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Capítulo 4: Violencia escolar entre iguales (Mª Jesús Cava, Belén Martínez y David
Moreno)
1. Delimitación de la violencia escolar y del bullying
1.1. Protagonistas de la conducta violenta
2. Consecuencias psicosociales de la violencia escolar y del bullying
3. Factores explicativos
4. Estrategias de intervención
4.1. Cambio de actitudes en la comunidad educativa
4.2. Cambios en aspectos organizativos del centro
4.3. Actividades y programas desarrollados en el aula
4.4. Intervención directa ante casos detectados de violencia escolar
Capítulo 11. Desórdenes alimenticios (Juan Carlos Sánchez, María Elena Villarreal
y Lorena Valdivieso)
1. El papel de la psicología en el campo de la salud
2. Psicología y desórdenes alimenticios
3. La concepción de campo en psicología
4. El modelo ecológico de los desórdenes alimenticios
5. Prevalencia de los desórdenes alimenticios
Capítulo 12. Ideación suicida (Juan Carlos Sánchez, María Elena Villarreal y
Gonzalo Musitu)
1. El suicidio desde una perspectiva psicosocial
2. La ideación suicida como primer eslabón del suicidio
3. Factores de riesgo asociados a la ideación suicida
3.1. Ideación suicida y factores psicológicos
3.2. Ideación suicida y factores sociales (contextuales)
UNIDAD I. ADOLESCENCIA Y FAMILIA
CAPÍTULO 1. LA FAMILIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Estefanía Estévez
Teresa I. Jiménez
Para comprender la situación de la familia en el mundo contemporáneo es
necesario realizar un análisis retrospectivo que nos permita comprender la evolución del
concepto a lo largo del tiempo, las causas explicativas de las transformaciones
acontecidas en el sistema familiar y la diversidad de definiciones y tipologías familiares
existentes. Este capítulo pretende realizar un acercamiento a esta evolución,
examinando, en primer lugar, qué se ha entendido por familia a lo largo de la historia
hasta confluir en las principales características definitorias de los diversos tipos de
familia existentes hoy en día. Se aportan datos de las principales formas de unión
familiar en España y América Latina para, a continuación, concretar las funciones
básicas que desempeñan estas familias y que se resumen en la función económica,
afectiva o de apoyo, asistencial y de socialización. La función de socialización, por
considerarse como esencial en el ajuste psicosocial de las nuevas generaciones, se
analiza en mayor profundidad destacando las características fundamentales de los estilos
parentales autoritario, autorizativo y permisivo. Finalmente, se incorpora un apartado
donde se examinan nuevos retos a los que se enfrentan las familias actuales, como
compatibilizar situaciones complejas derivadas de un divorcio o la monoparentalidad,
con garantizar la armonía y estabilidad en las relaciones familiares, hacer frente a las
dificultades derivadas de la inestabilidad laboral y económica, o los nuevos enfoques
educativos y de ocio que se demandan como consecuencia de la apertura social al
mundo tecnológico.
1. LA EVOLUCIÓN EN EL ESTUDIO Y DEFINICIÓN DE LA FAMILIA
Aunque la preocupación por el estudio de la familia es, sin duda, anterior al siglo
XX, es a comienzos de este siglo, y en particular durante las décadas de los años 20 y
30 que comienzan a proliferar las publicaciones centradas en el estudio de la familia
como objeto de análisis. Algunas de las aportaciones científicas clásicas que
promovieron el acercamiento al estudio de la familia son, por ejemplo, las publicaciones
de Burgess (1926) con su libro The family as a unity of interacting personalities, de
Cottrell (1933) en su artículo Roles and marital adjustment, Frazier (1939) en The
negro family in United States, o Zimmerman y Frampton (1935) con el libro titulado
Family and society: A study of the sociology of reconstruction. Estos investigadores
comenzaron a examinar el sistema familiar como una institución con valores, conductas,
relaciones y sentimientos particulares, con la convicción de que la investigación
científica podría aportar información práctica relevante para mejorar el ajuste
psicosocial de los integrantes de la unidad familiar.
Desde entonces y a lo largo del siglo XX y XXI, el estudio de la familia y de las
relaciones de parentesco ha sido un tema frecuentemente considerado en las ciencias
sociales que se ha estudiado desde distintas perspectivas de análisis, como la psicología,
la sociología, la historia y la antropología (Bestard-Camps, 1991). Cada una de estas
disciplinas se ha centrado en describir, examinar y comprender diferentes aspectos de la
familia, pero todas ellas han llegado a la conclusión de la exitencia de una gran
dificultad para definir lo que la familia representa, admitiendo que esta representación,
lejos de ser universal, está fuertemente arraigada al momento espacio-temporal que
analicemos. Dicho en otras palabras, un acercamiento conceptual exhaustivo al término
familia requiere de la adopción de una perspectiva histórica y cultural amplia. La
familia no ha significado lo mismo en la edad antigua, en la edad media o en la edad
moderna, como tampoco lo hace en la actualidad en las distintas sociedades. Lo que
entendemos por familia es, por tanto, una idea elaborada a partir de significados
compartidos por las personas que participan un mismo momento histórico y contexto
cultural.
Así, por ejemplo, la elección libre y voluntaria del cónyuge, o la pasión amorosa
en la unión formal entre dos personas, son características que asociamos a la familia de
hoy en día, pero que sin embargo son de carácter muy reciente y que ni siquiera
actualmente están presentes en todas las sociedades. Retrocediendo en el tiempo nos
resulta más fácil ejemplificar este caso si pensamos en las familias hebreas, griegas y
romanas de los primeros siglos de nuestra era. El marcado patriarcado característico de
esa época influía directamente en la formación de uniones matrimoniales, cuyo objetivo
fundamental era asegurar la continuidad de las líneas familiares a través de la
descendencia directa, al margen de si había o no vínculos afectivos de amor en la pareja.
Siglos más tarde, durante la Edad Media, el amor y el matrimonio seguían siendo
conceptos independientes satisfechos en relaciones distintas como el amante o amado, y
el esposo o la esposa con quien se había constituido una unión familiar. A partir del
siglo XVI y durante la Edad Moderna, las relaciones familiares se transforman
profundamente y el vínculo de pareja se torna más íntimo y fundamentado en el
sentimiento, si bien esta revolución fue muy lenta.
No será hasta el siglo XX cuando los cambios industriales, económicos y
sociales, desencadenados inicialmente en contextos urbanos occidentales, conlleven
importantes implicaciones en la liberación de la mujer en las esferas económica,
psicológica y amorosa, con consecuencias de gran relevancia en la consideración de la
familia. La gran revolución de los sentimientos tendrá su apogeo finalmente a mediados
del siglo XX, cuando los conceptos de amor romántico, sexualidad, matrimonio y
familia se unen. A finales del siglo XX acontecen otra serie de transformaciones
importantes asociadas a las relaciones familiares y de pareja, como la legalización del
divorcio o la supresión de la penalización por adulterio y contracepción. En la
actualidad, las familias se caracterizan por su diversidad (por ejemplo, uniones
homosexuales o familias monoparentales voluntarias), pero también por la exigencia de
compromiso mutuo, sinceridad y solidaridad entre sus miembros. Las relaciones
sexuales dentro del matrimonio o unión de pareja ya no se entienden con el fin último
de la reproducción de la especie y se admite ampliamente la búsqueda del placer y el
disfrute amoroso-sexual entre los cónyuges. La mujer ya no depende exclusivamente del
hombre para llegar a la maternidad, puesto que existen técnicas como la reproducción
asistida que permiten la formación de nuevos tipos de familia monoparentales. Y el
matrimonio ha dejado de ser el ritual necesario y exclusivo para culminar la unión de la
pareja, puesto que ahora existen nuevas formas de convivencia integradas en el
concepto actual de unión amorosa y de familia.
Además de estas transformaciones acontecidas en las últimas décadas, existen
otras como consecuencia de cambios demográficos, laborales y económicos, como la
mayor esperanza de vida en Europa y América, la incorporación de la mujer al mundo
laboral o el aumento del promedio de años que los jóvenes permanecen dentro del
sistema educativo formal. Estos aspectos han ejercido una notable influencia en la edad
media para contraer matrimonio, actualmente alrededor de los 30 años en numerosos
países industrializados, en el número de hijos, con tasas que muestran una reducción
significativa, y en la presencia de los hijos en el hogar hasta la juventud e incluso la
madurez, como consecuencia del retraso de la vida en pareja y de las dificultades en el
entorno laboral para conseguir un trabajo estable y con una remuneración aceptable.
Estos son aspectos que repercuten notablemente en el sistema familiar y que
retomaremos posteriormente a lo largo del capítulo.
Estas transformaciones, junto con la diversidad actual de formas familiares, a la
que aludiremos también más adelante, conllevan una dificultad importante para definir
el término familia mediante una sola descripción que pueda abarcar la gran variedad de
agrupaciones familiares existentes en numerosos contextos actuales. La dificultad de
aportar una definición se hace incluso mayor si se pretenden conciliar bajo un mismo
epígrafe tanto las variaciones históricas y culturales, como la realidad contemporánea de
acuerdos de vida conjunta. Hoy en día se ha tomado conciencia de que los cambios
demográficos, sociales, económicos y culturales acontecidos en las últimas décadas han
trastocado el concepto de familia, de modo que la tradicional familia nuclear, como
modelo universal, ya no sirve como único punto de referencia.
Por este motivo, algunos autores plantean que es más correcto referirse a las
‘familias’ en plural como modo de aceptación de la diversidad actual. Aceptar esta
perspectiva supone poner en igualdad a las familias casadas, las cohabitantes, las
adoptivas, las monoparentales, las reconstituidas, etc. La complejidad para establecer
una definición única fundamentada en la estructura o composición familiar también ha
hecho que algunos investigadores opten por definir la familia en base a las funciones
que ésta desempeña. Ahora bien, este punto de vista tampoco ha estado exento de
debate, puesto que las funciones de la familia también han variado histórica y
culturalmente.
1.1. Del concepto clásico al actual
A mediados del siglo XX, en un documento clásico en el estudio de la estructura
familiar titulado Structures elementaires de la parente, su autor Lévi-Strauss (1949)
atribuía a la familia tres características principales: 1) tiene origen en el matrimonio, 2)
está compuesta por el marido, la esposa y los hijos nacidos del matrimonio, y 3) sus
integrantes están unidos por obligaciones de tipo económico, religioso u otros, por una
red de derechos y prohibiciones sexuales y por vínculos psicológicos y emocionales
como el amor, el afecto, el respeto y el temor. Esta definición plantea el problema de
afirmar que la familia tiene origen en el matrimonio, un aspecto cuestionable en
numerosas sociedades y que soslaya ciertas estructuras sociales con una
representatividad creciente como las uniones por cohabitación o las parejas de hecho.
Por otro lado, asumir que la familia debe estar compuesta por un hombre, una mujer y
los descendientes directos de ambos, es una clara renuncia a considerar la adopción de
hijos o las uniones homosexuales dentro de la definición.
La mayoría de definiciones que se han aportado en los trabajos publicados en la
segunda mitad del siglo XX han seguido incluyendo características básicas como la
firma de documentos para la legalización de la unión familiar, o la cooperación en la
crianza y educación de los hijos, como aspectos inherentes a la definición de familiar. Si
bien es necesario señalar que estas características propias de la denominada familiar
nuclear continúan siendo en la actualidad las predominantes en las uniones familiares,
no son las únicas, por lo que es inviable continuar sosteniendo tales descripciones, si
pretendemos analizar la familia en toda su complejidad.
Más que la composición y estructura de los integrantes, lo que verdaderamente
destaca en la familia actual es la progresiva subjetivización de la relaciones y el deseo
de autorrealización a través de éstas, es decir, la conversión de la familia como
institución rígida en otros tiempos en una realidad fundamentalmente psicológica
(Otero, 2009). Así, según destaca este autor, no podemos obviar que la estructura de la
familia viene amalgamada con relaciones de afecto y de convivencia que en muchos
casos han tenido que superar ciertos tipos de vínculos que se recogen en la tabla
siguiente:
- Superación de los vínculos legales: parejas de hecho, convivencia con hijos mayores de
edad sobre los que no se tiene ya tutela...
- Superación de los vínculos sanguíneos y reproductivos: parejas homosexuales, parejas con
hijos adoptivos, crianza de los hijos del cónyuge con los que tampoco se establecen vínculos
legales,...
- Superación de los vínculos económicos: independencia económica de las mujeres, los hijos
ya no son un seguro de vida...
- Superación de los vínculos sociales: valoración positiva de la soltería, normalización de las
familias monoparentales y de las rupturas matrimoniales,...
Tabla I. Superaciones de la familia actual (Otero, 2009).
Estas superaciones, junto con las transformaciones sociales a las que aludimos
con anterioridad, han dado lugar a una gran diversidad de estructuras familiares que, a
pesar de sus diferencias en composición, sí presentan ciertas peculiaridades en común
como las que aquí señalamos:
- La familia es la única institución social, junto con la religiosa, que
encontramos formalmente desarrollada en todas las sociedades conocidas.
- La familia es la única institución social que cumple conjuntamente una
multiplicidad de funciones relacionadas con aspectos fundamentales para la
supervivencia, bienestar y ajuste de la persona, como la función
económica, educativa y afectiva.
- El incumplimiento de las funciones familiares (económica, educativa y
afectiva), aun no estando formalmente penalizadas, tienen consecuencias
profundamente negativas en sus integrantes y en el sistema familiar en
general.
En esta línea, el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (1949) establece que “la familia es el elemento natural y fundamental de la
sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del estado”, destacando ya
entonces su excepcional relevancia para la organización y bienestar de la comunidad.
Además de estas características, la familia persigue unos objetivos particulares
adicionales de distinta naturaleza, como la intimidad, la cercanía, el desarrollo, el
cuidado mutuo y el sentido de pertenencia entre sus integrantes. Estos elementos pueden
estar presentes en todos los acuerdos de vida que configuran el nuevo mapa de las
familias actuales y que analizamos en mayor profundidad en el apartado siguiente.
2.- DIVERSIDAD ACTUAL DE TIPOS DE FAMILIA
Los nuevos modelos de familia han ido progresivamente equiparándose a los
tradicionales. Para las generaciones anteriores era más habitual crecer en familias con
un padre y una madre unidos por el vínculo del matrimonio. En la actualidad, aunque
esta estructura familiar sigue predominando en buena parte de las sociedades, la
proporción ha disminuido notablemente en numerosos países. Así, hoy en día son
mucho más comunes las uniones con un padre y una madre que cohabitan sin estar
casados, o que conforman familias reconstituidas resultantes de divorcios o nuevas
nupcias. Además, existe un creciente número de otras estructuras familiares como las
compuestas por un solo adulto o por dos personas del mismo sexo. El cambio en la
composición de las familias de las últimas décadas se debe, como ya hemos señalado, a
ciertas características propias de este momento histórico cultural, como el retraso en la
formalización de las parejas, el descenso de la fecundidad y el incremento de las
separaciones y divorcios.
La distinción de tipos de familia más conocida atiende a los miembros que
componen la unión familiar, y es la que hace referencia a la familia extensa y la nuclear.
La familia extensa es aquélla que sigue una línea de descendencia y que incluye como
miembros de la unidad familiar a personas de varias generaciones; este tipo de familia
supone la máxima proliferación posible del conjunto familiar como ocurre por ejemplo
en las grandes familias patriarcales latinoamericanas del siglo XIX. La familia extensa
se estructura, principalmente, a partir de la herencia o legados más allá de los proyectos
de desarrollo individual que siempre están comprendidos en el contexto e intereses de la
familia troncal. La transmisión del legado es la clave de la familia extensa e incluye la
herencia biológica y material, así como el conjunto de características psicosociales que
caracterizan a los miembros de la familia y que los define y diferencia de otras (Millán,
1996). Sin embargo, la familia nuclear constituye un grupo social más reducido,
compuesto por el marido, la esposa (es decir, la pareja unida por lazos legales
matrimoniales) y los hijos no adultos (o que todavía no han constituido sus propias
uniones familiares). Cuando los hijos alcanzan una edad determinada y forman familias
propias, el núcleo familiar se vuelve a reducir a la pareja conyugal que la formó
originalmente; también es posible que otro pariente resida en el hogar, como los
progenitores de los cónyuges.
Aunque en cada etapa de la evolución social han coexistido formas mayoritarias
y minoritarias de familia, la preeminencia de la familia nuclear ha sido una constante en
América y Europa, y con carácter general se puede afirmar que ha existido tanto en los
pueblos tradicionales como en las sociedades industriales más avanzadas. De hecho,
hoy todavía es el tipo de familia más habitual en ambos continentes, si bien es cierto
que la proporción de hogares que representan este modelo nuclear ha disminuido
considerablemente en las últimas décadas para dar paso a una mayor diversidad de
formas familiares. En la siguiente tabla se presenta un esquema de las principales
estructuras familiares actuales.
- Familias nucleares: Está compuesta por los dos cónyuges unidos en matrimonio y sus hijos.
En general, este tipo de familia sigue siendo el más habitual, aunque son cada menos los que
optan por este modelo de familia.
- Familias nucleares simples: Están formadas por una pareja sin hijos.
- Familias en cohabitación: Convivencia de una pareja unida por lazos afectivos, pero sin el
vínculo legal del matrimonio. Las parejas de hecho o unión libre se consideran dentro de este
grupo, cada vez más frecuentes, especialmente entre los jóvenes. En algunas ocasiones, este
modelo de convivencia se plantea como una etapa de transición previa al matrimonio; en otras,
las parejas eligen esta opción para su unión permanente.
- Hogares unipersonales: Hogares formados por una sola persona, mujer o varón, ya sea joven
(normalmente solteros), adulta (generalmente separados o divorciados), anciana
(frecuentemente viudos).
- Familias monoparentales: Están constituidas por un padre o una madre que no vive en pareja y
vive al menos con un hijo menor de dieciocho años. Puede vivir o no con otras personas
(abuelos, hermanos, amigos...). Las mujeres encabezan la mayoría de los hogares
monoparentales en España y América Latina.
- Familias reconstituidas: Se trata de la unión familiar que, después de una separación, divorcio
o muerte del cónyuge, se rehace con el padre o la madre que tiene a su cargo los hijos y el
nuevo cónyuge (y sus hijos si los hubiere). Es el tercer tipo de familia más frecuente en la
Unión Europea y de importancia creciente en América Latina.
- Familias con hijos adoptivos: Son familias, con hijos naturales o sin ellos, que han adoptado
uno o más hijos. Pueden ser familias de cualquiera de los tipos anteriores.
- Familias biparentales: Están constituidas por parejas del mismo sexo: dos hombres o dos
mujeres. Desde 2005 la ley permite en España que se constituyan también en matrimonio legal.
También existe esta legalización del matrimonio homosexual en otros países de Europa como
Islancia, Suecia, Noruega, Países Bajos, Bélgica y Portugal. En algunos países
latinoamericanos como Ecuador y Colombia o diferentes regiones de México y Brasil, se
reconoce la unión civil homosexual aunque no el matrimonio. La pareja puede vivir sola, con
hijos propios o adoptados, o concebidos a partir de métodos de fecundación artificial o a través
de vías alternativas a las de la procreación en el marco de una pareja convencional. La
legislación a este respecto está en continuo avance en los distintos países europeos.
- Familias polinucleares: Padres o madres de familia que debe atender económicamente, además
de su actual hogar, algún hogar monoparental dejado tras el divorcio o la separación, o a hijos
tenidos fuera del matrimonio.
- Familias extensas: Son las familias que abarcan tres o más generaciones y están formadas por
padres e hijos, los abuelos, los tíos y los primos. Subsisten especialmente en ámbitos rurales,
aunque van perdiendo progresivamente relevancia social en los contextos urbanos.
- Familias extensas amplias o familias compuestas: Están integradas por una pareja o uno de los
miembros de ésta, con uno o más hijos, y por otros miembros parientes y no parientes.
- Familia translocal: Familias en las que uno o varios de sus miembros residen en otro lugar y
cuya creciente visibilidad en el mundo actual se ha visto unida a los recientes procesos
migratorios y en las que las dinámicas de vida familiar se sostienen en la distancia gracias a los
medios de comunicación.
Tabla II. Tipología familiar actual (elaboración propia).
Es importante señalar que las diferencias demográficas, económicas y culturales
entre países implican, a su vez, la existencia de grandes diferencias respecto del modo
de entender y formar una familia en cada contexto particular. Así, por ejemplo, hay
culturas donde priman las familias extensas en comparación con las nucleares; en otras,
la influencia de determinadas creencias se representa en el elevado número de
matrimonios de carácter religioso; otras sociedades abogan más sin embargo por el
matrimonio de carácter civil; y en otros contextos, la firma de documentos para
establecer un vínculo legal ha perdido gran parte de significado y se apuesta por la
cohabitación como modelo principal de unión familiar.
En el caso particular de España, el descenso en el número de matrimonios ha
repercutido notablemente en el diseño de los estudios sociológicos y en las estadísticas
derivadas, de tal modo que en los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística
(INE; 2004, 2009) sobre el tema que nos ocupa, en lugar de hablar de familia se habla
de hogar, y en lugar de hacer cálculos sobre el número de matrimonios se hace con
parejas. Según los resultados publicados en estos informes, la pareja con al menos un
hijo es el tipo de hogar más frecuente (42.1% del total de hogares), seguido de la pareja
sin hijos (21.5%). Sin embargo, si tenemos en cuenta el número de hijos, el ranking
cambia, puesto que la pareja con un hijo representa el 21%, con dos hijos el 17.4% y
con tres o más hijos el restante 3.7%.
Las familias extensas donde conviven más de tres generaciones representan en
España el 4.4% actualmente, y las parejas de hecho constituyen el 6% del total. El
aumento en las rupturas matrimoniales y procesos de divorcio ha provocado un
incremento en los hogares unipersonales (mayoritariamente formados por varones),
monoparentales (mayoritariamente compuestos por mujeres a cargo de hijos menores; 7
mujeres por cada hombre) y de familias reconstituidas. Teniendo en cuenta que según
las estadísticas el 52% de los matrimonios disueltos tiene hijos menores de edad, es muy
probable que la familia reconstituida siga aumentando en los próximos años. También
las denominadas familias extensas amplias o familias compuestas, integradas por la
pareja o un adulto con hijos y por otros miembros parientes y no parientes, han
aumentado en la última década en España como consecuencia de la inmigración. Los
datos más recientes son de 2004 y en este informe del INE se señala que este tipo de
hogar se ha multiplicado casi por 5 por el auge en el servicio doméstico residente.
Finalmente, los matrimonios entre personas del mismo sexo representan actualmente el
1.6% del total, estando dos terceras partes conformadas por la unión de dos hombres.
En el caso de países de América Latina es difícil hacer una generalización de los
tipos de familia actual ya que hablamos de una enorme variedad de países, con zonas y
culturas muy contrastadas, tanto geográficamente -costa, sierra y selva-, como
poblacionalmente, con zonas predominantemente indígenas y zonas de población
étnicamente mestiza en las que se observa una mayor mixtura de aculturaciones de
origen europeo y norteramericano. Esta riqueza hace difícil simplificar la realidad
familiar de América Latina. Sin embargo, asumiendo esta dificultad, se pueden señalar
algunos datos generales relacionados con las transformaciones sociales del último siglo.
Estas transformaciones se pueden resumir en:
1. Cambios en la formación de las familias: postergación del matrimonio; aumento en el
número de personas que viven solas; mayor número de uniones consensuales –con
incremento de la procreación en estas uniones– y emancipación tardía. Simultáneamente
se ha producido un incremento en los nacimientos fuera del matrimonio.
2. Cambios en los patrones de disolución de familias: aumento en las tasas de divorcio y
separación en las uniones formales y en las consensuales.
3. Cambios en las conductas de reconstitución familiar: crecimiento en la proporción de
familias reconstituidas, pero dentro de patrones que apuntan a la cohabitación antes que
a un segundo matrimonio y a una mayor proporción de niños que no conviven con
ambos padres biológicos.
4. Cambios en el tipo de sistema familiar predominante: disminución del predominio de la
familia con proveedor único y aumento de aquella en que ambos integrantes de la pareja
trabajan en forma remunerada.
Edad media de las mujeres al primer matrimonio 19.7 23.9 28.4 31.1
Tabla VII. Recursos de los padres que promueven una educación efectiva (elaboración
propia)
Cuando los padres comparten estas características, promueven en sus hijos la
potenciación de recursos psicológicos tan importantes como la autoestima y la empatía,
la percepción de autovalía y aceptación social, así como el aprendizaje de estrategias
adecuadas de resolución de conflictos y negociación, y la motivación intrínseca por los
éxitos y responsabilidades asumidas. Este ideal educativo para los padres es, no
obstante, complejo de asumir en algunas ocasiones por las circunstancias sociales y
demandas contextuales de numerosas sociedades actuales, donde se requiere que
combinen su labor educativa con retos tales como adaptarse a un mundo cambiante y
cada vez más relacionado con el aprendizaje y la socialización a través de las nuevas
tecnologías, o enfrentarse a serias dificultades laborales y económicas.
4.- NUEVOS RETOS FAMILIARES EN LAS SOCIEDADES ACTUALES
La separación del cónyuge o el proceso del divorcio, afrontar los retos familiares
como único adulto en una familia monoparental con hijos, adaptarse un nuevo sistema
de relaciones con los hijos de la pareja que se incorporan a la familia reconstituida,
superar dificultades financieras que enturbian de estrés el ambiente familiar, afrontar la
inestabilidad laboral presente en numerosas sociedades actuales, desempeñar varios
trabajos mal remunerados para intentar garantizar las necesidades básicas de los
integrantes de la familia, o fomentar nuevas estrategias educativas y propuestas de ocio
que se integren en la era tecnológica actual, son retos y desafíos que se presentan con
cierta frecuencia en los hogares contemporáneos. En los siguientes epígrafes
comentamos con mayor detalle la influencia de estos retos familiares en el bienestar y
ajuste de los miembros de la unidad familiar.
4.1. Armonía y conflicto en las nuevas relaciones familiares
El grado de armonía y estabilidad que caracteriza las interacciones familiares es
otro factor con un impacto fundamental en el ajuste de los hijos (Buehler y Gerard,
2002; Khaleque y Rohner, 2002). Desde la perspectiva sistémica la pareja con hijos o
con intención de tenerlos se ha analizado en base a dos dimensiones, la conyugalidad
(relación como pareja) y la parentalidad (relación como padres) (Linares, 1996). La
conyugalidad disarmónica puede relacionarse con una incompatibilidad o una
incongruencia para ejercer la parentalidad, es decir, con el ejercicio de las necesarias
funciones afectivas o de nutrición emocional (provisión de reconocimiento, valoración y
amor a los hijos) y las de socialización (protección y provisión de normas sociales). Así,
la armonía o disarmonía conyugal en relación con la mayor o menor alteración de las
funciones afectivas y sociabilizantes configura un escenario complejo en el que se
expresa el mayor o menor ajuste psicosocial de los hijos.
La situación ideal es aquella en la que los padres practican y fomentan la
comunicación abierta y empática entre ellos y con sus hijos, saben manejar los
conflictos familiares que, además, no son ni frecuentes ni de intensidad, muestran
calidez afectiva y apoyo a sus hijos, y comparten un proyecto común para la educación
y crianza de estos, en el que ambos participan activa y cooperativamente. De hecho,
numerosos estudios en la literatura científica han mostrado que la expresión abierta de
opiniones y sentimientos en la familia se relaciona con el bienestar psicológico de los
hijos y su ajuste en distintas facetas como la emocional, la social y la académica
(Jackson, Bijstra, Oostra y Bosma, 1998). Por el contrario, los problemas de
comunicación entre la pareja y con los hijos, así como la interacción ofensiva e hiriente
entre ellos, se ha vinculado con el desarrollo de síntomas depresivos y problemas de
comportamiento en los hijos (Beam, Gil-Rivas, Greenberger, y Chen, 2002; Cava, 2003;
Estévez, Musitu y Herrero, 2005).
También la existencia de conflictos en la pareja puede ser en el origen de
algunos problemas de ajuste en los hijos –especialmente si los padres se agreden verbal
o físicamente–, así como la dificultad para interiorizar estrategias no violentas de
interacción con otras personas, el consumo de sustancias o el desarrollo de problemas de
conducta (McGee, Williams, Poulton y Moffitt, 2000; Formoso, Gonzales y Aiken,
2000; Johnson, LaVoie y Mahoney, 2001). No obstante, el conflicto en sí no es negativo
en todos los casos y si, por ejemplo, los padres discrepan y luego se reconcilian
mediante la utilización del diálogo y la negociación, se muestra un patrón que puede
enseñar a los hijos cómo solucionar de manera positiva desencuentros con sus iguales
(Cummings, Goeke-Morey y Papp, 2003).
Los factores que caracterizan a las familias donde priman la armonía y la
estabilidad, pueden verse particularmente afectados por ciertas transiciones o crisis
tanto normativas como no normativas, como por ejemplo el paso de la infancia a la
adolescencia en los hijos, o la separación física entre padres e hijos, en el caso de
divorcios y creación de un nuevo espacio de convivencia de los hijos con uno sólo de
los progenitores, o de alejamientos provocados por otros motivos como la búsqueda de
un empleo en otra localidad. Específicamente, las nuevas tipologías familiares, en
muchos casos suponen un reto al ejercicio de la parentalidad.
En el caso de las familias monoparentales, tras la separación o divorcio se debe
afrontar el conflicto asociado a la custodia de los hijos y el mantenimiento económico.
Si la custodia la obtiene la madre se observan factores de riesgo relacionados con la
disminución de los ingresos, la disminución de tiempo para dedicar a los hijos por
necesitar incorporarse, en ocasiones por primera vez, al mundo laboral. Además, la
pérdida de la figura de apego de la pareja no es sustituible por el contacto más estrecho
con los hijos y éstos pueden acabar asumiendo una responsabilidad en la dirección del
hogar de una forma poco acorde a su edad. Si la custodia la obtiene el padre, puede
tener que enfrentarse con muchos prejuicios y desconfianzas hacia sus capacidades
como padre derivados de la escasa frecuencia con que se da esta situación, al mismo
tiempo que una sobrecarga de funciones y tareas que puede resultar muy estresante. Sin
embargo, también es posible que gracias a estos prejuicios obtengan más apoyo
instrumental de familiares, amigos y vecinos (Ajá, s.f.). Por su parte, las familias
monoparentales de madres solteras se encuentran en la posición más desventajosa: el
afrontamiento de prejuicios sociales, la elevada dependencia de la familia de origen de
la madre (muchas veces se convive con los abuelos), la interrupción de proyectos
formativos y la dificultad de encontrar un trabajo retribuido bloquean el desarrollo de la
autonomía en el ejercicio de la parentalidad.
En el caso de las familias reconstituidas, se observa que en muchos países la
generalización del divorcio hace que éste se vaya convirtiendo en una fase más del ciclo
vital. Los retos de estas familias son consecuencias de las nuevas obligaciones
parentales que no corresponden en exclusiva a la nueva pareja, sino que puede haber
hasta tres y cuatro personas (las exparejas) implicadas en la crianza de los hijos. Los
factores de riesgo que deben enfrentar estas familias suelen ser: el enfrentamiento de las
pérdidas derivadas de la separación, unos mayores niveles de estrés derivados de una
estructura más compleja, la necesidad de un tiempo para una integración familiar
satisfactoria y construcción de una historia común (se estima alrededor de dos años), la
pérdida de contacto con el progenitor no custodio o los hermanos, la aparición de
conflictos de lealtades en los hijos y la ambigüedad de roles (los vínculos entre
padrastros e hijastros quienes carecen de derechos y obligaciones socialmente
reconocidos) (Pereira, s.f.). Por tanto, los retos serán la creación de nuevas tradiciones,
establecer una sólida relación de pareja y, al mismo tiempo crear una “coalición
parental” flexible que incluya a los padres biológicos.
Consideramos que las familias contemporáneas son sistemas especialmente
sensibles a las exigencias de cambio de una sociedad como la nuestra, caracterizada por
la rapidez de los cambios y los valores de inmediatez en la satisfacción de necesidades.
Estas familias se encuentran por tanto con la clásica tarea de buscar el equilibrio entre
desarrollar habilidades de adaptabilidad a dichos cambios y, al mismo tiempo, mantener
la cohesión entre sus miembros, pero en un contexto complejo y cambiante en el que el
equilibrio alcanzado tiene muchas probabilidades de ser continuamente puesto a prueba.
4.2. Superar las dificultades laborales y económicas
Otro reto importante que al que se enfrentan muchas familias en la actualidad en
diversos contextos y países es la inestabilidad económica relacionada con la
inestabilidad laboral y los cambios sociales y macroeconómicos derivados de los
procesos de globalización. Si bien dedicamos un capítulo de esta monografía al impacto
de la pobreza en las familias, no podemos soslayar aquí el impacto que los ingresos
económicos familiares puede ejercer en la armonía y estabilidad familiar y, por ende, en
el bienestar y ajuste psicosocial de sus integrantes. El hecho de que la familia ofrezca
apoyo material –al menos, una cantidad suficiente de dinero para cubrir las necesidades
básicas de sus integrantes– y apoyo emocional, constituyen dos aspectos que se
encuentran interrelacionados en numerosas ocasiones. Los estudios al respecto señalan
que todas las funciones familiares se ven afectadas, directa o indirectamente, por los
ingresos familiares, y que estas funciones tienden a mejorar cuando los ingresos
aumentan (Yeung, Linver y Brooks-Gunn, 2002). La palabra clave para explicar este
hecho es estrés y el proceso clave para entenderlo son las estrategias de afrontamiento
ante el estrés que poseía la familia, o más específicamente, ante la pobreza o los
problemas económicos.
La dificultades económicas pueden alterar el estado emocional de los padres, las
prácticas de socialización y el ambiente familiar en general, ya que suelen aumentar el
estrés familiar, es decir, que se incrementa la percepción de desequilibrio entre las
necesidades y los recursos disponibles para cubrirlas. Este aumento de estrés provoca en
muchos adultos un aumento en los niveles de ansiedad, sintomatología depresiva y
hostilidad en el trato con la pareja y los hijos (Conger y cols., 2002; Parke y cols.,
2004). En este sentido, el análisis de Vonnie McLoyd (1998) indica una ruta que
vincula la pobreza con la tensión familiar y los problemas sociales y emocionales en los
hijos, tal y como se representa en la siguiente figura.
1
Castell define la Sociedad de la información como una fase del desarrollo social en la que los
ciudadanos, empresas y administración pública son capaces de compartir y conseguir información de
cualquier tipo de forma instantánea sin importar en qué lugar del mundo se encuentren (Castells, 1998).
CAPITULO 3. LA FAMILIA TRANSNACIONAL EN BOLIVIA
UNIDAD II. VIOLENCIA EN LA ETAPA ADOLESCENTE
CAPITULO 4. VIOLENCIA ESCOLAR ENTRE IGUALES
Mª Jesús Cava
Belén Martínez
David Moreno
privaciones (p. 5)
Uno de los tipos de violencia escolar que más atención ha recibido en las dos
últimas décadas es el bullying o acoso escolar. Olweus (1983) definió el bullying como
una conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un alumno hacia otro, al
que elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción, negativa e intencionada, sitúa
a las víctimas en posiciones de las que difícilmente pueden salir por sus propios medios.
Muy similar es la definición aportada por Cerezo (1998), para quien el bullying es
aquella conducta agresiva intencionada, perjudicial y persistente, cuyos protagonistas
son los jóvenes escolares. Trianes (2000) considera que el bullying es un
comportamiento prolongado de insulto, rechazo social, intimidación y agresividad física
de unos alumnos contra otros, que se convierten en víctimas de sus compañeros. En
definitiva, el acoso escolar es una conducta agresiva deliberada que implica un
desequilibrio de poder o de fuerza y en la que los propios alumnos son agresores y
víctimas (Nansel, Overpeck, Pilla, Simons-Morton y Schdeit, 2001). Las formas más
frecuentes de acoso escolar (tanto en el caso de los chicos como de las chicas) incluyen
la utilización del lenguaje como, por ejemplo, insultos, bromas maliciosas o burlas
verbales acerca de aspectos tales como el atractivo físico o la forma de hablar (Nansel y
cols., 2001).
Tabla IV. Factores relacionados con la violencia escolar entre iguales (Fuente:
Elaboración propia)
4. ESTRATEGIAS DE INTERVENCION
Las estrategias de intervención centradas en la violencia escolar deben ser
amplias, ecológicas e integradoras, y contar con toda la comunidad educativa,
incluyendo a familias, profesorado y alumnado. Estas intervenciones para ser realmente
efectivas deben dirigirse no únicamente a los casos de violencia detectados, trabajando
con víctimas y agresores, sino también a la prevención de la violencia, mejorando la
integración social de todo el alumnado, desarrollando sus competencias personales y
sociales y concienciando a padres, profesores y alumnos sobre la importancia de una
convivencia pacífica. Este enfoque amplio, y en el que se integran diferentes niveles de
actuación (ver tabla V), es el que se mantiene en la mayoría de los programas de
intervención (Avilés, 2006; Cava y Musitu, 2002; Cerezo y Calvo, 2011; Del Rey y
Ortega, 2001; Diáz-Aguado, 2006; Fernández, Villaoslada y Funes, 2002; Ortega, 1998,
2003; Ramos, 2010; Suckling y Temple, 2006; Torrego, 2007). Estos diferentes niveles
deben incluirse de un modo integrado en los programas de intervención que se
desarrollen. Además, es necesario adaptar estas estrategias de intervención a las
características propias de cada centro escolar, así como a la comunidad o barrio en la
que se encuentra, contando con todos los recursos sociales y comunitarios existentes
(Viguer y Avià, 2009).
Participación Son las partes las que buscan gestionar el conflicto desde el
activa de las diálogo y no la confrontación. El mediador se limita a
partes favorecer un clima de comunicación que permita crear
nuevas relaciones entre las partes en conflicto.
% Variación
2003 2004 2005 2006 2007
2003-2007
Delitos 15.464 40.518 49.237 53.551 55.618 259.66%
Faltas 34.626 17.009 10.521 8.617 7.729 77.68%
TOTAL 50.090 57.527 59.758 62.168 63.347 26.47%
Tabla 1. Incidencia de violencia de género en España (2003-2007)
Fuente: Centro Reina Sofía (2008)
Como hemos visto, en las últimas décadas un creciente número de
investigaciones ha centrado su interés en el estudio de la violencia de género que ocurre
en el contexto de las relaciones maritales (Alberdi y Matas, 2002; Amor, Echeburúa, de
Corral, Zubizarreta y Sarasua, 2002; Frye y Karney, 2006) y en algunas de estas
publicaciones se señala que la violencia de género suele comenzar en las primeras
relaciones de pareja durante la adolescencia y que, posteriormente, el problema se
mantiene en la etapa adulta (Billingham et al., 1999; Lewis y Fremouw, 2001). No
obstante, la investigación sobre la violencia en las relaciones afectivas entre
adolescentes ha sido, como ya hemos señalado, históricamente escasa. A partir de los
trabajos pioneros de Makepeace (1981) en Estados Unidos, que indicaban que 1 de cada
5 relaciones afectivas entre adolescentes estaban caracterizadas por la violencia,
comenzaron a proliferar de forma sistemática más investigaciones sobre este tema. En
estos primeros estudios estadounidenses la frecuencia de casos variaba desde un 9%
(Roscoe y Callahan, 1985) a un 45.5% (O’Keefe, 1997).
En España, los estudios desarrollados más recientemente muestran que, por
ejemplo, un 7.5% de chicos y un 7.1% de chicas admiten haber empujado o golpeado a
su pareja en una o más ocasiones (González y Santana, 2001). Muñoz-Rivas y sus
colaboradores (2007) indican en su trabajo que aproximadamente en el 90% de las
relaciones de parejas adolescentes estudiadas existían agresiones verbales y en el 40%
agresiones físicas. En un reciente estudio, un 18.9% de chicas justifican la violencia
como reacción a una agresión, reduciéndose a un 4.96% las chicas que admiten haber
vivido situaciones de maltrato en la pareja con cierta frecuencia (Díaz-Aguado y
Carvajal, 2010). Como vemos, las cifras pueden variar considerablemente en función
del tipo de pregunta que se hace a los encuestados pero lo cierto es que son elevadas en
cualquier caso.
Atendiendo a la edad de las mujeres víctimas de violencia de pareja, las jóvenes
españolas denuncian en menor medida que las adultas aunque, como se puede observar
en la tabla 2, en los cinco años de estudio ha venido aumentando considerablemente el
número de denuncias presentadas por las menores de 21 años. El que las cifras sean
ligeramente menores en las más jóvenes, no significa que haya un relevo generacional
en materia de violencia de género, sino que pueden intervenir múltiples explicaciones
como la menor prevalencia de vida en pareja a esas edades. Además, puesto que la
violencia en la pareja ocurre en el ámbito privado e íntimo de la vida de las personas, la
magnitud y frecuencia de la problemática dista mucho de estar clara. Es decir, se da el
conocido fenómeno del iceberg (solo vemos el conjunto más pequeño y visible de los
casos).
% Variación
2003 2004 2005 2006 2007 2003-2007
Inc. % Inc. % Inc. % Inc. % Inc. % Inc. %
< de 16 250 0,5 323 0,56 356 0,59 380 0,61 389 0,61 55,6 22
16 a17 462 0,92 607 1,06 771 1,29 838 1,35 960 1,52 107,79 65,22
18 a 20 2.037 4,07 2.583 4,49 2.911 4,87 3.122 5,02 3.336 5,27 63,77 29,48
Tabla 2. Incidencia por edad en España. Fuente: Centro Reina Sofía (2008)
En México, se disponen datos específicos generados por el Instituto Nacional de
Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y la Encuesta Nacional sobre Dinámica de
las Relaciones de los Hogares (a partir de este momento ENDIREH). Según el primero,
la violencia que ejerce la pareja conyugal contra la mujer es mucho más significativa
cuando se trata de mujeres jóvenes: en particular, 48 de cada 100 mujeres de 15 a 19
años de edad manifestó haber sufrido un incidente de violencia en ese periodo (INEGI,
2010). Específicamente, según la ENDIREH, el 36.5 % de las mujeres jóvenes han sido
objeto de violencia emocional (este tipo de violencia incluye menosprecios, amenazas,
prohibiciones, amedrentamientos, etc.), el 28.3 % ha sufrido violencia económica (la
pareja le reclama cómo gasta el dinero, no le da dinero, se gasta lo que se necesita para
la casa o le prohíbe trabajar o estudiar), el 12.9 % ha sido víctima de algún tipo de
violencia física (empujones, patadas, golpes con las manos o con objetos, agresiones
con armas, etcétera) y, finalmente, un 4.8 % tuvo algún incidente de violencia sexual
por parte de su pareja (ENDIREH, 2006).
También es importante detenerse a analizar estos resultados en función del
género de los adolescentes. En efecto, como en otros ámbitos, los hombres tienden a ser
más violentos que las mujeres en las relaciones de pareja. Por el contrario, parece que
estas diferencias tienden a minimizarse en la adolescencia o, al menos, los resultados de
los estudios generados en éste ámbito, además de escasos, no son consistentes. Algunos
estudios señalan que hay más chicas agresoras que chicos en las relaciones afectivas
entre adolescentes (O’Keefe, 1997). Sin embargo, estudios recientes matizan que la
violencia psicológica (celos, insultos, control, humillaciones, etc.), a diferencia de la
física, es más frecuente en las chicas que en los chicos (Muñoz-Rivas et al., 2007),
aunque, los chicos ejercen mucha más violencia sexual que las chicas (O’Keefe, 1997).
Cuando un chico es víctima de una relación de pareja violenta, la victimización
psicológica puede ser mayor, lo que tiene que ver con un mayor deterioro de la
autoestima y con una mayor vergüenza social (Goldstein, Chesir-Teran y McFaul,
2008). Sin embargo y en términos generales, la frecuencia y la gravedad (incluido el
asesinato) de la victimización en la violencia de pareja son mayores en las chicas que en
los chicos (Harned, 2001).
Por último, las variaciones en la frecuencia de casos de violencia de pareja en
adolescentes podrían ser debidas a las diferencias en la edad de las muestras, así como a
los diferentes tipos de violencia examinada. En este sentido, la investigación sobre
violencia de pareja en adolescentes incluye estudios que analizan la violencia física,
psicológica (verbal y emocional) y sexual entre parejas de adolescentes que tienen una
relación afectiva (Foshee, Bauman, Linder, Rice y Wilcher, 2007). Debido a la
trascendencia que tiene la diferenciación entre tipos de violencia en el ámbito de la
violencia entre adolescentes, creemos necesario detenernos a profundizar qué
entendemos por cada uno de los tipos de violencia, operativizando dichas variables en el
ámbito específico de la adolescencia.
2. TIPOS DE VIOLENCIA DE PAREJA
La Organización Mundial de la Salud define la violencia como: el uso
deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra
uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas
probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos emocionales o
del desarrollo o privaciones (OMS, 1996). Por tanto, hablamos de un tipo de
comportamiento que presenta dos características fundamentales: conducta hostil y
propósito de provocar un daño. La particularidad de la violencia que tratamos en este
capítulo es que los actores de dicho comportamiento no son cualquier persona sino
adolescentes miembros de una pareja que mantiene una relación de intimidad a lo largo
de un cierto tiempo.
En principio, cualquier persona puede ser víctima de violencia; sin embargo, lo
habitual es que existan grupos de riesgo. Las mujeres son un grupo de riesgo como
víctimas de violencia tanto en el maltrato familiar (niñas, adultas o ancianas), como en
el acoso escolar, en el lugar de trabajo, en los conflictos armados, en la cultura (por
ejemplo en le caso de la mutilación genital) y un largo etcétera. A todos estos tipos de
maltrato o violencia se le denomina violencia contra la mujer o violencia de género.
Además, como se puede observar en la siguiente gráfica, se da la particularidad de que,
en lo que ha violencia familiar se refiere, la violencia en la relación de pareja es mucho
más frecuente que en cualquier otro tipo de relación familiar. De esta forma, en el
ámbito familiar, diferenciamos la violencia que pueden ejercer diferentes miembros de
la familia (hijos, cuñados, suegras y la pareja) contra una mujer u otros miembros, de la
violencia que la pareja ejerce contra la mujer o violencia de pareja.
Víctima de la agresión Igual o ligeramente superior las madres Las madres en mayor medida
Menores víctimas de Aunque hay poca evidencia, se sugiere El progenitor víctima rara vez ha
padres abusadores que el padre víctima es también abusador sido abusador
Tabla I. Principales diferencias de resultados entre amplias muestras poblacionales y otros estudios de
violencia filio-parental. Fuente:Gallagher (2004)
Dicho esto, es interesante que recopilemos los datos disponibles y que nos
ofrecen números variables dependiendo del contexto social analizado (Estévez y
Navarro, 2009). Así, según la literatura científica disponible en Estados Unidos, el
número de adolescentes que agrede a sus progenitores se sitúa entre el 5% y el 18%
(Agnew y Huguley, 1989; Paulson, Coombs y Landsverk, 1990; Peek, Fisher y Kidwell,
1985). En Canadá, las investigaciones estiman que alrededor del 10% de padres son
agredidos por sus hijos (DeKeseredy, 1993). En un estudio reciente llevado a cabo en
este país por Pagani, Tremblay, Nagin, Zoccolillo, Vitaro y McDuff (2004), los autores
encontraron que el 64% de los adolescentes entrevistados (tanto chicos como chicas, en
una muestra aleatoria de más de 2000 participantes), agredían verbalmente y
habitualmente a sus madres; el 13.8% cometía además agresiones físicas; de entre estos
últimos, el 73.5% daba empujones a la madre, el 24.1% la golpeaba, el 12.3% admitía
lanzarle objetos, el 44.4% amenazarla con violencia física, y el 4.3% llegó a atacar a su
madre con un arma. Las estadísticas en España indican que alrededor del 8% de las
familias sufren esta situación, una cifra que se encuentra en aumento según los datos
oficiales que confirman que este problema a crecido en un 27% en los últimos años
(Datos del Ministerio del Interior, 2005). Las cifras de prevalencia en Francia son
significativamente inferiores e indican que menos de un 4% de progenitores son
agredidos por sus hijos (Laurent y Derry, 1999).
En los primeros estudios se reflejaban cifras conservadoras de violencia filio-
parental en torno al 7-8% (Peek, Fisher y Kidwell, 1985), sin embargo, investigaciones
posteriores realizadas en diversos países (Cottrell y Monk, 2004; McCloskey y Lichter,
2003; Pelletier y Coutu, 1992; Van Langenhove, 2004) ofrecen datos de incidencia que
van del 10 al 18% en familias con ambos padres y alcanzan el 29% en familias
monoparentales, fundamentalmente monomarentales. Esta cifra puede alcanzar el 50%
en muestras de adolescentes violentos en otros ámbitos extrafamiliares (Kethineni,
2004). En España, el total de denuncias de este tipo se ha duplicado en los últimos cinco
años, pasando de algo menos de 2.500 casos a más de 5.000 en 2010, según la Fiscalía
General. Ibabe y Jaureguizar (2010) aportan datos del País Vasco que sitúan los
porcentajes de violencia filio-parental entre un 13% y un 25%, y en un estudio posterior
(Ibabe, 2011) se constató que el 21% de los participantes había utilizado la violencia
física contra sus padres, el 21% la violencia psicológica (verbal) y el 46% la violencia
emocional (chantaje).
David Moreno
Estefanía Estévez
María Jesús Cava
La mayoría de los adolescentes se integra sin problemas en el complejo mundo
de los adultos. Sin embargo, algunos de ellos se implican en conductas de alto riesgo a
lo largo de su desarrollo evolutivo, más o menos graves y que van desde dificultades
ocasionales asociadas a determinados eventos vitales estresantes, hasta problemas
recurrentes especialmente graves. Actualmente, ha aumentado el interés y la
preocupación de la sociedad por la conducta delictiva en la adolescencia. Los medios de
comunicación acrecientan esta inquietud al tratar el tema de forma sensacionalista y
presentan una evolución creciente de esta problemática, tanto en la cantidad de estas
conductas como en la gravedad de las mismas. En el ámbito de América Latina la
delincuencia juvenil es uno de los principales problemas, puesto que representa un
importante factor de inseguridad ciudadana y conlleva un importante gasto social y
económico para los servicios públicos de salud mental, justicia y educación especial.
En las últimas décadas, distintos investigadores han detectado un aumento en el
porcentaje de adolescentes implicados en conductas de carácter delictivo. Por
consiguiente, se ha incrementado el interés científico por comprender las dinámicas
subyacentes de unos comportamientos que, sean ocasionales o no, comprometen el
desarrollo ajustado del joven y la estabilidad familiar y social en general. En este
capítulo analizaremos ampliamente la conducta delictiva en la adolescencia. En primer
lugar, delimitaremos el concepto de delincuencia y reflexionaremos sobre algunos de
los datos que ofrecen las investigaciones más actuales en esta área. Seguidamente,
expondremos los modelos más relevantes que han intentado explicar la delincuencia
adolescente en ciencias sociales, profundizando especialmente en el modelo de Moffitt.
Finalmente, analizaremos los factores más importantes en la explicación de esta
conducta.
1. DELINCUENCIA ADOLESCENTE: DEFINICIÓN Y CONSIDERACIONES
PREVIAS
De acuerdo con Rutter, Giller y Hagell (1998), tras llevar a cabo una amplísima
revisión de datos y estudios diversos, en las últimas décadas se ha experimentado en el
ámbito internacional un aumento de la delincuencia en general y de la delincuencia
juvenil en particular. Además, los delitos cometidos por los jóvenes han cambiado de
naturaleza, haciéndose un poco más violentos, con algo más de probabilidad de ser
cometidos por mujeres jóvenes y, llevándose a cabo en la última etapa de la
adolescencia en lugar de la etapa intermedia. Sin embargo, estas conclusiones de Rutter
y cols. se referían a los últimos 50 años (aunque la tendencia es interpretarlos en los
últimos tiempos) y, por tanto, no nos dicen mucho de cómo está evolucionando la
delincuencia juvenil ahora. Pero son el referente porque, desafortunadamente, el
conocimiento que tenemos de la evolución y tendencia de este tipo de conductas en
nuestros jóvenes es pobre y muy parcial. Las razones hay que buscarlas en la escasez y
características de los datos disponibles.
Diversas investigaciones indican que, en los últimos años, se ha producido un
cambio cualitativo y cuantitativo en el patrón de conductas delictivas y vandálicas en
adolescentes (Martín, 2004; Martín, Martínez, López, Martín y Martín, 1998). Se
observa un incremento de conductas criminales, que es más notable en las acciones
dirigidas contra las personas, sobre todo de la misma edad o más jóvenes (Pfeiffer,
2004). Sin embargo, es necesario contextualizar las pautas y expresiones del
comportamiento delictivo adolescente en nuestro ámbito socio-cultural. Además es
importante considerar las características y procedencia de los datos de los cuales se
derivan estas interpretaciones. Por lo tanto, antes de continuar con su análisis, es
necesario delimitar exactamente a qué tipo de conductas nos estamos refiriendo.
La delincuencia puede entenderse como “un conjunto de conductas que violan
las expectativas institucionalizadas, esto es, las expectativas que se reconocen como
legítimas dentro de un sistema social dado” (Cohen, 1959, p. 462). Desde esta
definición, la delincuencia adolescente haría referencia al conjunto de infracciones
cometidas por los adolescentes, teniendo en cuenta que la noción de infracción o de
delito supone un contacto con la justicia y está íntimamente ligada a las reglas en vigor
en el lugar donde vive el adolescente (Kazdin y Buela-Casal, 1999). Estas acciones,
además de ser calificadas como comportamientos no aceptables por la sociedad de
pertenencia, ponen en peligro, físico o psicológico, al que las realiza y a otras personas
(Cloutier, 1996). De esta manera, el carácter excepcional de este comportamiento se
asocia a la trasgresión de una norma social, así como a un riesgo para las personas
implicadas.
Retomando el aspecto definitorio, desde una perspectiva psicosocial no se puede
considerar la dicotomía “delincuente-no delincuente”, ya que la delincuencia constituye
un continuo de todo un conjunto de actos de menor a mayor gravedad en los que
muchos adolescentes estarían implicados. Es decir, desde el ámbito de lo psicosocial la
conducta delictiva ha sido estudiada como un factor que abarca una amplia gama de
conductas desviadas (por ejemplo, delitos propiamente dichos, peleas, conductas
disruptivas en la escuela, etc.) y que están intercorrelacionadas entre sí (Rowe y
Flannery, 1994). Además, la conducta delictiva es, junto con la violencia y el rechazo
escolar, uno de los índices más importantes de conducta antisocial (Deptula y Cohen,
2004).
La conducta criminal y la trasgresión de las normas están en el núcleo de la
definición de delincuencia y una gran mayoría de estudios realizados en España utilizan
datos legales y policiales como una medida de la evolución de estas conductas. Sin
embargo, el análisis crítico de este tipo de datos entraña una serie de errores que son
inherentes a su naturaleza oficial. Por ejemplo, en una definición tan restringida no
entrarían todos aquellos actos no registrados como delito en lo penal y que, si son
detectados, son tratados de modo informal o desde el ámbito de los servicios sociales.
En efecto, muchas de las conductas delictivas adolescentes no son oficialmente
conocidas, las cifras oficiales generalmente sólo recogen los actos de mayor gravedad.
Además, diversos autores han detectado problemas de fiabilidad y de validez porque los
datos oficiales no miden delincuencia, sino más bien actuaciones de las distintas
instituciones (Aebi, 2008; Diez-Ripollés y Cerezo, 2001). Por estas razones, es
necesario tener en cuenta en el ámbito de la adolescencia un concepto de delincuencia
mucho más amplio que el relacionado con el ámbito legal.
En éste último caso, diversos estudios han dado cuenta de la alta fiabilidad de los
autoinformes en el estudio de las conductas de riesgo en la adolescencia (Flisher, Evans,
Muller y Lombard, 2004; Rutter y cols., 1998). En la investigación psicosocial el
autoinforme utiliza la información proporcionada por padres, profesores y los propios
adolescentes sobre su implicación en comportamientos delictivos (Thornberry y Krohn,
2000). Este método de recogida de datos proporciona indicios sobre diversos factores
personales y sociales asociados a la conducta delictiva, por lo que suponen una
importante fuente de información, ya sea para proponer hipótesis de estudio o para
poner a prueba modelos explicativos sobre la conducta criminal.
No obstante, los resultados obtenidos con el método de autoinforme no están
exentos de errores, como por ejemplo: problemas de deseabilidad social, distorsión de la
conducta evaluada producida por la memoria, sesgos debidos al diseño y procedimiento
de aplicación del instrumento psicométrico. No obstante, numerosos estudios concluyen
que los resultados obtenidos con la técnica de autoinforme cumplen los criterios de
fiabilidad y validez exigidos en Ciencias Sociales (Kirk, 2006; Rutter y cols., 1998;
Thornberry y Krohn, 2000). Dicho esto, es preciso aclarar que tanto los datos oficiales
como los provenientes de autoinforme nos proporcionan información complementaria
en el análisis de la conducta delictiva.
De hecho, la conducta delictiva se relaciona con la agresión y la violencia y
constituye un indicador de los denominados trastornos antisociales de la personalidad
(DSM-IV-TR y CIE.10). En este sentido, según distintos autores, la conducta violenta
es el mejor predictor de la delincuencia, tanto en chicos como en chicas, puesto que la
violencia supone una violación de reglas formales e informales (Deptula y Cohen, 2004;
Kupersmidt y Patterson, 1991; Rutter y cols., 1998). Sin embargo, no todas las
conductas delictivas implican agresión y violencia, es decir, no todos los delitos son
violentos. En el marco del presente capítulo, no nos centraremos en trastornos clínicos
propiamente dichos sino únicamente en aquellas conductas, persistentes o no, que
implican una trasgresión de leyes y normas sociales, estén o no tipificadas oficialmente.
2. EVOLUCIÓN Y TENDENCIAS DE LA DELINCUENCIA ADOLESCENTE
En un estudio reciente realizado por Salazar-Estrada y cols. (2011) se ponen de
relieve los siguientes datos estadísticos sobre la delincuencia en Latinoamérica: 1)
Según la OMS cada año pierden la vida por arma de fuego entre 73 y 90 mil personas
en América Latina, esto es, tres veces más que la media mundial (UNODC, 2008); 2) El
Salvador tiene las tasas de homicidio más elevado de América Latina (58 por cada 100
mil habitantes), y Guatemala y Honduras, alcanzan porcentajes de homicidios de 45 y
43 por cada 100 mil habitantes (Banco Mundial, 2011); 3) En México, los jóvenes de
entre 15 y 34 años constituyen alrededor del 80 por ciento de todas las víctimas de
homicidio y robo (Ranum, 2006); y 4) Asimismo, se encontró que la cuarta parte de los
adolescentes detenidos en Centroamérica eran delincuentes caracterizados como
crónicos o reincidentes, los cuales eran responsables de más de la mitad de los delitos
cometidos por el total de los jóvenes (Muggah y Stevenson, 2008).
En Europa, según un estudio de Pfeiffer (2004), entre los años 80 y mediados de
los 90, aunque no aumentó el número total de delitos, sí se experimentó un incremento
de los delitos violentos (atraco, agresión con agravantes, homicidio y violación)
cometidos por jóvenes y generalmente dirigidos a personas de la misma o menor edad.
Entre los años 1984 y 2000 el número de estos delitos cometidos por jóvenes de entre
14 y 18 años aumentó en un 261.4%. En los años 2000-2003 las cifras han continuado
en aumento en la adolescencia tardía y los primeros años de la etapa adulta (18-21
años).
Las diferencias entre chicas y chicos en la comisión de conductas delictivas es
una constante detectada en la mayor parte de estudios relacionados con la delincuencia
en la adolescencia (Farrington, 1987; Kazdin y Buela-Casal, 1999; Moffit, 1993;
Musitu, Buelga, Lila y Cava, 2001; Popper y Steingard, 1996; Storvoll y Wichstrom,
2002). Según el estudio europeo de Pfeiffer (2004), la conducta delictiva de carácter
violento es un hecho fundamentalmente relacionado con el sexo masculino. Se ha
observado que, frente a los mismos factores de riesgo, chicos y chicas responden con
conductas distintas: los chicos se implican más en conductas relacionadas con la
agresión directa (robo, vandalismo y conductas de oposición en la escuela), es decir en
conductas con mayor “visibilidad”, mientras que las chicas manifiestan un mayor
número de conductas de carácter encubierto tales como utilizar el transporte público o
entrar al cine sin pagar (Cloutier, 1996; Lenssen, Doreleijers, van Dijk y Hartman,
2000; Storvoll y Wichstrom, 2002). En cambio, diversos autores han aludido a la
paradoja del género en relación con las conductas de riesgo: en problemas de conducta
con una ratio desigual, aquellos grupos que muestran menor prevalencia (en este caso
las chicas) presentan peor pronóstico y peores consecuencias a largo plazo (Pedersen,
Mastekaasa y Wichstrøm, 2001; Slomkowski, Rende, Conger, Simons y Conger, 2001).
Cada vez es más frecuente que la opinión pública fomente el debate sobre el
aumento de la delincuencia femenina. No obstante, los resultados de varios análisis
sobre la evolución de esta delincuencia indican una tendencia estable en datos
provenientes de autinforme y un ligero aumento en datos de índole oficial. Este
crecimiento puede explicarse además por un cambio en el sistema judicial de menores,
de tal manera que los informes oficiales evidencian que los comportamientos violentos
delictivos de las chicas son puestos en conocimiento de los organismos competentes en
mayor medida que en años precedentes. Por tanto, es lógico que se haya producido un
aumento de los datos oficiales que recogen, sobre todo, los delitos violentos cometidos
por chicas, aunque en los resultados de autoinformes no se aprecie un aumento respecto
de años anteriores. Pero, además, se ha de destacar que ha aumentado tanto la
persecución y judicialización como la denuncia de los actos delictivos perpetrados por
chicas (Steffensmeier, Schwartz, Zhong y Ackerman, 2005; Steffensmeier, Zhong,
Ackerman, Schwartz y Agha, 2006). Heimer y Lauritsen (2008) exponen que en un
periodo de disminución general de la delincuencia, que las chicas mantengan estable los
índices de conductas antisocial y delictiva, muestra que se benefician en menor medida
que los chicos de los factores que han favorecido esa disminución general. Por tanto, es
necesario ahondar en el análisis desde la perspectiva de género en criminología.
En relación con la edad, los estudios muestran que la función de relación
presenta una forma curvilínea, con un pico de participación en conductas delictivas que
se sitúa en torno a los 15-16 años de edad (Cohen y cols., 1993). Este aumento se ha
observado tanto en chicos como en chicas, sin embargo las chicas tienden a mostrarlo
más tarde que los chicos (Cohen y cols., 1993; Farrington, 1987). De manera similar,
diversos autores corroboran un aumento de la delincuencia entre los 16 y,
especialmente, los 17 años (entre otros, Farrington, 1986; Fernández, Bartolome,
Rechea y Megias, 2009; Rutter y cols., 1998). Respecto a la edad de inicio, Thornberry
(2004) obtiene los resultados que se presentan en el siguiente gráfico:
Nunca 10 años o
12 % meno s
17%
15 años o 11-1 2
más años
20% 16%
13-14
a ños
35 %
Desde este punto de vista, se han examinado los efectos acumulativos de los
factores de riesgo: a mayor número de factores de riesgo, mayores son las
consecuencias negativas, conductuales y emocionales (Greenberg, Lengua, Coie y
Pinderhughes, 1999; Liaw y Brooks-Gunn, 1994). Por ejemplo, Smith, Lisote,
Thornberry y Krohn (1995) encontraron que la acumulación de factores de riesgo
familiar estaba estrechamente asociada con conductas delictivas y consumo de
sustancias. Estas conductas problemáticas comparten una buena parte de los factores de
riesgo en su origen y, por tanto, unas se relacionan con otras. Además, según Jessor los
comportamientos de riesgo en la adolescencia presentan una misma oposición en
relación con las normas sociales en vigor y procederían por tanto de factores comunes.
Aunque esto no quiere decir que los adolescentes que consumen drogas se vayan a
implicar necesariamente en otros problemas como la conducta delictiva, sino que se
encuentran en mayor riesgo que aquellos que no consumen.
Si se tienen en cuenta estas dos reflexiones teóricas, tenemos que asumir que las
conductas de riesgo en la adolescencia son, o bien parte integrante de la búsqueda de
consolidación de la identidad y autonomía del adolescente, o bien, el resultado de un
proceso previo, centrado, fundamentalmente, en las relaciones negativas con los otros
significativos como padres y educadores. Sin embargo, creemos que estas dos
orientaciones presentan puntos comunes en la explicación de la conducta delictiva en la
adolescencia (importancia del entorno familiar, escolar y de iguales, por ejemplo), por
lo que no debieran considerarse como opuestas sino, más bien, como complementarias
en el ámbito de la investigación de factores explicativos y, obviamente, en la prevención
e intervención.
Existe una extensa literatura sobre la influencia de las características del sistema
familia y, en particular, de los estilos educativos de los padres, en el desarrollo de
problemas de conducta de los hijos (Maccoby, 2000; Oliva, 2006; Steinberg, 2001). Las
repercusiones negativas derivadas de la forma en que los padres intentan educar a sus
hijos, utilizando estilos emocionalmente inadecuados, han sido constatadas en diferentes
estudios que han relacionado los estilos menos democráticos de educación y la
utilización excesiva del castigo y, en particular, del castigo físico, con la conducta de
tipo delictivo en adolescentes (Fletcher, Steinberg y Sellers, 1999; Loeber y cols.,
2000). De hecho, los hijos de padres autoritarios o poco implicados en su educación –
negligentes- son los que presentan mayores problemas de comportamiento (García y
Gracia, 2010). También se ha observado que un excesivo control parental combinado
con una disciplina coercitiva, se relaciona con la afiliación con iguales desviados
(Vitaro, Brendgen y Tremblay, 2000). Los resultados que confirman estas relaciones
negativas se han obtenido en diferentes estudios de países del Sur de Europa y
Latinoamerica (García y Gracia, 2010; Martínez y García, 2007; Martínez, García y
Yubero, 2007; Musitu y García, 2004; Villalobos, Cruz y Sánchez, 2004).
Como hemos visto en capítulos anteriores, la adolescencia es una etapa del ciclo
vital de grandes cambios, oportunidades y retos para el desarrollo positivo de la
persona. Sin embargo, también es cierto que el tránsito de la infancia a la edad adulta
para algunos adolescentes puede ser particularmente difícil. A este respecto, la
literatura señala que la adolescencia es la etapa más crítica en la experimentación y
participación en conductas temerarias, ilegales y antisociales (Buelga, Ravenna, Musitu
y Lila, 2006). En este contexto, una de estas conductas de riesgo es el inicio en el
consumo de drogas, que puede responder en esta fase evolutiva a las necesidades de
estímulo y de búsqueda de nuevas sensaciones, de reconocimiento y aprobación de los
demás, de acceso al mundo adulto y/o simplemente a una forma de participar con los
pares en la cultura de diversión y de ocio juvenil del momento (Pons y Buelga, 2011).
Teoría del aprendizaje social (Bandura, 1979). Las conductas se aprenden a través
de refuerzos simbólicos vicarios y verbales. Las conductas de consumo de drogas
se realizan cuando la persona cree que la acción será reforzada, cuando valora el
refuerzo y cuando se percibe a sí mismo como capaz de ejecutar la conducta.
Teoría del control social (Elliot, Huizinga y Ageton, 1985; Hirschi, 1969). La
conducta problema se origina porque hay un debilitamiento de los lazos que unen
al sujeto con la sociedad, así como una escasa interiorización de los valores
sociales normativos. La influencia de grupos de iguales desviados tiene aquí un
peso muy importante como elemento de refuerzo y modelado en el consumo de
drogas.
Por otra parte, desde una perspectiva más ecológica, se han construido algunas
teorías psicosociales que proporcionan explicaciones interesantes para comprender los
factores de riesgo y los factores de protección vinculados, en el periodo de la
adolescencia, al consumo de drogas, así como a otras conductas problemáticas, tales
como el vandalismo y la conducta delictiva.
Por otro lado en la adolescencia, otro proceso que facilita el consumo de droga
es la invulnerabilidad percibida (Pons y Buelga, 2011; Rutter, 1987) reflejada en
creencias del tipo: “a mí no me puede pasar nada malo”, “yo controlo”, "consumir
drogas no es tan malo como dicen". Obviamente, este tipo de creencias se relaciona con
el riesgo percibido en la decisión de consumir experimentalmente algún tipo de droga, y
de repetir su consumo. En igualdad de otros factores, conforme aumenta el riesgo
percibido de consumir una droga, disminuye la probabilidad de ese consumo, y
viceversa (OED, 2008).
Otra variable psicológica considerada en las investigaciones sobre factores
relacionados con el consumo de drogas es la autoestima. Diversos estudios han
encontrado que existe una relación entre el uso de drogas en adolescentes y una baja
autoestima (Mendoza, Carrasco, y Sánchez, 2003; Zullig, Valois, Huebner, Oeltman y
Drane, 2001). A este respecto, Pons y cols. (2002) concluyeron que la probabilidad de
consumo de alcohol y de cannábicos es más alta entre aquellos adolescentes que tiene
una valoración negativa de sí mismos y de sus relaciones familiares. De hecho, los
adolescentes policonsumidores presentan una autoestima más baja en cuanto a la
valoración general que hacen de sí mismos, y en cuanto a cómo creen que son valorados
por los demás (Graña, Muñoz-Rivas, Andreu, y Peña, 2000). En esta dirección,
Ravenna (2005) señalaron que algunos adolescentes con problemas de autoestima
utilizan las drogas para lograr un mayor sentimiento de competencia social en sus
relación con los otros.
- El contexto de la familia
Como hemos visto en otros capítulos de este libro, la familia es el contexto más
inmediato de desarrollo de la persona, constituye el sistema de apoyo más importante
para el bienestar y ajuste del adolescente. Sin embargo, la familia también ha sido
analizada como una fuente de posibles factores de riesgo asociados al consumo de
drogas de los hijos. Entre ellos se ha estudiado el papel del estilo educativo parental, la
calidad de la relación entre los padres y de éstos con los hijos, así como la importancia
del modelado conductual de los padres.
De acuerdo con Musitu y cols. (2001), los estilos parentales basados en el afecto
se relacionan estrechamente con las funciones del apoyo social proporcionado por el
grupo familiar. El grado de apoyo social percibido, es decir, la medida en que el sujeto
se siente amado, estimado y protegido por la familia, se asocia con el consumo de
sustancias. En este sentido, se han observado tanto relaciones de riesgo −el bajo apoyo
familiar se relaciona con alto nivel de consumo de sustancias en los hijos adolescentes−,
como relaciones de protección −el alto apoyo familiar se relaciona con un bajo consumo
de drogas en la adolescencia− (Jiménez Musitu y Murgui, 2006; Musitu y Cava, 2003).
Más específicamente, Catanzaro y Laurent (2004) encontraron que el apoyo familiar se
relaciona negativamente con el consumo de alcohol, tabaco y cannabis, y que tiene un
papel moderador del efecto de otros factores de riesgo, tales como las presiones sociales
para el consumo.
Por su parte, Hawkins y cols. (1992) plantearon que el riesgo de abuso de drogas
se incrementa cuando las prácticas educativas en la familia se caracterizan por
expectativas poco claras, escaso control y seguimiento, pocos e inconsistentes refuerzos
para la conducta positiva y castigos excesivamente severos e inconsistentes para la no
deseada. En este sentido, también algunos autores han sugerido que las diferencias en la
prevalencia de consumo entre chicos y chicas pueden deberse, al menos en parte, a
diferencias en los tipos de socialización y control ejercidos por los padres. Así, según
Hser, Anglin y McGlothlin (1987), los chicos son menos controlados por los padres y
tienen mayor libertad para adoptar conductas no convencionales, mientras que el estilo
educativo es más rígido para las chicas, quienes reciben más presión para acomodarse a
las normas sociales.
La actitud favorable o desfavorable que los padres mantienen hacia las drogas
influye también en la probabilidad de que el adolescente se inicie y continúe en el
consumo de sustancias. A este respecto, Alfonso y cols. (2009) y Calleja y Aguilar
(2008) han señalado que un factor de riesgo en el consumo de tabaco en los hijos es una
actitud permisiva hacia su uso por parte de los padres. Del mismo modo, Jones y
Heaven (1998) observaron una relación directa entre el consumo de alcohol de los
adolescentes y la actitud acrítica de los padres hacia este consumo.
- El grupo de iguales
La influencia del grupo de los iguales es otro de los factores más estudiados en
los comportamientos de riesgo en la adolescencia. Así, si bien la conducta parental de
consumo de sustancias institucionalizadas contribuye en los hijos al consumo
experimental de tabaco y de alcohol, la influencia directa del grupo de pares parece ser
más decisiva en el uso continuado de estas drogas (Engels, Vitaro, Blokland, De Kemp,
y Scholte, 2004). Algunos autores sugieren, a este respecto, que el hábito de fumar y de
beber son conductas sociales que habitualmente se aprenden y se practican en compañía
de otras personas, y en el caso de los adolescentes, este aprendizaje se efectúa con el
grupo de iguales (Musitu y cols., 2001; Vega y Garrido, 2000).
Por otra parte, el primer contacto que tiene el adolescente con las drogas no
institucionalizadas ocurre, generalmente, con el grupo de iguales (López y cols., 1998).
En este contexto, los procesos de presión grupal pueden ser especialmente relevantes en
el consumo experimental con las drogas (McGuire, 1972, Vega y Garrido, 2000), y los
procesos de identificación grupal con el uso continuado de las sustancias (Cava, Buelga,
Herrero y Musitu, 2011). Sin embargo, Bauman y Ennet (1996) han sugerido que se ha
sobreestimado la influencia de la presión del grupo de iguales en el consumo de drogas.
Sin negar la evidente incidencia de este factor, Bauman y Ennet han afirmado que el
adolescente selecciona sus amistades en función del atractivo que el grupo tiene para él,
atribuyendo frecuentemente su propio comportamiento de consumo a la influencia de
los amigos.
La investigación ha constatado que los adolescentes son semejantes a sus amigos
en actitudes y conductas relacionadas con el consumo. Así, los consumidores de
sustancias cannábicas suelen pertenecer a grupos cuyos miembros consumen también
esta droga (Alfonso y cols., 2009; Comas, Jiménez, Acero y Carpallo, 2007). Entre
estos adolescentes, el consumo de esta sustancia se asocia a la diversión y a la relación
con el grupo de amigos (Olivar y Carrero, 2007). Por su parte, Pastor y cols. (2006)
encontraron que, entre los adolescentes varones, hay una relación positiva entre el
consumo de cannabis y la percepción de popularidad entre los compañeros, mientras
que en las chicas esta relación se observa con la percepción de habilidad para hacer
amistades íntimas. En esta línea, Villarreal (2009) sugirió que determinados consumos
son, precisamente, un modo para aumentar la red de amistades o para integrarse en
grupos de adolescentes y que, además y hasta cierto punto, puede estar bien visto
socialmente el consumo de ciertas drogas. Los jóvenes integrados en esos grupos
pueden ver reforzada su aceptación social y su autoestima social cuando realizan estos
consumos con sus iguales.
2.3. Factores macrosociales
Y éste, solo es uno de los problemas del mal uso de las tecnologías, que como
veremos, en el siguiente capítulo, se extiende a otras adicciones diferentes a las drogas,
como son las adicciones tecnológicas, y también a otros problemas de violencia en la
Red, como es el ciberacoso.
CAPÍTULO 9. EL ADOLESCENTE FRENTE A LAS NUEVAS
TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y LA COMUNICACIÓN
Sofía Buelga
Mariano Chóliz
Tabla 2. Prevalencia de ciberagresores según sexo en países de América Latina (frecuencia y porcentaje)
Ciertamente, otro foco de enorme interés es el estudio de las diferencias de
género y de edad. Los resultados de los escasos trabajos realizados hasta el momento
son también contradictorios entre sí. Algunos estudios han sugerido que no hay
diferencias en la cibervictimización entre sexos (Katzer, Fetchenhauer y Belschak,
2009), otros han encontrado más víctimas entre los chicos (Del Río y cols., 2010), y
otros, entre las chicas (Buelga y cols., 2010). Pese a estas divergencias, muchos trabajos
han coincidido en señalar que hay una mayor frecuencia de víctimas entre las chicas que
entre los chicos. En el trabajo de Kowalski y Limber (2007), se observó el doble de
victimas entre las chicas que entre los chicos; un 15% de victimización entre las chicas
frente a un 7% entre los chicos.
En relación a los agresores, los estudios concuerdan más en señalar que hay una
mayor prevalencia de agresores de sexo masculino (Navarro 2009). En esta línea,
Sourander, y cols. (2010) han encontrado en Finlandia que el 16% de chicas son
acosadas por chicos y sólo el 5% de los chicos son agredidos por chicas. También, Del
Río y cols. (2010) ha constatado en su trabajo con adolescentes latinoamericanos que el
22.4% de los chicos frente al 13.4% de las chicas, han utilizado el móvil o el Messenger
para acosar a sus iguales. Por otra parte, Calvete, Orue, Estévez, Villardón, y Padilla
(2010) han indicado que las ciberagresiones realizadas por chicos se relacionan más con
grabar y difundir imágenes degradantes sobre la víctima y enviar contenido sexual no
deseado y molesto. En esta línea, Buelga y Pons (2012) han constatado que los chicos
acosan más en conductas de hostigamiento, de persecución, y de difusión de imágenes
degradantes sobre la víctima. En otras conductas más indirectas y relacionales, estos
autores no han hallado diferencias de género.
Por lo que respecta a las relaciones entre cyberbullying y la edad, las
investigaciones han sugerido, como en el caso del bullying (Cava, Buelga, Musitu y
Murgui, 2010; Buelga, Cava y Musitu, 2012), que la etapa más crítica de victimización
es la adolescencia temprana (12-14 años), con una disminución de estos
comportamientos violentos en la adolescencia media (Kowalski y Limber, 2007). En
este sentido, Buelga y cols. (2010) han encontrado más víctimas de cyberbullying en los
dos primeros cursos de enseñanza secundaria obligatoria (1º y 2º de la ESO), con un
descenso significativo de este tipo de acoso en el ciclo superior de enseñanza secundaria
(3º y 4º de la ESO).
Con respecto a la edad de los agresores, mientras Williams y Guerra (2007) han
señalado que la edad prevalente es a los 13 años, Buelga y Pons (2012) han encontrado
que es a los 15 años. También, otros autores no han hallado diferencias significativas en
las edades de los agresores (Ortega y cols., 2008). Una aportación interesante que arroja
cierta luz sobre estos resultados, contradictorios entre sí, es el estudio de Garmendia,
Garitaonandia, Martínez-Fernández y Casado (2011). Estos autores han constatado que
mientras que el cyberbullying severo (más de una vez, por semana) es más frecuente en
la adolescencia temprana, el cyberbullying de intensidad moderada (menos de una vez
por semana) lo es en la adolescencia media, lo cual podría explicar las variaciones
encontradas entre los diversos trabajos.
En conclusión, el cyberbullying es un problema que está aumentado de forma
muy importante en todos los países desarrollados, siendo necesario esclarecer todavía
muchas cuestiones pendientes para prevenir este tipo de conducta entre los adolescentes
del mundo. Y aún más, si se tiene en cuenta que también han surgido entre los
adolescentes, otros comportamientos cibernéticos realmente preocupantes, como los que
vamos a ver a continuación.
2.2. Sexting, Sextorsión y grooming
El sexting es un neologismo inglés, entre las palabras sex (sexo) y texting
(mensajes de texto de teléfonos móviles; SMS), que consiste en la difusión o
publicación de contenidos de tipo sexual (principalmente fotografías y/o vídeos)
producidos por el propio remitente, utilizando para ello, el teléfono móvil u otro
dispositivo tecnológico (Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación,
[INTECO], 2011). Cuando la grabación se realiza a través de una web cam en lugar del
teléfono móvil, y se difunde por correo electrónico o por redes sociales, se habla más de
sex-casting que de sexting (aunque el término más utilizado siga siendo sexting).
La mayoría de las veces, los protagonistas de esta peligrosa práctica de
grabación y envío de fotografías y/o videos sexuales, son chicas que envían este regalo
picante a su novio/a. En el informe de Teen Online and Wireless Safety Survey (2010),
se ha señalado que el 65% de los adolescentes que hacen sexting son chicas frente al
35% de chicos. También, en no menos ocasiones, el destinatario de estas imágenes de
contenido sexual explícito es alguien que le gusta a ese adolescente (21%); amigos en
general (18%); su mejor amigo/a (14%); desconocidos (11%) y compañeros de clase
(4%).
Obviamente, las consecuencias de esta moda practicada por un 20% de
adolescentes norteamericanos pueden ser muy graves. Hay una pérdida absoluta de
privacidad y de control sobre la difusión de estos contenidos sexuales, que violan
gravemente la intimidad del adolescente cuando son distribuidos y difundidos, sin su
permiso. Un 8% de los adolescentes españoles de 10 a 16 años han informado, en este
sentido, haber recibido en su móvil sin haberlo pedido, fotos o videos de chicos o chicas
conocidos en posturas sexualmente provocativas (INTECO, 2011). En esta encuesta, el
60% de los padres de menores españoles de 10-16 años han manifestado que para ellos,
sería muy negativo que sus hijos recibiesen fotos de chicos o chicas en posturas sexy.
Estas imágenes privadas enviadas como regalo al novio/a, como señal de flirteo,
como juego entre amigos, como prueba de osadía y madurez, muchas veces causada por
la presión de los pares, escapan irreversiblemente al control del adolescente en el
momento mismo de su envío a terceros. Los medios tecnológicos posibilitan, como
hemos visto en este capítulo, la difusión masiva e inmediata de unos contenidos que
pueden permanecer y reproducirse para siempre en el espacio digital. En un
nanosegundo, el envío de estas imágenes íntimas puede pasar a ser de dominio público
y causar un daño irreparable al adolescente.
En Junio de 2008, Jessica Logan, de 18 años se ahorcó en su habitación, después
que su ex novio por venganza enviase una foto de ella desnuda que circuló entre cientos
de adolescentes de Ohio, su ciudad natal. Durante meses, fue hostigada con insultos
como "prostituta" y "reina del porno" en MySpace y Facebook…
La imposibilidad de detener la distribución de las imágenes ni de preveer las
reacciones que puede provocar en el ciberespacio, evidencia los graves riesgos a los que
los adolescentes que hacen sexting se exponen sin saber realmente las repercusiones que
pueden tener en el presente y también, en el futuro. La difusión masiva de las imágenes
sexuales no solo puede proceder del novio o de otros destinatarios conocidos o
desconocidos (por fanfarronear, divertirse o vengarse), sino también puede ocurrir por
incidentes relacionados con el robo o pérdida del teléfono móvil y también, por acceso
de terceros al dispositivo tecnológico (craking). De ahí, que el adolescente pueda ser
víctima de sextorsión no solo por parte de alguien con el que ha compartido
voluntariamente imágenes privadas (novio, amigos, conocidos), sino también por
personas que han accedido sin su consentimiento, a las imágenes privadas de su
terminal, y que le amenazan con publicar estas fotografías o videos de contenido sexual.
Por lo general, a cambio de no difundir esas imágenes privadas, la víctima chantajeada,
sigue enviando al agresor más fotos o videos de carácter sexual, y, en casos extremos,
puede llegar a realizar concesiones de tipo sexual con contacto físico (INTECO, 2011).
También, a cambio de no publicar el material comprometido, el agresor puede realizar,
además, un chantaje de tipo económico.
Un tipo de sextorsión muy grave, también provocada por la grabación y envío de
imágenes sexuales a otros (sexting), es el grooming. Este delito consiste en acciones
realizadas deliberadamente por un adulto con el fin de establecer una relación y un
control emocional sobre un niño o niña con la finalidad de abusar sexualmente del
menor. Esos fines incluyen casi siempre la obtención de imágenes del menor desnudo o
realizando actos sexuales, y en caso extremos, en acceder a un encuentro sexual entre el
adulto y el menor.
Obtiene fotos de sexting de niñas de 11 y 12 años contactadas en Tuenti y Messenger (29 sept., 2011)
La Audiencia Provincial de Cantabria impondrá una pena de cuatro años de prisión y más de 7.000 euros
en multas e indemnizaciones, a un hombre que se hizo pasar por una chica de 14 años en la red social
online Tuenti y convenció al menos a dos niñas, de 12 y 11 años (quienes por dicha edad no podrían ser
usuarias en Tuenti), para que la enviasen fotografías en las que aparecían desnudas.
Al parecer estuvo utilizando una cuenta de Messenger y dos en Tuenti entre septiembre de 2008 y enero de
2009 para contactar con diversas niñas fingiendo ser una chica de 14 llamada Isabel.
El hombre pedía a las niñas que le enviasen fotografías en las que estuviesen desnudas o que conectasen
su webcam con la excusa de que así sabría su talla y podía ayudarlas a «entrar en el mundo de la moda».
También se hacía pasar por el supuesto novio de la tal Isabel y las amenazaba si no le entregaban dichas
imágenes. Así logró que dos niñas de 12 y 11 años le remitiesen varias fotografías en las que aparecían
desnudas y en el caso de la más joven, en posturas y actitudes de tipo sexual. El acusado usó además las
fotos de las menores para enviarlas a otras chicas y que les sirvieran de cebo pues mostrarían que no había
nada malo si ya lo habían hecho otras niñas.
http//sexting.wordpress.com/2011/09/29/obtiene-fotos-de-sexting-de-ninas-de-11-y-12-anos-
contactadas-en-tuenti-y-messenger/
El grooming es un proceso que puede durar semanas, incluso meses, y que suele
pasar por las siguientes fases:
(1) El adulto simula ser un menor en foros, chats o redes sociales de niños y
adolescente para contactar con niños;
(2) El adulto comienza a establecer con la víctima lazos emocionales de amistad
y de confianza, obteniendo informaciones personales e íntimas de ésta, que podrán ser
utilizadas en su chantaje posterior;
(3) En ese clima de amistad ficticia entre dos supuestos niños o dos
adolescentes, el adulto engatusa, embauca al menor a hacer “cosas” sexuales
(fotografiarse desnudo, filmarse semi desnudo o desnudo delante de la webcam, etc.);
(4) Obtenidas imágenes íntimas del menor, el adulto procede, entonces, a
chantajearlo. Le exige al menor que siga proporcionándole más fotografías sexuales
suyas, a cambio de no difundir estas imágenes en la red o a sus contactos (familia,
amigos, conocidos). El menor entra en una espiral de abuso, de la que no sabrá salir sin
la ayuda de un adulto.
Las tácticas para chantajear a un niño o un adolescente son muy variadas, y
aunque éste es el proceso más habitual del grooming, también la extorsión puede ser
mucho más rápida y directa. La aceptación de una simple petición de amistad en el
Messenger o en una red social puede ser ya la puerta de entrada directa para el chantaje.
El adulto incluye con la solicitud, un virus que puede infectar el ordenador del menor
(soy un hacker y te he metido un virus en tu ordenador… si no quieres perderlo todo,
enséñame tus pechos), o un virus que también puede capturar y enviar al agresor las
contraseñas de las cuentas privadas del menor (tengo tu contraseña y me voy hacer
pasar por ti en tu Messenger para decir cosas guarras a los chicos… si no quieres que
lo haga, debes…). También la publicación inocua de fotos del menor en la red puede ser
la táctica para realizar directamente el chantaje (tengo fotos tuyas que he bajado de la
red social, y voy a publicarlas en páginas X aportando tu perfil… si no haces…).
Las estrategias y tácticas del grooming son lamentablemente muchas y muy
variadas, y las consecuencias psicológicas para la víctima muy graves. En la sociedad
tecnológica actual, son necesarios muchos esfuerzos para erradicar no solo este
insidioso tipo de ciberacoso sexual, sino como hemos visto en este capítulo, otros tipos
de ciberacoso.
La educación preventiva dirigida a los niños y a los adolescentes debe
claramente contener acciones orientadas a concienciar a los menores sobre sus
actuaciones. En muchas ocasiones, los menores no son conscientes de las repercusiones
y consecuencias psicológicas y legales que tiene su conducta cibernética sobre su propia
vida presente y futura, como se ha visto con el sexting, y con el cyberbullying. Los
programas de prevención deben obviamente, incluir a los adultos (y, en particular, a los
progenitores). Es necesario aumentar en los adultos su conocimiento sobre las nuevas
tecnologías, reduciendo de este modo, la brecha digital que los separa de los nativos
digitales que son sus hijos. En un mundo tecnologizado, dónde sin salir de casa los hijos
están expuestos, cada vez más a peligros reales en la red, el papel de los padres es
fundamental. No solo para evitar en sus hijos conductas tan peligrosas e inadecuadas
como el cyberbullying, sexting y grooming, sino también como agentes de socialización
para potenciar el uso positivo y saludable de las nuevas tecnologías, que ciertamente
bien manejadas, son muy beneficiosas para los adolescentes y en definitiva, para la
sociedad del siglo XXI.
Notas
i Aunque mejor sería denominarlas TICO (Tecnologías de la Información, Comunicación y Ocio), porque
la dimensión afectiva, tanto de la comunicación como del entretenimiento, es la principal variable que
explica el interés de los adolescentes por el uso de estas herramientas tecnológicas.
ii Volvemos a poner entre comillas lo de « nuevas » tecnologías porque para los adolescentes,
precisamente, no se trata de algo que pudieran considerar novedoso. Los adultos, sin embargo, las hemos
visto desarrollarse y en algún caso, incluso aparecer.
iii El concepto de red social abarca a disciplinas como sociología, psicología, economía o física y se basa
en modelos como la teoría de redes, que han supuesto una metodología de trabajo para el estudio de las
relaciones interpersonales desde principios del siglo XX. La utilización de Internet como herramienta que
facilita el contacto entre los miembros de la red ha favorecido el nacimiento y expansión de comunidades
virtuales, que es el término que mejor definiría al tema que nos ocupa.
Nota final: Una de las más conocidas redes sociales (aunque no la primera de ellas), Facebook, significa,
literalmente, «libro de caras» y es bien conocido que su origen se remota a la existencia de un documento
que se daba a los universitarios de Harvard cuando se matriculaban, en el que constaba una breve reseña
biográfica de cada compañero de la universidad ilustrada con una fotografía. Ese documento tenía la
función de favorecer el acercamiento entre los compañeros merced al conocimiento de algunas
características personales de cada uno. El gran salto hacia adelante se produjo cuando la información de
ese libro de caras pudo ampliarse por parte de los interesados y, sobre todo, cuando se distribuyó
ampliamente entre los compañeros o los conocidos de los compañeros, o los conocidos de los conocidos
de los compañeros… precisamente en forma de red.
UNIDAD IV. PROBLEMAS EMOCIONALES EN LA
ADOLESCENCIA
CAPÍTULO 10. LA AFECTIVIDAD EN LA ADOLESCENCIA
La adolescencia constituye un importante periodo de transición en el curso del
desarrollo humano, puesto que implica el paso progresivo de la infancia a la edad
adulta. El cambio es la esencia de la adolescencia. En efecto, el segundo decenio de la
existencia humana se caracteriza por la variedad e intensidad de las transformaciones en
todos los aspectos del desarrollo: el biológico, el psicológico y el de la vida social. Este
periodo, al igual que la niñez, es un periodo evolutivo que ha sufrido cambios en su
grado de “visibilidad” social a través de la historia y las culturas. Aunque es evidente
que la pubertad -entendida como el conjunto de cambios físicos que denotan la madurez
física de una persona adulta- ha existido siempre, la adolescencia, tal y como hoy la
entendemos, es un concepto que no está presente en la sociedad occidental hasta ya
entrado el siglo XX.
1. LA IDENTIDAD EN LA ADOLESCENCIA
En este periodo es crucial la cristalización de la identidad entendida como un
conjunto de rasgos y de características personales que configuran el self. Se podrían
distinguir 3 aspectos diferentes de la identidad:
COMPROMISO
SI NO
CRISIS
Esta etapa cumbre en el desarrollo psicosexual del sujeto está influida por
múltiples factores: genéticos, gonadales, hormonales, neurobiológicos, culturales,
sociales y familiares. Son tres los aspectos principales a considerar en este proceso: la
orientación sexual, la identidad de género y el rol de género.
Orientación sexual, identidad de género y rol de género en la adolescencia
Adolescencia y homosexualidad
Como afirman Díaz Montes y cols., (2005), los adolescentes con orientación
homosexual, bisexual o insegura afrontan estresores psicosociales adicionales a los del
resto de iguales. Estos adolescentes tienen más probabilidad de sufrir violencia física y
emocional por parte de compañeros en el contexto escolar (Durant, Kowchuck y Sinal,
1998; Russell, Franz y Driscoll, 2001), como se puede apreciar en el gráfico siguiente.
Gráfico I. Prevalencia de distintos tipos de violencia sufrida por adolescentes LGTB. Fuente:
(CIMOP, 2010).
· El 90% del alumnado cree que las personas gays, lesbianas, transexuales y
bisexuales son peor tratadas que las demás.
Por su parte, Horn y Heinze (2011) afirman que los adolescentes que se basan en
la socialización para explicar el origen de la homosexualidad tienden a evaluarla
negativamente, se sienten menos cómodos al interactuar con iguales gays y lesbianas, y
no suelen considerar que la exclusión y las burlas hacia gays y lesbianas sean algo
negativo. En cambio, los adolescentes que utilizan argumentos biológicos tienden en
menor medida a evaluar la homosexualidad como algo negativo, se sienten más
cómodos al interactuar con gays y lesbianas y es más probable que evalúen la exclusión
y las burlas como algo negativo. Las conclusiones del informe “Juventud y diversidad
sexual” (CIMOP, 2010) apoyan estos datos:
17).
Para finalizar este epígrafe queremos destacar el grado de aceptación diferencial que
por parte de los adolescentes tienen sus compañeros y compañeras con orientaciones
sexuales minoritarias. Según el informe del CIMOP (2010), la tolerancia y el respeto
mostrados por los jóvenes hacia la diversidad afectivo-sexual no alcanza por igual a todos
los colectivos LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). Mientras que los
varones gays parecen haber logrado un grado notable de visibilidad y aceptación, el
lesbianismo continuaba apareciendo como una realidad invisible o invisibilizada. Con
mucha mayor claridad, la bisexualidad y, sobre todo, la transexualidad, siguen siendo
“incomprendidas” y resultan aún objeto de un extendido rechazo. Siendo estos datos de
inicios de la segunda década del siglo XXI y provenientes de un contexto, el español,
caracterizado por un nivel de apertura legislativa considerable (matrimonios homosexuales,
ley de parejas de hecho, procesos de reasignación de sexo para personas transexuales
financiados por la sanidad pública, posibilidad de acogimiento y adopción por parte de
parejas homosexuales, etc.) queda aún mucho camino por recorrer en la defensa del
reconocimiento y visibilización social de ciertos colectivos que por su carácter minoritario
pueden acabar siendo excluidos o rechazados.
4.3. La educación afectivo-sexual en la adolescencia
La forma en que los adolescentes enfocan las relaciones sexuales a medida que
se aproximan a la madurez sexual depende de la educación que hayan recibido acerca
del sexo durante los años de la niñez. No se trata sólo de la educación referente a la
mecánica de la conducta sexual sino también una formación sobre la moral sexual, las
obligaciones recíprocas entre los seres humanos, los roles de género y la influencia de la
sociedad y los ideales y valores como, por ejemplo, el respeto, la responsabilidad y el
amor. La educación afectivo-sexual tiene que ser capaz de capacitar a los niños y
adolescentes para entender y disfrutar de forma satisfactoria, plena y sana su sexualidad,
respetándose a sí mismo y a los demás y, como propugna la Organización Mundial de
la Salud (OMS, 2010), promover la salud sexual entendida como la ausencia de
temores, de sentimientos de vergüenza, culpabilidad, de creencias infundadas y de otros
factores psicológicos que inhiban la actividad sexual o perturben las relaciones sexuales.
Aunque como acabamos de enunciar es preferible que la educación sexual se
inicie antes de llegar a la adolescencia, es necesario que en esta etapa se siga prestando
ayuda y apoyo al adolescente, ya que nuevos interrogantes derivados del proceso de
desarrollo psicosexual humano adquirirán en este periodo del ciclo vital una especial
relevancia. En la Tabla IV se presentan algunas orientaciones a tener en cuenta para
elaborar programas de educación afectivo-sexual dirigidos a adolescentes.
1. Ayudar para comprender los hechos biológicos y anatómicos que
constituyen la base de la educación sexual.
2. Explicar qué otros factores psicológicos, emocionales, sociales y morales
intervienen en una relación sexual responsable.
3. Tratar de eliminar temores y mitos acerca de los cambios que se producen
en la pubertad y acerca de la actividad sexual.
4. Fomentar la aparición de una actitud positiva y sana hacia las cuestiones
del sexo. Sexo=placer y no Sexo=ansiedad, angustia.
5. Explicar cuáles son los peligros de las enfermedades de transmisión
sexual.
6. Explicar el riesgo del embarazo.
7. Proporcionar consejos con respecto a los métodos anticonceptivos.
8. Profundizar en las diferentes opciones sexuales.
9. Organizar los programas sobre salud sexual desde la participación activa
de los jóvenes.
Tabla IV. Orientaciones que pueden servir en el ámbito de la educación sexual adolescente.
Fuente: (elaboración propia).
En cuanto a los programas afectivo-sexuales implementados en el medio
educativo por el profesorado, Wainerman, Di Virgilio y Chami (2008) distinguen 4
perspectivas programáticas que presentamos a continuación:
1.- Educación (confesional) para una sexualidad con fines reproductivos:
promueven la abstinencia hasta el ingreso en la vida sexual activa (marcado por el rito
del matrimonio) dirigida en exclusiva al fin reproductivo. Sexualidad es equiparado a
genitalidad, y se rechazan la homosexualidad, el placer, deseo y los métodos
anticonceptivos. Su visión de las enfermedades de transmisión sexual (ETS) y del SIDA
es muy negativa.
2.- Educación (científica) para la prevención de las consecuencias de la
sexualidad: se hace hincapié en proporcionar información biomédica dirigida a la
prevención de embarazos no deseados y ETS. Por tanto se facilita información sobre
métodos anticonceptivos y se forman “mediadores en salud” para que los propios
adolescentes puedan ayudar y asesorar a sus iguales.
3.- Educación para el ejercicio de una sexualidad responsable: se trabajan
aspectos comunicacionales, relacionales y afectivos de la sexualidad, más allá de lo
puramente genital y reproductivo, incluyendo en su concepto de sexualidad
componentes psicológicos, sociales y culturales. Se apuesta por la toma responsable de
decisiones por parte de ambos miembros de la pareja apostando por la construcción de
conductas independientes y saludables.
4.- Educación para el ejercicio del derecho a la sexualidad: su objetivo
central es la defensa de los derechos del niño y adolescente a tener una sexualidad
plena, no limitada a la procreación, donde el placer, el goce, la fantasía y la libertad de
elección de la pareja más allá del modelo heterosexual predominante son los pilares
educativos.
Desde esta última perspectiva la Organización Mundial de la Salud en su
Informe sobre los estándares para la Educación Sexual en Europa (2010) propone siete
características de la educación sexual holística, capaz de integrar aspectos físicos,
afectivos, sociales y culturales:
a) Debe basarse en la participación activa de los jóvenes.
d) Debe ser multisectorial y coordinada, por lo que debe ser impartida de modo
intercurricular y multidisciplinar pudiendo ser objeto de distintas materias
educativas.
Grupos México
% No. Personas
Mujeres mayores de 20 años 72 20.52 millones
Hombres mayores de 20 años 66 16.96 millones
Niños en edad escolar 26 5.54 millones
La prevalencia de obesidad en los adultos mexicanos ha ido incrementando con
el tiempo. En 1993, resultados de la Encuesta Nacional de Enfermedades Crónicas
(ENEC 1993) mostraron que la prevalencia de obesidad en adultos era de 21.5%,
mientras que con datos de la Encuesta Nacional de Salud (ENSA 2000) se observó que
en ese año, 24% de los adultos la padecían y, actualmente, con mediciones obtenidas
por la ENSANUT 2006, se encontró que alrededor de 30% de la población mayor de 20
años (mujeres, 34.5 %, hombres, 24.2%) tiene obesidad en México. Este incremento
porcentual debe tomarse en consideración sobre todo debido a que el sobrepeso y la
obesidad son factores de riesgo importantes para el desarrollo de enfermedades
crónicas, incluyendo las cardiovasculares, diabetes y cáncer. México gasta 7% del
presupuesto destinado a salud para atender la obesidad, solo debajo de Estados Unidos
que invierte el 9%.
La prevalencia de obesidad en España de acuerdo a datos proporcionados por
Peláez, Labrador y Raich, (2007) muestra un menor porcentaje que en México con un
13.9% y la de sobrepeso y obesidad del 26.3% (sólo sobrepeso, 12.4%). Asimismo,
contrario a los datos encontrados en México, la obesidad es mayor en varones (15.6%)
que en mujeres (12%), y también lo es el sobrepeso.
El carácter epidemiológico de los desórdenes alimenticios relacionados con el
sobre peso, el deterioro físico de los desórdenes concernientes al infrapeso así como la
comorbilidad asociada a ambas problemáticas, requiere de una concepción psicológica
acorde a los modernos paradigmas científicos. Los modelos explicativos que
conceptualizan los desórdenes alimenticios como trastornos producto de una
psicopatología, contemplan una explicación unicausal y reduccionista que refiere
atributos causales de índole interna conceptualmente confusos que dan lugar a una
concepción internalista de la salud, que no es compatible con una concepción holista.
El concepto tradicional que presupone la existencia de una Psicología que
contempla que las diferentes posturas teóricas se refieren a campos de fenómenos
complementarios de un universo empírico coherente, y al suponer que los conceptos y
datos de las teorías amparadas por distintos paradigmas son complementarias e
integrables sin considerar sus características ontológicas y epistemológicas totalmente
divergentes, ha llevado a nuestra disciplina a adoptar posturas eclécticas. Lo más
preocupante es que estas hibridaciones teóricas transgreden los límites entre el
conocimiento científico y el conocimiento ordinario y en ocasiones hasta del
conocimiento religioso ocasionando una confusión conceptual en la Psicología que la ha
llevado en el campo profesional y de investigación a amalgamar una serie de prácticas
pseudo científicas y anticientíficas (Campo, 2004) en donde las primeras utilizan un
lenguaje científico pero sin bases teóricas como es el caso de la programación
neurolingüística y las segundas rechazan o ignoran los procedimientos y el lenguaje
científicos dando lugar así a una Psicología de Consumo o Psicología Chatarra en la que
se sustituye el criterio de pertinencia (investigación teóricamente fundamentada y
técnicas terapéuticas emanadas de teorías científicas) por el de abundancia
(multiplicidad indiscriminada de variables en investigación y diversidad de técnicas de
diferentes teorías en la práctica profesional) (Zarzosa, 1991).
En el marco de un contexto pluralista multi e inter disciplinar la Psicología de
Consumo no está en condiciones de proporcionar un marco teórico confiable en
investigación, ni tampoco ofrecer una intervención psicológica pertinente ya que carece
de la rigurosidad científica necesaria tanto para la investigación como en la atención
integral en los desórdenes alimenticios. Por tal motivo, es necesario reorientar la
investigación psicológica de los desórdenes alimenticios contemplando modelos
teóricos pertinentes, que permitan plantear alternativas de tratamiento de los desórdenes
alimenticios en el plano psicológico.
CAPITULO 12. IDEACION SUICIDA
Definido como la epidemia del siglo XXI (Mengual y Izeddin, 2012), el suicidio
se ha instaurado como la primera causa de muerte violenta en el mundo, pese a esto, las
explicaciones de este tipo de violencia autoinfringida siguen careciendo de teorías
solidas fundamentadas en la investigación científica. Pretendiendo emular las
explicaciones biológicas, la Psicología sigue adoptando concepciones fundamentadas en
instancias y/o atributos de carácter interno que dan lugar a interpretaciones
reduccionistas y maquinistas que no aportan soluciones a este complejo problema de
salud pública. Resulta necesario desarrollar modelos explicativos sobre el suicidio que,
desde una perspectiva psicosocial permita el desarrollo tanto de programas preventivos,
como estrategias de prevención efectivas.
1. EL SUICIDIO DESDE UNA PERSPECTIVA PSICOSOCIAL
El suicidio, considerado como una forma de violencia auto infringida, es un
concepto que surge precisamente de la necesidad de distinguir entre la agresión a uno
mismo y el hecho de agredir a otra persona. Krug et al. (2003) en el informe mundial
sobre violencia y salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), definen la
violencia como
El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como
tipos de maltrato físico, sexual y psíquico, así como el suicidio y otros actos
de autoagresión.
Notas
Una de las más conocidas redes sociales (aunque no la primera de ellas), Facebook, significa,
literalmente, «libro de caras» y es bien conocido que su origen se remota a la existencia de un documento
que se daba a los universitarios de Harvard cuando se matriculaban, en el que constaba una breve reseña
biográfica de cada compañero de la universidad ilustrada con una fotografía. Ese documento tenía la
función de favorecer el acercamiento entre los compañeros merced al conocimiento de algunas
características personales de cada uno. El gran salto hacia adelante se produjo cuando la información de
ese libro de caras pudo ampliarse por parte de los interesados y, sobre todo, cuando se distribuyó
ampliamente entre los compañeros o los conocidos de los compañeros, o los conocidos de los conocidos
de los compañeros… precisamente en forma de red.