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COMPASIÓN, AUTOESTIMA Y EMPATÍA

Adaptado de Patrick Fanning y Matthew McKay por Elia Roca

La esencia de la AE es la compasión hacia ti mismo. Cuando tienes compasión hacia ti


mismo, te entiendes y aceptas. Si cometes un error, te perdonas.
Tienes expectativas razonables acerca de ti mismo. Te fijas metas alcanzables.
Tiendes a verte a ti mismo como una persona básicamente buena.
Tu crítica patológica no puede soportar la compasión.
Cuando tu habla interior es compasiva, tu crítica patológica tiene que callar.
La compasión es una de las armas más potentes que uno tiene para mantener a
distancia a su crítica patológica.
Cuando aprendes a sentir compasión hacia ti mismo, empiezas a experimentar tu
sentimiento de valía, descubres la joya oculta de tu propio valor. El habla interior
autocompasiva puede limpiar el sedimento de daño y rechazo que puede haber
interferido, durante años, tu tendencia natural a aceptarte y quererte a ti mismo.
Veamos qué es la compasión, cómo la compasión hacia ti mismo y hacia los demás
están relacionadas, cómo podemos alcanzarla y presentaremos algunos ejercicios
diseñados para incrementar tu capacidad de ser compasivo.

DEFINICIÓN DE LA COMPASIÓN
La mayoría de las personas consideran la actitud compasiva como un rasgo positivo
de carácter, igual que la honestidad, la lealtad o la espontaneidad. Una persona
compasiva muestra que lo es siendo amable, simpática y útil a los demás.
Pero la compasión es algo más.
No es un rasgo de carácter inmutable. Es una facultad que puede adquirirse si carece
de ella, o mejorarla si ya se tiene.
No es sólo una actitud hacia los demás. Implica también ser amable, simpático y
constructivo con uno mismo.
La compasión incluye tres componentes básicos: comprensión, aceptación y perdón:

Comprensión
Intentar comprender es el primer paso hacia una relación compasiva consigo mismo y
con los demás. Comprender puede cambiar totalmente tus sentimientos y actitudes
hacia ti mismo o hacia el otro.
La comprensión no siempre es fácil. En ocasiones es el resultado de un esfuerzo
constante y sostenido por entender las cosas. Tu decisión de leer este libro es un
ejemplo de aproximación consciente y gradual a la comprensión.
Comprender tus problemas no significa que tengas que solucionarlos inmediatamente,
pero sí que supone un primer paso importante.
Comprender a los demás es principalmente cuestión de escucharles de verdad, en vez
de limitarnos a escuchar la propia versión que tenemos de ellos.
Por ej., en vez de decirte a ti mismo: «¡Qué cotorra! ¿Se callará alguna vez?»,
puedes escuchar cómo te explica tu madre su visita al médico. Hacerle preguntas
sobre sus síntomas y sobre el resultado de sus análisis. Sondear amablemente sus
sentimientos subyacentes. Quizá así comprendas que no sólo se queja de un detalle
concreto. Puede que esté preocupada por envejecer, por la proximidad de la
muerte... Si eres capaz de empatizar y de ofrecerle algún apoyo, en vez de tu
habitual impaciencia, eso os hará sentir mejor a los dos.

Aceptación
La aceptación es quizá el aspecto más difícil de la compasión. La aceptación es un
reconocimiento de los hechos, con suspensión de todos los juicios de valor.. ni
apruebas ni desapruebas: aceptas. Se deja de lado tanto la aversión o el rechazo
como el apego o seudonecesidad.
Por ejemplo, la afirmación «Acepto el hecho de que estoy obeso» no significa «Estoy
obeso y ello me gusta». Significa «Estoy obeso y lo sé. Puede no agradarme. Pero
ahora dejo de lado mis sentimientos, pongo entre paréntesis los juicios de valor y
afronto los hechos como son».
Esto son hechos. Estos hechos han de aceptarse, y no utilizarlos para mortificarme.
La aceptación de los demás supone reconocer los hechos acerca de ellos, despojados
de nuestros juicios habituales.

Perdón
El perdón deriva de la comprensión y la aceptación. Significa aceptar lo pasado como
pasado, reafirmar el respeto a ti mismo en el presente y anticipar un futuro mejor.
Cuando te perdonas por haber gritado a tu pareja, no pasas de bueno a malo ni
olvidas el incidente. Tu rabieta sigue siendo algo reprobable, y recordarás tu error
para poder mejorar en el futuro. Pero dejarás el «caso cerrado» y pasarás a tus
actividades rutinarias sin seguir anclado en el incidente y sentirse mal todo el día.
El verdadero perdón de los demás significa un cierre de cuentas. La persona que te
dañó no te debe ya nada. No está ya en posición de deudor respecto de lo que ha
sucedido.
Has abandonado toda idea de venganza, reparación, restitución o compensación.
Afrontas el futuro con una hoja en blanco entre ambos.

HACIA UNA MENTE COMPASIVA


Comprensión, aceptación y perdón son tres grandes palabras. Pero nadie se vuelve
más comprensivo o indulgente porque lee en algún lugar que ésta es una buena
forma de ser. Los conceptos abstractos tienen escaso efecto sobre la conducta.
Para desarrollar una mente compasiva tienes que comprometerte a cambiar de forma
de pensar. La antigua forma consistía en juzgar y luego rechazar. La nueva forma
exige suspender el juicio unos instantes.
Cuando te enfrentes a una situación que tradicionalmente evaluabas de forma
negativa (Él es egoísta... Yo soy incompetente ...»), puedes utilizar en su lugar una
serie específica de pensamientos que constituyen la respuesta compasiva.

Ejercicio para desarrollar una respuesta compasiva


Ante cualquier conducta problemática, propia o ajena, hazte a ti mismo tres
preguntas para comprenderla.
¿Qué necesidad estaba (él, ella, yo) intentando satisfacer con esa conducta?
¿Qué creencias o conocimientos influyeron en esa conducta?
¿Qué dolor, daño u otros sentimientos influyeron en esa conducta?

A continuación, repite tres frases para recordarte que puedes aceptar a una
persona sin acusación o valoración, por muy desafortunados que puedan haber sido
sus conductas. Ejemplo:
Preferiría que no hubiese sucedido, pero solo fue un intento de satisfacer (sus,
mis) necesidades.
Acepto (a él, a ella, a mí) sin valorarlo, juzgarlo ni considerarlo malo por ello.
Por desafortunada que fue (su, mi) decisión, acepto a la persona que la tomó
como alguien que, como todos nosotros, intenta sobrevivir.

Finalmente, dos afirmaciones para recordarte que es el momento de perdonar y dejar


hacer.
Se acabó, puedo dejarlo pasar.
No me debe (o no me debo) nada por ese error.

Intenta memorizar esa secuencia. Comprométete a utilizarla cuando adviertas que te


estás juzgando a ti mismo o a los demás.
Modifícala, si lo deseas, para que el lenguaje utilizado sea el más adecuado para ti.
Pero asegúrate de mantener la actitud básica de la respuesta compasiva:
comprensión, aceptación y perdón.

EL PROBLEMA DE LA VALÍA
Aprender a ser compasivo te ayuda a contactar con tu propio sentido de valía
personal. Pero esta sensación puede ser escurridiza si padeces una baja AE.
En ocasiones, puedes sentir como si no valieses nada. Puede parecer que nadie vale
gran cosa.
¿Qué hace valiosas a las personas? ¿Dónde buscar pruebas de valía? ¿Cuáles son los
criterios?
A lo largo de la historia se han ideado muchos criterios para evaluar la valía del ser
humano.
Los antiguos griegos valoraban la virtud personal y política. Si uno se adecuaba a
los ideales de armonía y moderación y contribuía al orden social, era considerado
valioso y podía gozar de alta AE.
Los romanos de valía tenían que mostrar patriotismo y valor.
Los budistas valiosos se esfuerzan por liberarse de todo deseo. Los artistas
valiosos son los dotados de talento.
Los políticos valiosos son los que tienen poder. Y así sucesivamente.

En nuestra cultura, una respuesta muy común es identificar la valía personal con el
trabajo. Uno es lo que hace, y los demás puestos y profesiones son más o menos
valiosos que el propio. Los médicos son mejor que los psicólogos, éstos son mejores
que los contables, etc.
Dentro de una determinada posición, nuestra cultura sitúa a continuación la valía
basada en los logros. Obtener un aumento, un grado, un ascenso o ganar en una
competición, ayudan a considerarse a sí mismo, o a otro como mas valioso. Adquirir
una buena casa, un coche, mobiliario, una barca, o dar educación universitaria a los
hijos, todo esto influye en la valía que atribuimos a los demás.
Si uno es despedido o cesado, pierde su casa, o desciende de otro modo en la escala
de logros, puede parecer que se reduce su valía. Pierde todos tus activos y se vuelve
una persona socialmente sin valor.
Algo similar puede ocurrir con la edad, considerándonos con menos valía cuando nos
vamos haciendo mayores.

Cuando lo analizamos podemos ver que todos estos criterios para evaluar la valía
personal dependen del contexto cultural. El monje Zen de grandes virtudes carece
totalmente de valor en Wall Street. El muy reputado agente de cambio y bolsa carece
de valor en las junglas de Borneo. El curandero más poderoso carece de valor en el
sistema sanitario de un país avanzado.

Un ámbito más provechoso al que puedes recurrir es el de tu propia experiencia.


Los criterios culturales de valía más «obvios» se pueden mostrar absurdos cuando los
estudiamos un poco a fondo buscando pruebas a favor o en contra. Por ejemplo, si
los pediatras son más valiosos que las personas que les limpian las ventanas, de ahí
se sigue que los pediatras deberían tener un superior sentido de AE. Todos los
pediatras deberían deleitarse en el plácido resplandor de su AE, mientras que los
limpiaventanas deberían estar buceando en las simas de la desesperación.
Pero no es así. Las estadísticas muestran que la profesión está sólo ligeramente
relacionada con el nivel de AE o de salud mental.
El hecho observable es que hay pediatras y limpiaventanas que se agradan a sí
mismos, y que hay proporciones similares de pediatras y limpiaventanas que no se
agradan a sí mismos.
Algunas personas han resuelto este problema de valía personal y otras no. Si quieres
gozar de una alta AE, tendrás que familiarizarte con el concepto de valía humana.
Cuando llegues a la conclusión de que la solución debe obtenerse fuera de los
criterios culturalmente determinados, esto te dejara cuatro formas de abordar el
concepto de valía para salir con una AE intacta.

AFIRMAR TU VALÍA
La primera forma de afrontar el problema de la valía es invalidar el término. Aceptar
que la valía de una persona es un concepto con una base extremadamente frágil. No
es más que otra etiqueta global. Todos los criterios resultan ser subjetivos,
culturalmente variables y potencialmente lesivos para tu AE.
La idea de identificar un estándar universal de valía es una ilusión tentadora, pero
estamos mejor sin ella. Es imposible determinar la verdadera valía de una persona.
La segunda forma de afrontar el problema de la valía es constatar que hay una valía,
pero que está igualmente distribuida y es inmutable. Todo el mundo al nacer tiene
una valía absolutamente igual a la valía de todos los demás. Le suceda lo que le
suceda en la vida, haga lo que haga o le hagan lo que le hagan, su valía humana no
puede aumentar ni disminuir. Nadie vale más o menos que otro.
Estas dos opciones son funcionalmente equivalentes. Ambas nos liberan de tener que
vivir comparándonos con los demás y haciendo constantes juicios de valor sobre
nuestra valía.
Pero son diferentes. La primera es una especie de agnosticismo práctico: Una persona
puede «valer» o no más que otra, pero este juicio es desesperadamente difícil y
peligroso, y nos negamos a hacerlo.
La segunda opción está más en línea con la enseñanza religiosa occidental tradicional,
y determina un «sentimiento» reconfortante e inefable acerca de la valía intrínseca de
la persona, de su carácter especial, más afín a los ángeles que a los animales.
Para fomentar la AE las dos opciones pueden ser útiles.
La tercera opción es diferente de las dos primeras sin negar a ninguna de ellas. Esta
opción se basa en reconocer tu propia experiencia interior de valía.
Quizá recuerdes una época o unos momentos en los que te sentiste bien contigo
mismo, en que tu valía humana te parecía obvia y tenías una buena dosis de AE.
Recuerda el sentimiento de estar bien, a pesar de tus fallos y fracasos, a pesar de las
opiniones de los demás, etc.
Lo esencial es admitir que tienes una valía personal, según sientes en tu propia
experiencia interior, por breve y ocasional que haya sido. tu valía es como el sol, que
siempre brilla, aun cuando esté nublado y no pueda verse. No puedes evitar su
resplandor, sólo puedes permanecer en la sombra mientras tu autocrítica negativa te
llene de nubes de confusión.
La cuarta forma de afrontar el problema de la valía es cultivar ese sentimiento
habituándote a verte a ti mismo a través de la lente de la compasión: la compasión
reconoce, acepta y siente la esencia de tu carácter de ser humano.

¿Cómo te ves a ti mismo?


En primer lugar vives en un mundo en el que tienes que luchar constantemente para
satisfacer tus necesidades básicas, o de lo contrario morirías... Tienes que procurarte
alimentos, vivienda, apoyo emocional, reposo y ocio. Casi toda tu energía se aplica a
estas áreas básicas de necesidades... Haces lo que puedes, dados tus recursos.
Las estrategias que tienes para satisfacer tus necesidades están limitadas de muchas
formas: por lo que sabes e ignoras, por tus condicionamientos, tu constitución, tu
historia de aprendizajes y hábitos automáticos, el grado de apoyo que recibes de los
demás, tu salud, tu sensibilidad al dolor y al placer, etc.
Y a través de toda esta lucha para sobrevivir eres consciente de que tus facultades
físicas e intelectuales han de deteriorarse inevitablemente, y de que, a pesar de todos
tus esfuerzos, tendrás que morir un día.
En el curso de tu lucha por la supervivencia cometes muchos errores, por los que a
veces obtienes consecuencias penosas.
A menudo sientes miedo, a veces por peligros reales de una vida incierta, en la que
las pérdidas, los daños diversos y el dolor pueden azotarte en cualquier momento.
A pesar de todo ello, sigues buscando todo el sustento físico y emocional que puedes.
Esto último es esencial: sigues luchando. Frente a todo el dolor, pasado, presente y
futuro, sigues luchando. Planificas, resistes, decides. Sigues viviendo y sintiendo.
Solo por esta lucha constante ya tienes una valía muy real. Esa lucha es la fuerza, la
energía vital que te impulsa a esforzarte por vivir y por desarrollarte.
El grado de éxito que obtengas en esa lucha es irrelevante. También es irrelevante tu
aspecto, o la cantidad de alimentos físicos o psicológicos que obtengas. Lo único que
cuenta es el esfuerzo que haces por sobrevivir, y la fuente de tu valía es ese
esfuerzo.
Esta forma de verte a ti mismo favorece la autoaceptación incondicional. Nada de lo
que uno hace en el empeño por sobrevivir es malo. Las diferentes estrategias que
utilizamos cada uno son más o menos efectivas, dolorosas o satisfactorias. A pesar de
tus errores, estás haciendo una buena tarea, porque es la mejor que puedes hacer.
Tus errores y las consecuencias negativas que se deriven de ellos, te irán enseñando
a hacer las cosas cada vez mejor.
Es posible aceptar todo lo que uno hace sin valoración, porque durante toda nuestra
vida estamos implicados en esta lucha inevitable.
Puedes perdonarte y dejar pasar tus fracasos y errores porque ya has pagado por
ellos. Por nuestra propia constitución, no siempre conocemos el mejor camino, e
incluso conociéndolo, podemos no tener los recursos necesarios para seguirlo. Pero tu
valía no depende de tus aciertos. Tu valía radica en que eres un ser humano y que
puedes seguir vivo a pesar de la enorme dificultad de la lucha por la supervivencia.

COMPASIÓN POR LOS DEMÁS


La compasión para ser autentica y completa tiene que orientarse tanto a uno mismo
como a los demás.
Algunas personas pueden considerar más fácil comprender, aceptar y perdonar a los
demás que comprenderse, aceptarse y perdonarse a ellas mismas. Otras pueden
sentir que les resulta más fácil sentir compasión por ellas mismas, pero que le cuesta
aceptar los fallos de los demás.
Afortunadamente, estas actitudes se pueden ir cambiando. Además, cada una de ellas
favorece a la otra: sentir una mayor compasión por los demás facilita el sentimiento
de compasión por uno mismo. Y sentir una mayor compasión por uno mismo,
aceptándose incondicionalmente, también ayuda a tener una actitud más compasiva
hacia los demás.
La Regla de Oro actúa tanto en forma directa como inversa: «Ama a tu prójimo como
a ti mismo» o «Ámate a ti mismo como a tu prójimo».
Si quererte a ti mismo te parece demasiado difícil, empieza por cultivar tu compasión
por los demás. Cuando te hayas habituado a comprender, aceptar y perdonar
auténticamente los fallos de los demás, tus propios errores no te parecerán tan
rechazables. Lo mejor es intentar las dos cosas a la vez. Ser compasivo contigo
mismo y con los demás.

EMPATÍA
La empatía es una clara comprensión de las ideas y sentimientos de otras personas.
Supone escuchar atentamente, formular preguntas, dejar a un lado los propios juicios
valorativos y utilizar la imaginación para comprender el punto de vista del otro, sus
opiniones, sentimientos, motivaciones y puntos de vista. La intuición que se alcanza
mediante la práctica de la empatía lleva naturalmente al proceso compasivo de
comprensión, aceptación y perdón.
La empatía no es
sentir del mismo modo que siente el otro (eso suele llamarse simpatía).
actuar de forma tierna y comprensiva (eso es apoyo).
acuerdo o aprobación.
La empatía va más allá de la simpatía, el apoyo, el acuerdo y la aprobación.
Una verdadera empatía es el antídoto definitivo a la ira y el resentimiento.
Recuerda que el principal determinante de la ira son tus pensamientos, no las
acciones de los demás. Cuando te tomas el tiempo necesario para comprender
minuciosamente los pensamientos y motivaciones de los demás, se cortocircuitan tus
ideas irracionales mantenedoras de la ira.
Si mantienes una actitud empática eres capaz de comprender la lógica subyacente a
las acciones de los demás. Puedes coincidir o no con esa lógica, pueden gustarte o no
sus acciones, pero las comprendes. Llegas a ver que una verdadera maldad y bajeza
son raras, que la gran mayoría de personas buscan la felicidad o evitan el dolor de la
forma que les parece mejor. Llegas a ver la diferencia entre las acciones y la valía
personal. Eres libre de aceptar los hechos, perdonar y avanzar.

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