¡Inflan y ahuecan!​
"

Es cierto. En boca de los mediocres la palabra "libertad" es como un fuelle


que infla los ánimos al precio de ahuecar el cerebro.

Sea por los motivos que fueren, todos quieren la libertad. Cada uno la
entiende a su manera pero todos están igualmente de acuerdo en exigirla. La
enorme mayoría concibe la ausencia de su particular y privada forma de
concebir a la libertad como un yugo. Y en esa pretensión, lo que la gran
mayoría ignora olímpicamente es que, para vivir sin yugos, hay que estar
primero a la altura de las responsabilidades que eso implica.

"​
¿Eres tú alguien con derecho a librarse de un yugo? Hay quienes pierden
su último valor al librarse de su dependencia.​
"

Sí. Hoy en día es un crimen decirlo, pero hay quienes sencillamente no


merecen ser libres. Porque a la libertad hay que merecerla. No es un derecho
a reclamar. No es un atributo exigible a otros. La libertad es para aquellos
que se la conquistan y para quienes, luego de conquistarla, la saben utilizar
con responsabilidad. Muchas veces la libertad es sólo para aquellos que
tienen el coraje de plantarse frente a la vida y arrancársela a jirones. Y a
veces hasta por la fuerza si es preciso.

Pero el mayor secreto de todos es que nunca se conquista la libertad


solamente para uno mismo. La conquista, en realidad, es siempre para los
demás. Quien la reclama sólo para si mismo pronto se convierte en esclavo
de su propia demanda. Es como reclamar el amor sin darlo. La libertad, en
esencia, es siempre para los otros. Porque recién cuando llega a ser un bien
de los otros resulta ser para todos.

No es una entelequia. No es un concepto abstracto. No es un bien en sí ni un


valor por sí.

¿Libre ​
"​ de​
qué? ¡Qué le importa eso a Zaratustra! ... Tu mirada debe
anunciarme claramente: ¡libre ​
para​ qué!​
"

— 73 — 
Denes Martos Los Espartanos

La libertad en ausencia de jerarquías auténticas no es sino la hija bastarda


de la anarquía. Concebida como debe y puede ser no es un ideal imposible.
Es algo real. Es algo casi tangible.

Está hecha de posibilidades. Está construida con los ladrillos de nuestras


opciones reales y nuestras posibilidades concretas. No es un derecho que se
garantiza. Es una alternativa por la cual se opta, una posibilidad que se
ejerce, una acción que se elige y una decisión que se ejecuta respondiendo
por las consecuencias.

Soy libre en cuanto puedo. La libertad no es una prebenda. Es un Poder. Y,


como todo Poder, no reside tanto en el individuo como en la comunidad,
desde el momento en que la asociación aumenta las posibilidades reales de
acción y de opción — es decir: el Poder — de los individuos. El monigote
paleolítico era ​
menos​ libre que nosotros por la sencilla razón de que
nosotros tenemos ​más​ posibilidades, opciones y oportunidades que él.

Pero, por supuesto, lo verdaderamente esencial no es una cuestión de más o


de menos. Somos más libres que el Hombre de Neandertal porque nos
hemos conquistado mejores oportunidades, posibilidades y opciones. Las
hemos conquistado en el laboratorio, en el taller, en el gabinete de estudio,
en el monasterio, en el atelier, en los astilleros, en los hangares, en las
bibliotecas, en las escuelas, en los hospitales, en las Casas de Gobierno y
también en los campos de batalla. A lo largo de más de cuarenta mil años
hemos ido conquistando posibilidades reales de a pedacitos y hemos ido
tratando de armar esos pedacitos para construir algo mejor. Esa es nuestra
libertad.

Por eso deberíamos aprender a no dejar que nos roben o que nos ensucien
las libertades concretas que fuimos conquistando. Los que trabajaron y los
que murieron para que las tengamos no lucharon para que terminen siendo
patrimonio de parásitos. Demasiadas veces nos damos por satisfechos con
una "garantía" de libertad, abdicando — de hecho — de su ejercicio concreto.
Y demasiadas veces también se ha exigido la libertad sin comprometer la
correspondiente responsabilidad para ejercerla. Deberíamos aprender a no
dejarnos secuestrar las libertades que nos corresponden y a no exigir
tampoco aquellas que superan nuestras responsabilidades.

Si logramos ese equilibrio, seremos libres. Realmente libres. No totalmente


libres porque eso es humanamente imposible. Pero sí realmente libres, en la
medida en que lo permitan nuestra condición y nuestros auténticos méritos.

— 74 — 
Denes Martos Los Espartanos

Si no logramos ese equilibrio, fatalmente nos sucederá lo que les ocurrió a


los griegos.

Apenas nueve años después de la batalla de Salamina; después de las


Termópilas y Platea; después de todo ese enorme y tremendo esfuerzo que
significó repeler al invasor; el pueblo de Atenas otra vez quiso constituirse en
juez.

Se le preguntó a la multitud si quería celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto


que quería! ¡Es tan fascinador ejercer el Poder! Aunque más no sea una vez
al año ¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el destino de los hombres más
ilustres! ¡sobre todo cuando, después de jugar a Dios, uno no tiene las
responsabilidades de Dios!

Se repartieron los pedazos de arcilla.

Cuando se hizo en recuento…

Por favor, no crean que estoy exagerando. Esta es la verdad. Es la desnuda y


triste verdad.

Cuando se hizo el recuento de votos resultó que el pueblo soberano de


Atenas había condenado al ostracismo a Temístocles.

¿Y saben qué es lo más triste de todo?

Lo más triste de todo es que se lo merecía.

*********************

Temístocles se pasó al enemigo y murió ejerciendo el cargo de gobernador


persa en una ciudad del Asia Menor.

A Pausanias lo ejecutaron los espartanos por traidor.

— 75 — 
Denes Martos Los Espartanos

Euribíades se eclipsó y continuó cumpliendo su deber como fiel soldado


espartano.

Arístides murió tan pobre que el Estado tuvo que pagar su funeral.

"La guerra es el padre de todas las cosas


y reina sobre todos. Demuestra que algunos
son dioses y otros tan sólo hombres.
Hace esclavos a los unos y libres a los otros."
Heráclito

— 76 — 
Denes Martos Los Espartanos

ANEXOS 
Indice de Anexos
Cronograma de la Antigua Grecia 
Las Termópilas según Heródoto 
La batalla de Salamina según Esquilo 
La rendición de las ciudades griegas. 
Crítica de Aristóteles a la institución de los éforos 
Poesía de Esparta y sobre Esparta 
La homosexualidad en Esparta 
Bibliografía

Cronograma de la Antigua
Grecia
Año Política y Sociedad A. C. Año Pensamiento y Cultura

Prehistoria 1200 Arte geométrico


Dorios invaden Grecia y 
c 1200  destruyen civilización   
Micénica

Se generaliza uso de 
c 1130  hierro para armas y   
utensilios

Colonias griegas en 
c 1100  costa jónica de Asia  800
Menor

 . Era aristocrática  
Primero Juegos 
. .   c 776
Olímpicos

Desarrollo de la música. 
c 750 Colonias griegas en Italia   c. 750 Influjos orientales en arte 
griego

750—70
. .   0
Homero: Ilíada y Odisea

. .   Arte arcaico

— 77 — 
Denes Martos Los Espartanos

Comienzan 
. .   c. 705
construcciones de piedra

Atenas se junta con otras 
ciudades de Atica para 
c. 700
formar una sola 
  c. 700 El poeta Hesíodo
comunidad política

La figura humana 
aparece como tema 
. .   c. 700
principal de las pinturas 
en cerámica

Atenas reduce a un año 
el período del arconte, 
c. 683
gobernante de la 
 
república aristocrática

El poeta Arquíloco en 
. .   c. 675
Paros

Se desarrolla la escultura 
. .   c. 650 de figuras solas y 
grandes

El poeta Alceo en 
. .   c. 630
Esparta

Dracón da a Atenas sus 
c. 620
primeras leyes escritas
 

En la Grecia de tierra 
c. 610 firme se extiende el uso   
de monedas como dinero

Se desarrolla el estilo de 
. .   c. 600 la figura negra en la 
cerámica ática

Poesía lírica: Safo y 
  c. 600
Alceo en Lesbos

Comienza Solón sus 
594 reformas sociales y   
legales

Tales, Anaximandro y 
Era de tiranos en 
    c. 580 Anaxímenes: comienza la 
Atenas ciencia y la filosofía

El tirano Pisístrato toma 
561
el poder de Atenas
 

— 78 — 
Denes Martos Los Espartanos

Domina la arquitectura 
  c 550 dórica. Comienza el 
influjo de la jónica

Tespis hace dar los 
  c. 534 primeros pasos a la 
tragedia griega

Pitágoras funda 
  c. 530 comunidad religiosa en 
Crotona

Se desarrolla el estilo de 
Pisístrato hereda el poder 
527
a sus dos hijos
  c. 525 la figura roja en la 
cerámica

Persia se apodera de 
520
Jonia
 

Asesinan al hijo mensor 
514
de Pisístrato
 

Expulsan al otro hijo de 
510
Pisístrato
 

El tirano Clístenes toma 
el poder e inicia el 
507
camino hacia la 
 
democracia

 
  Guerra con Persia c. 500 El filósofo Heráclito
500
Los griegos Jonia se 
499
revelan contra Persia
  c. 500 El filósofo Parménides

494 La rebelión jonia fracasa  
Temístocles, arconte de 
493 Atenas, fortifica el puerto   
del Pireo

Darío de Persia ataca la 
490
tierra firme de Grecia.
 

Esquilo gana su primera 
  484 victoria en el festival de 
drama de AtenaS

Una mina de plata 
483 permite a atenienses   
agrandar su flota

— 79 — 
Denes Martos Los Espartanos

Los estados griegos, bajo  Los sofistas Protágoras 
c. 
481 la dirección de Esparta,    481—11
de Abdera,Prodico de 
se juntan contra Persia Julis y Hipias de Elis

Griegos derrotados en 
La Acrópolis es destruida 
480 las Termópilas y    480
por los persas
victoriosos en Salamina

Grecia gana la guerra a 
479
Persia
    Arte Clásico

c.480— El escultor Mirón trabaja 
  El Imperio Ateniense   45 en Atenas

Atenas forma la Liga de 
478 Delos con otras ciudades   
griegas

El dramaturgo Esquilo 
  472
produce Los Persas

La Liga de Delos  El draturgo Sófocles 
468 destruye la nueva flota    468 introduce más de dos 
persa actores en la tragedia

Sófocles gana a Esquilo 
  468 en competencia 
dramática

Esquilo presenta su Siete 
  467
contra Tebas

Efialtes y Pericles 
El filósofo Anaxágoras 
462 ahondan las reformas    462
llega a Atenas
democráticas en Atenas 

c. 460 Nace Hipócrates

  c. 460 El filósofo Empédocles

Crece rivalidad entre 
459
Atenas y Esparta
 

Murallas para proteger a  Esquilo produce su 
457
Atenas
  458
Orestíada

Se termina el Templo de 
457 Atenas conquista Beocia   456
Zeus en Olimpia

El tesoro de la Liga de 
Se presenta la primera 
454—3 Delos pasa de Delos a    455
tragedia de Eurípides
Atenas

451 Se restringe la   
ciudadania ateniense. Se 

— 80 — 
Denes Martos Los Espartanos

introduce el pago a los 
jurados

El Imperio Ateniense está 
c. 448
establecido
 

Derrota ateniense en  Ictinus y Calícrates 
447 Coronea comienza su    447 diseñan el Partenón y 
caída comienzan a construirlo

El poeta Píndaro escribe 
  446 su última oda (de las que 
conocemos)

Se declara Paz de 
445 Treinta años entre   
Atenas y Esparta

Protágoras, sofista, 
redacta constitución para 
444
la colonia ateniense en 
Turii, al sur de Italia

Sófocles produce tu 
  442 o 1
Antígona

La Atenea de Fidias es 
  438
consagrada

Fidias termina sus 
  432 esculturas en los frisos 
del Partenón

  Guerra del Peloponeso  
Comienza la Guerra del 
Eurípides produce su 
431 Peloponeso entre    431
tragedia Medea
Esparta y Atenas

Sófocles produce su 
429 Muere Pericles   429—27
Edipo Rey

El sosfista Trasímaco 
  c. 427
aparece en Atenas

El historiador Tucídides 
  424 es nombra general 
ateniense

La guerra se interrumpe  Aristófanes presenta sus 
423
por un año
  423
Nubes

Atenienses derrotados en 
422
Anfípolis
 

— 81 — 
Denes Martos Los Espartanos

421 Se declara paz temporal  
419 Atenas renueva la guerra  
Atenas derrotada en la 
418
batalla de Mantinea
 

La flota ateniense, bajo 
Alcibiades, navega contra 
Eurípides presenta sus 
415 Siracusa en Sicilia, pero    415
Mujeres Toyanas
Albiades se pasa al 
bando de Esparta

Aristófanes produce su 
  414
comedia Los Pájaros

Atenas pierde la batalla  Se presenta la Electra de 
413
naval de Siracusa
  413
Eurípides

Atenas pierde su  Aristófanes produce su 
411
democracia.
  411
Lisístrata

Se termina el Erecteum 
  409—6
en la Acrópolis

La flota ateniense es  Se presentan Las Ranas 
405
destrozada en Tracia
  405
de Aristófanes

El sofista Critias 
Atenas se rinde ante  encabeza el gobierno 
404
Esparta
  404
ateniense de Treinta 
promovido por Esparta

 
Supremacía de 
 
Esparta
Esparta guerrea 
404—37 esporádicamente contra 
1 otras ciudades griegas y 
 
contra Persia

Trasíbulo devuelve la 
403
democracia a Atenas
 

Sófocles produce su 
  401
Edipo en Colono

El historiador Jenofonte 
  401 conduce la retirada 
desde Cunaxa

Sócrates es condenado a 
  399
muerte y muere

— 82 — 
Denes Martos Los Espartanos

Platón comienza a 
  385
enseñar en Atenas

382 Esparta toma Tebas  
Isócrates llama a la unión 
  380 de Grecia en sus 
Panegyricus

Espartanos expulsados 
379—8
de Tebas
 

Alianza de Esparta y 
378
Tebas
 

Esparta derrotada por su 
371
exaliada Tebas
 

Imperio Macedonio  
Filipo, rey de Macedonia, 
359
expande su reino
 

  350 El escultor Praxiteles

Aristóteles comienza a 
  343 ser tutor de Alejandro en 
Macedonia

El orador Demóstenes 
338 Filipo domina Grecia   338 incita a Atenas a dirigir la 
lucha contra Macedonia

Filipo asesinado. Le 
336
sucede su hijo Alejandro
 

Alejandro extiende el  Aristótles funda su 
335
domino macedonio
  335
escuela en Atena

Alejandro monta 
334
expedición contra Persia
 

Se levantan estatuas de 
Alejandro entra a  Esquilo, Eurípides y 
330 Persépolis y avanza más    330 Sófocles en el nuevo 
dentro de Asia Teatro de Dionisio en 
Atenas

Alejandro muere en 
Babilonia. Sus 
323
suscesores comienzan a 
 
repartirse el imperio

— 83 — 
Denes Martos Los Espartanos

Las Termópilas según Heródoto 
HERÓDOTO, Historia, VII 219—228 (selección), traducción de C. Schrader, Biblioteca Clásica 
Gredos, Madrid, 1985. 
 
Se lo suele llamar "padre de la Historia". Heródoto (ca. 485—425 a.C.) nació en
Halicarnaso, en la costa suroccidental de Asia Menor. Viajó a Egipto, Fenicia,
Mesopotamia y Escitia, y residió en la Atenas de Pericles, donde participó en el
444/443 a.C. de la expedición destinada a fundar la colonia de Thurios en Magna
Grecia. Redactó su Historia dedicando cada uno de los nueve libros que
componen a una de las Musas. Es una obra inacabada que abarca desde la época
mítica hasta la Segunda Guerra Médica (479 a.C.). Lo que sigue a continuación es
su relato de la batalla de las Termópilas.
A los griegos que se hallaban en las Termópilas el primero que les anunció que
iban a morir al rayar el día fue el adivino Megistias, pues lo había observado en
las entrañas de las víctimas; posteriormente, hubo asimismo unos desertores que
les informaron de la maniobra envolvente de los persas (esos sujetos dieron la
alarma cuando todavía era de noche); mientras que, en tercer lugar, lo hicieron
los vigías, que bajaron corriendo de las cumbres cuando ya alboreaba el día.
Los griegos, entonces, estudiaron la situación y sus pareceres discreparon: unos
se negaban a abandonar la posición, en tanto que otros se oponían a ese plan.
Finalmente, los efectivos griegos se separaron y mientras que unos se retiraron,
dispersándose en dirección a sus respectivas ciudades, otros se mostraron
dispuestos a quedarse allí con Leónidas (...)
Entretanto, al salir el sol, Jerjes efectuó unas libaciones y, tras aguardar cierto
tiempo, poco más o menos hasta la hora en la que el ágora se ve concurrida, inició
finalmente su ataque (pues era eso precisamente lo que le había recomendado
Epialtes, ya que para bajar desde la montaña se necesitaba menos tiempo, y el
trecho a salvar era mucho más corto que para subir a ella dando un rodeo).
Los bárbaros de Jerjes se lanzaron, pues, al asalto y, en aquellos instantes, los
griegos de Leónidas, como personas que iban al encuentro de la muerte, se
aventuraron, mucho más que en los primeros combates, a salir a la zona más
ancha del desfiladero. Durante los días precedentes, como lo que se defendía era
el muro que protegía la posición, se limitaban a realizar tímidas salidas y a
combatir en las zonas más angostas. Pero en aquellos momentos, trabaron
combate fuera del paso y los bárbaros sufrieron cuantiosas bajas, pues, situados
detrás de sus unidades, los oficiales, provistos de látigos, azotaban a todo el
mundo, obligando a sus hombres a proseguir sin cesar su avance. De ahí que
muchos soldados cayeran al mar, perdiendo la vida, y muchísimos más perecieron
al ser pisoteados vivos por sus propios camaradas; sin embargo, nadie se
preocupaba del que sucumbía. Los griegos, como sabían que iban a morir debido
a la maniobra envolvente de los persas por la montaña, desplegaron contra los
bárbaros todas las energías que les quedaban con un furor temerario.
Llegó, finalmente, un momento en que la mayoría de ellos tenían ya sus lanzas
rotas, pero siguieron matando a los persas con sus espadas. En el transcurso de
esta gesta cayó Leónidas, tras un heroico comportamiento, y con él otros
destacados espartiatas, cuyos nombres he conseguido averiguar, ya que fueron

— 84 — 
Denes Martos Los Espartanos

personajes dignos de ser recordados, y, asimismo, he logrado averiguar, en su


totalidad, los nombres de los trescientos.
Como es natural, allí también cayeron muchos persas de renombre, entre quienes,
concretamente, se contaban dos hijos de Darío, Abrócomas e Hiperantes, a
quienes el monarca tuvo con la hija de Artanes, Fratagune. (Artanes era hermano
del rey Darío, e hijo de Histaspes y nieto de Arsames; y, cuando le dio a Darío la
mano de su hija, de paso la dotó con la totalidad de su hacienda, dado que la
muchacha era su única descendencia.)
Como digo, allí cayeron luchando dos hermanos de Jerjes. Por el cadáver de
Leónidas se suscitó una encarnizada pugna entre persas y lacedemonios, hasta
que los griegos, merced a su valentía, lograron hacerse con él y en cuatro
ocasiones obligaron a retroceder a sus adversarios.
Esa fase de la batalla se prolongó hasta que se presentaron los persas que iban
con Epialtes; pues, cuando los griegos se percataron de que dichos efectivos
habían llegado, la lucha cambió radicalmente de aspecto: los griegos se batieron
en retirada hacia la zona más estrecha del paso y, después de rebasar el muro,
fueron a apostarse sobre la colina todos ellos juntos a excepción de los tebanos.
(La colina está a la entrada, donde en la actualidad se alza el león de mármol
erigido en honor de Leónidas.) En dicho lugar se defendían con sus dagas quienes
tenían la suerte de conservarlas todavía en su poder, y hasta con las manos y los
dientes, cuando los bárbaros los sepultaron bajo una lluvia de proyectiles, ya que
unos se lanzaron en su persecución y, tras demoler el muro que protegía la
posición, los hostigaban de frente, mientras que otros, después de la maniobra
envolvente, los acosaban por todas partes (...)
Los griegos fueron sepultados en el mismo lugar en que cayeron, al igual que
quienes murieron antes de que se retiraran los que habían sido autorizados a ello
por Leónidas, y sobre sus tumbas figura grabada una inscripción que reza así:
Aquí lucharon cierto día, contra tres millones,
cuatro mil hombres venidos del Peloponeso.
Como digo, esta inscripción hace referencia a la totalidad de los caídos, mientras
que a los espartiatas en particular se refiere esta otra:
Caminante, informa a los lacedemonios
que aquí yacemos por haber obedecido sus mandatos.

La batalla de Salamina según Esquilo 
ESQUILO, Los Persas, vv. 353—433 y 447—470, traducción de B. Perea, Biblioteca Clásica 
Gredos, Madrid, 1993. 

Hijo de un terrateniente, el poeta Esquilo (Eleusis, 525/524 ‚ Sicilia, 456 a.C.)


combatió contra los persas como hoplita. La primera representación de uno de
sus dramas tuvo lugar en Sicilia, hasta donde viajó en varias ocasiones y donde
murió. De sus noventa obras sólo nos han llegado siete tragedias: Los Persas,
Prometeo encadenado, Los Siete contra Tebas, Las suplicantes, la Orestíada (una

— 85 — 
Denes Martos Los Espartanos

trilogía) y fragmentos de sus sátiras. Lo que sigue es un pasaje de Los Persas en el


cual un mensajero relata la batalla de Salamina.
Comenzó, Señora, todo el desastre, al aparecer, saliendo de algún sitio, un genio
vengador o alguna perversa deidad. Sí; vino un hombre griego del ejército de los
atenienses y dijo a tu hijo Jerjes que, a la llegada de la oscuridad de la negra
noche, no permanecerían allí los griegos, sino que saltarían a los barcos de
remeros que tienen las naves y cada cual por un sitio distinto, procurando
ocultarse al huir, intentarían salvar la vida. Él, inmediatamente que lo hubo oído,
sin advertir el engaño del hombre griego ni tampoco la envidia de los dioses,
comunicó esta orden a todos los que eran capitanes de barco: cuando dejase el sol
de alumbrar con sus rayos la tierra y las tinieblas ocuparan el sagrado recinto del
cielo, formaran en tres líneas el grueso de la escuadra y el resto de las naves
dispusieran en círculo alrededor de la isla de Ayante, con la finalidad de evitar la
salida de barcos enemigos y vigilar las rutas rugientes por el oleaje; así, si
intentaban los griegos esquivar su funesto destino, una vez que hallaran un medio
de huir con las naves sin que se advirtiera, tenían a su alcance el dejar sin cabeza
a todo enemigo. Tan graves órdenes Jerjes dictó por haberse dejado llevar de su
corazón confiado en exceso, pues no sabía el porvenir que le iba a llegar de los
dioses.
Ellos, entonces, no con espíritu de indisciplina, sino con alma dócil al jefe,
estuvieron haciendo la cena y los marineros atando los remos a los escálamos,
que a los toletes bien se ajustaban. Pero, cuando la claridad del sol se extinguió y
ya la noche se estaba acercando, todo marino señor de remo fue entrando en su
nave y también todo el que había de luchar con las armas. En cada larga nave los
bancos de remeros iban animándose entre sí, y todos navegaban en el puesto
asignado, y a lo largo de toda la noche los jefes de las naves hicieron que toda la
gente marinera preparase la travesía.
La noche avanzaba, pero la escuadra griega no hacía una salida furtiva por ningún
sitio. Pero después que el día radiante, con sus blancos corceles, ocupó con su luz
la tierra entera, en primer lugar, un canto, un clamor a modo de himno,
procedente del lado de los griegos, profirió expresiones de buenos augurios que
devolvió el eco de la isleña roca. El terror hizo presa en todos los bárbaros,
defraudados en sus esperanzas, pues no entonaban entonces los griegos el sacro
peán como preludio para una huida, sino como quienes van al combate con el
coraje de almas valientes. La trompeta con su clangor encendió el ánimo de todos
aquéllos. Inmediatamente con cadenciosas paladas del ruidoso remo golpeaban
las aguas profundas del mar, al compás del sonido de mando. Rápidamente todos
estuvieron al alcance de nuestra vista.
La primera, el ala derecha, en formación correcta, con orden, venía en cabeza. En
segundo lugar, la seguía toda la flota. Al mismo tiempo podía oírse un gran
clamor: "Adelante, hijos de los griegos, libertad a la patria. Libertad a vuestros
hijos, a vuestras mujeres, los templos de los dioses de vuestra estirpe y las tumbas
de vuestros abuelos. Ahora es el combate por todo eso".
En verdad que de nuestra parte se les oponía el rumor de la lengua de Persia. Ya
no era tiempo de andarse con dilaciones. Inmediatamente una nave clavó en otra
nave su espolón de bronce. Inició el ataque una nave griega y rompió en pedazos

— 86 — 
Denes Martos Los Espartanos

todo el mascarón de la popa de un barco fenicio. Cada cual dirigía su nave contra
otra nave. Al principio, con la fuerza de un río resistió el ataque el ejército persa;
pero, como la multitud de sus naves se iba apelotonando dentro del estrecho, ya
no existía posibilidad de que se ayudasen unos a otros, sino que entre sí ellos
mismos se golpeaban con sus propios espolones de proa reforzados con bronce y
destrozaban el aparejo de remos completo.
Entretanto, las naves griegas, con gran pericia, puestas en círculo alrededor, las
atacaban. Se iban volcando los cascos de las naves, y ya no se podía ver el mar,
lleno como estaba de restos de naufragios y la carnicería de marinos muertos. Las
riberas y los escollos se iban llenando de cadáveres. Cuantas naves quedaban de la
armada bárbara todas remaban en pleno desorden buscando la huida. Los
griegos, en cambio, como a atunes o a un copo de peces, con restos de remos, con
trozos de tabla de los naufragios, los golpeaban, los machacaban. Lamentaciones
en confusión, mezcladas con gemidos, se iban extendiendo por alta mar, hasta
que lo impidió la sombría faz de la noche.
El inmenso número de males, aunque durante diez días estuviera informando de
modo ordenado, no podría contártelo entero, pues, sábelo bien, nunca en un solo
día ha muerto un número tan grande de hombres (...)
Ante la isla de Salamina hay un islote carente de puertos para las naves, que Pan,
el dios amante de los coros, protege con su presencia a la orilla del mar. Allí los
había enviado Jerjes con la intención de que, cuando los enemigos derrotados
salieran de las naves y procuraran ponerse a salvo en la isla, dieran muerte al
ejército griego caído en sus manos y salvaran, en cambio, a los suyos de las
corrientes del mar. ¡Mal adivinaba el futuro! Pues, cuando un dios hubo
concedido a los griegos la gloria de la victoria del combate naval, el mismo día,
tras guarnecer sus cuerpos de armas defensivas de bronce excelente, fueron
saltando desde las naves y rodeando toda la isla, de tal modo que no era posible a
los persas hallar un lugar al que dirigirse y eran golpeados por lluvia de piedras
tiradas a mano, y, por los dardos que les caían impulsados por la cuerda del arco,
fueron pereciendo. Y al final, se lanzaron contra ellos con unánime gritería y los
golpearon, destrozaron los miembros de los infelices hasta que del todo les
quitaron a todos la vida.
Jerjes prorrumpió en gemidos al ver el abismo de su desastre, pues tenía un sitial
apropiado para ver al ejército entero, una alta colina en la cercanía del profundo
mar. Rasgó sus vestidos, gimió agudamente y, enseguida, dio una orden a sus
fuerzas de a pie y se lanzó a una huida desordenada. Tal es el desastre que puedes
llorar junto al anterior.

La rendición de las ciudades griegas
La costumbre persa de exigir una ofrenda consistente en "tierra y agua" de
pueblos sojuzgados se conoce gracias a la ​Historia​de Heródoto. La simbología
tienta a imaginar que quienes se rendían lo ofrecían todo: las tierras y las aguas
que les garantizaban el diario sustento. En otras palabras: la rendición era
incondicional y el rey persa tenía el poder de garantizar la vida a sus súbditos. El
hecho es que recién después de la entrega de tierra y agua, y la aceptación de la

— 87 — 
Denes Martos Los Espartanos

superioridad persa, podían comenzar las negociaciones acerca de obligaciones y


beneficios.
Heródoto menciona a varias "naciones" y pueblos que entregaron tierra y agua a
los embajadores del gran rey, como — por ejemplo — durante la campaña de
inscripción Daiva​
Jerjes (480 AC) — los Tesalios y los Beocios. En la ​ , Jerjes
anuncia con orgullo que reinaba por sobre "​los Yaunâ (Griegos) que moran a este
lado del mar y los que moran al otro lado del mar​ ".
No menos interesante es la rendición de los atenienses en el 507 AC. En ese
momento estaban siendo sitiados por los espartanos y sus aliados. En un recurso
desesperado, Clístenes, el líder ateniense, se rindió al sátrapa persa de Lidia,
Artafernes. Sin embargo, para cuando los embajadores volvieron a Atenas, los
espartanos habían sido derrotados y los atenienses pretendieron afirmar que
jamás se habían rendido.
Los macedonios se rindieron a los persas en dos ocasiones: en el 513 y en el 492.
El rey persa Darío pudo afirmar legítimamente en la inscripción de su tumba
ubicada en Naqš—i—Rustam, que había conquistado a los ​ Yaunâ takabarâ​ , es
decir: a "los griegos que usan sombreros contra el sol"; una referencia a los
sombreros macedionios de la época. Los macedonios fueron entusiastas
participantes de la campaña de de Jerjes contra los griegos y no deja de ser
sorprendente que, medio siglo más tarde, Alejandro Magno pudiese lanzar una
campaña contra Persia como una venganza por la ocupación persa.
Notable, en todo caso, es que Heródoto utilice la expresión "tierra y agua"
exclusivamente en un contexto griego y macedonio. (La excepción a esto la
constituye sólo el pasaje de 4.126—127 que, con alta probabilidad, es una parte de
Historia​
la ​ casi completamente ficticia). En consecuencia es imposible establecer
con certeza si la exigencia de tierra y de agua constrituyó una práctica común
Yaunâ​
entre los persas, o bien sólo fue una manera de tratar a los ​ .
Earth and water​
Cf.Amélie Kuhrt, "​ " en: A. Kuhrt and H. Sancisi—Weerdenburg (ed.), 
Achaemenid History III​
 (1988 Leiden)

Crítica de Aristóteles a la institución de los éforos
"La institución de los éforos también es defectuosa. Aunque éstos constituyen la
primera y más poderosa de las magistraturas, todos salen de las clases inferiores
de los espartanos; y así ha resultado que tan eminentes funciones han caído en
manos de gente pobre que se ha vendido a causa de su miseria. Pueden citarse
muchos ejemplos antiguos; pero lo que ha pasado en nuestros días, con ocasión
de los Andrias, lo prueba bastante. Algunos hombres ganados con dinero han
arruinado al Estado en cuanto han podido. El poder ilimitado y hasta tiránico de
los éforos ha precisado a los mismos reyes a hacerse demagogos. La constitución
recibió así un doble golpe, y la aristocracia debió dejar su puesto a la democracia.
Debe reconocerse, sin embargo, que esta magistratura puede dar estabilidad al
gobierno. El pueblo permanece tranquilo cuando tiene participación en la
magistratura suprema; y este resultado, ya sea el legislador el que lo produzca, ya
sea obra del azar, no es menos ventajoso para la ciudad. El Estado no puede
encontrarse bien sino cuando de común acuerdo los ciudadanos quieren su

— 88 — 
Denes Martos Los Espartanos

existencia y su estabilidad. Pues esto es lo que sucede en Esparta; el reinado se da


por satisfecho con las atribuciones que le han concedido; la clase superior lo está
por los puestos que ocupa en el senado, la entrada en el cual se obtiene como un
premio a la virtud; y, en fin, lo está el resto de los espartanos por la institución de
los éforos, que descansa en la elección general.
Pero si era conveniente someter al sufragio general la elección de los éforos, debió
adoptarse un método menos pueril que el actual. Por otra parte, como los éforos,
no obstante proceder de las clases más humildes, deciden soberanamente las
cuestiones más importantes, hubiera sido muy bueno no fiarse a su juicio
arbitrario, y sí someterlos a reglas estrictas y leyes positivas. En fin, las mismas
costumbres de los éforos no están en armonía con el espíritu de la constitución,
porque son muy relajadas, mientras que los demás ciudadanos están sometidos a
un régimen que podría tacharse más bien de excesivamente severo, y al cual los
éforos no tienen el valor de someterse, y así eluden la ley entregándose en secreto
a toda clase de placeres".
Cf. Aristóteles "Política" Libro 2 — Cap. VI)

Poesía de Esparta y sobre Esparta
"​
Esparta, la fulgurante ciudad a las orillas sembradas de juncos del 
Eurotas​ " 
Teognis de Megara
 
INTRODUCCIÓN
La cruel depredación del tiempo no ha sido amable para con los griegos. Guerra,
saqueo, fuego, terremoto, robo y fanatismo religioso han conspirado
conjuntamente con el normal decaimiento de los siglos para robarnos la mayor
parte de lo que fue escrito por los antiguos; y la poesía no ha escapado a este
destino. Nos ha quedado muy poco, algunas veces sólo fragmentos de obras
mayores. Esparta no es recordada por su literatura, contrariamente a Atenas,
pero de ninguna manera fue tan culturalmente atrasada como se la ha retratado.
Hubo un florecimiento de las artes, tan excelsas como cualquier otra en Grecia,
antes que el rigor del sistema de Licurgo y su conservativismo correlativo
aminorara la creatividad nativa de Esparta y desalentara a los poetas errantes
buscadores de patrocionio. Y aún así, los espartanos aprendieron su Homero,
celebraron los versos guerreros de Tirteo, y fueron felicitados por sus
contemporáneos por la belleza de sus himnos religiosos y sus cantos corales. Si
más de estos hubieran sobrevivido, nuestra visión de los espartanos sería más
favorable, con total certeza.
La selección que sigue a continuación, o bien está tomada de las obras de poetas
laconios conocidos y probables, o bien se trata de obras que fueron escritas sobre
temas espartanos. La traducción que he intentado hacer aquí al castellano — con
mi mejor conciencia y (¡limitada!) ciencia — está basada en originales ingleses
provenientes de varias fuentes, especialmente de Barnstone and Lattimore,

— 89 — 
Denes Martos Los Espartanos

publicadas en la página Web de Kevin Marshall


(​
http://uts.cc.utexas.edu/~sparta/topics/poetry.htm​
).
  
LAS GUERRAS CONTRA PERSIA
Simónides de Creos (c. batalla de las Termópilas) 
 
Epitafio para los espartanos que murieron en las Termópilas 
(Existe la posibilidad de que esto haya sido incorrectamente atribuido a
Simónides.)
Ve extranjero y dile a los espartanos
que aquí hemos caído, obedeciendo sus mandatos.

Sobre quienes murieron con Leónidas 
Leónidas, rey de los abiertos campos de Esparta,
quienes contigo fueron abatidos yacen, famosos, en sus tumbas
porque atacaron, soportando el asalto directo
de innumerables persas con sus rápidos corceles y sus flechas.
 
Epitafio para la tumba de Leónidas  
(en Esparta, sobre la cual se había erigido a un león de piedra.) 
Soy la más valiente de las bestias,
y al más valiente de los hombres es a quien custodio,
erguido aquí sobre esta tumba de piedra.
 
A quienes murieron en las Termópilas 
Para quienes en las Puertas de Fuego sucumbieron
plena de gloria es el hado y justo el destino.
Un altar es su sepulcro. Su memoria no borraron
los lamentos. A su suerte un canto eterno erigieron
las alabanzas. A una página como ésta
no hay ni evento ni ávidos tiempos
capaces de sepultarla.
Esta tumba de valientes tiene por morada,
de la Hélade, la gloria justamente conquistada.
Y testigo es Leonidas, otrora rey de Esparta,
que tras de si dejó una diadema
de extraordinario valor y eterna fama.

A los espartanos caídos en Platea 
Sobre su tierra, estos hombres un altar de gloria han dejado,
refulgente bajo cualquier clima,
cuando por las negras tinieblas de la muerte
quedaron envueltos en manto sempiterno.
Pero, a pesar de muertos, no han muerto.

— 90 — 
Denes Martos Los Espartanos

porque su coraje los eleva, gloriosos,


hasta de las moradas del mismo infierno
 
El Oráculo de Delfos sobre la batalla de las Termópilas
¡Oh vosotros los hombres que moráis en las calles
de la amplia Lacedemonia!
O bien vuestra gloriosa ciudad será saqueada
por los hijos de Persia,
o bien, en compensación, toda Laconia habrá de lamentar
la pérdida de un rey.
Un descendiente del gran Heracles.
Pues Jerjes, poderoso como Zeus, no puede ser resistido
ni por el coraje de toros, ni por el de leones.
Lidiad como queráis. Nada habrá
capaz de detenerlo
hasta que no obtenga la presa que desea:
vuestro rey o vuestra ciudad.
 
OTRAS OBRAS
Tirteo de Esparta (c. 630 AC)

Fronteras 
Deberías alcanzar los límites de la virtud
antes de cruzar las fronteras de la muerte.

Coraje 
Ningún hombre su valía en la guerra ha demostrado
antes soportar el enfrentamiento con la sangre y la muerte,
cerca del enemigo y luchando con sus propias manos.
Aquí es donde está el coraje, la posesión humana más preciada,
aquí está el premio más noble que un joven hombre le es dado.
Y sucede algo bueno, que con él comparten su ciudad y su gente,
cuando un hombre se planta junto a las lanzas de quienes están al frente,
impávido, todo pensamiento de cobarde huida olvidado,
y con un corazón tenaz, perseverante y bien templado,
aun tiene palabras de aliento para el hombre que lucha a su lado...
 
)
Terpander de Antissa (c. 650 A.C.​
Esparta 
Allí florece la punta de lanza de jóvenes hombres,
allí es dónde la Musa es elocuente;
allí es dónde la Justicia por anchos caminos
le presta su fuerza a acciones de Honor.

— 91 — 
Denes Martos Los Espartanos

Himno a Zeus
Zeus, gestador de todos nosotros;
gobernador de todas las cosas,
Zeus te traigo esta ofrenda:
la génesis de mi canto.
 
Alcaeo de Mitilene (c. 575 A.C.) 
Los muros y la ciudad 
No son las casas de hermosos techados,
ni los muros de piedra permanente.
No son los canales, ni los muelles
los que hacen la ciudad — sino hombres fuertes.
No es ni la piedra, ni la madera, ni el arte
del carpintero. Son los hombres duros,
con espadas y lanzas por baluarte,
que os darán ambas cosas: ciudad y muros
 
)
Píndaro de Tebas (c. 480 A.C.​
Esparta 
Aquí hay consejos de ancianos
y lanzas conquistadoras, y jóvenes espartanos,
y danzas, y Musas, y entusiasmos..
 
 
Alcman de Esparta (c. 625 A.C.)
Las lecciones del hombre 
Experiencia y sufrimiento
son las madres de la sabiduría
A una poetisa 
Afrodita comanda y el amor reina
sobre mi cuerpo y funde mi corazón
por Megalostrata, a quien la dulce Musa
ha dado, de la poesía, el sublime don.
¡Oh la feliz niña de rizos de oro!
 
POESÍA MODERNA
 
C.P. Cavafy 1863—1933
Termópilas 
Honor a quienes en la vida que llevaron
definieron y defendieron sus Termópilas.
Honor a quienes la rectitud jamás traicionaron;
a quienes, consistentes y justos en todos sus gestos,
supieron también mostrar piedad y grandeza.
— 92 — 
Denes Martos Los Espartanos

Honor a quienes, generosos en la riqueza,


han sido generosos también en la pobreza
manteniéndose generosos con pequeños hechos;
ayudando todavía, incluso con mermada fuerza,
diciendo la verdad con firmeza
mas sin odiar a los que mienten.

Y más honor aún les cabe cuando sienten,


presintiendo (como muchos presienten),
que al final aparecerá un Efialtes para traicionar a su modo,
y que, al cabo del día, los Medos pasarán a pesar de todo.

Sobre la homosexualidad en Esparta​
.
..."Por último, hay un error de concepto frecuente en cuanto a que la sociedad
espartana fue notoriamente homosexual. De un modo curioso, no hay fuentes
contemporánea ni evidencia arqueológica alguna que apoye esta ampliamente
difundida presunción. Jenofonte, la mejor fuente antigua sobre Esparta,
explícitamente niega los ya entonces comunes rumores en cuanto a una muy
extendida pederastia. Aristóteles apuntó que el poder de las mujeres en Esparta
era típica de todas las sociedades militaristas y guerreras sin un fuerte énfasis en
la homosexualidad masculina — concurriendo así a confirmar que en Esparta no
existió este factor — que él considera "positivamente" moderador — sobre el rol
de las mujeres.
No existe alfarería espartana o laconia con motivos explícitamente homosexuales
— como la que hay procedente de Atenas, Corinto y otras ciudades. El primer
poema de amor heterosexual fue escrito por un poeta espartano y dedicado a las
doncellas espartanas. El sólo hecho de que los varones espartanos tendiesen a
casarse jóvenes, considerando las prácticas griegas de la época (a principios o
mediados de los 20 años) sugiere que tuvieron menos tiempo para las aventuras
homosexuales que caracterizaron los comienzos de la edad adulta en el resto de
Grecia.
En verdad, el Estado consideró la soltería como una desgracia y un ciudadano que
no se casaba y que no producía futuros ciudadanos gozó de un status menor que
el hombre que había sido padre. En ninguna otra ciudad de Grecia estuvieron las
mujeres tan bien integradas a la sociedad. Esto habla en contra de una sociedad
en la cual la homosexualidad haya sido excepcionalmente común". ​ — 
http://www.elysiumgates.com/~helena/index.html​
(Cf, Sparta Reconsidered ​  ) 
 
La cita textual de Aristóteles , criticando desde su óptica la fuerte posición de la
mujer en Esparta, es la siguiente: "​ El hombre y la mujer, elementos ambos de la
familia, forman igualmente, si puede decirse así, las dos partes del Estado; de
un lado los hombres, de otro las mujeres; de suerte que, dondequiera que la
constitución ha dispuesto mal lo relativo a las mujeres, es preciso decir que la
mitad del Estado carece de leyes. Esto puede observarse en Esparta; el
legislador, al exigir de todos los miembros de su república templanza y firmeza,

— 93 — 
Denes Martos Los Espartanos

lo ha conseguido gloriosamente respecto a los hombres, pero se ha malogrado


por completo su intento respecto a las mujeres, que pasan la vida entregadas a
todos los desarreglos y excesos del lujo. La consecuencia necesaria de esto es que
bajo semejante régimen, el dinero debe ser muy estimado, sobre todo cuando los
hombres se sienten inclinados a dejarse dominar por las mujeres, tendencia
habitual en las razas enérgicas y guerreras. Exceptúo, sin embargo, a los celtas
y algunos otros pueblos que, según se dice, rinden culto francamente al amor
varonil. Fue una buena idea la del mitólogo que imaginó por primera vez la
unión de Marte con Venus, porque todos los guerreros son naturalmente
inclinados al amor del uno o del otro sexo
Los lacedemonios no han podido evitar esta condición general, y en tanto que su
poder ha durado, sus mujeres han decidido muchos negocios. ¿Y qué más da que
las mujeres gobiernen en persona, o que los que gobiernan lo hagan arrastrados
por ellas? ​
".
(Cf. Aristóteles ​
"Política" Libro 2 Cap.VI​
 )

Bibliografía

Fuentes antiguas​
Hay varios autores antiguos que se han referido a Esparta desde distintos puntos
de vista y diferentes ópticas. Los más importantes son:
Pausanias: ​Guía de Grecia
Jenofonte: ​La Sociedad Espartana
Plutarco:​Sobre Esparta
Heródoto: ​ Las Historias
Tucídides: ​Historia de la Guerra del Peloponeso
:  
Fuentes modernas​
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