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Culpa, Inocencia y los Límites de la Conciencia

Aceptamos una mentira cuando no vemos por el Ojo que Nació en una Noche para perecer
en una Noche cuando el Alma Duerme en Rayos de Luz.
- William Blake

Si observamos cuidadosamente lo que la gente hace para tener una conciencia inocente
o culpable, percibiremos que la conciencia no es lo que pensamos que es. Percibimos
que:

• Una conciencia inocente o culpable poco tiene que ver con bien y mal; las peores
atrocidades e injusticias son cometidas sin cargo de conciencia, mientras que nos
sentimos extremadamente culpables al hacer el bien cuando eso no concuerda con lo que
otros esperan de nosotros. Llamamos conciencia personal a la que creemos culpable o
inocente.

• Nuestra conciencia personal tiene diferentes patrones, uno para cada tipo de relación:
un patrón para la relación con el padre, otro para la relación con la madre, uno para la
iglesia, otro para el trabajo, o sea, uno para cada grupo a que pertenecemos.

• Además de la conciencia personal, estamos sujetos también a una conciencia sistémica.


No sentimos ni escuchamos esa conciencia, pero notamos sus efectos cuando el daño
pasa de una generación a otra. Esta conciencia sistémica invisible, su dinámica y los
órdenes de la simetría oculta del amor constituyen el tema básico de este libro. Pero,
además de la conciencia personal que sentimos y de la conciencia sistémica, que opera
en nosotros imperceptiblemente, hay una tercera, que nos guía hacia la totalidad
suprema. Seguir esa tercera conciencia exige gran esfuerzo, tal vez un esfuerzo
espiritual, pues nos aleja de la obediencia a los dictados de nuestra familia, religión,
cultura e identidad personal. Exige, si la amamos, que dejemos atrás todo lo que
conseguimos aprender, para seguir la Conciencia de la Totalidad Suprema. Esta
conciencia es inefable y misteriosa, y no se curva a las leyes de las conciencias personal
y sistémica, que conocemos más íntimamente.

LA PREGUNTA

Conocemos nuestra conciencia como el caballo conoce al caballero que lo monta o como
el timonel conoce las estrellas por las que traza su curso. Sin embargo, muchos jinetes
montan el caballo y muchos timoneles conducen la nave, guiándose cada uno por una
estrella diferente. La pregunta es: ¿quién gobernará los caballeros y qué curso el capitán
debe elegir?

LA RESPUESTA
Un discípulo preguntó al maestro: -¿Qué es libertad? -¿Mas que libertad?, Replicó el
maestro. -La primera libertad es la estupidez. Recuerda el caballo que derriba al caballero
y relincha en triunfo, sólo para tener las correas de la silla apretadas aún más.
La segunda libertad es el remordimiento. Recuerda al timonel que se hunde con el barco
después de haberlo lanzado contra los escollos, en lugar de salvarse en los botes con los
otros marineros.
La tercera libertad es la comprensión. ¡Sólo viene, ay de nosotros, después de la
estupidez y del remordimiento! Recuerda el tallo que se dobla al viento y, por doblarse en
el punto débil, resiste.

"-¿Y eso es todo?", Extrañó al discípulo.


Respondió el maestro: -Muchos piensan que buscan la verdad con su propia alma, pero
es la Gran Alma que piensa y busca en ellos. Como la naturaleza, ella acepta la variedad,
pero sustituye fácilmente a los que intentan engañar. A los que le permiten pensar y
buscar en ellos, concede una pequeña libertad, ayudándolos como el río ayuda al
nadador a alcanzar la otra orilla, desde que se someta a su corriente y se deje llevar.

CONSCIENCIA PERSONAL Y NUESTROS SENTIMIENTOS DE CULPA E INOCENCIA

En todas nuestras relaciones, las necesidades fundamentales actúan unas sobre otras de
manera compleja:

1. La necesidad de pertenecer, es decir, de vinculación.4

2. La necesidad de preservar el equilibrio entre el dar y el recibir.

3. La necesidad de la seguridad proporcionada por la convención y previsibilidad sociales,


es decir, la necesidad de orden. Sentimos estas tres necesidades con la premura de
impulsos o reacciones instintivas. Ellas nos subyugan las fuerzas que nos desafían,
exigen obediencia, coacción y controlan; limitan nuestras elecciones y nos impone,
queramos o no, objetivos que entran en conflicto con nuestros deseos y placeres
personales.

Estas necesidades limitan nuestras relaciones, pero también las hacen posibles, pues
tanto reflejan como facilitan la necesidad humana fundamental de relación íntima con los
demás. Las relaciones son exitosas cuando logramos satisfacer estas necesidades y
equilibrarlas; pero pasan a ser problemáticas y destructivas cuando no lo conseguimos.

A cada acto que hacemos que afecta a los demás, nos sentimos culpables o inocentes.
Así como el ojo distingue continuamente la luz de las tinieblas, un órgano interno
discrimina a cada paso lo que conviene o no conviene a nuestras relaciones.

Cuando lo que hacemos amenaza o perjudica nuestras relaciones, nos sentimos


culpables; pero cuando las beneficia, nos sentimos libres de culpa, o inocentes.
Llamamos de conciencia personal nuestra experiencia de culpa o inocencia, es decir, lo
que beneficia o perjudica relaciones. Por lo tanto, los sentimientos de culpa e inocencia
son, básicamente, fenómenos sociales que no siempre nos empujan hacia valores
morales superiores. Al contrario, ligándonos firmemente a los grupos necesarios para
nuestra supervivencia, los sentimientos de culpa e inocencia muchas veces nos ciegan
para el bien y el mal.

4 Konrad Lorenz describió el fenómeno del condicionamiento entre los animales. John Bowlby y sus alumnos
describieron la vinculación que ocurre entre la madre y los niños. Bert Hellinger reconoció la importancia de
la vinculación entre parejas sexuales, que los ata, independientemente del amor que pueden sentir el uno por
el otro. A pesar de que la vinculación mencionada aquí es primero una vinculación social que une a un
individuo con su grupo de referencia.

5 La importancia del equilibrio entre el dar y el recibir en la dinámica familiar, así como de los lazos ocultos y
lealtades que actúan en los sistemas familiares, fue señalada por Ivan Boszormenyi- Nagy.

NECESIDADES DIFERENTES EXIGEN COMPORTAMIENTOS DIFERENTES

La necesidad de pertenencia, el equilibrio entre el dar y el recibir y la convención social


trabajan juntos para preservar los grupos sociales a los que pertenecemos. Sin embargo,
cada necesidad persigue su propio objetivo con sus sentimientos particulares de culpa e
inocencia, de suerte que sentimos la culpa o la inocencia de modo diverso, de acuerdo
con la necesidad y el objetivo en mira.

• La culpa es sentida como exclusión y alienación cuando nuestra pertenencia es


amenazada. Cuando nada la amenaza, sentimos la inocencia como inclusión y cercanía.

• La culpa se siente como deuda y obligación cuando se rompe el equilibrio entre el dar y
el recibir. Cuando se mantiene, sentimos la inocencia como crédito y libertad.

• La culpa es sentida como transgresión y miedo de consecuencias o castigos cuando nos


desviamos del orden social. Sentimos la inocencia ante el orden social como conciencia y
lealtad.

La conciencia exige, en la atención a una necesidad, lo que prohíbe en la atención a otra


y puede permitirnos, en el servicio de unos, lo que nos prohíbe en el servicio de otros. Por
ejemplo:

Una madre mandó al hijo a jugar solo durante una hora, pues él había infringido una
norma familiar. Si lo hubiera encerrado en el cuarto, la necesidad de orden social habría
sido atendido; pero el niño, con toda razón, se sentiría solo porque el amor y el vínculo
habrían sido descuidados. Por eso la madre, como tantos otros padres, lo liberó de parte
del castigo. Aunque no obedecía completamente a las exigencias del orden social y era
culpable por eso, ella sirvió al amor con inocencia.

La conciencia atiende a esas necesidades aun cuando se contraponen. En ese caso,


sentimos los conflictos entre ellas como conflictos de conciencia. Quien busca la
inocencia en una necesidad apunta al mismo tiempo a la culpa en otra; quien alquila una
habitación en la casa de la inocencia pronto descubre que fue a vivir en la casa de la
culpa. No importa cuánto nos esforzamos por seguir nuestra conciencia, siempre
sentimos culpa e inocencia - inocencia con respecto a una necesidad, culpa con respecto
a otra. La inocencia sin culpa es una ilusión.

Cómo la Conciencia Defiende la Vinculación

Al actuar en pro de la necesidad de pertenencia, la conciencia nos une a las personas y


grupos necesarios para nuestra supervivencia, independientemente de las condiciones
que establece para relevancia. Aunque el roble no elija el suelo en que va a crecer, su
ambiente lo afecta y se desarrolla diferentemente en campo abierto, en un bosque denso,
en un valle protegido o en un monte expuesto a los vientos. De la misma manera, los
niños se adaptan sin cuestionamiento a los grupos dentro de los cuales nacen, y se
aferran a ellos con una tenacidad que los termina condicionado. Los niños sienten su
conexión con la familia en forma de amor y buena suerte, no importa si esa familia los
alimenta o los descuida; para ellos, los valores y hábitos familiares son buenos, y poco
importan las creencias y actos de esa familia.

En el servicio de la pertenencia, la conciencia reacciona a todo lo que estrecha o


amenaza nuestros vínculos. Ella es inocente cuando actuamos para asegurar la
integración, y culpable cuando, después nos alejamos de las normas del grupo, tenemos
miedo de que nuestro derecho a pertenecer a él esté amenazado o anulado. Como la
manzana atada a la punta de una vara bien delante del hocico del el caballo y el látigo en
la mano del conductor, la culpa y la inocencia tienen el mismo objetivo. Nos toman y nos
empujan en la misma dirección, preservando celosamente nuestros lazos con la familia y
la comunidad.

La conciencia que defiende nuestra vinculación no se superpone a las falsas creencias y


supersticiones de los grupos a los que pertenecemos, guiándonos hacia una verdad
superior. Por el contrario, favorece y conserva esas creencias, haciendo difícil para
nosotros percibir, conocer y recordar lo que ella prohíbe. El vínculo y la pertenencia, tan
necesarios para nuestra supervivencia y bienestar, preceptúan también el que debemos
percibir, creer y conocer.

Negación Consciente de lo Obvio

Un médico le contó a un grupo que su hermana le telefoneó una mañana pidiendo que
fuera a verla, porque no se sentía bien y deseaba su opinión profesional. Él lo hizo, y
ambos se quedaron hablando por una hora sin llegar a ninguna conclusión. Él recomendó
que ella consultara un ginecólogo. La mujer siguió la recomendación y, el mismo día, dio a
luz un hijo sano.
El médico no notó que la hermana estaba embarazada y ella misma no lo sabía, aunque
también era médico. En aquella familia, los niños no podían oír hablar de embarazo y ni
todos los estudios médicos (ambos lo eran) fueron capaces de eliminar el bloqueo de la
percepción.
Un patrón diferente para cada grupo

Los únicos criterios utilizados por la conciencia al servicio de la vinculación son los valores
del grupo a que pertenecemos. Por eso, las personas oriundas de grupos diferentes
poseen valores diferentes, y las personas que pertenecen a diversos grupos actúan de
manera diferente en cada uno de ellos. Cuando nuestro contexto social cambia, la
conciencia cambia sus colores como el camaleón, para protegernos en las nuevas
circunstancias. Tenemos una conciencia para nuestra madre, otra para nuestro padre;
una para la familia, otra para el trabajo; una para la iglesia, otra para una noche. En cada
situación, la conciencia se esfuerza por defender nuestra pertenencia, protegiéndonos del
abandono y la pérdida. Ella nos mantiene en el grupo como el perro pastor mantiene las
ovejas en el rebaño, ladrando y mordiéndonos los talones hasta que nos reunamos a los
demás.

Sin embargo, lo que nos deja inocentes en una relación puede hacernos extremadamente
culpables en otro. En un grupo de ladrones, los miembros necesitan robar, lo que hacen
en plena conciencia. En otro grupo, el robo está prohibido. En ambos casos, los miembros
experimentan las mismas sensaciones de culpa e inocencia como castigo por violar las
condiciones de integridad grupal.

Lo que beneficia una relación puede perjudicar a otra. La sexualidad, por ejemplo, llena
una relación y viola otra. Pero ¿que sucede cuando los vínculos de una relación
colisionan con los de otra? ¿Cuando el que nos toma por culpables en la primera relación
nos requiere por la segunda? En este caso, estamos ante diferentes jueces por la misma
causa: uno puede considerarnos culpables, el otro, inocentes.

La Dependencia Fortalece la Vinculación

La conciencia nos une más estrechamente al grupo cuando estamos más impotentes y
vulnerables. A medida que conquistamos poder e independencia, la vinculación y la
conciencia nos suelta; pero si permanecemos débiles y dependientes, permanecemos
también sumisos y leales. En las familias, los niños ocupan esa posición; en las
empresas, los funcionarios del escalón inferior; en un ejército, los reclutas; en la iglesia, el
cuerpo de fieles. Para el bien de los poderosos del grupo, todos arriesgan
conscientemente la salud, la felicidad y la propia vida, haciéndose culpables - incluso
cuando sus líderes, en nombre de los llamados -objetivos superiores, abusan de ellos sin
escrúpulos. Son los mansos que extienden el cuello a los agresivos, los verdugos que
hacen el servicio sucio, los héroes anónimos que permanecen en el puesto hasta el final,
las ovejas que siguen confiadamente el pastor al matadero, los inocentes que pagan por
los pecadores. Son las y los niños que pelean a causa de padres y parientes, ejecutan lo
que no planearon, son castigados por lo que no hicieron y asumen responsabilidades que
no crearon.

Falta de espacio

Un viejo, percibiendo que el fin se acercaba, buscó a un amigo que le ayudara a encontrar
la paz. Cuando era joven, reprendió moderadamente a su hijo y éste se ahorcó la misma
noche. La reacción del niño no estaba en proporción con la censura paterna, pero el
hombre jamás se libró del peso enorme de la culpa y de la pérdida.
Hablando con el amigo, se acordó de repente de algunas palabras que había cambiado
con el niño pocos días antes del suicidio. Su esposa había comunicado, durante la cena,
que iba a tener otro hijo. El niño, de modo un tanto intempestivo, Exclamo: ¡Cielos, no
tenemos suficiente espacio! Evocando esa conversación, el viejo situó su tragedia en un
contexto más amplio. El niño se ahorca para asumir parte de la carga de la pobreza de los
padres y para abrir espacio para el niño que estaba en camino, no como reacción a una
censura leve. El viejo, percibiendo que también el hijo había amado, lo comprendió todo.
Y dijo: -Finalmente encontré la paz, como si estuviera sentado al borde de un lago de la
montaña.

La Pertenencia Exige la Exclusión de los que son diferentes

Si la conciencia, actuando al servicio de la pertinencia, nos conecta unos a otros en el


grupo, también en los lleva a excluir a los que son diferentes ya negarles el derecho de
participación que reclamamos para nosotros. Entonces, nos hacemos una amenaza para
ellos. La conciencia que defiende nuestra pertinencia nos induce a hacer con esas
personas diferentes lo que tememos como la peor consecuencia de la culpa: nosotros los
excluimos. Pero, como los tratamos mal en sana conciencia, ellos nos maltratan en
nombre de la conciencia de sus grupos. La conciencia que protege la pertenencia inhibe
el mal dentro del grupo, pero suspende esa inhibición con respecto a los extraños. Por lo
tanto, les hacemos buena conciencia, lo que la conciencia nos impide hacer a los
miembros de nuestro propio grupo. en el marco de los conflictos religiosos, raciales y
nacionales, la suspensión de las inhibiciones que la conciencia impone al mal, dentro del
grupo, permite que los miembros de ese grupo cometan, en buena conciencia,
atrocidades y crímenes contra quienes pertenecen a grupos diferentes.
Por lo tanto, la inocencia y la culpa no son lo mismo que bien y mal. Perpetuamos
acciones destructivas y malas en plena conciencia cuando ellas favorecen a los grupos
necesarios para nuestra supervivencia, y emprendemos una acción constructiva con la
conciencia pesada cuando amenaza nuestra participación en esos mismos grupos.

Consideraciones Adicionales

El testimonio de ex miembros de la policía secreta sudafricana ante la Comisión por la


Verdad y La reconciliación llamó la atención del mundo y constituye un excelente ejemplo
del fenómeno que examinamos aquí. La decisión del gobierno de Nelson Mandela de
garantizar amnistía a los ex policías que desearan testificar públicamente acerca de sus
antiguas actividades, creó una atmósfera en la que el efecto de la percepción del bien
como del mal, oriunda de la participación en grupos sociales, queda bastante claro. En el
contexto de su integración en la policía secreta, durante la vigencia del apartheid, ellos
torturaron y asesinaron, suponiendo estar haciendo en defensa de la nación amenazada.
Ahora, en un contexto político diferente, con la amnistía garantizada, ven bajo otro ángulo
esas actividades, revelando profundo y genuino remordimiento. Bert Hellinger.

Las Apariciones de Culpa e Inocencia pueden engañar

La culpa y la inocencia cambian a menudo de aspecto, de modo que la inocencia parezca


culpa y la culpa, la inocencia. Las apariencias engañan, y sólo por los resultados
conocemos la verdad.
Los jugadores

Ellos se declararon
Oponentes.
Cara a cara,
Ellos compitieron
En un tablero común
Con varias figuras
Y reglas complicadas,
Movimiento a movimiento,
Un antiguo Juego de los Reyes.
Cada cual sacrifica
Diversas piezas
En sus jugadas
Y busca la ventaja
Hasta que no haya más movimientos que hacer
Y el juego termine.
A continuación, cambiando de lado
Y de colores,
Inicia otra ronda
Del mismo Juego de los Reyes.
Pero quien juega bastante,
Muchas veces ganando,
En otras perdiendo,
Se convierte en un maestro
De los dos lados.

Así como las apariencias de la culpa y de la inocencia pueden engañar, la conciencia del
grupo de a poco va moldeando la experiencia del mundo en los niños. Ella colorea, con
las creencias de la familia, su percepción de lo que es.

El Aprendizaje del Bien

Un niño va al patio trasero y se sorprende con el cambio que ve. La madre dice: -Oh,
cómo es. ¡hermoso! ‖ Ahora el niño tiene que mirar las palabras; la mirada y el oír se
interrumpen, la conexión directa con lo que existe cede lugar a juicios de valor. El niño ya
no puede confiar en su propia experiencia de fascinación ante lo que es, pero debe
obedecer a una autoridad exterior que define lo que es bello y bueno. La conciencia se
torna el gran engaño, poniendo sentimientos de culpa e inocencia en el lugar del el
conocimiento del bien y del mal. El bien que trae la reconciliación tiene que superar las
falsas apariencias creadas por nuestros vínculos con diversos grupos. La conciencia
habla; el mundo es.

CONSCIENCIA Y EQUILIBRIO ENTRE EL DAR Y EL RECIBIR

Nuestras relaciones, así como nuestras experiencias de culpa e inocencia, empiezan con
el dar y el recibir. Nos sentimos acreedores cuando damos y deudores cuando recibimos.
El equilibrio entre crédito y débito es la segunda dinámica fundamental de culpa e
inocencia en los relaciones. Favorece todas las relaciones, pues tanto el que da como el
que recibe conocen la paz sí el dar y el recibir son iguales.

Un regalo de amor

Un misionero, en África, fue trasladado a otra área. En la mañana en que iba a partir,
recibió la visita de un hombre que caminó varias horas para darle una pequeña cantidad
de dedicación como regalo de despedida. La cantidad ascendía a unos 30 centavos. Por
supuesto, misionero, que el hombre quería agradecerle porque, estando enfermo, el
misionero, de él y lo fuera visitar muchas veces. Comprendió que 30 cents eran una gran
cantidad para el pobre hombre. Se sintió tentado a devolver el dinero e incluso a añadirle
un poco más; sin embargo, después de reflexionar, aceptó el presente y agradeció al
hombre. Fuera dado con amor y con el amor debía ser recibido.

Cuando aceptamos algo de alguien, perdemos la inocencia y la libertad. Cuando


recibimos, quedamos en deuda y deudores para con el donante. Sentimos esa obligación
como la incomodidad y la presión, e intentamos aliviarnos dando algo a cambio. De
hecho, no podemos aceptar nada sin sentir la necesidad de retribuir. La ganancia es una
especie de culpa.

La inocencia al servicio de este intercambio se manifiesta en forma de una agradable


sensación de el crédito que sobrevuelen cuando damos a cambio un poco más de lo que
recibimos. Somos inocentemente desobligados y aligerados cuando, habiendo tomado
todo lo que podía satisfacer por a nuestras necesidades, retribuimos plenamente.

Las personas adoptan tres patrones típicos para alcanzar y preservar, en sus relaciones,
la inocencia en los intercambios: abstinencia, utilidad y cambio total.

Abstinencia

Algunas personas se agarran a la ilusión de inocencia minimizando su participación en la


vida. En vez de aceptar íntegramente lo que necesitan y sentirse obligadas, se cierran,
huyendo de la necesidad y de la vida. Se sienten libres de la necesidad y de la obligación
y, por no sentir necesidades, no necesitan aceptar nada. Sin embargo, a pesar de
juzgarse inocentes y desobligadas, la inocencia de ellas es la del observador distanciado.
No se ensucian las manos, por lo que se consideran superiores o especiales. Su goce en
la vida, sin embargo, está limitado por la estrechez de su implicación y se sienten, en
consecuencia, vacías e insatisfechas.

Tal actitud se puede notar en muchas personas que sufren de depresión. Su rechazo en
aceptar lo que la vida ofrece se desarrolla primero en la relación con uno de los padres, o
con ambos, y más tarde se traslada a otras relaciones y a las cosas buenas del mundo.
Algunas justifican el rechazo quejándose de que lo que recibieron no fue suficiente o no
les adecuado. Otras apuntan los errores y limitaciones del donante, pero el resultado es el
mismo - continúan pasivas y vacías. Por ejemplo, quien rechaza o juzga a sus padres –
independientemente de lo que puedan haber hecho - suele sentirse incompleto y perdido.

Vemos lo contrario en las personas que lograron aceptar a los padres como son, no
rechazando nada de ellos. Ellas experimentan esa aceptación como un flujo continúo de
energía y alimento que les permite tejer otras relaciones en las que también puedan dar y
recibir - aun cuando sus padres las han tratado muy mal.

Utilidad

Hay personas que intentan preservar la inocencia negando sus necesidades, incluso
después de recibir lo suficiente para sentirse obligados. Dar antes de recibir propicia una
sensación fugaz de crédito que desaparece cuando aceptamos lo que necesitamos.
Quien prefiere conservar la sensación de crédito, en vez de dejar que los demás lo
regalen libremente, en la verdad está diciendo: Y mejor que tú me debas que yo a ti.
Muchos los idealistas asumen esa postura, ampliamente conocida como -síndrome del
presentimiento.
Esta lucha egoísta para liberarse de la necesidad es visceralmente hostil a las relaciones.
El que sólo desea dar sin recibir se aferra a una ilusión de superioridad, rechaza el premio
de la vida y niega igualdad al compañero. Otros no quieren de quien se niega a recibir, se
toman resentidos y se alejan. Por eso, los utilitarios crónicos suelen ser solitarios y hasta
amargados.

Intercambio Total

El tercer y más hermoso camino para la inocencia en el dar y recibir es el contentamiento


que sigue a un intercambio total, cuando damos y recibimos plenamente. Este intercambio
es el núcleo de las relaciones: el receptor recibe, el donante da. Ambos son donantes y
receptores al mismo tiempo. Para la inocencia, no importa sólo el equilibrio entre el dar y
el recibir, sino también el volumen. Un pequeño volumen de donaciones y recibos trae
poco provecho; un gran volumen nos torna ricos. El dar y recibir a gran escala trae
consigo un sentimiento de abundancia y la felicidad.

Aumento de volumen

El marido ama a la esposa y quiere darle un regalo. Por amarlo también, ella lo acepta de
buen grado y, en consecuencia, siente necesidad de retribuir. Obedeciendo a esa
necesidad, regala por su parte el marido y, para quedarse en terreno seguro, da un poco
más de lo que recibió. Y porque dio con el amor, él acepta la oferta y, a cambio, le da aún
más. De esta forma, la conciencia mantiene un equilibrio dinámico y la relación amorosa
de la pareja se intensifica con el volumen creciente dar y recibir.

Semejante alegría no cae del cielo, sino que es resultado de la voluntad de incrementar el
amor por el dar y recibir en las relaciones íntimas. Gracias a este intercambio a gran
escala, nos sentimos ligeros y libres, justos y contentos. Entre todas las formas de
alcanzar inocencia en los intercambios, ésta es de lejos la más satisfactoria.

El Equilibrio Entre Dar y recibir Cuando la reciprocidad es Imposible

En ciertas relaciones, la discrepancia entre donante y receptor es insuperable; entre


padres y hijos o entre profesores y alumnos, por ejemplo. Los padres y los profesores
son, básicamente, donantes; hijos y alumnos, receptores. Y claro, los padres reciben algo
de los hijos; y los profesores, de los alumnos. Esto, sin embargo, sólo reduce la
discrepancia sin anularla. En todas las situaciones en las que el equilibrio no puede ser
alcanzado por la donación recíproca, ese equilibrio, junto con el contentamiento, debe ser
buscado por otros medios. Los padres ya fueron hijos, los profesores ya fueron alumnos.
Ellos encuentran el equilibrio entre el dar y el recibir cuando pasan a la siguiente
generación lo que ganaron de la anterior. Los hijos y los alumnos deben hacer lo mismo.
Börries von Münchhausen describe esto, con mucha belleza, en el poema siguiente:

El Balón de Oro
Por el amor que mi padre me dio,
Nada di.
En niño, no supo evaluar el regalo.
Hombre hecho, me hizo duro como un hombre.
Mi hijo se va tornando adulto, amado con desvelo
Como ningún otro, siempre en el corazón de su padre.
De lo que otrora recibí a aquel
De quien yo no descender y nada recibo a cambio.
Cuando se toma hombre y piensa como hombre,
Seguirá, como yo, su propio camino.
Lo veré, sin ninguna envidia,
Transmitir al hijo el amor que le entregué.
Mi mirada sigue el juego de la vida
Hasta las profundidades del tiempo:
Cada uno arroja, sonriente, la bola de oro
Y nadie la devuelve a las manos de aquel
De quién partió.

Lo que es conveniente entre padres e hijos o profesores y alumnos puede también ser
aplicado cuando el equilibrio entre el dar y el recibir no es alcanzado por la retribución o el
intercambio total. En todas esas situaciones -por ejemplo, personas sin hijos-, logramos
librarnos de la obligación dando a otros lo que recibimos.

Demostración de Gratitud

Expresar gratitud auténtica es otra manera de las personas que dan más de lo que
reciben alcanzar el equilibrio entre las dos acciones. No debemos abusar de la
demostración de gratitud para evitar dar otras cosas cuando sea posible y apropiado; pero
a veces es la única respuesta conveniente: en el caso, por ejemplo, de discapacitados,
enfermos graves, moribundos e incluso amantes.

En estas situaciones, además de la necesidad de equilibrio, un amor elemental entra en


acción para unir a los miembros de un sistema social y mantenerlos así como la gravedad
mantiene los planetas y las estrellas. Este amor acompaña el dar y el recibir y se
manifiesta bajo la forma de gratitud.

El que siente la verdadera gratitud afirma: -Me regalas sin pensar en retribución y yo
acepto tu presente con amor. -El objetivo de esta gratitud, a su vez, afirma: -Tu amor y tu
valoración de mi presente valen más para mí que cualquier otra cosa que tú pudieras
darme.
Por la gratitud, afirmamos no sólo lo que damos unos a otros, sino lo que somos unos
para los otros

Gratitud Digna de Dios

Una vez, un hombre creyó que tenía un gran débito para con Dios, pues había sido salvo
de un grave peligro. Preguntó a un amigo qué podía hacer para expresar su gratitud de un
modo digno de Dios. El amigo le contó la siguiente historia:

Un muchacho amaba a una muchacha de todo corazón y la pidió en matrimonio.

Ella rechazó el pedido, alegando otros planes. Un día, cuando ambos cruzaban la calle, la
muchacha habría sido atropellada por un coche si el muchacho no la tiraba. Ella se volvió
entonces hacia él y declaró: -¡Ahora podemos casarnos!

-¿Cómo cree que el muchacho se sintió?, Preguntó el amigo. El hombre hizo una mueca y
nada respondió. -Ahí está ", prosiguió el amigo, -tal vez Dios sienta lo mismo en relación a
usted".

Somos propensos a sentir, como amenaza, una buena suerte inmerecida; surge la
ansiedad y el temor de que nuestra felicidad vaya a despertar la envidia de los demás o
provocar el destino.

Todos tendemos a pensar que la ventura rompe un tabú y nos torna culpables - como si,
por ser felices, corriéramos un riesgo. La gratitud auténtica minimiza esa ansiedad. Sin
embargo, aceptar la felicidad en presencia de la desgracia ajena exige humildad y coraje.

De vuelta de la guerra

Amigos de infancia fueron mandados a la guerra, donde corrían peligros indescriptibles.


Aunque muchos murieron o resultaron heridos, dos volvieron ilesos a casa.

El primero se tomó una persona bastante tranquila, en paz consigo misma. Reconoció
que había sido salvo por el capricho del destino y pasó a aceptar la vida como un regalo,
un acto de gracia.

El segundo contrajo el hábito de embriagarse con otros veteranos y borrar el pasado. Le


gustaba jactarse de sus hazañas heroicas y los peligros de los que se salvo. Parecía que
toda la experiencia fue inútil para él.

El dar y el recibir gobiernan y son gobernados por el amor

El dar y el recibir, en las relaciones íntimas, están regulados por una necesidad mutua de
equilibrio. Sin embargo, ningún intercambio significativo ocurre entre socios que se niegan
a pasar por desequilibrios periódicos. Y como caminar - permanecemos de pie cuando
mantenemos el equilibrio estático, pero caímos y quedamos estirados en el suelo cuando
nos falta completamente la movilidad. Si perdemos y recuperamos rítmicamente el
equilibrio, nos movemos hacia delante. En cuanto se alcanza el equilibrio, la relación
puede ser completada o renovada, alimentándose de nuevos intercambios.
En las relaciones íntimas, los socios son iguales - aunque diferentes - en el intercambio, y
su amor predomina y persiste cuando el dar y el recibir se equilibran negativamente tanto
como positivamente. El intercambio cesa una vez alcanzado el equilibrio estático. Si uno
recibe sin dar, el otro pronto pierde el deseo de dar más. Si uno da sin recibir, el otro
pronto pierde el deseo de recibir más. Las alianzas también se rompen cuando uno da
más de lo que el otro puede o quiere retribuir. El amor limita el dar según la capacidad de
recibir, así como limita el recibir según la capacidad de dar. Esto significa que la
necesidad de equilibrio entre el dar y el recibir limita al mismo tiempo el amor y la
asociación. Por lo tanto, la necesidad de equilibrio gobierna y limita el amor.

Sin embargo, el amor también gobierna el equilibrio. Cuando un compañero hace algo
que molesta al otro, la persona herida debe replicar con una acción que cause dolor y
dificultades parecidas a fin de preservar el equilibrio entre el dar y el recibir - pero de un
modo que no destruya el amor. Cuando la persona herida se siente demasiado superior
para replicar según las exigencias del amor, el equilibrio se hace imposible y la relación se
ve amenazada. Por ejemplo, una de las grandes dificultades de las parejas son las
relaciones extra conyugales. No se logra la reconciliación después de una de estas
relaciones si uno de los compañeros se esfuerza en cultivar la inocencia, polarizando la
inocencia y la culpa.

Por un lado, si el compañero herido quiere hacerse culpable, devolviendo parte del daño,
será posible que la pareja reanude la relación. Pero si por amar al otro y desear que la
relación persista, el daño devuelto no podrá ser exactamente el mismo daño sufrido, pues
entonces no permanecerá ninguna desigualdad capaz de ligarlos. No podrá ser mayor,
porque el primer infractor se sentirá ofendido y se hallará con derecho a representar - el
ciclo, entonces, no tendrá fin. El daño devuelto debe ser un poco menor que el sufrido. De
este modo, el amor y la justicia reciben su parte, y el intercambio se reanuda y continuará.
Por lo tanto, el amor gobierna el equilibrio.

Algunas personas encuentran incómodo reconocer que, en tales situaciones, la


reconciliación que permite al amor fluir abundantemente no es posible a menos que el
inocente se haga culpable por exigir justa compensación. Sin embargo, así como
conocemos el árbol por los frutos, basta con comparar a las parejas que recurren a uno y
otro enfoque para reconocer lo que realmente es mejor o peor para la intimidad y el amor.

La salida

Un hombre contó al amigo que su mujer estaba resentida hace veinte años. Dijo que,
pocos días después del matrimonio, sus padres le pidieron que los acompañara en un
viaje de vacaciones de seis semanas, pues necesitaban que dirigiera su nuevo coche. Él
lo hizo, dejando a su esposa en casa. Todos sus intentos para explicar este
comportamiento y disculparse fueron en vano.

El amigo sugirió: -Pidele que escoja o haga algo para sí misma en la proporción del daño
que le causó.

El rostro del hombre se iluminó y descubrió la clave de su problema.

Sucede a veces que ambos socios causan daños crecientes el uno al otro, como si
aquello que perjudica el amor pudiera ser bueno. Entonces su intercambio negativo
aumenta, ligándolos estrechamente en su infelicidad. Ellos preservan el equilibrio en el
dar y recibir, pero no en el amor. Podemos determinar la calidad de una relación por el
volumen del intercambio y, también, minando si ese equilibrio es usualmente alcanzado
en el bien o en el mal. Esto demuestra también cómo será posible restaurar una
asociación debilitada y hacerla satisfactoria; los compañeros pasan del intercambio en el
mal para el intercambio en el bien y la aumentan con el amor

Falso Desamparo

Cuando alguien es ofendido, se siente desamparado. Cuanto mayor sea el desamparo de


la víctima, más severamente juzgamos al ofensor. Sin embargo, es raro que los socios
ofendidos permanezcan completamente indefensos, una vez pasado el choque.

Muchas veces tienen varias opciones de acción para romper la relación, si las ofensas
fueron demasiado graves. O exigir reparación y, así lo hacen, callan la culpa y posibilitan
un reanudación.

Cuando las víctimas no se valen de la posibilidad de actuar, otros actúan por ellas, pero
con una diferencia: el daño y la injusticia que acaban provocando suelen ser peores que si
las víctimas actuaran por sí mismas. En los sistemas de relación humana, los
resentimientos reprimidos demoran en saltar a la luz en aquellos que se mostraron menos
capaces de defenderse; lo más de las veces, son los hijos y nietos que experimentan
cóleras antiguas como si fueran las propias.

Falso Mártir

Una pareja madura asistió a un seminario. Después de la primera sesión, la mujer entró
en el coche y se fue, reapareciendo al día siguiente, bien a tiempo para participar del
grupo. Se plantó delante de su marido y anunció, en presencia de todos y con la mayor
insolencia, que acababa de encontrarse con el amante.

En la presencia de otros miembros del grupo, ella se mostraba tan gentil como el marido:
atenta, simpática, sensible. Pero, presente el marido, era tan grosero para con él como
agradable para con los demás. Nadie sabía lo que estaba pasando, incluso porque el
hombre no se defendía.

Cuando era niña, esa mujer viajaba con la madre y los hermanos al campo durante las
vacaciones de verano, mientras el padre permanecía en la ciudad con su amante. Padre y
amante iban a visitarlos de vez en cuando, y la madre los recibía amigablemente, como si
nada hubiese de mal. Por dentro, sin embargo, estaba furiosa. Reprimía el dolor y la
rabia, pero, aún así, los niños lo percibían todo.

Estamos tentados a considerar recomendable el comportamiento de la madre, pero se


trataba de falsa inocencia, y su efecto fue abrumador. La hija vengó la injusticia cometida
contra la madre castigando a su propio marido por los errores de su padre. Pero demostró
amor por el padre al actuar exactamente como él actuaba: perjudicó a su marido así como
el padre perjudicó a su madre. Mejor sería que la madre hubiera reaccionado a su marido
con rabia. Él entonces tendría que tomar una decisión y ambos llegar a un acuerdo o
separarse.
Siempre que el inocente siga sufriendo, aunque haya una posibilidad de acción adecuada,
surgen más víctimas inocentes y agresores culpables. Y la ilusión de suponer que
evitamos la participación en el mal por el apego a la inocencia, en vez de hacer todo lo
posible para enfrentar ese mal, aunque nosotros mismos lo cometamos. Si uno de los
socios insiste en el monopolio de la inocencia, no hay fin para la culpa del otro y el amor
se desvanece. Los que ignoran el mal o se curvan pasivamente no logran preservar la
inocencia y, al mismo tiempo, siembran la injusticia. El amor exige que tengamos el coraje
de tornarnos convenientemente culpables.

El Perdón Prematuro De igual modo, el perdón prematuro impide el diálogo constructivo


cuando oculta o retrasa el conflicto, dejando que las consecuencias sean enfrentadas por
otros miembros de la familia. Esto es especialmente destructivo cuando el ofendido
intenta librar al ofensor de la culpa, como si las víctimas tuvieran semejante autoridad. Si
se quiere la reconciliación, el ofendido tiene no sólo el derecho, sino el deber de exigir
reparación. Y el ofensor tiene no sólo el deber, sino el derecho de cargar con las
consecuencias de sus actos.

La segunda vez

Un hombre y una mujer, casados con otros compañeros, se apasionaron. Cuando la


mujer se quedó embarazada, se separaron de sus parejas y se casaron. La mujer no
había tenido hijos antes. El hombre tenía una hija de su primer matrimonio, que dejó con
su madre. El hombre y la nueva esposa se sintieron culpables en relación a su primera
esposa y soñaban con su perdón. Ella, de hecho, estaba muy resentida con los dos, pues
pagaba junto con la hija el precio de la felicidad de la pareja.

Cuando confesaron a un amigo el deseo de ser perdonados, él les pidió imaginar lo que
sucedería si ese deseo fuera satisfecho. Percibieron entonces que habían evitado el peso
total de su culpa y que su ansia de perdón no hacía justicia a la dignidad ya las
necesidades de la ex esposa. Decidieron admitir, ante ella y la hija, que de hecho habían
exigido un gran sacrificio por su propia felicidad y que estaban dispuestos a atender a las
justas exigencias de las dos personas lesionadas. Esa fue la decisión que tomaron.

El amor es mejor servido cuando las exigencias de la víctima son justas.

Perdón y Reconciliación

El perdón realmente eficaz preserva tanto la dignidad del culpable como la de la víctima.
Él requiere que las víctimas no exageren en las peticiones de reparación y acepten una
indemnización justa de parte del ofensor. Sin el perdón que reconoce el remordimiento
genuino y acepta la indemnización adecuada, no hay reconciliación posible.

Una experiencia "Hum"

Una mujer se divorció de su marido para quedarse con su amante. Años después,
comenzó a lamentar su decisión. Percibió que todavía amaba al ex marido y quiso
desposarlo nuevamente, tanto más que él permanecía soltero. Le comunicó sus
sentimientos, pero no obtuvo ninguna respuesta concluyente. El ex marido, sin embargo,
acordó discutir el asunto con un consejero matrimonial. Este le preguntó qué esperaba
obtener del encuentro. Él sonrió medio a regañadientes y respondió: -¡Una ... hum! ...
experiencia!

El consejero preguntó entonces a la mujer qué tenía que ofrecer que pudiera inducir al ex
marido a vivir con ella de nuevo. Respondió que realmente no había pensado en eso y
nada dijo de positivo. El hombre, por supuesto, seguía cauteloso y distante.

El consejero sugirió que, antes que nada, reconociera el mal resultado del ex marido y le
diera motivos para creer que podía repararlo. La mujer pensó un poco, después encaró al
ex marido y dijo, con gran convicción: -fue mucho el mal que te causé. Quiero ser tu
esposa otra vez; voy a amarte, hacerte feliz y hacer que confíes en mí.

"El hombre seguía distante. El consejero le dijo: -Debiste haber quedado muy herido para
arriesgarte de nuevo. El hombre tenía lágrimas en los ojos; el consejero prosiguió: -Una
persona como tú, una vez herida, suele sentirse superior y reivindica el derecho de
rechazar a la otra." Y concluyó: -Contra tamaña inocencia, un culpable no tiene ninguna
oportunidad." El hombre se volvió sonriendo a la ex esposa.

-Ay está su experiencia ", dijo el consejero. -Pague mis honorarios y haga lo que quiera
con su ‗hum. No quiero ni saber.

Cuando debemos el daño

Cuando las acciones de un socio, en una relación íntima, resultan en separación,


tendemos a creer que él hizo una elección libre e independiente. Pero sucede a veces
que, si ese socio no quería ocasionar algún daño. Los papeles entonces se invertirían,
entre la culpa y las consecuencias cambiando de lado. Tal vez la separación fuera
necesaria porque el alma exigía más espacio para crecer y quien partió ya estaba
sufriendo. En diversas situaciones, el sufrimiento es inevitable. Nuestras elecciones
quedan limitadas a actos que hagan brotar algo de constructivo del dolor inevitable que
debemos sufrir o infligir. No es raro, el compañero permanece en una situación dolorosa
hasta padecer lo suficiente para compensar el sufrimiento que su partida causará al otro.
Cuando los socios se separan, no siempre el que parte es el único en tener nuevas
oportunidades. EL que se queda también puede recomenzar. Pero el que se aferra al
sufrimiento y rechaza las posibilidades constructivas ofrecidas por la separación hace
difícil, para el compañero que se fue, iniciar nueva vida. Se quedan firmemente unidos
entre sí, a pesar de la separación. Por otro lado, si el que partió acoge la oportunidad de
hacer algo mejor, propicia también al que quedó libertad y alivio. Tomar algo realmente
bueno de la desgracia es, quizás, la forma más edificante de perdonar, pues, en esos
casos, reconcilia aun cuando la separación persiste.

Aceptación del Destino (revisar desde aquí)

Las personas suelen sentirse culpables cuando obtienen ventaja a costa de otro, aunque
nada se pueda hacer para impedirlo o alterarlo. Hay dos ejemplos.

Mi Ventaja a Su Cargo

La madre murió al dar a luz. Nadie pensó en incriminar al niño por esa muerte, pero la
certeza de su inocencia no calló en ella el sentimiento de culpa. Una vez que el destino
ató su nacimiento a la muerte de la madre, la presión de la culpa continuó inexorable y el
niño, inconscientemente, instaló el fracaso en su vida, en la vana tentativa de reparar un
daño que no había causado.

Neumático agujereado

El coche de un hombre tenía un neumático perforado, derrapó y golpeó en otro. El conductor del
segundo coche murió, pero el del primero sobrevivió. Aunque había conducido con cuidado, su
vida permaneció ligada a aquella muerte y no podía librarse del sentimiento de culpa. No gozó su
éxito hasta percibir que el sufrimiento, en vez de honrar al hombre muerto, lo degradaba.

Nos quedamos desamparados ante la culpa y la inocencia cuando estamos en las manos del azar
y del destino. Si fuésemos culpables o merecíamos el premio por nuestras acciones libremente
decididas, conservaríamos poder e influencia. Pero, en esas situaciones, reconocemos que
estamos sujetos a fuerzas incontrolables, fuerzas que deciden si vamos a vivir o morir, ser salvos o
perecer, progresar o decaer, independientemente de nuestras buenas o malas acciones.

La vulnerabilidad al azar es tan abrumadora que muchas personas prefieren renunciar a una buena
suerte inmerecida y repudiar la porción de la existencia a aceptar todo esto de buen grado. Muchas
veces intentan crear culpas para sí mismas o acumular buenas acciones por anticipación, a fin de
escapar a la salvación o al sufrimiento que juzgan no merecer.

Es muy común, en el caso de personas que gozan de ventajas a costa de otras, tratar de limitar
esas ventajas por el suicidio, la enfermedad o algún acto que las ha hecho, para así sufrir las
consecuencias. Todas estas soluciones se refieren al pensamiento mágico y no pasan de una
forma pueril de encarar la fortuna inmerecida.

En realidad, agravan la culpa en lugar de mitigarla. Por ejemplo, cuando un niño -como en el
ejemplo anterior-, cuya madre murió al darla a la luz limita más tarde su felicidad, o comete
suicidio, el sacrificio de la madre fue inútil y ella se tomó implícitamente responsable también por la
muerte del hijo.

Si el hijo hubiese dicho: -Mi, su muerte no puede haber sido en vano. "Voy a hacer algo de mi vida
en su memoria, pues conozco el valor de esa vida", la presión de la culpa en las manos del destino
se habría transformado en una fuerza para el bien, permitiendo al hijo alcanzar objetivos vedados a
otros. En ese caso, la muerte de la madre tendría efectos benéficos y daría al hijo paz durante
mucho tiempo.

En el caso de que los involucrados estén sujetos a una presión por equilibrio: quien recibió algo del
destino quiere retribuir en la misma moneda o, siendo eso imposible, al menos compensar con
fracasos. Son, sin embargo, intentos vanas, pues el destino se muestra totalmente indiferente a
nuestras exigencias de compensación y restitución.

Humildad Ante el Destino

Nuestra inocencia es que toma tan insoportable el sufrimiento provocado por el azar. Si
fuésemos culpables y castigados a causa de nuestras propias acciones, o inocentes y
ahorrados, podríamos presumir que las circunstancias obedecen a un orden moral, a
reglas de justicia y juego limpio. Podríamos creer que, con un buen comportamiento,
controlamos la inocencia y la culpa. Sin embargo, cuando somos ahorrados,
independientemente de culpa o inocencia personal, mientras que otros sucumben
merecida o inmerecida, comprendemos nuestra total vulnerabilidad a las fuerzas del azar
y nos vemos a las vueltas con los caprichos de la culpa y de la inocencia. Cuando la culpa
y el daño alcanzan proporciones trágicas, tomando nuestro destino, la reconciliación sólo
será posible si renunciamos completamente a la compensación.

La única posibilidad que nos queda, entonces, es someternos, ceder a la fuerza


inexorable del destino, para ventaja o desventaja nuestra. Podemos llamar la actitud
interior que posibilita la sumisión de humildad; es decir, el perdón sencillo y la aceptación
de la inevitabilidad. En las situaciones en que el ofendido y el ofensor se curvan con
humildad a su destino ineludible, hay un fin para la culpa y el rescate. Se puede, a partir
de ahí, gozar de la vida y la felicidad - mientras duran - independientemente del precio
pagado por otros. Aceptamos, entonces, nuestra propia muerte y las dificultades de la
existencia, sin ojos para la culpa y la inocencia.

¿Dónde está mi nieto?

Un joven que acababa de aprender a conducir sufrió un accidente. La abuela, que lo


acompañaba, resultó gravemente herida. Volviendo a sí en el hospital, poco antes de
morir, le preguntó: -En dónde está mi nieto? Cuando se acercó, ella le dijo: -No se culpe.
Y mi hora de morir.

"Ese pensamiento se mezcló en él con las lágrimas: -Acepto el fardo de haber sido el
instrumento de su muerte", declaró el joven, -y, llegada la hora, haré algo bueno en su
memoria. Y de hecho lo hizo.

Esta humildad nos da seriedad y ponderación. Cuando sentimos la verdadera humildad,


comprendemos que determinamos nuestro destino, pero también estamos determinados
por él. El azar actúa en nuestro beneficio o daño según leyes cuyos secretos no podemos
- ni debemos - adivinar. La humildad es la respuesta correcta a la culpa y la buena suerte
proporcionadas por el destino. Nos coloca en el mismo nivel de los menos afortunados,
permitiendo que los respetemos sin menoscabar o despreciar las ventajas obtenidas a su
costa, pero llevándonos a aceptarlas con gratitud a pesar del alto precio que ellos pagaron
y hacer que otros se sienten beneficiarse de ellas igualmente.

LA CONCIENCIA AL SERVICIO DEL ORDEN SOCIAL

La tercera exigencia para el éxito en el amor, en relaciones íntimas, es el orden. En primer


lugar, entendemos por -orden "el conjunto de reglas y convenciones sociales que rigen la
vida comunitaria de un grupo social. Toda relación duradera crea normas, reglas,
creencias y tabúes que se toman obligatoriamente para sus miembros. De este modo, las
relaciones se transforman en sistemas de relaciones provisionales de orden y estructura.
Las convenciones sociales representan el modelo superficial que todos los miembros
aceptan, pero varía ampliamente de grupo a grupo. Las órdenes marcan los límites de la
integración: los que aceptan las convenciones pertenecen al grupo, los que no las siguen
pronto lo dejan. Podemos percibir claramente esa dinámica sistémica al observar una
manada de aves en pleno vuelo. En el bando, cada integrante sigue su propio camino,
pero, si se desvía demasiado de la dirección general de los demás, acaba aislado. Los
órdenes sociales gobiernan nuestro comportamiento dentro del grupo y forman nuestros
papeles o funciones; y nunca sentimos tanta culpa por violarlas que cuando rompemos la
integración o el equilibrio entre el dar y el recibir.
Consideraciones Adicionales

En tiempos anteriores, las consecuencias de la exclusión del grupo o la familia han sido
mucho más graves de lo que hoy (aunque este tipo exclusión todavía tiene consecuencias
serias en algunas zonas rurales). Vivimos en un tiempo en que los órdenes sociales
cambian rápidamente, y si la evolución social promueve mayor flexibilidad, movilidad y
libertad personal de elección, aumenta al mismo tiempo la alienación, la desorientación y
la pérdida de raíces, pudiendo limitar la sensación de bienestar, estar generada por una
integración perfecta. Muchos de los problemas individuales y familiares que las personas
someten a los terapeutas son el resultado de la ruptura de antiguos ordenes sociales y
familiares, así como de la dificultad de formular nuevos órdenes capaces de resistir la
prueba del tiempo y fomentar el amor. Por ejemplo, los órdenes tradicionales que definen
los papeles y la división del trabajo entre hombres y mujeres se están transformando tan
velozmente que innumerables parejas necesitan hacer un esfuerzo enorme para crear
otras que se apliquen a sus situaciones. Con frecuencia, vemos cuán imprevisibles son
los efectos de estas nuevas órdenes, a largo plazo, en sus hijos y en su amor; no siempre
sus esfuerzos tienen éxito. Ellos se empeñan arduamente en formular, para su unión, un
orden que antes emanaba libremente de las normas de la comunidad. Muchos han
descubierto, con agrado, que pueden mantener los vínculos y el equilibrio entre el dar y el
recibir, en el seno de sus familias, aun cuando se alejan de las órdenes sociales
tradicionales de su grupo o comunidad. [H. B.]

LA CONCIENCIA SISTÉMICA DE LA TOTALIDAD SUPREMA

Además de los sentimientos de culpa e inocencia que experimentamos conscientemente


al servicio de la integración, del equilibrio entre el dar y el recibir, y la convención social,
hay una conciencia oculta cuya actuación en nuestras relaciones no logramos percibir. Se
trata de una conciencia sistémica que prevalece sobre nuestros sentimientos personales
de culpa e inocencia, estando al servicio de otros órdenes. Estas son las leyes naturales
ocultas que modelan y rigen el comportamiento de los sistemas de relaciones humanas.
Ellas constituyen, en parte, las fuerzas naturales de la biología y la evolución; la dinámica
general de sistemas complejos que se manifiestan en nuestra intimidad; y las fuerzas de
la Simetría Oculta del Amor que operan en el interior del alma.

Aunque sin percibirlas directamente, podemos reconocer los órdenes de esa conciencia
oculta por sus efectos, por el dolor resultante de su violación, y por el amor profundo y
estable que ellas alimentan. A menudo, obedeciendo a nuestra conciencia personal,
violamos los órdenes del amor. Tragedias en familia y en las relaciones íntimas -como
veremos en los próximos capítulos- están muchas veces asociadas a conflictos entre la
conciencia que preserva la integración, el dar y el recibir, y la convención social, y la
conciencia oculta que preserva el sistema familiar. Pero el afecto florece cuando la
conciencia personal y la convención social se curvan a las órdenes ya la simetría oculta
del amor.

Pagina 30, ahí voy.

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