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Hernández-Yáñez JF, Una de veinte.

Blog PSXXI, 14 de marzo de 2019.


https://juherya.blogspot.com/2019/03/1-de-20.html
UNA DE VEINTE

Juan F. Hernández Yáñez

(Citación: Hernández-Yáñez JF, Una de veinte. Blog PSXXI, 14 de marzo


de 2019.
https://juherya.blogspot.com/2019/03/1-de-20.html)

1. CUOTAS.

Hace poco más de un mes (el tiempo que he tardado en


pensar, tejer, reposar, destejer, repensar y volver a tejer
n veces esta complicada entrada), la ministra de Sanidad,
Consumo y Bienestar Social anunció una reforma en
profundidad del Consejo Asesor de Sanidad. Tres fueron las
decisiones adoptadas:

▪ Integrar dentro de sus competencias el área social,


pasando a denominarlo Consejo Asesor de Sanidad y
Servicios Sociales (CASSS).

▪ Limpiar el consejo de lobbistas, tanto hard


(representantes orgánicos de la sanidad privada y la
industria) como soft (nominencias = eminencias en
nómina), nombrando a investigadores, intelectuales y
directivos de reconocido prestigio y solvencia moral.

▪ Desplazar a los lobbies (colegios) profesionales hacia


un Comité de las profesiones del sector sanitario y
social (movimiento que no sabría bien si clasificar como
sublimación percuciente o arabesco lateral).

Como es lógico, en la sanidad privada no gustó nada


esta exclusión. Pero tampoco cayó nada bien la noticia
dentro de la profesión de enfermería, ya que solo fue
nombrada una enfermera entre los 20 vocales del sector
sanitario. Decisión que gustó tan poco en las redes
sociales como entre las burocracias colegial

1
(«desafortunado y anacrónico») y sindical («claro agravio y
lamentable afrenta»).

Supongo que la inmensa mayoría de las enfermeras ni se


enteró, ya que fue una noticia estrictamente sectorial y no
existen canales atractivos, y por tanto efectivos, de
comunicación dentro de la profesión. Pero dentro de quienes
sí leyeron la noticia, tuvo que caer peor entre aquellos
sectores que más han luchado por el progreso y visibilidad
de la enfermería. Todo un mazazo.

La pregunta que quiero hacerme aquí es: ¿duele tanto


el golpe por el hecho objetivo en sí (una vez más nos
minusvaloran) o porque pudiera ser el síntoma de un
problema con más recorrido y significado (una vez más
seguimos sin dar la talla)?

En respuesta a estas críticas, la ministra Carcedo lo


dejó meridianamente claro: «en la selección de las personas
que forman parte del consejo no se fue mirando por
estamentos, sino por aquellos saberes individuales, el
propio currículum de las personas que lo configuran y que
puedan aportar algo al sistema.»

Es decir que para la ministra –y los círculos de poder


y decisión que representa– solo habría una enfermera
capacitada para situarse entre los 20 profesionales con más
saberes individuales, mejores currículos y mayor capacidad
de aportar. ¿Una? ¿Por qué una y no dos o tres... o
ninguna?

2. È PERICOLOSO SPORGERSI.

Quienes se incorporan a un órgano asesor como el que


nos ocupa deben haber construido y aportado una visión
general del sistema de salud y de las políticas sanitarias;
sean médicos, economistas, juristas, farmacéuticos,

2
terapeutas o enfermeros, no fueron convocados para aportar
la visión de los médicos, economistas, juristas,
farmacéuticos, terapeutas o enfermeros –para eso están los
colegios, sociedades y otros lobbies– o sobre la aportación
de sus respectivas profesiones, sino su visión
técnica/profesional sobre las políticas generales y
desarrollos específicos más convenientes para el futuro del
Sistema Nacional de Salud.

Pero como es natural e inevitable, ciertas


concepciones y actitudes de grupo conformadas a lo largo de
un complejo y dilatado proceso de socialización, existen; y
no son como una mochila que cuando es conveniente la cargas
y cuando no la dejas en casa: influyen más o menos
conscientemente en los juicios y opiniones personales a
partir de los cuales se acaban conformando las
recomendaciones y decisiones. De ahí que sea tan peligroso
para cualquier profesión no ser invitada a participar,
pudiendo dar su opinión, en este tipo de foros.

Trataré de dar la mía sobre algunos factores que


influyen en este ninguneo institucional. Pero antes de
seguir y para no ser hiriente en exceso, es preciso
reconocer que existen ciertas condiciones ambientales muy
determinantes.

En estas decisiones hay bastante de círculo vicioso


(si no nos invitan hoy no podemos esperar que nos inviten
mañana; y si no nos han invitado hoy es porque ayer tampoco
estuvimos); por otro lado, la situación, ciertamente, no
puede ser caracterizada de manera descontextualizada, al
margen de la estructura de relaciones de poder que se
(re)producen en el ecosistema profesional; finalmente, en
el caso de la enfermería muy específicamente, encontramos
una sinergia muy perjudicial entre los efectos Mateo y

3
Matilda: por profesión emergente (Mateo) y por ocupación
femenina/feminizada (Matilda).

Pero también hay algo que tiene que ver, y mucho, y


muy intensamente, con ciertas inercias características de
una forma de ver y hacer las cosas dentro de la profesión
enfermera que yo conozco: una condición introvertida que ha
conducido a una actitud ensimismada. Dicho por supuesto con
carácter general, creo que a la hora de compartir
experiencias, reflexiones y conocimientos sobre el trabajo
asistencial las enfermeras se sienten mucho más cómodas y
seguras entre pares; no son muchas –de ahí que destaquen
tanto– las que se encuentran cómodas y prefieren moverse en
entornos intelectuales multiprofesionales donde el
contraste de visiones y lecturas enriquece personalmente y
previene frente a los excesos del provincianismo. Otra cosa
es que sean invitadas...

Este ensimismamiento lo analizo personalmente como


consecuencia inevitable de una forma determinada de leer la
realidad de la profesión, de su lugar en el mundo y de sus
roles: una enorme atención a las vivencias (con frecuencia
estereotipadas), sin grandes referencias al
contexto/entorno en que se producen y sin apenas contraste
con otras lecturas que se producen en el terreno de juego
compartido.

3. DISTOPÍA.

Entre los cincuenta artículos de enfermería más


referenciados (1997-2016) solo seis (12%) de los publicados
en revistas españolas y dos (4%) de los publicados en
revistas extranjeras por autores vinculados a centros
españoles, tienen como objeto de reflexión la propia
profesión, en relación con su contexto (sanitario,
sociológico, jurídico o económico).

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La participación de enfermeras en los grandes informes
colaborativos de carácter estratégico sobre el Sistema
Nacional de Salud es bastante limitada; y en no pocas
ocasiones, cuando se produce la invitación es
exclusivamente para aportar el capítulo referido a la
enfermería. Y aunque existen enfermeras en comités de
dirección y consejos de redacción de (las muy escasas)
sociedades científicas y revistas sanitarias transversales,
su presencia, comparativamente con la de médicos o
profesionales de las ciencias sociales, es muy pequeña.

Ni siquiera es fácil encontrar, a diferencia de los


años ochenta y noventa, reflexiones de carácter general
sobre el papel de la enfermería en la sociedad como las de
Domínguez-Alcón, Antón o algunas de las madres fundadoras.
Es cierto que existen algunos trabajos (tesis doctorales),
como los de Ramió (2005), Miró (2008), Almagro (2015) o
Vázquez (2017), pero estaremos probablemente de acuerdo, a
pesar de su innegable valor, en que se trata de excepciones
que confirman la regla.

No he podido encontrar aproximaciones más generales


sobre las condiciones y relaciones (internas y con el
entorno) como la que modestamente intenté aportar en mi
libro de 2010 o, mucho más poliédrico y comprehensivo, el
del también sociólogo Pablo Meseguer (2018), lectura
indispensable para entender los antecedentes en los años
más recientes y las derivadas actuales de la evolución de
la profesión enfermera.

(No deja de resultar(me) extraño que la enfermería


llame la atención como objeto de estudio e investigación
para los científicos sociales, pero no al parecer para las
propias enfermeras.)

Seguimos: no existen diarios ni revistas –como sí los


hay, y en buen número, de médicos o farmacéuticos– que

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difundan noticias, publiquen tribunas de opinión y
promuevan debates de cierto nivel; ni agencias de noticias
sobre enfermería que vendan en el exterior los logros y
aportaciones de las enfermeras reales.1

Tampoco existen editoriales que busquen autores o


editores de libros o monografías que fomenten el debate, ni
revistas en cuya línea editorial exista un hueco relevante
para la reflexión sobre el presente y el futuro de la
profesión, como sí sucede en algunas de las revistas
internacionales más prestigiosas.

No se generan en el seno de la enfermería española,


por tanto, relatos ni visiones que puedan interesar a una
masa crítica de enfermeras y puedan ser contrastadas y
debatidas dentro de la profesión.

Como consecuencia de todo lo anterior, a pesar del


enorme talento existente dentro de la enfermería, esta ha
llegado a ser irrelevante como agente político y social (y
en buena medida profesional), al menos desde el punto de
vista de la generación de inputs para la elaboración de
políticas. Confinada en sus propias inseguridades y dudas
existenciales, enfrentada en el mundo real a un techo de
cristal difícil de romper, pero también oprimida por un
techo de hierro interno autoritario, sectario y
prácticamente vacío de inteligencia y valores profesionales
que transmitir.

1 Ya sé que los medios de comunicación sanitarios son negocios


privados que se mantienen gracias a la publicidad de la industria, los
fondos de reptiles de los lobbies profesionales y el pago de los
servicios prestados a patronales o think-tanks. Pero las cuotas de
colegiados, afiliados y asociados deben de mover, al menos, 75
millones de euros al año y sin embargo a quienes gestionan esos
presupuestos solo parece importarles la inversión en medios si es para
ponerlas al servicio propagandístico de sus intereses y los de sus
líneas editoriales y personalidades afines.

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¿Se habrá cumplido por fin el sueño distópico del
Régimen Enfermero del 87?

▪ Una profesión adormecida, desinformada, desinteresada,


descohesionada –hasta enfrentada, como vemos–,
desmovilizada, atemorizada y silente: caldo de cultivo
idóneo para la opacidad –masa madre de la corrupción
institucional– y para formas y actuaciones que vacían de
contenido la democracia participativa y el debate libre.

▪ Donde no existen posibilidades reales para el


florecimiento de liderazgos alternativos que estimulen
el activismo y el conocimiento y que compartan los
avances –que los hay; y muchos; y muy buenos; y sobre
los que habría que hablar más– para que la profesión en
su conjunto los viva como propios y se sienta estimulada
para crecer.

▪ Donde la inteligencia crítica y el conocimiento


disruptivo se ven confinados en reductos acotados (del
dos-punto-cero o entornos académicos de difusión
limitada), mientras que la desinformación, el autobombo
y la promoción del pensamiento único ha generado sus
propias leyes de supervivencia: no mirar hacia donde no
debes, no escuchar lo que no te conviene, no hablar de
lo que no entiendes –y si quieres parecer transgresor,
ya sabes: tuitea copiapegas de (malos) libros de
autoayuda–.

▪ Donde se obstaculiza con una tenacidad digna de mejores


causas la emergencia de movimientos de base locales; si
es preciso, abonando honorarios fuera del alcance del
bolsillo de los disidentes a carísimos bufetes.

▪ Estas dinámicas autoritarias han traído como


consecuencia una organización donde todo aquello que
debería ser debatido en foros internos democráticos e

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informados (y que por tanto enriquecería) se judicializa
y se dirime en los tribunales, donde manda el que más
resiste (y por tanto no hace sino empobrecer).

▪ Y, finalmente, donde la torpe visión sectaria que se ha


consolidado en el búnker de Fuente del Rey (y los
califatos de provincias) lleva a incongruencias
extremas, como silenciar los pocos logros verdaderos que
a nivel interno y externo afianzan una marca enfermera
moderna, basada en el guion del conocimiento y no solo
en el de la virtud.

Por poner solo un ejemplo, y habría muchos más, es


inconcebible que el movimiento dinamizador de la
profesión enfermera española más importante de los
últimos 20 años, el Programa de Implantación de Buenas
Prácticas en Cuidados – Red de Centros Comprometidos con
la Excelencia en Cuidados,2 haya sido completamente
ninguneado por el máximo órgano representativo (legal)
de la profesión, solo porque está liderado en España por
Investén-isciii y no por Sus Ilustrísimas (igual que el
nombramiento de una enfermera entre los 24 asesores de
la iniciativa Ciencia en el Parlamento, solo por el
hecho de que la enfermera designada no sea de su cuerda;
volveré sobre esto). Es mezquino, pero sobre todo es de
imbéciles porque pone en cuestión ese amor declarado a
la profesión con que tanto se desgañitan.

4. CUOTAS.

Creo que este estado de cosas está muy relacionado con


el discurso de Rosamaría Alberdi sobre la competencia

2 Que incluso ocupa un capítulo específico en el libro que acaba de


publicar la impulsora del movimiento a nivel mundial, la presidenta de
la Asociación de Enfermeras de Ontario, Doris Grinspun (Transforming
nursing through knowledge. Best practices for guideline development,
implemention science and evaluation).

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política enfermera. Una formulación que a menudo se toma
como Misión (asumir que la enfermería tiene una misión
histórica y cada enfermera, por serlo, asume un mandato
para ayudar a cumplirla) y otras veces desde un punto de
vista más operativo (capacidad para ir adoptando decisiones
tácticas con el objetivo de ir cubriendo la agenda
estratégica de cambio/mejora), pero que suele ligarse al
cumplimiento de los objetivos de la profesión.

Pero creo que predomina hoy una forma de considerar


esta competencia política desde un punto de vista más
social, como reconocimiento y salvaguarda del papel de la
enfermera como defensora (advocate) del ciudadano en lo que
atañe a sus derechos de ciudadanía frente a las políticas
que generan los determinantes sociales de la salud,
abordando temas como la cobertura sanitaria universal, las
garantías de equidad en la protección de la salud, la
medicalización de la vida social, etc.

Desde la cúpula de la organización enfermera nunca se


ha asumido –es más, se ha huido de ello como de la peste–
que es necesario adoptar posicionamientos políticos
explícitos y movilizarse, incluso liderar movimientos, para
influir en los procesos de toma de decisiones políticas que
inciden sobre los determinantes sociales de la salud (sí,
los papás –y mamás– que fuman en los coches también; pero
es más fácil quedar bien como lobby culpando a los
ciudadanos que a los poderes públicos). Esta competencia
política forma parte de las competencias profesionales
esenciales de las enfermeras y debería formar parte de sus
códigos deontológicos, por mucho que aquí en España a las
dos patas de la Mesa de la Profesión Enfermera les salgan
ronchas cuando tienen que pronunciarse sobre algo
diferente, y de más enjundia política, que las 131.000

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enfermeras que se supone que faltan –y el 20% de médicos
que se supone que sobra– o las funciones de los boticarios.

¿A nadie de verdad le ha resultado... no ya extraño,


lo siguiente, la deliberada falta de implicación del
Consejo General de Enfermería (y el sindicato adlátere) con
respecto a la campaña Nursing Now 2020, un movimiento de
alcance mundial promovido desde una comisión
interpartidista del Parlamento del Reino Unido y asumida e
impulsada por la Organización Mundial de la Salud y el
Consejo Internacional de Enfermeras, así como por decenas
de organizaciones nacionales de enfermería? Han tenido que
ser las asociaciones locales y algunas administraciones
sanitarias quienes se hayan asumido el rol de entidades
colaboradoras y difusores de los objetivos de la campaña
ante la inasistencia de Sus Ilustrísimas.

Se trata de eso: el pánico a la política por el mero


hecho de que si promueves movilizaciones fuera lo más
probable que se te escapen de las manos y se te cuelen
dentro. Así que cuanto más lejos de La Política, mejor.

(Cuentan que Franco dio una vez un consejo a un joven


cachorro del Régimen que le presentaba una queja: «joven,
haga usted como yo: no se meta en política». No me cuesta
imaginarme a Il Dottore dando el mismo consejo a sus
becarios, eso sí, sin la retranca gallega del dictador.)

Por el otro lado, el de las bases profesionales,


resulta a veces irritante esa negación tan generalizada
entre las enfermeras del hecho de que sin intervenir
políticamente en el interior es imposible proyectarse
políticamente hacia el exterior. Porque es difícil negar
que la irrelevancia de la enfermería como sujeto político
es la única razón estructural que explica tratamientos como
esta ínfima representación de las enfermeras en órganos
como el Consejo Asesor de Sanidad. Porque aunque es cierto

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que hay organizaciones colegiales con alto impacto en sus
zonas de actuación (en Catalunya o Illes Balears y hasta
hace poco también en la Región de Murcia; en el resto de
las CCAA es el Consejo General quien realmente manda) nunca
ha parecido existir interés real en intentar acumular
fuerzas para tratar de influir en la política a nivel
estatal, donde radican la mayor parte de las competencias
más definitorias para la profesión.

De ahí la importancia que tiene para aquellas


enfermeras que sí quieren ser parte de un movimiento global
que busque el sitio de la Enfermería en la sociedad y la
política ser capaces de implicarse en la vida interna de la
profesión para exigir liderazgos políticos, éticos e
intelectuales capaces de cohesionar, movilizar y
representar a toda la profesión. Solo así se podrá
intervenir sin ser considerado un intruso (incluso un
patán, como tan a menudo pasa ahora) en los grandes debates
políticos y sanitarios.

Esta es la única estrategia para ser invitados a todos


los foros donde se deciden las cosas importantes, no por
cubrir una cuota, sino porque sin enfermeras se pierde una
lectura única e imprescindible de la realidad. Y aquí, la
responsabilidad es compartida: de la profesión, para
generar líderes competentes y libres, con visión, valores,
presencia y respaldo; y de las estructuras políticas y las
administraciones públicas, para que cumplan con su
obligación de hacerles un sitio en las mesas de debate y
decisión; incluso, de promover políticas de discriminación
positiva bien orientadas y con sentido de la realidad (es
decir, que no acaben promoviendo el statu quo, la
mediocridad y los intereses creados).

Llevo tantos años, y perdón por la autorreferencia,


afirmando que el principal problema de la profesión

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enfermera española es de índole política que cuando los
hechos me dan la razón de manera tan cruda la sensación
llega a ser desesperante.

Por eso quiero, y de alguna manera creo que debo


aunque haya quien se enfade, definirme alto y claro sobre
la representación enfermera en el CASSS.

Créanme: es una cuota (¡hubiera sido socialmente


impresentable y políticamente desastroso anunciar un
consejo asesor de sanidad sin representación de una de las
dos profesiones que vertebran el Sistema Nacional de
Salud!).

Acabo: que la iniciativa Ciencia en el Parlamento


cuente con una (sola) enfermera entre sus 24 asesores es
una gozosa conquista. Pero que el Consejo Asesor de Sanidad
y Servicios Sociales cuente con (solo) una enfermera entre
sus 20 vocales es un doloroso fracaso.

Increíble, ¿verdad?, tanta distancia, años luz, entre


«una sola enfermera» y «solo una enfermera.»

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