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MITO DE DANAE

Los padres de Dánae son el rey de Argos Acrisio y Eurídice. Acrisio recibió
un oráculo en el que se le anunciaba que el hijo de su hija lo mataría.

Para evadir el oráculo, Acrisio decidió encerrar a su hija en una cámara


subterránea de bronce con una guardia constante. Sin embargo, el oráculo
debía cumplirse y Dánae quedó embarazada. Hay versiones que dicen que
Zeus llegó a la cámara en forma de lluvia de oro y sedujo a Dánae. Otras
versiones apuntan que fue el tío de la joven Preto.

Cuando Acrisio supo lo que había ocurrido, se negó a creer la historia de


origen divino, por lo que decidió encerrar a Dánae con el bebé en un cofre y
lanzarlos al mar. Pero Zeus los protegió y llegaron a salvo a la isla de
Séfiros.

Dictis, el hermano del tirano Polidectes le dio refugio a la joven madre y a


su hijo. Polidectes se enamoró de Dánae y por eso quizo alejar a Perseo, por
lo que lo envió en busca de la cabeza de Medusa.

Mientras Perseo andaba cumpliendo con sus hazañas, Polidectes intentó


conquistar a Dánae. Como Dánae no aceptaba la amenazaba terriblemente y
también maltrataba a Dictis, su propio hermano quien había cuidado de
Perseo como si fuera su hijo y deseaba defender a Dánae de los deseos
pasionales de Polidectes.

Cuando Perseo regresó con la cabeza de la Medusa, encontró a su madre y a


Dictis rogando por piedad ante Polidectes. Comprendió todo lo que había
ocurrido, y mediante la cabeza de Medusa convirtió al tirano y a sus
servidores en piedra.

Después de que Dictis quedara como rey de la isla, Dánae y su hijo Perseo
partieron para Argos, donde Dánae regresó a su madre Eurídice y Perseo
fue en busca de Acrisio, a quien tal y como el oráculo lo había predicho,
mató sin querer.
EL MITO DE NARCISO

Narciso era hijo del dios boecio del río Cefiso y de Liriope, una ninfa
acuática. El famoso vidente Tiresias ya había hecho la predicción de que
viviría muchos años, siempre y cuando no se viese a sí mismo. A los 16 años
Narciso era un joven apuesto, que despertaba la admiración de hombres y
mujeres. Su arrogancia era tal que, tal vez a causa de ello, ignoraba los
encantos de los demás. Fue entonces cuando la ninfa Eco, que imitaba lo que
los demás hacían, se enamoró de él. Con su extraña característica, Eco
tendía a permanecer hablando cada vez que Zeus hacía el amor con alguna
ninfa. Narciso rechazó a la pobre Eco, tras lo cual la joven languideció.

Su cuerpo se marchitó y sus huesos se convirtieron en piedra. Sólo su voz


permaneció intacta. Pero no fue la única a la que rechazó y una de las
despechadas quiso que el joven supiese lo que era el sufrimiento ante el
amor no correspondido. El deseo se cumplió cuando un día de verano Narciso
descansaba tras la caza junto a un lago de superficie cristalina que
proyectaba su propia imagen, con la que quedó fascinado. Narciso se acercó
al agua y se enamoró de lo que veía, hasta tal punto que dejó de comer y
dormir por el sufrimiento de no poder conseguir a su nuevo amor, pues
cuando se acercaba, la imagen desaparecía.

Obsesionado consigo mismo, Narciso enloqueció, hasta tal punto que la


propia Eco se entristeció al imitar sus lamentos.

El joven murió con el corazón roto e incluso en el reino de los muertos siguió
hechizado por su propia imagen, a la que admiraba en las negras aguas de la
laguna Estigia. Aún hoy se conserva el término «narcisismo» para definir la
excesiva consideración de uno mismo.
MITO DE ORFEO Y EURIDICE

Cuentan que cuando Orfeo tocaba no sólo los hombres, animales y dioses se
quedaban embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza
detenía su fluir para disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y
hasta las rocas escuchaban a Orfeo y sentían la música en su interior,
animando su esencia. Más de una vez este mágico don le ayudó en sus viajes,
como cuando acompañó a los Argonautas y su canto pudo liberarles de las
Sirenas, o pudo dormir al dragón guardián del vellocino de oro. Pero eso es
otra historia y debe ser contada en otra ocasión...

Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por
aprender... estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y
Osiris, y se empapó de distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su
tiempo.

Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran y que
tuviera no pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer junto
a él y ser despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer. Muchas
que querían compartir su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad.

Pero sólo una de ellas llamó la atención de nuestro héroe, y no fue otra que
Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como otras y puede que
tampoco tan hermosa... pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y desde
que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y
transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con
ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en muchas de sus
aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy felices,
disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y apasionado como
ninguno.

Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando la


tristeza, y la felicidad perdería su sentido... y también en esta ocasión
sobrevino la tragedia.

Quiso el destino que el pastor Aristeo quedara también prendado de Eurídice,


y que un día en que ésta paseaba por sus campos, el pastor olvidara todo
respeto atacándola. Nuestra ninfa corrió para escaparse, con tan mala
fortuna que en la carrera una serpiente venenosa mordió su pie, inoculándole
el veneno y haciendo que cayera muerta

No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y una noche de


las muchas que pasó en vela llorando a su amada, decidió que si hacía falta,
descendería él mismo a los infiernos de Hades para reclamar a Eurídice. Fue
un viaje duro, tuvo que enfrentarse al guardián de las puertas de los
Infiernos, Kancerbero, quien a punto estuvo de atacar pero que finalmente
respondió a la música de Orfeo como otros tantos animales habían hecho
anteriormente. Así fue como nuestro músico se internó en el submundo, sin
cesar de tocar y de cantar su tristeza.

Cuentan que el mismo Hades se detuvo a escucharle, que las torturas se


interrumpieron, que todos encontraron un momento de paz en la visita de
Orfeo. Sísifo, condenado a subir una piedra hasta la cumbre de la montaña
una y otra vez, detuvo su marcha; los buitres que torturaban a Prometeo
desgarrando sus entrañas se posaron en el suelo y Tántalo, quien jamás podría
saciar su hambre o su sed, rompió a llorar olvidando sus necesidades. Y los
Señores del Infierno, Hades y Perséfone, quedaron conmovidos por la belleza
del canto de Orfeo.

Así, decidieron devolver a la vida terrenal a Eurídice, con la condición de que


ésta caminase detrás de Orfeo en el viaje de vuelta al mundo de los vivos, y
que éste no mirase atrás ni una sola vez hasta que no estuvieran en la
superficie. Y ambos emprendieron la marcha.

El viaje fue difícil, lleno de penurias. Si la bajada al Hades había costado, el


ascenso fue aún peor. Eurídice seguía herida y débil, y las sombras se cernían
sobre ellos amenazadoras, el frío se colaba en sus huesos, los tropiezos eran
cada vez más frecuentes. A punto ya de llegar a la salida, cuando los
primeros rayos de luz traspasaron las sombras, Eurídice dejó escapar un
suspiro aliviada, y Orfeo olvidó la orden de Hades y miró hacia atrás por un
instante. Entonces su amada empezó a desvanecerse, pues la condición
impuesta había sido violada, y aunque Orfeo se lanzó sobre ella en un abrazo
que la retuviera, no fue más que aire lo que estrechó entre sus brazos.

Orfeo intentó entonces descender de nuevo al Hades, pero Caronte, el


barquero de la laguna Estigia, le negó la entrada, y ambos apenas pudieron
despedirse con una mirada a través de las aguas. Y aunque esperó Orfeo siete
días con sus siete noches en el margen del lago, acabó viendo que era
demasiado tarde para enmendar su error, y marchó a vagabundear por los
desiertos, sin apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y su música.

Tiempo después, Orfeo tendría un triste final, y acabaría siendo


descuartizado y los trozos de su cuerpo, divididos y esparcidos. Su cabeza les
llegó a las Musas a la costa de Lesbos, navegando por el río, según se dice,
aún moviéndose sus labios llamando a Eurídice, y fue allí donde las musas la
recogieron y le dieron sepultura.
Mito de Atalante e Hipómanes

Un día una osa benevolente encontró una niña recién nacida, llamada
Atalanta, al pie de la montaña, que había sido abandonada por su padre por
ser mujer.

La osa la crió como a uno de sus hijos y le enseñó a cazar y a recoger miel y
bayas. Una vez que creció se convirtió en una seguidora de Diana la
cazadora; vivía sola y era muy feliz recorriendo los bosques y los campos
inundados de sol.

Apolo, apoyaba su modo de vida y le recomendó que no se casara nunca para


no perder su identidad.

Sin embargo, siempre vivía rodeada de pretendientes.

Cansada de tener que enfrentar esta situación y para liberarse de ellos


organizó un plan. Confiando en su destreza física, los desafió a competir con
ella en una carrera; y el que la pudiera vencer se casaría con ella pero el que
fuera vencido perdería la vida.

Estaba segura que con esta condición nadie querría participar, ya eran lo
suficientemente duras como para desalentar a cualquier candidato, sin
embargo muchos hombres estuvieron dispuestos a perder la vida.

Un día un extranjero llamado Hipómenes, pasó por esa región y se enteró de


la competencia. Se burló de los hombres que participaban, pero en cuanto
conoció a la bella Atalanta también quiso arriesgarse para lograr ser su
esposo.

Era el nieto de Neptuno, dios del mar, un orgulloso e intrépido caballero que
la impresionó por su arrogante presencia.

Atalanta le pidió que se fuera porque temía por la vida de ese gallardo joven
que la había conmovido y del que se estaba enamorando.

Sin embargo, a pesar de sus súplicas él no quiso ceder y con gran pesar tuvo
que consentir en competir con él.

Hipómenes le rogó a la diosa Venus que lo ayudara y ésta decidió hacerlo y


así tener la oportunidad de castigar a Atalanta por despreciar al amor.
Venus cortó tres manzanas de oro de un árbol sagrado y se las dio al audaz
caballero para que se las fuera arrojando a la joven durante la carrera para
distraerla y alejarla del camino. Era la única manera de ganarle, porque era
más veloz que el mismo viento.

Las dos primeras manzanas lograron hacer retroceder a Atalanta para


recogerlas llegando estar los dos a la par; pero la tercera manzana era la
última oportunidad, por lo tanto Hipómenes trató de lanzarla lo más lejos
posible.

Atlanta se disponía a ignorarla para no perder la carrera, pero en ese


momento de la decisión Venus tocó su corazón y le hizo abandonar el camino
para recogerla, perdiendo así la carrera.

Hipómenes ganó así la competencia gracias a la ayuda de Venus, logrando ser


el primero en ganar el premio, que le permitía tomar a Atalanta como
esposa.

Pero con el afán de ganar la carrera, Hipómenes olvidó agradecerle a Venus


el apoyo, quien enfurecida por su falta de agradecimiento, con la ayuda de
Diana, la diosa de la Luna urdió un castigo para la pareja por haberla
ignorado.

Cuando ambas diosas los encontraron juntos en el bosque recostados sobre


la hierba a la luz de la luna, decidieron convertirlos en animales.

Fue así que esa misma noche sus cuerpos comenzaron a experimentar
grandes cambios y se transformaron lentamente en dos poderosos leones.

Cuando se despertaron a la madrugada, comenzaron a rugir y no tuvieron


más remedio que salir a cazar para poder subsistir.

A partir de entonces, Atalanta e Hipómenes vivieron juntos para siempre en


las profundidades del bosque convertidos en leones y dominados por la luna.
Icaro y Dédalo

Dédalo fue un prestigioso arquitecto, inventor y escultor, muy respetado en


su ciudad natal de Atenas. Trabajaba en su taller junto con su sobrino Talo,
quién aparentaba ser un gran sucesor de su tío. Llegado el momento en que
los celos comienzan a fusionarse, Dédalo, entre una madrugada y otra
decide matar a su sobrino, sacarse del medio esa tortura constante.
Un día invita a Talo a pasear con él por el recinto del templo de atenea y
desde lo alto de las murallas lo arroja al vacío, pero la diosa Palas
transformó al muchacho en pájaro "cubriéndolo de plumas mientras caía".
Luego baja del recinto, recoge el cadáver de su sobrino y lo entierra en un
baldío.
Días más tarde el tribunal consigue las pruebas del delito y condena a
muerte a Dédalo, éste consigue escapar y embarca en un navío que va a
Creta. Allí es recibido con todos los honores por el rey Minos, quien lo
convierte en su servidor.
Un día, Pasifae, la esposa de Minos, pide al escultor que le fabrique una
figura de vaca que se semejara a la real para cometer un delito con el toro
blanco de Creta, Esto lleva a cabo el nacimiento de una criatura dotada
mitad de cuerpo humano y mitad de toro: El Minotauro. Para tratar de
esconderlo, Minos ordena a Dédalo que construya un laberinto de donde
jamás pudiera salir esta bestia. Al pasar los días en ésta celda, el minotauro,
que se rehusaba a los alimentos ofrecidos, exige carne humana.
Al enterarse el deseo del monstruo, Minos tiene una idea, obligar a los
atenienses a enviar tributos de siete muchachos y siete doncellas para ser
devorados por la fiera.
Teseo, el hijo del rey de Atenas, parte rumbo a Creta con el fin de asesinar
al Minotauro, lo cual logra con la ayuda de Ariadna, la hija de Minos. Teseo
se introduce en el laberinto llevando un ovillo de lana que desenrolla desde
el principio para poder regresar cuando lo fuese necesario, este entra en la
morada del monstruo y lo apuñala por la espalda y vuelve a su pueblo natal
con Ariadna.
Con la esclava Naucrates, Dédalo tuvo un hijo llamado Icaro, el cual fue
encerrado junto con su padre dentro del laberinto por los engaños
cometidos al rey.
Con el pasar del tiempo a Dédalo se le ocurre la idea de construirse alas
para escapar del laberinto, y comienza a juntar plumas, las cuales va uniendo
con trozos de lino abandonados en el laberinto y cera extraída de los
panales de abejas. Así conforma los dos pares de alas que los elevan hacia el
cielo de Grecia.
Los primeros momentos de vuelo son complicados. Los cuerpos no
encuentran el equilibrioexacto, por lo cual Dédalo recomienda a Icaro que
vuele siempre a una altura media: ni demasiado bajo, para no hundirse en el
mar, ni demasiado alto, para que el sol no quemara las frágiles plumas.
Dédalo llevando la delantera no observa que Icaro, deslumbrado por la
belleza del firmamento y con la música de los pájaros, comienza a cobrar
altura poco a poco. Hasta que llega el momento en que los rayos del sol
comienzan a ablandar la cera que sujetaba las plumas y éstas empiezan a
desprenderse poco a poco hasta que Icaro cae al mar. Cuando Dédalo mira
atrás, no encuentra a su hijo, pero ve dos alas que flotan en el mar y
sobrevuela el lugar infinitas veces tratando de encontrar el cadáver de su
hijo.
Dédalo llega a Sicilia y se pone bajo el servicio del rey Cócalo para quien
construye un embalse, fortifica la ciudad...
Por su parte, Minos no se resigna a dejar escapar a Dédalo e inicia una
intensa búsqueda. Para averiguar el lugar en que se esconde, por todas las
ciudades por donde pasa, propone un problema técnico-intelectual y, al ver
que el rey Cócalo le devuelve solucionado el problema, ya sabe dónde se halla
el hábil Dédalo. En vano pedirá al rey que se lo entregue. Por el contrario,
cuando Minos se está bañando, informadas por Dédalo de las costumbres de
Minos, las hijas de Cócalo lo matarán echándole agua hirviendo.

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