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Capítulo I
TRE,S DE,FINICIONES:
EL ACONTECIMIENTO,
EL AZAR, LO SOCIAL
E,l historiador no es el que sabe.
sino el que busca.
LuclEN FEevRe
La relisión de Rabelaisl
3.sobrclahistoriaevenemcncial'véasesupra,p.ls,laprescntacióndcestetexto.
fRES Dt]FINICfONF]S
po. Los hechos actuales a los que se señala como importantes lo son. por
tanto, con carácter provisional, y quedan sujetos a revisión. Lo sabíamos. ..
cio del pan nos instruyen mejor que el relato de una batalla o la entre-
vista dc dos soberanos>. señalaba Anatole France en un capítulo de La
Vie littéraire. A través dc estos hechos nimios se nos ofrece la posibili-
dad de conocer las realidades de la historia colcctiva, de la historia pro-
funda. Pero no todos los historiadores. insisto. se dedican a realizar estas
investigaciones suplementarias y decisivas. La historia evenemencial,
que no pretendo considerar desdeñable (creo solamente que es una cate-
goría de la historia y no toda la historia), ejercc su encanto exclusivo so-
bre ellos como sobre los contemporáneos. Más allá de su decorado, como
los propios contemporáneos, no se preguntan si tienen lugar o han tenido
lugar otras historias, dramas semiocultos pero dramas reales. No se pre-
guntan si, más allá de la superficie, no están las profundidades de la his-
toria.
Una aventura de todos los días: un historiador registra tal historia eve-
nemencial, ya acabada. al alcance de la mano, y nos la entrega sin más,
como una mercancía legal. La encuentra en los diarios de ayer, de antea-
yer, en los cronistas y memorialistas, que son los periodistas avant-la-let-
tre.F.s el caso del grueso libro de Pierre de la Gorce dedicado al Segundo
Imperio, que muchos de ustedes habrán leído. Otro libro análogo y que
circula por aquí, el F-ranr:isco 1 de Charles Terrasse, lleva por subtítulo E/
rey y el reirut. Concedo que es un libro que tiene su interés y su mérito,
pero en realidad es un libro de acontecimicntos colocados uno después de
otro, alineados en un relato agradable, mujr vívido, está claro. En realidad,
trasladado al pasado, es una serie de reportajes: hay uno dedicado a la in-
fancia del rey, otro a su juventud, otro a Marignan y así todo. El primer
párrafo sobre la rivalidad de Francisco I y de Carlos V se titula, en titula-
res diría yo, <La chispa y el reguero de fuego", ni más ni menos. En cuan-
to a la Francia sobre la que se apoya este reino, Francia esa realidad co-
lectiva, esa <persona>, en cuanto a la Francia que lo rodea, en cuanto a la
civilización del Renacimiento y de la Rcforma que la cruza como una vida
infusa, tumultuosa, decisiva, en cuanto a la economía mundial de la época
ya tiránica, no le pidamos al autor que nos hable de ello de verdad, a pe-
sar de algunos esfuerzos en este sentido. El va a lo que brilla, a lo que sclr-
prende y divierte. Podéis estar seguros de quc hará un alto en la entrevis-
ta del Campo de la bandera de oro. ¡Una entrevista tan bonita bien
merece y tendrá todo un capítulo!
Y sin embargo, la historia no es solamente un relato, ni siquiera un rc-
lato de grandes acontecimientos; es una explicación los grandes acon-
tecimientos mismos hay que explicarlos, por pequeña -y ciencia coyuntural
que sea la historia. En realidad, fuera de su propia historia, señalan reali-
dades, líneas de fuerza a menudo decisiv¿rs, y son esas líneas, son esas rea-
lidades las que tal vez cuenten más. Me ocurrió una noche, en el Estado
3o LAS AMBICIONES DE T-A HISl'ORIA
más libro de crítica de los documentos que una obra de verdadera meto-
dología. ¡Ah! Es verdad que en ese libro se aprendía admirablemente a
leer y a criticar un texto, pero sin sospechar nunca que los documentos es-
critos pudiesen no ser el únicct material de la historia. ¿,No sigue suce-
diendo lo mismo, aún hoy, con muchos historiadores? Pero entonces ape-
nas había pasado el tiempo en que el autor de una nueva y notable tesis
sobre los comerciantes en la Italia meridional del siglo xur mereciese oír,
ex cathedra, que aún habría ido mejor si se hubiese limitado a publicar ex-
clusivamente los documentos. ¿,Para qué comentarlos? ¿Acaso lo ideal no
es entregar bellos, hermosos materiales y no alterarlos con glosas inútiles,
captar la historia en estado puro, preferentemente en su estado emergen-
te? E,ntonces nada de imperialismos. Nada de investigaciones vehementes
de la historia profunda, desde luego que no. Por entonces se colecciona-
ban hechos, acontecimientos... Tal día, en tal lugar, tal personaje..., ctc.
De vez en cuando se intentaba explicar esos hechos, pero la curiosidad en
tales tentativas no iba más allá de la historia biográfica, política c institu-
cional. Más a menudo se limitaba al marco de las biografías de los gran-
des personajes, marco ideal de investigación...
Sí, ¿pero cómo ver el mundo en tales condiciones? ¿El mundo? ¿Pero
acaso existía? Para Charles Seignobos, el mundo era incoherencia, suce-
sión de azares, de fantasías, de absurdos movimientos brownianos, como
diríamos con términos actuales, absurdos, inaprensibles, por abundantes
en exceso y terriblemente complejos... Prudencia, se nos repetía, pruden-
cia, es todo tan complicado... ¡y cl azar se lleva la parte del león! Pero
lean al respecto las conclusiones de la preciosa Historia políticu tle la Eu-
ropa c0ntemporúnea, de Seignobos.
Esta visión, a decir verdad, caracterizó a toda una época, la época de
Anatole France entonces en todo su esplendor. Pero más que el señor de
la villa Said, fue el helenista Maurice Holleaux su representante consu-
mado, el más brillante y más significativo en el plano de la historiografía
francesa, el más consciente a todas luces. Quien lo conocía quedaba de in-
mediato subyugado...
Toda la desconfianza de Maurice Holleaux se animaba cuando había
que explicar los acontecimientos. Los historiadores, decía, pasan su tiem-
po inventando causas. Cuanto más importantes son los acontecimientos,
más importantes, numerosas y sutiles son las causas que descubren. Es
una simple cuestión de imaginación... ¡por desgracia! ¿Qué no les adju-
dican a los señores del mundo esos historiadores aficionados a dar expli-
caciones? Proyectos, políticas coherentcs, cálculos a largo plazo ¡y qué
cantidad de negros pensamientos! Y qué prisa también por unir los
acontecimientos entre sí, por soldarlos, por encontrar buenos motivos
para lo que ha ocurrido y que no forzosamente debía ocurrir. Un aconte-
aa I,AS AMBICIONES DE LA HISTORIA
M
, \ F: DE L-A, HISToRIA
Para estudiar en su totalidad los hechos sociales tan complejos, por fa-
vor no utilicemos un solo proyector, por interesante que sea su luz, como
se ha veni<lo haciendo con el proyector de la historia política, tanto tiem-
po maniobrado con exclusión de todos los demás; sólo ilumina un sector
áel pasado y no siempre el más importante... ¡La política primero! Un
priniipio no siempre verdadero, ay; si lo fuera, nuestra tarea se vería sim-
plificacla. Y ltt mismo ocurriría si el historiador quisiera limitarse a otros
órdenes de hechos clel pasado, intelectuales, económicos o culturales. Por
significativas que sean, no dejan de ser vistas parciales. Nosotros quere-
mos encender todas las luces alavez. Es un programa ambicioso y nada
razonable. pero vale la pena preguntarse si existiría un imperialismo his-
tórico bastante dinámico sin esperanzas extraordinarias.
Sobre toclo no olviclemos que no estamos solos en esta búsqueda: las
ciencias de lo social nos acompañan. Aunque recientemente constituidas,
son tan imperialistas y vigclrosas, tan deseosas de tomar aire y tienden
manera más científica y más clara que nosotros- hacia los objeti-
-de
vos que se han asignado. Más científicas que la historia, mejor articula-
das que ella en relación a la masa de los hechos sociales, están, y es otra
diferencia a señalar. deliberadamente centradas en lo actual, es decir, en
la vida, y todas estas ciencias trabaian sobre lo que se puede ver, medir,
tocar con los dedos. ¡Inmensa superioridad la suya! Los geógrafos estu-
dian la sociedad en sus relaciones con el espacio. Estudiarla en sus for-
mas vivas, primitivas o balbuceantes es la tarea de etnólogos y geógra-
fos, los primeros preocupados por el detalle de las descripciones, los
segundos atentos a las leyes generales de la materia. El estadístico estu-
dia la sociedad desde la perspectiva del número. Los economistas lo ha-
cen desde la clel debe y el haber, a través, como ellos dicen, de <el acto
a título oneroso>> (Franqois Perroux). A los juristas les corresponde el es-
tudio de los ideales del derecho y de las leycs prácticas sin lo cual no
hay sociedad. A los sociólogos les corresponde el reconocimiento de los
mecanismos sociales considerados en sí mismos, y por tanto las más pro-
fundas e inciertas prospeccioncs.
Creo que no he definido con toda la exactitud deseable las muy com-
plejas ciencias del hombre que vive en sociedad. Pero no es ese nuestro
objeto. Nosotros pretendemos solamente decir escuetamente qué aportan
a la historia. Tiabajan sobre 1o actual, según hemos dicho, sin dejar de te-
ner cada una sus secciones antiguas. Ahora bien, en nuestro trabajo cen-
trado en el pasado, nuestra tarea es análoga a las suyas. Como historiado-
res, tenemos que ser además geógrafos, economistas y juristas por nuestra
propia cuenta. En lo que se refiere a las sociedades de ayer, también te-
nemos que preocuparnos de lo que ha durado, de lo permanente, y por
tanto en parte de lo actual, de lo que perdura más allá de los cambios, por
, I{ISI'ORIA TRES DEFINICIONES
\()ciales tan complejos, por fa- -:-rtiplcs v graves que éstos sean, de Io que dura más allá de un incidcn-
.ircsante que sea su luz, como :. ic un periodo y más all¿h de eso tan pcqueño revelador sin enl-
,.r historia política, tanto tiem- -tan y del tiempo. COn
^,:rSr)- como es una existencia a la escala del mundo
Jcmás; sólo ilumina un sector ..r Jcsfase cronológico que lo complica todo, es verdad, pero que no alte-
e ,.. ¡La política primero! Un :i p()r completo la naturaleza de las cosas, tenemos, repetimos, las mismas
:r¡. nuestra tarea sc vería sim- .-rfc'i]S que nuestros vecinos. Nuestros métodos no son los suyos, pero
rJor quisiera limitarse a otros iucstros problemas ya lo creo que sí.
,.cconómicos o culturales. por De ahí la necesidad de llegar a s¿l presente, igual que ellos se sumer-
:.is parciales. Nosotros quere- {.n en nuestro pasado; la necesidad de tener en cuenta sus análisis y sus
n programa ambicioso y nada rnvestigaciones, sus explicaciones y, llegadcl el caso. sus /eyes. A cada ins-
r'ristiría un imperialismo his- rente tenemos la oportunidad de utilizar y probar sus herramientas. Les-
r¡ordinarias. .ure. en su hermoso libro sobre las crisis económicas, llama la atención
(r\ solos en esta búsqueda: las :obre el papel regular de una industria líder en las recuperaciones econó-
rL' recientemente constituidas. nricas. Esta industria nunca es la misma vez es el automóvil, otra la
,rril5 6ls tomar aire y tienden -una
construcción naval, etc. Pero Lescure no es el único que ha señalado este
r nosotros- hacia los objeti- hecho. Aquí tenemos un caso ejemplar: en las dos últimas décadas del si-
uc la historia, meior articula- glo xvr, en Italia se produce una recuperación económica bastante clara
:chcls sociales, están, y es otra con una muy notable prosperidad continuada de la industria de la seda.
-,tlas cn lo actual, es decir. en ¿,Es una industria líder? El historiador debe cuando menos plantear el
: lo que se puede ver, medir, problema, ¡admitámclslo! Se trata de un ejemplo no muy relevante, desde
la suya! Los geógrafos estu- luego, pero nos sugiere miles de otros ejemplos.
\fr¿ICio. E,studiarla en sus for- Esto equivale a decir que estamos en nuestra casa, tanto en las cante-
t¿rrea de etnólogos y geógra- ras como en los libros de ciencias sociales. nuestras vecinas. Es solamente
rllc de las descripciones, los debido a nuestras carencias intelectuales, debido al triunfo útil pero peli-
1 nrutcria. El estadístico eslu- groso de los especialistas por lo que este estudio único de la sociedad está
Trr'ro. Los economistas lo ha- fragmentado en tantas ramas diferentes, incluida la venerable rama de la
.'()mo ellos dicen, de <el acto historia. El gran mérito de algunos historiadores franceses fue reconstruir
iuristas les corresponde el es- ese todo, derribar los tabiques inútiles y, a la vcz, devolver su dignidad a
r'\es prácticas sin lo cual no Ia historia, rehacer la historia, es cierto quc nunca olvidada, pero a la que
lde el reconocimiento de los no siempre se ha colocado en el lugar que dc vcrdad le corresponde, una
nos. y por tanto las más pro- de las medidas esenciales del mundo; y una de las más eficaces, puesto que
trabaja, más que otra, sobre esta coordenada esencial, sutil y omnipresen-
itltud deseable las muy com- te que es el tiempo, y el tiempo bajo todas sus formas reales. El tiempo,
edad. Pero no es ese nuestro materia, realidad de base de todos los fenómenos sociales. Volveré a ello
--ir escuetamente qué aportan con mayor detenimiento.
hemos dicho, sin dejar de te- Por supuesto no todo en el mundo puede comprenderse a la luz de la
htün. en nuestr() trabajo cen- historia, con ayuda de los precedentes (pues ¿acaso no encontramos jun-
l las suyas. Como historiado- to a <reinicios de la historia" sorprendentes y poderosas innovaciones?),
r)mistas y juristas por nuestra pero este pesaje sobre los platillos de la balanza de la historia tiene en
:icdades de ayer, también te- todo caso una importancia innegable. Nos permite resituar los grandes he-
rdo. de lo permanente, y por chos en sus perspectivas más cabales. La historia es seguramente una de
r más allá de los cambios. por las grandes explicaciones del mundo y de la vida. Y aunque existe depen-
38
LAS AMBICIONES DE LA HISTORIA
dencia.ydependenciaenriquecedora.delhistoriadorhacialascienciasso-
aparte'
ciales, el historiador mantiene una posición
que los
Al margen cle lo actual, por lo tanto mucho más cómodamente pre-
de sus pasiones' de sus
demás, el historiador puede y debe despojarse
que pesan sobre
¡ui"io., mantenerse litire de
é'p"'ut'u' y de las antipatías
también que noso-
nuestro corazón. El historiador está mejor informado
que nos incumben' pero sólo de
tros. Nosotros disponemos de las noticias
las necesire. como
Ei. p'.. su parte, puede crearlas allá donde
",^;;;;;1;.
historiador,necesitosaberquéocurreenl5t]0enLivorno:abrolcrsexce-
locales, los informes manus-
lentes Anales de Vivoli, coniulto los archivos
y Florencia también los pa-
critos del Archivio Mediceo, en Florencia' en
los Capponi y
p"t", a" las grandes familias de comerciantes que' como yo no creo los
Por supuesto'
algunos otros, tienen sucursales en Livorno'
los multiplico y soy capaz
acontecimientos a mi gusto pero muy a menudo
pues yo sí <lispongo de todos los
de verlos mejor que lÁ coniemporáneos'
papeles decisivos'
(que el más perspicaz de
Sobre todo, mucho mejor que un periodista
los pequeños acontecimien-
los periodistas)' sé distinguir los granrtes <Je
tos. ¿,Qué es. de hecho, un gran acontecimiento?
No el que hace más rui-
docuandoocurle,comolesdecíahaceuninstante'sinoelqueacarrealas
Las consecuencias
mayores consecuencias, en número y en importancia'
noseproducenenloinmediato,lasconsecuenciassonhijasdeltiempo.
Deahílasmuchasventajasquesederivandeobservarunaépocaconmu-
captar así la sucesión
cha perspectiva. Es, en iualquier caso' una ventaja
deloshechos,nopuntossinolíneascleluz.Esimportante,alestudiarun
drama,conocersuúltimosentido.HenriPirenne,alescribirelúltimo
que trabajar
tenido
tomo de su Historia rte Bélgica,se quejaba de haber
sobreunahistoriaquele'"'uttut'udemasiadopróxima'nodecantadaaún'
dehabersevistoahogadoenunapolvaredadehechosdondenohabíafor-
me confesó su in-
ma de distinguir rrad"a con t"gu'idud' Émile Bourgeois
Manual de política exterior'
decisión antes de escribir el último tomo de st
en la fecha fatídica de
que durante mucho tiempo estuvo interrumpido
l8TBydenohabersedecldi¿ofinalmentehastadespuésdelaguerrade
los años' tan confusos
1914-191U. Esta guerra iluminaba por carambola
hasta entonces' transcurridos clesde los fastos
y los golpes de efecto del
Congreso<leBerlín.sindudaesnecesarioqueunaépocase.hayadespe-
vínculos de actualidad
gado suficientemente de nosotros y de todls los
viva,quesehayadecantadoyreposadoeltiemponecesarioenelpudri. de re-
anatómicos antes
dero, como ocurre con determinados preparados
de caillaux (sobre
velar su estructura profunda. Leyendo las Memoria.s
acerca el momento en
todo el tomo II) t"n"*o' la impresión de que se
al menos hasta 1914'
que por fin habrá una historia para la III República'
TRES DEFINICIONES 39
.-: <us dife- lidades, llamémoslas repeticiones. Es la historia que no se mueve o que sc
- : :;rrhisto- mueve apenas. Los historiadores atentos a las variaciones, a la película de
. :.¡bra ha la vida de los hombres, no suelen verla. No crean ustedes por ello que las
: ir'lTl&Si&- investigaciones en este punto sean extraordinariamente novedosas. La pa-
. -:r i5iorat labra sí, la cosa no. Piensen en el bello libro de Auguste Jardé, escasa-
, iel her- mente conocido, Los cereules en la Antigüedad griega. Creo que todo el
-.,-'le und mundo conoce los estudios de Victor Bérard sobre los paisajes de la Odi'
- -: ha des- iea y, en este mismo orden de ideas, los hermosos trabajos de Hennig.
Pienso también en estudios como los de Hettner o de Philippson, geógra-
rueva y fos los dos, o en artículos de KtrltLtrgeographie...
:osa. Sin Pero en este orden de ideas los libros más sugestivos siguen siendo los
lullri: - -astante que Émile-Félix Gautier dedicó al islam y, especialmente, a los Slg/os os-
l,;-.: - Una in- curos del Magreb metlieval. En segundo plano de esos siglos sin historia
;>pués ya clara, ocultos para nosotros por la grisalla de las crónicas árabes, él ha te-
. ::tl dicen nido la habilidad de evocar los escenarios naturales, la vida contrapuesta
- .t ese en- cle nómadas y sedentarios, sus luchas en torno a los pastos y las ciudades.
llr,lllilrr, ,- .tr) toda Gautier ha vuelto a situar la geografía en el centro del debate. Geographia
*"- \idalde oculus historiae, como escribió en uno de sus últimos estudios. Aquí nos
r. dema- encontramos lejos de esas introducciones geográficas en el pórtico de los
Ad-
:-1J.1.> libros de historia, una puerta que uno empujaba una vez y volvía a cerrar
- -:::tno, Del de una vezy para siempre. Piénsese, para ilustrar esta imagen, en los cua-
r' ' ..,-rria. esa dros geográficos de las historias clásicas de la Antigüedad. Al iniciar el vo-
' -- ::¡r. Kafl lumen podemos ver cómo florecen las anémonas y los olivos, pero luego
-: lllStOflál ya no hay ni una sola anémona ni un solo olivo. Es lo que dijo Lucien Feb-
: , tcde de- vre al hablar de la Edad Media tal y como se la estudiaba en nuestras uni-
versidades: se araba en los cartularios, con cartas como herramien-
"Sólo
. -omedia tas de laborr.3
Segundo corte, /os hechos r.:ulturales,la historia de esos Estados más
- .:, La es- resistentes y más complejos que los de verdad; en una palabra, las civili-
- .:: COII]O zaciones. En relación a ellas tendremos que romper con las costumbres de
-:. de his- los historizantes: para dar con su definición práctica, no hay que buscar las
- :. _lcnefal civilizaciones en las obras de A. Jardé, especialmente aficionado a esta pa-
-:..ra vida, labra. Será a los sociólogos, a los etnógrafos y a los etnólogos a los que pe-
n : --¡ el re- diremos definiciones y cómo abordar esos problemas. ¿Sabemos, cuando
* ::-..Jo. Mé- se trata de Francia (pero también cuando no es Francia el tema) Ia enor-
-.':-.ina aC- me diferencia que existe entre la civilización y las entidades políticas? La
': ".
Esuna Francia-civilización no es la Francia-Estado. Lo que le conviene a una
"r -.-:esiertO, no le conviene a la otra. Los Estados dicen sí, las civilizaciones dicen no
" --..--,:m O de y recíprocamente, a lo largo de un pasado que nosotros ignoraríamos si
:sté de-
3. Reseña de Marc Bloch, Les (laractir'es orilinaur de I'histoire rurule franqais¿, 1931.
.nmovi- Revue historíq ue, 1932, p. l9l
.
"llllili
48
LAS AMBICIONES DE LA HISl'ORIA
th ' - .Jtal que encontra- entre dos capas de historia profunda un lado la geohistoria.la hisrrr-
ru : t\ () de esta última -de de las estructuras
ria cultural y la historia étnica, la historia sociales: de
r -- loevenemencial, otra, la historia econrimica y la historia política (dos capas que no tiencn
ht - --.1nco del siglo xvr ni los mismos ritmos ni las mismas longitucles cle onda)-, quizá sea ahí
ui - :tientos y los hom- donde se encuentre uno de los puntos de vista más interesantes de la his-
i- - J.hos de profundi- toria.
¡ - , ir¿íficos (una erup- Quizá. Desconfiemos sin embargcl de las imágenes, de las compara-
[ii,. :lguroso durante el ciones demasiado claras, demasiado explicativas. Reconozcamos que la
- ?rrrr enza y la Tosca- vida está compuesta de corrientes cle velocidades diferentes que discurren
! - .. políticos. Nos fija- día a día unos (los acontecimientos, nuestras existencias), año a año los
;"' :r historia de escasa otros, y siglo a siglo otros.
il - . :r)iunda nos supera, Pero no exageremos esta simplificación. Nuestros <planos> de histo-
rr;. - , hacemos más que ria, a decir verdad, no parecen planos geométricos y ta vida no es un vo-
:' . .'Jel pasado; apenas lumen de los que ellos iban a ser una sección. Desde Iuego que no, es
r, .j , un impulso proce- mucho más compleja. A cada instante, cuanclo queremos descon_
" - :i torbellino de sus fiemos de la excesiva simplicidad de nuestras divisiones. "rpliaur,
No olvidemos
: - - - .rrS sielos se incorpo- que la vida es una, que la historia crebe ser una. y que hay que considerar
:: _.,nsiderar y que con- a cada instante, en lo que se refiere a cada cuestión, el enóabalgamiento
r- - -r los muertos y a los indefinido de las causas y de las consecuencias. No olvidemos. sobre todo.
, .- _. .islo xvl,los Cinque que nosotros creamos nuestras divisiones, nosotros los historiadores y
al-
" -- .,\tros cuyas primeras gunos otros. Lo social, el pasado, la vida, nosotros los iluminamos con pro-
r -r,1ba ninguna decisión yectores de diversos colores: geohistoria. historia cultural, etc. pero como
r -- \tr acusamos a vene- dice Alain: <los números no son una cualidacl cle las cosas sino cle nuestra
-'.1i quc en otros sitios mente>; lo mismo sucede con nuestras clivisiones constructivas: el calco
--r\. cn todas las regio- que nos ofrece la historia, por afinado, por exacto que parezca, por útil
-. f Lrrrn&S duras a la vida que sea
i -- irco yo, que entraña -y nosotros
co. Repitámoslo,
creemos que lo es-, sigue siendo pese a todo un cal-
por lealtad y por prudencia.
. -r' nucstras existencias
* - c pequeñas.
-
rc'n&rafía, civilización, Toda discusión de plano implica una manera de ver v de resolver los
- se basa en la veloci-
-rn problemas que se quieren abordar; nada resulta por lo ianto más difícil
- -.ar. cn su máxima pro- que establecer un programa y mostrar sus grandes líneas anticipada-
: --:r'ICC del hombre; en úl- mente. ¿Lo he conseguido? Dos o tres palabras bastan para presentar
-. Jecir, la economía y la una conferencia. ¿Acaso no es un paseo'? pero un tren de conferencias
-: -.Jito. y que exigiría crl- libro, hoy- es una empresa más ardua: explicar la historia, expli-
' .. r QUe el hombre inter- -un
car el mundo no es algo irrelevante. Tenía que mostrarles su dimensión,
-. .ic las historias profun- las virtudes de una historia bastante novedosa, revolucionaria, imperia-
- 'J i por ser más flexibles: lista, infundirles a ustedes confianza en sus medios. Era esta la primera
:rcen los otros. Cuestión tarea, primera luz que debía encender en nuestro camino. Eso es lo clue
. ;J¿rd la de esas historias he pretendido hacer. La historia no es sólo un relato, tampoco es senci-
- Jcstra intervención aca- llamente una colección de hechos excepcionales clestinados a no repro-
:,t.i ahí, en una distinción ducirse nunca. Está arraigada en Ia vida y en último extremo es. debe
I \ IIISIORIA
Pm"'
f,,; -
-:.1lfOSit empresa,
-- ircuPs dentro de
Capítulo III
P
.,nlbién sabemos;
f"
p -
-
que supone re- GEOHISTORIA: LA SOCIEDAD,
b :.:.r'.) En todo caso,
EL ESPACIO Y EL TIE,MPO
pn. ::r\ arse de Ia gran
ll -, ic costumbre.
...e| espacio es más importante que el tiempo.
Knnl HlusnorEn
los ensayos de geógrafos menos dotados que los jefes de filas. Después de
todo, ¿no tienen todas las escuelas dc pintura sus artistas de segunda
línea'/
Hay otra manera de describir, y de describir mejor, que recurrir al es-
cenario de la región natural. Esto suponc descomponer un espacio. abiga-
rrado por naturaleza, en pequeños espacios qut: son aproximadamente del
mismo color y donde los caracteres geográficos son sensiblemente iguales.
Es romper la vidriera para descomponerla en sus fragmentos de cristal
monocromos, romper Ia dificultad para comprenderla mejor. Y, ahí tam-
bién, siguiendo a Vidal de la Blache y a Albert Demangeon, la escuela
francesa ha producido numerosas obras de calidad. Ha hecho maravillas,
principalmente en lo relativo a nuestro país; desde el trabajo clásico de
Albert Demangeon, dedicado a la llanura picarda (1905), hasta esra tesis,
reciente aún y digna de mención. de Roger Dion sobre el valle del Loire
:'rnto en (1933), otro estudio clásico.
I -:rl() Con
¿Es necesario que insista'l En la literatura geográfica internacional no
:;r() que hay nada que se pueda comparar a esos libros densos en los que viven y
--,rn ¿lno- se iluminan las imágenes de nuestras provincias gcográficas. Digámoslo
:I¿1NCOS,
sin falso orgullo: ¿existe en el mundo un país que se preste tan bien como
: la so- Francia, con sus provincias y sus ..regiones)> a un cstudio regional tan
.rpreta- rico'/ En los países nuevos o menos viejos que el nuestro, donde no hay
. de Vi-
hombres apegados a la tierra, arraigados desde hace milenios en su tra-
:rpcirin, bajo, en sus campos y en sus pueblos, donde no abundan como entre no-
'nia es- sotros esas <realidades, que son las oregiones>, estos terruños individua-
::gllS. de lizados y caracferizados por la riqueza de su largo pasado y de una
. ,:ura pi- poderosa experiencia humana, ¿existe una materia de geografía regional
-. :. -i¿lflCOS, que reúna tanta belleza y tanta fuerza? Seguramente no. Nosotros posee-
" --::lt()r de mos por lo tanto admirables imágenes de Francia, y sobre su modelo, di-
Jludas y bujadas por nuestros geógrafos, admirables imágenes del mundo. Todas
'. c<llo- deberán recitificarse, antes o después, pues es la ley inevitable del género.
j. i()lea-
Describir. Pero falta explicar. La geografía es una <descripción racio-
... dttn- nalr,;se ha consolidado a lo largo de estos últimos cincuenta años, e inclu-
- :.ipidos
so antes, como una ciencia del paisaje, o digámoslo de fclrma más precisa,
- --rimos
un estudio científico del medio natural o geográfico o, más exactamente
,. . diría aún, del medio físico y biológico, esas fórmulas que en términos generales
--:. iC dc- sirven para designar <el entorno> de la vida de los hombres del que ha-
': :l más
blan los geógrafos americanos. E,s por lo demás en este estudio del entor-
..r Jn \'íS-
no donde se han podido realizar los avances más perceptibles, y Dios sabe
- : lltcl A-
con qué dinamismo. Desde luego que no será a los geógrafos de la Sor-
- :.il-ltU- bona, a partir de 1920, a los que podamos reprochar las pusilanimidades v
-,,itr. LJn
las críticas esterilizantes de sus colcgas de historia. ¡Menuda diferencia!
: .ruel. Aquí Sylvestre Bonnard, allá, todo lo contrario, la vida, el airc librc, los
i\
\> \\fBIC'I()\ES DF- T-A HISTORIA
jidad humana lcs impresiona o, mejor dicho, les desanima mucho mcnos
que a nosotros. La verdad se encontraría, quizás, a medio camino entre
nuestras dudas y sus audacias. Los geógrafos alemanes me parecen más
<temerarios> que nosotrcls, más apegados a desarrollar las consecuencias
de una idea o de una tesis, a mostrarla bajo todos sus aspectos, a agotar las
posibilidades que ofrece. Pero, más allá de su caso, lo que está en discu-
sión es todo un arte de pensar distinto del nuestro. ¡Es un tema demasia-
do vasto!
Otros pcligros para la geografía humana: su tendencia a explicarlo
todo a través del medio geográfico o biológico, cuando con ello forzosa-
mente sólo se explica una parte de las realidades. Esta temible costumbre,
además. de hablar siempre del hombre:el hombre y el bosque: el hombre
y las islas; el hombre y la montaña, etc. Es de /os hombres de lo que hay
que hablar. Ya sé que la palabra se utiliza como significante de la huma-
nidad, cn esas fórmulas habituales,los hombres, y yo también las utilizaré
en este sentido. Pero la duda puede subsistir y subsiste. ..Renunciemos, es-
cribía Albert Demangeon, a considerar a los hombres como individuos."
<Ya Io ven ustedes un día Jean Brunhes-, el individualismo debe
-dijo
ser proscrito de la geografía.> Grandes palabras. E,l objeto, el centro de la
geografía humana, y quizá de la geografía a secas, de la geografía <pro-
funda> a la que tenemos el derecho de soñar no es el hombre sino la.r¿r-
ciedad, verdadero medio del hombre, donde éste se mueve como pez en
el agua. La sociedad es el estudio de la sociedad en el espacio, yo diría in-
cluso por el espacio, igual que definí en mi anterior conferencia la histo-
ria como el estudio de la sociedad gracias al pasado, ese <mediorr. El es-
pacio también es un medio, un escenario menos sólido de lo que creen
éstos, mucho más importante de lo que creen aquellos otros. Yo añado que
es de la sociedad de donde a menudo convendría partir (y no solamente
de su entorno).
En todo caso, es en la sociedad donde hay que desembocar. Es muy
extraño que la geografía, especialmente en nuestro país, olvide tan a me-
nudcl al hombre y se detenga así en el camino. Y este no es un ataque gra-
tuito por mi parte. Obsérvese que son pocos los libros de geografía que
nos hablen de lo que el hombre puede comer, su manera de vestir, o lo
que canta, o qué lengua habla, o lo que piensa, o 1o que cree. Hay, al hilo
de numerosas páginas, un extraño homo geographicus. Es el hermano del
homo oeconomicu.s, dotado de buena memoria y, como é1, totalmente al
margen de la vida. Digamos que es un olvido frecuente del hombre, pero
un olvido habitual de la sociedad entre nuestros geógrafos franceses. Un
filósofo extranjero descubrirá un día ahí, con humor y júbilo,la prueba de
nuestro individualismo. Queremos estar solos ante el Estado, solos ante la
Naturaleza, lo cual es una manera como cualquier otra de resistir a ese
CEOHISI-ORIA: LA SOCIEDAI). EI- ESPACIO Y EI, 1'IEMPO 6I
::u'ir algo rión se remonta a 173u, aIaPaz de viena. No olvidemos aclemás que la
,.'invita- Lorena sicmpre había estado a merced de los ejércitos franceses. cjesde al
menos el siglo xvr y, por último y sobre todo, que toda la zona era de len-
- ..como qua y civilización francesas. hasta la frontera germánica más allá de Metz.
:: las co- ¿,Esta Lorena? Pclbre y árido país boscoso. pantanoso, guijoso. con viñas
'- ,rl hom- siempre inseguras en sus puntos más favorables, con ,,labradores>) a me-
:.:lCiO en nudo miserables. Además los pobres manant,s.* de los vendimiadores dc
', -,lidades uvas verdes (¡ay, qué grandes vinos los de Bar-le-Duc o dcl país cle Metzl).
- jiaex- En el siglo xvur. la Lorena experimentaría muchos cambios y casi un
,- , como despertar. si observamos atentamente sus pueblos. advertimos que todos
o casi todos aumentaron entonces la superficie de sus tierras cultivables.
ampliaron el perímetro dc su límite municipal. ya conocen csos clásicos
pueblos de Lorena: en el centro las casas amontonadas unas encima de las
.--; il SU otras, apretadas en una doble fila a lo largo de la carretera transformada
- .: l.C COfl en patio de granja, y alrededor los cultivos, es decir, un ancho disco con
: ltil. Cfl sus tres estaciones: los trigos, las avenas, las ,.laderas> de colores diferen-
' :'chos tes; por último, al borde del círculo, cubriendo las colinas calcáreas y tapi-
: ieflO. zando las tierras demasiado lejanas, el bosque v su larga línea azul dibu-
. :..'-()S y jando el horizontc. Pucblo, campos, bosques, rres zonas, tres géneros de
.J CU- vida: la sopa, el trabajo diario, las ocupaciones excepcionales de los leña-
-, ingla- dores. Aquí en el hondón entre las casas se vive y sc ama y se habla con
4ill
: -: IáIl- la familia durante toda la perra vida lo sentimos por el vecino si le lle-
- -_rsen gan las voces, aunque en realidad si-y se grita tan fuerte t:s para que él lcr {
' ' - :.r)nes oiga. Más lejos, en el campo abierto. se trabaja: la siega clel heno, rega-
- : '" i-'CeS díos, recolección de las mieses (con las ollas de sopa caliente a mediodía),
.- , :.. tl 2l con el agotador trabajo del haz y la ligadura de las gavillas. Los desespe-
- :l aU- rados, si los hay los hay-, se encuentran cn el bosque, es el mundo de
.,, :: QUe los pobres y los -yróprobos, hostil al hombre, es la zona refugio (todavía lo
- :iláfl
. era en lB70 frente al enemigo), una zona siempre temida.
,, , -:í3- En el siglo xvrrr,la línea del bosque, que permanecía inarterada descle
- I l.t- el siglo xrr, se vio atacada por numerosos puntos y fue entonces cuando
: I0- se fundaron las grandes granjas aisladas. sobre los terrcnos poco fértiles,
: les en general. de aquellos nuevos caseríos. En el siglo xrrr nuevos pueblos.
Lanevillc o Neufville o l",ieuvevillc. ocuparon el terreno conquistado y
continúan montando guardia frente a sus bosques, a menudo en los ame-
''-(-)- nazantes desfiladeros forestales, o entre el bosque y el valle. Los grancles
- ll\- propietarios, burgueses o noblcs, solamente construyen granjas, ya muy
- --0n apartadas de los pueblos. Esas granjas están escondidas en los bosqucs
hostiles. situadas sobre suelos a menudo cubiertos de brezo y de helechcls.
Todas esas granjas han subsistido, han ido sobreviviendo hasta nuestros
;:rl,..:i'#ruIi',9;1,,n,u;rÍ:.li**.,:*::,"..x,""r
dados' con la Revollción
g."" i"
No digo que ra historia".pi"- *"rr" militar de nuestra Lorena.
crer este ¿llu ¿"¿u.irse crel der espa_
";;;;;
(;F,OTIIS'I'0RIA: T-A SOCIEDAD, EL E,SPACIO Y EI,'fIEMPO 6.5
il*-. JB cio dedicado a las tierras cultivadas, crc ese pequeño indicio geográfico.
No, desde luego que no. Pero este ejemplo, elegido a voluntad, nos mues-
;: -.-.i1S tra bastante bicn un aspecto geográfico cle un amplio movimiento de his-
torial el hccho geográfico cs aquí uno de los eslabones de la cadena. nada
más, aunque considerable, pues siempre hay un eslabón geográfico, y a ve-
,l t)S ces más de uno. en la cadena cle los hechos sociales.
¡eue los historiado-
res y demás nunca lo olviden! Aquí, como en otros lugares, la geografía no
_ -'l_l nos ayuda a vcrlo todo sino a ver meior.
_ :.
-).1- Sé muy bien que a algun.s gerigrafos esta posición segunclona no les
¡- gustaría. cada ciencia humana sueña con ser autclsuficiente; pero
¿,no es
.: .JS ese un sucño peligroso e ilusorio'J Nuestro objeto de estudio socie-
- ,n- dad- rebasa los recursos de cada una de esas cicncias tomadas-la por sepa-
.:tlf rado. A nosotros nos corresponde unir los esfuerzos y conjugar nuestros
resultados. Creo incluso quc la geografía llamada humana realizaría pro-
-sa gresos decisivos si tuviese clara conciencia cle los límites de su método, si
se persuadiese de que necesita unirse a las otras ciencias del hombre,
como se ha unido, para enriquecerse con ellas, a las ciencias de la natura-
!, - .1- leza en lo que concierne a sus fundamentos físicos y biológicos. Thmbién
realizaría progresos si no partiera siempre de la tierra, repitámoslo, sino
también de la propia sociedad, una sociecrad que hay que resituar, tanto
._:r: ella como sus problemas, en el espacio. ¡Mcnuclo trabajol Es descie estas
. t^ necesidades, realidades, problemas cle lo social clesde clonde, como geó-
-: l¿l
,. -\() grafos, nos gustaría partir, incluso en una cxpclsición sistemática. La natu-
1 ¡l- raleza no prevé al hombre. Partir de la naturaleza significa a mcnudo ex-
:IS traviarse, ir a ciegas, delimitar mal las verdaderas cuestioncs.
-.1
-1t Si Lucien Febvre critica duramente el determinismo geográfico, el su-
Itr puesto vínculo de lo físico con el hombre, si yo lo entiendo bien, es que en
: .o nuestra invesligación dc las causas y de los efectos, partiendo de la natu-
:l- ralez,a para llegar a la sociedad, nuestro hilo se rompe en el camino y nos
. -1. explicamos mal y no explicamos nada. cuando Gaston Roupnel, al con-
':iC
trario que Karl Haushofer, nos afirma la primacía del tiempo, realiclad de
las rcalidades sociales y de la vida, y nos dice: <Nosotros somos mucho
-ie más las olas de cse movimiento [el de la duración],los instantes de ese im-
:s posible recorrido, que la arcilla de la tierra>, él tamhién nos está sugirien-
do que invirtamos los términos del probrema geográfico. No tomar como
punto de partida la arcilla sino al hombrc. Dcl mismo moclo, cuando Jean
Brunhes escribe su tesis sobre la irrigación en la península lbórica y en
África clel Norte (1902) prescinde clc-r marco regional cstricto, rebasa cl
ejemplo, lo particular, y hace hincapió en cl trabajo del hombre... Fue una
hermosa ncrvedad en su tiempo y sigue siéndolo hoy. En Los elemenros
biol(tgicos tle la g,eogrufía httntanu. Ensayo tle tma ecologítt humttna
(1942), Maximilien Sorre culmina. a mi parecer, ra geografía biológica clc
I-AS AMBICIONES DE LA TIIS'I.ORtA
una parte (culminado por algunos años, se entiende), y por otra insiste con
vehemencia en la necesidad de observar el mcdio físico ya no en sí mis-
mo. sino una revolucitin pendiente- a la medida del hombre.
-y esaunesprogreso
Aquí tenemos eviciente, un renacimicnto útil del habitual
problema geográfico, si en lugar de la medida del hombre se colocase de
una vez y para siempre la medida de los hombres, de los grupos, de las so-
ciedades. A mí me gustaría engarzar así la geografía con una sociología
cntendida en sentido amplio. la de, en nuestro país, un Marcel Mauss o de
un Maurice Halbrvachs: o la de ese libro tan debatido en Alemania. aun-
que tan curioso y rico cn sus intcncioncs, de Robcrt...3 sobre los Alpcs
occidentalcs de Estili¿r. En esta sociología yo buscaría algunos escenarios,
verdaderos problcmas humanos, y ello sin olvidar que el otro camino, tan
criticado y rcsbaladizo, que va del medio físico a lo social sigue siendo un
camino útil.
Dos polos, en suma, lo social y el espacicx hay que ir de uno a otro y
luego hacer la ruta al revés. La sociedad se proyecta en cl espacio, se ad-
hiere a él: la sociedad. en sus casos concrctos, constituye unos cuantos
hombres y un poco de tierra. Captar esta adherencia como un moldea-
miento y, a través dc é1, explicar la sociedad, es lo que le pido a las viejas
y nuevas potencias de la geografía. Y no sov cl único que lo pide. Los
grandes problemas siempre sc plantean en el límite de los campos cientí-
ficos: en lo que respecta a la geografía, entre sus investigaciones, concep-
tos y métodos y las grandes [canterasl de las ciencias humanas.
Este es, mal y apresuradamcntc csbozado, el problema geográfico tal
como yo lo veo, uno de los mayores problemas quizás
"sociolóeicos> -y,
forzosamente, un gran problema de historia: el de los vínculos entre el me-
dio humano y el espacio (entendiendo esta palabra espacio en el sentido
tan fecundo del entorno de los geógrafos americanos).
Si se añade ahora a esos elementos (el espacio, lo social) la poderosa
coordenada del tiempo. tendremos una formulación rápida pero neta de
la geohistoria y del tema mismo de esta conferencia.
-,. de los l¿i naturaleza). El último término del trinomio, Gesellscha.f¡, la sociedad: la
- :t() [am- palabra me parece excclente, mucho más rica que el término de ,.geogra-
:t áticos? tía social>, que se ha intentado a usar en varias ocasiones.
_ ravega- Aceptemos esta terminología sin discutirla demasiado: espacio, eco-
i.r al ra- nomía. sociedad. Nucstra intención es mostrar (a grandes rasgos) cómo
:rabaja- variarán esas realidades, unas en relación a otras, al hilo del tiempo, de
- ,n. l¿r de qué modo, con los años y los siglos, la acción va de uno a otro de esos fac-
- rrliS. tores y luego vuelve sobre sus pasos para volver de nuevo y así continua-
-:.JS C0f1- mente... ¿,Necesito decirlcs que la economía modcla lo social y el espacio,
. .., dc los que el espacio gobierna la economía y lo social, que lo social a su vez go-
:tr) (]llos bierna las otras dos realidades? Nos encontramos clcntro de este ámbito
- .\)s gco- cn un mundo de acciones, dc reacciones, de interacciones. <la socieclacl
]ico en cuya acción sobre el terreno debería estudiar el geógrafo, según se ha di-
-_ parece cho,s después de que esa misma sociedacl haya sufrido la acción de ese te-
- roducir rreno>>. como hemos repetido a menudo, el hombre es simultáneamente
-,r COflSi- causa y efecto. Imaginemos una piedra que rebotara sobre el agua indefi-
., de sus nidamente...
itrs ele- Dicho esto, tomemos ejemplos simples. observaclos a grandes rasgos
:ues el en vista a una sumaria aclaración de los problemas.
.Ja. una Una sociedad crece en número; de pronto, la economía cambia y el es-
:iill p?f8 pacio también, al menos el espacio ocupado, trabajado por el hombre;no-
: ,Jcmos sotros lo decíamos a propílsito de Lorena en 17u9, podríamos decirlo con
mayor motivo, y el ejemplo resultaría más convincente para la superpo-
' , -ituales blada Europa de los siglos xlr y xrrr, por entonces febrirmente en busca de
lr'S II10- tierras nuevas que debía ganar a los bosques, a los terrenos pantanosos o
.;tufi.la al mar. Pero ¿cómo se explica este crecimiento demográfico'?, nos pregun-
''l cs en taremos. ¿No puede tener, aparte de razones todavía misteriosas (Marc
- .:nlente Bloch), causas económicas? Así se cerraría, debe cerrarse en la realidad,
--,rfos de la cadena de las causas, de las consecuencias y de las concomitancias den-
- quiero tro dc las cuales los hechos sociales no representan todos los eslabones.
-.i hom- Prueba contraria: una sociedad declina, una región se despuebla, se em-
-:ltacio- piezan a abandonar las tierras menos fértiles. Es el caso de la Francia ru-
'-: en los ral en 1936. Según Gaston Roupnel, buen observador en estos temas, el
- iS geo- retroceso resulta visible en el linde de los malos campos, en los lindes de
-- :r¿ts sin los bosques, un retroceso demasiado evidente para negarlo. Ahí tenemos
- Jmbre un signo revelador sobre la sociedad nacional.
. i.acso a otras variaciones, ahora de la economía. Las consecuencias son inme-
.:zar su diatas y claras en todas las direcciones, se concretan en cambios del espa-
: ¿rl es- cio por un Iado y, por el otro, en alteraciones de la sociedacl. veamos In-
. ,diga- glaterra en los siglos xvlrr y xrx, agitada por su Revolución industrial.
" .:.lrlo o
. ,cial y -5. una anotación bibliogriífica. difícilmentc legiblc, indica R. Daudc o Dandc.
-" tFtrú
7o I,AS AMBICIONES DE I-A T{IS'IORIA
vezla de la deforestación de los bosques. ¿,Una historia muy vieja? Sí, sin
duda. Pero observemos que en Estados Unidos la explotación del Medio
Oeste, de la Pradera, que ayer fuera un tcrreno de Bas-de-Cuir y de los
héroes de Fenimore Cooper, hoy zona de trigo, de maí2, del algodón ha-
cia el sur, está amenazada por las devastadoras crecidas del Missisippi,
que son consecuencia de la tala en las zonas donde tiene sus fuentes: al su-
primir los bosques es como si se hubiesen roto los diques de los depósitos
naturales. Además, la desaparición de la capa herbácea de la llanura tuvo
como consecuencia soltar los elementos blandos libres al viento. Las cre-
cidas de un lado, las tempestades de tierra por el otro, se desarrollaron
como vastas calamidades. Toda la riqueza del Medio Este quedó así com-
prometida. Según Ferdinand Fried, el resultado ineluctable depende de
los hombres, la transformación de la cuenca del Mississippi en [un vasto
espacio, al que tanto las inundaciones como el encenagamiento de los
campos han arruinado. De ahí la necesidad de confiar finalmente a la Ten-
nessee Valley Authority la tarea de rcgularizar el conjunto de todo el sis-
tema hidrológico para una explotación eficazl.6
Pero el hombre ha desatado en otros lugares de manera parecida y
contra sí mismo fuerzas contrarias: así, la tala abre al desierto nigeriano el
camino del golfo de Guinea, de modo que el desierto avanza hacía él a ra-
zón de un kilómetro cacla año. El mismo clrama provoca la sequía en Áfri-
ca del Sur, esta vez beneficiando al Kalahari. Un drama similar en Aus-
tralia, donde el hombre pierde el terreno que ganan dos recién llegados.
la higuera de Barbaria (mexicana a pesar de su nombre) y el conejo, una
plaga que no somos capaces de dominar; las fucrzas biológicas se levan-
tan aquí contra el hombre.
Esos ejemplos nos bastan. Podríamos dar muchos más. Los ejemplos
precedentes que les ofrezco quedan bajo la responsabilidad de Ferdinand
Fried. Éstos, verdaderos o inexactos, poseen a mi entender la ventaja de
plantear de manera vivaz los problemas que nos preocupan. Pero ¿tiene
razón Fried'J Esta es otra cuestión. Algunos de dichos ejemplos deben
admitirse a beneficio de inventario. No acepto sin más que el mundo esté
oacabado, (el mundo como espacio vivo):hay todavía tierras muy inutili-
zadas por desarrollar. Pienso en las observaciones de Saint-Exupéry sobre
el espantoso vacío de la tierra vista desde lo alto del cielo, sobre la locali-
zación estrecha del hombre a lo largo de franias, de líneas de fuentes y
de manchas fértiles. Existen tantas tierras que pueden explotarse mejor.
son tantas las colonizaciones interiores que intentar, hay tantos descubri-
6. [Jna gran cantidad de espaci<'rs en blanco al final dcl piirralb lo haccn ilcgible. Lo
hemos rcccrnstruido gracias a la obra dc Ferdinand Fried. Wende der Weltwirtschaft,1910,
citado oor Fcrnand Braudcl.
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GEOHISTORIA: LA SOCIEDAD. EL IjSPACIO Y I]L IlEMPO 1i
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ffi -:-.Ja y
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Y luego, ¿realmente es el hombre el único que modifica, según le dic-
fftrUU, - .rrt el tan sus apetitos, sus métodos y su organización, este espacio una vez dado
fiu., . : ra- por la naturaleza'/ Seguramente no, si miramos el pasado de los hombres
rffuru , - \fri- en toda su amplitud. es decir, si añadimos a los siglos de historia los mile-
fr,- \us- nios de la Prehistoria (de 20 a -500 milenios y antes -500 que 20). EI tiem-
'ffi , -.,Jos. po de los hombres es lo bastante largo como para haber estado marcado
lhl¡nr , una por vastas revoluciones geográficas, algunas de las cuales nos han afecta-
fi ,0, j',an- do, aunque sólo se trate de las grandes mutaciones climáticas. El hombre
de Mauer fue descubierto a orillas del Weser. No necesito hablarles del
ilh r: - :los clima, ni del aspecto actual de esos lindes fluviales, pero en el museo que
ilH*r, .¡nd se encuentra cerca de aquí se conservan testimonios irrecusables de un
rfrxrrrr .- -: de clima muy distinto. Imaginemos el WeserT de entonces según el modelo
ffiü' '.Jne del Níger actual. ¿Hay que decir más? Ya conocemos esos dramas climá-
ffuu:::en ticos de la Prehistoria: aquellas oleadas de frío intenso, con grandes avan-
'hLL- .-:té ces de los glaciares y los descensos hacia el sur de la fauna y poblaciones
h -,:ili- nórdicas, y las contraofensivas meridionales que resulta fácil imaginar, lle-
-rre
F" vando consigo plantas, animalcs y hombres; siguen periodos secos y cáli-
'ftul ,-¡li- dos. La Europa actual fue el foco de una lucha lenta pero potente e im-
- :: !
'ffiüüü
parable, entre el norte y el mediodía: un drama de la latitud. El mundo de
tr -: ot. las plantas y el de los animales lo refleja, y talvez también el de los hom-
tlu:," -.ri- bres. Lo cierto es que salimos de un largo pasado en el que hubo que lu-
char con la naturaleza y, además, contra los cambios de esta naturaleza.
,ifrr Lo Hoy entre nosotros a Camille Jullian y a Gaston Roupnel-,
-véase
hnr rr)
- -1 LíI. ya nO nOS lríamos erigirnos en garantes de todas las observaciones realizadas en es-
. t:mpo atrás en :()s últimos veinte años sobre este gran problema. No por ello dejan de ser
. - -. csos campesi_ .astante inquietantes. Lo sé muy bien, todos los historiadores de la Anti-
- )r bosquecillos suedad nos muestran que el clima del Mediterráneo era entonces el mis-
- --nos de sus ves- mo que hoy en el sur tunecino, en las islas del Egeo (A. Jardé), en el valle
--rpo que Robert Jcl Nilo (Fritz Jaeger, quien además hizo extensivas a toda Africa sus im-
' ..:dos en los cla_ portantes constataciones), en Palmira (Emile-Fólix Gautier). Sin embar-
: ::0S pueblos de so. estas y otras afirmaciones concordantes no resuelven el problema.
:::a nueva (Ne¿l_ Tenemos ante nuestros ojos variaciones probadas de los elementos natu-
,;-
entero, al me_ rales. Variaciones de longitudes y de latitudes (evidentes siguiendo las
- _:stro es neolíti_
teorías de Alfred Wegener); Nueva York se aleja de E,uropa a la minús-
. - :\)s recOrdó que cula velocidad de I cm por año, pero no por eso deja de alejarse;lo mis-
" :llcnios oscuros. mo ocurre con Córcega, que se aleja de la costa francesa hacia el sur a una
: r-rrCCeI una ridí- velocidad anual de unos pocos milímetros;s un reciente estudio sobre los
.',, iarga gestación Alpes orientales nos indica asimismo un movimiento general de la masa
. -ndas de nuestro montañosa en dirección a Baviera, a razón de 2 cm al año, provocando en
- r:ramientas
y sus puntos neurálgicos desprendimientos y deslizamientos de terreno que la
" -'.:rts almas en do_ historia menciona a intervalos más o menos regulares, cuando afectan a
j-,-ontremos todas la vida de ciertos pueblos. Variaciones de los litorales también, como su-
* . con sus cóleras cedió en el Mediterráneo, cntre los tiempos antiguos y la época actual
(Philippson). Y no solamente variaciones locales que podrían ser debidas
r irtrecortados por a su vez a perturbaciones locales (seísmos o erupciones volcánicas): algu-
r . - .Jcgo en retirada, nos autores, como Dina Albani, piensan en fases sucesivas de vaciamien-
-. hal'. por ejemplo, to generalizado o de relleno generalizado, una especie de modulación de
' . J.r¡g Monod).
de_ la erosión marina que, si es exacta, plantearía singulares problemas de fí-
--i \ez más. En dos sica. A partir de 1900, habríamos entrado. en el caso del Mediterráneo, t:n
. .rnzado, ha acam_ una fase de vaciamiento en que las costas retrocederían en Africa del
- i ()casiones ha sid<_l Norte y en el delta del Nilo y lo mismo sucedería en determinadas playas.
- -:tirada monstruo_ El interés de este movimiento, si existe, estaría en subrayar unas modu-
, ..:¡l que sólo ahora laciones en relación a un estado medio que, por su parte, permanecería
,. ¡ierras, rascadores sensiblemente fijo. Variaciones, por último, de clima, sobre las cuales nos
gustaría insistir pues son, con mucho, las más importantes, dado que pa-
:r.ri de tiempo inve_ recen tener una incidencia bastante directa (no digo rápida) sobre los
hombres.
- . 5 milenios para re_ Que los elementos del clima varían lo sabemos por experiencia. por
-a2mileniospara las series de nuestras cifras de observación. Quedaría por determinar el
3ron tiempo de alo_ sentido de esas variaciones y su período, si es que existe tal periodo. ¿No
:. c'spacio no ha sido hemos hablado al respecto de ciclos de doce años, relacionados. sigue sic'n-
.. marco de la histo-
:.urada?
: cractitud nos 8. Estas mcdidas no figuran en el cuaderno clondc sc han resucllo los cspacio: ,:n
reve_ hlanco. Nosotros ofrecemos las quc Fernand Braudel habría podido dar tenicndo cn cuen-
" rticntemente, no po- ta las obras cientíiicas de las que podía disponer cntonces.
I,\S AMBICIONL,S DE LA HISTORIA
- '.r--: :rpr)resls. con las manchas solares? Variaciones del clima, peque-
=:. \rn.iciones, las conocemos también a través de los maravillosos estu-
::,r. de los sabios americanos sobre la cronología de los pueblos,esos pue-
hlos indios del sur y del oeste de Estados unidos. Sabemos que los
árboles, siguiendo la pluviosidad variable cler año, crecen en capas con-
céntricas, de un espesor variable también. Son así higrómetros registrado-
res. Que se hayan podido distinguir los años con esos clocumentos toscos
y reconstituir cadenas, datar finalmente los pueblos (algunos cle los cuales
fueron contemporáneos de carlomagno) según los árboles que emplea-
ron en sus construcciones, es un bonito éxito del ingenio científico. pero
debemos preguntarnos si se trata de una mera curiosidad. Esa sería una
manera de completar las escasas observaciones de nuestros documentos
escritos sobre el <tiempo>, en el sentido climático, de los años transcurri-
dos, quizás un medio, por ejemplo. de resolver los muy curiosos problemas
de la histclria climática de los Alpes. Los Alpes, como las demás montañas,
son amplificadores de las variaciones del clima; pensemos en los avances
y retrocesos de los glaciares, acontecimientos que la historia conserva en
su memoria lo mismo que su medida. Hoy el retroceso es generalizado; en
los Alpes orientales el hielo acaba cle descubrir unas grutas prehistóricas
de excepcional interés y minas dc oro que fueron explotadas en la Edacl
Media. otra región sensible a las variaciones del clima. el borde de la ban-
quisa ártica, nos ofrece observaciones análogas. Según las observaciones
rusas, desde 1t3tl0 la banquisa ártica ha retroceclido, en el meridiano de Ar-
khangelsk, de [35 a 90 km.
¿Alguien objetará al respecto unas observaciones discutibles y que la
exploración ha sido insuficiente? Es un hecho, en todo caso, que toda la
política de poblamiento y de equipamiento cler norte soviético se basó, y
no a la ligera, en un hipotético recalentamiento del Ártico. La aventura.
por supuesto, continuará y es además lo bastante importante para apor-
tarnos múltiples lecciones y dar que hablar.
Pero en este vasto terreno de las moduraciones climáticas, resulta pru-
dente avanzar paso a paso. No comprometerse y csperar, esperar nuevos
balances de los manuales científicos, el único alimento sin embargo de las
mentes que van a remolque. No es esto lo que pensó un geógrafo italiano
(v. Monterin) en un buen estudio dedicaclo a los Arpes.e Según é1, el cli-
ma variaría por largos periodos de trescientos años, sucesivamente fríos y
lluviosos, y luego cálidos y secos. En 1300 empezaría un perioclo seco, des-
tinado a durar hasta 1600;en 1600, un periodo lluvioso lo sustituiría y se
prolongaría hasta 1900 y desde casi meclio siglo atrás habríamos entrado
en un periodo seco. No sé si esta ley es exacta. Vale como hipótesis y que-
daría por verificarla con más detalle. En todo caso, sabemos que en 13()(l
unos colonos alemancs alcanzaron las laderas elevadas del Monte Rosa.
aprovechando el recalentamiento y el retroceso del límite forestal. ,,No es
curioso constatar, en esta clcasión ante nuestros ojos, que con el periodo
seco, que empezó en 1900. coincidiír una colonización italiana de los Al-
pes, de los Apeninos y, especialmcntc, de los Alpes Apuanos'? Hacia 1600.
por el contrario, nos llama la atención 1a proliferacitin de inviernos rigu-
rosos en la península y las inundaciones devastadoras en las zonas bajas.
productoras de grano. Los siglos xvrr y xvrrr fueron en ltalia siglos de pro-
gresiva intensificación de la malaria. ¿,No se da ahí. en verdad, el progre-
so natural de una enfermedad geográfica que se extendería con la simple
subida de las aguas estancadas'? Ccrca de 1600, se da no es, histórica-
-y
mente, la primera vez- una especie de progreso de las aguas dañinas en
el valle de Chiana, en la Toscana. Gaston Roupnel se pregunta con curio-
sidad si los cambios climáticos no provocaron los cambios de la Europa
occidental de los siglos xrv y xv.
Todo eso no son más que simples, y frágiles. hipótesis, es verdad. Es-
tamos demasiado mal informados para sacar ninguna conclusión y para
- -_1S plantear correctamente siquiera los problemas. Ahora bien, cada vez que
_ -.,J se nos proponga acusar al hombre de los cambic'rs del espacio, ¡desconfie-
:_t- mosl No se trata de absolverlo, se trata, para ser exactos, de acusar a la na-
: JS turaleza al mismo tiempo que al hombre. Así, en el siglo tx, según Goetz,
en Sicilia se agotaron las fuentes superficiales. ¿Echaremos la culpa a la
deforestación, y por lo tanto al hombre, o bien diremos que debe acha-
- -l
l.-
ld carse a los posibles cambios climáticos? Importante pregunta. Serán los
'-r la musulmanes de África quienes aporten la solución a esta carestía del agua
siciliana, con sus políticas de irrigación y de dry farming. Podemos pensar,
,
..,. -- q. soñar, que fue la desecacirin del clima lo que en el año 821 llevó a cruzaÍ
- :- \,1- el estrecho de Sicilia. Del mismo modo. cuando Ferdinand Fried acusa al
hombre y al capitalismo de grandes perjuicios cuyas consecuencias seña-
: lfU- la, ayer para el Medio Oeste, hoy para el valle del Mississippi,las rcgiones
- costeras dcl Kalahari o del Sáhara, tenemos la impresión, rápida, fugaz, de
-:\OS
-: las que tal vez también haya que acusar a la naturaleza.
: .-iilO La naturaleza, un gran tema. quizá no sea tan inmutable como noso-
_ -1; tros imaginamos fundándonos en la fe de nuestras demasiado breves ex-
:-:')S V periencias. A decir verdad, ¿,hay algo, en relación a la ciencia, que pueda
JC5- considerarse estable en el mundo que nos rodea? Las coordenadas de este
': \'Se mundo cambian bajo nuestros pasos a un ritmo de una lentitud difícil-
-::ado mente imaginable. Pensemos en las rosas de Fontenelle, en aquellas rosas
' .luc- a las que atribuía inteligencia y que tenían por inmortal al jardinero, in-
variable realidad.
7B I,AS AMBICIONES DE I,A T{IS'I'()RIA
que puede ser su espacio material considerado desde el ángulo de las dis-
tancias. ¿Cuánto tiempo necesitan los viajeros o las cartas para recorrer
tal o cual distancia, desde Rennes a Ruán o de parís a Burdeos'/ por tér-
mino medio, en relación al tiempo actual, de ocho a diez, veces más tiem-
po para cubrir la misma distancial lo cual supone un enorme incremento,
no de las riquezas dc este espacio, muy al cclntrario, sino del obstáculo, del
peso pesado, de la parálisis de la distancia. Aquí buscar una proporción
exacta entre el pasado y el presente sería un error. pero, en fin, cuando ha-
blamos de la Francia de carlos IX o de Enrique III imaginamos un país
tan vasto (no digo tan poblado) como la china actual, ejemplo mucho más
iluminador porque china tiene sus guerras civiles, sus guerras exteriores,
toda la secuela de miserias y atrocidades que entrañan estas plagas; ticne,
como Ia Francia cruelmente dividida del siglo xvr, sus generales coman-
dantes de los ejércitos príncipes-, sus bandas de mercenarios sa-
-esos
queadores, sus proletarios campesinos. sus campos destruidos, asilvestra-
dos y sus ciudades atemorizadas y alerta, tan en guardia como cuarquier
otra ciudad ceñida por murallas y fosos llenos dc agua de la picardía de
condé, de la Bretaña de Mercoeur o de Ia Borgoña de Mayenne. Los re-
latos de reporteros sobre esta guerra de china guardan un aire común con
nuestras crónicas de la Francia del siglo xvr.
¡lnmensidad de la Francia del siglo xvrl, y más concretamentc la Fran-
cia del Antiguo Régimen. Así, en 1619, el duque de Épernon abandona
Metz, de la que es gobernador, acompañado de una reducicra escorta. Lle-
gará en breves etapas hasta Blois, donde le esperaba la reina madre Ma-
ría de Médicis. ¿Sorprende que pase desapercibido, pues efectivamente
pasa desapercibido, en este enormc país y se cuele entre las vigilancias?
Era como buscar una aguja en un pajar, o a una compañía china clespla-
zándose hoy en alguna parte de la cuenca del Wei-Ho.
Diversidad de la Francia monárquica y. por lo tanto, murtiplicidad de
sus libertades locales, de sus privilegios de provincias o cle ciudacles;
¿y no
se explica todo eso por la lentitud de las sillas dc posta o de las diligencias
y otras muchas cosas más? Algunos historiadorcs historizantes se pregun-
tan si el objetivo de Enriquc IV fue hacer esto o aquello; historiadores
que no están al corriente de esas demoras dcl camino. dc los retrasos de
las cartas y de las respuestas, de la diflcultad cle gobernar a mayor distan-
cia de donde la voz alcanz.a. que no tienen en cuenta las agotadoras ca-
balgadas, las prisas del bearnés, esc nómada al que la distancia no perdo-
na, que corre tras sus enemigos o se precipita a sus citas.
Esta lucha contra la distancia fue uno de los grandes dramas del pa-
sado de los hombres, uno de los más importantes, si no el más importan-
te. Hoy, el drama continúa.
Pero hay una verdad constante: grandes revoluciones geográficas, lru-
(;EOHISl'ORIA: I,A SOCIEDAD, F,I, ESPACIO Y EL'I'IE]\{PO SI
,:gulct de las dis- to de la intervención del hombre, marcaron etapas decisivas de la historia:
- .:. pAra recorrer
ocurrió con la aparicicin del caballo, hacia el año 2000 antes cle cristo en
r -rdcos? Por tér-
oriente Próximo, trastornando su calma dichosa; la aparición del camello
f, -
r e ces más tiem_ en el siglo rn de nuestra era en el Sáhara occidental. de este lado de los re-
F ::ne incremento.
- ::l obstáculo, del levos tripolitanos; aparición de la ,.nave> (he contado su historia hace un
¡tt instante);aparición en el Atlántico Nortc primero, hacia 1tt50, del steamer
" - :r una proporción
P
p r: lln. cuando h¿r_
de hierro, movido por vapor, que enarbolaba bandera inglesa y que expul-
sará del océano a su rival, el campeón de la época, el clíper de madera, cle
*' .:{lIlilITloS
F un país vela. Es inútil que les hable del motor cic explosión y de sus distintas y su-
¡r- - - 1l¡rl1l much<l más cesivas aplicaciones, como son e I coche. el camitin, el vehículo oruga y por
try - - _:úrras cxteriores, último el avión, lo cual suponc mencionar la época actuar, cuyo carácter
m - ,'r¿,rs plagas; tiene, revolucionario, todavía activct, a nadie le pasa desapercibido.
,, :cncrales coman- Evidentemente ver sólo Ia lucha contra la distancia es reducir el com-
h¡¡- . _: r.ncfCenarios sa_ bate del hombre contra las fuerzas de la naturaleza y realizar una especie
. .: u itlos, asilvcstra-
)rL de contrasentido implícito sobre la palabra Raum. No es esta mi inten-
! . -_ -r CornO cUalquier cirin. No pretendo omitir las demás luchas del hombre para establecer sus
rrfu . - , Jc la Picardía de campos, sus bosques. su ganado. sus ciudades y sus casas... Su lucha por
p' -- \llrrennc. Los rc- los campos y los jardines es un tema que abordaré a continuación apro-
¡t. . - -rn aire común con vechando los hermosos estudios dc Gaston Roupnel: un campo es una
crcación dcl hombre, de las herramientas y el sudor de I hombre, de sus co-
till: -:Jtitmcntc la Fran- munidades. En Io que se refiere a las casas, voy a clejar un lugar considc-
lu !¡crnon abandona rable a los estudios dcl sociólogo historiador Gilberto Freyre. No obstan-
.. _u¡itla cscolta. Llc-
- te, me resulta imposible, como ya comprenden, seguir uno por'uno todos
i" : re ina madrc Ma- estos importantes problemas. Si insisto aquí en la lucha contra la distan-
f. : ucs efectivamente cia es sencillamentc porque deseo poner en evidencia uno cle los sectores
. :.:rc las vigilancias?
ü¡L
más importantes y más directamente accesibles de la acción del hombre
t :.rñír china despla- sobre las cosas: este espacio marino del que Karl Haushofer, en su intro-
t: .
ducción geopolítica a la historia, afirma que es y ha sido el más decisivo
- :,r. ntultiplicidad de
de los espacios de la historia. Es así porque es la gran ruta, el gran medio
:. ' dc ciudades; ¿,y no de transportar hombres y mercancías. Ni la vía férrea o fluvial (y difícil-
, rr de Ias diligencias mente Ia vía aérea) tendrán nunca una capacidacl de tráfico tan decisiva.
. ,rizantes se prcgun- El espacio marítimo es cl espacio de la gran historia, de ra historia muy
-ucllo; historiadores grande. Sobre este mundo líquido ideal, abierto a todas las rodas* no hay
" '. de los retrasos de que construir carreteras ni uncir animales, basta con el hombre y sobre
- rnar a mayor distan- todo con el viento, mientras llegan el vapor y el fuel-oil. eue lo esencial
..r las agotadoras ca- de la vida de los hombres se haya construido sobre los mares cs una po-
, Jistancia no perdo- derosa realidad. Qué gran conquista también, pues es lo terrestre y no lo
..-as. líquido, el espacio dado, la coordenada de base. El líquido se conquistó
,ndes dramas del pa- con mayor esfuerzo que el mundo aéreo del que hoy día disfrutamos. Es
no el más importan- un hecho que los historiadores han destacado, aunque no siempre han
,nes geográficas, fru-
'l' Pieza gruesa y curva que fornta la proa dc las navcs. (N. de ta T.\
8z I,AS AMBICIONES DE LA HISTORIA
lü - -:' Del lado de los hombres ahora: su acción contra las cosas varía se-
rüTi::.. gún las épocas, pero se ejerce lentamente, mucho más lentamente de lo
il l'-: - que somos capaces de suponer. sin duda existen del ladr,¡ de los hombres
revoluciones geográficas, e incluso estamos viviendo una, pero exigen
nrl| -' mucho, mucho tiempo para realizarse. Los primeros cascos aparecen en
itru:, el Mediterráneo hacia 14-50, la última <galera> mediterránea (es cl viejo
lün:. tipo de barco para gran distancia) abordó en Ingraterra en 1-5g7. Del
ü, mismo modo, no crean que el automóvil ha conquistado hoy todo el pla-
'h ,- neta, lo que entendemos por conquistado. Ha siclo necesaria la guerra <ie
lffi,. : i939-1943 para que llegara hasta el desierto, para que remplazase las
lüi];:- proezas de las pistas de Bidon vlr o de la caza de gacelas, en el Sáhara
(!ilu" - o en Siria o en otros lugares, por los éxitos masivos y repetidos cle la
,f,l -: guerra de Tiipolitania. En 1932, un experimento de ataque simulado del
ür' " oasis de Kufra concluyó que era imposible utilizar unidacles motorizadas.
n -.- Los meharistasx habían ganado.
''ülllr :' En resumidas cuentas, forzando los términos. tenemos dos historias:
llfi¡¡ :' una inmóvil, y la otra muy, muy lenta, pese a la presión insistente clel pro-
greso...
tfr :- Una de las victorias del hombrc sobre la distancia y sobre la naturale-
lilr ,,1. za es a buen seguro el encogimiento del mundo y, como consecuencia na-
ülllir- tural, su unidad. Ayer cubríamos la ruta de caracas a Bogotá en quince
xl|lr'É días, hoy basta con tres horas en avión. Se cuenta que en Brasil ayer las
üir urnas de las votaciones de [determinados pueblos del sertao] no llegaban
'üli!l
a Río hasta seis meses después de celebradas las elecciones. En la actua-
Nl{;s Iidad basta con unos días. Sabemos que el Atlántico ha sido domado por
$lltl'! la línea aérea de Nueva York a Lisboa, vía Azores (línea que une Nueva
lill" York con Lisboa en veinticuatro horas), o de Natar a Dakar por los <co-
iJllitii" rreos Suro. Todo esto no es posible sin graves consecuencias, que tardarán
r1{lllill{
más o menos en manifestarse pcro que no dejarán de hacerlo. Admirable
lilt tema de reflexión al final de esta conferencia.
ilüs-
¿unidad del mundo? No crean que sea una simple imagen, un artifi-
rh:
llü¡"
I l. Fernand Braudel. durantc los dos o tres primeros años dc su cnseñanza cn Arge-
lia (1t)23-1932), conoció las pistas clel Sáhara. que recorrió en cl tr¿inscurso de numcrosos
viajes, incluso a lomos de camello.
* Soldados montados en camello. (N. dc la'I'.\
84 LAS AMBICIONES DE LA IIIS'TORIA
vivir peligrosamente, aconseja otro... Pero ¿es que somos libres de reali-
zar semejante elección, elección que no sería exclusiva? El mundo se co-
agula a nuestro alrededor, se solidifica como un cristal, con una sorpren-
dente indiferencia por cuál haya de ser nucstra suerte y por la suertc de
todo lo que amamos, siguiendo leyes propias que la técnica ha provocadcr
pero que no controlamos. El día cn que los folclores locales -como rique -
zas originales que (on- hayan quedado agotados por las literaturas de
gran rendimiento, la uniformidad será una amenaza, en el plano terrestre,
para el pensamiento y la literatura lamento y ese sueño de los hom-
bres-, igual y monocorde en todas-ese partes.
Internacional es también la economía: el capitalismo de las grandes
empresas ha emprendido la conquista del globo a gran escala, ha realiza-
do a su modo la unidad del mundo. Incluso, nos dicen los biólogos, el po-
blamiento microbiano tiende a equilibrarse de un continente a otro. Todo
]i
el mundo tiene que vivir... Internacionales son, por lo tanto, las enferme-
dades y las profilaxis. li
Thmbién a nivel mundial, bajo el peso de esta unidad, se dirimen las
guerras. Solemos decir que la Gran Guerra de 1914-191t3 es la primera
guerra mundial. Aquí tenemos la segunda, no menos mundial que la an-
terior. Pero la guerra dc 1914-l91tl.,,realmente fue la primera guerra
mundial? El engranaje funcionó mucho antes. Las guerras revolucionarias
y napoleónicas tuvieron su escenario más espectacular en E,uropa. Pero
en el mismo momento, Inglaterra ocupaba todas las rutas del mundo y se
apoderaba de la India. Esto, en suma, tiene tanta importancia como aque-
llo. Guerra mundial es también esta contienda que nuestros manuales di-
viden en capítulos sucesivos como guerra de Sucesión de España, guerra
de Sucesión en Austria, guerra de los Siete Años. Guerras mundiales son
también, por distintas que sean, desde el siglo xvr las emprendidas por el
imperio español. Entre Pavía y Rocroi, por favclr, no veamos solamente
E,uropa. El mundo ya existía. Desde que fue, no aprehendido y conquis-
tado sino tan sólo percibido, los hombres se lo disputaron. Y hubo un
mundo, ligado en sus partcs, que forzó por
-y xvr la ello
chichte- desde que fue derribada en el siglo
hubo una Weltges-
gran barrera del Atlán-
tico, que durante tanto tiempo dividió absurdamente en dos el oekoumé-
ne. El Pacífico, mucho más vasto, no desempeñó el papel de mamparo
estanco entre Asia y América (pensemos en la llegada de los malayos a la
isla de Pascua y en las migraciones de los amarillos hacia América siglos
antes de Colón). Con la conquista definitiva del Atlántico por los blancos,
el mundo se ha cerrado sobre sí mismo.
Como tantas otras fuerzas que conforman la historia y agitan al mun-
do, esta unidad creciente no es una corriente continua sino una corricnte
modulada, alterna. Experimenta retrocesos y avances y es a través de esos
LAS AMBICIONES DE LA HISTORIA
- _'es'l
. tero. Y todas esas luchas aparecen con sus largos y monstruosos vínculos
-_::. un en el espacio. ¿,Quién nos dice que el destino de nuestro mundo, Francia,
,' . tn_ una de las islas de occidente, no se elabora hoy mismo a tal profundidad
lle- en China o en tal otro mundo? Rtdos los países dcl universo se tocan y se
- .r)Il- mezclan en un cuerpo a cuerpo tumultuoso.
-rdo
-
-,)n-
. iin ¿,Se dan cuenta por mis explicaciones y mis ejemplos, y sobre todo por
-: Cll ese gran ejemplo de la unidad del mundo, que por desgracia he debido
no abordar demasiado apresuradamente lo que puede ser esa extensa capa
-y de vida-, este conjunto de fondos y de realidades per-
tn- de historia
ceptibles a nivel de los enlaces geográficos entre los hombres y la tierra
que los sustenta? Reconozcámoslo: la geografía proyecta una luz sor-
prendente sobre las complicaciones, los millones de hilos que constituyen
la vida humana. En todo estudio sobre el pasado, en todo problema ac-
tual, siempre encontraremos en la base, exigente, constante, luminosa
también para quien realmente quiera observarla, esta zona que hemos de-
signado con la palabra no del todo buena de geohistoria. Prescindir de ella
como hacen los historiadores, al menos casi todos los historiadores. como
hacen tantos especialistas de lo social y de lo actual, es un error cuyas con-
secuencias creo que ya adivinan: horizontes incompletos, problemas plan-
teados en falso, realidades engañosas. el absurdo cada vez mayor de las
políticas. Repitámoslo: nuestra suerte está siempre unida a la tierra. por
lenta quc sea esta historia de base. es una historia. una realidad de la vida.
El peligro, pues sigue habiendo un peligro, estaría en hacer lo contra-
rio que quienes no la reconc'¡cen, en verla sólo a ella. La geohistoria no es,
digámoslo entonces con vehemencia, no puede ser toda la historia. Una
de las debilidades de las admirables obras de Emile-Félix Gautier es pre-
cisamente la de haber visto la historia. muy a menudo, tan sólo con la mi-
rada penetrante y liesca de un geógrafo. En realidad. necesitamos ojos
distintos para verlo todo o al menos para intentar verlo todo y compren-
iüno { der.l2
rh.
,fi
ffi, -
rff¡ir,l,,.
ft:
tüffi
rfi"--
rÍ1,"u
h,. 12. El cuaderno se interrumpc ahí, a mitad clc recorrido dcl proyccto anunciado cn
,rhu:-
la introducción.