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HACIA UNA DEFINICIÓN DE LAS HUMANIDADES

Huma 3101 Por: Ralph Barton Perry

Un raudo examen del asunto muestra que el vocablo “Humanidades” no tiene una

significación determinada. Si parto al azar, sea, por ejemplo, con el Webster’s New

International Dictionary, encuentro que... (Humanidades) significa “las ramas del saber

culto, especialmente” de los antiguos clásicos; bellas letras; algunas veces el saber

secular en cuanto se distingue el teológico”. Volviéndome al clásico Dictionary of

Education and Instruction me impongo que las Humanidades consisten en ciertas

disciplinas cuyo estudio “tiende a humanizar al hombre”, en oposición a las ciencias

físicas, “que desenvuelven especialmente las facultades intelectuales”. En este mismo

diccionario aprendemos que las Humanidades estaban comprendidas en lo que se llama

“educación liberal”, la cual, “por responder a la condición y aspiraciones del hombre

libre o señor”, se contraponía a la educación “práctica”. De acuerdo con la autoridad de

John Henry Newman, a quien se cita a menudo en esta materia, encontramos que

educación liberal es “cultura intelectual” en la que “al intelecto”, en vez de formársele o

sacrificársele para un propósito particular o accidental –alguna actividad o profesión

específica, o algún estudio o ciencia- se le disciplina como un fin en sí”. (The Idea of a

University”, 1899, pp. 152, 165.)

Deteniéndome aquí, después de haber descubierto que “las Humanidades”

significa ora lo secular versus lo teológico, ora lo social y moral versus lo intelectual, ora
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lo intelectual versus lo práctico, tengo que concluir que, dada semejante ambigüedad e

incoherencia, he de buscar mi propia definición. Y esta es, por cierto, precisamente la

situación en que el filósofo está más a sus anchas. No hay duda que los que prepararon

este programa contaban, al incluir un filósofo, con los aspectos especulativos del tema,

no sólo con los puramente descriptivos o históricos.

Definiré, pues, las Humanidades incluyendo en ellas cuantas influencia

conduzcan a la libertad. El término “Humanidades” no habrá de emplearse como un

mero nombre de clase para ciertas divisiones del conocimiento o partes de un currículo

escolar, o para ciertas instituciones, actividades y relaciones humanas sino para significar

una cierta condición de libertad que aquéllas puedan contribuir a suscitar.

El significado de “las Humanidades” en relativo al significado de esa condición.

El vocablo “influencia” implica que la libertad en el sentido de mi definición, no es un

rango natural, o metafísicamente innato, sino una posibilidad de desarrollo humano que

puede o no realizarse en el crecimiento y en la interacción con el ambiente. El grado de

su realización dependerá de características ancestrales y de los accidentes del genio, pero

cae en la esfera de aquellos agentes por medio de los cuales hacen a los hombres o por

medio de los cuales los hombres se hacen a sí mismos lo que son.

Pero ¿qué quiere decir libertad? Aquí, otra vez, sólo me es posible establecer

aquellos que me propongo tener por “libertad” para los fines de esta discusión,

desestimando el rigor terminológico y admitiendo que hay otras significaciones

igualmente legítimas. Por libertad entiendo la decisión clarividente; es decir, la acción en

la que hábitos, reflejos y sugestiones se subordinan a los juicios fundamentales del


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individuo sobre el bien y el mal; la acción cuyas premisas son explícitas; la acción que

arranca de la reflexión e integración personales. Esto es, a no dudar, lo que en sustancia

quiso decir Montaigne al describir la educación liberal.

“Que el maestro haga disentir al discípulo, no instalando cosa alguna en su mente

sobre la base de la mera autoridad y confianza. Que los principios de Aristóteles no sean

más principios para él que los de los Estoicos y Epicúreos. Que se le exponga esta

diversidad de opiniones: él ha de elegir, si es capaz; y si no lo es, conservará la duda.

Sólo el torpe está seguro o no cambia...

Al aceptar las opiniones de Jenofonte y de Platón a la luz de su propio

discernimiento ya no serán opiniones de aquellos, sino las suyas propias... La verdad y la

razón son comunes a todos, y no pertenecen más al que las expresó primero que al que las

expresó después... Las abejas liban en esta y en aquella flor, pero hacen después la miel

que les es enteramente propia, y que no es ya ni tomillo ni mejorana; así también las

nociones que (el discípulo) toma de otros, serán transformadas y fundidas hasta hacer de

ella una obra que será por completo suya, es decir, su propio juicio...

La decisión clarividente no es para mí efectiva elección. Para ésta reservaría yo

más bien el término de “libre ejecución”.

La amplitud en que un hombre es libre, esto es, la amplitud en que ejercita la

decisión clarividente, depende, en primer lugar, de la extensión en que es consciente de

las posibilidades. En la medida en que un hombre ignora lo que hay para elegir, las

alternativas se eliminan no por decisión sino por accidente. La libertad es proporcional al

margen de opciones. Por consiguiente el “aprender” es una primera condición de la


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libertad. Para promover la libertad será, pues, necesario ensanchar la amplitud de la

conciencia, familiarizando al hombre tanto con el mundo como con “lo mejor que ha

descubierto y pensado en el mundo”. El hombre libre ha de gozar de posesión de su

herencia natural, intelectual y moral.

El principio de la libertad propende más a la amplitud que a la concentración del

conocimiento, más al contenido que al método... En 1882, teniendo 23 años, Bergson

aleccionó a los alumnos de Liceo de Angers en estos términos:

“Cada uno de nosotros debe empezar como empezó la propia humanidad con la

noble a la par que ingenua ambición de conocerlo todo... En esto reside precisamente lo

que distingue al intelecto del instinto y al hombre de la bestia. La inferioridad del animal

consiste en nada más que en estos es animal es un especialista. Hace sólo una cosa de

admiración: pero no puede hacer sino eso”.

Si hemos de atenernos decididamente a nuestro principio de libertad, es evidente

que el puro volumen de los contenidos no podrá satisfacernos. El contenido debe ser de

tal manera diverso que logre representar el mayor número posible de alternativas de

pensamiento; pero como la capacidad del intelecto es limitada, esto a su vez implica que

las partes del conocimiento han de subordinarse a los principios. Y esto sería deseable

aun si el intelecto tuviese dimensiones cósmicas, pues la mayor parte del conocimiento

atañe a la decisión sólo en términos generales.


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El saber, en sentido liberal, supone por consiguiente, una amplia conciencia de las

leyes y a naturaleza del mundo conocido y de los métodos de conocimiento; nos procura

el mapa y la brújula por medio de los cuales el hombre reciente puede proyectar su propia

ruta en esto mares y continentes que, región tras región, han sido descubiertas por todos

los viajeros que antes los han cruzado.

Una segunda condición de la decisión clarividente es la imaginación. Mientras

que el saber, en el frecuente sentido intelectual de la palabra, procura al espíritu

alternativas que se tienen por verdaderas, la imaginación le permite alentar las

posibilidades de la verdad. Es propio de ella jugar caprichosamente con lo dudoso, lo

improbable y lo increíble. Pertenece a la esencia de la fantasía el comportarse

libremente. La imaginación es el medio por el cual la mente humana mira más allá de

toda autógena limitación, sea ésta conciente o inconsciente; es el antídoto principal contra

el hábito; no reconoce imposibilidades dentro del elástico poder la inventiva.

Más lo opcional no es opcional en tanto que no apela al sentimiento y a la

voluntad. Ser una alternativa de decisión implica para una idea excitar y mover, o estar

investida con ese atractivo que hoy se acostumbra llamar el valor. La facultad humana

que nos permite descubrir y multiplicar los valores de modo que el hombre pueda elegir

lo mejor de un repertorio de bienes, es lo que pudiéramos llamar la simpatía. Esto

significa que las verdades habrán de adquirirse conjuntamente con la pasión por la

veracidad, por la fuerza de su evidencia y el deleite de su contemplación; el arte, junto

con el deleite de su belleza; la historia, con el interés por el ascender y declinar de los

destinos humanos; el descubrimiento, con el estimulante de la aventura; las iniciativas


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económicas, con la aspiración que ponen los hombres en su búsqueda. Conociendo

así, por simpatía, el sabor de las diversas satisfacciones que procura la vida, podemos

decir que nuestras decisiones son sabias y no un resultado de nuestra insuficiencia.

Saber, imaginación y simpatía constituyen las condiciones de esa libertad que

he establecido como la norma que habrá de determinar si un estudio cualquiera, o

cualquier tipo de experiencia, son o no una “Humanidad”. La exactitud del nombre

mismo descansa en el supuesto de que dicha norma se refiere característica mente al

hombre. El término “hombre” alude aquí al hombre natural: no al hombre físico en

sentido estricto, sino al hombre real, que es tanto de la metafísica como de la física, -el

hombre que surge sea del pasado biológico, sea del acto creador de Dios, y no el

monstruo o al ser angélico en que podrían convertirlo el atavismo o la gracia de Dios-.

Y, sin embargo, la alusión no es a las características del hombre, sino a su característica

perfección. Por lo tanto la referencia al hombre en el contexto de las llamadas

Humanidades no es descriptiva o apologética, Luis eulogística; ni “humano demasiado

humano” ni “meramente humano”, sino humano en el sentido en que uno funda su más

alto orgullo en llamarse “Hombre”. Es posible concebir al hombre exaltándolo o

empequeñeciéndolo. Ambos modos de concebirlo concuerdan con los hechos: el

hombre es, en efecto, a la par respetable y baja, digna y despreciable. Emplearé el

término dignidad para designar es característica que es digna de un hombre y que lo

distingue ya como la fase más alta de la evolución ya como a obra maestra de la creación

la emplearé también para implicar que la conciencia de sí mismo y las reclamaciones

sociales han de estar impregnadas con a estimación que esa característica reclama.
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Felizmente, el que el hombre deba su dignidad a la posesión de la libertad es cosa

que apenas requiere argumentación. Su dignidad puede ser poca, mucha o ninguna; pero

cualquiera que tenga o que pudiera tener reside en la capacidad del individuo para

decidir por sí mismo.

Podemos volvernos ahora a la historia y distinguir entre el significado esencial de

Humanidades y sus encarnaciones y asociaciones accidentales. Es término y sus

variantes se pusieron en boga en el siglo XV para designar el ideal educativo inspirado

por el Renacimiento y por la “Restauración italiana de las letras” de la centuria

precedente. Este ideal fue a la vez causa y efecto de un interés en la antigüedad.

Tenía reminiscencias de la Humanitas Cicerón y de su famosa formulación por Aulus

Gellius en el siglo segundo antes de Cristo. Implicó la emancipación de las facultades

humanas de las restricciones del celo religioso, del prejuicio y la autoridad; la

restauración de los valores naturales y seculares, desplazados por el culto de lo ultra

terrenal, la iluminación de las sombras de la ignorancia, la ruptura de los lazos del hábito,

y en todas partes, el camino que, traspasando el estrecho círculo y la rígida jerarquía de

los intermediarios condujo a fuentes de experiencia humana originales y auténticas. El

ocio y la riqueza lo condicionaron. Junto con la ambición política, la movilidad

económica, los viajes de descubrimiento, las invenciones, y el florecimiento del arte y la

literatura, fue una de las muchas manifestaciones paralelas de un individualismo

autosuficiente y de la concurrencia del genio.


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En un impulso originario y en sus primeras inspiradas expresiones, el humanismo

fue, pues, un culto de la libertad. Despertó en los hombres un sentido de su alto destino,

no a través de la salvación, sino a través de sus intrínsecas facultades y de la herencia del

pasado.

El humanismo se empeñó, no únicamente en estimular este sentido de la

vocación, sino también en satisfacerlo, por medio del ejercicio de las facultades y la

apropiación del pasado. No se opuso a la religión, ni negó la superioridad de los valores

religiosos sobre los seculares, ni tampoco minó la autoridad del Estado. Trabajó, sí, por

asegurar un lugar a los derechos de la personalidad dentro de un marco religioso y

político. Si alguna vez chocó con la Iglesia y Estado fue sólo cuando aquélla y éste

fueron extremadamente represivos: se limitó a negar sus negaciones. Pero en su propia e

intrínseca naturaleza fue positivo y no negativo. Su propósito no fue, por tanto oponer

una forma de saber a otra, sino estimular todo saber, con tal, claro está, que fuera saber, y

no meramente una creencia rudimentaria, superficial o dogmática.

“Europa debe al humanismo –dice Sir Richard Jebb,- la difusión de un nuevo

espíritu, la liberación de fuerzas que laboran por la claridad intelectual y el avance del

conocimiento en todos los campos.” Las literaturas griegas y latina sirvieron a este

propósito del saber en una doble capacidad: su estudio mismo era una forma del saber, y

contenían el saber de la antigüedad. Entre los primeros humanistas estas dos partes del

saber clásico formaron en todo indivisible. Con gran entusiasmo se llevaron a cabo esos

estudios lingüísticos e históricos que permitían el acceso a una reserva de sabiduría de

que, con entusiasmo también, se tomó posesión.


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Sin embargo, no se tendía a estudiar las antiguas literaturas de modo exclusivo.

Los primeros impulsores del humanismo fueron notables por la amplia latitud de su

concepción de los estudios liberales. Pietro Vergorius (1370-1445), cuyo De ingenuis

moribus et liberalibus studiis, es, tal vez, el más grande de los primeros tratados

humanistas en el campo de la educación, recomendaba un currículo que comprendía

historia, filosofía, moral, elocuencia, gramática, composición, disputa, música, poesía,

aritmética, geometría, astronomía y estudio de la naturaleza. Vittorino de Feltre, que

dirigió en Mantua entre 1425 y 1446 una especie de escuela progresista que se llamó “La

Casa Grata”, enseñaba matemáticas y ciencia además de los clásicos.

Para aprehender, “La imagen de la Antigüedad en su fuerza y belleza” fue

necesaria una apropiación simpática y no puramente emocional del pasado. Su estudio se

hizo en aras de un fin no sólo técnico, sino práctico en cuanto a orientación de la vida. Se

concibió para descubrir la vida buena, a fin de que un hombre, eligiendo lo mejor,

pudiera conducirse análogamente; y a fin de que, por medio de esa clarividente

autoregulación pudiera demostrar su condición humana. “Llamamos estudios liberales,

decía Pergerius, los que son dignos de un hombre libre; aquellos estudios por medio de

los cuales alcanzamos y practicamos la virtud y la sabiduría; la educación que suscita

entrena y desarrolla esas supremas cualidades del cuerpo y del espíritu que ennoblecen a

los hombres, y que con razón se considera que sólo, ceden en dignidad a la virtud. Para

un carácter vulgar el único fin de la existencia son el lucro y el placer; para una

naturaleza superior lo son, en cambio, el valor moral y fama.”


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Tal es, en su universalidad el humanismo del Renacimiento, que, como culto de la

libertad, es capaz de transferirse a cualquier tiempo y lugar. A estos caracteres

universales se asociaron ciertas cualidades accidentales que reflejaron sus peculiares

condiciones históricas y locales; y, en la medida en que se identificó con éstas, no pudo

ser desplazado a otras épocas o a otros sitios sin violar sus características universales.

Fue retrospectivo. Surgió como reacción contra la relativa ignorancia de su

propia época, y encontró su inspiración, sus modelos, sus fuentes y hasta su contenido en

el pasado. Pero esta inclinación al pasado no forma parte del significado esencial del

humanismo. Si los griegos, por ejemplo fueron humanistas no fue porque revivieron sino

porque crearon. Es del todo consistente con el humanismo el que su ideal pueda ser

identificado es la vida contemporánea, o que pueda acompañarse del sentido de un

pasado oscuro al que sucede un presente más luminoso. Un humanismo

retrospectivo transferido a nuestro tiempo, sólo puede resultar en culto del pasado en

cuanto pasado o en un tradicionalismo esclavizador.

El significado de humanismo en la época del Renacimiento fue relativo al corpus

del saber humano al contexto existente*. En principio implicó la totalidad del saber, pero

en la práctica vino a significar sólo el saber que entonces se poseía, y que, en su mayor

parte, fue transmitido por lo antiguo. Este limitado logro de la época comprendía un

poco de ciencia un poco de literatura moderna, un poco de historia, política y economía:

un poco que, juzgado por normas posteriores, no era mucho. Convertir es accidente

*En la traducción aparece “sazón”.


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histórico en esencia del humanismo significaría que todos los incrementos o divisiones

ulteriores del saber habrían de quedar fuera y desestimados.

La apreciación adecuada del lugar de las Humanidades en la vida moderna

depende de que no nos tengamos estrictamente a su sentido esencial. Cualquier agente o

relación o situación o actividad que tenga un efecto humanizador es decir, liberador (que

ensanche el saber, estimule la imaginación, encienda la simpatía, inspire un sentido de

dignidad humana, imponga esa conducta y forma de convivencia que es propia del

hombre) puede llamarse una “humanidad”.

Aún cuando cualquier asunto puede ser humanizado o deshumanizado, algunos

son humanizados más fácilmente o más fácilmente deshumanizados que otros. La

ciencia natural está expuesta a todas las influencias deshumanizadoras que infectan una

institución educativa. Es acentuadamente técnica y acostumbrada a la repetición de

operaciones sin la correspondiente conciencia de su significado. Las necesidades de la

precisión técnica la han hecho marcadamente abstracta. Ha despojado a la Naturaleza de

su faz sensorial y de su diversidad cualitativa. Hubo una época en que la Ciencias

Naturales valoraban la sensibilidad: esto ocurría cuando el científico visitaba y observaba

la Naturaleza allí en donde ella se encuentra. Ahora, en cambio, aquél lleva sus muestras

al laboratorio. Aún el astrónomo ha sido desplazado por la cámara fotográfica que se

coloca en un extremo del telescopio. Parece estar próximo el tiempo en que el hombre de

ciencia podrá prescindir de sus sentidos, excepto para la lectura de medidores, la

construcción de gráficos, oficios todos que pueden ser desempeñados por el más modesto
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de los ayudantes de laboratorio. La Naturaleza se ha convertido en símbolos y

conceptos: ha cesado de ser natural.

(Pero) la Ciencia Natural tiene otros aspectos que la acreditan para incluírsela

entre los estudios humanísticos, aunque los representantes de la Ciencia no sean, creo yo,

los que mejor puedan reconocerlo. El profesor George Sarton, en su History of Science

and The New Humanism, recalca la pasión por la verdad, la alegría de su contemplación

y el testimonio que la ciencia rinde sobre el genio del hombre. Aboga él por la enseñanza

de la Historia de la ciencia, pues ésta ayuda a conocer su origen humano. Pero como

todos los epónimos de la ciencia natural, insiste en su utilidad.

(Ahora bien). La Ciencia Natural es útil, a no dudar; podemos decir, seguramente

que es la única que es útil. Su utilidad impone al hombre una inmensa deuda de gratitud.

No hay exageración posible en esto de proclamar, su utilidad. Pero la humanidad de la

ciencia no reside en su utilidad. Su humanidad reside, desde luego, en la revelación que

nos hace del mundo que efectivamente constituye el ambiente y fuente de la vida

humana. Si queremos, pues, que cumpla esta función de iluminar el cosmo, debe

asimilársele e integrársele a la experiencia personal, capacitando así a los individuos para

que elijan los fines de la acción con el auxilio de una visión lo más completa posible de la

Naturaleza. Su humanidad reside (además) en que ---como manifestación que es de la

razón, la imaginación, la escrupulosidad y el desinterés---expresa las capacidades del

hombre, y reside también en su disposición para el goce generoso de la verdad, y en su

asociación con esas actividades culturales que unen a los hombres y contribuyen a su

común herencia.
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En resume, permítaseme repetir que la justificación de las humanidades está en

su contribución a la libertad o decisión clarividente. Semejante contribución conviene al

hombre en razón de su propia naturaleza. Si los hombres tienen algún derecho, lo tienen

para esto, y en el más alto grado en que sus capacidades innatas lo permiten. En una

democracia, que en principio otorga a todos las mismas oportunidades, no puede haber

justicia si se niega a un solo hombre este derecho.

Nota: En el texto inglés dice “liberty”, que, en la terminología del autor, es


diferente de “freedom”, aunque ambas significan “libertad” la primera designa la
posibilidad de hacer efectivamente lo que se quiere, de actuar de esta a de la otra manera;
la segunda se refiere a la capacidad, puramente psicológica, subjetiva, de decidirse, de
resolverse entre dos alternativas. Como en español sólo disponemos del vocablo
“libertad”, hemos traducido “liberty” por libertad de ejecución. (N. del T.)

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