Sie sind auf Seite 1von 3

rg84

La aentana indisoeta
Alfred Hitchcock

El primero de los cuatro granfus films de Hitcluock reedüados,


La ventana indiscreta (1954) se libra alfuror fu la interpre-
tación, se presta a todos los fantasmas y se entrega al plaar del
espectador.

"We haae become a race ofpeeping-loz"sl (Nos hemos convertido en una r¿LZa
de mirones), ufirmr, desde el comienzo de La omtana indiscretqla profética
stella (una admirable Thelma Ritter), enfermera que todos los días viene a
masajear la flaca espalda de L.B.Jeffries, conocido como
Jeff" (James Stewart),
fotógrafo inmovilizado en su departamento neoyorkino (a causá de una pierna
rota y, por ende, enyesada), glan misántropo desgarbado roído por la inactivi-
dad (ino espía acaso, algo viciosamente, a los vecinos, enfocándolos con su
teleobjetivo?), abrumado por la canícula (los veranos neoyorkinos son de una
humedad terrible: se atraviesa¡r en pijama), y acosado porla moblisa Fremont
(Grace Kelly, bellísima), criatura de ensueño que aprovecha su dolencia pasa-
jera para intenta¡ imponerle sus sueños de matrimonio burgués.
Un mirón "inmovilizado", iqué vendría a ser? IJn espectador, cla¡o. Un
hombre clavado en su asiento, condenado a una ,'visión bloqueada,, (bella
expresión de Pascal Bonitzer), un cinéfiIo, nosotros. Pero iqué quiere, este
espectador? Espectáculo, por supuesto. Y no cualquier espectáculo. para é1, lo
ideal sería sórprender npor azar" un acontecimiento que fuera en el sentido de
sus deseos más furbios y, por ende, informulables. Hacuse ta película fu sus
malos pensamienlos. Si, aun por inte¡pósita persona (lo que se llama un ,,perso-
naje"), realiza su deseo (desembarazarse por ejemplo áe h mujer que lb aco-
sa), no habrá perdido su tiempo. Si, en cambio, toma conciencia a lá hrgo del
camino de que su deseo es feo e impresentable, tendrávergüenza, serácastiga-
do y, masoquista como es, tal cosa incluso le agradará. Al pequeño juego de la
culpabilidad todo le viene bien.
- Tomemos aJeff, su gran teleobjeüvo y su larga pierna enyesada. A fuerza
de escruta¡ la comedia humana que se desarrolla en las ventanas de enfrente
como e¡ ohas tantas pantallas, descubre uno o dos dstalles sospechosos. La
mujer (enferma) de uno de sus vecinos de enfrente desaparece un día de su
campo visual. éY si el marido (harto) hubiera terminado por matarla? Persua-
dido de que eso es ni más ni menos lo que ocurrió,Jeffmoviliza (en vano) a un
amigo policía y (con éxito cierto) a Lisa y stella. Esta ultimq que había lanza-
do la pequeña frase sobre Ia "raza de mirones', se transforma en cuestión de
segundos en una supermirona. En cuanto a la afa¡rosa Lisq mrás aún que en su
brazo derecho, se transforma en verdadera "mitad" deJeff. Por sí soloi, presas
de hormigueante excitación, los tres se lanzan a la solución del enigma.

201
. .Y nosgtlo¡' que en la tiniebra de la sara en sombras miramos La uentatw
indkoetade Hitchcock, somos en er fondo como e[os, es decir,
.o.r.".rti*oa d
deseo jeffiano, anhelamos que
,h3ya
,,visto
bien". y estamos pr"p*uá*, S
falta para tener (un poco de) miedo. Después de todo, ;rá ná..ro, pug*
!ac1
en.la caja nuesho derecho a la visión Uloqu"*t"
1o !:,:"**":a
cfesbloqueantes? iA nuestro lugar de espectador? De mirón, sí. '/;i;;;"r"*
Huy dos tipos de mi¡o¡es en el cine. Er tipo Rossellini y át,ipo
-,
Uno, que se inclina a lo obsceno; oko, que lÉ echa
Hitchcoct
u'to poi""g;á.r. S
espío a alguien que' por definición, no podrá nunca "t "áevolvárme,,ásta
";o
mira
da, me confronto con la obscenidad (íes duro!). Si miro a
alguien como si fuere
un objeto y éste de repente tornarncia mí sus ojos de objá
y -" -i.f
en.una situación pornográfica, der Iado de Hitcñcock (ique "r.oy
párversor). Quien-
quiera que, seguro de tener sus objetos humanos L prrrrL ae ,r, Lño¡oc
haya creído al menos cnuax su mirad4 sabrá de "r, que hablo. y de qué miedo
hablo.
que el espectáculo tenga su moralej4 es necesario, simplemente,
eljuego entre los dos,g"atos (aquí,Jeffy Hiichcocs y fo. ao.
qc
.uio"", irq* ¿
criminal y el espectador) equilibre poco a po.o, qr" el ciego juego
.se ¿l m_
nos que funciona como adivina¡rza se precipitl, y qrrá ""1 infiáá eios otrof
¿cadá
1: LT.rf_o_.*" lo largo del fitm en ,rrá, á su tumo, en el papel dd
a-
diablo". Y esto, hasta el ontigo... qüero decir, hasta er vérügo.'rr"
.
que Hollywood contaba precisamente ras historias que ya'sonabu "It-"'prec¡r
,,, pribri-.
fu9 asi que r¡n hombre, uno solo, contó mejor quá toí onos aquelá que
había analiTpdo mejor que los otros: Sir Alfreá Hiichcock. I -----
-1 É1,

fr"{T9:te,Jeffno había (sólo) soñado la culpabilidad del vecino. El grr


_.
Thorwald (Raymond Burr) había cortado escuetamente a su mujer en peür
,ol- Y. como termina por saber queJeff lo sabíE helo aquí
1". Jt n"a'J"
película) cruzando el paüo, subiÁndá las escaleras, entrando
en el depa¡
mento deJeffpor lapuerta, haciéndore, con voz extrañamente fuerte
v dls¿
una sola pregunta: "-Ifihat do you wantfrom me?" (ieté q"j"¿
ry?*
mí?). No conta¡é el final: todlvía q.r"á* p".ronas que,
úa
ent i tgS¿ y 19ga,
han visto aún este film de culto.
iPor qué film de culto? En principio porque en eso fue en lo que se
tió con el tiempo. En razón de su (cusi) invisibitidad. Hombre de n
experimentado, Sir Alfred decidió (aI igual que con tres de sus
otros
Wrtigo, El-hombre que sabía demasiado, Laioga,ádos conJames
Stew;t
a estrenarlo, c_on copias nuevas y un públiio del todo y
,i.ro. tambiáa
que, culto, lo había sido siempre. ThI como acabo de resumirlo,
.ro n"gá
que machacar sobre melodías conocidas. Desde hace treinta
años, es'
!::fyy rprrysin pasar ipnfactode ra¡ra cinéfila a brey
Xl:Y a este film, las mejores-mentes
Gracias tuiieron rr"-p* r","";t#ñ.
prender perfectamente a Hollywood, su arte del suspenso, su reto¡cida
y sus más íntimos secretos. Más que un "firm que piensa", es éste
un firm
da pa¡a pensa.r. Generosamente. i{asta el vértigo.

, Y hoy, 1n film sobrelo admirable no es qu-e La amtana indis¿tetasea


dentemente) un"TP*go, el cine, un resumen perfecto del a¡te p.¿;;
Hitch, la puesta en abismo más lograda de aquello que consiste en consumir
imágenes en tinieblas (como pecados), sino mrás bien que coz todo y a pesar de
todo, el film haya conservado su color, su caxne, su humedad. Q¡re esta lonja
de vida estilizada y finamente picada no haya perdido nada de su sanguinolenta
y básica maldad.
Un último, sorprendente punto. Consiste en decir quLe Laomtanaindisoeta,
film a propósito del cual se ha hablado siempre de mirada, aoyuri.smoy ptilsión
escópica, es también (y q"iá ante todo) una partitura sonora formidable, sin
la cual no habría probablemente "envejecido" tan bien.
Es exhaño, pero es esto lo que más impresiona hoy en día. Como director
'üsual", Hitchcock sigu.e siendo fundamentalmente un cineasta del mudo. Es
decir que considera todos los sonidos como igualmente a¡tificiales. A tuffaul
oo terñe confesarle: "El diálogo es un ruido entre otros, un ruido que sale de la
boca de personajes cuyas acciones y miradas cuentan una historia visual." Esto
es lo que le permitió, en el marco del cine hollywoodense de los años cincuen-
ta, ser -a su manera- un contemporáneo de los Táti o los Bresson que, en
Europ4 se planteaban -a su manera- las mismas preguntas.
El patio sobre el que da la ventana es arite todo un baño sonoro, saturado,
urbano, colmado de rumores y de promiscuidades, de aire cáIido e inconfesables
reverberaciones. En ese magma sonoro hay una pequeña canción que se abre
camino, y de la que, finalmente, depende todo. Escuchemos La aentana
indisoeta

[8 de febrero de 1984]

Das könnte Ihnen auch gefallen